ISSN 2692-3912

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El cazador

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EL CAZADOR

El cazador sueña un león herido,

oculto entre el ramaje y la oscuridad

cabalga más allá de su pradera interior.

Su olor es un llanto fresco

que atraviesa cacerías de sombras frustradas;

montado en la cola de Dios

se traga un pedazo de aire amargo

y prepara su fusil.

Todo él es energía nerviosa…

 

 

EL MIEDO

A veces el bosque es un ejército enemigo,

un animal ciego que no reconoce a su dueño.

 

 

EL LEÓN HERIDO EN REALIDAD ES SU PADRE

Despierta padre mío en el infierno
Ernesto Lumbreras

El león herido en realidad es su padre,

no es natural ni humano,

es el gran silencio,

su presencia se hace visible justo después

de que el otro animal cae herido.

 

El cazador en realidad es una catástrofe nuclear

o una enfermedad que se hereda.

 

LA SANGRE NUNCA MIENTE

La sangre nunca miente.

El miedo: una brújula del instinto.

La vida acompaña a la voluntad hasta el último instante,

son tan inseparables como el cuerpo y su sombra.

 

[Se escuchan tres disparos]

 

[…]

***

 

Todos los animales del bosque huelen su miedo.

 

 

ALBERTINE SIMONET

El cazador no lo sabe

pero desde hace dos años

el último animal que él mató

me acecha en sueños;

Yo juraría que busca venganza.

Yo juraría que sabe que soy la hija del cazador.

Sospecho que una noche de estas

saltará

de mis pesadillas

a la otra orilla de la cama

y me matará con la misma crueldad

con la que mi padre

jaló el gatillo.

 

 

Leonarda Rivera es poeta y ensayista. También es doctora en Filosofía por la UNAM. Ha publicado tres libros de poesía Deshojal (2010), Música para destruir una ciudad (2015), y El cazador sueña un león herido (2019). En el 2014 seleccionó la muestra “Poesía Joven de Michoacán” para la revista Punto de Partida de la UNAM. Ha publicado en diversas revistas nacionales e internacionales. Directora fundadora del Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes Ciudad de Morelia (con cinco emisiones).

Dejad que la palabra rompa el vaso: diálogo entre poetas y lectores

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Apenas tolerado, viviendo al margen
de nuestra sociedad tecnológica, teníamos que ser rescatados.
“Alivio súbito”. John Ashbery

 

La poesía es el espíritu de los pueblos. En cada verso la voz poética se sumerge hasta su más profunda interioridad cognitiva y anímica, para sacar a flote miedos, anhelos, sueños, deseos, esperanzas y sensaciones, a fin de expresar con palabras la compleja estructura emocional del ser humano y su visión del mundo en que habita. Cada poeta es un instrumento que entona su canción interior. Y la palabra es el vehículo que le permite crear su música, elevando lo profano de la realidad para convertirlo en lo sagrado del arte.

Desde su fundación en el año 2005, la editorial Vaso Roto nació con la certeza de que iniciaba una misión que, dada la evolución de la sociedad contemporánea, parecía destinada al fracaso: en un mundo en el que los lectores se enfilan al camino de la extinción, se propuso dar a conocer voces literarias aún no difundidas en español, reeditar, en nuevas traducciones, a poetas, narradores y ensayistas en lenguas extranjeras que merecieran una revisión de su obra y además dar a conocer voces nuevas, sensibilidades y pensamientos emergentes, voces que son la savia nutricia que nutre y hace crecer a la literatura, el pensamiento y la poesía.

Pese al desalentador panorama editorial imperante en los países de habla hispana, desde su primer libro publicado, Cuatro salmos de W. S. Merwin, la naciente casa editora estableció el fundamento de su trabajo: mostrar a la palabra como herramienta luminosa, nota musical, arco que dispara su flecha al infinito y puente entre lo humano y lo divino. Desde ese momento, ciento cuarenta y nueva libros han visto la luz para crear un monumento a la lírica universal, un coro polifónico que refleja a la humanidad del siglo XXI, luchando por encontrar su destino. Cada uno de los autores publicados levanta su voz en un solo que encuentra su eco en el lector. Y cada voz se une a las demás para formar un concierto que busca nombrar lo inefable.

A quince años de su fundación, Vaso Roto resume con orgullo el fruto de su labor presentando una antología que contiene una muestra de cada uno de los ciento cuarenta y nueve libros de poesía editados desde que inició su aventura editorial. El libro representa el esfuerzo realizado para cumplir con una misión muy clara: difundir la obra lírica de autores que muestran su más profunda intimidad para retratar el mundo en que vivimos. Poetas que indagan en las complejidades de la sociedad posmoderna y reflexionan sobre el presente y el futuro de la humanidad. Con tesón y paciencia la casa editorial ha explorado en las literaturas del mundo, siempre en pos de encontrar el poema que, como señala Jeannette L. Clariond en el prólogo a esta antología, recoja limaduras de luz y propicie la integración de los añicos en  el espíritu del lector. Porque si disperso es el caótico universo que habitamos, la poesía es un vaso que congrega lo disperso.

De la trascendencia que tienen para el mundo editorial en lengua española estos años de trabajo, queda constancia en este resumen del catálogo poético de Vaso Roto: ciento cuarenta y nueve libros que contienen las voces de poetas que originalmente escriben en lenguas como el árabe, el italiano, el rumano, el inglés y el portugués. Algunos de estos versos nunca habían sido conocidos en nuestra lengua. En otros casos, se han revisado las traducciones realizadas para lograr una expresión lo más cercana posible en español al original.

Muy importante es también la selección realizada para incorporar la voz de las mujeres y darla a conocer a los lectores de España e Hispanoamérica. Desgraciadamente, aún en nuestros días, el canon sigue siendo masculino, blanco y heterosexual en muchas literaturas. Por ello, cabe remarcar el trabajo de los editores para hacer visible la voz única de destacadas poetas contemporáneas como Alda Merini, Clara Janés o Joumana Haddad. Y siempre buscando nuevas rutas poéticas, también para dar a conocer en antologías los timbres más íntimos de jóvenes poetas colombianas, mexicanas, españolas y portuguesas.

Una muestra de cada uno de estos 149 libros dedicados a la poesía conforma este volumen, el número 150.  Y esta es una de las principales razones por las que ¡0h! Dejad que la palabra rompa el vaso…es un libro imprescindible para todo lector de poesía en cualquier país hispanoparlante. Porque en sus páginas se encierra una muestra de la mejor poesía escrita en el siglo XX y en estos albores del siglo XX. Su lectura nos lleva a conocer otras facetas del mundo que habitamos y sobre todo, nos conduce a un encuentro con nosotros mismo. Y es un rescate de la sensibilidad y la belleza en un mundo pragmático alienado por la tecnología.

En esta lucha de rescate y sensibilización, la editorial no olvida la importancia de un elemento fundamental, consubstancial con la poesía: la belleza del libro. Ante el auge del libro digital, que se impone en todas las sociedades por motivos económicos principalmente, Vaso Roto desde su origen apuesta por volver a la tradición del trabajo editorial que compagina el presentar la riqueza del pensamiento y los sentimientos con un formato de belleza física que hace de cada libro una pequeña obra de arte. Así, como lo ha hecho desde el primer volumen de la colección poética, esta antología está acompañada por las ilustraciones del artista chileno afincado en Barcelona Víctor Ramírez. De esta manera, cada poema encuentra su reflejo en una obra de arte plástico original que subraya la fuerza del verso y dota de belleza al placer de la lectura. Para dar un digno marco al trabajo de los artistas, tanto de la palabra como de la imagen, el libro se ha elaborado meticulosamente, atendiendo cada aspecto que permita enfatizar el placer de la lectura: diseño, tipografía, colores, papel, cubierta, guardas. La comunión de la presentación física trabajada con esmero y la profunda riqueza del contenido da como resultado una experiencia estética inolvidable para los lectores.

¡0h! Dejad que la palabra rompa el vaso. Y lo divino se convierta en cosa humana es una antología, una fusión de la palabra y la belleza plástica, una muestra de una labor de amor a los libros y a la poesía. Pero sobre todo, es un diálogo entre los poetas y los lectores. Un diálogo que no va dirigido a especialista o a críticos, sino que busca establecerse en la intimidad de cada hombre o mujer que lo tome en sus manos y se pierda en sus palabras. Un recorrido que nos lleva a los vericuetos de nuestra interioridad y nos expone la belleza y la complejidad de los tiempos que vivimos. Una conversación personal profunda, que nos transforma y nos humaniza, que nos sensibiliza y nos permite entender en toda su grandeza el milagro de la vida.

¡Oh! Dejad que la palabra rompa el vaso. Y lo divino se convierta en cosa humana. España, Vaso Roto Ediciones, 2020.

 

 

César Antonio Sotelo Gutiérrez es doctor en Filología Hispánica (Universitat de Barcelona), Master of Arts (University of Texas at El Paso) y Licenciado en Letras Españolas (Universidad Autónoma de Chihuahua). Trabajo crítico publicado en: Teatro Mexicano Reciente, Nueve poetas malogrados del Romanticismo Español, Gregorio Torres Quintero. Enseñanza e Historia, Nada es lo que parece. Estudios sobre la novela mexicana, 2000-2009, La sonrisa afilada. Enrique Serna ante la crítica y en artículos en revistas como Plural, Los Universitarios, La Palabra y el Hombre, Revista de la México y Revista de Literatura Mexicana Contemporánea entre otras. Autor de los textos dramáticos: La voz del corazón, El son del corazón, El palpitar de una canción, Réquiem a Federico Chopin, La feria y Van pasando mujeres, Mujeres al alba, Sinatra…la voz y Lucas Lucatero. Fundador y director de la Compañía Teatral Escena Seis 14. Académico Titular en la Licenciatura en Letras Españolas y en la Maestría en Investigación Humanística de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Miembro del Consejo Editorial de la RLMC y de la Revista Metamorfósis y Miembro del Consejo Asesor de Agradecidas Señas. A Journal of Literature, Culture & Critical Essays.

La patemización del narcotráfico en Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda

 

Felipe Armando Saavedra Montoya
Universidad Iberoamericana
fsaavedra@uach.mx

Marco Vladimir Guerrero Heredia
Universidad Autónoma de Chihuahua
mguerrero@uach.mx

Resumen

El presente trabajo articula los procesos de patemización del narcotráfico en el cuerpo a partir del análisis de la obra de teatro: Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda. La patemización ocurre como producto de la violencia que ejerce la intervención estatal en el pueblo de Yepachi y en Santa Rosa de Lima, Chihuahua. VHRB logra presentar como afecto y efecto la patemización del narcotráfico como somatización de la violencia por medio del artefacto teatral de manera fragmentaria. Esta patemización produce una mutilación corporal en sus personajes.

Palabras clave: Narcotráfico; Cuerpo; Patemización; Mutilación; Violencia.

 

Abstract

The present paper articulates the processes of drug trafficking in the body based on the analysis of the play: Contrabando by Víctor Hugo Rascón Banda. The patemization occurs as a product of the violence exercised by the state intervention in the town of Yepachi and in Santa Rosa de Lima, Chihuahua. VHRB manages to present as an affect and effect the patterization of drug trafficking as a somatization of violence through the theatrical artifact in a fragmentary manner. This pattemization produces a corporal mutilation in his characters.

Keywords: Drug Trafficking; Corps; Patemization; Mutilation; Violence.

 

 

 

Nadie sabe lo que un cuerpo puede (Spinoza 127)

 

La obra Contrabando aparece en el contexto de la prohibición de las drogas en Estados Unidos como medida política, y su posterior repercusión en la Operación Cóndor en México. Oswaldo Zavala en Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México hace el siguiente análisis:

Con la Operación Cóndor, […] el gobierno de México llevó a cabo la más grande movilización militar y policial antidrogas del siglo XX en el país que transformó radicalmente nuestra manera de imaginar el narco. […] con frecuencia se reduce la política mexicana antidrogas de dos maneras: o es entendida como una mera relación de subordinación ante la hegemonía de Estados Unidos, o bien es interpretada como resultado de una ineficaz contingencia política ante la amenaza del crimen organizado. Estas visiones pasan por alto que, hasta mediados de 1990, el PRI administró con eficiencia una red de soberanía que le permitió articular un juego geopolítico en el cual el narcotráfico fue objeto de la más rigurosa disciplina de los mecanismos policiales de Estado y su soberanía. Entiendo aquí el concepto de soberanía, con Carl Schmitt, como la facultad del Estado “para decidir [su curso de acción] en torno a [una situación] de excepción”. El estado de excepción implica para Schmitt conflictos políticos o económicos que requieren medidas extraordinarias y que, como en el caso mexicano, suscita acciones concretas que en poco o nada reflejan el marco de legalidad (75-76).

El análisis de Zavala se ocupa en explicar los caminos de interpretación del narco en México a partir de las dos posturas más reducidas del fenómeno: primero el de la hegemonía y su influencia por parte de los Estados Unidos y la ineficaz contingencia política ante la amenaza del crimen organizado vs la segunda explicación más compleja y aceptable, la que a mediados de 1990, se administró una red de soberanía y con ello el estado de excepción, lo que articularía acciones concretas fuera del marco de legalidad.

En nuestro acercamiento utilizamos el concepto patemización, referido por Greimas y Fontanille en el libro Semiótica de las pasiones, como simulacro pasional, o recorrido pasional, indistintamente. En la constitución de los elementos pasionales en los actantes; la configuración patémica se emplea con doble eficacia: tanto el espectador, como el actante, cubren un mismo recorrido patémico (148) cuando este se enuncia en el discurso semiótico. La patemización según Greimas y Fontanille aparece en el discurso de manera desordenada y anárquica del contenido temático, en nuestro caso el de la violencia, y pone en evidencia la aparición del recorrido pasional del actor de manera reiterada y obsesiva, es decir, la pasión aparece desbordada en el discurso de manera temperamental, esta patemización es un rol que asume el actante o personaje. Este rol patémico se traslada al espectador, quien es el que recibe las formas semánticas y quien las patemiza. En el teatro este rol se extiende no solamente como forma semántica que se vierte en el cuerpo, sino también, a partir de su extensión corporal de manera completa e inmanente. La patemización es el estadio o los estadios corporales exacerbados en que el cuerpo recrudece la vivencia convulsa, esta vivencia convulsa se manifiesta en el actante/personaje como en el espectador.

El concepto de violencia es entendido en los términos de Georges Sorel: “Los términos fuerza y violencia […] la fuerza tiene por objeto imponer la organización de un cierto orden social en el cual una minoría es la que gobierna, en tanto que la violencia tiende a la destrucción de ese orden” (178) Sorel establece la diferencia entre fuerza y violencia, la primera es aquella que imprime el estado, que efectúa en su ejercicio de preservación del orden, mientras que el concepto de violencia se diferencia por ser aquella que lo destruye. El concepto de Sorel permite observar dos dimensiones de la violencia, por un lado, la violencia estatal como el uso de la fuerza y por otro, la violencia social. La violencia en Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda, (de aquí en adelante VHRB) se imprime desde estos dos órdenes, como fuerza estatal y su diseminación como violencia social. La violencia es la impresión de esta fuerza estatal diseminada y reproducida sobre los cuerpos en diferentes instancias: social, política, económica, psicológica y física. La violencia es una cuestión del cuerpo, del cuerpo sufriente, impuesta para articular cierto orden, un orden en el entramado de los cuerpos. Esta violencia se articula a través de los aparatos institucionales que el estado promueve: militarización, guerrilla, seguridad nacional, lucha contra el crimen organizado, soberanía. La patemización de la violencia es rearticulada en el artefacto Contrabando, en los cuerpos de sus personajes.

A VHRB se le ubica como uno de los dramaturgos mexicanos de la llamada nueva dramaturgia, fue alumno de Vicente Leñero, Emilio Carballido, Hugo Argüelles, entre otros. Donald H. Frischmann en su artículo Desarrollo y florecimiento del teatro mexicano: Siglo XX, explica su trayectoria:

La Nueva Dramaturgia […] cuyo desarrollo se remonta a las convulsiones políticas y sociales y a la masacre de Tlatelolco de 1968, […] Temas de protesta social y de conflictos generacionales dentro de un molde realista inicial, se volvieron una multiplicidad de estilos y géneros con la influencia marcada de Brecht, tanto al nivel estructural de las obras como en sus perspectivas políticas. Frecuentemente se busca y se cuestiona la realidad frente al peso de la hipocresía de la sociedad y una sensación de impotencia. (56)

Frischmann nos muestra las posturas políticas de esta generación de dramaturgos entre los que destacan: VHRB, Sabina Berman Abraham Oceransky, Oscar Liera (m. 1990), Jesús González Dávila, Dr. Guillermo Schmidhuber, Enrique Ballesté, por mencionar algunos. Además, evidencia la masacre de 1968 como parteaguas de sus preocupaciones. En el caso de VHRB anticipa el tema de la violencia estatal, social y el narcotráfico en obras como Guerrero negro (1989) y en Contrabando (1991), donde nítidamente toma de lleno la temática de manera profunda para el teatro y posteriormente en la novela del mismo nombre. En este sentido, afirmamos que su denuncia se esclarece desde el teatro y posteriormente a través de la novela. Rascón Banda, nacido en Uruachic, Chihuahua, autor del teatro del norte de México, trasciende las fronteras con su dramaturgia y genera una presencia necesaria a través de los planteamientos fundamentales de nuestro tiempo.

La trayectoria dramatúrgica de nuestro autor toca diversas temáticas, la clasificación de Enrique Mijares hace la siguiente división: La construcción de lo femenino, Mitos y Sueños, El teatro del crimen, La vocación social y Otras voces, otras fronteras. En esta última temática y contexto se enmarca Contrabando, estrenada en el Teatro Benito Juárez el 3 de agosto de 1991 en el IV Gran Festival de la Ciudad de México. Según las referencias cronológicas que aparecen en el libro Contrabando Ediciones El Milagro (1993), se trata de los mismos años en las que se desarrollan los sucesos en Yepachi y donde Santa Rosa de Lima se transforma de un poblado pacífico a una zona violenta a causa del narcotráfico. Gloria Harmony señala acerca del suceso acaecido a Damiana Caraveo: “Para Damiana, la que cuenta la historia más estremecedora – quizá́ porque está basada en un hecho real muy doloroso y publicitado-” (9). Según esta cita podríamos presumir que lo narrado por Damiana Caraveo se trata de un testimonio de la vida real que VHRB trae a la escena teatral.

La obra presenta una anécdota sencilla en apariencia que se gesta en la Presidencia Municipal de Santa Rosa de Lima (municipio de Uruachi, Chihuahua): un escritor, una operadora de radio, y dos mujeres más, aguardan los telefonemas recurrentes y distorsionados de un aparato caduco, roído y poco funcional (mismo que representa las relaciones políticas y sociales de Santa Rosa con la capital, Chihuahua). Allí el personaje de El Escritor espera respuesta y comunicado de la capital.

Los tres personajes mujeres constituyen cuerpos mutilados, cada personaje somatiza y patemiza un perfil de mutilación, entendida esta última como el grado de afección producto de la violencia que ha lacerado a cada uno de ellos: en Conrada, su grado de afección se articula tras la pérdida de su hijo El Candelo, de quien se presume fue abatido por las fuerzas castrenses desde un helicóptero, mientras se encontraba trabajando un plantío de marihuana, Conrada es la operadora de radio de la presidencia municipal de Santa Rosa de Lima; El personaje de Jacinta es el segundo personaje que articula una mutilación. Jacinta ha perdido a su esposo José Dolores de quien se presume fue un traficante que se hizo pasar por un ganadero. José Dolores conoció a Jacinta durante las fiestas del tercer Centenario de Santa Rosa, de donde Jacinta fue reina, José Dolores se presentó como ganadero y al poco tiempo le pidió matrimonio, la obra deja entrever las relaciones de José Dolores con el trasiego de drogas, así como el hecho de haber estado casado. José Dolores no regresó desde que una mujer lo sacara pistola en mano de su casa; El personaje de Damiana Caraveo es el tercer personaje en el que se articula la última mutilación. Damiana Caraveo, espera al Presidente Municipal de Santa Rosa, en ella se encuentra el mayor grado de afección, su familia entera, así como trabajadores del rancho de su propiedad, todos fueron acribillados por hombres armados en Los Táscates, Yepachi. Damiana escuchó las ráfagas de ametralladora desde Santa Rosa y acudió a una población cercana llamada el Madromo para pedir ayuda a policías Judiciales Estatales de Chihuahua, y así, acudir a su propiedad a revisar lo que sucedía, al momento de su llegada fueron embestidos a fuego abierto, ocasionando la muerte de una mujer embarazada que la acompañaba y la de los judiciales. Damiana fue capturada por sus agresores, golpeada, y llevada a la penitenciaría estatal, donde fue acusada de ser líder de una banda de narcotraficantes. Damiana acusa al presidente municipal de sembrar chutama, es decir, marihuana. Damiana cree que el presidente municipal estuvo involucrado en su captura, ya que en repetidas ocasiones le pidió venderle Los Táscates. En el desarrollo de estos encuentros, los personajes narran los episodios en torno a sus propias dolencias. Santa Rosa es el lugar en el que se deja ver de manera clara el cambio de las dinámicas sociales producto del cultivo y trasiego de marihuana. En Conrada encontramos la patemización, la primera mutilación, cuerpo violentado:

Damiana: Muchos dicen que no fue así. Que otros sembradores, enojados porque el Astolfo y el Candelo les habían ganado esa rinconada tan escondida, más allá de los Otates, lo venadearon desde la otra banda del río y amenazaron al Astolfo por si hablaba.

Conrada: Don Lauro piensa otra cosa. Cree que le dispararon desde un helicóptero, porque la bala no parecía de 22. Era de bala expansiva. […] En la bolsa de su camisa encontre unas semillitas de hierba que el inocente olvidó o que guardó, quién sabe. (23)

El diálogo hace evidente un primer momento en la obra donde se registra el drama en torno a la prohibición de la siembra de marihuana y los roces por las tierras más ocultas, presumiblemente el ejército hace su aparición y mata al Candelo. En Conrada encontramos la primera mutilación producida por la pérdida del Candelo, su hijo. Su hijo, extensión corporal desde su función materna y porqué no decirlo, la peor de las mutilaciones, mutilación corporal, toda vez que su hijo ha sido parte de su cuerpo. No hay palabra en nuestro idioma que signifique la condición de una madre que pierde a su hijo por muerte o extravío, esta condición no se semantiza en una palabra, solo se somatiza y/o patemiza. El pañuelo y semillas de marihuana llenan acaso, aquél hueco que atravesara la bala del corazón del Candelo:

Conrada: Al Candelo lo voy a seguir viendo como lo vi aquella noche. Fuerte, animoso. Como lo vi cuando me asomé a la trinchera y él se fue silbando con el Astolfo. Como lo vi subir por el Camino Ancho y perderse en el arroyo de Los Amoles. Como seguí viéndolo, ahí, hasta que amaneció y pegó el sol. (21)

En Conrada, la mutilación también se perpetúa en una imagen inconclusa. La repetición es su duelo. Para Greimas la pérdida se traduce en una suspensión tímica, esto se conceptualiza como el poder isotopante del sufrimiento. Es el poder isotopante la manifestación reiterada de la pérdida, ahí los ideolectos y sociolectos se reiteran, Conrada tras la pérdida de su hijo, articula la somatización de los celos, los celos se patemizan por una pérdida de lo que se cree le pertenece, esta pérdida acciona la función pasional de los celos a partir de la suspensión de la función tímica. Greimas y Fontanille explican: “[…] suspensión de la dimensión tímica: el cuerpo del celoso se tiene que callar y tomar prestadas otras vías diferentes de las del conflicto del viviente y del no viviente para manifestar, calladamente, su sufrimiento” (262).

Este silencio y repetición constituyen su afección, el lazo corporal o cuerda donde se articulan las resonancias de su recuerdo. Esto también se traduce en apego, ya que, al morir su hijo, el presidente municipal le ofrece trabajo, su necesidad no es solamente económica, sino que de alguna manera su permanencia a ese trabajo se liga al recuerdo de su hijo. Este cuerpo mutilado opera bajo la patemización de la violencia del narcotráfico. En ella también se articula el deseo, el deseo por tener a su hijo, su hijo arrebatado por aquella bala.

Su polifonía es también una figura poliédrica, sus fases aparecen como homotecias a lo largo de los diálogos. La atmósfera y ambientación ocurre a través de la intervención de diferentes piezas musicales, corridos, artefactos culturales que resuenan en las calles de Santa Rosa de Lima, fuera de la Presidencia Municipal; corridos que interpelan a generar la atmósfera y ambientación de la obra que sirven de catalizador ante la efervescencia de la escena. Los corridos aparecen obscenamente, intercalándose en la polifonía y creando cuadros intertextuales, que constituyen la columna vertebral de la composición teatral.

En la primera escena de la obra aparece en una de las acotaciones: “[…] De la calle llega la música de un conjunto norteño que toca Contrabando y traición […]” (14) Siguiendo esta acotación, Contrabando y traición, el primero de los corridos invocados por el autor, consideramos que se toma la primera parte del título para dar nombre a la obra, podemos decir, que el autor la intitula Contrabando, y entiéndase la traición como violencia, rescoldo de lo que esto implica, drama central de la obra: soberanía como situación de excepción, despojo de tierras, asesinatos, criminalización de ciudadanos, trasiego de armas, plantíos de marihuana. Los corridos aparecen de manera intermitente en la obra. No son puentes musicales: la inserción de estos, generan la atmósfera en la que se desarrolla la obra.

El turno pasa para hacer evidente la violencia en Jacinta, primera reina de las Fiestas del Tercer Centenario, quien, deslumbrada en su juventud por la ostentación de un joven traficante, pierde gracia, belleza y ve la pérdida de su amante. En el personaje de Jacinta se encuentra la segunda mutilación, este personaje sufre la ausencia de su esposo y padre de sus tres hijos. Una mujer va a la búsqueda de José Dolores, pistola en mano, a la cual conoce. Ella entra a casa del padre de Jacinta y sale con José:

Jacinta: Luego José Dolores se bajó y me gritó hacia el balcón que no me preocupara, que la iba a llevar hasta el tren de San Juanito para embarcarla a Culiacán. Y se fueron. Fue la última vez que vi a José Dolores. Que lo vi en persona, quiero decir, porque de día y de noche lo traigo aquí, metido en el pecho y en la frente, y oigo su voz gruesa que me dice: “No se desespere, mi reina, aguánteme un poco más” (Pausa). Y a veces siento sus manos aquí y acá que me tocan y sus brazos fuertes, apretándome, y su aliento aquí en la nuca y en el cuello. ¿Me estaré volviendo loca? (41).

