ISSN 2692-3912

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El estorbo

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El estorbo

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Nadie preguntó en qué momento aquella mujer se disparó en la sien. Parecía que su cuerpo había estado allí desde siempre, desde que ellos se pusieron a bailar y a beber y los más descuidados de repente tropezaban con la zapatilla dorada del cadáver o machucaban uno de los finos dedos enguantados. ¿Desde cuándo?

La Morsa se acarició el colmillo nacarado. Junto a él la señora Sapo se abanicaba y reía a carcajadas. Vestía por completo de verde, sólo dejaba ver la carne morena de su espalda. Él le susurraba algo al oído mientras los ojillos apretados tras los párpados abultados del anfibio se posaban en el generoso escote de la mujer cuyos rayos solares brotaban de su máscara.

⎯¡Aurora! ⎯gritó el Poeta y alzó una botella de whisky que pronto se la llevó a los labios.

⎯¡Es usted un cerdo! ⎯dijo el hombrecillo con la nariz de gavilán—. Si afuera no estuviera condenado a muerte, le pediría salir en este instante.

⎯¡Basta! Les pido que se relajen. Bailen, bailen.

Nadie preguntó quién había contenido la discusión incipiente. Sin reflexionarlo, como por encantamiento, los refugiados empezaron a bailar. El Zorro tomó de la mano a la Libélula y se dirigieron al centro de la sala. Les siguieron el Rey y la Cara de Luna; la Serpiente y la Medusa; el Lobo y la Sirena. Las parejas más extraordinarias danzaban a ritmo de vals. Eran cinco en total según conté desde la barra en penumbra.

⎯¡Seis! ⎯dijo el Fauno que llenaba mi copa con un líquido turquesa— Cómo llegamos hasta aquí, amigo mío. ¿Escuchas a lo lejos?

⎯Nada ⎯respondí.

⎯¿Y si nos hemos engañado? Tal vez, haya una oportunidad de vivir allá afuera. Tal vez, venga a tiempo. Tal vez, lo haga.

⎯Es imposible hacerlo, señor Fauno. Llene mi copa, no quiero bailar.

⎯¿Qué quiere hacer? ¿Quiere hablar de política, de filosofía, del esqueleto de Jesús?

⎯¡Vaya forma de perder la fe! ⎯dijo el Topo acercándose con una negra Lechuza⎯. ¡Dame un vodka con hielo y un ron para esta puta! ⎯Acompañó sus palabras con una nalgada seca⎯. Cuéntame, Faunito, ¿qué sabes de eso?

⎯Es todo un triunfo de la Ciencia. Los huesos de Jesús corrompidos como los de cualquier perro.

⎯Más valdría haberlo mantenido en secreto.

⎯¡Cállate! ⎯exigió el Topo al Poeta, que bailaba solo como un autómata.

   ⎯Continúe, señor ⎯dije al Fauno sin poder evitar recorrer mi mirada de los tobillos a las nalgas de la Lechuza. Me imaginé, debo confesar, la marca roja de la mano del Topo dibujada en la carne firme.

⎯Todo un hallazgo, les decía. Fíjense que descubrirlo por buscar petróleo. ¡Qué risa! La codicia de un país se convirtió en la debacle mundial de la religión. ¿No el mismo Papa mandó un comunicado advirtiendo que si no se desmentía el hecho de que aquellos huesos pertenecían a Jesús, el Vaticano declararía la guerra a los herejes?

El señor Topo rompió a reír convulsivamente salpicándonos de vodka:

⎯Imagínense al viejo cabrón desempolvando la armadura de Urbano II. ¡Al ataque, Dios lo quiere!

⎯Como saben, de nada sirvieron las amenazas. La noticia se confirmó y todos los jerarcas tuvieron que aceptarla ⎯dijo el Fauno sirviéndome una copa más⎯. ¿Usted qué piensa?

Por favor, no me aturda con preguntas inútiles. Yo estoy aquí como todos ustedes. El miedo nos arrojó al interior de esta mansión. ¿No vivía aquí el presidente? No escucho nada afuera, es imposible que ocurra algo así. ¿Quién es usted, señor Fauno? ¡Por qué me habla de manera tan familiar! ¿Quién es esa mujer con la máscara dorada a quien todos repudian? Uno a uno entramos, cubiertos de la cara. Nadie nos dijo que era forzoso usar la máscara. Parece que todos queremos olvidarnos de nosotros mismos. “Es usted todo un Don Juan”, me dijo la Libélula apenas cruzó el umbral de la sala. “Disculpe, ¿nos conocemos de algún sitio?”, pregunté por inercia, como si el encuentro hubiese sido en un parque o en una plaza. Ella me soltó una bofetada y se fue con un señor cuya cabellera plateada resbalaba sobre su faz de zorro. No nos conocíamos seguramente. “Es usted todo un Don Juan”, repitió ella, y el Zorro la galanteó de una manera tan burda, que el adolescente más novato enrojecería de vergüenza. Sin embargo, ella aplaudió con frenesí y de premio juntó los labios inmóviles al hocico artificial. ¿Nos conocemos de algún sitio, señor Zorro? Usted disparó cinco veces a su hijo al confundirlo con un ladrón, ¿no es así? El cuerpo cayó de la barda ensartándose en los ojos las espinas de un hermoso rosal. Dígame, ¿no es verdad que sabía quién era antes de sacar su arma de la gaveta?

⎯Qué alegría me produce beber esta copa con usted. Me encantan sus bigotes de alambre pulido ⎯dijo el Sapo deslizando entre el pulgar y el índice el atributo del mamífero marino.

⎯Señora, si continúa usted acariciándolos me voy a ver en la necesidad de comerme sus intestinos. ¿Me comprende?

La Morsa pasó su mano de los senos al vientre del Sapo y cerró la mano agarrando la carne con dureza.

⎯Hace tiempo que nadie me había lastimado como tú, desde que entré por esa puerta cuando todas las calles estaban vacías. ¡Me gusta!

⎯Eso sucede porque no entiendes nada ⎯gritó el Fauno desde la barra. Yo acerqué un cerillo a la Lechuza para quemarla, pero ella aproximó su cigarro y lo encendió. Sus labios dibujaron una “O” al momento de exhalar el humo, una “O” hermosa y sugerente.

⎯Fuma usted como los ángeles.

⎯¡Calla, Poeta maricón! ⎯intervino el Topo entre burla y advertencia⎯. ¿No ves que mi amigo se está imaginando acostarse con ella? ⎯Tomó un trago de su vodka e hizo un guiño cómplice al Fauno⎯ ¿Quién diablos te invitó, Poeta?

A ti qué te importa si fuiste antes el infiel propagador del virus. Eres inocente pues estás aquí, bailando, bajo tu fascinante máscara de lobo. A ti que te importa que la niña Cara de Luna apeste a mariguana y a semen seco. Qué lindas piernas y qué promesa emerge tras su corpiño estirado. ¿Usted cree que a ella le importa? No haga preguntas inútiles y baile, fúmese un porro conmigo.

⎯¡Esto es demasiado! ⎯exclamó la Sirena. En su mano llevaba a la altura de su cabeza una zapatilla plateada de cuyo tacón pendía una gotita de sangre⎯. ¿Tenemos que soportar ese cadáver hasta que se escuche algo allá afuera?

La música se interrumpió y las parejas dejaron de bailar. El Fauno apagó el cigarro de la Lechuza que había resbalado del cenicero y caído a la barra. El topo miró con reproche a la Lechuza y le cimbró la máscara de una bofetada. Yo vi pintada la silueta de la mano del Topo en el cartoncillo lustroso y me pareció ridículo su tamaño en comparación con la nalga de la chica. Después nos dimos cuenta que todo permanecía en silencio.

⎯Animales, astros y monarcas ⎯dijo la Medusa, sacándonos del estupor en que habíamos quedado⎯; seres míticos y fantásticos: Hemos pasado la mitad de este rito evadiendo nuestras responsabilidades. Mientras hay jóvenes plumíferas que andan ofreciendo sus cuasi redondos glúteos a cualquier cegatón de manos pequeñas pero firmes, aquí hay un cadáver. Mientras hay garañones que lubrican sus ojos nada más con ver el cuerpo de cualquier anfibio, aquí hay un cadáver. Mientras hay borrachos que discuten los últimos acontecimientos de nuestra era cristiana, aquí, aquí mismo, aquí entre nosotros, bajo nuestros zapatos y cubierto de colillas, sí, aquí hay un cadáver. ¿Por qué no lo han transmitido los noticieros?