La violencia que padece Jacinta es la del extravío o desaparición de su esposo, mismo que se encargaba de compraventa de ganado. No hace falta decir mucho al respecto: de inmediato el texto nos remite a la elucubración más recurrente y que hemos cristalizado la más obvia, la más obvia en escena y que también en el imaginario cotidiano es constante: al leer en los periódicos o enterarnos en el noticiero de algún vecino o pariente desaparecido es porque tiene un “vínculo con el narco”. Para Jacinta la desaparición ocurre como un lastre que le impide separarse de la imagen viva de su esposo; por eso lo materializa en sus alucinaciones, “lo traigo en el pecho y en la frente” lo escucha y lo siente literalmente, “a veces siento sus manos aquí y acá que me tocan y sus brazos fuertes, apretándome, y su aliento aquí en la nuca y en el cuello” al grado de cuestionarse su propia cordura. Hay ahí una mutilación corporal, neural. De eso da cuenta Judith Butler cuando dice que: “La pérdida y la vulnerabilidad parecen ser la consecuencia de nuestros cuerpos socialmente construidos, sujetos a otros, amenazados por la pérdida, expuestos a otros susceptibles de violencia a causa de esta exposición” (46).

Los cuerpos dejan ese hueco, esa entidad que al desaparecer vulnera los estadios que aún eran enlazados en una coordinación, cuerda y cordura de la presencia completa: “Jacinta: Ésta que ve aquí en persona es y no es la misma. Soy y no soy. Soy en parte (Jacinta se acerca al cartel de las fiestas del Tercer Centenario. Lo mira.) Todavía quedan por aquí algunos de esos carteles pegados en las tiendas y en el billar. Ni me parezco, ¿verdad? […]” (29). Para Jacinta, su cuerpo se quedó mutilado, se quedó en otra parte, se quedó petrificado o momificado en la imagen lejana del cartel publicitario, al no ser completada por la presencia de José Dolores.

La violencia va hilvanando los testimonios para dar cuenta del drama que se vive en Santa Rosa y en México por extensión. El personaje del Escritor coincide con el mismo VHRB, su indicio, como lo dijera Olga Harmony:

Al principio parecería que el escritor –llamado con malicia Víctor Banda– fuera el que manifestara ese punto de vista, pero la contradicción entre sus palabras y sus acciones le confiere una ambigüedad que lo descalifica como portavoz del dramaturgo. Puede ser o no un agente. Puede ser o no un poeta de regreso a su pueblo en este caso confirmaría la tesis Brechtiana de que no se puede escapar a una circunstancia social inmediata y sangrienta (8).

En este sentido el autor, juega con la ambigüedad acerca de si el personaje y él son o no la misma persona. Entendemos que el personaje ya no es el autor, sin embargo. Es evidente que los hechos en la ficción son la reelaboración de hechos reales. Así como lo enuncia Harmony, las injusticias que padecen los personajes y Rascón Banda no pueden escapar de una circunstancia social inmediata y sangrienta:

Damiana: Y tú, ¿eres narco?

Escritor: (Pausa. La mira sorprendido.) ¿Cómo dice?

Damiana: Sí. Narco.

Escritor: (Sonríe forzadamente.) No.

Damiana: Es que miras muy raro.

Escritor: Así veo yo. La vista es muy natural.

Damiana: También te veo facha de judicial.

Escritor: ¿También por la vista?

Damiana: Por la pistola (47).

Damiana es el personaje donde se concretizan el mayor peso de mutilaciones. Contrabando se construye como un texto fragmentado de cuatro testimonios donde descansa y patemiza la violencia en el cuerpo, cuerpo mutilado, sus personajes cuentan su historia. Damiana Caraveo pide que alguien cuente su trémula historia: la pérdida de toda su familia en la matanza de Yepachi, después de la cual ella misma termina torturada y encarcelada, injustamente acusada de ser cabecilla de una banda de narcotraficantes. La violencia a la que es sometida Damiana merece nuestro análisis:

DAMIANA: […] Al traspasar la puerta de atrás, […] se oyó la primera descarga.

[…]

Levanté la cabeza y alcancé a ver al chofer de la camioneta caído sobre el volante, con borbotones de sangre que le salían del cuello. Teófila quedó recargada en el asiento, muy derechita, con los ojos abiertos, tapándose el estómago con las manos y con una hilera de balazos que le atravesaba el pecho de lado a lado, como una lista roja.

[…]

Me levanté para tirarla al piso, pero en eso, de una ventana de la casa, salió una ráfaga como de ametralladora y rompió los vidrios de la camioneta. Sentí un ardor en el hombro izquierdo. Apenas si podía creerlo. ¿Estaré soñando?, pensaba. ¿Será una pesadilla? (56-57).

Así, la primera “descarga”, su descripción y disposición de la escena narrada ofrece una suerte de cuadro visual y sonoro: imágenes que reconfiguran su atmósfera como proceso de contemplación, estupor. ¿Será una pesadilla?, dice Damiana.

La repetición secuencial mutila las relaciones paradigmáticas que producen la significación, como se presenta en el diálogo: “la hilera de balazos que le atravesaba el pecho, de lado a lado, como una lista roja”, o bien: “alcancé a ver al chofer de la camioneta caído sobre el volante, con borbotones de sangre que le salían del cuello” ahí la afección llega anticipadamente a través de lo que Vittorio Gallese llama simulación encarnada: “La simulación encarnada hace exactamente eso. Además, lo más importante, la simulación encarnada y el sistema de neuronas espejo, apuntalan la idea de compartir los deseos o intenciones comunicativas, significado y referencia, así como conceder las condiciones necesarias de paridad en la comunicación social[1]” (en línea).

Este proceso permite que lo que sucede en el cuerpo de quien es visto se reproduzca en el cuerpo de quien presencia visualmente el acto en otro cuerpo. La relación metonímica impide estar en el plano consciente, instalando un vínculo semiótico al cuerpo de espectador-lector. La representación se quiebra, se esquiva la mirada del espectador para acudir al plano de lo irrepresentable.

Estas imágenes albergan el desplazamiento producido por una narración de objetos ya deshumanizados. Contemplación o estupor, aquí Damiana, actante, lo patemiza, aunque lo hace a partir de estados de estupor o contemplativos. Damiana sufre una condensación donde el cuerpo, al sentir anula al sentir mismo. Greimas y Fontanille lo explica a partir de Spinoza:

De acuerdo a Spinoza, la pasión nace de cierta dimensión de la articulación de la dimensión pragmática, sobre todo del campo somático, con la dimensión cognoscitiva: la competencia del sujeto pragmático es un espectáculo para el sujeto cognoscitivo, y es este espectáculo, organizado como “pasión”, el que entonces afecta a la competencia del sujeto cognoscitivo mismo. […]

Por un lado un funcionamiento como este se encuentra fundado en el principio pasional más universal que existe, aquel que postula la unidad del sujeto mismo, la interdependencia de las diferentes instancias que lo componen; además, el mismo mecanismo de engendramiento de las pasiones –y en consecuencia, los algoritmos deductivos que las construyen– tiene su origen en el proceso que, de acuerdo a nosotros, homogeniza lo exteroceptivo y lo interoceptivo por la mediación de lo propioceptivo, proceso creador de la existencia semiótica misma: por ello, lo que afecta […] al cuerpo, y la afectación del cuerpo puede convertirse en un espectáculo pasional […]. (91)

Es decir, los planos de afección forman una secuencia, los actantes patemizan lo narrado en primer plano, para después patemizarlo en el espectador.

La narración continúa con cierta incredulidad por parte de El Escritor:

Escritor: ¿Y las demás? ¿En qué llegó tanta gente?

Damiana: Cuando la camioneta se movía escuché los motores de varias más, no sé cuántas, que se nos iban juntando, siguiéndonos.

Escritor: ¿Adónde la llevaron?

Damiana: No sé. No sé ni cuánto caminaríamos. Hubo ratos en que me quedé dormida, hecha bola en el piso, para no pensar y para despertar en mi casa. ¿Tú nunca has estado a punto de morir?

Escritor: (Piensa un poco. Pausa.) No. Nunca (60-61).

El Escritor cumple aquí una doble función: primero, es el tirabuzón de las historias que han sido calladas, pero también traslada al espectador la desconfianza ante lo narrado. El estado de excepción genera esta condición donde cualquiera es el enemigo.

La violencia hacia Damiana no cesa aquí:

Damiana: […] Me hacían preguntas. ¿Cuánta gente andaba conmigo? ¿Cuál era mi verdadero nombre? ¿Cuántos campos teníamos? ¿En qué ciudades teníamos propiedades? ¿Dónde estaba el dinero y las armas? ¿Quién nos controlaba? ¿A quién conocíamos en la policía y en el gobierno? ¿Desde cuándo era yo jefa de la banda? ¿Dónde escondíamos la droga? ¿Si conocía al procurador y al gobernador y al jefe de la zona militar? ¿Si nos visitaban muchas personas?

[…]

Me dieron toques… […] No sé. Qué de cosas me hicieron… […] Mi fotografía salió en los periódicos (62-63).

Esta narración muestra la articulación de un discurso compuesto por las autoridades inscrito en el cuerpo de Damiana, en él se manifiesta la fuerza estatal evidente en la obra, ella es convertida en el chivo expiatorio, que articula el discurso del estado a través de la violencia y su exposición pública.

La violencia del narcotráfico y fuerza estatal es patemizada, semiotizada y somatizada en el cuerpo; es el cuerpo-arpa del que habla Vezio Ruggieri, al respecto en Gabrielle:

El cuerpo, con sus músculos es como un instrumento musical, por ejemplo, un gran arpa [sic]. Del movimiento de las cuerdas de diversa longitud y diverso espesor puede hacer nacer una variedad infinita de sonidos y melodías. El cuerpo tiene más músculos que el arpa de cuerda. Los músculos del cuerpo suenan por su autor. La música corresponde a las vivencias objetivas generadas a partir del juego de tensiones de los músculos (173-174).

En este sentido, es la violencia una forma sonora, una resonancia, que suena y resuena en el cuerpo, en los cuerpos: de Víctor Banda, de Conrada, de Jacinta, de Damiana, en el lector, en el espectador. La violencia es articulada como injusticia semiotizada, somatizada y patemizada, como cuerpo mutilado, la afección llega a producir sus propios terrenos ineluctables, marca su impronta y se alberga como injusticia en el cuerpo.

 

Bibliografía

Butler, Judith. Vida precaria: El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós, 2006.

Frischmann, Donald. “Desarrollo y florecimiento del teatro mexicano: Siglo XX”. Teatro: Revista de estudios culturales, no. 2, 1992, pp. 53-59.

Gabrielle, Sofia. Diálogos entre teatro y neurociencias. Bilbao: Artez Blai, 2010.

Gallese, Vittorio. “Before and below ‘the theory of mind’: embodied simulation and the neural correlates of social cognition”. Philosophical Transaction of The Royal Society, vol. 362, no. 1480, 2007, https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2346524/

Greimas, Algirdas Julien y Fontanille, Jacques. Semiótica, de las pasiones de los estados de cosas a los estados de ánimo. (Raúl Dorra, Trad.) 2a. ed. México: Siglo XXI Editores, 2002.

Mijares, Enrique. Umbral de la memoria: Teatro completo de Víctor Hugo Rascón Banda. México: Instituto Chihuahuense de la Cultura, 2010.

Rascón Banda, Víctor Hugo. Contrabando. México: Ediciones El Milagro, 1993.

Sorel, Georges. Reflexiones sobre la violencia. Buenos Aires: Pléyade, 1978.

Spinoza, Baruch. Ética demostrada según el orden geométrico. (Vidal Peña, Trad.) Madrid. Ediciones Orbis. S. A. Hyspamerica. Editora Nacional, 1980.

Zavala, Oswaldo. Los carteles no existen: narcotráfico y cultura en México. Barcelona: Malpaso Ediciones, 2018.

[1] Embodied simulation does exactly that. Furthermore, and most importantly, embodied simulation and the mirror neuron system underpinning it provide the means to share communicative intentions, meaning and reference, thus granting the parity requirements of social communication […] (La traducción es nuestra).

 

 

Felipe A. Saavedra Montoya: Doctor (c) en Letras Modernas, Universidad Iberoamericana, Santa Fe, CD de México. Estudió Letras Españolas y Maestría en Educación Superior en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Director de teatro, actor, dramaturgo y promotor cultural. Sus áreas de investigación apuntan a la violencia social y política, dramaturgia contemporánea y teatralidad. Profesor de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha publicado los libros: “La cena de los dramaturgos” en 2011 y “Máscara de Psique” en 2015. Es miembro del Grupo de Investigación: “Literatura y cultura en el norte de México” UACH y del “Grupo Internacional de Investigación de la Violencia”  Facultad de Humanidades de la Universidad de Playa Ancha, en Valparaíso, Chile.

Los espacios y la reescritura desacralizada de obras literarias españolas en La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo

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Raquel Villalobos-Lara
Universidad Andrés Bello
villalobos.raquel@gmail.com

Resumen

Este ensayo tiene como objetivo analizar e interpretar la diégesis sobre la cual está construida la obra de Fernando Vallejos, La virgen de los sicarios. Este análisis parte del supuesto de que esta obra se construye a partir de las siguientes oposiciones narratológicas de los espacios: ciudad de arriba y ciudad de abajo; espacio exterior y espacio interior. Más aún estas operan sobre la base de las reescrituras procedentes de la tradición española, tales como Las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique y la Familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela las que aparecen transfiguradas mediante la carnavalización en la obra de Vallejo.

Palabras clave: Reescrituras; Literatura española y colombiana; Tremendismo; Narcotremendismo

 

Abstract

This essay aims to analyze and interpret the diegesis composition of Fernando Vallejos’ La virgen de los sicarios (Our Lady of the Assassins). Part of this work is based on the assumption that this essay is constructed on the following opposing narratologies: uptown and downtown; interior and exterior spaces. These operate within a base of rewriting from the Spanish literary tradition, such as Las Coplas a la muerte de su padre (Coplas on the Death of his Father), by Jorge Manrique, La Familia de Pascual Duarte (The Family of Pascual Duarte) by Camilo José Cela, and are as well altered by the carnivalesque characteristic of Vallejo’s work.

Keywords: Rewriting; Spanish and Colombian Literature; Tremendism; Narcotremendism.

 

 

 

A la memoria de mi maestro, don Eduardo Godoy,
cuya última conversación versó sobre los narcocorridos.

Introducción

La Virgen de los Sicarios (1994) del colombiano Fernando Vallejo muestra una imagen descarnada de Medellín y ha sido considerada como la iniciadora del boom de la narcoliteratura (Vásquez Mejías). Desde su publicación ha sido objeto de variados estudios que abordan desde la violencia del lenguaje, como proyección de la violencia callejera, hostil y permanente (Torres), hasta la disciplinada dedicada a su estudio, la “violentología” (Von Der Walde 222). Es una novela en la que impera el clima velado de una guerra disimulada (Ospina; Salazar; Camacho) y las descripciones de sus escenas son propias de los infiernos dantescos (Fernández), puesto que el mundo descrito y vivido desde su normalidad es el propio infierno (Onell). Se trata de una obra donde impera la desacralización (Jaramillo; Camacho) y en la que el autor, maldito y transgresor (Diaz), fusiona lo demoníaco con lo sagrado, logrando instalarlo en la reproducción del espectáculo melodramático (Hoyos).

Frente a este panorama de los estudios ya realizados sobre la novela de Vallejo, este ensayo pretende contribuir a la discusión desde la reescritura que la novela colombiana realiza de obras literarias españolas, tales como las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique y el tremendismo presente en la Familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela. Para efectos de este ensayo, la reescritura la entenderé como un diálogo voluntario, que se realiza exprofeso y que establece una dependencia entre dos textos: el original y el texto con el cual dialoga. Este último complejiza la relación con su modelo original, al incluir y variar elementos constitutivos del primero, pero en el caso que se analizará, el resultado tiende a la desacralización y carnavalización del modelo, es decir, elimina su carácter sagrado para degradarlo hasta reducir al mínimo sus cualidades.

 

Desacralización y reescritura de las obras literarias españolas

El narrador de esta novela se ha convertido en un verdadero cronista de la ciudad que describe la vida y las costumbres de sus habitantes. Critica, cuestiona y provoca con la experiencia de un hombre maduro que regresa después de treinta años a esta ciudad en la que impera la violencia como un nuevo orden social.  En extenso, la novela de Vallejo nos presenta un espacio literario y social dominado por categorías subvertidas, que rigen tanto el hacer y quehacer de la vida de los habitantes de Medellín, como también la propia estética narcoliteraria impuesta en la novela. La desacralización toma cuerpo y forma a través de la carnavalización: profana los rituales católicos y litúrgicos; los antivalores más bajos salen a la luz y se normalizan en el diario vivir. Además, une lo sagrado y lo profano en un acto religioso y piadoso al unísono.

El narrador protagonista, Fernando, recorre las calles de una ciudad que ya no le pertenece- según sus palabras- pues él es un extraño en su país; la pobreza, los asesinatos y la muerte adquieren el estatus de leiv motiv en la obra y se constituyen en la cotidianeidad del vivir. Con un lenguaje arrogante y soberbio, el narrador interpela al lector, aludiendo a que este no sabe nada, por lo tanto, él deberá explicarle todo. En este sentido, el narrador, Fernando, se convierte en el guía y los lectores en los turistas que lo acompañan en el tour por la violencia y por la ciudad. Sin embargo, pese a que el narrador se convierte en un guía, este siempre se reconoce como un extranjero en su país. Por lo tanto, este guía tendrá más bien un rol limitado en el recorrido por la ciudad, porque los verdaderos guías son los jóvenes sicarios, Andrés y Wilmar.

La obra tiene como su epicentro geográfico la ciudad de Medellín. En este escenario se establece desde ya una relación directa con la tradición literaria española. La denominación de la ‘falda de la ciudad’ de Medellín, como “Manrique Oriental” (107), hace recordar lo que el poeta español del siglo XV, Jorge Manrique, escribía en su elegía a su padre: la fugacidad de la vida a través del tópico Ubi Sunt. ¿Dónde están …? Se pregunta por quienes la muerte a invitado a danzar. El tópico medieval de la Danza de la Muerte que aparece en las Coplas de Manrique confirma que la muerte es una instancia democratizadora: todos, sin excepción, son llamados a danzar. Del mismo modo, Vallejo enumera a varios personajes para que integren esta danza y lo hace de la misma forma que en el poema medieval: “Basuqueros, buseros, mendigos, policías, ladrones, médicos y abogados, evangélicos y católicos, niños y niñas, hombres y mujeres, públicas y privadas, de todo probó el Ángel, todos fueron cayendo fulminados por la mano bendita, por la espada de fuego” (103).

La muerte es inminente y la fugacidad de la vida aparece en ambas obras. Sin embargo, la nueva lectura que impone Vallejo de la obra de Manrique, lo separa considerable de la elegía escrita al padre del soldado: Vallejo ríe, desacraliza y profana esta imagen de la fugacidad de la vida, pues a él no le inquieta: “…me inquieta la fugacidad de la muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar” (39). En un ambiente como Medellín, la muerte ya se vuelve una cotidianidad: existen carteles que prohíben tirar cadáveres y al saludo tradicional ‘Hola ¿cómo estás?’, le sigue “Yo ya te hacía muerto” (106).

Entonces, para seguir viviendo hay que avivarse. Así lo señala Jorge Manrique en el inicio de las Coplas a la muerte de su padre: “Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte / contemplando/ cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando […]” (Godoy 37). Pareciera ser una máxima obvia: avivarse para vivir. Obviedad que pierde todo sentido en una sociedad que está en permanente agonía y en la que se ha vuelto normal convivir y danzar con la muerte.

La ubicación geográfica y espacial adquiere una nueva resignificación a la luz de la reescritura que establece con obras españolas con las que dialoga. Así se evidencia en los espacios y sus denominaciones y la situación en la que se ubican la ciudad de arriba y la de abajo, los espacios interiores y los exteriores.

 

Ciudad arriba y ciudad abajo; espacios exteriores e interiores

La configuración de los espacios en la novela se evidencia en la distribución de la ciudad de Medellín: la ciudad de arriba y la ciudad de abajo. Bajo la denominación de un mismo nombre, se encuentran en la obra dos ciudades muy diferentes:

la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas, rodeándola. Es el abrazo de Judas. Esas barriadas circundantes levantadas sobre las laderas de las montañas son las comunas, la chispa y leña que mantienen encendido el fogón del matadero. La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a robar, a atracar, a matar. Quiero decir bajan los que quedan vivos, porque la mayoría allá arriba, allá mismo, tan cerquita de las nubes y del cielo, antes de que alcancen a bajar en su propio matadero los matan. (82)

El narrador denomina a la ciudad de abajo Medellín y la de arriba, Medallo[1]. Contrariamente, los barrios altos (desde el punto de vista geográfico) son los barrios más bajos (socialmente hablando), como por ejemplo Aranjuez: “un barrio alto pero muy bajo: alto en la montaña y bajo en mi consideración social” (43). Ni siquiera estar cerca del cielo da certeza ni posibilidad de acercarse a la divinidad, pero si así fuera, es preciso recordar que Dios, en este mundo carnavalesco, es el mayor gestor de la maldad de la tierra.

El narrador se mantiene en la ciudad de abajo, salvo en la escena cuando sube a ver a la madre de Alexis, después de ser asesinado. Así describe la miseria que ve a su alrededor: “Vi al subir los “graneros”, esas tienduchas donde venden yucas y plátanos, enrejados ¿para que no les fueran a robar la miseria? Vi las canchas de fútbol voladas sobre los rodaderos. Vi el laberinto de las calles y las empinadas escaleras. Vi abajo la otra ciudad, en el valle rumorosa” (86). La ciudad de arriba es la ciudad infernal. Cuando Fernando sube al infierno, el autor subvierte el tópico del descenso a los infiernos de Dante. Pues acá, el infierno está arriba, cerca del cielo, cerca de Dios y, por lo tanto, lo que hace Fernando es ascender al infierno.

Existe una evidente relación con Dante y su Divina Comedia (Fernández). Vallejo, a través de motivos escatológicos, ha logrado crear una interesante estética en donde la muerte y el odio se transforman en los entes principales de la acción. La ciudad descompuesta y degradada de Medellín responde al también carácter escatológico planteado por Dante en el capítulo del Infierno. En el dintel de la entrada al Infierno (Canto III) está escrito:

Por mí se va la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se llega al lugar en donde moran los que no tienen salvación; la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo a la Divina Potestad, la Suprema Sabiduría y el primer Amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! (Canto III).

Cabe preguntarse, entonces, ¿no sería esta la inscripción más apropiada que debería estar también en la puerta del infierno de Medellín, en Manrique? Pues así lo describe Fernando: “En Manrique (y lo digo por mis lectores japoneses y servo-cróatas) es donde se acaba Medellín y donde empiezan las comunas o viceversa. Es como quien dice la puerta del infierno aunque no se sepa si es de entrada o de salida, si el infierno es el que está p’allá o el que está p’acá, subiendo o bajando” (108).

Emulando el río por el que navega Caronte, que lleva y cruza las almas a sus respectivos círculos, en la novela de Vallejo se menciona al Cauca. Es el río más importante de Colombia y tiene una simbología que va de acuerdo con la temática del narcotráfico: felizmente (y eso lo hace saber el narrador) tiene una ‘u’ en medio de ‘Ca – ca’. Felizmente, porque de lo contrario sería, escatológicamente hablando, el río de los excrementos y las deposiciones. Asimismo, el río también podría tener otra lectura a la luz de las Coplas de Jorge Manrique: la imagen de un río que va a dar a la mar, que es el morir, pero en la imagen del Colombia adquiera otro cariz, para nada épico: “[…] el Cauca sigue fluyendo, fluyendo, fluyendo hacia el ancho mar que es el gran vertedero de desagües […] Lo estoy pensando en versos de arte mayor, en alejandrinos de catorce sílabas que me salen tan bien” (35-36). Jorge Manrique escribió su recordada elegía en sextillas de pie quebrado, octosilábicas. Vallejo intenta utilizar esta compleja versificación para dar a conocer las muertes acaecidas como consecuencias del ambiente narco.

El narrador habla del Cauca a propósito de la imposibilidad de subir a los barrios sin escoltas porque lo matan o lo ‘bajan’:

Y bajado el fierro le bajan los pantalones, el reloj, los tenis, la billetera y los calzoncillos si tiene o trusa. Y si opone resistencia porque éste es un país libre y democrático y aquí lo primero es el respeto a los derechos humanos, con su mismo fierro lo mandan a la otra ribera: a cruzar en pelota la laguna en la barca de Caronte. Usted verá si sube (31).

Otra irónica paradoja que responde al mundo al revés que impera en aquella sociedad: el respeto a los derechos humanos. En la sociedad en decadencia que nos presenta Vallejo, la barca de Caronte, que cruza el Cauca, está en una profunda degradación y desacralización.

Siguiendo los nueve círculos del Infierno de la Divina Comedia, pareciera que Fernando está siempre en el segundo círculo del Infierno, bajo el yugo de Minos, el cual impone como castigo perpetuo mantenerse errantes a aquellos que están en este círculo. Fernando y los sicarios son transeúntes que insoslayablemente están deambulando por la ciudad / infierno.

El eje de análisis en cuestión, arriba – abajo, también es posible aplicarlo en los espacios en los que se mueve Fernando: el apartamento y la calle. Dicotomías opuestas que también están en correlación con el arriba y el abajo. Desde las alturas de su departamento el narrador contempla la ciudad “como si fuera un dios. Cuando desciende a la calle, sin embargo, se mezcla con la multitud y readquiere su cuerpo” (Corbatta 697). Cuando está en la calle y con los pies en la tierra, vuelve a las prácticas cotidianas de la acción.

Mirar o situarse en lo alto, en una especie de atalaya, es un recurso que permite una cierta distancia, tal como lo utilizó el escritor español Mateo Alemán en su obra Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana (1604). El Guzmán es un personaje de bajeza moral que sigue la senda de los pícaros. Él ve, desde su metafórica atalaya, los vicios y la cruda e irremediable maldad humana. El situarse en la altura y mirar hacia abajo, le permiten describir el mundo hostil del pueblo y de los que habitan en él desde una posición de superioridad. El narrador de esta novela pícara posee una visión ácida y crítica de la sociedad, provocando, además, un desolador vacío en el lector sin dejar opción alguna de redención de los sujetos. Lo mismo sucede en la obra de Vallejo. Ni Fernando, ni los sicarios, tienen alguna opción. Situándose arriba o abajo, el único camino es la muerte, esa la única alternativa que se ofrece como futuro y, paradojalmente, como opción de vida.

Siguiendo con Guzmán de Alfarache es posible establecer un diálogo en torno a la visión pesimista que igualmente existe en la novela colombiana. Así describe el pícaro Guzmán el mundo que lo rodea, imagen que se proyecta perfectamente casi 400 años después en la obra de Vallejo: “Todo anda suelto, todo a priesa, todo marañado. No hallarás hombre con hombre; todos vivimos en asechanza los unos de los otros, como el gato para el ratón y la araña para la culebra, que hallándola descuidada se deja colgar de un hilo y, asiéndola de la cerviz la aprieta fuertemente, no apartándose de ella hasta que con su ponzoña la mata” (Cap. IV; I parte; Libro II). El narrador lo confirma: “Colombia es un serpentario. Aquí se arrastran venganza casadas desde generaciones […]” (35); y “a las serpientes venenosas hay que quebrarles la cabeza: o ellas o uno, así lo dispuso mi Dios…” (50).

Frente a los espacios de la dicotomía arriba – abajo aparecen los espacios exteriores e interiores. El primero es el espacio público que está plagado de muertes, de asesinatos, de ruidos provenientes de los íconos de los mass media y de las balas que zumban constantemente hasta crear una atmósfera incomprensible. Frente al espacio exterior, se encuentra el espacio interior, en el que aparentemente se anida cierta paz. Cuando el espacio interior de su departamento es invadido por la casetera, Fernando no encuentra más remedio que tirarla por el balcón. Simbólicamente lanza el ruido al exterior, porque el ruido tradicionalmente les corresponde a los espacios exteriores. Fernando trata imperiosamente de seguir este supuesto orden. Sin embargo, el ruido finalmente lo invade y termina expulsándolo metafóricamente al exterior, “el televisor de Alexis me acabó de echar a la calle” (23).

Su espacio interior (tanto físico como espiritual) termina siendo invadido por el ruido estridente del exterior: “Brisa no entraba porque brisa no había, pero sí la música, el estrépito, del hippie de al lado y sus compinches, los mamarrachos” (25). A pesar de todo, a ratos su apartamento logra convertirse en un espacio atemporal, una especie de isla en medio de la ciudad: “En lo alto de mi edificio, en las noches, mi apartamento es una isla oscura en un mar de luces” (31). Los espacios interiores de los recintos que componen la urbe aparecen recurrentemente en la obra: el interior de los taxis, los cuartos/ dormitorios, las iglesias y, como no, la morgue.

En el interior de los taxis el narrador exige a los choferes bajar el volumen de la música, de lo contrario son asesinados. Su placer es viajar en silencio entre medio del ruido: “¡Qué delicia viajar entre el ruido en el silencio! El suave ruido de afuera entraba por una ventanilla del taxi y salía por la otra purificado de agresiones personales, como filtrado por el silencio” (50). Detesta el ruido, porque “es la quemazón de las almas” (57). La música no es admitida, pues interrumpe incluso a la muerte, ejemplo de ello es cuando el ángel exterminador asesina al guardia del mausoleo-discoteca, aquél que custodiaba la casetera que tocaba los vallenatos. No obstante, la principal justificación para darle muerte no fue la música, sino que por haberlo mirado sin ninguna intención. Sea cual fuese el caso, esa mirada también invadió su íntimo espacio, su espacio interior. Es también en un cuarto, en un espacio cerrado, donde conoce e inicia las relaciones con su amante: “el cuarto de las mariposas” (10). No es casual utilizar esta denominación: el uso de las mariposas proviene el concepto eufemístico mariposón, palabra despectiva para individualizar al homosexual.

El interior de las iglesias, por su parte, otorga una aparente pasividad. A estas recurre para encontrar “paz, silencio en la penumbra” (52). Pero, en este mundo al revés, son las iglesias el lugar preferido por los delincuentes, ahí se encuentran amparados en la paz del lugar que les permite fumar marihuana, comercializar drogas, armas y tranzar sus delitos amparados bajo la atenta mirada del Señor Caído y María Auxiliadora. Si se comparan con el nombre de estas imágenes propias de la cristiandad, los sicarios caen y son auxiliados por estas manos santas.

Otro espacio interior en el que la calma impera es la morgue. En efecto, en el espacio de los muertos se encuentra la verdadera calma, ahí nadie entra a violarla ni a alterarla. Esta tranquilidad y serenidad llega incluso a la voz del propio narrador, puesto que es el único momento que Fernando narra en tercera persona, distanciándose del relato porque “necesita ser narrado” (Isola 294), al contrario de lo que sucede en el resto de la novela.

 

Narcotremendismo: Camilo José Cela y Fernando Vallejo

“Es que la sangre parece como el abono de tu vida…

Aquellas palabras se me quedaron grabadas en la cabeza como son fuego, y con fuego grabas conmigo morirá”

(Cap. 15. La Familia de Pascual Duarte)

La aplicación del tremendismo a la realidad del narcotráfico colombiano ya ha sido estudiada ampliamente por Camacho, por lo tanto, me limitaré a establecer un diálogo entre una de las obras más representativa del tremendismo español La familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela y La Virgen de los sicarios.

Para el crítico José Ortega la corriente del tremendismo pudo nacer a la luz de las circunstancias históricas literarias de la postguerra civil española. Se trataba de una época en el que el ambiente general estaba muy familiarizado con las tragedias, los horrores y la brutalidad de la vida española. Un ambiente crudo que se ve expuesto de una manera exagerada e irracional, en donde la muerte, trágica y despiadada, impera en ese nuevo orden social y moral de la postguerra. En consecuencia, los receptores y lectores de este periodo fueron los “idóneos para absorber relatos sangrientos, y Cela se los proporcionó” (Ortega 27).

El tremendismo, señala Camacho, permitió abordar los horrores y “la podredumbre física y moral de una sociedad que seguía mostrando a sus muertos como un botín de guerra” (211). El tremendismo describió a una sociedad desquiciada, ahí los muertos eran el resultado de la violencia gratuita. Situación que no dista de lo que sucede en las descripciones de las innumerables muertes en la obra colombiana.

En el contexto del tremendismo y la narcoliteratura, las relaciones hipertextuales y el diálogo entre Cela y Vallejo son evidentes: Cela narra la brutalidad experimentada durante la Guerra Civil Española en un ambiente que, por las circunstancias vividas durante este período, era posible desarrollar. Vallejo, por su parte, crea una novela que se genera también a consecuencia del conflicto social del narcotráfico y de las muertes igualmente injustificadas. En consecuencia, frente al tremendismo español, es factible hablar de narcotremendismo (Camacho) para referirse a la literatura que indaga las complejas formas del narcotráfico.

El ambiente tremendista en la novela de Cela se evidencia por “el reflejo de la violencia de la que habían sido testigos los personajes de la novela en los inmediatos años de la Guerra Civil” (Ortega 2). El narrador protagonista de la novela española, Pascual Duarte, describe de esta manera el escenario tremendista: “Se mata sin pensar, bien probado lo tengo; a veces, sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente, y se abre la navaja, y con ella bien abierta se llega, descalzo, hasta la cama donde duerme el enemigo […] Sobre la cama está echado el muerto, el que va a ser el muerto” (Cap. 12). La anterior cita bien podría corresponder al escenario en el que se mueve Fernando en Colombia, casi medio siglo después.

Para entender la obra de Cela se debe poner especial atención a los paratextos de la novela, ya que estos son los que colaboran en la construcción de la interpretación de la obra. Su protagonista, Pascual Duarte, narra desde un presente el pasado con el propósito de justificar su estado actual: está detenido y condenado a muerte por haber asesinado a un patricio, dato que se explicita exclusivamente en el epígrafe de la novela. Aparentemente es un detalle, ya que solo se le menciona en esta ocasión y en una oración. El protagonista no está condenado por todas las otras muertes directas en las que estuvo involucrado. ¿Cómo se explica aquello? Simple, más vale la muerte de un patricio que todas las de la plebe.

En el primer capítulo de la obra española, Pascual Duarte describe la situación vivida con su mascota, la Chispa, una perra perdiguera. Un día cualquiera, la conducta de su mascota cambió. Ya no se comportaba como era su naturaleza, su mirada tierna y fiel había cambiado a una mirada inquisidora. Esto le provocó una pesadumbre, pues esta misma mirada le recordaba la recriminación que había recibido de las mujeres (su madre, su mujer, Lola, y su hermana, Rosario) que lo culparon por la muerte de su hijo Pascualillo, hecho narrado posteriormente en el capítulo X:

La perra volvió a echarse frente a mí y volvió a mirarme; ahora me doy cuenta de que tenía la mirada de los confesores, escrutadora y fría […] un temblor recorrió todo mi cuerpo […] La perra seguía mirándome fija, como si no me hubiera visto nunca, como si fuese a culparme de algo de un momento a otro, y su mirada me calentaba la sangre de las venas […] Cogí la escopeta y disparé; volví a cargar y volví a disparar. La perra tenía una sangre oscura y pegajosa que se extendía poco a poco por la tierra (Cap. 1).

Por su parte, Fernando también siente la mirada inocente, pero en este caso, de un perro: “El perro me miraba. La mirada implorante de ojos dulces, inocentes, me acompañarán mientras viva, hasta el supremo instante en la que Muerte, compasiva, decida borrármela” (77). Frente a la mirada del perro, Pascual es violento, en cambio Fernando siente compasión cuando los animales son las víctimas. Las únicas almas que parecieran irse al cielo son los perros. Cuando encuentra a un perro moribundo en la quebrada y luego de dispararle, para que no sufriera, reflexiona: “[el perro] cuya almita limpia y pura se fue elevando, elevando rumbo al cielo de los perros que es al que no entraré yo porque soy parte de la porquería humana” (77). Esta es la sentencia de Fernando: los únicos que merecen su respeto son los animales; no los humanos.

La mirada del cuerpo inerte es un tema recurrente en la obra de Vallejo. A propósito de los muertos a los que se les quedan los ojos abiertos, el narrador nombra al poeta Antonio Machado “el profundo” (41) y explica que, aunque uno vea ojos, no son ojos porque el muerto ya no puede ver. Por misericordia, a uno intentó cerrarle los ojos, no obstante, se le volvían a abrir como a los muñecos. Los versos de Machado a los que hace alusión son los que pertenecen a Proverbios y Cantares CLXI: “El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas. / Es ojo porque te ve” (CLXI); y “Los ojos porque suspiras / sábelo bien / los ojos en que te miras / son ojos porque te ven” (XL).

Hay una simpatía en la obra de Vallejo hacia los animales, especialmente hacia los caballos de Medellín. Fernando se exaspera cuando ve a un carretillero que es tirado por su caballo: “Los caballos no tienen por qué trabajar, el trabajo lo hizo Dios para el hombre, hijueputa” (75). Y por el disparo de Alexis, el caballo fue libre porque su dueño cayó muerto. De esta manera Fernando reconoce el aprecio por los animales: “[…] los animales son el amor de mi vida, son mi prójimo, no tengo otro, y su sufrimiento es mi sufrimiento y no lo puedo resistir” (75).

En cambio, en el tremendismo puro, la relación con los animales es cruel y despiadada. Tremendistamente actúo Pascual contra la yegua que descabalgó a su mujer y provocó la muerte de su hijo. Pascual no dudó en hacerle pagar a la yegua la muerte de su hijo: “[…] Me eché sobre ella y la clavé; la clavé lo menos veinte veces…Tenía la piel dura […] Cuando de allí salí saqué el brazo dolido; la sangre me llegaba hasta el codo. El animalito no dijo ni pío; se limitaba a respirar más hondo y más de prisa, como cuando la echaban al macho” (Cap. 9).

El tremendismo de Cela nos presenta a personajes inhumanos e indiferentes frente a las desgracias y el dolor ajeno; el narcotremendismo de Vallejo también, aunque las muertes derivadas de los asesinatos cometidos por el propio Pascual van aumentando progresivamente en crueldad. Así termina la escena cuando inquiere a su esposa, Lola, por un hijo que no es suyo: “Estaba muerta, con la cabeza caída sobre el pecho y el pelo sobre la cara…Quedó un momento en equilibrio, sentada sobre estaba, para caer al pronto contra el suelo de la cocina, todo de guijarrillos muy pisados…” (Cap. 15).

Asimismo, describe la muerte del Estirao, sobrenombre del personaje Paco López, quien deshonró a su hermana y dejó preñada a su esposa, Lola: “Era demasiada chulería. Pisé un poco más fuerte … La carne del pecho hacía el mismo ruido que si estuviera en el asado… Empezó a arrojar sangre por la boca. Cuando me levanté, se le fue la cabeza –sin fuerza- para un lado…” (Cap. 16).

Y el asesinato contra su propia madre lo narra de esta manera: “Fue el momento mismo en que pude clavarle la hoja en la garganta… La sangre corría como desbocada y me golpeó la cara. Estaba caliente como un vientre y sabía lo mismo que la sangre de los corderos” (Cap. 19). El sacrificio del cordero. De ahí el título de la obra, La Familia de Pascual Duarte: solo se pude llamar familia por los lazos sanguíneos entre sus integrantes; la muerte de Jesús coincide con el sacrificio de los corderos pascuales; la muerte de la madre se expone como sacrificio o también cabe preguntarse si el propio Pascual se sacrifica en el mundo tremendista.

Las muertes siempre están presentes en el acontecer de Pascual Duarte y en la narcoliteratura. Cuando nació su hermano menor, Mario, su padre estaba encerrado porque había sido mordido por un perro contagiado con rabia.  Cuando fueron a sacarlo lo encontraron

arrimado contra el suelo y con un miedo en la cara que mismo parecía haber entrado en los infiernos. A mí me asustó un tanto que mi madre en vez de llorar, como esperaba, se riese, y no tuve más remedio que ahogar las lágrimas que quisieron asomarme cuando vi el cadáver, que tenía los ojos abiertos y llenos de sangre y la boca entreabierta con la lengua morada medio fuera (Cap. 4).

En la obra tremendista el ser humano aparece degradado hasta la animalización. Caso extremo que no se identifica con las descripciones explícitas de las muertes que ocurren en la cotidianidad de la obra de Vallejo. No obstante, el ambiente sigue siendo de pesadumbre y ruindad humana. La nula humanidad entre ambas obras queda patente en la idea del nulo concepto positivo de la maternidad. Vallejo describe con frialdad cuando un taxista, herido de muerte, choca con un poste llevándose a su paso a una “señora embarazada y con sus dos niñitos, la cual ya no tuvo más, truncándose así la que prometía ser una larga carrera de maternidad” (48).

El diálogo con la obra de Cela queda patente: aquí también se truncan la maternidad de su propia madre, de su hermana y de su esposa. La madre de Pascual nunca cumplió con su rol maternal.  Así se describe la corta vida del hermano menor de Pascual, Mario, que “tonto había nacido, tonto había de morir” (Cap. 4). Tenía 10 años, se arrastraba por el suelo como culebra y hacia ruidos cono rata. En sus últimos días, le salió un sarpullido en el trasero que le dejó las carnes vivas y, como si fuese poco, le devoró las orejas un guarro. Pasaba sus días por el suelo y comiendo lo que le tiraban. Su vida termina cuando el amante de su madre le da una patada por haberlo mordido. Después de esta escena “la criatura se quedó tirada todo lo larga que era y mi madre – le aseguro que me asusté en aquel momento que la vi tan ruin – no lo cogía y se reía haciéndole coro al señor Rafael” (Cap. 4).  Lo que se esperaría de una madre, queda degrada en la obra tremendista. Solo existe un haz de ilusión positivo cuando su hermana recoge del suelo al pequeño Mario, “aquel día me pareció más hermosa que nunca […]” (Cap. 4), decía Pascual. Acto seguido, la madre retoma su rol y lo acunó en su regazo “y le estuvo lamiendo la herida toda la noche, como una perra parida a los cachorros” (Cap. 4).  Este es el único momento de esperanza, cuando la humanidad sale a flote y permitió, en el caso del personaje tremendista, sonreír en el último instante antes de su muerte.

En ambas obras, pareciera que los pobres no tiene cabida ni mucho menos oportunidad de seguir existiendo, se procura que no se sigan reproduciendo, por eso la animadversión hacia las parturientas. Pascual Duarte señala: “¿Estar siempre pariendo por parir, criando estiércol?” (Cap. 15). Precisamente, esta es la justificación que tiene Fernando para apoyar el asesinato de las mujeres embarazadas: “estas putas perras paridas que pululan por todas partes con sus impúdicas barrigas en la impunidad más monstruosa” (64). Para Fernando, la única razón para dejar preñada a las mujeres es con el fin de tener un hijo que pueda vengar al padre.

En consecuencia, Fernando anula a las mujeres en una posible relación y sostiene que “la relación carnal con las mujeres es el pecado de la bestialidad” (18), por eso prefiere la relación homosexual, ya que, por un lado, evitaría la reproducción de la especie, pero por el otro, lo dejaría sin descendencia para vengar su muerte. Las mujeres (o más bien, su rol maternal) son repudiadas en ambas novelas. Basta recordar el primer encuentro sexual entre Pascual y Lola: fue en la sepultura, sobre la tierra aún blanda en la que habían enterrado recién a su hermano.

Los niños tampoco tienen lugar ni en el tremendismo ni en el narcotremendismo; para terminar con la delincuencia es preciso exterminar la niñez: Mario muere después de la patada; mueren también los dos hijos de Pascual, uno abortado y el otro, Pascualillo, a los pocos meses de vida. En la novela de Vallejo, los niños tampoco logran sobrevivir por mucho tiempo y los que sí lo hacen, ya a los doce años son considerados viejos, quedándoles “tan poquito de vida…” (28).

Finalmente, la sangre tiñe y se escurre en cada escena de la obra española. Frente a los crímenes cometidos por Pascual, su esposa le recrimina: “Es que la sangre parece como el abono de tu vida” (Cap. 15). Sentencia que pareciera ser el grito de batalla del narcotremendismo de Vallejo. El sicario vive para asesinar; la sangre vertida se transforma en el acicate que permite las acciones cotidianas del diario vivir. El morir y el matar, sin importar a quién (sean estos niños, mujeres, taxistas, delincuentes, policías, sicarios, etc.), se convierten en el hilo conductor de la diégesis de la novela.  Matar y morir gratuitamente es la bandera de lucha de estos “héroes revesados” (Salinas).

En la novela colombiana se describe “Parir y pedir, matar y morar, tal su miserable sino” (84); y la española el narrador confiesa: “Empezamos a sentir el odio que nos mata; ya no aguantamos el mirar; nos duele la conciencia, pero ¡no importa!, ¡más vale que duela! Nos escuecen los ojos, que se llenan de un agua venenosa cuando miramos fuerte […]” (Cap. 19).

Una y otra, hablan de la degradación con cruda irreverencia. ¿Por qué se llegó a esto?  Tratando de responder a esta pregunta, Pascual Duarte inicia su novela, cual confesión, con la siguiente justificación: “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo” (Cap. 1). Es decir, el sujeto no es malo solo por su naturaleza, sino que responde a lo que sociedad hizo de él. En cambio, en la novela colombiana, el narrador sentencia al sujeto por el solo hecho de haber nacido, sin la oportunidad de redimirse: “Aquí nadie es inocente, cerdos. Lo matamos por chichipato, por bazofia, por basura, por existir” (28). En resumen, paradojalmente la muerte es la justificación su existencia.

 

Aparente cierre (o para seguir discutiendo)

El autor, Fernando Vallejo, baja del pedestal a las figuras canónicas para vestirlos y travestirlos con otros ropajes. Este procedimiento le permite ser coherente con la descomposición del lugar. Como en un carnaval, subvierte los órdenes y entroniza al sicario como el verdadero rey que gobierna la ciudad, un monarca que es custodiado por su séquito y por sus damas de honor: la muerte y la violencia.

La novela se convierte en un desafío permanente al lector desde el principio hasta el final. El autor provoca al receptor puesto que intencionalmente establece relaciones y diálogos con otras obras literarias de las que se nutre y desacraliza constantemente. El narrador pretende que el lector despeje las incógnitas de estas relaciones, para eso necesita que esté atento y activo. Incluso pretende que, nosotros, los lectores nos pongamos de su lado, seamos sus cómplices o sus camaradas.  Esta obra no es para el receptor pasivo, ese que se limita a contemplar sentado en un cómodo sillón el devenir del relato. No, la obra ataca y ‘dispara’ con sus hipertextos y obliga a que el lector interprete y esté atento para esquivar ‘las balas’, metafórica y simbólicamente hablando, claro está.

 

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[1] Es importante advertir que el mismo narrador expone una degeneración del lenguaje: Medellín, Medallo y Metrallo (46). Por extensión a ‘Metrallo’ se propone la expresión ‘metralla’. Esta última es definida por el DRAE como la “munición menuda con que se cargan las piezas de artillería, proyectiles y bombas, y actualmente otros explosivos; el conjunto de cosas inútiles o desechadas; conjunto de pedazos menudos de hierro colocado que saltan fuera de los moldes al hacer los lingotes” [https://dle.rae.es/?id=P81LtAD]. Así es, la ciudad está integrada por personas ya cosificadas, inútiles y por individuos desechados y desechables. Y en este contexto, son las municiones las que alimentan las armas de estos personajes también desplazados e inservibles.

 

 

Raquel Villalobos Lara. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánica, Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Doctora en Literatura Chilena e Hispanoamericana de la U. de Chile (becaria Conicyt). Profesora asociada de Literatura en el Departamento de Castellano de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Imparte docencia en pregrado y postgrado en diversas universidades en los cursos de lenguaje y didáctica del lenguaje, metodología, seminario y guía de tesis de pre y posgrado. Responsable del proyecto de investigación en torno al libro, la lectura y/o escritura del Fondo del Libro y la Lectura del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio del Gobierno de Chile., folio 537370. Ha participado en diversos congresos nacionales e internacionales sobre sus temáticas en estudio. Actualmente, sus líneas de investigación son innovación y estrategias interculturales en el área de lenguaje.

El zoológico neoliberal en tres novelas con tema narco

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Ramón Gerónimo Olvera
Universidad Autónoma de Chihuahua
rolvera@uach.mx

 

Resumen

El presente artículo -a partir de la propuesta teórica de Pierre Bourdieu para entender el neoliberalismo- traza una correlación con las novelas Cocaína, Manual de Usuario de Julián Herbert, Fiesta en la madriguera de Juan Pablo Villalobos y El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez. Se analiza la forma en que el neoliberalismo participa de manera no explícita en la construcción de los imaginarios de estas tres obras literarias. Además, se abordan algunas ideas del concepto de animalidad en Georges Bataille y la forma en que los animales aparecen representados en estas obras literarias, para mostrar cómo la idea de la risa, la tortura y el sacrificio son rasgos comunes que en el plano de la existencia nos unen y desvinculan con lo animal.

Palabras clave: Narcoliteratura; Violencia; Narrativa; Neoliberalismo.

 

Abstract

This article -is part of a theoretical proposal of Pierre Bourdieu in order to understand neoliberalism- draws a correlation with the following novels: Cocaína, manual del usuario of Julián Herbert, Fiesta en la madriguera of Juan Pablo Villalobos, and El ruido de las cosas al caer of Juan Gabriel Vásquez. On these novels is analyzed the way in which neoliberalism participates on a ample or not, different ways on the construction of the imaginaries of these 3 literary pieces. They are also addressed regarding George Bataille’s animality concept in a way that animals are represented on these literary works, showing how the idea of laughter , torture and sacrifice are common traits that on a plane of existence unite and unlink us with animal.

Keywords: Drug trafficking literature; Violence; Narrative; Neoliberalism

 

  

Introducción  

Delimitar el tema del narcotráfico y las expresiones culturales que se originan a partir del mismo, es tarea muy compleja. Sin embargo, para fines de este artículo conviene tener en claro lo que plantea Günter Maihold: “Si hoy día se habla del “narco”, habrá que entenderlo no solamente fuera del Estado, sino también dentro de las estructuras estatales que han logrado penetrar y utilizar en favor de sus intereses” (9). Esta definición puntualiza el Estado-Nación desdibujado por la franquicia. Pensar fuera del Estado era el gran reto que nos planteó Hegel, pero ahora pensar fuera del mercado y distinguir para fines reales lo lícito y lo ilícito significa un reto para la ciencia política.

La aguda labor de Omar Rincón para dilucidar el tema es fundamental cuando nos dice: “Lo narco es una estética, una forma de pensar, una ética del triunfo rápido, un gusto excesivo y una cultura de ostentación. Una cultura del todo se vale para salir de pobre, una afirmación pública de que para qué se es rico sino es para lucirlo y exhibirlo” (16). El ethos en la sociedad tercermundista, mezclado con el capitalismo exacerbado, produce una especie de kitsch muy especial en Latinoamérica; donde aparece el melodrama como justificante de todas las narrativas de la violencia, el Estado incapaz de atender la realidad pero sí de generar un catecismo sobre la ficción, el mundo narco que primero tomó elementos de la realidad para adaptarlos a la forma propia y ahora la realidad externa al narco en lo estético se ve seducida y termina cediendo a sus patrones estéticos.

Para el presente artículo se seleccionaron tres novelas muy relevantes en la narrativa de tema sobre el narco. La primera es Cocaína (Manual de Usuario) (2009) de la autoría de Julián Herbert. Sobre ella dice Véronique Pitois Pallares: “El malestar existencial del brillante Sherlock Holmes se hace manifiesto en las dos vías alternativas de escape que explora: soñarse otro, o fugarse de sí mismo” (87), la obra fue elegida por su tono cínico, metatextual y de un cierto intimismo posmoderno, donde el personaje carece de pudor pero nos transmite su mundo con tonos estrictamente intimistas, en una “una poética de la revelación inacabada, imposible y siempre fallida” (Pitois Pallares 95).

El libro es el deambular de un adicto que va desde el consumo eufórico hasta la resaca. En este trayecto estamos ante una buena prosa, que toma forma de crónica, poesía y pastiche. El autor hace de su caos un universo compartible, que si bien no da margen a extraer contundentes conclusiones, sí se abre generoso al diálogo. Este texto nos permite entrecruzarlo con las ideas del neoliberalismo/consumo de Bourdieu y el perico nos da pie a interpretarlo desde la risa de Bataille.

En Fiesta en la madriguera Juan Pablo Villalobos nos pone frente a un libro arriesgado, que en parte deconstruye Cartucho de Nellie Campobello. Orfa Kelita Vanegas nos dice que la novela “capta la novedad del enfoque narrativo, que, desde una perspectiva infantil, significa un imaginario “narco” del mal” (89), el texto nos habla de la “malignidad radical” (91) en donde “la víctima es cosificada o animalizada” (95). El neoliberalismo se aprecia a lo largo de toda la novela, tanto en sus atmósferas como en las motivaciones de los personajes, como son la acumulación ciega de la riqueza y el papel remplazable del ser humano. La obsesión del protagonista por un animal excéntrico permite entablar un diálogo con ideas sobre la animalidad de Bataille.