Usted que es alto y tiene las manos grandes ⎯no como otros⎯ cierre los dedos meñique, anular y medio y mantenga extendidos el índice y pulgar de su mano izquierda, así, como una pistola. No trate de disparar a nadie, ni siquiera a quienes insisten en hacer preguntas inútiles. Ahora, haga lo mismo con la mano derecha. Luego, haga tocar la punta del dedo índice de su mano derecha con la punta del pulgar de su mano izquierda y verá que ocurre lo mismo, pero al revés, con el índice de su mano izquierda y el pulgar de su mano derecha. Si usted siguió correctamente las instrucciones, habrá formado con sus dedos un cuadrángulo. Dirija la figura frente a su máscara de manera tal que sirva de pantalla entre el mundo y usted, afortunado espectador. Contemple el cuadro fijo donde cabe medio cuerpo de Medusa, de la cintura a la última serpiente de sus cabellos. Escuche lo que dice: “¿Por qué no lo han transmitido los noticieros?”. Detenga la imagen. Antes de convertirse en piedra, haga un paneo lento por la sala y deténgase en el enano Nariz de Gavilán. El acercamiento es obligado por su ínfima estatura:

⎯Mi estimada Medusa, yo creo que el costo de la atención al cadáver es mucho más alto que el cadáver mismo, considerando que el impacto que tuvo el descubrimiento de los huesos de Jesús en el mercado dejó a los Estados Unidos en una profunda recesión en su dogmatismo religioso, a partir del cual la industria funeraria perdió en la bolsa del 5 al 8%, según confirmó The Wall Street Journal.

Dé un parpadeo lento y continúe el movimiento de la cámara; fíjela en el Zorro que se limpia la nariz con lo que parece un ala de libélula:

⎯Fue un disparo pulcro, exacto; ni yo lo hubiese hecho mejor. ¿Qué opinas, querida?

Entra a cuadro la Libélula arrebatándole el ala al Zorro con un mohín juguetón:

⎯Pero qué manera de vestir, por Dios; hasta para morirse hay que tener buen gusto o un poquito de decencia. ¡Parecía una puta!

Retroceda la imagen y vuélvala a correr; vea cómo la Libélula se moja los labios antes de decir la última frase. Esa será su señal para poner la censura:

⎯O un poquito de decencia. ¡Parecía una ****!

Así está mejor: la moral y las buenas costumbres ante todo. Continúe su reportaje, ¿ya pensó en algún título? Que le parece “El estorbo”. Piense mientras deja que el Rey hable:

⎯Seguramente, la chica tenía problemas; mi negocio es el placer del cuerpo, no el sufrimiento.

¿Se ha dado cuenta de la enorme pérdida de tiempo que implica este juego?

⎯Yo voy a contestar si me prometen no hacer más preguntas inútiles. Todo comenzó el día en que encontramos el cuerpo ⎯Por favor, aleje esa cámara de mí, me va a sacar un ojo⎯. Todo comenzó, decía, el día en que entramos en esta mansión y no estaba el presidente.

⎯¡Aburrido!

⎯Nos habían dicho que este era el único refugio. Que afuera serían destrozados nuestros huesos como mondadientes de madera.

⎯Miente. A mí nadie me dijo nada; fui invitado por esta ****.

⎯Señor Topo, está borracho, usted vino solo y lo primero que hizo fue sacarse los ojos. Se los regaló a la Lechuza como prueba de su amor inconmensurable. Además, le suplico que modere su lenguaje, ¿no se da cuenta que la niña Cara de Luna todavía usa corpiño?

⎯¡Si me gustaran las suripantas le hubiera regalado mis ojos a tu madre!

⎯Amigo Fauno intervenga, ¿qué pasó con el cuerpo?

⎯Se desintegró como todos. No hubo resurrección y sin resurrección no hay milagro. Siempre estuvimos solos. Pobre Papa, enloquecido en la Plaza de San Pedro.

⎯Inconmensurable soledad en los ojos del Topo.

Dentro del marco que forman los dedos índice y pulgar, pulgar e índice, una copa de cristal parece detenerse en el aire, rodeada del líquido transparente que se esparcirá apenas quede impresa la fotografía. El cuadro sigue el vuelo parabólico de la copa que con una exactitud inconmensurable cae en la cabeza del Poeta. Delgadas líneas de sangre se dibujan tras su oreja izquierda.

⎯Amigo Fauno, deme otra copa de vodka y envíe una a la niña Cara de Luna por su servicio humanitario.

⎯Mire Poeta, le rajaron la cabeza por imbécil y maricón. Ya, ya, shh. Déjeme limpiarlo. No queremos que se ensucie tan bonita sábana. ¿Ya ve? Por poeta no compró un buen traje. A ver, un besito para que sane. Tome, presione el pañuelo contra la herida. Se cae. Ya sé, se lo voy a amarrar con mi liga como aprendí en la correccional. No se preocupe, tengo otra; tengo muchas ligas y algo para el dolor, ¿gusta?

⎯¿Me pregunta a mí? ⎯intervino la Serpiente chasqueando su lengua. Tomó una de las ligas que le ofreció la niña Cara de Luna, y en vez de amarrarse el bíceps braquial para hacer saltar la vena, cruzó por una de las puntas una mariposa disecada abierta de alas que sacó de la bolsa del chaleco. Amarró luego las dos puntas de la liga y obsequió el collar improvisado a la adicta.

⎯En verdad te detesto. ¿Por qué me regalas algo que se parece tanto a ella?

Yo no la conozco. Su cuerpo, que sin duda era bello tras el vestido dorado, empieza a oler mal. La carne blanca de su pecho, lo sabemos por el escote, se torna verdosa. Me hubiera gustado estar aquí antes de que ella llegara para echarla a patadas, para darle latigazos, para molerla a golpes. ¿Quién la conoce? ¿Quién quiere encargarse de ella? Pregunte, pregunte; no tema hacer preguntas inútiles.

⎯Estamos transmitiendo en vivo desde la mansión del presidente, donde hace apenas medio siglo la Sirena se quejó ante los demás refugiados de haberse echado a perder el tacón de su zapatilla al mancharse de sangre. El cadáver de una mujer fue causa de la tragedia. A estas horas, entre el selecto grupo de convidados a este rito, se debate el futuro del cuerpo que empieza a tornarse verde. Vamos contigo, Sapo.

⎯Gracias, Medusa. Desde el lugar de los hechos te comento que hace unos instantes hubo un atentado contra el Poeta. Resulta que el Topo aventó su copa de vodka y reventó la cabeza al presunto afeminado, quien no hizo ni hará el intento por defenderse. Ante ello, no nos queda más que decir que aparte de maricón es cobarde, dicho sea con todo respeto.

⎯Sobre el cuerpo, ¿qué nos comentas?

⎯Pues mira, Medusa, entre los senos empieza a aparecer una mancha verdosa que paulatinamente va cubriendo la blancura de la piel que sigue tapada por el vestido dorado.

⎯¿Ya está confirmado el color de la piel de la muerta?

⎯Todavía no es oficial, pero yo diría que es un 95% seguro que la piel de la occisa, antes de hacerse verdosa, era blanca; lo sabemos por su escote. Ahora, si me permites, tengo las voces de algunas personalidades que han derramado sus líquidos y colillas de cigarro sobre el cuerpo. Muchos de ellos están molestos pues consideran que el cadáver reduce su espacio vital. Corre video.

⎯Es completamente absurdo y una puñalada a la moral y los buenos principios que el cuerpo de esta señorita permanezca un minuto más pudriéndose en el suelo como si estuviera sola haciendo sus porquerías, de ésas que hacen los cadáveres cuando están solos. ¿Por qué nadie piensa en los demás?

⎯Según lo estipula la ley en el artículo octavo, párrafo segundo bis, ningún muerto puede permanecer más de un día tirado sin permiso. Que yo recuerde, la mujer de la máscara dorada no pidió permiso para morirse y mucho menos tuvo la decencia de hacerlo en otra parte, digamos en la cama de algún nosocomio. Deberíamos levantarle una demanda, hacerle un proceso.

⎯Considero que era una de esas radicales populistas que creen que con oponerse a todo van a lograr que el sistema económico cambie en beneficio del sector que menos beneficios trae a nuestra sociedad. Seguramente es surgida de los grupos más radicales de pseudo-estudiantes que en vez de aprovechar su tiempo aprendiendo a ser mano de obra, se meten a grupos clandestinos de estudio y desafían al sistema, a quien sangran el presupuesto para mantener sus asquerosas universidades públicas.

⎯A mí me parece que era una ****.

⎯Ja, ja, ja. Como ves, mi querida Medusa, la pasión está subiendo entre los diversos actores que día con día tienen que convivir con este problema, sin que las autoridades hagan algo al.

⎯Lamentablemente perdimos comunicación con el Sapo… A ver… Me están informando… Sí, me están informando que algo se escucha tras la puerta de la casa. Cállense todos, por favor. Sí, parece que algo por fin está sucediendo en las calles. Silencio. Silencio.

Quedamos paralizados. Sin respirar, sin dejar que el temblor de nuestro cuerpo nos traicionara. Con los ojos vidriosos, fijos en la enorme puerta de madera. Esperando uno, dos, tres minutos de silencio petrificado, de esperanzas contenidas, de esperar que sucediera lo imposible… y nada. Aguzamos los oídos y el silencio entró más profundo que como estaba antes de que alguien, tal vez la mujer de la máscara dorada, sugiriera que nos pusiéramos a beber y a bailar hasta que comenzara el caos en la calle.

⎯La culpa es del presidente ⎯dijo el Fauno rompiendo el silencio con voz cavernosa, como contenida desde hace mil años. El Topo lo miró con estupor. No podía creer lo que escuchaba.

⎯Amigo Fauno, usted siempre ha sido un caballero, yo creo…

⎯No debió decir que aquellos huesos eran de Jesús.

⎯Parece que el Fauno ha bebido de más.

⎯Llevamos toda una vida aguardando y nada.

⎯No desesperes, ya vendrá, tiene que ocurrir.

⎯No puede ocurrir algo que jamás ha existido.

La niña Cara de Luna corrió hacia el Fauno con una jeringa en la mano:

⎯¡Blasfemo!

⎯¡Deténganla! –gritó la Morsa al tiempo que se interponían el Topo y el Lobo entre la niña y el Fauno.

⎯La culpa no es del Fauno ⎯dijo la Morsa acariciando siempre sus colmillos.

⎯¡Claro que no, es del presidente! –exclamó el Fauno con un golpe sobre la barra.

⎯Tampoco. Es… ⎯y la “E” que pronunció la Morsa duró el tiempo en que recorrió sus dedos de la base a la punta del colmillo derecho, desde donde partió su mano para señalar un cuerpo que antes fue bello y que ahora se tornaba verdoso y empezaba a oler mal –De ella.

No puedo decir que lo que dijo la Morsa no lo supiéramos todos desde que el cadáver de la mujer de la máscara dorada yacía entre nosotros, es decir, desde que cada uno entró en la mansión del presidente; sin embargo, hacía falta que alguien lo enunciara así, con valor, señalando el cuerpo como el testigo señala al asesino desde la tribuna. Inmediatamente tronaron las maldiciones en contra de la muerta. El Fauno llegó hasta ella y le dio un puntapié en la pierna. Yo le arrebaté la jeringa a la niña Cara de Luna y me abalancé sobre el cadáver. Quería picarle los ojos, los oídos, la vagina; pero fui contenido por la Serpiente. Forcejeamos y no pude más que escupir sobre el hombro del ofidio al cuerpo sin vida.

⎯¿Por qué? ⎯pregunté con justa razón.

⎯No haga preguntas inútiles ⎯me ordenó la Morsa. Ahora que creía que comenzaba a entender, resultaba que la mujer de la máscara dorada tenía derecho a un juicio justo.

  ⎯Usted no se preocupe ⎯me dijo el Topo⎯. Sólo es por trámite; acuérdese que vivimos en una sociedad con normas. La Lechuza será la jueza; el Fauno, el fiscal; el Poeta, el abogado defensor. Usted, querido amigo, será el testigo y todos los demás el jurado. ¿Ve? No hay manera de perder el caso.

⎯¿Y si algo fallara?

El Topo, por única respuesta, se aproximó a la Lechuza y le dio dos secas nalgadas con sus manos pequeñas. Acto seguido, entre el Zorro y el Lobo arrastraron el cadáver y lo colocaron a unos dos metros enfrente de la Lechuza. El Poeta se puso a su lado. Todos los demás ocupamos nuestros sitios.

⎯Se inicia el juicio con expediente número 00001, los Refugiados contra la mujer de la máscara dorada, por el delito de deceso injustificado. ¿Cómo se declara la culpable?, digo, la acusada.

La niña Cara de Luna se inyectó entre los dedos del pie izquierdo para controlar su nerviosismo.

⎯La acusada se declara inocente, su Señoría.

⎯¡Maricón!

⎯Siendo ese el caso, que pase el primer testigo. Tiene la palabra la fiscalía.

⎯¿Conoce usted a alguna persona, animal o cosa que se haya muerto sin aviso ni justificación desde que entró a esta casa? ¡Conteste!

⎯Sí.

⎯¿Se encuentra en esta sala?

⎯Sí.

⎯¿Puede señalarla?

⎯Sí, allí la tienen ⎯dije y señalé con mi dedo medio flamígero. El jurado no pudo reprimir una ovación.

⎯No más preguntas, su Señoría ⎯dijo el Fauno jalándose hacia arriba los testículos frente a la defensa en señal de triunfo.

⎯Señor Poeta, su testigo.

⎯Usted asegura que la mujer de la máscara dorada está muerta, pero ¿se ha muerto usted alguna vez? ⎯el ambiente relajado que tenía el jurado se tornó tenso. El Sapo tuvo que apartar la vista de los testículos del Fauno a su boca cuando éste se levantó para pedir relevancia.

⎯Es relevante porque partimos del hecho de que la mujer está muerta, pero si el testigo no sabe lo que es estar muerto, entonces su juicio no es confiable.

⎯El testigo debe responder.

⎯No, su Señoría.

⎯No más preguntas su Señoría.

⎯¡Poeta traidor! Vas a ver cuando terminemos.

⎯¡Orden en la sala! Señor fiscal sírvale de ese líquido turquesa al testigo, a ver si se le aclara la memoria.

⎯Su señoría, ya que este animal no sirvió para un carajo, quiero presentar la evidencia número 1. Solicito la presencia en el estrado de la mujer de la máscara dorada.

El Zorro y el Lobo tomaron cada uno una mano de la requerida y la llevaron al lado de la jueza. El rigor mortis del cadáver había provocado que los brazos quedaran extendidos en línea horizontal sobre los costados, haciéndolo semejante a una mariposa. Yo me hice a un lado y caminé rumbo a la barra entre los silbidos del jurado.

⎯Animales, astros y monarcas; seres míticos y fantásticos del jurado: vean el escote de esta mujer, observen cómo entre los senos, cuya piel era blanca y hermosa, va avanzando una mancha verde; ese, damas y caballeros, es un signo inobjetable de que está muerta.

⎯Objeción, su Señoría. No sabemos si la mancha ha avanzado más allá de lo que nos deja ver el vestido.

⎯¡Callen a ese estúpido!

⎯ Ha lugar. ¿Algo más señor fiscal?

⎯Por supuesto, su Señoría. Señorita Sirena, ¿me hace el honor?

Con pasos cortos, medidos, la Sirena dejó su lugar en el jurado y se puso frente al mismo. Ante todos nosotros alzó la prueba que culpaba irrefutablemente a la mujer de la máscara dorada: la zapatilla con el tacón manchado de sangre. Alguien en el jurado no pudo contener las lágrimas. El Fauno se aclaró la voz y dijo:

⎯La mano perversa de una mujerzuela se puso debajo del inocente paso de la dama que está frente a ustedes. El tacón de la zapatilla, obligado por las leyes físicas, cruzó uno de los dedos enguantados sin poder evitar mancharse de sangre. Cualquier ser vivo hubiese gritado de dolor, pero la mujer estaba muerta. La zapatilla ya es inservible.

⎯¡Objeción, su Señoría! El hecho de que fluyera sangre en ese cuerpo, que antes era hermoso y cuya única culpabilidad es pintarse un poquito de verde entre los senos, que por otra parte es lo único que nos deja ver el escote, es un claro indicio de que la mujer pudo haber estado viva e inconsciente del dolor infligido.

⎯¡Monstruo! ⎯Gritó el Zorro enardecido.

⎯¡Orden en la Sala! No es necesario presentar más pruebas, el jurado tiene permiso para deliberar.

⎯No hace falta, su Señoría ⎯dijo el Topo⎯. Por el delito de deceso injustificado, declaramos a la acusada inocente, ya que no se puede comprobar a ciencia cierta que esté muerta. Por el delito de daño en propiedad privada, declaramos a la **** culpable.

La sala se inundó de aplausos y gritos de algarabía. La Morsa masajeó las nalgas del Sapo y ella le pidió que se las pellizcara. El Rey sacó una bolsita de cocaína y se lo regaló a la niña Cara de Luna. La Serpiente tomó algunas notas que le servirían para hacer un tratado metafísico y la Medusa mandó el reporte a la CBS, CNN y Al Jazeera. La Lechuza volvió a pedir orden antes de dictar la sentencia:

⎯Por el delito de daño en propiedad privada, sentencio a la mujer de la máscara dorada a violación tumultuaria por todos los presentes hasta que sea completamente verificable su muerte o, en caso contrario, se levante como Jesús no se levantó.

⎯Señoría, eso es necrofilia in-con-men-su-ra-ble.