El ruido de las cosas al caer (2011) de Juan Gabriel Vásquez es un referente sobre el tema. Paola Fernández nos habla de una “apuesta estética” fuera de lo “estridente” donde se puede ver el tema de la “conciencia histórica” y en su caso la aborda desde la obra de Ricoeur. El narrador, a través de la nostalgia, nos permite ver los inicios del modelo neoliberal en su infiltración en el campo colombiano, pasando por la guerra desquiciada de la época de Pablo. Además, da una importancia simbólica muy relevante a los hipopótamos de Escobar.

Aunque existen muchos teóricos del neoliberalismo, se privilegió a Pierre Bourdieu porque, si bien su mirada toma el ángulo económico del tema, la profundidad de su análisis social permite darles a las obras literarias un marco de interpretación más amplio. La obra de Bataille es el marco elegido para la animalidad; por supuesto, la obra de Rene Girard o Mircea Eliade son magníficas, se optó por Bataille porque para el pensador francés hay una triada entre violencia/animalidad/mito y considero que esta visión me permite destacar algunos rasgos de las obras.

 

Del Neoliberalismo y Pablo Escobar 

Para situarnos frente al neoliberalismo hay hechos en el orden histórico que bien nos pueden servir de marco; la imposición mediante un golpe de Estado de Augusto Pinochet y con ello crear un laboratorio para experimentar con el modelo en el tercer mundo, la política de austeridad asfixiante de Margaret Thatcher, la caída del Muro de Berlín, la doctrina de  los “chicago boys” gobernando en gran parte de Latinoamérica, verbigracia el Tratado de Libre Comercio de México con Estados Unidos de Norteamérica, el avance de Fujimori en la consolidación de un modelo que terminó por acrecentar la desigualdad, las bases militares norteamericanas en Colombia, internet como forma por excelencia para entender la economía, la caída de las Torres Gemelas, entre otros sucesos y, sobre todo, las privatizaciones como dogma del crecimiento económico.

Ante tal variedad de fenómenos, resulta difícil otorgarle un rasgo único y definitorio al concepto de neoliberalismo. Su invocación -tan recurrente lo mismo en el lenguaje académico que en los mass media– corre el riesgo de volverse difusa y por ello insolvente para explicar la naturaleza del concepto. Pero también debemos tener en mente que estos hechos históricos nos permiten dar contexto a estás puntuales preguntas: ¿Qué se entiende por neoliberalismo? ¿Qué características adopta según el contexto donde se formule la pregunta? ¿Cómo participa la narrativa con tema de narcotráfico con esto?

Es necesario dejar por sentado tres referentes para entender a cabalidad el neoliberalismo: Primero, la caída del socialismo real y con ello el pensamiento utópico y libertario. Segundo, a partir de la revisión de las verdades esenciales en la Filosofía (Dios, Verdad, Belleza) se instauró una forma conceptual de entender la realidad situada en el simulacro (Baudrillard) o la de entender las grandes concepciones sistémicas como meta-relatos de la modernidad en crisis (Lyotard). Tercero, La Diosa Razón remplazaría la antigua fe. Con el derrumbe de la racionalidad ilustrada, queda entonces el mercado, ya no como una suerte de intercambio de bienes y servicios sino como el centro de la interacción social y un sustituto de los grandes relatos.

Pierre Bourdieu, si bien retoma elementos vinculados al Marxismo, en su modelo explicativo introduce categorías como habitus, campus y capital, mirando este último desde una manera novedosa sin tener prejuicios sobre el término o necesariamente encasillarlo en la explotación. Una característica general que plantea el autor francés es que el neoliberalismo es una teoría desocializada y deshistorizada. Karl Popper en su crítica al historicismo y su interés por las sociedades abiertas, ya gestaba un clima conceptual para entender que la preeminencia del neoliberalismo acota al mínimo al sujeto histórico y con ello desvanece anhelos vinculantes para el orden comunitario. El mercado en su flujo incesante no necesita de los rastros de lo humano, en aras del imperio de la novedad le resultan estorbosos.

Hegel realizó un sistema donde coloca a la razón en el pedestal último de la dialéctica y dicha operación se concreta en la figura del Estado. Este paradigma es fundamental para entender la primera mitad del siglo. Sólo con un Estado Nación fuerte y una identidad nacional exaltada podemos entender los enfrentamientos bélicos de las dos grandes guerras mundiales. En ese mismo contexto, podemos entender los estudios literarios centrados en lo nacional y regional como si estas categorías fueran claramente identificables.

Pero el Estado que imaginaba Hegel como punto de conclusión en su dialéctica, se vio superado. La naturaleza del mercado, en manos de las transnacionales fue reduciendo el Estado en su alcance y misión como regulador del orden social. La sociedad de consumo es un reflejo concreto de esto. El consumo como orden generador permeó en todos los campos humanos, la cultura, la religiosidad, las artes. El espíritu de consumo y la doble moral pronto encontraron maridaje. Un ejemplo es la Navidad, época de las buenas conciencias. En el epicentro de Madrid, a la luz de las compras para recibir a papá Noel, por encima del “Corte inglés”, cercano a McDonalds aparecía una imagen de Pablo Escobar con la frase “Oh, Blanca Navidad”. El demonio emergía en el espacio divino. O por la fuerza del mercado, la Navidad se tornaba demoniaca. La sociedad de mercado, de las multinacionales, horrorizada clamaba que un narcotraficante, apareciera así de pronto a perturbar el canto de los villancicos y los regalos ostentosos. Pablo en el trasiego de papá Noel, llevado a todo el globo terráqueo por Netflix.

La huella colonial sigue intacta en múltiples regiones y sectores de América Latina. Sin embargo, recurre a una época que pudiera sonar idílica, para términos de narrar lo narco, cuando eran “buenos”, “patriotas”, “protectores” y “católicos”, bien podríamos referir nuestro tiempo a Antes de Pablo y Después de Pablo. En realidad, si la Coca-Cola fue uno de los símbolos del capitalismo de la posguerra y los baby boomers, tónico que por cierto en sus primeras letras no oculta su aspiración. Ahora en este mundo posmoderno, donde todo está en deconstrucción -hasta las prendas mismas de vestir- aparecía Pablo para recordarnos que en la sociedad del vacío, él es el rey y el narcotráfico es el nuevo evangelio para entender nuestro mundo en el código global ¡Oh, Blanca Navidad!

 

El neoliberalismo y la literatura sobre el narco 

1. Bourdieu nos habla del neoliberalismo como un “programa de destrucción sistemática de los colectivos”. En El ruido de las cosas al caer esto se aprecia con mucha claridad: “Había en Maya Fritts una naturalidad que yo nunca había visto, y que desde luego era muy distinta del puritanismo de los bogotanos, capaces de pasarse la vida entera fingiendo que nunca han cagado”. (Vásquez 78). Hay una demarcación socio-geográfica muy interesante, la forma de ser de los Bogotanos, vistos como “rolos” o “cachachos” se contrapone radicalmente con los habitantes del interior del país. La caracterización del bogotano como puritano y cercano a la doble moral. Hay, pues, en la novela muchos países a ser narrados. Luego el autor comenta: “Elaine se quejaba de esto en las noches, en su cama matrimonial, y luego se quejaba de que en Colombia todos los ciudadanos fueran políticos pero ningún político quisiera hacer nada por los ciudadanos” (Vásquez 107).

En la construcción del sujeto moderno, se parte de la idea heredada por Rousseau donde la persona cede algo de su libertad en pos de tener seguridad. El contrato social que dio origen al concepto de ciudadanía, sin embargo, en la realidad colombiana -en gran parte de América Latina- dicho pacto fue incumplido y es violentado permanentemente por todas las partes. Este deterioro institucional y lo frágil del proyecto nacional, llevaron a la realidad terrible de los noventas que recupera el autor: “Vivir así, pendiente de la posibilidad de que se nos hayan muerto los otros, pendiente de tranquilizar a los otros para que no crean que uno está entre los muertos. Vivíamos en casas particulares, ¿se acuerda? Evitábamos los lugares públicos. Casas de amigos, de amigos de amigos, casas de conocidos remotos, cualquier casa era preferible a un lugar público” (Vásquez 142).

Se aprecia con toda claridad el fin de los espacios públicos, entendidos como lugares de vertebración social y encuentro humanos (parques, centros comerciales, estaciones del transporte) son apropiados por el narcotráfico. Lo mismo en el plano real que en el imaginario, la ciudad letrada se postra al mercado que tiene en el narcotráfico su punto más evidente y monstruoso. Las ciudades primero tuvieron una nomenclatura marcada por el Estado como los héroes nacionales dignos de culto para el poder en turno, luego cedió sus espacios a la publicidad de los negocios lícitos, para culminar en la apropiación real del narcotráfico, tanto por el estruendo de la pelea de territorios, como en la forma de re/cordar y re/construir la memoria. Es común en las ciudades más golpeadas por el narcotráfico que las señas de ubicación sean ya el lugar de una balacera, ejecución o secuestro. El narco turismo lo corrobora.

2. Bourdieu nos menciona otro rasgo del neoliberalismo que denomina la “Lógica del mercado puro”, la preminencia del acto de consumo que se caracteriza por lo fugaz, lo inestable y lo evanescente. En Cocaína (Manual de Usuario) con Herbert podemos apreciar, sin que este sea su propósito, las etiquetas comerciales, que ya aparecen de forma espontánea: “Voy al baño, me seco el sudor con unos kleenex y me doy una larga, larga raya”. (33)

Antes de inhalar no es un papel cualquiera el que le facilita quitarse el sudor. Son los kleenex. Y en ese mismo orden continúa: “Luego trato de calcular cuántos boletos de avión he aspirado y fumado a lo largo de los últimos años. […] Él le explica por qué resulta tan fantástico el disco de Le peuple del‘ herbe que recién adquirió en la FNAC de Champ Élysées, una edición que de seguro tardará meses en llegar, si es que llega, a las tiendas de McAllen y Laredo”. (34)

El libro es un ejemplo de intertextualidad, pero valga decir que el énfasis de ésta se centra en la lógica de la sociedad de mercado, caracterizada no sólo por el consumo sino por el fetiche del mismo, esto se aprecia por ejemplo con el disco que desea comprar. Mismo que tiene más valor por el lugar donde ha sido comprado. El texto es una suerte de zapping televisivo, donde el consumo de la cocaína va de la mano con la aparición de múltiples objetos de deseo trivial e instantáneo, que terminan por cosificar al cuerpo: “Junto a mí percibo el cuerpo de una mujer en bata de baño -podría tratarse de mi novia, aunque lo dudo: no escucho el ruido de la secadora. También podría tratarse de la cuarentona que anoche olía a Coco Chanel y ahora apesta a vodka viejo, igual que el resto de la casa”. (35)

Dentro del mundo del espectáculo es conocida la frase de Marilyn Monroe cuando afirmó “La gente me pregunta si duermo con pijama y yo respondo: Chanel N º 5, porque es la verdad… ¡No voy a decir desnuda! ¡Pero es la verdad!” (El País) acá se filtra esa remembranza para referir a la mujer, donde su cuerpo y el placer son definidos por una fragancia en específico, para luego quedar en las papilas olfativas como vodka viejo.

Herbert tiene variados registros narrativos. El libro inicia en el tono de los manuales frecuentes en los grandes corporativos, que a fuerza de ser explícito insultan la inteligencia de quien los escucha. Ante esto hay fina ironía: “Durante cien años hemos contado con la preferencia de un sinnúmero de clientes a lo largo y ancho de la geografía internacional, así que no exageremos al decir, con orgullo, que nuestra recomendación es la historia reciente del mundo”. (21) Y posteriormente nos hace vagar por un juego divertido por algunos de los clásicos de la historia de la humanidad, donde nos muestran los mil rostros del narrador, el vértigo del cambio en los estados de ánimo y la imposibilidad de reconocer su rostro. La ética del valemadrismo puro.

3. Bourdieu nos da otra característica del neoliberalismo, el “ejército de reserva de mano de obra domesticado por la precarización” (párr. 10), aquí el adicto es una figura global. Sin embargo, los países donde se lleva a cabo el proceso primario del narcotráfico están claramente identificados, la mayoría en países del tercer mundo. Si un enorme porcentaje de las economías de América Latina tienen vínculo con el narcotráfico, va aparejado con el fallido proyecto de nación implementado en estos lugares. El declive del campo, con la siembra de lo lícito, se transforma en los campos de amapola. La imposibilidad de hacer negocio por las vías legales se traduce en el lavado de dinero; la pauperización de las zonas marginadas de las ciudades se vuelve la gigante reserva de sicarios. En la novela de Juan Pablo Villalobos, el niño narrador de la obra registra así la vida y la muerte:

Deberíamos jugar el juego de los balazos diciendo el número de balazos, la parte del cuerpo y el tamaño de la bala. No es lo mismo un orificio pequeño, por donde tardaría cinco días en escaparse toda la sangre, que un orificio gigante, por donde tardaría cinco segundos. También encontré una pistola pequeñita con unas balas tan minúsculas que si te dan en el corazón setenta balazos no te hacen cadáver. (46)

Durante toda la novela trata de encontrar similitudes y diferencias entre un vivo y un cadáver. El estado de cadáver que se tiene en el mundo del narcotráfico está lejano de una vida digna, pero también de una muerte decorosa. Esta precarización nos hace entender los descubrimientos de las fosas clandestinas con cuerpos imposibles de identificar.

La novela con tema de narcotráfico en México se inscribe en una tradición y tiene vínculos con la novela de la Revolución Mexicana. Villalobos tiene cercanía con La Fiesta de las balas de Martin Luis Guzmán: “—Sí, pero antes entéralos bien del asunto: en cuanto asomen por la puerta yo empezaré a dispararles, los que lleguen a la barda y la salten quedan libres. Si alguno no quiere entrar, tú métele bala”. (Guzmán 13)

Rodolfo Fierro, alias “El carnicero”, temido soldado de Francisco Villa, se transmuta a los ojos de un niño del siglo XXI que trivializa de la misma manera la muerte.

4. En Tiempos Modernos, Chaplin ya vislumbraba la mecanización y su injerencia en el cuerpo social, pero también en el cuerpo físico. Bourdieu nos dice otra característica del neoliberalismo donde “la realidad una suerte de maquinaria infernal, cuya necesidad se impone a los mismos dominadores” (párr. 12).

En todos los casos la prevalencia del negocio está por encima de la persona y la propia familia. En la serie televisiva El señor de los cielos el protagonista constantemente menciona “primero lo que deja y después lo que apendeja”, el alcohol, las mujeres, la parranda con los amigos son placeres que deben ser pospuestos ante el negocio. Para ahondar en este tema es fundamental el libro No mirar. Tres razones para defender las narcoseries de Ainhoa Vásquez Mejías.

Julian Herbert sintetiza así el reinado de las drogas, en el tiempo del capitalismo tardío y el neoliberalismo: “Durante cien años hemos contado con la preferencia de un sinnúmero de clientes a lo largo y ancho de la geografía internacional, así que no exageramos al decir, con orgullo, que nuestra mejor carta de recomendación es la historia reciente del mundo”. (21)

En El ruido de las cosas al caer apreciamos una ética del trabajo de los primeros intentos de industrializar la droga, donde hay todo un proceso de aprendizaje para introducir la siembra y comercialización de la droga. Se trabaja sin cesar para construir un negocio donde, como todos los grandes sueños, deviene en pesadilla.

La maquinaria infernal de Fiesta en la madriguera se aprecia en su aspecto más doloroso: la infancia que no conoce otro destino fuera del narco. Tochtli vive en un mundo donde apenas conoce un puñado de personas y a partir de este microuniverso la tortura, la traición, el asesinato, son su único código de conducta, lo que lo hermana con los niños de las barriadas en pobreza extrema. Su ideal de destino es el mismo. Desde diferentes planos y en diferentes piezas todos forman parte de la misma maquinaria.

En el ensayo Las elites neoliberales de Alejandra Salas Porras nos menciona: “Los grupos económicos pueden movilizar a su favor el capital económico, político y social que concentran, dado que se mueven con naturalidad y seguridad en varios mundos simultáneamente, a la vez gracias al control que ejercen sobre el conocimiento de dichos mundos, tienen la capacidad de mediar entre ellos y maximar su posición”. (283) En la narrativa jurídica de la lucha contra las drogas, se postula como una única salida la prohibición, este discurso ha beneficiado a las redes de producción y al narcotráfico. Pero tras este falso dilema: permitir/prohibir hay un juego muy claro de mediación donde participan diversos actores, sobre todo políticos y empresariales. En los países de alto consumo el tema de la drogadicción y la falta de estupefacientes es asunto de Salud Pública y Seguridad Nacional. En ese sentido es muy valioso El ruido de las cosas al caer, ya que por un lado está la introducción de capital estadounidense con la siembra a gran escala donde “Les había cambiado la vida a los campesinos […] estaban ganando mejor que nunca y con menos trabajo, gracias a la hierba” (Vásquez 113), lo que después desembocaría en el narco estado.

Pero al mismo tiempo “Nixon utilizaba por primera vez las palabras guerra contra las drogas en un discurso público” (Vásquez 117), con esto se ve la doble moral neoliberal, acelerar el mercado y el consumo y por el otro “perseguirlo” donde más bien la prohibición ayuda a fijar los precios globales a su antojo y de paso bajo la carátula de guerra contra las drogas, endeudar países, hacer un negocio gigante del cohecho y minar las soberanías nacionales. De nuevo, la franquicia por encima del Estado.

Bourdieu ve en lo neoliberal una “utopía” y el neoliberalismo sería “un programa político”; sería una utopía anulatoria. Un punto final a la Historia. Una mitad subyugadora y la otra frágil. Una utopía de exterioridad capaz de incorporar su crítica. El neoliberalismo como ente autoinmune que genera sus anticuerpos. Al igual que el Estado Hegeliano estamos ante la imposibilidad de ver por fuera del mercado.

 

Reflexiones sobre la animalidad  

El sujeto moderno es una construcción política en tanto que facilita y favorece procesos económicos, pero también es una entidad epistemológica donde se ofrece una versión concreta de la lucha de las ideas a lo largo del devenir del tiempo. La dualidad es uno de los rasgos primordiales. Una de sus fuentes es la obra de Descartes, quien nos dice en la Meditación Sexta:

tengo un cuerpo al que estoy estrechamente unido, con todo, puesto que, por una parte, tengo una idea clara y distinta de mí mismo, en cuanto que yo soy sólo una cosa que piensa —y no extensa—, y, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo, en cuanto que él es sólo una cosa extensa —y no pensante—, es cierto entonces que ese yo (es decir, mi alma, por la cual soy lo que soy), es enteramente distinto de mi cuerpo, y que puede existir sin él (66)

Esta idea de la conciencia dislocada del cuerpo tiene una raíz en cierta visión del cristianismo, heredada del platonismo, donde se valora el cuerpo como una carga, cárcel u obstáculo para alcanzar el topos uranos o el paraíso. Descartes va a poner énfasis en la racionalidad como el elemento que mueve a la historia y que es el elemento constitutivo del ser. A raíz de diversos movimientos como el Siglo de las Luces, la Revolución Industrial, el Capitalismo y el Socialismo, la idea dualista cobró mayor fortaleza. En términos epistémicos, ya sea para el positivismo o los diversos tipos de racionalismos, investigar y conocer significaba aislar y descontextualizar del entorno, para encontrar explicaciones y patrones reproducibles. Mutilar para conocer.

Natalia Loro hace una revisión de la obra de Bataille, en ella nos menciona un elemento interesante: “La diferencia entre lo humano y lo animal es el mito. El animal no participa de esto de manera consciente, pero su presencia es obligada para que el ser humana construya este elemento” (54). En la narrativa evolucionista, el racionalismo encontró argumentos para la anulación animal de lo humano. Sin embargo, Bataille no cae en este reduccionismo, si bien por su influencia hegeliana reconoce el valor de la racionalidad en la historia, también su asimilación de la obra de Nietzsche encuentra motivos para acotarlo.

Para el pensador francés, tenemos una animalidad irresuelta, la conciencia nos da la posibilidad de percibirle como algo por fuera, pero los sentidos y los impulsos nos la recuerdan vivencialmente. En realidad, la animalidad aparece como “inmediatez e inmanencia” (58) según lo refiere Loro y estas dos características son justo las que terminan poniendo en jaque a los grandes sistemas racionales. La autora sintetiza: “Sin embargo, la animalidad propone un enigma al pensamiento, pues está a medio camino de nuestra conciencia, sin convertirse por ello en una cosa” (59). Este medio camino, se funda nuestra imposibilidad de volver a la animalidad plena, pero tampoco a la racionalidad trascendente. En este medio camino el animal no humano es el lugar de tránsito para que suceda el mito y con ello la construcción identitaria de lo que somos.

 

Animalidad en Cocaína (Manual de usuario) 

Durante muchos siglos la risa fue contenida entre los temas menores en la Filosofía. Henry Bergson inaugura el siglo XX con un estudio enfocado al tema. Georges Bataille hará apuntes complejos y certeros sobre la risa, de entre los cuales se debe subrayar que el acto de reír no está entre el catálogo de acciones de los animales. La risa, entre sus múltiples dimensiones, tiene amplio calado en la posibilidad de torcer al lenguaje de su acto comunicativo-pragmático, para situarlo en un espacio alterno. Ocasión que se alberga con facilidad en el habla popular y las artes.

La novela de Herbert parte de una concepción paródica de la droga con sus mundos: los adictos, los narcotraficantes y el habitus social donde se da. Pero también extiende esto al propio narrador, quien envuelto en el imaginario de los libros y ante el consumo de la droga se ve sumergido en la textualidad demoledora, en las frases en apariencia inconexas que conforme se avanza el libro se constituyen en atmósfera: “Llámenme Ismael: estoy sentado en Baker Street, junto a la chimenea, tratando de cazar con mis palabras a un animal blanco y enorme. Mide casi una legua, su cola es pura espuma, sus ojos tienen la pesadez y el brillo de la sal más brava. Es un animal que se asusta y enfurece, que mata ciegamente…” (13). Él no va buscando a Moby-Dick, en realidad no busca nada. Sin embargo, está metido en un viaje, tan alucinante como los “Zapatistas en el baño de mi casa”:

Luego de discutir

de golpearse

de hablar mal del gobierno

de censurar a marcos

de alabar de la dictadura proletaria de la esquina

luego de cabecear de vomitar regurgitar

de carraspear

de abofetearse

nuevamente

mutuamente hasta la sangre

hasta los belfos

luego de asegurarme que Zapata había sido

maricón

se fueron por fin con esa cruda

que sólo da a las diez de la mañana

se fueron dejando como única prenda

como único recuerdo

un caset de los Violente Femmes (58).

El Zapatismo fue durante mucho tiempo el discurso contestatario contra el neoliberalismo y el sistema de partidos, se ve parodiado por las alusiones del adicto. Su discurso libertario se reduce a todos los demás clichés del vacío neoliberal. Este tono es la constante del libro. Silvia Lippi en su estudio sobre la risa en Bataille, nos dice: “El chiste es un significante, pero un significante especial: no quiere ir en pareja, no quiere dar sentido como lo hacen sus semejantes. Es un significante que transgrede las leyes del lenguaje. Transgrede la ley hasta “golpear” el cuerpo: el cuerpo del que produce el chiste y del que lo escucha, cuerpos que reaccionan al chiste riéndose”. (137)

Justo es el mérito del libro, transgrede todo el universo de la cocaína, parece que lo hace bajo esta consigna que aparece en el libro: “No hay peor sobredosis que la realidad. El hombre no soporta demasiada realidad.” (Herbert 50) La droga es entonces, parte de un mercado global que alcanza a todos los niveles sociales, aunque por supuesto hay niveles: “Nunca hubiera podido conocer la cocaína si me dedicara a otra cosa. Es bastante cara” (68). Pero además hay una necesidad de evasión insertada en lo humano desde su naturaleza misma, por eso el consumo no escapa ni de época, ni de formas de organización social.

El animal no ríe, porque no hay construcción lingüística compleja, porque no hay sentido de la memoria y porque siguiendo a Bataille, la risa es una especie de desafío a lo divino desde el plano de la inmanencia. Pero el animal no ríe porque no tiene una idea clara del espejo. Así lo expresa Lippi: “Reír quiere decir exponer el flanco al otro, mostrar y aceptar su ser falaz, la falta, inevitable en todo hombre.” (144).

Herbert nos dice: “Vomité frente al espejo. Era como si escupiera las encías. Luego recuperé un poco de conciencia: tenía los párpados apretados y lágrimas de risa rondando por las mejillas”. (19). El desdoblamiento, por un lado animal, por otro con el sentido de la tragedia, pero no como quien se siente desesperado por la falta de sentido sino porque ante ésta no le queda sino una risa lúgubre, que nos distancia del animal pero que nos recuerda que una parte nuestra pertenece a este reino.

En referencia directa a un animal nos dice Herbert al final del libro: “Ismael se encierra en el baño y vomita. Después se enjuaga la boca, lee esta frase rotulada en el muro: PROHIBIDO EL PERICO Y CUALQUIER OTRA CLASE DE ANIMAL EXÓTICO.” (87) ¿Por qué el animal del perico representa a la cocaína?

En el imaginario, quien anda bajo los efectos de la cocaína, es fuerte, poderoso y con impulso de arrebato. Sin embargo, el perico es un animal frágil, nervioso y ridículo. Una extensión de quien lo consume. Además, el perico es un animal que imita el habla humana, la parodia porque la puede repetir con precisión, pero arroja significantes sin significado mientras la grita. Similar al diálogo de quien está bajo fuerte dosis de la droga. En ambos casos, ante la sobredosis o la alucinación se proyecta lo frágil que puede llegar a ser una palabra.

 

Fiesta en la madriguera 

Así, someramente hemos planteado el dualismo en el terreno de la abstracción y la forma en que trata de distanciarnos -sin lograrlo- de nuestra animalidad. Villalobos en su novela nos plantea una dualidad mucho más concreta: “Yo creo que los franceses son buenas personas porque inventaron la guillotina. […] En la guillotina colocan una cesta debajo de la cabeza del rey. Luego los franceses dejan caer la navaja y la cabeza cortada del rey cae en la cesta. Por eso me caen bien los franceses, que son tan delicados” (21). El hito culminante de la modernidad y del hombre libre es la Revolución Francesa.  La proclama de la Declaración Universal de los Derechos Humanos venía aparejada con el descubrimiento de la guillotina. Prueba más de que el discurso civilizatorio no puede desprenderse de la animalidad.

Nos dice Bataille: “La guerra, diferente de la violencia animal, desarrolló una crueldad de la que las alimañas son incapaces” (82), esto se aprecia en Fiesta en la Madriguera, si bien es una guerra de baja intensidad como la que vive México, si se aprecia el descontrol: “Hablando del cerebro, es importante quitar los sombreros antes de los balazos en el cerebro, para no mancharlos. La sangre es muy difícil de limpiar. Eso repite todo el tiempo Itzpapalotl, que es la sirvienta que hace la limpieza de nuestro palacio” (18-19). Es tal el auge y normalidad de la violencia, que ya pasa desapercibida. En la cocina de la casa donde vive el capo con su familia, la persona del aseo está habituada a la sangre y los sesos. El niño lo narra con naturalidad, sin sobresaltos, es su hábitat y se mueve en él con la naturalidad de quien no conoce otro modelo de vida e interacción social.