⎯Por fin veremos esa piel blanquísima más allá de lo que muestra el escote ⎯dijo el topo frotándose las manitas. El Sapo se sentó junto al cadáver y quiso mover los brazos rígidos hacia sus ancas enmalladas de verde, pero le fue imposible. Desistió y se conformó con pellizcarle los pezones todavía ocultos tras el vestido dorado.

⎯¿Verdad que te gusta? Nos gusta que nos duela.

⎯¡No, detente!

El Poeta corrió hacia donde estaba el Sapo y de un empujón la aventó a un lado.

⎯Ya te chingaste, Poeta de mierda.

⎯¡Agarren al maricón!

Entre el Lobo y el Zorro sujetaron al Poeta por los brazos; la Serpiente le contuvo las piernas.

⎯Crucificadle, crucificad al Rey de los Refugiados ⎯dijo el Fauno como un emperador implacable⎯. ¿Dónde está tu Dios ahora?

Obligamos al Poeta a levantar el cuerpo de la mujer de la máscara dorada y llevarlo sobre su espalda hasta el centro de la sala. La Morsa ofreció gustosamente su cinturón para azotar al rebelde en su trayecto. Luego, lo tendimos boca arriba sobre el cuerpo del cadáver. Con las ligas de la niña Cara de Luna, el Topo amarró las muñecas del Poeta a las de la muerta; sus tobillos a los tobillos.

⎯¿Dónde está tu Dios?

Levantamos al Poeta crucificado en los despojos de ese cuerpo que antes fue bello. Allí estaba el sacrificado, entre nosotros, viéndonos como si no comprendiera nada, como si él mismo no supiera lo que sucedería después.

⎯¿Dónde?

Tomé la jeringa de la niña Cara de Luna, me acerqué al poeta y se la clavé en el costado izquierdo. Soltó un grito y se desvaneció.

⎯¡Otra vez no pidió perdón por nosotros! ⎯dijo el Rey.

⎯¿Qué hacemos ahora?, ¿nos quitamos la máscara?, ¿eso nos salvará por fin y para siempre de nuestra condición humana?

⎯Beban y bailen.

La voz provino tras la barra. Era la del Fauno que ya llevaba la pistola hacia su sien. Todos lo vimos; sin embargo, nadie recordaba en qué momento se disparó.

Afuera seguía sin llover.

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* “El Estorbo” obtuvo mención honorífica en el Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila 2015. Fue publicado en la antología Andan sueltos como locos. Comp. Aránzazu Núñez. Ciudad de México: Pimienta, 2016. Impreso. Se presenta la versión original del autor.

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Sergio Iván Garzón Clemente es mexicano, doctor en Letras con Mención Honorífica por la Universidad Nacional Autónoma de México, además de narrador y ensayista. Ha publicado minificciones en diversas revistas literarias. Entre su obra destacan “Error Victoriano”, microrrelato seleccionado en la antología Más allá de la medida. I Premio Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra (2010) y “El Estorbo”, cuento con el que obtuvo Mención Honorífica en el Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila y que fue publicado en la antología Andan sueltos como locos (2016). Asimismo, es autor de “La moral entre el goce estético y el arte útil: reflexiones sobre un cuadro de El Greco en Los días terrenales de José Revueltas”, (Crates, 2002), y “El lector imposible: una lectura sobre las ‘lecturas ideales’ de Farabeuf”, (Crates, 2009).

Bajo el mármol lunar

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Bajo el mármol lunar

(Selección)

 

Portada Bajo el mármol lunar

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-1-

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LA TARDE ENROJECE,

objetos de toda naturaleza te son lanzados desde esta luz;

algunos se estrellan contra ti,

otros te atraviesan.

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más que el cuerpo

duele el silencio;

ninguna de estas cosas te llama, pero todas te pertenecen.

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BAJO ESTA LUNA VERDE

me aferro a mis amuletos de cimarrona

y miro el patio de lluvia acumulada y empobrecida

—ya sin estrellas—

y con sobresalto encuentro mi reflejo en los vidrios de mi casa

en donde siempre viajo de polizón.

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-2-

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habilidad

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aunque se le haya retirado,

un cuerpo extraño en el ojo

deja un efecto prolongado de ocupación.

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miras fijamente con tu ojo agitado;

vigilas que nada se desplome dentro de esa irritación.

el trabajo del ojo es sostener lo que tu boca no puede,

lo que tu mano no alcanza,

lo que tu oído no entiende,

lo que el resto de tu cuerpo desconoce.
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mirar desde la escarpadura que dejó lo que ya no está

es tal vez una habilidad pesarosa

generada por la hebra de un espejismo

que la humedad del ojo agradece

sin dejar de lamentarse.

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-3-

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EN EL FONDO DE LA CASA SUCIA

el amor te muerde las manos.

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ruedan en su inmovilidad las estrellas

y al amanecer unos muñones resplandecen y te ciegan.

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son tuyos

—los muros te dicen—:

son tu trofeo

cuando te balanceas y los atraviesas.

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Bajo el mármol lunar. Universidad Autónoma de Nuevo León, 2024

 


Claudia Berrueto (Saltillo, 1978) es Licenciada en Letras españolas por la Universidad Autónoma de Coahuila. Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en dos ocasiones, en el área de poesía de Jóvenes creadores. Premio Nacional de Poesía Tijuana 2009 y Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2016. Ha publicado Polvo doméstico, Costilla flotante y Sesgo, este último, reeditado en Venezuela y Ecuador en 2021 en una coedición del Centro Editorial La Castalia y línea imaginaria Ediciones y por Cinosargo Ediciones, sello editorial chileno con sede en México, en 2022. De 2018 a 2021 perteneció al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Actualmente es presidenta de la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana en Arteaga, Coahuila.

2008

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2008

Este poema es aquel campo de amapolas rojas

en que se transformó el manto de nieve

salpicado

por la sangre

Este poema es la mañana que calmaste la seca

con té de jengibre y sentiste estabas a un wok

de ser un monje Shaolin

Este poema es un balón Garcís de los Pumas y

le inyectamos clara de huevo

Este poema es sobre un caballo que no volvió

a correr jamás ni en el llano ni en la pista

Este poema es efímero como el popper

Este poema es un jugo tampico teipeado a un

1lt de leche Lucerna

Este poema es el primer hombre en ahorcarse

de una sábila enmacetada

en una lata de pozole Bush’s

Este poema son las costras que mamá te

compraba a los 7

Este poema son las pesadillas que recogí del

suelo cuando Ed

sacudió la cabeza

Este poema es una garrapata gris queriendo

cruzar la avenida de las torres

(zoom out/zoom out/ zoom out)

Este poema es como azotar una puerta giratoria

Este poema es la tarde que le gané el sprint al

cicla que traía dos termos en el cuadro

Este poema es una tumba con tu nombre y ya

le puse flores

Este poema pasó el Course-Navette

Este poema son las promos del Oxxo y los

flows de Chalino

Este poema es la poniente sur rumbo a casa de

mi abuela Julia en invierno/agripado/ leyendo

los Detectives Salvajes

Este poema es un Adán obeso y aburrido

buscándose al reverso de la palabra nada

Este poema eres tú bailando Psycho en el

Morocos

obvi 2008/obvi narcoguerra/obvi cada día me

acuerdo menos

Este poema es el rompevientos Adidas que

compramos en las segundas

Este poema son las sábanas que tendía mamá los sábados con los Terrícolas

de soundtrack

Este poema ondea como la cola de un perro y esa es mi bandera.

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Eric Roacho Saldívar nació en Ciudad Juárez, México, en 1988. Forma parte del taller literario BISONTE. Vato es su primer poemario publicado en 2016, bajo el sello de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, por haber obtenido el primer lugar de la convocatoria Voces al sol. Escribe actualmente su segundo poemario, el más desafiante, titulado Cactus, en el que recopila escenas familiares punzocortantes.

Love in the Asylum

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Love in the Asylum

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I will escape the asylum

to find you

wearing only a candle on my head

and sing

with a lu lu la lai…

where the world walked through my life

with bloody shoes,

paced thin the ice that’s been my life,

passed through

the eye of my needle,

the black backside of a mirror,

where a nurse with a pin light like the star of Bethlehem

makes rounds for the last suicide check of the night,

the moon on her face like a search light

going over and over a life made of blame

like headlights widening and accusing with silence.

.

We talked till late about the poetry of Hell,

how poets lie and burn,

and smoke rises

like an animal twisting in its shell

who knows its shape by the walls

like 7th grade geometry of windows and planes—

first letters we hung on the corners of nothing.

.

I will escape

on the back wings of the hospital,

ascending merely by belief in you,

.

and we will meet at a quiet café

that is pleasant and gloomy,

and drink according to the wind…

and the wind is always strong.

.

Softly she comes, the nurse, on tiptoes.

Look away!

Close these eyes, the coffin lids!

Our gowns hang loose…

The night is… resolute—

wet and lovely, our mouths.