Yuri Herrera ha sido el primero dentro de la narrativa de tema narco en narrarla en tono monárquico. Villalobos retoma esta escenografía pero la refiere a nombres relacionados con los mexicas, donde al menos en la percepción, los sacrificios animales y humanos estaban a la orden del día. Pareciera que quiere mostrar cierta continuidad o destino manifiesto de la violencia ciega, así aprende historia el niño:

En estos días estamos estudiando la conquista de México. Es un tema divertido, con guerra y muertos y sangre. La historia es así: por un lado estaban los reyes del reino de España y por el otro los indios que vivían en México. […] Así que vinieron y se pusieron a matar a los indios […] Bueno, la verdad a algunos indios ni los mataban, nomás les quemaban los pies. (17).

El sueño de Tochtli es tener un hipopótamo enano de Liberia, para este capricho hace que su padre (un alto capo del narco) movilice a sus hombres. A partir de esto, Tochtli lo que va a hacer es darnos una visión por dentro del mundo del narco, desde la óptica de un niño, que apenas conoce el mundo exterior (vive recluido en la mansión) que combina con las percepciones mediáticas, el mundo de las enciclopedias, los diccionarios y su gusto por la historia.

El niño va a la excursión por sus mascotas, pero resultó que estaban gravemente enfermos, ante ello Tochtli descubre en primera persona el dolor y la muerte, uno de sus hipopótamos “comenzó a retorcerse y chillar con gritos horribles” (73)., ante la enfermedad no quedó sino que “sacrificáramos a nuestros hipopótamos enanos de Liberia, para evitarles el sufrimiento” (74).

Él había conocido el dolor como fruto de la venganza, donde la muerte se aparecía después del escarmiento. Ahora está frente al otro lado del fenómeno, ante la agonía de un ser vivo que ama y el acto de acortarle el sufrimiento mediante la muerte. La escena que se describe es lúgubre, porque los animales no mueren al primer balazo y el suplicio continúa. Ahí Tochtli se da cuenta de su fragilidad y se conflictúa en ella: “Entonces resultó que no soy un macho y me puse a llorar como un marica. Me oriné en los calzones” (75). Toda la caracterización del personaje de un niño formado en la frialdad del narco ante la muerte se desvanece con lo contundente de los hechos.

En La virgen de los sicarios Fernando llora desconsolado y quiere la muerte ante la muerte de un perro, acá nuestro protagonista dice: “Tenía ganas de que me dieran ocho balazos en la próstata para hacerme cadáver” (75). Adquiere una visión cercana de la muerte y resignificada en un mundo posmoderno del narco, donde al igual que los primeros pobladores siguen los sacrificios animales. La domesticación de la muerte y la animalidad son las formas más violentas concebidas por lo humano.

Podemos entender, siguiendo a Bataille, que con lo animal siempre aparece lo excedente y que su sacrificio es una extensión concreta pero también simbólica de la finitud. Bataille nos dice al referirse a los primeros grupos humanos que “La víctima animal era ya por adelanto sagrada.” (87) ¿Qué tanto queda de esto en nosotros? ¿Lo refleja la literatura?

Me parece que parcialmente lo hace. Si bien el animal salvaje se vuelve objeto de uso en el narcotraficante en la ropa, la vestimenta, la decoración, se hace como una forma para que el poderoso tenga la sensación de domesticar y dominar lo salvaje y con ello presentarse como más bestial todavía que el animal. Sin embargo, la taxidermia por un lado es estética pero por otro es una forma de sacralizar a la víctima animal. En el centro del hogar se coloca la presa para darle un sentido de sello fraternal al haberla cazado. Tochtli con sus dos rinocerontes hace lo siguiente: “Abrimos la caja y adentro había muchas bolitas de plástico, miles. Las fui quitando hasta que descubrí las cabezas disecadas de Luis XVI y María Antonieta de Austria, nuestros hipopótamos enanos de Liberia” (103). “Pronto llegarán las coronas de oro y diamantes que mandamos hacer para ellas” (104).

El hipopótamo enano de Liberia es un animal que simboliza lo exótico como forma de sofisticación del poder, una idea de la estética presidida por los vestigios animales, que no proviene precisamente del narco, sino de las piezas de caza de las familias reales; sobre todo, el hipopótamo es la animalidad redimida, el animal jadeante que somos en ocasiones pero que la cultura jamás nos volverá a dejar reconciliarnos nuevamente.

 

El ruido de las cosas al caer  

Solo en lo prohibido hay transgresión. En una sociedad enteramente libertaria y permisiva no habría necesidad de brincar las reglas. Sería el fin del deseo y de lo que conocemos como la naturaleza humana. La condena del deseo es declararse insatisfecho, por eso es una de las hondas raíces de lo humano. Volviendo al escenario de las prohibiciones, el zoológico es un lugar emblemático de este tema. El animal salvaje e indomable es introducido a algo que simula ser su espacio, mientras que el visitante entra al mundo de la fiera, cree que está en su hábitat pero es todo un simulacro, humano y animal están en un espacio creado para simular una convivencia.

Pablo Escobar tuvo para sí un zoológico. Dicen que para que sus fieras se comieran a sus enemigos, otros lo atribuyen a un carácter estrafalario; hay quien sostiene que era un hombre tan entrañablemente familiar que era la forma de suplir el encierro de sus hijos, no se descarta que tanto animal fuera una especie de muralla simbólica y real por si se atrevía a arrestarlo la policía. Yo creo que a Pablo de pronto le dio por sentirse el mítico Noé y seleccionar qué animales merecían la vida; total, si ya lo hacía con los habitantes de Colombia por qué no extenderlo a las demás especies. Si la causa del diluvio universal fue el hartazgo divino ante los pecados humanos, en nuestro tiempo tendría más argumentos todavía y escoger a uno de los rufianes favoritos sería un buen divertimento para Dios. La nobleza de Noé sirvió de nada, pronto el hombre volvió a pecar. Valdría más apostar por un pecador consumado.

Juan Gabriel Vásquez hace una novela de ajuste de cuentas, con su pasado concreto, con el de su país, con la larga herencia de la sangre. Hay en el personaje una suerte de abismo al abrirse a sus recuerdos: “No sé de qué nos sirva recordar, qué beneficios nos trae o qué posibles castigos, ni de qué manera puede cambiar lo vivido cuando lo recordamos” (8). Su escepticismo es sobre la naturaleza de la memoria y una pregunta que ha rondado a Colombia -no exclusivamente- ¿La memoria nos ayuda a cicatrizar o profundiza la herida? ¿Es deseable y posible aquella máxima de perdón y olvido? ¿Qué tan distintos y que tanto nos cambia la óptica que nos da el tiempo? ¿Hay una forma de mitigar los recuerdos dolorosos? ¿Qué magia tienen aquellos recuerdos luminosos que, a pesar de los sicarios, los carros bomba, las balaceras en el espacio público, se mantienen erguidos y más aun, nos ayudan a seguir de pie? Son algunas de las preguntas que surgen de un texto tan bien escrito.

De entre todo esto me llama la atención que el inicio de la novela surge cuando el personaje ve la televisión y tiene frente a sí la noticia de que uno de los hipopótamos que había traído Pablo Escobar caía muerto, mientras los demás ejemplares de su especie causaban miedo entre los moradores y causaban desequilibrio en el medio ambiente. Pablo Escobar fue el gran rinoceronte en la década de los noventas en Colombia, su presencia turbia, carismática y depredadora reconfiguró la historia del país. Antonio Yammara ya tiene en claro esto. Le intriga en ese preciso instante qué sucederá con los hipopótamos. Pero en realidad es algo superficial lo que le sucede, al ver el descontrol de los animales sobre el día Magdalena lo traslada a la situación personal de un crimen cercano y al clima en el que se mueve el país.

Sabe que los recuerdos serán parcialmente útiles para la reconstrucción, pero subraya algo importante: “porque el presente no existe en realidad: todo es recuerdo, esta frase que acabo de escribir ya es recuerdo, es recuerdo esta palabra que usted, lector, acaba de leer” (13). La escritura es uno de los dispositivos de la memoria, pero, oh paradoja, su recuerdo se instala en que es efímera. La imposibilidad de atrapar el presente es justo el ruido de las cosas al caer, desde este locus existencial escribe la novela.

La búsqueda de los hipopótamos es un asunto mediático, pero para él significa tener que vérselas por un lado con la nostalgia; recordar los años de la violencia y la impunidad más álgida, tratar de entender el homicidio de su fantasmal amigo, pero la nostalgia no le viene sólo con el pasado, se abre el futuro donde debe buscar un augurio para su vida y la de su país, ya que pese a todas las complejidades de la vida tiene una hija, lo que frente a este mundo sangriento y caótico significa algo de esperanza en la humanidad.

Así resume su nostalgia referido al hipopótamo: “Poco a poco me fui dando cuenta, no sin algo de pasmo, que la muerte de ese hipopótamo daba por terminado un episodio que en mi vida había comenzado tiempo atrás, más o menos como quien vuelve a su casa para cerrar una puerta que se ha quedado abierta por descuido” (8).

El animal para él simboliza la desquiciada época de Escobar, que además tenía una muerte similar a un reality show. Tenía otra connotación: “Yo, desde mi puesto de copiloto, pude ver lo que ella estaba viendo: a unos treinta pasos de nosotros, a mitad de camino entre el Nissan y el estanque, un hipopótamo nos consideraba con gravedad. «Qué lindo», dijo Maya. «Cómo que lindo», dije. «Es el animal más feo que hay.»” (147). La belleza o fealdad ya no residían en el propio animal sino en los imaginarios personales para observarlo. Conviene traer a Bataille. “La violencia, que en sí misma no es cruel, es, en la transgresión, obra de un ser que la organiza” (84), ese ser que la organiza es el narcotráfico, encabezado por la figura de Pablo, cuya sicopatía no se entiende fuera del contexto social que lo engendró, lo encumbró y lo condenó. Nos dice el autor: “Pablo Escobar había comprado a finales de los setenta para construir él su paraíso personal, un paraíso que fuera su imperio: un Xanadu para tierra caliente, con animales en lugar de esculturas y matones armados en vez del letrero de No Trespassing” (137).

El hipopótamo es pieza de la transgresión. Con la muerte de Pablo, al abandono de la Hacienda Nápoles, cruzaron las vallas de alambre y fueron entrometiéndose en un medio que no era el suyo. Que los animales no tengan sentido de lo histórico les permite traspasarlo con mayor facilidad.

La novela termina con los hipopótamos frente a él. Pero ya ha dado su periplo ¿de purificación? o, ¿es al modo de la condena de Sísifo? Y en él nos pone muchas cosas en claro, otras tantas se vuelven misterio insondable como la mirada de un animal frente a nosotros. “¿Dónde estaban los animales que habíamos visto de niños?” (145). No es una pregunta menor, recorre toda su vida. Su padre le había dicho que sólo tuviera frente a sí los recuerdos de verdad, jamás los de mentira. Por eso dice el personaje: “Lo más triste que puede pasarle a una persona, tener recuerdos de mentira” (147). Pero ¿qué sabemos nosotros de la verdad? ¿No es la ficción la más libre, existencial y autónoma de las verdades? ¿No serán los recuerdos de verdad los más demoledores y paralizantes?

 

Conclusiones

Las ópticas para entender el neoliberalismo son variadas en sus enfoques y líneas concluyentes, para los fines de este ensayo se seleccionó a Bourdieu por lo mencionado en la introducción y su pensamiento permitió la correlación con las novelas. Su énfasis en lo ahistórico y desvinculante se contrapone a la naturaleza misma de la literatura: la memoria y la integración de un universo propio cohesionado. Se lo propongan o no, estas obras literarias son críticas respecto al neoliberalismo, sin caer en lo panfletario y siempre apegadas a valores estéticos en su construcción literaria. Me parece muy importante sobre el neoliberalismo y América Latina el enfoque de Sayak Valencia en específico del sujeto endriago es muy enriquecedor para futuros trabajos.

El mercado ha existido desde tiempos inmemoriales. Comerciamos por la incapacidad humana para resolver individualmente todo el mundo material, también responde a la necesidad de obtener capital respecto a los saberes de la especialización. Sin embargo, en nuestros tiempos toca decir que el neoliberalismo menosprecia todo sistema de libertades si no se sujeta a la de mercado. De esta manera pasa de ser un elemento importante de la cultura para convertirse en el centro de la misma, opacando peligrosamente otras dimensiones humanas.

La animalidad siempre ha acompañado a todo proyecto civilizatorio, ya sea como bien de consumo o en su función ritual. Lo que hace el neoliberalismo es cosificar el mundo ritual y el acto de violencia trascendente respecto a la presa, dejarlo en un sentido estrictamente inmanente. El narcotráfico, como se aprecia en estas tres novelas, trivializa el sentido ritual, utiliza la animalidad como forma de ostentación de poder y en una suerte de proyección, el narcotraficante se mimetiza con la bestia salvaje, ya sea por el lugar que le confiere en su intimidad (casa, habitación) como por dar idea de que lo salvaje es susceptible a ser domesticado por su poder.

En ese sentido la animalidad del neoliberalismo encuentra en la “narcocultura” uno de los ejemplos más claros. En el neoliberalismo, el mercado es el monstruo voraz que se devora cuanto tiene a su alcance. No hay ni ética ni medida. Traducido en términos de animalidad, lejos de respetar una “cadena alimenticia de consumo” moderada respecto a la riqueza opta por la Ley de la selva, el más débil es devorado sin argumento alguno, sin posibilidad siquiera de tener una voz. Esto ha llegado a un nivel más patológico, el mercado neoliberal debe ser capaz de devorarse a sí mismo. Edipo arrancándose los ojos. Esto lo narra la literatura desde siempre.

Estas tres obras son importantes en la construcción de la memoria ante un mundo que por su velocidad y ansia de consumo apuesta por la amnesia. La obra de Herbert deja una suerte de diario de vida de un adicto en medio de la jungla neoliberal y de un país corrompido. La de Villalobos nos da una óptica desde la casa de un narcotraficante y como un niño mediatiza su realidad, con una óptica profundamente pesimista donde no se atisba una salida. Juan Gabriel Vásquez hace un monumental recorrido por la violencia en Colombia generada por el narcotráfico. Lo hace desde los primeros sembradíos en vías a construirse en industria, la intervención norteamericana, la gran crisis, el miedo social y la complejidad de reconstruirse como ciudadanos y como país.

Las tres novelas son políticas en su sentido más profundo, cuestionan la forma civilizatoria, los modos de convivencia y sin decirlo de manera frontal, la incapacidad de las democracias para lograr una paz íntegra.

 

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Vásquez Mejías, Ainhoa. No mirar. Tres razones para defender las narcoseries. Chihuahua: Universidad Autónoma de Chihuahua, 2020.

Villalobos, Juan Pablo. Fiesta en la madriguera. México: Anagrama, 2010.

 

 

 

 

Ramón Gerónimo Olvera (Chihuahua,1977) Licenciado en filosofía Universidad Autónoma de Chihuahua, maestro en Literatura por la Universitat de Barcelona, Doctor en Pensamiento Complejo por “Multiversidad Edgar Morin”. Maestro e investigador de tiempo completo en la UACH. A la fecha Director de Extensión y Difusión Cultural. Realizó una pasantía de investigación en la Pontificia Universidad Javeriana, en Bogotá Colombia, donde escribió Sólo las cruces quedaron. Literatura y narcotráfico. Ha publicado 9 libros de ensayo y poesía en diversas editoriales. Además de diversas revistas académicas y de divulgación nacionales e internacionales. Es premio nacional de periodismo cultural.

Necromercados en la narconovela argentina: Rojo sangre de Rafael Bielsa y Cruz de Nicolás Ferraro

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Alejandro Soifer
University of Toronto
aj.soifer@mail.utoronto.ca

Resumen

La llamada “narconarrativa” tiene ya una larga trayectoria en las literaturas de países como México y Colombia. En la literatura Argentina, en cambio, el género todavía no se ha asentado pese a algunos antecedentes de narrativas relacionadas con el narco y el narcotráfico. Publicadas en 2017, dos novelas muy disímiles (Rojo sangre de Rafael Bielsa y Cruz de Nicolás Ferraro) han ocupado el lugar de pioneras en el género en la Argentina compartiendo la construcción de lo que aquí llamaremos “necromercado” como una característica propia típica de este tipo de narconarrativa.

Palabras clave: Narconarrativa; Necromercado; Capitalismo gore; Novela policial; Literatura Argentina

 

Abstract

So-called “narconarratives” have been a standard presence in the national literature of countries like Mexico and Colombia. In Argentina, however, the genre has not yet been fully developed, although some previous narratives surrounded the narco and narcotrafficking. Published in the year 2017, two very different novels (Rojo sangre by Rafael Bielsa and Cruz by Nicolás Ferraro) have become pioneer narconarratives in Argentina, sharing the construction of what we will be calling here “necromarkets” as a typical characteristic of the narconarrative genre.

Keywords: Narconarrative; Necromarket; Gore Capitalism; Mystery Fiction; Argentinian Literature

 

 

 

Introducción

La publicación en el año 2017 de las novelas Rojo sangre de Rafael Bielsa y Cruz de Nicolás Ferraro inauguraron el género de la “narconovela” en la literatura argentina[1]. Si bien, el país siempre tuvo y todavía mantiene un rol secundario en el tráfico y producción de drogas ilegales y es considerado mayormente “un país de tránsito” antes que de producción[2], una serie de hechos violentos y de alta visibilidad mediática impusieron las condiciones necesarias para que la cuestión narco ingresara en la discusión pública en el país.

El descubrimiento de un laboratorio de metanfetaminas en la provincia de Buenos Aires en el año 2008, la ejecución por parte de sicarios y apenas días más tarde de dos ciudadanos colombianos relacionados con el tráfico ilegal de efedrina (precursor químico de las metanfetaminas), el triple asesinato, menos de un mes más tarde de estos acontecimientos, de tres empresarios también relacionados con el tráfico ilegal de esta sustancia y la violenta guerra territorial que desató la banda de narcomenudeo conocida como “Los Monos” en la ciudad portuaria de Rosario (Provincia de Santa Fe) durante los años 2012 y 2013 y que sembró sus calles de cadáveres, propiciaron que el tema del narcotráfico recobrara interés en el discurso público y político argentino. Coincidiendo con estos antecedentes, el ascenso a la presidencia del país del partido político conservador Cambiemos en 2015, que se apropió de algunas de las consignas de la “Guerra contra las drogas” desarrollada en México a partir de la presidencia de Felipe Calderón y continuada por Peña Nieto, terminó de generar las condiciones propicias para el desarrollo, por ahora limitado, de una narconovela argentina.

Aun así, tanto Rojo sangre de Bielsa como Cruz de Ferraro comparten pocos puntos en común y son productos literarios netamente diferenciados, lo que las separa de ciertas (aunque no todas) características genéricas rígidas (Santos, Vásquez Mejías y Urgelles) que el género ha tomado en otras literaturas nacionales como la mexicana y la colombiana. Mientras que la novela de Bielsa fue publicada por uno de los conglomerados editoriales más poderosos del mundo hispánico, toma inspiración según el propio autor en la muerte de tres jóvenes rosarinos que se encontraron en medio de un tiroteo entre bandas rivales y se desarrolla como un relato realista a partir de la experiencia del autor como titular de la agencia nacional argentina de lucha contra el narcotráfico y la drogadicción, la novela de Ferraro es un relato policial negro publicado en una pequeña editorial especializada en dicho género. Más allá de estas diferencias sustanciales, Rojo sangre se propone como una caracterización de la guerra de bandas en Rosario durante los 2010 mientras que Cruz retrata el comercio de cocaína en el delta de la provincia noresteña de Misiones, limítrofe con Brasil y Paraguay.

Pese a las diferencias de enfoque, de temática, de marcas de género literario y también de público al que están dirigidas, ambas novelas comparten un aspecto que se encuentra frecuentemente en otras narconarrativas, aunque no le es exclusivo y es el de la descripción de necromercados (Soifer) como se explicará en detalle más adelante.

Comercios de dolor y muerte

En su ensayo Capitalismo Gore, Sayak Valencia propuso una serie de nociones críticas para analizar la violencia contemporánea del narco. De particular interés para este trabajo resulta la noción de necropoder que la autora define como “la apropiación y aplicación de las tecnologías gubernamentales de la biopolítica para subyugar los cuerpos y las poblaciones que integra como elemento fundamental la sobreespecialización de la violencia y tiene como fin comerciar con el proceso de dar muerte.” (147). La forma en la que este necropoder se ejerce es mediante las necroprácticas, de las que me interesa señalar que

han venido construyendo, en las últimas décadas, una nueva sensibilidad cultural del asesinato que lo hace más permisible, dado que se le espectaculariza a través de los medios de comunicación, posibilitando la ejecución de formas de crueldad más tajantes y más espeluznantes que pueden espectralizarse por medio de su consumo como ocio televisado. (Valencia 147)

Tanto en Rojo sangre como en Cruz no se observa una construcción de la violencia como objeto de fascinación morbosa (lo que Valencia llama tanatofilia) porque, si bien, sí es posible encontrar escenas de violencia extrema y ultraje aberrante a los cuerpos de las víctimas, esta violencia no está dispuesta como una marca identitaria de cierta banda o capo narco sino que se produce como una forma de comercio con el dolor de la víctima. No hay búsqueda de advertir al enemigo o de dejar una marca de autor en el cadáver sino provocar el mayor dolor posible a quien se mata o se tortura. El destino de cada víctima será según su valor. Valencia y Sepúlveda también han desarrollado la idea de “mercado gore”:

Con mercado gore nos referimos a un campo específico del capitalismo en el cual se comercializa, a manera de “mercancías” y “servicios”, productos vinculados con el necropoder y las necroprácticas, asociadas a técnicas de violencia extrema, como: venta de drogas ilegales, de órganos humanos, de violencia intimidatoria, de asesinatos por encargo, de esclavismo sexual o doméstico de personas, así como de imaginarios violentos en los cuales el derramamiento de sangre es el principal protagonista. (76-77)

Siguiendo esta aproximación crítica, aquí hablaremos no de “mercado gore” sino de necromercado porque me interesará resaltar el modo en el que en estas ficciones se articulará un mercado perfectamente libre donde las transacciones están asociadas con la tortura, el dar muerte, las formas de darla y el valor que después de la muerte posee lo abyecto. El énfasis en mi análisis entonces estará en la forma de funcionamiento de ese mercado de intercambio de bienes abyectos. Asimismo, mi análisis se focalizará en las construcciones narrativas, tomadas no por su valor mimético con la realidad, donde puede pensarse más claramente las permeabilidades del concepto proveniente de los horror films del “gore”[3], sino dentro de las propias estrategias narrativas de los textos. En definitiva, estos utilizarán recursos literarios originalmente establecidos en las Gothic fictions que florecieron con la segunda revolución industrial. La fascinación por los cadáveres y el comercio con lo abyecto formaron lo que críticos del gótico como Shapira llaman el “Gothic Corpse”[4] o los “Gothic Remains”[5].

En las dos novelas que se analizarán aquí es posible observar una conciencia de los personajes acerca del valor de cambio que poseen diferentes sujetos. Las transacciones que se ejercen con los cuerpos y las vidas están determinadas por un cálculo perfectamente racional. Los necromercados en estas narrativas incluso funcionan como núcleos narrativos: serán deudas (de sangre o de mercancía/dinero pero que se pagarán con sangre) las que pongan en funcionamiento los relatos. En el caso de Rojo sangre, la primera escena deja planteada de forma explícita que el comercio de deudas de sangre será lo que desate la acción con la descripción de cómo un sicario dispara desde una motocicleta al miembro de una banda rival mientras este se encuentra en un automóvil con su mujer. Ese primer crimen desatará una serie de respuestas y venganzas que se irán incrementando y alimentando de otras muertes y subsecuentes venganzas que en última instancia tendrán como objetivo compensar las deudas de sangre. Estas dirigirán la narrativa.

En el caso de Cruz, también en el centro de la narrativa se encuentra la idea de la deuda de sangre, aunque en otro sentido más amplio. Tomás Cruz deberá hacerse cargo de terminar un contrabando que su hermano, Sebastián Cruz, no ha podido, ya que ha sido arrestado por la policía. En caso de negarse a pagar la deuda de su hermano, los narcos amenazan con asesinar a su sobrina e hija de Sebastián. Es decir, allí también ingresa la lógica de un mercado donde los bienes de intercambio no se miden en dinero sino en cadáveres.

La cadena de deudas de los Cruz se extiende incluso más allá de la estructura fraternal ya que en una primera instancia Sebastián se había vinculado con el mundo criminal porque el padre de ambos, Samuel Cruz, también había dejado una deuda en el mundo criminal al ser encarcelado. Esta cadena de deudas que se cobran con Sebastián primero y Tomás después, viéndose obligados a trabajar en el mundo delictivo, será el núcleo narrativo alrededor del cual se organiza Cruz. Ya desde la primera línea se establece la importancia para el relato de la deuda de sangre: “El apellido es una enfermedad hereditaria.” (Ferraro 17) El lector entenderá luego que el apellido acarrea deudas que deben ser pagadas y que eso es lo que lo hace una “enfermedad”. Más precisamente una enfermedad que se transmite por sangre. Este aspecto que trae la novela hacia la larga tradición del naturalismo latinoamericano, es aquí, en cambio, el establecimiento temprano de la cuestión de la sangre como elemento de comercio que guiará la narrativa. Esa deuda en sangre que tienen los Cruz deberá ser pagada con cuerpos y otras sangres según se irá desarrollando la trama de la novela.

El necromercado funciona en estas narrativas de dos modos: estableciendo precisamente un mercado donde se producen intercambios libres entre “mercancías”, es decir, muertos, formas de dar muerte y torturas y mediante la puesta en valor de esas mercancías. Así se verá que para que este mercado de intercambios abyectos pueda funcionar, cada uno de estos debe adquirir un valor. Las vidas de los personajes no tienen un valor homogéneo sino que se asignan según el rango social en las jerarquías del mundo delincuencial que ocupan. La muerte de un familiar de uno de los capos narcos, por ejemplo, adquiere un valor mayor que la muerte de un sicario. La forma en que se produce el cobro tendrá relación con este valor asignado: la muerte del familiar del capo se cobra asesinando y torturando a varios miembros de la banda rival mientras que la del sicario puede resolverse quizás con una venganza más limitada y menos violenta. El nivel de tortura que se ejerce contra el cuerpo de aquel con quien se va a cobrar el intercambio también funciona como el valor agregado de la manufactura. Si el cadáver es la materia prima, será el trabajo invertido sobre el cuerpo, es decir la tortura y los modos de dar muerte, los que proveerán el valor agregado que permita que se produzca la transacción en el necromercado y que este continúe funcionando.

 

La venganza será terrible: comercio de y con cadáveres en Rojo sangre

Como he señalado, Rojo sangre se propone como un retrato semi realista acerca de la violencia desatada por una serie de venganzas internas que desencadenó la banda Los Monos en la ciudad de Rosario durante los 2010. La narrativa se estructura a partir de varias escenas, no siempre relacionadas entre sí, que en conjunto construyen un fresco de la violencia narco en la ciudad. Si bien la característica común a todas las escenas es la violencia explícita, la novela también despliega escenas donde se pueden observar la corrupción de la policía, arreglada con las bandas que se disputan el territorio y a las que deja hacer sin intervenir, así como el trabajo de un periodista de altos estándares morales que intenta retratar los hechos en un periódico donde no tienen interés por la verdad. Sin embargo, será el cobro de venganzas lo que unirá a todas las situaciones y permitirá el desarrollo de la trama.

Como consecuencia del crimen narrado en la primera escena, una guerra se desata entre dos bandas narco que se disputan el terreno en la ciudad: la banda de los Búnkeres y la banda de Pueblo Seco. La lógica transaccional queda establecida inmediatamente: por cada muerte de un bando debe haber un cobro equivalente. Mientras los muertos son los soldados de escalafones más bajos de las bandas, cierto equilibrio de mercado parece mantenerse. Más aún, los ciudadanos que no pertenecen a las bandas y sólo quieren vivir en paz, encuentran en la lógica transaccional de muertos entre bandas rivales cierto alivio.

La lógica de mercado en los asesinatos que se presentan asume la forma de una matemática simple tomada por la voz de los civiles ajenos a las guerras de bandas. Para ellos, que entre narcos se maten entra también en una cuestión que pertenece al mercado y por eso se sienten excluidos: si uno no es parte de ese mercado, no debería por qué tener que participar en el mismo.  Las muertes de los soldados de las bandas narco, entonces, son contadas por estas voces anónimas y ajenas a las transacciones que se realizan en las cadenas de venganzas y asesinatos como la eliminación de un problema. Esto, por supuesto, también los hace partícipes de la misma lógica del necromercado. Leemos por ejemplo esta escena donde el periodista moral se ve como observador ajeno a las transacciones:

El domingo, Riesi llegó a la redacción cerca de las ocho. Se sentó, encendió la computadora y se puso a leer los comentarios de los lectores de la versión digital sobre la muerte de Iguano. Excedían en número lo habitual y la mayoría podía sintetizarse en la frase: “Uno menos”. (Bielsa 310)

La expresión “uno menos” significa que hay un narco/sicario muerto. Por lo tanto, es uno menos en ese juego de mercado. Para una sociedad que contempla desde afuera del necromercado cómo se producen las transacciones en su interior poniendo de paso en riesgo su propia integridad, cada actor de este juego de intercambio que desaparece porque muere es uno menos para participar. La consecuencia final subsecuente sería la llegada eventual y mítica, un momento ideal, en el que ese necromercado terminaría por disolverse, ya sea porque uno de los actores alcance una posición monopólica luego de exterminar a los otros o porque desaparezcan todos los actores participantes luego de matarse entre sí.

Siguiendo también la racionalidad económica de este necromercado, cuando se asesina por fuera de este sistema de intercambios la forma en que se produce el cobro tiene que ser categórica para compensar el error. Es lo que sucede cuando alguien mata a un personaje secundario, ajeno a las bandas en guerra. Cuando muere asesinado El Frontón, un personaje que precisamente no pertenece a ninguna de las bandas que intercambian en el mercado de muertes, el asesino se sospecha es un soldado de la banda de Ronco, jefe de la Banda de los Búnkeres que lo mató en un estado de inconsciencia producto del consumo de drogas. El valor de Frontón entre sus compañeros y amigos era muy grande y por ende la muerte de su asesino debía poder cobrar ese valor. Leemos:

— ¿Quién mató al Frontón? — Riesi fijó la vista en Chamuyo…

— Todavía no se sabe su nombre — dijo Chamuyo —, pero el cuerpo del autor apareció esta madrugada en un camino rural de Alcácer detrás de un country, uno que tiene caballerizas y escuela de salto…

Con un alambre, le atravesaron la tráquea de lado a lado del cuello y juntaron los extremos formando una corona. Con un gancho carnicero en “ese” de acero inoxidable lo dejaron colgando, con los pies apoyados sobre el pasto. No sé si murió antes o después. Me parece que antes, porque de lo contrario el aparato respiratorio no hubiera resistido ni una contorsión de ese peso. Hay que ver si se involucran o no las masas musculares, el esternocleidomasteo, por ejemplo, o los escalenos -tenía una memoria espléndida, acompañada de una inteligencia insípida…

— Estaba cosido a puñaladas y desangrado. Le habían vaciado un ojo. Ya tenía el aviso, por Facebook, desde una cuenta que se llama “Los guachines sin alma” …

El primer mensaje decía: “Traidor, yo no voy a ir a tu casa, pedazo de salchicha, la gorra te revienta el rancho, yo no, no somos policías, pero cuando te crucemos vamos a ver si te da la sangre, ortiva.” Hoy, temprano, antes de venirme para acá, otro, junto con una foto tomada desde lejos del cadáver: “Fiambre de visitante, gil robado, te recabieron los cartuchos, gato bocón. No traicionamos; estabas avisado”. No te extrañe que haya sido el Ronco, eso es lo que dicen los muchachos. Lo ponen al Frontón, y el asesino es un soldadito de él; a un jefe, esas cosas no se le pueden pasar. Si no lo liquida, le iban a tirar el muerto a la Banda de los Búnkeres. (Bielsa 194-195)

Entonces, no sólo el valor de Frontón como un personaje querido en el barrio y ajeno a las matanzas entre bandas ameritó la tortura y muerte de su asesino, sino que las advertencias y amenazas funcionaron como un incremento en ese valor agregado del modo en el que fue asesinado y, además, el crimen se justifica porque tener entre sus líneas al asesino le resultaría al Ronco una pésima inversión, un mal negocio para el branding de su banda.

La muerte no solo se plantea como un valor de intercambio sino que cada muerto tiene un valor específico asignado. Cuando muere asesinado Cuca, otro personaje que sólo aparece referido y que sirve al narrador para construir el clima de continuas muertes que se suceden en el relato, el entierro se convierte también en una situación de mercado donde la muerte desencadena una serie de transacciones que son a la vez comerciales y destinadas a darle honra al fallecido. Leemos:

El ataúd era de cartón reciclado, que unía al precio la ventaja de “ser biodegradable” -según explicó el dueño de la cochería-, además “por supuesto”, de cumplir con los requisitos del reglamento de la policía sanitaria mortuoria. Las monedas recolectadas se dividieron entre el cajón y una dosis equilibrada de merca y alcohol; las gaseosas las proveyó sin costo la compañía donde trabajaba Cuca. (322)

Cuca tampoco pertenecía a una de las bandas en disputa y su muerte tiene que ver con otra cadena de venganzas. Borracho y drogado, se había peleado con un boliviano que en venganza lo apuñaló. Los amigos de Cuca a su vez, en venganza, saquearon la casa del asesino y le pegaron a su mujer. De nuevo, al no tratarse de personajes que integren la disputa de las bandas el valor de intercambio es menor y se puede resolver sin llegar a la tortura y la muerte.

Distinto será el caso de la muerte narrada apenas unas escenas antes de Iguano, hermano de Ronco y, por ende, uno de los jefes de la Banda de los Búnkeres. Por empezar, su muerte es inmediatamente asociada con un valor en dinero: “El baldaquín estaba a su derecha y el ataúd con el cuerpo de su hermano, sobre la mesa en la que cuenta el dinero.” (319). A continuación, un personaje de la misma banda reflexiona acerca del valor en el necromercado que tiene el asesinato de Iguano y cómo debe hacerse el cobro: “[…] hoy al mediodía lo pusieron al Tuerto, el dueño de la Eslóter[6]; de los putos estos no va a quedar ni uno, hasta el perro le vamos a matar a esos hijos de puta.” (320) Efectivamente, todos los involucrados directos, y aún los indirectos, en el asesinato de Iguano son a su vez asesinados por la banda de Ronco. Cuando la banda de Ronco logra dar con Pikachu, uno de los últimos involucrados en la muerte de Iguano que le quedaba encontrar, el relato de su muerte es elidido pero la lógica transaccional de esta queda claramente resaltada en el sintagma con el que la policía explica el caso: “Al día siguiente, el muchacho apareció muerto de nueve balazos a un costado de Desaguadero, en el sur de la ciudad. Fuentes cercanas a la investigación afirmaron que se trataba de un previsible ‘ajuste de cuentas’.” (383).

Eventualmente, la cadena de venganzas y muertes llega a un final cuando todos los líderes de las bandas están muertos y nuevas generaciones asumen el liderazgo. Pero esto resulta claramente ilusorio. Una vez que todos los participantes terminen exterminándose, una nueva producción comenzará en la forma de nuevos líderes. Así, el comercio de bienes mortuorios nunca concluirá.

 

Trabajos en sangre: lógicas de intercambio de necromercado en Cruz de Nicolás Ferraro

Si hasta ahora vimos cómo se establece un necromercado de intercambios de bienes abyectos en Rojo sangre de Rafael Bielsa, en Cruz de Nicolás Ferraro vamos a encontrar el mismo mecanismo de funcionamiento narrativo, pero incluso profundizado. Nuevamente señalo que mientras que la novela de Bielsa se propone como un relato realista, la novela de Ferraro interviene en el campo de la novela negra por lo cual sostiene y expande las marcas genéricas de este tipo de narrativa. En Cruz veremos que el valor de los personajes se construye no ya en relación a las estructuras de poder de organizaciones narco sino sobre la base de la propia fama personal. Los hermanos Cruz y el padre de la familia están configurados desde la perspectiva de los “tipos duros” que se enfrentan y sobreponen por fuerza, astucia y violencia, asociados al modelo del héroe del Western que está en los orígenes del policial estadounidense (Giardinelli).

Como señalé anteriormente, ya en el comienzo de la novela se establece el valor de la sangre en el sentido que el apellido Cruz, la pertenencia a esta familia, acarrea una serie de deudas por el sólo hecho de tener esa sangre. En el comercio que se establecerá dentro de la narrativa dicha deuda deberá ser saldada derramando otras sangres. A su vez, el lugar que estos personajes ocuparán en la trama está relacionado con el renombre adquirido: “Samuel no tenía documentos, pero fama sí. Decían que lo habían fichado en varias provincias.” (Ferraro 18). Nuevamente, Tomás Cruz es reconocido por tener la sangre de su padre, lo que lo hace acreedor de su fama, que a su vez su padre consiguió derramando la sangre de otros. Cuando dos policías van a buscar a Tomás, uno de ellos no conoce nada acerca de los Cruz y el otro le explica de dónde proviene la notoriedad que consiguió Samuel:

Esa noche lo trajimos porque había fajado a un tal Leiva, un testigo en un juicio en contra de unos chamigos de Samuel. A Leiva lo encontramos tirado en el piso del garaje. Las muñecas atadas con alambre, el ojo izquierdo reventado y toda la carne arrancada alrededor. Cuando abrió la boca para pedir ayuda… No me olvido más, nene… Los tres dientes que le quedaban le colgaban de las encías. (Ferraro 17)

El renombre que consiguió Samuel por el modo en el que ejerce la violencia y la tortura le permiten ser conocido y respetado en varias provincias y ese es su valor de mercado. Un asociado criminal de Samuel Cruz, Alvarenga, también construyó su valor de mercado sobre la base de la violencia que ejerció: “Él y su bendita riñonera. […] Algunos decían que ahí guardaba los dientes que había bajado. La mayoría decía que eso era mentira, que hubiera necesitado una mochila para guardarlos a todos.” (Ferraro 23) Como se ve aquí, no sólo se trata del valor de mercado criminal que tiene Alvarenga sino que este puede incluso ser medido a partir de la cantidad de dientes que le extrajo a sus víctimas y que, al menos en la mitología popular, lleva siempre consigo. Como si se tratase de un valor monetario o en mercancía, los dientes de sus víctimas son mensurables y otorgan un valor. Tanto es así que algunos sostienen que es imposible que los lleve en una riñonera porque es tal la cantidad que requeriría una mochila entera, mostrando la posibilidad de que en realidad su valor de mercado se encuentre sobrevalorado.

La creatividad en la tortura y la cantidad de víctimas son los principales aspectos que otorgan el valor que estos personajes poseen en el interior de la narrativa. Por el contrario, los personajes que fallen en las misiones delictivas encomendadas también deberán pagar el costo de la operación. Esto queda perfectamente explícito cuando uno de los pequeños narcotraficantes recibe a dos de sus hombres que han perdido parte de un cargamento:

Sherman arrastra una mesa con rueditas. Arriba, una sábana tapa algo de forma cuadrada. Centurión se para y la saca. Una balanza de dos platillos asoma. La que está más abajo tiene un par de pesitas. A los costados, balas y platillos.

—  Sesenta gramos por todo el laburo -dice Centurión-. Soto me dijo que nada más le llevaron la mitad, así que… -Saca dos pesas-. Treinta gramos de plata.

Empieza a poner billetes en el otro platillo. Pesos y guaraníes se apilan unos con otros. El Ponja resopla y el pecho le mide la mitad cuando larga el aire. Centurión agrega un toco más y los dos platillos quedan a la par. Los saca y los pone a un costado.

— Los otros treinta van a tener que ser en plomo -dice y apoya tres balas. (99)

La escena devela de forma explícita el modo en el que el necromercado funciona poniendo en un plano de igualdad, mediante una balanza para más precisión, el dinero y la violencia. Los secuaces de Centurión perdieron la mitad del cargamento y por lo tanto su pago será en el equivalente de dinero y disparos. A continuación, Ponja recibe dos de los tres disparos que estaban destinados a él y a Mateo, su socio y con quien perdieron la mitad del cargamento. Entonces Centurión se acerca hasta este y le ofrece un nuevo negocio, demostrando nuevamente cómo funciona el mercado de intercambio de necrobienes: “Voy a ser generoso con vos. Te voy a hacer una oferta que podés rechazar pero no te lo recomiendo. Si querés que yo me guarde esta bala, vos, en vez de brazos, vas a tener remos. Y vas a elegir a una de tus nenas para que labure conmigo.” (100) La oferta es entonces que Mateo haga otro contrabando y que entregue a una de sus hijas para que Centurión la prostituya a cambio de no recibir un disparo en la cabeza. Continúa su oferta Centurión, explicando por qué es un negocio conveniente para Mateo:

—Para un padre es jodido elegir entre sus hijos, pero también es jodido llevar un negocio adelante cuando tus empleados son una manga de inútiles. […] La ecuación es simple. Dos Docabo van a laburar para mí. Gamarra te va a acompañar hasta tu mesa y vos le vas a pasar la que elijas. Si te negás, te comés un corchazo y ahí las dos van a terminar laburando para mí. (100)

La escena resume así el modo en el que el comercio al interior de la narrativa se cumple a través de cuerpos, violencia y sangre. Ricardo Piglia en “Sobre el género policial”, su clásico análisis sobre la forma del género policial negro, sostuvo que el motivo pecuniario es el núcleo en este tipo de narrativas. Como vemos aquí, y si bien hay una relación con el dinero en el sentido que Centurión se está cobrando una deuda impaga, el comercio se plantea en términos de cuerpos: quién vive y quién muere en el caso de Centurión que mata a Ponja y le ofrece un trato a Mateo y el cuerpo de cuál de sus dos hijas le entregará al capo para que prostituya a cambio de perdonarle la vida. La esencia de necromercado por la que guía sus acciones Centurión aparece explícita, una vez más, apenas unos instantes después de esta escena, cuando le explica a Tomás qué deuda que dejó su hermano debe saldar:

El tipo con el que estuve charlando antes de que llegaras, aparte de largar dos litros de sangre, batió dónde tienen sus campamentos la gente esta. Y les vamos a enseñar que los Centurión-Cuera no trabajan en pesos o dólares. Trabajan en sangre. Y es la hora de cobrar. Ese es tu laburo, Cruz.[7] (102)

Centurión entiende perfectamente bien el necromercado y ejerce su negocio en él. Sus intercambios son en cuerpos y comercia dando muerte, permitiendo vivir, prostituyendo mujeres o haciéndolas cargar droga en el interior de su cuerpo. No es solo una intuición sino un plan de negocios perfectamente pensado y meditado como veremos en la siguiente escena, cuando lo lleva a Tomás a una cabaña donde mantiene cautivas a unas mujeres:

— En los negocios de hoy, nene –dice-, tenés que estar siempre un paso adelante. Hay que pensar en las energías renovables. Eólicas, solar y todas esas boludeces son espejitos de colores. El faso lo vendés, se consume y listo. Un agujero tiene vida ilimitada, Cruz. Tres ni te cuento. -Abre la puerta-. Te presento a tu carga.

Contra un rincón, dos minas amordazadas y atadas con sogas una a la otra. […]

—¿Qué es esto, la concha de tu madre?

—Energía renovable. (126)

Cuando Tomás le reclama que el trato que le está proponiendo es terrible, Centurión justifica la situación como conveniente para esas mujeres porque “trabajo no les va a faltar.” (126) Luego articula su plan de negocios: la cuestión de conseguir documentos falsificados para las menores de edad que serán prostituidas por él en Paraguay se lo deja a otros: “Tercerizar, esa es la otra clave de la economía.” (126) explica el proxeneta y narco. Por último, termina de explicar la lógica comercial de su negocio con cuerpos:

Y esperá que no te mostré la mejor parte. Tercer concepto de la economía. Aprovechamiento. Pasá por acá. […]

— Si me acusan de trata de negras, me la banco, pero estos insisten. […]  Así que, como ves, tuvimos que aprovechar esos agujeros y darles algo para que sean blancas.

Abre y se mete. Agarra una cosa de arriba de la mesa […]

—Abrí la trompa, nena -dice Centurión-. Cuerpo de Cristo.

Y le mete un forro lleno de falopa a Anyelén que, de rodillas y con los ojos cerrados, hace fuerza y se lo traga. (127)

Cuando Tomás le pregunta a Anyelén cómo fue que terminó aceptando hacer de mula de drogas, esta le contesta: “El barbudo se me apareció esta mañana y me dijo que había dos maneras de saldar la deuda y que eso dependía de qué me tragara: si un kilo de merca o mil de leche.” (132) Nuevamente queda explícito cómo en esta narrativa el valor de intercambio está asociado al cuerpo y al uso del cuerpo. La deuda que tiene Anyelén con Centurión no se salda con dinero sino con el uso de su cuerpo, ya sea que acepte ser mula de droga o que acepte prostituirse para él.

Luego de una emboscada donde muere Anyelén, Tomás recupera la carga de droga abriéndole el estómago con un cuchillo para realizar la entrega y saldar la deuda de su hermano. Pero habiendo desarrollado cariño por Anyelén y enterándose luego que fue Centurión el que delató a su hermano, decide que tiene que a su vez cobrarse esas deudas con la vida del capo narco. Alista a su padre y luego de varias situaciones logran cercar al capo, aunque Samuel queda herido. Ante la disyuntiva de si terminar la venganza matando a Centurión o ayudar a su padre para que no muera, el propio Samuel le pide que le lleve la cabeza del capo, convirtiéndola en una mercancía. Tomás no le lleva la cabeza como su padre le pide, pero cuando logra cercar a Centurión igualmente se cobra con su cuerpo:

Cuando levanta el arma para dispararme le hundo el cuchillo arriba de la garcha y empiezo a tajearlo. El filo sube. La pistola se la cae de las manos, las tripas empiezan a vomitarme encima a medida que lo abro, hasta que la hoja rebota contra el esternón. Saco el cuchillo y lo vuelvo a hundir.

Una vez y otra.

Y otra.

Solo cuando pienso que Anyelén hubiera dicho que ya fue suficiente dejo de hacerlo. Hay más Centurión encima de mí que adentro suyo. (214)

Aún después de haberse asegurado que Centurión ya estaba muerto, Tomás continuó acuchillándolo y desparramando su cadáver hasta el momento en que sintió que el saldo de la muerte de Anyelén ya estaba pagado. De este modo vemos cómo el motivo que guía las acciones de Tomás son pura y exclusivamente la de destruir el cuerpo de su enemigo. No sigue una finalidad económica, después de todo no va a ganar nada matando y destripando el cadáver de Centurión, sino la necesidad de cobrarse la deuda de sangre con más sangre, tal como aprendió del mismo Centurión que ellos no trabajan en un mercado de dinero sino de sangre.

 

El peso de la sangre

Tanto Rojo sangre de Rafael Bielsa como Cruz de Nicolás Ferraro pueden ser considerados como los primeros emergentes netos y claros del género de la narconovela en la Argentina, más allá de algunas narrativas previas que también abarcaban el tema, pero sin las características propias que el género ha adquirido en literaturas como la colombiana o la mexicana. A pesar de que el mercado editorial argentino cuenta con una sostenida tradición de literatura policial y de misterio y que la narconovela puede considerarse en la mayoría de los casos como un subgénero de estos (Zavala) es recién con la publicación de estas narrativas que puede empezar a pensarse en una vertiente netamente argentina de este género.

Por otra parte, ambas novelas parten de diferentes planteos genéricos, siendo Rojo sangre un intento de fresco realista y de denuncia acerca de la situación del narco en la ciudad de Rosario durante la primera década del siglo, mientras que Cruz tiene como horizonte estético el policial negro de escuela estadounidense. A pesar de sus puntos de partida diferentes, sus planteos y búsquedas narrativas también divergentes, ambas novelas comparten un realismo descarnado, la violencia explícita y el protagonismo de narcos. Aun así, el tema específico del narco está ajustado a la realidad Argentina donde no es posible hablar de organizaciones delictivas con acceso a armamento bélico, poder territorial extendido ni poderío económico a nivel de otras organizaciones delictivas en el resto del mundo y América Latina. Sin embargo, lo que define a estas novelas es la preeminencia de los necromercados como instancias donde se comercia con cuerpos, cadáveres y formas de infligir dolor físico. Por necromercado me refiero a un tropo literario de comercio con lo abyecto. Al hacer de este el núcleo narrativo, las dos novelas analizadas rechazan los motivos pecuniarios que, como señala Piglia, guiaron y todavía guían las narrativas de tipo policial. Estas novelas entonces se establecen sobre los bordes de la horror fiction, el motivo gótico del comercio con los restos mortales, el realismo y el género hardboiled[8].

No es entonces el dinero lo que guía estas narrativas sino, como lo dice explícitamente Centurión en la novela de Ferraro, la sangre. Esta funciona en Cruz como deuda, como herencia y como método de pago mientras que en Rojo sangre se plantea del mismo modo como enlace familiar que otorga diferente valor al cuerpo y la vida de los personajes. No será en esta novela lo mismo el valor que tiene el hermano de uno de los capos de las bandas en guerra que el valor de un vecino del barrio. Sus muertes serán retribuidas acorde a esos valores y mientras que la vida del hermano del narco se cobrará la vida del ejecutor, su familia y hasta su perro, la del vecino del barrio apenas se cobrará la de quien lo ejecutó. También en esta novela el modo en el que se ejecutará a las víctimas estará relacionado con el valor de “mercado” dentro de este mercado de bienes mortuorios. La tortura antes de la ejecución se reservará para determinados casos de cobro y no estará presente en otros casos.

De este modo, las novelas analizadas plantean la base para el desarrollo de la narconovela argentina en el contexto de un país que de momento se mantiene mayoritariamente por fuera del sistema de producción y tan solo como país de paso y consumo de drogas ilegales.

 

Bibliografía

Bielsa, Rafael. Rojo sangre. Buenos Aires: Planeta, 2017.

Federico, Mauro. País narco. Buenos Aires: Sudamericana, 2011.

Ferraro, Nicolás. Cruz. Buenos Aires: Revólver Editorial, 2017.

Giardinelli, Mempo. El género negro: orígenes y evolución de la literatura policial y su

influencia en Latinoamérica. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2013.

Piglia, Ricardo. «Sobre el género policial.» Piglia, Ricardo. Crítica y ficción. Barcelona:

Anagrama, 2001.

Santos, Danilo, Ainhoa Vásquez Mejías e Ingrid Urgelles. “Introducción Lo narco como modelo cultural. Una apropiación transcontinental.” Mitologías hoy, no. 14, 2016, pp. 9-23.

Shapira, Yael. Inventing the Gothic Corpse: The Thrill of Human Remains in the Eighteenth-Century Novel. Cham: Palgrave Macmillan, 2018.

Soifer, Alejandro. “Una economía de la crueldad: Estado, organizaciones sociales marginales y necromercado en Trabajos del reino y La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera.” Latin American Literary Review, vol. 46, no. 92, 2019, pp. 34-43.

Talairach, Laurence. Gothic Remains: Corpses, Terror and Anatomical Culture, 1764-1897. Cardiff: University of Wales Press, 2019.

Valencia, Sayak. Capitalismo Gore. Tenerife: Melusina, 2010.

Valencia, Sayak y Sepúlveda, Katia. “Del fascinante fascismo a la fascinante violencia: psico/bio/necro/política y mercado gore.” Mitologías hoy, no. 14, 2016, pp. 75-91.

Zavala, Oswaldo. Los cárteles no existen. Barcelona: Malpaso Editores, 2018.

[1] Si bien es cierto que ya existían en la literatura argentina ejemplos previos de narrativas acerca del narcotráfico (El otro Gómez de Diego Paszkowski publicada en el año 2001, Delivery de Alejandro Parisi publicada en el año 2002 y el libro de cuentos de Ariel Urquiza No hay risas en el cielo publicada en 2017 pero ganadora en 2016 del Premio Casa de las Américas serían acaso precedentes valiosos) y trabajo periodístico y crónicas acerca de pequeños vendedores (transas) de droga, no sería hasta la aparición de las novelas de Bielsa y Ferraro que las formas y temas de la narconovela, tomando como antecedente las narco narrativas mexicanas y colombianas, con su carga de violencia extrema, sicarios, ritmo y formas de la novela policial, se adaptarían a las particularidades y experiencias argentinas.

[2] Dado que se producen localmente escasas cantidades de drogas ilícitas y no se cultivan grandes extensiones de hojas de coca, amapola o marihuana. Sin embargo, sí ha sucedido durante las últimas décadas que el país se ha convertido en sitio donde se terminan de sintetizar drogas ilícitas a partir de materia prima proveniente de Perú, Bolivia, Paraguay y Brasil y que luego se exportan a España y al resto de Europa (Federico).