.

And pacing, pacing

circles, spirited away

to islands of soft grass

and the air full of the child’s hosannahs, the child

in circles runs.

.

Then night will fall, and rain

and into each other we fall—

into the effigies of wind in dreams of the body in abandon

in the blue blue flames beyond.

 


Marlon L. Fick divide su tiempo entre Ciudad de México y Odessa, Texas, donde es profesor de literatura inglesa en la Universidad de Texas—Permian Basin. Además de traductor, es poeta con varios títulos publicados. Ha recibido el premio National Endowment for the Arts de escritura creativa. Editó y tradujo la antología The River is Wide/El río es ancho. Twenty Mexican Poets. Antología bilingüe, traducción de 20 poetas mexicanos.

1666, de Enrique Escalona: Un viaje a los orígenes del pueblo mexicano

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César Antonio Sotelo

Universidad Autónoma de Chihuahua

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1666, de Enrique Escalona: Un viaje a los orígenes del pueblo mexicano

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Resumen: En el siglo XXI la novela histórica ha evolucionado en sus formas para convertirse en un instrumento de análisis de la problemática socioeconómica y política contemporánea de México. En esta revisión, pocos autores se han enfocado en situar sus ficciones en los tres siglos de virreinato de la Nueva España. En su novela 1666, Enrique Escalona sitúa en dicho momento histórico un relato en el que la novela de aventuras y la ficción histórica se entrelazan con la fantasía y los mitos prehispánicos para dar voz a aquellos pueblos originarios que han sido olvidados en la historia de la colonización del norte del virreinato, como la nación wixárika o wixaritari, dejando de lado el geocentrismo histórico, para mostrar el complejo y largo proceso de formación de la nación mexicana y al mismo tiempo visibilizar a los pueblos nativos olvidados por la historia, que en la actualidad luchan por conservar su identidad.

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El nacimiento de una nación: el Virreinato de la Nueva España.

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Hernán Cortés bautizó con el nombre de Nueva España al territorio en el que se iba a adentrar para enfrentarse al imperio mexica; tal apelativo aparece por primera vez en la segunda carta de relación que el conquistador escribe a Carlos V, aproximadamente un año antes de la caída de Tenochtitlán. Para Camba, Cortés basó su justificación en que:

…el clima era parecido, tanto en las regiones frías como en las más cálidas, y se asemejaba al paisaje del país ibérico. Esto se sumó a que la extensión, la riqueza del suelo y la densidad de población también eran similares… se trataba de equipararla a la “vieja” España y también era un intento por resaltar el carácter extraordinario del sitio que se sumaría a otros reinos pertenecientes a la monarquía hispánica. (Camba, 2022, p. 19)

En su origen, Nueva España no tenía límites territoriales claros: era una inmensidad de tierra con fronteras difusas, poblaciones en distintos grados de civilización y regiones que estaban por descubrirse, algunas de las cuales nunca llegaron a poblarse por los españoles. El proceso de formación de la Nueva España fue lento y la conquista militar de las vastas tierras se dio de la mano con la conquista espiritual. En trescientos años la Nueva España comprendía, además del actual territorio mexicano, el sur de los actuales Estados Unidos (California, Arizona, Nuevo México y Texas) y de ella dependía Centroamérica. Más del doble del territorio nacional actual.

La conquista y colonización de dicha superficie fue, innegablemente, una gesta heroica. Cuando se contempla la Misión Jesuita de San Javier, al sur de la ciudad de Tucson, Arizona, resplandeciente de blancura en medio del desolado desierto, no puede dejar de admirarse la hazaña de estos religiosos, de los hombres y mujeres que desafiaron todos los obstáculos, poniendo en riesgo sus vidas, para poblar unas tierras inhóspitas en las que crearon una nueva forma de vida. Son muchas las historias anónimas, muchos los personajes, conquistadores, religiosos, mujeres, que contribuyeron a la formación y desarrollo de la Nueva España y que han sido que han sido olvidados por la historia.

Al mismo tiempo, fuera de los círculos académicos, poco se conoce sobre la vida, la sociedad, las costumbres del país en esos años. Así lo dice Camba:

Del período que duró trescientos años, de 1521 a 1821, sabemos poco y mal o de plano nada. Nomás nos decían que México antes se llamaba Nueva España. Y acaso había alguna vaga mención a Sor Juana Inés de la Cruz. Un brevísimo relato salpicado de estereotipos y prejuicios visto desde la lente de la experiencia anglosajona de la dominación en América. (Camba, 2022, p. 15)

Dada la importancia que revisten estos tres siglos en la formación del pueblo mexicano, de su cultura y sus instituciones, en las dos primeras décadas del siglo XXI la novela histórica se ha aproximado a estos años de Virreinato o Colonia (Martínez Barac) para intentar explorar, conocer y entender este período novohispano. Esto se relaciona profundamente con una de las tendencias actuales en la narrativa en lengua española, la que busca expresar el todo desde sus partes, como señala Sabogal:

Los mundos totalizadores que explicaban grandes problemas o temas han sido reemplazados por micromundos más personales que contienen el universo. Ese es el no lugar al que ha llegado la novela hispanohablante del siglo XXI, poblado de voces polifónicas nacidas del mestizaje genético, cultural y literario de todos los tiempos y lugares con vocación global y sin prejuicios ni miedos de ninguna naturaleza.

La conquista española ha sido explicada como un todo, olvidando que fueron muchos los mundos que se encontraron cuando los españoles acometieron la empresa de conquistar y colonizar el vasto territorio de lo que sería la Nueva España. Tomando en cuenta tal premisa, Enrique Escalona crea una narración que presenta dos de esos mundos, dos de los muchos grupos humanos que poblaban lo que se denominaría como Aridoamérica, para darles voz y hacer patente su participación en la historia del país.

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1666, de Enrique Escalona: el viaje a los orígenes.

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Si pocas son las novelas publicadas en el siglo XXI que han intentado descifrar el misterio de la época Virreinal de la Nueva España, más pocas son aquellas que se han atrevido a abandonar la visión geocéntrica, esa que, desde el proceso de conquista llevado a cabo por los españoles, sitúa a la ciudad de México, capital del país también desde entonces, como el eje sobre el que ha girado la historia de este vasto territorio que hoy llamamos México. Tanto historiadores como novelistas muchas veces parecen olvidar que el proceso de colonización fue arduo, duró siglos y que tanto en el norte como en el sur del virreinato se desarrollaron eventos fundamentales para la cimentación y formación del pueblo mexicano.

Enrique Escalona narra esas historias de los territorios lejanos del norte del país. Lo hace en su novela 1666, texto que se hizo acreedor al premio Ignacio Solares de Novela Histórica 2022 por sus notables aciertos al retratar una época poco conocida y, sobre todo, porque se aleja del entorno de la ciudad de México para enfocarse en una historia regional, presentando al lector el universo de pueblos originarios tradicionalmente retratados en nuestro imaginario cultural con sus rasgos más superficiales: los grupos llamados chichimecas y los wixárika o wixaritari, más conocidos como el pueblo huichol.

Es esta una historia de aventuras, pues eso fue la colonización de la Nueva España. Dos son sus protagonistas, quienes a la vez son los narradores del texto: Nakawé, una joven wixaritari y Mercurio Tunales un joven mestizo. En su odisea, ambos conocerán a una serie de personajes y vivirán aventuras que retratarán la realidad de la sociedad en el Virreinato de la Nueva España. Las miserias, los prejuicios, la violencia y la crueldad de un mundo que se está formando no impide que los dos protagonistas sueñen con alcanzar una vida mejor, libres, en armonía con la naturaleza.

A través de una trama ágil, que se expresa en un lenguaje sencillo, lleno de colorido costumbrista, Escalona no sólo recrea la vida de la gente del pueblo en el siglo XVII, así como los peligros que implicaba desplazarse de un lugar a otro, sino que además les da voz a dos de los numerosos pueblos que los españoles simplemente designaron con la palabra “chichimecas”. Su novela nos habla de un grupo de hombres y mujeres nómadas que defendieron sus tierras y su derecho a vivir como ellos querían. Por ello, a manera de prefacio de la trama novelesca, introduce un relato: la relación del ataque al pueblo minero de Real de San José, en el actual estado de Guanajuato, el 24 de diciembre de 1555.

Cientos de guerreros se desparramaron desde los cerros con hachas, cuchillos, palos, resorteras, macanas y gritos, sobre todo gritos, alaridos infernales que estremecían y contaban como arma … Venían de varias tribus: guachichiles, guamares, zacatecos, caxcanes, tepecanos, tecuexes, los últimos acaxees y hasta pames, que solían ser pacíficos. Juntos eran los temidos chichimecas. Así les apodaron los mexicas y así les siguieron llamando los españoles. (Escalona 13)

De esta manera queda señalado que fueron muchas las tribus que conformaron lo que se designaba como chichimecas. Pueblos que habitaron las zonas desde la Sierra Gorda hasta Zacatecas. Más al norte, en esos años, aún no se conocía quiénes vivían en las sierras y montañas. Pueblos que, defendiendo su forma de vida, se enfrentaron a los colonizadores, ganándose la fama de salvajes, crueles y asesinos.

Tras el relato introductorio, narrado por una pluma española, inicia la trama, que Escalona estructura en tres partes, jugando con la imagen de un biombo de tres hojas en el que están pintados por una cara la ciudad de México y por la otra, paisajes del territorio novohispanos. Cada capítulo del libro será una hoja de la pintura del biombo y se moverá de la capital hacia las tierras aún poco exploradas en 1666. Nakawé y Mercurio, los protagonistas de esta trama viajera, iniciarán su recorrido desde sus lugares de origen: la travesía de cada uno tiene un sentido, que se relaciona con su identidad, con la sociedad en la que viven y con lo que aspiran a ser.

Ella, parte de la sierra del Nayar en una peregrinación hacia Wirikuta, el espacio sagrado en donde se encuentra el “Cerro Quemado”, lugar en el que salió por vez primera el sol (Tamatsima Wa haa). Su viaje, le explica su abuela, tiene un cometido:

Tu peregrinación servirá para afianzar el universo con un hilo invisible. Es verdad que nosotros, los wixaritari, tenemos una presencia modesta en este mundo, pero servimos para darle certeza. No queremos conquistar, ni destruir los lugares por donde andamos: nosotros nomás admiramos los paisajes y los recorremos para asegurarnos de que ahí siguen. Eso es poco o mucho, según quien lo vea. (Escalona, 24).

Con este diálogo entre dos mujeres, una vieja y otra joven, Escalona nos plantea, desde el primer capítulo de su narración, la dualidad que encierra su trama, igual que el biombo que utiliza como recurso. Por una cara, mostrará las creencias religiosas y la forma de vida de un pueblo que, alejado del centro civilizador mesoamericano y del proceso de aculturación emprendida por los conquistadores, lucha por conservar su esencia, su religión, su relación con la naturaleza que es esencial para su supervivencia. Por la otra cara, la narración nos confronta a los mexicanos del siglo XXI para que reflexionemos sobre lo que nuestra civilización ha hecho con el medio ambiente, una reflexión que hoy más que nunca es actual e indispensable. La profunda relación entre los wixaritari y la naturaleza ha permanecido a través de los siglos, así como su esfuerzo por preservar su cultura; una de las manifestaciones de esta lucha es el grupo Tamatsima Wa haa, conformado por el pueblo Wixárika, apoyado por organizaciones y ciudadanos interesados en sumar esfuerzos en favor de la preservación del sitio sagrado de Wirikuta, la Sierra de Catorce y sus habitantes. Ellos señalan que:

Las rutas de peregrinación que transitan desde tiempos inmemoriales se extienden hacia los cuatro puntos cardinales por otras regiones, llegando por ejemplo, hasta Wirikuta, en el altiplano ubicado en San Luis Potosí y Zacatecas. En el canto ceremonial que los Wixaritari mantienen vivo desde tiempos remotos se nombra y se dialoga con los lugares y energías de los sitios sagrados que visitan y honran con ofrendas, reconociendo la importancia de todos los elementos para la continuidad de la vida.

El capítulo segundo introduce a Mercurio, joven mestizo que quiere abrirse camino en una sociedad cerrada y clasista. Por ello se alista como servidor de un rico aristócrata español, quien busca la riqueza de las regiones aún no colonizadas: su objetivo es encontrar tierras ricas en minerales para explotarlas. Desde su primera aparición, el personaje de Mercurio permite esbozar la realidad de las clases más bajas del virreinato, así como también dar un vistazo a las más encumbradas. Queda claro un sistema de castas que si bien es cierto no funcionaba como una fatalidad, si obstaculizaba la movilidad social, en una sociedad en la que la riqueza era la única forma de cambiar de clase: cuando el conde de Viveros le pinta a Mercurio el panorama del empleo al que aspira, mozo en las cárceles de la Inquisición, éste le espeta: “Ni modo, Yo no tengo la pureza de sangre o el oro para acceder a cargos más nobles y menos desagradables”, a lo que el conde le responde: “Pero tienes la voluntad y lo primero se compra con lo segundo” (Escalona 29).

De esta manera, se establecen los fines que llevan a los protagonistas a emprender su viaje. Ambos atravesarán tierras aún no dominadas por los conquistadores y enfrentarán peligros que, en la trama, llevarán a que los dos jóvenes se encuentren y que mostrarán las múltiples caras que tuvo el proceso de conquista y colonización de los territorios chichimecas. En este juego de dualidades es importante que uno de los narradores y protagonistas sea una mujer. Sin importar la exactitud histórica, la participación de una joven wixárica en la trama no solo permite una relación romántica verosímil para la época, sino que empodera a la mujer, convirtiéndola en protagonista de la acción.

La segunda hoja del biombo, como lo señala la virreina, su propietaria, retrata la esclavitud disfrazada que sufrieron los nativos de esas tierras bajo el sistema de la encomienda. La justificación de tal maltrato se sostenía en la premisa de que los indios eran salvajes a los que se debía someter por la fuerza. Para refutar tal argumento, Escalona hace que el camino de Mercurio se cruce con el de un distinguido sabio de la época: en un mesón un jesuita alegaba que las pirámides encontradas por la zona eran obra de egipcios o sumerios; un joven desconocido, que se hace llamar “el mexicano”, rebate esa declaración: “Padre Arriaga, se equivoca. Las pirámides de Teotihuacán fueron obra de los antepasados de los naturales de estas tierras” (Escalona 76). Para corroborar su argumento, el desconocido joven, que resulta ser el científico y literato criollo Carlos de Sigüenza y Góngora declara: “Digo verdad y voy a demostrarlo. Ahora mismo viajo a tierras chichimecas para aprender más sobre ellos. Demostraré que son un reino nómada con una larga historia…” (Escalona 76). A partir de ese momento, los caminos de Mercurio y Sigüenza se unirán, lo que cambiará el destino del primero.

Nakawé, que ha caído en manos de cazadores de indios que la venden como esclava en Durango, se enfrenta a una triste verdad: la religión católica dice que los indígenas cristianizados no pueden ser hechos esclavos, pero españoles y criollos, aunque son católicos, no atienden esta ordenanza. Así que debe buscar la forma de liberarse para continuar con su peregrinación. Mercurio, mientras tanto, gracias a su relación con Sigüenza y su hermana, aprende que los chichimecas no son como se les ha pintado. El erudito le hace conocer la grandeza de los pueblos prehispánicos cuando le lleva a Tula y admira las gigantescas esculturas que adornan las ruinas. Gracias a los hermanos, conoce a una tribu de nativos que viajan por la Sierra Gorda de Querétaro y descubre su origen:

Dice el jefe Jonás que le recuerdas a alguien –me dice Carlos-. Cuando le dije tu nombre y escuchó tu apellido se emocionó, dice que tú también eres chichimeca. Quiere hablar contigo y que portes el tocado de jefe de la tribu. (Escalona 138)

La tercera hoja de este biombo, que presenta a los personajes de la novela como si fuera un teatro de marionetas manejadas por el destino, cierra las dos historias y vaticina el final de ese mundo que había comenzado hacía 144 años y que 144 años después morirá. El encuentro entre Nawaké y Mercurio culmina en una última aventura, antes de que entiendan que fuerzas superiores están en movimiento decidiendo el destino de esas tierras y nada pueden hacer para detenerlas. Después de terminar juntos la peregrinación a Wirikuta y de hablar con el chamán del Cerro Quemado, ambos emprenden un camino nuevo, un camino propio, que les llevará a tierras lejanas en donde podrán iniciar su nueva vida:

En el camino Mercurio me enseña a leer y yo le doy sus primeras lecciones para lanzar flechas. Cuando pasamos por pueblos de la Nueva España decimos que somos cristianos que van a poblar el norte. Cuando pasamos por los territorios de las tribus Mercurio viste su penacho de Gran Jefe y lo respetan. Así es como sobrevivimos, con dos identidades. A veces en castellano, a veces en mi lengua, a veces santiguándonos frente a los santos y otras suplicando ayuda a los dioses de estas tierras. Avanzamos y cada vez aparece más inmensidad. Cielos vastos, cañones profundísimos, valles sin fin y largos días de fatiga antes de llegar a Nuevo México. (Escalona 200)

Así, en la dualidad identitaria de sus personajes, Escalona refleja la realidad de México: un país que nace de una conquista y que conserva sus hondas raíces nativas, un pueblo que camina en el siglo XXI tratando de entender su pasado, la dualidad de su génesis, para pisar con firmeza en el camino de su futuro.