[3] Por cine “gore” o “splatter” entendemos un subgénero de los “horror films” o cine de terror cuya búsqueda estética y narrativa está basada en la explotación del cuerpo humano, la exhibición de excesos de violencia, sangre, desmembramientos, órganos vitales expuestos y tortura.

[4] “an image of the dead body rendered with deliberate graphic bluntness in order to excite and entertain.” (Shapira 1) [una imagen del cadáver deliberada y explícitamente reproducida para excitar y entretener.] (Traducción propia)

[5]“Indeed, throughout the eighteenth and nineteenth centuries, the human body, dismembered, sold or exchanged and put on display in the growing medical collections, reflected the objectification of nature […]” (Talairach 134)  [Efectivamente, a través de los siglos dieciocho y diecinueve, el cuerpo humano, desmembrado, vendido o cambiado, exhibido en las crecientes colecciones médicas reflejó la objetivación de la naturaleza] (Traducción propia)

[6] El bar donde mataron a Iguano.

[7] El énfasis me pertenece.

[8] El hardboiled o “novela negra americana” se plantea en contraposición con la narrativa policial clásica de un misterio y un detective que lo resuelve utilizando el pensamiento lógico. En el hardboiled por el contrario se presenta o no un misterio a resolver y un detective o protagonista en función narrativa similar. A diferencia del detective del policial clásico, en el hardboiled el protagonista resolverá las situaciones empleando la violencia física y a los disparos. La lógica no será relevante y en cambio se reemplaza por la acción trepidante, las persecuciones, las situaciones límites que eventualmente incluso pueden llevar a la muerte del protagonista.

 

 

Alejandro Soifer (Buenos Aires, 1983) es Licenciado en Letras y Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es maestro en Estudios Hispánicos por la Universidad de Toronto, donde actualmente también es candidato al doctorado en Literatura Latinoamericana. Su trabajo académico se centra en las representaciones literarias de la violencia y el cambio social en México durante los últimos cincuenta años. Ha publicado, además, tres novelas de género policíaco y dos libros de ensayos periodísticos en prestigiosos sellos editoriales.

 

 

 

 

“Nadie era libre ante los ojos de Dios”. Voces hegemónicas en dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico

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“Nadie era libre ante los ojos de Dios”. Voces hegemónicas en dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico[1]

“Nobody Was Free Before God’s Eyes”. Hegemonic Voices in Two Chilean Novels About Delinquency and Drug Trafficking

 

 

Silvana D’Ottone Campana
Pontificia Universidad Católica de Chile
sadotton@uc.cl

 

Resumen

Gran parte de las producciones culturales en torno a la delincuencia y el narcotráfico se han caracterizado por la construcción de un mundo disputado entre héroes y villanos en que no hay espacio para profundizar en las causas de estos fenómenos, reduciendo su complejidad a una versión maniquea de la realidad. El presente análisis busca indagar en la construcción de las voces y visiones de mundo de dos novelas chilenas cuyas temáticas se asocian al narcotráfico y a la delincuencia. Para ello, presentamos el análisis de I) el tipo de narrador que construye los relatos y algunas caracterizaciones relevantes sobre el mismo y II) recursos lingüísticos asociados a la valoración de los personajes y eventos de la novela. El análisis de sus narradores, que comentan y realizan juicios de valor respecto al actuar y devenir de los personajes, y el análisis de los recursos lingüísticos que constituyen dichas evaluaciones, arrojan algunas luces respecto a cómo el discurso oficial en torno a la violencia y el narcotráfico, que representa el mundo desde una lógica binaria, está presente en la narrativa chilena contemporánea.

Palabras clave: Narcotráfico; Narrador autoritario; Discurso hegemónico; Valoración; Delincuencia

 

Abstract:

Most of the cultural productions regarding drug trafficking and crime are characterized by the construction of a world disputed among heroes and rogues, in which there is no place to go into the causes of these phenomena in any depth, reducing its complexity to a manichean version of reality. The current analysis seeks to assess the construction of the voices and world views in two Chilean novels related to drug trafficking and crime. In order to perform this study we analyze I) the type of narrator building the stories and some of its relevant characteristics and II) the linguistic resources linked to the appraisal of the characters and events of the novel. The analysis of the narrators, who comment and make judgments about the acting and becoming of the characters, and the analysis of linguistic resources that constitute those evaluations, shed some light regarding how the official discourse on drug trafficking and crime, that represents the world from a binary world view, is present in the contemporary Chilean literature.

Keywords: Drug Trafficking; Authoritarian Narrator; Hegemonic Discourse; Appraisal; Crime

 

 

Introducción. El reduccionismo de los fenómenos sociales en los discursos oficiales y los discursos culturales

En noviembre de 2020 agentes de las fuerzas de orden de Chile balearon a dos menores de edad en un hogar del servicio nacional de menores (SENAME). El hecho desató controversia en el mundo político y social, con algunos actores condenando la acción de los uniformados, mientras otros la defendían. Estos últimos aludían principalmente a una supuesta agresividad de los jóvenes heridos y a su condición de delincuentes. Incluso un ex ministro de Estado declaró: “es fundamental que hagamos una separación entre los niños y niñas que están en situación de protección y los niños y niñas infractores de ley”[1].

El caso anterior refleja una práctica discursiva habitual en el discurso político, en el discurso mediático y otras formas de discurso masivo: reducir el carácter multiforme y complejo del entramado social a dos realidades opuestas y en permanente tensión. Una de ellas habitada por aquellos sujetos que se ajustan a los mandatos establecidos en el contrato social, mientras que la otra contiene a quienes han sido expulsados por violar dicho contrato. De este modo, los discursos oficiales han instalado una representación binaria de la sociedad en que podemos identificar fácilmente quiénes están con nosotros y quiénes contra nosotros; o bien, entre buenos y malos ciudadanos (Wodak).

Adicionalmente, la división de la sociedad en dos polos contrarios cumple un rol estratégico, dado que permite instalar representaciones sobre aquellos sujetos que merecen ser castigados y excluidos. Esta práctica discursiva tiene como finalidad justificar las medidas de represión y control tomadas por las autoridades en contra de aquellos que se desvían de las normas impuestas en una sociedad (Barbour & Jones; De Castella, McGarty y Musgrove).

Estas formas de discurso son ampliamente utilizadas en el discurso político debido a que constituyen un mecanismo simple y eficiente para instalar una representación del mundo que es fácil de asimilar y reproducir. Ahora bien, el discurso político no es el único portador de estas representaciones; también los medios y la cultura de masas juegan un rol fundamental en la reproducción de aquellos discursos. Muchos productos de consumo masivo como las series, las películas y otro tipo de productos culturales, han ayudado a promover una visión maniquea del mundo, en que héroes y villanos son fácilmente diferenciables, recurriendo muchas veces al cliché para su caracterización.

Fenómenos como el consumo y tráfico de drogas o la delincuencia han estado ampliamente presentes en los productos culturales de este siglo. La plataforma Netflix ostenta un catálogo importante de series y películas vinculadas al narcotráfico. No obstante, una revisión rápida de estas narrativas basta para levantar sospechas sobre el carácter reduccionista de estos relatos y la representación facilista de un fenómeno complejo que merece mayor detención:

El narcotráfico es un problema tremendamente complejo, que en ningún sentido puede ser reducido a una lógica de opuestos. Tal como argumenta Luis Astorga, no existen fenómenos buenos o malos en sí mismos, sino fenómenos que requieren una interpretación moral contextualizada: “No hay pues plantas ni agentes sociales intrínsecamente malos o perversos. Lo malo, lo perverso, lo criminal, etc., son juicios éticos creados socialmente, más o menos incorporados e institucionalizados. Son juicios relacionales e históricos” (25). (Vásquez Mejías 228)

Ya sea por una resistencia a enfrentar la complejidad que se esconde detrás de ellos, o bien, por un afán reduccionista que permita una comunicación más rápida y eficiente de los fenómenos sociales, los productos culturales han contribuido a la escenificación del mundo del narcotráfico como un terreno disputado entre dos grandes bandos de buenos y malos, justicieros y ajusticiados. Esto se traduce en la difusión de un discurso dominante y autoritario que transforma la complejidad de la trama social en un artificio maniqueo, en el que una versión simplificada de la realidad niega la posibilidad de comprender los fenómenos sociales.

El presente estudio ofrece un análisis narratológico y discursivo de dos novelas chilenas sobre narcotráfico y delincuencia. Nuestro interés principal consiste en revelar la visión o visiones de mundo que permean estos relatos con el fin de identificar en qué medida reproducen un discurso binario sobre el bien y el mal o, por el contrario, problematizan el fenómeno haciéndose cargo de las complejidades que supone.

Las novelas analizadas: Matadero Franklin de Simón Soto (2018) e Hijo de Traficante de Carlos Leiva (2015), constituyen relatos contemporáneos que abordan de manera más o menos directa el narcotráfico y la violencia. Ambas novelas presentan un tipo de narrador omnisciente. Las características de estos narradores serán analizadas a partir de la caracterización del nivel psicológico de Uspensky. Adicionalmente, presentamos el análisis de fragmentos seleccionados de las obras que nos permiten estudiar el posicionamiento de los narradores o los personajes respecto a los temas de violencia y narcotráfico, junto con otros tópicos afines. Este último análisis será realizado a partir del estudio de recursos lingüísticos, tomando como referencia la teoría de la valoración de Martin y White.

La conjunción de técnicas analíticas extraídas de la narratología y la lingüística puede resultar útil para estudiar con mayor profundidad las voces de la novela. En el caso de los narradores externos al relato, podemos estudiar recursos de aproximación o distanciamiento respecto a la voz de los personajes. En el caso del narrador personaje y particularmente del protagonista, podemos analizar de qué modo la visión de mundo dominante en torno a las drogas y la delincuencia se filtra (o no) en la novela a través de la voz de estos narradores y mediante valoraciones o juicios más o menos evidentes. De este modo, podemos determinar si el discurso en que se sustenta la novela es uno que se ajusta a un discurso oficial, externo al relato, o bien, uno que dialoga y desafía el discurso dominante.

 

El análisis discursivo en textos de ficción

Son variadas las formas en que podemos acceder a la visión de mundo que sostiene la novela. Entendemos aquí la visión de mundo que se expresa en la novela como la manifestación literaria de una ideología; esto es, un sistema de creencias y prácticas sociales que se negocian en la novela. En este sentido, “the discourse of a narrative only has meaning in the context of the other discourses, and the prevailing ideologies of its society” (Fowler 220). El discurso de las novelas está inserto en un plano ideológico mayor con el que inevitablemente dialoga, independientemente del tipo de narración (e.g., realista o fantástica). Nuestro trabajo es, por tanto, encontrar formas de revelar este diálogo que se da dentro de la novela mediante el análisis de sus narradores y de determinados recursos lingüísticos que nos den acceso a las visiones de mundo que ellos transportan.

Para el análisis de narradores tomamos las categorías del plano psicológico de Uspensky. A partir de este marco consideramos que la manera en que el narrador nos otorga acceso a sus personajes, ya sea desde un punto de vista interno o externo, condiciona el modo en que conocemos su realidad. Además del tipo de narrador, consideramos que las realizaciones (instanciaciones) lingüísticas utilizadas nos permiten ver a través del lenguaje de la novela (Fowler). Algunos de los recursos que nos permiten acercarnos a la ideología del texto desde un análisis discursivo son: la deixis, la modalidad, la transitividad y el registro léxico. La elección de recursos lingüísticos dentro del sistema del que dispone el autor refleja, en última instancia, un marco ideológico en el que se desarrolla la obra.

 

Los narradores en las novelas

El estudio de las voces en la novela nos conduce al estudio de sus narradores. Si bien existe una amplia gama de clasificaciones y desarrollos en el estudio de las formas de narración, para el análisis propuesto nos remitimos a las categorías o casos descritos por Uspensky sobre el nivel psicológico de los narradores. Uspensky distingue entre dos grandes formas de descripción: una forma más consecuente o verosímil, puesto que se asemeja a cómo se haría la narración de la propia historia o de la de otro en una situación cotidiana. En estos casos (I y II), el autor está en el mismo nivel que sus personajes y no se destaca. Por el contrario, las formas menos consecuentes de descripción o menos verosímiles son aquellas en que el narrador se distingue de un observador cotidiano en cuanto a sus posibilidades de conocer. En estos casos (III y IV), existe una multiplicidad de puntos de vista en la narración que además se pueden ir intercalando. De este modo, adaptamos algunas ideas de la clasificación de Uspensky:

Caso I: la narración se realiza completamente desde un punto de vista externo, sin referencia a la interioridad de los personajes. El mundo interior de los personajes permanece oculto para los lectores.

Caso II: la narración se realiza desde un único punto de vista de un personaje. Solo conocemos la interioridad de este personaje. El Icherzählung es el ejemplo más prototípico de esta forma de narración, i. e., en primera persona, aunque también podría ocurrir que se relate el punto de vista de un tercero. Esta persona, cuyo punto de vista, se mantiene a lo largo del relato, constituye el héroe de la trama. Incluso si es mostrado desde afuera, el relato puede ser construido de manera tal que podamos imaginarnos la interioridad de este personaje.

Caso III: A cada escena le corresponde un punto de vista de alguno de los personajes. Así, el relato es construido a partir de distintas escenas narradas desde distintos puntos de vistas de diversos héroes en la novela. Existe en este caso una polifonía más evidente, en tanto que accedemos al relato desde distintos lugares o desde “descripciones aisladas” (82). Incluso estas voces pueden ocurrir junto a un “yo” autoral. El autor, a su vez, se compenetra con los héroes o personajes de la novela, a quienes podemos conocer desde el interior.

Caso IV: En este último caso, podemos encontrar simultáneamente los puntos de vista de diversos personajes en una misma escena, i. e., lo que hacen, piensan o sienten. La conjunción de estas distintas perspectivas ocurre como una síntesis de las mismas. El autor aquí se sitúa por encima de la acción y no participa activamente en ella. Se trata de la forma más irreal de narración, puesto que el autor tiene acceso a diversos puntos de vista. Estamos, entonces, ante un narrador omnividente y omnisciente. Además, a diferencia del caso III, la narración aquí es más dinámica, difuminando las barreras entre los distintos puntos de vista con que se narra una escena o microescena.

A partir de esta categorización revisaremos las dos novelas seleccionadas. No obstante, advertimos que estas clasificaciones pueden no ser ni muy exactas ni muy estables al trasladarlas a las novelas contemporáneas. A pesar de ello nos parece que constituyen un punto de partida adecuado para estudiar la singularidad o multiplicidad de puntos de vista en la narración. Por otro lado, creemos importante considerar que la existencia de múltiples puntos de vista en una novela no necesariamente indica que estemos en presencia de un relato que efectivamente abra el espacio dialógico para dar lugar a esas distintas voces, ya que podríamos estar ante un juego puramente estético; o bien, podríamos encontrar que por sobre esta multiplicidad de voces se puede reconocer la voz autoral como un marco ideológico que engloba la obra y que tiende a anular las voces de sus personajes.

 

Análisis de valoración

Para el análisis de recursos lingüísticos, nos basamos en los métodos de análisis propuestos en la teoría de la valoración (Martin & White). La teoría de la valoración estudia los recursos utilizados por los hablantes para expresar, negociar y naturalizar sus posiciones intersubjetivas e ideológicas. En el análisis propuesto revisamos algunos recursos asociados a la actitud, mediante los cuales los autores construyen juicios valóricos (éticos o estéticos) de los sujetos u objetos del relato. Al realizar este tipo de valoraciones, el autor puede asumir un lector que está alineado con él, o bien, buscar alinear al lector con su forma de presentar el mundo, sus valores o creencias. Por otro lado, revisamos también algunas marcas de compromiso, lo que permitirá dilucidar, a grandes rasgos, la manera en que los autores negocian significados con sus interlocutores potenciales y reales. A través de este análisis, buscamos identificar las formas en que los autores naturalizan ciertas creencias, supuestos o posturas que se desprenden de las obras. Entre algunos de los recursos lingüísticos asociados a este sistema se encuentran los modalizadores de probabilidad y la atribución.

Si bien la teoría de la valoración no fue desarrollada para el análisis de textos ficcionales, creemos que guarda un enorme potencial para analizar la manera en que las obras literarias funcionan como lugares de disputa ideológica. A través del narrador y de sus personajes, el autor puede posicionarse frente al mundo narrado y buscar que su audiencia adopte la visión de mundo construida en el texto; o bien, puede buscar solidarizar con su potencial audiencia, anteponiéndose a sus creencias y opiniones. Así, la novela puede ser entendida como un espacio en que se negocian visiones de mundo y en el que se configuran comunidades de pensamiento, ideas y valores (Alsina, Espunya & Wirf Naro).

Una parte importante de esta teoría, asociada al sistema de compromiso antes descrito, tiene que ver con los conceptos de monoglosia y heteroglosia inspirados en el trabajo de Bakhtin (The Dialogic Imagination y Problems of Dostoyevsky’s Poetics). Si bien la novela contemporánea suele considerarse polifónica, creemos que es posible observar bastante variedad en la manera en que los autores se hacen cargo de la representación de voces coincidentes o disidentes dentro de la novela. Así, es posible encontrar novelas con narradores más autoritarios en que aquello que ven y hacen los personajes, así como el diálogo de voces en el texto, están teñidos por la ideología y los juicios del narrador (Reyes). En este tipo de novela encontramos también que la voz del discurso oficial o hegemónico, la voz autoritaria del lugar común, aparece como verdad hecha e inmodificable. Este discurso de tendencia monológica niega una verdadera representación del sentir de los personajes y de sus experiencias. El relato está sujeto al escrutinio de una voz hegemónica que evalúa y juzga a los personajes o los eventos del mundo representado.

De ahí, entonces, la relevancia de estudiar estos productos culturales. Las novelas tienen un rol fundamental en la construcción de comunidades de pensamientos, ideas y valores compartidos. El posicionamiento del autor frente a los discursos dominantes en una sociedad es fundamental para la reproducción o contestación de dichos discursos. A continuación, presentamos el análisis de las dos novelas chilenas seleccionadas.

 

Análisis de dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico

Matadero Franklin (Simón Soto, 2018)

La novela Matadero Franklin de Simón Soto presenta un tipo de narrador “omnividente y omnisciente” que parece estar “por encima de la acción” (caso IV). Conoce el pasado de los personajes, relata su presente e incluso advierte sobre la forma en que se irá desarrollando el relato (función premonitora). El relato se produce desde el interior y el exterior de múltiples personajes, aunque las narraciones internas se concentran especialmente en los personajes principales: El Lobo Mardones, El Cabro, María Luisa y, en menor medida, Torcuato. Aun así, encontramos un estilo de narración en que las escenas de la novela van cambiando el foco desde donde se relata la historia, por lo que en algunos casos el narrador se posiciona desde la subjetividad de personajes secundarios, como el Oscaro y el Toto.

Para Uspensky, la narración en primera persona favorece la construcción de un héroe que el lector puede llegar a conocer en profundidad y, consecuentemente, empatizar con él o ella. No obstante, también reconoce que esto puede lograrse en una narración en tercera persona que nos muestra la interioridad del personaje. Con ello, el lector puede solidarizar con el personaje cuya interioridad es desarrollada a lo largo de la obra. En Matadero Franklin, a pesar de que nos encontramos con una multiplicidad de personajes narrados desde “adentro”, es posible constatar que las referencias a los pensamientos y sentimientos de los personajes villanos, como Torcuato Cisternas, van disminuyendo a lo largo de la novela. Por el contrario, las referencias a la interioridad de los personajes más heroicos, como el lobo Mardones, irán tomando fuerza. Si en la primera parte de la novela se nos describe un Torcuato apesadumbrado y desafortunado, a medida que se desarrolla el argumento encontramos menos descripciones de la interioridad de este personaje y más referencias a los diálogos en que participa y caracterizaciones de sus acciones, gestos, miradas, etc[2] .

Torcuato Cisternas confía en su buena estrella, pese a que la buena estrella no ha iluminado su camino en el último tiempo. Algo tendrá que pasar, piensa, no puede seguir así está cuestión, se dice, ningún hombre puede soportar tanta lluvia sin techo […] Un hombre no puede perder los estribos, se dice a sí mismo, un hombre tiene que mantener la calma sin hacer escándalos, piensa, por dura que sea la pelea que le están ofreciendo (22).

Empleando procesos verbales (decir) y mentales (pensar) el narrador nos da acceso directo a la conciencia del personaje en esta primera parte de la novela. Gracias a ello podemos conocer las tribulaciones de Torcuato, producto de su afición a las apuestas en carreras de caballos. Luego de su partida a Buenos Aires, en donde se enriquecerá ilegalmente, volverá a Santiago a ostentar y diversificar su fortuna. El patético personaje que conocimos se va transformando en un personaje cada vez más desconocido y lejano para el lector, a quien iremos descifrando desde afuera:

No puede dejar de mirar de reojo hacia la mesa de Torcuato. El Cabro se siente atraído por la abundancia y por el aspecto de aquellos hombres. Ve la cicatriz, gruesa y larga, en la mejilla de Torcuato. Se dice que una marca así solo la pueden tener los guapos, los choros de verdad, alguien que cruzó la línea y volvió pero tuvo que pagar por eso (91-92).

Aquí, mediante una descripción de las percepciones del Cabro (se siente, ve) es que logramos tener un atisbo respecto a la verdadera naturaleza de quien será el villano de la novela. Al mismo tiempo, vamos conociendo las motivaciones del Cabro para entrar en el mundo delictual.

Por el contrario, el Lobo Mardones, a quien conocimos solo desde el exterior en la primera parte de la novela, lo iremos conociendo cada vez más en el resto del relato. El amor por su familia y el trabajo, su defensa del honor y la rectitud, los conoceremos principalmente a partir de las descripciones que el narrador nos entrega desde el interior del personaje, principalmente mediante la técnica de monólogo narrado, entendido como el discurso del personaje disperso en la narración (Uspensky):

Es un trabajo al cual no están acostumbrados, un trabajo, de hecho, que jamás han realizado. El clima, la cantidad de animales, las condiciones contra el tiempo, todo aquello ronda por la cabeza del Lobo Mardones. Pero es un hombre de trabajo, un hombre de esfuerzo, y no ha rechazado jamás un encargo (187).

El narrador se compenetra a tal punto con el personaje que podemos suponer que las caracterizaciones “hombre de trabajo”, “hombre de esfuerzo”, demuestran la cercanía y simpatía del narrador/autor con el Lobo Mardones. Bien podría el narrador haber hecho referencia a los peligros a los que el Lobo iba a exponer a sus hombres; no obstante, el corolario positivo da cuenta de una constante a lo largo de la novela: el Lobo Mardones es construido como la antítesis de Torcuato; un hombre que se gana la vida honesta y esforzadamente y que respeta los códigos o normas establecidas, incluso en el mundo a ratos hostil y violento en que se desenvuelve. Esta contraposición de figuras se hace aún más evidente cuando se hace referencia al modo en que el Lobo y Torcuato se comportan con sus víctimas, ya sea animales u hombres:

Por un instante, el Lobo piensa en cavar un hoyo en la tierra para enterrarlo, pero comprende que no tienen tiempo. El crepúsculo se acerca y deben reanudar la marcha. Deciden dejar los tres cuerpos juntos, tal vez como un sencillo acto fúnebre. Antes de regresar al camino, el Lobo pasa la mano sobre el rostro de Cortés, y le cierra los ojos (232).

 

El Lobo Mardones le cierra los ojos a Torcuato Cisternas y luego se persigna (308).

 

Torcuato lo apunta con el rifle y dispara. La cabeza del Pájaro Acuña estalla y el cuerpo se sacude en estertores que a Torcuato le parecen ridículos.

Y escupe, por fin, después de tantos años, sobre el cadáver deforme del Pájaro Acuña (251).

De esta forma, Torcuato irá ostentando cada vez más las formas de un villano tradicional, como si lo viésemos en escena, descrito en sus diálogos, movimientos y gestos. Esto va construyendo un aura de incertidumbre alrededor del personaje que lo vuelve impredecible y, por ello, más temible. En un momento en que se hace evidente la tensión entre Torcuato y el Cabro, luego de que el primero descubriese una aventura romántica entre su pareja y el Cabro, Torcuato obliga al Cabro a traicionar a su padrino. La escena termina con la siguiente descripción del narrador:

Torcuato se queda mirando al Cabro con una enorme sonrisa en los labios. El Cabro asiente, sonriendo a la fuerza. Torcuato le da un par de palmadas en el hombro.

-Vaya a divertirse nomás, Mario.

-Permiso, patrón.

El Cabro se retira. Torcuato y el Loco Placencia se miran en silencio. El Gesto de Torcuato cambia de forma abrupta. Ya no sonríe; su semblante ahora es serio, gris, amargo (266).

Este tipo de descripciones de gestualidades y acciones son comunes a lo largo de la novela y permiten al narrador caracterizar a los personajes sin tener que narrarlos desde el interior. Ello permite que descubramos sus intenciones y sentimientos, pero manteniendo una distancia como lectores que evitan cualquier tipo de solidaridad o empatía hacia el personaje. Es la construcción clásica del villano y que en cierta medida recuerda la creación de personajes antagonistas en las teleseries. Dicha forma de relato junto con el uso de recursos actitudinales (enorme sonrisa; a la fuerza; serio, gris amargo) revelan una visión maniquea de la realidad, en que buenos y malos son claramente identificables.

Tanto Torcuato como el Cabro aparecen en la novela marcados por un destino trágico que se hace presente en varios momentos del relato a través de otros personajes, en especial a partir de la visión del Lobo Mardones:

Pero el mundo del Matadero no fue capaz de ejercer esa poderosa atracción que tenía sobre el resto de los niños y muchachos que vivían en el barrio; el Cabro estaba hecho de otra materia y pronto la calle lo llamó y ya no regresó jamás a esas faenas (142).

 

Conoce al que alguna vez, hace muchos años, fue su amigo. Sabe que anida el resentimiento y la venganza en el corazón oscuro de Torcuato Cisternas. Teme que Torcuato involucre al Cabro en algo que pueda crecer con descontrol y que esa marea violenta arrastre a su ahijado […] En lo que respecta al Lobo Mardones, está tranquilo, piensa, porque intentó ayudar al Cabro de todas las formas posibles. Con dinero, con oportunidades, con trabajo en el Matadero, con techo y comida. Sin embargo, una pulsión irresistible y poderosa, una esencia que ha anidado siempre en el ser del Cabro, ha sido más fuerte y lo ha llevado a actuar en el borde del peligro, como si una ansiedad gigantesca y un impulso irrefrenable lo empujara al lado sombrío del camino (188).

El Lobo Mardones aparece como portador de una visión determinista del mundo, que el Cabro es presa de una fuerza externa a él que lo empuja a actuar mal. Los recursos evaluativos de este pasaje (marea violenta; pulsión irresistible y poderosa; ansiedad gigantesca; impulso irrefrenable) que culminan con la alusión al “lado sombrío del camino” revelan nuevamente la construcción binaria de las dos realidades que habitan los personajes.