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Novela histórica y cultura posmoderna en México: 1666 y el respeto a las culturas originarias.

La narrativa histórica en el siglo XXI no ha perdido su esencia, pero ha evolucionado en sus formas. Ya desde las últimas décadas del siglo pasado se habla de una ficción de la historia posmoderna, en la que los moldes tradicionales se rompen y se utilizan estructuras narrativas novedosas y poco usuales en el género. Como explica Ignacio Corona:

El gran potencial experimental de la novela histórica actual y sus alrededores discursivos ha sido explotado con prolijidad e imaginación. Se le ha tratado como a un objeto dúctil, en la mediación epistemológica de los modos de conocimiento y representación, así como de la documentación y organización de las evidencias del pasado.

En dicha evolución, el sentido final de esta narrativa, también ha cambiado: el pasado histórico se encuentra contaminado y condicionado por el presente del autor-narrador, con la clara intención de que la ficción invite a una reflexión sobre las problemáticas del presente. Es en ese sentido que la novela de Escalona se sitúa, como señala Francisco Abad, citado por Corona, en el límite borroso entre dos mundos no diferenciables formalmente: el mundo de lo real acontecido o lo histórico y el de lo posible o literario (Corona), para que en su visión del pasado colonial mexicano se pueda leer un alegato a favor de los valores esenciales del mundo contemporáneo.

Por ello, esta novela histórica que desarrolla su trama como una ficción de aventuras, utilizando la parodia y la ironía como elementos estructurales, nos involucra en la odisea de sus protagonistas, en un periplo que les lleva desde sus lugares de origen a recorrer las tierras de la Gran Chichimeca, esa región olvidada en los libros de historia. Gracias a este recurso, Escalona no solo recrea un momento en la vida de los territorios que los españoles apenas empezaban a colonizar en el siglo XVII, sino que también nos muestra la complejidad de la sociedad que dio origen a la Nueva España y por consiguiente a la nación mexicana. Su trama, llena de peripecias, anagnórisis y giros inesperados, convierte a sus personajes en figuras simbólicas que exponen el choque entre las dos concepciones de la vida que finalmente sustentaron la cultura y la identidad de México. Al mismo tiempo, la denuncia de la crueldad de la esclavitud, de la rígida división en castas, de la violenta explotación del hombre por el hombre, de la visión de la naturaleza que tienen tanto los pueblos nativos como los colonizadores europeos, dialoga con el lector haciéndole patente que el pasado es parte de nuestro presente.

El texto de Enrique Escalona es una reflexión sobre nuestra identidad como mexicanos, una invitación a conocer más sobre las distintas culturas que formaron la compleja esencia de lo mexicano. Porque el respeto a los pueblos originarios de lo que hoy es México, es un valor que en el siglo XXI es imperante incorporar a nuestra conciencia ciudadana. Con tal objetivo, la visión que presenta de la cultura wixárika en relación con la necesaria peregrinación a Wirikuta es fundamental para entender la importancia de una población que ha conservado su cosmogonía, sus tradiciones y sus costumbres a través de los siglos:

La peregrinación huichola que cada año se realiza al Desierto de San Luis Potosí es muy conocida gracias a los estudios etnográficos que versan sobre dicho grupo indígena. Sin embargo los estudiosos del pasado y del presente de San Luis Potosí y, en general, de la Mesa del Norte, no se han ocupado de esta tradición como parte de la herencia cultural de la entidad federativa y de esa región topográfica. (Olguín 369)

La aportación de la cultura wixárika a la herencia cultural regional es uno de los temas esenciales de la ficción de Escalona. Nawaké, protagonista y narradora de su peregrinar, va siguiendo la ruta sagrada, porque eso es lo que debe hacerse, todo debe guiarse por la costumbre, que es la ley de los ancestros, los dioses, como señala Villegas:

La geografía ritual de los huicholes tiene como coordenadas los cinco lugares más importantes resaltados en sus mitos, es decir, en su vida religiosa. Son los siguientes: 1) Haramaratsie: mar de Nayarit, 2) Te’akata: grutas sagradas ubicadas en la sierra huichol, 3) Wirikuta: desierto de Real de Catorce, 4) Hauxamanaka: Cerro Gordo, ubicado en la sierra de Durango, 5) Xapawiyemeta: Isla de los Alacranes, en el lago de Chapala. (12)

Por eso la ruta de la joven wixárika le lleva por una senda sagrada:

  Los cuatro lugares por los que debes peregrinar. ¿Ya conoces el camino?

Lo conozco abuela. Caminaré hacia donde se oculta el sol para dar con el mar, luego seguiré por el sendero que lleva a la gruta que penetra en la tierra, después subiré por las montañas para conocer el punto donde se forma el aire y desde ahí caminaré hacia donde sale el sol para llegar a Wirikuta, el desierto de fuego.
Y en cada sitio encontrarás al mara’akame, el chamán que resguarda los lugares sagrados y se comunica con los dioses creadores. (Escalona 23)

La cosmogonía del pueblo wixárika, misma que hasta la fecha pervive, está profundamente ligada con la naturaleza, con el espacio que habitan, que les protege y les da los medios para sobrevivir. Sus coordenadas rituales, hasta la fecha, delimitan su mundo, al que pertenecen y les pertenece. En dicho espacio:

… habitan los dioses en forma de cerros, ojos de agua, piedras, charcas, plantas y animales. Los dioses son, de igual modo, concebidos como personas de gran edad; representan a los elementos de la naturaleza: el mar, la tierra, el fuego, el sol, la lluvia. Los huicholes se asumen como sus hijos, por tanto, tienen que obedecer lo que sus mayores les dicen, las enseñanzas que les han transmitido. Esa es la razón de que, al formularle preguntas a la gente huichol del tipo ¿por qué ustedes hacen esto de esta manera, por qué bailan alrededor del fuego o matan animales en sacrificio?, la respuesta es, por lo general: “porque así lo quieren nuestros dioses, nuestros ‘antigüeños’. Así nos lo enseñaron. Es nuestra costumbre. (Villegas 12)

Nativos y conquistadores, historia y fantasía, religión y naturaleza, cultura y tradiciones, permanencia y cambio, el biombo de la novela de Escalona, con sus dos caras, señala la dualidad en que, desde sus orígenes, se debate el pueblo mexicano.

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La revisión del pasado, un necesario viaje a los orígenes de México.

Enrique Escalona en 1666 tiene el acierto de crear una novela histórica que borra los límites formales del género y se transforma en relato de aventuras, en la narración de un viaje de descubrimientos para sus protagonistas. Al mismo tiempo, logra que, en sus peripecias, Nawaké y Mercurio evoquen un período histórico fundamental para México, el momento cuando el proceso de colonización, siguiendo la ruta de los metales, explora el inmenso territorio de la Gran Chichimeca, esa tierra de grandes tunales, vastos desiertos y montañas. Sus encuentros con españoles, mestizos y población nativa ponen de manifiesto los conflictos socioculturales que surgieron del choque de dos mundos opuestos: el sedentario urbano y el nómada, libre de ataduras, que vaga por las tierras como forma de vida. De esta manera, las aventuras que la joven pareja vive forjan un cuadro de la historia de la nación mexicana, como en el biombo que sirve de alegoría a la trama: el paisaje de una tierra inhóspita, cuyos pueblos nativos se resisten a perder su identidad. Y ese bosquejo histórico es también un viaje a los orígenes que confronta nuestra escala de valores para que podamos entender que, en este siglo XXI, cuando la sociedad está cambiando aceleradamente, desencantada de las promesas de la modernidad, los mexicanos tenemos el deber de respetar las culturas de los pueblos originarios. Tal vez así aprenderíamos de ellas y lograríamos entender que debemos cambiar nuestra relación con la naturaleza que nos sustenta.

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Obras citadas

Camba Ludlow, U. (2022). Ecos de Nueva España. Los siglos perdidos en la historia de

México. Grijalbo.

Corona, I. (2000). Mercado, posmodernismo y literatura: Aproximaciones a la novela

histórica. https://kb.osu.edu/server/api/core/bitstreams/725a003e-82e2-5de2-a982-348ea24e160d/content

Escalona, E. (2021). 1666. Horson Ediciones Escolares.

Manrique Sabogal, W. (23 de marzo de 2014). La novela en español del siglo XXI. El País.