Sin embargo, el Cabro no aparece completamente corrompido desde el comienzo del relato, sino que se va corrompiendo a medida que este avanza. En la parte final de la novela conocemos su destino: luego de que su padrino matara a Torcuato en un duelo, el Cabro se hace cargo del negocio de cartillas y decide quedarse en el matadero. En las páginas finales lo vemos inmerso “en el mundo delictual capitalino” (316) y asesinando a su primera víctima. El relato culmina con la compra de la casa que pertenecía a su madre:

Ahora, que compró la casa que arrendó su madre durante años, con el duro esfuerzo del trabajo en la fábrica de cristales, siente un vacío, una ausencia inexplicable. ¿Esto era? ¿A esto tenía que llegar? ¿Y ahora qué?, piensa el Cabro (142).

A diferencia de Torcuato, el Cabro no es construido como un villano, sino como la víctima de un destino fatalista. A pesar de que la novela se nos presenta como la historia del Cabro, gran parte del protagonismo se lo lleva la historia de Torcuato y el Lobo Mardones. El Cabro aparece en parte como una víctima de las circunstancias, pero también como marcado por un sino trágico del que no puede huir.

 

Hijo de Traficante (Carlos Leiva, 2015)

En la novela Hijo de traficante de Carlos Leiva encontramos también un narrador que se sitúa por sobre la acción, solo que en este caso se trata de una voz más monológica y uniforme a lo largo de la novela que desde las primeras páginas deja en evidencia una forma de narración no problematizadora, que se ajusta a las descripciones del mundo de la droga que podríamos obtener de un melodrama:

Kevin tenía 15 ó 16 años. No estaba claro: nunca le habían celebrado un cumpleaños. Porque a sus padres no les interesaban estas celebraciones, sus vicios siempre eran más importantes que estos festejos. Para él era normal consumir drogas y alcohol en la esquina del pasaje. Además sus padres lo hacían todos los días en la casa […] El poco dinero que ganaban se lo disputaban entre los deseos de su madre por seguir consumiendo y los de su padre, por comprar otra caja de vino. (11)

Pronto también tenemos acceso a una descripción de Kevin desde el interior a través del uso del monólogo narrado. Cuando un asistente social del colegio de Kevin ordena trasladarlo a un hogar de menores, sabemos que en el trayecto “Kevin pensó en arrancarse donde unos familiares” (12) y que luego de llegar al hogar “No tenía la certeza que sus padres volvieran por él” (13). De este modo, parte de la narración será relatada desde el punto de vista de Kevin, aunque con una evidente influencia del autor sobre el discurso del personaje (Uspenky). En general, podríamos considerar que estamos ante el caso II en la nomenclatura de Uspensky, dado que gran parte de la acción se narra desde el punto de vista de un personaje; no obstante, a ratos el narrador parece tener acceso, aunque limitado, a las percepciones o intenciones de otros personajes, por lo que esta narración tiene también rasgos del caso IV.

La voz autoritaria y hegemonizante del autor se hace mucho más evidente en esta novela. La vida de Kevin, el “samaritano chico”, conducido al mundo de la droga y la delincuencia por sus padres, se presenta también como marcada por un destino trágico. La evolución del personaje es representada como un espiral de degradación que lo va alejando del hogar de menores que lo acoge en la primera parte de la novela y donde Kevin “encontraba todo lo que necesitaba: cariño, entretención y bienestar” (15) para llevarlo al barrio en donde se erigirá la mansión de su familia desde donde

veía como algunos vecinos y amigos acuclillados relampagueaban encendedores como luciérnagas atrapadas, quemando sus vidas cadavéricas, sus noches cadavéricas, sus cuerpos cadavéricos y sus mentes de mierda cadavéricas (18).

Si bien en esta novela la voz del narrador aparece compenetrada a ratos con la conciencia de Kevin, se observa un claro distanciamiento de la voz autoral que evalúa negativamente el estilo de vida de sus personajes:

Esta era la vida que llevaban gracias a quienes les vendían las sustancias que los habían convertido en ratas y cucarachas. Quizás, era este el motivo por el cual no deseaban participar de los boy scout ni ser voluntarios en el servicio militar: porque según ellos eso era para los perkins (33).

La atribución directa que hace el narrador evidencia un desalineamiento con la ideología de los personajes. Asimismo, los recursos utilizados para caracterizar a los jóvenes drogadictos muestran una fuerte valoración negativa. El uso de metáforas o comparaciones con animales para representar a los personajes es común a lo largo de la obra y van usualmente cargadas de juicios negativos. Nayareth, una ex pareja de Kevin y actual pareja de su amigo Michel, es caracterizada como “una quiltra callejera” (33), debido a su desmejorada fisonomía en el momento presente del relato, o como “una perra aguerrida” (37) por su insistencia en ir a robar al centro a pesar de encontrarse en un delicado estado de salud. Josefina, la madre de Kevin, es caracterizada como un animal en diversas ocasiones:

Dominaba a su marido, tanto así que le había exigido le comprara un sofá de cuero rojo en una gran tienda del mall, en el que dormitaba como una ballena varada. (38)

 

Su hijo la miraba sorprendido, porque la droga la tenía más rayada que una cebra (38)

 

Ella se enfurecía como leona circense obligada por el látigo de su amo a saltar el arco de fuego. (39)

Respecto a una amiga de Josefina con la que Kevin tiene relaciones sexuales se dice que “a ratos Kevin sentía miedo porque, al mirarla en el acto, parecía una perra hambrienta” (47). Los juicios del narrador hacia las mujeres de la novela parecen reproducir un discurso patriarcal y descalificador que no es fácilmente atribuible a alguno de los personajes, sino que parece reflejar una voz acusatoria externa, del narrador o autor. Ante la desaparición de la madre de Josefina, Kevin y Ramón sospechan que esta hubiese huido con un amante. En dicha escena el narrador relata:

Se apresuraron en registrar su habitación por si faltaba ropa o había dejado alguna carta de despedida, porque era típico de algunas mujeres que cuando se les calentaba la pajarilla con otro hombre, se iban sin valorar nada, aunque después el amante las desechara. (50)

Más adelante se revela que Josefina había sido secuestrada por una banda rival. En esta ocasión el narrador indica que “la situación estaba abochornada y todo por la incorregible de Josefina” (50).

Ocasionalmente se nos presentan algunos atisbos de la interioridad de otros personajes como Josefina, la madre de Kevin. Tras la muerte de su amante se nos describe de la siguiente manera:

Josefina siempre había sido depresiva. No se podía zafar de esa nube, se le había pagado como la sarna que arrastraban los perros callejeros. Había días en que solo deseaba cortarse la cabeza, los brazos o la yugular para no sentirse tan tensa. (39)

Sin embargo, más adelante encontramos una modalización del narrador que nos deja entrever que su acceso a la conciencia de estos otros personajes de la novela no es total, lo que evidencia nuevamente un distanciamiento del narrador:

Andaba mal de su cabeza, si hasta parecía que deseaba irse a dormir al cementerio para estar más cerca del cafiche que la hacía tan feliz en la cama. (39)

El narrador de Hijo de Traficante podría considerarse entonces como un narrador omnividente que nos conduce por distintas acciones del presente y pasado del relato, que tiene acceso limitado a la interioridad de sus personajes, excepto por Kevin con quien parece compenetrarse más. Sin embargo, la caracterización que obtenemos de la interioridad de Kevin es de una conciencia que a ratos se vuelve excesivamente castigadora hacia el mismo protagonista, lo que levanta suspicacias respecto a que la voz narrada corresponda efectivamente a la de Kevin. Pareciera más bien que el narrador se apropia de la conciencia de Kevin para introducir sus juicios y valoraciones:

Reflexionaba que a su edad era demasiado para él, y todo porque era unos puros giles, ya que cuando hablaban abanicaban sus manos como los sordomudos, o porque fumigaban sus ropas con desodorantes spray […] Eran solo unos títeres de la sociedad.

Por eso los llamaban inadaptados, pungas de poca clase y de malas costumbres. Quizás, eso había llevado a una radioemisora tiempo atrás a promocionar el eslogan “pitéate un flaite”. Y era culpa de ellos no querer ver más allá de sus narices. (112)

Si bien el pasaje se construye como una reflexión de Kevin, a ratos se diluye la presencia del protagonista y parecemos estar más ante una crítica del narrador hacia los jóvenes que están inmersos en el mundo de la droga y la delincuencia y hacia sus costumbres. Esta ambivalencia en la narración, con el distanciamiento que parece haber entre el narrador y Kevin, impide que al protagonista se le pueda construir de forma heroica o que podamos empatizar con él como audiencia.

Como mencionamos antes, la vida de Kevin está marcada por un destino trágico. Luego de pasar un tiempo largo en prisión, Kevin se une a un grupo de evangélicos dentro de la cárcel de Arica y comienza su rehabilitación. Hacia el final de la novela, el narrador nos retrata un personaje que “ya no pensaba ni siquiera en salir para vengarse de nadie. Comprendía mucho mejor la vida y no sentía rencores” (126). Encomendado a dios, el nuevo Kevin “tendría un futuro más optimista porque estaba siendo el mejor ejemplo de superación” (127). Incluso logra cambiar su comportamiento y forma de hablar “no abanicando las manos como los inadaptados” (127). Sin embargo, un crimen cometido años antes llegaría a truncar su intento de obtener una rebaja carcelaria y a echar por tierra todo su progreso:

A los meses después, llegaron a la cárcel de Arica para aumentar la condena de Kevin: las pruebas lo condenaban […].

Kevin reconoció ese crimen cometido años atrás. Ahora, aparecía esta otra represión, aumentando así sus años detrás de las rejas. Nadie era libre ante los ojos de Dios. (129).

La visión moralizante que atraviesa el relato obliga a que los criminales sean ajusticiados. El destino de Kevin no puede ser de otra forma, dado que “sus vicios no le habían permitido construir nada en su vida, sólo su sombra que merodeaba entre pasillos en las distintas cárceles donde había estado” (129). Al final de la novela, Kevin recibe la visita de su hijo Bastián y consigue permiso para salir con él a la calle.

Estaban sólo a unos metros de ingresar al complejo carcelario cuando, desde una moto todo terreno, una balacera los envolvió absolutamente. Ninguno de los dos supo el porqué del atentado. Ninguno de los dos tuvo tiempo para proteger al otro.

Los dos cuerpos quedaron demolidos en el suelo, sin vida. (131)

Así concluye la novela.

Las novelas de Simón Soto y Carlos Leiva nos presentan el mundo del narcotráfico y la delincuencia desde una perspectiva moralizante y fatalista en que los villanos deben ser ajusticiados. En ambas novelas vemos dos personajes que no parecen tener libre albedrío sobre sus destinos: Kevin y el Cabro son víctimas de las circunstancias, del abandono y de estar expuestos a la influencia de hombres viles. A pesar de su calidad de víctimas, ninguno de ellos puede zafarse de la soledad y el desamparo en que culminan sus vidas. Al mismo tiempo, los personajes villanos como Torcuato, la madre de Kevin o los otros personajes que consumen o trafican drogas, son severamente representados desde el exterior, sin espacio para la problematización. Lo anterior contribuye a la construcción de un mundo de héroes y villanos, nosotros y ellos, que reproduce una lógica reduccionista de los fenómenos abordados.

 

 

Conclusión

Las declaraciones del ex ministro de Sebastián Piñera respecto a los jóvenes del SENAME, haciendo una separación entre los niños que necesitan protección y los infractores de ley, es un reflejo de un discurso que busca dividir a las sociedades entre aquellos que se apegan a las normas y aquellos que se desvían de ellas, promoviendo la existencia de un nosotros y un ellos y, a la vez, construyendo una separación que puede ser irreparable. Los discursos políticos y la cultura de masas cooperan en la difusión de una visión de mundo maniquea, donde no hay espacio para la complejidad de los fenómenos sociales y donde se encasilla a las personas en bandos opuestos, es una especie de escenificación melodramática de la realidad con héroes y villanos (Vásquez Mejías).

El análisis de estas dos novelas chilenas sobre narcotráfico y delincuencia nos muestra que el discurso hegemónico en torno a estos fenómenos parece filtrarse en los relatos a través de la voz de sus narradores. En ambos casos, pero especialmente en Hijo de traficante, encontramos una voz narrativa autoritaria que ejerce gran influencia sobre sus personajes. Los narradores, de manera más o menos evidente, juzgan la vida de Kevin o el Cabro, y más aún la del resto de los personajes que se van conformando como villanos en las novelas. A través de estas narraciones escuchamos la voz más o menos nítida de la autoridad que nos recuerda que el destino de estos jóvenes, atrapados por la droga y la delincuencia, está trazado por fuerzas misteriosas que los condenan a un sino trágico.

Si bien es evidente que una sociedad debe prevenir y combatir fenómenos como la delincuencia y el narcotráfico, también es cierto que el reduccionismo extremo de los discursos oficiales es peligroso para los ciudadanos, puesto que invita a reproducir una narrativa y una visión de mundo poco realista que no empatiza ni considera las diversas realidades que se esconden tras estos fenómenos. Parece inevitable que parte de las producciones culturales masivas apelen a una narrativa de héroes y villanos por la familiaridad que esta tiene para el espectador; no obstante, es fundamental desarrollar una mirada crítica frente a estos relatos que, por un lado, pueden caer en la lógica de glorificar a quienes han sido protagonistas del crimen organizado y han ostentado conductas violentas y machistas, poniendo en peligro a la sociedad, o por el contrario, pueden y muchas veces, como hemos visto, terminan por mostrar a los jóvenes y niños que entran en el mundo de la delincuencia y el narcotráfico como inherentemente malignos, como marcados por la violencia y un destino ineludible.

Así, la lógica de los niños que requieren protección y los niños infractores se reproduce en estos relatos y nosotros, como audiencia, corremos el peligro de seguir reproduciéndola. De ahí que nos parece fundamental cuestionar y contestar estas producciones culturales, con el fin de evitar la propagación de la narrativa de héroes y villanos. Asimismo, es fundamental no desviar la mirada de las complejidades del entramado social que están en la base de estos fenómenos, como también de los potenciales verdaderos villanos que quedan enmascarados por estos relatos.

[1] https://www.cnnchile.com/pais/teodoro-ribera-polemica-derechos-ninos-protegidos_20201120/

[2] En los fragmentos analizados de las novelas, subrayamos aquellas partes del texto en que se verifica el análisis de los narradores o de los recursos lingüísticos identificados.

 

Bibliografía

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Bakhtin, Mikhail. The dialogic imagination (C. Emerson & M. Holquist, Trans.) Austin: University of Texas Press, 1981.

—. Problems of Dostoyevsky’s poetics (C. Emerson, Trans.). Minneapolis: University of Minnesota Press, 1984.

Brandon Barbour & Reece Jones. “Criminals, Terrorists, and Outside Agitators: Representational Tropes of the ‘Other’ in the 5 July Xinjiang, China Riots”. Geopolitics, vol. 18, no. 1, 2013, pp. 95-114.

De Castella, Krista, Craig McGarty y Luke Musgrove. “Fear Appeals in Political Rhetoric about Terrorism: An Analysis of Speeches by Australian Prime Minister Howard”. Political Psychology, vol. 30, no. 1, 2009, pp. 1-26.

Fowler, Roger. “How to see through language: Perspective in fiction”. Poetics, vol. 2, no. 3, 1982, pp. 213-235.

Leiva, Carlos. Hijo de traficante. Santiago de Chile: Caronte, 2015.

Martin, J.R. & White, P.R.R. The Language of Evaluation. Appraisal in English. London & New York: Palgrave Macmillan, 2005.

Soto, Simón. Matadero Franklin. Santiago de Chile: Planeta, 2018.

Reyes, Graciela. Polifonía textual. La citación en el relato literario. Madrid: Gredos, 1984.

Uspensky, Boris. A poetics of composition. Berkeley: University of California Press, 1973.

Vásquez Mejías, Ainhoa. “Esas difusas fronteras éticas. El Zurdo Mendieta en la narco-literatura de Élmer Mendoza”. Visitas al Patio, no. 12, 2018, pp. 227-240.

Wodak, Ruth. “Discrimination via Discourse: Theories, methodologies and examples”.  Zeitgeschichte, no. 6, 2012, pp. 403-421.

[1] Este artículo forma parte del proyecto FONDECYT N° 1190745 Narcorrelatos chilenos a punta de balas y exceso: un código de lectura periférico para visibilizar la marginalidad socioliteraria en la nación triunfalista del siglo XXI, a cargo del Dr. Danilo Santos López y en el cual trabajo como colaboradora.

[2] https://www.cnnchile.com/pais/teodoro-ribera-polemica-derechos-ninos-protegidos_20201120/

[3] En los fragmentos analizados de las novelas, subrayamos aquellas partes del texto en que se verifica el análisis de los narradores o de los recursos lingüísticos identificados.

 

 

 

Silvana Andrea D’Ottone Campana. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánicas y Magíster en Lingüsítica de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En la actualidad es candidata a Doctora en Psicología en la misma casa de estudios. Ha participado en diversas investigaciones como asesora de investigación, específicamente en el ámbito de análisis del discurso. Su más reciente contribución en esta materia se enmarca en el proyecto FONDECYT 1190745 “Narcorrelatos chilenos: A punta de balas y excesos”. En el contexto de esta investigación ha participado en la construcción del corpus literario y en el análisis crítico de la literatura chilena asociada al narcotráfico y la delincuencia, así como en la organización de congresos y la difusión de nuestros hallazgos.

 

 

 

 

 

THE ROBERT REDFORD HORROR SHOW

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THE ROBERT REDFORD HORROR SHOW

Los instrumentos de la responsabilidad fueron abandonados en beneficio de las primicias no confirmadas

  1. R.R

Llegará el día en que una persona cercana

nos tome por sorpresa, obtenga una foto

y al verla diga: “Perdón, creí que era otro”.

Sería como caer en la cuenta de que a partir

de ese momento no debiera dedicarme

tanto a descubrir los hechos, como supe

hacerlo, porque nadie quiere levantar

entre los suyos una muralla de hostilidad.

“¿Hay variedad en el dinero? ¿Y cuánta

en el hambre?” Un estertor, en principio

aullidos, sonaba como música educada

por el aliento que concluye apenas está

siendo exhalado. Pronto quedó la duda

de que ese alboroto posterior viniese

de una escuela con bandera a media

asta, en honor a cierta república perdida.

De la misma manera que te desconocen,

captan como si nada el rostro de los individuos

que besan monedas en la calle. Son extranjeros

que no pertenecen al reino de sus palabras.

Sin embargo, las echaban al aire y enseguida

las recogen para después pesarlas en la mano,

como los alimentos en el plato de la balanza

de la tienda de ramos generales de la esquina

de 44 y 27, aunque ya no haya cartas

en el buzón ni uvas en la parra; lo mismo

si hubiera comprado macetas elegantes

y plantara en ellas nombres propios

en consignación. Que te hayan reconocido

al pasar, forma parte de una circunstancia

tan pequeña como la sociedad que la contiene.

Me lo dijeron miles de veces: la posibilidad

de escuchar también elige quedarse

con la parte que le toca. Lo demás se disuelve

en vidas muy diferentes, que ni bien toman

contacto con la capa de ozono desaparecen

como burbujas de detergente; así de rápido.

Nada puede decirse, en definitiva, pero

al menos se puede disimular hablando de todo.

De cualquier manera, gracias por interesarse,

gracias por el olvido. Hay en toda cumbre

de poder con el pasado una rabia infinita,

aunque nada se iguala al momento de elegir

uno de los caminos. Si un hombre se detiene

en la calle y me pregunta una dirección,

¿está interrogándome o está perdido?

 

 

DESTINO FINAL: SAN MICHELE

Veniva nel mondo la luce vera, quella che illumina ogni uomo

Fragmento del Evangelio según san Juan

Tomarse un vaporetto desde Fondamenta Nuove

y llegar, en pocos minutos, a la Isla de los Muertos.

Las líneas 41 y 42 también alcanzan a la Isla

de Murano. “En invierno y en verano, / y cerca

y lejos, / mientras viva y más allá”, reza la frase

tallada en piedra caliza, o bien cualquier versión

más pulida hasta encontrarle sentido al relieve.

Y porque la educación “no es llenar un balde,

sino encender un fuego”, donde nunca tuvo

problemas que no haya aliviado una hora

de lectura. “Los peores esperpentos se vuelven

pálidos y sonrosados”, diría Isabelle, mientras

juraba que “si es bueno ser pareja, cuando quieras”;

esa moneda maleable en un mundo sin alternativas,

pero activo, como la infección que lo corroe.

Siempre podemos negar lo que está vivo,

basta con esperar algunos siglos para tener razón,

¿no? Y si bien ella afirma: “Sabes cómo vivir solo;

es tan triste como puedas imaginar”, no advierte

la existencia de culpa si el sentido de la salud

te obliga a ver. Pero los cuatro prismas de única

entidad volumétrica de David Chipperfield,

insisten: “¿cuánto tiempo llevan viviendo solos?”

De todos modos, estás mirando y yo también,

así que tenemos que conocernos, ¿qué dices?

Ahora que están muy amables conmigo,

se han disipado todas las prevenciones

contra mí. El tiempo pasa. Dejemos trabajar

a nuestro amigo y al tiempo. Nada más delicado

y peligroso que la defensa de un inocente,

cuando somos inválidos absolutos del intestino

para abajo. Hablemos de otros órganos, entonces.

Y si sólo queda cerca tuyo una mujer que se reconoce

como pájaro, o un amigo que enloquece, ninguna

cosa más te será permitida. Ni siquiera Dios -dice

Mirabeau- consigue hacer justa una ley retroactiva.

 

 

LOS FANTASMAS

Entonces ahí, las imágenes llegan, es la huelga del fantasma

Gilles Deleuze, en diálogo con Raymond Bellour

Empezaría por el final para contarlo

después, por orden de llegada.

No es sencillo, porque eso queda ahí,

como un regalo envenenado. El problema

es borrar la foto y que se abra el libro,

el que nunca quisiste leer y, sin embargo,

se contó solo y lejos de la asistencia real

de otras manos. La imagen de un niño

que roba el reloj de su padre para convertirlo

de nuevo en sus mismas partes inútiles,

más allá de cualquier reconstrucción,

y para que nadie le eche incienso

a un secreto con comentarios plagados

de tarjetas vírgenes y mudas. ¿Desde

cuándo creés en ese tipo de palabras,

si lo que ocurre es lo que no se puede

anticipar? La existencia de una recámara,

como en las armas de fuego, o de las otras,

que vence al cambio. Parece sencillo,

de una manera poco elegante, aunque no.

“Caminá en el aire, contra tu mejor juicio”,

decías en piedra, en tu lugar de descanso.

El más extraño de los invitados es un parásito

que está fuera de la puerta, pero aún mira

por dentro. Todo se vuelve un gran archivo,

la idea de que aquello sabe cómo vivir

sin mí cuando en verdad pertenece

a la experiencia de la acumulación,

y porque necesito cada vez más cosas

que no me necesitan, amontonadas

y destruyéndose, hasta hacerse cenizas.

 

 

Mario Arteca (La Plata, 1960) ha publicado más de una docena de de libros, entre ellos se cuentan Nevermore, Los poemas de Arno Wolica y Deja un mensaje después del tono.

Bench Medley

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Bench Medley

 

I couldn’t get the world off of me,

so I tucked myself under a park bench somewhere

around Broadway and sober,

but the days looked the same as they did at home

seeing half-life and life-half—

questioning if the whole of things were really there

or if truth-splintered sat waiting for someone, anyone

to take a seat long enough to carry a piece away;

seeing bands of sky and clouds, rain coming down in pauses

until the sun touched my brow and sections

of flesh from chin to toe.

 

And I wondered if it was any better here or if I should go back

into number sixteen and one across the way.

 

 

The Wailing of Maureen

 

She met the walls, she met the floors, and windows in between.

She met the sounds in hallowed halls—

The wailing of Maureen.

 

A staircase led beyond the known, she climbed so she could see,

the doors blown wide, the smokestack gone—

The wailing of Maureen.

 

She smelled the stench of memories, she smelled the lasting dread,

the taste of birth upon her tongue—

The wailing of Maureen.

 

A gable stretched into the sky, one step then liberty.

Unremembered but for her mother’s womb—

Oh, the wailing of Maureen!

 

 

Krysta Mayfield was born in Texas, and spent her childhood on the plains of North Dakota and in the woods of Virginia. She attended college in Lynchburg, Virginia, and is currently an undergraduate studying English Literature at the University of Texas Permian Basin. She writes both poetry and fiction. Ms. Mayfield currently lives in West Texas.

Man Sleeping in a Painting by Chagall

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She is a voice in the clouds
over the prairie windy and wordless,

over the wheat that shivers.
I clear a path to follow as I drift
and bring flowers to keep her company
because she is alone

except when I dream her
and then
she brushes away my attention
as simply as autumn leaves

and calls for deep lugubrious snow
to mix with ashes from the past,

a past that bends
like the whistle of a train,

the breath that holds the memories.
and I walk deserted streets
with an urge for light.

We are only passing through a night.
It is not dark. Light emblazons the numinous portals
that were eyes

and we find ourselves in China
with a cup of Jazmin tea
and mandarins

among those islands touched by rain.
Castaways
cipher a diary of dreams.

Wind combs the tangles
out of childhood.

The old knife shines with the past.

 

And yet, I am the woman in my dream,
the music that trails away.

She touches me awake—
girl with a vague face, changing before us,
a shred of cloud
turning the borders into mist—that’s why
her features are ambiguous,
her nightgown white.

There is no life upon waking,
a pallor of dawn,
a radio with echoes of the day before…

We cannot say
we see the very thing
or that we depend
or that we may be certain of uncertainty
or know nothing or of nothing.

But I have a violent wonder,
the lightning tearing at her gown
to find the secrets she has kept—

her body, unsheathed,
swells, sings out
in transfiguration—like a body, holy body.

It radiates the twilight still
and black hair
drapes across her nakedness.

Wake inside me!
Walk barefoot.
Blue, remote and trembling…

Come—the word, a small white stone,
ripples, wave on wave toward waking,
drawing on calligraphy of ships…

through the French doors
to the sirens through the fog—
figures of ivy, shadows, shawls, and sea—
not a figure but a figment,

a wisp,
ghost ghosting a photo,

or the morning
inflaming a bowl of fruit.

Close your eyes,
eclipse
what was one day.

Say your litany of sheep until we meet again.
Make nonsense of the nebula,
feathers of anonymous birds,
faces brightened by a dying star.

And let lips to dazzling shadows cast
in the chalice silhouette
that holds you.

This is where the serpent lives.
He lives!