Cultura. https://elpais.com/cultura/2014/03/22/actualidad/1395525242_662619.html

Martínez Barac, R. (1º. de julio de 2022). “La expresión ‘periodo colonial’ se usa y seguirá

usando, aunque la Nueva España no fue propiamente una colonia de España”. Letras Libres. https://letraslibres.com/revista/la-expresion-periodo-colonial-se-usa-y-seguira-usando-aunque-la-nueva-espana-no-fue-propiamente-una-colonia-de-espana/

Olguín, E. M. (Octubre de 2008). Los huicholes en la Gran Chichimeca. Especulaciones en

torno a las relaciones entre huicholes y guachichiles. Tiempo y región. Estudios históricos y sociales. Volumen II. C.A. Viramontes (coord.). https://www.uaeh.edu.mx/investigacion/ida/LI_ProblemasNodales/olguin_enriqueta/7.pdf

Tamatsima Wa haa. Frente en defensa de Wirikuta. (23 de diciembre de 2011).

http://frenteendefensadewirikuta.org/wirikuta/?page_id=59

Villegas, L. (Enero-junio 2016). Dioses, mitos, templos, símbolos: El universo religioso de

los huicholes. Americania. Revista de Estudios Latinoamericanos de la Universidad

Pablo de Olavide de Sevilla. No. 3.

 


César Antonio Sotelo Gutiérrez es doctor en Filología Hispánica (Universitat de Barcelona), Master of Arts (University of Texas at El Paso) y Licenciado en Letras Españolas (Universidad Autónoma de Chihuahua). Trabajo crítico publicado en: Teatro Mexicano Reciente, Nueve poetas malogrados del Romanticismo Español, Gregorio Torres Quintero. Enseñanza e Historia, Nada es lo que parece. Estudios sobre la novela mexicana, 2000-2009, La sonrisa afilada. Enrique Serna ante la crítica y en artículos en revistas como Plural, Los Universitarios, La Palabra y el Hombre, Revista de la México y Revista de Literatura Mexicana Contemporánea entre otras. Autor de los textos dramáticos: La voz del corazón, El son del corazón, El palpitar de una canción, Réquiem a Federico Chopin, La feria y Van pasando mujeres, Mujeres al alba, Sinatra…la voz y Lucas Lucatero. Fundador y director de la Compañía Teatral Escena Seis 14. Académico Titular en la Licenciatura en Letras Españolas y en la Maestría en Investigación Humanística de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Miembro del Consejo Editorial de la RLMC y de la Revista Metamorfósis y Miembro del Consejo Asesor de Agradecidas Señas. A Journal of Literature, Culture & Critical Essays.

Pack of Poems

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Old Apartment Pastoral

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A gentle hand, within its kind,

Adamantine grip, carries beans,

Kernels, lentils, and oats, and sews

Them into the soil of a planter.

A hole is dug with a finger and

Sealed back with a stitch.

Green threads poke through

The dirt, bringing an air of hope,

Of kindness, and home to a patio

On the second floor, across from

A brick wall, next to an old tree,

Above a lumpy dirt path,

With each new little life.

 

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Menacing and Intense

.

I’ve been wanting to cry,

But the bottle in my chest

Has a sunken cork.

.

A pair of eyes fill heaven,

Their pupils roll my way and

Pin me under anvils of gaze.

.

Gluttonously, greedily,

I’m ripped apart by hands

Unaware of each other.

.

Blood, so fraught with stress,

Seeps into the ground

And kills the grass.

.

Dread and Hope duel

Inside my throat. Clashes are

Heard in my screams.

.

A little stream of tears

Flows through the cracks

In the draughted soil.

.

Enduring Hope, in the form

Of tumbleweeds, springs

Out and quickly grows.

.

That ball of prickly pain

Breaks away from its root

And rolls until it crashes.

.

Where does the day end,

When work and trouble

Follow me to bed?

.

A slew of bad news

Meets me at daybreak,

And I just give up.

.

But this place is empty.

So I get myself free,

And I roll some more,

Until the day my heart stops.

 

.

‘Maybe Winter Is a Thing of the Past’ v3

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I, once, remembered how the Sun’s gentle, wood-charring rays

Would start to unfurl, and beat at the land

When I’d kindly ask the clouds to move out of the way.

Though, once, they didn’t leave, and the cold that came

Chilled my blood so that my flesh nearly crumbled away.

It had only ever been Winter and her puffy, gray

Armies that would lash me across the back with its icy

Cold air. I hated Winter and cursed the name,

Cursed those whips. How I wanted Winter to bleed, then.

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I complained for days to different mystics,

I complained, safe, in the valley of their confidence.

The lashes began to scar over, and through these

Talks, and many many coats, I started to feel better.

So I set on my journey of salvaging

An old Winter friendship, and nothing more.

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But could you imagine any gratitude, and love,

To the Sun when Summer invaded Winter’s domain?

Cloud after cloud shot down by the Sun,

Their thick bodies littering the seas and

Adding to their masses. There was

This one stray ray that missed, which

Had struck the Earth in her belly, and set her ablaze.

And my skin charred and bled alongside my whole world,

As I watched the spirit of Winter retreat from the Earth.

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Thinking back, to keep tensions low, I had kept the name

I often cursed from moving past my lips

When I grieved to those friends of mine. . .

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Except for once.

  .

But, now that I’ve been on this angry, smoldering rock

Would I just like to tell Winter that I’m sorry, and

If she could please come back.

 

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Somethingful

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Catching sight of the starriest night sky,

I slipped on my face in a field of sand.

Catching two eyelidfuls of sand in my eye,

I prop myself up on my hands, survey the land,

And proceed to head home.

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Smoothly gliding down a turbulent road,

My thoughts sing to me to keep me sane,

Smooth voices sing to me a flowery ode,

My ears catch a lyric about disdain

For this day, and the choir stops.

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A pastel sky of oranges and pink

Fills the corners of my sight.

My pupils draw inwards and sink

Deeper into the last rays of light

As I’m filled with bliss at last.

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I awake at four in the morning

On a lawn I had no intention

To sleep on, but this lessening

Bout of depression makes mention

Of misfortune mean little.

 

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Roast

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Where this roast needs

An hour and a half,

I’ve only half of that.

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Though it needs more salt,

I’ve sprinkled the last

Of the jar already.

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I haven’t the time to

Find the money to

Satisfy my debts cravings,

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So I’ll have two bites

Now, and later scrounge

Parking lots for pennies.

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I’ve addressed my shyness

But it dominates me still.

It’s boot digs into my neck,

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My cowardice my closest

Companion, I couldn’t be

More compliant to my mind’s

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Own shackles. I could’ve

Sworn that trying to live

Wasn’t so hard before,

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But everyday I’m more

Exhausted than the last.

I tire of being tired,

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But at this point I can

Barely move, and I

Wonder if it’s in my head.

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Sixto Ocon is a student of American Literature at the University of Texas Permian Basin.

Rhapsody in a Circle

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Rhapsody in a Circle

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Walk into Anoosh’s bookshop and you will ask the same question, “Why on earth do you have all these copies of Adolf Hitler’s biography next to The Holy Koran?” The idea of displaying a religious text that teaches peace and love next to a biographical one meant to humanize the most inhuman is baffling. Yet, it is in this world, “a most terrifying scene of holiness and blood,” that Bolivar finds himself held hostage.

Marlon Fick’s novel, Rhapsody in a Circle, is a continuation of Bolivar Collin’s misadventures which began in The Nowhere Man. Bolivar is a global citizen currently registered as a resident in Mexico with his beautiful wife Teodesia and their two children, Karlita and Paco. But he has been missing for five years. He is living, against his will, under an assumed name and working as kingpin Aguilar’s courier. Through a series of flashbacks, we learn how the internationally famous author came to exist in a world where he is unrecognizable and suspicious.

Bolivar’s autistic tinge makes him valuable to his captors as “something like a savant.” His talent for deciphering messages, to “cycle through the alphabet starting with A, skipping two letters each time” and working “backwards to lift out the message from the typographical errors” leaves Bolivar trapped in a reiterative and tedious existence among strangers. His sustaining hope is to return to a reiterative and tedious existence with those he loves — “oatmeal and juice” for breakfast, Karlita practicing scales on the piano, and political arguments with Paco.

Sometimes this tediousness seems unrelenting. Fick tends to rhapsodize through his characters about literary history, notions of God, and politics. Conversations frequently return to Bolivar’s unflinching personal beliefs. He finds friendship in like-minded individuals who share a “theology pretty much the same” as his. Bolivar is Fick’s ticking time bomb, ready at a moment’s notice to go off on some diatribe. The main character’s strong personality leads him to actively try to change his environment and those around him. A strongly centered individual might rub a few dinner guests the wrong way, but in a world slowly stripping Bolivar of his identity, it is the only thing keeping him alive.

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@Francisca Esteve Barranca

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Ironically, in a setting of religious intolerance and bloodshed, Bolivar finds inner peace through music and writing. His favorite piece of music, Gershwin’s Rhapsody in Blue, is described as “a bird rising and widening its circles … the farther we are from a thing, the more it grays.” Life is expressed, like music, through “waxing and waning … augmenting and diminishing.” No matter how high the bird flies, it maintains a sense of direction by maintaining a circular course relative to its center takeoff point. Like the piece, Bolivar does not stray far from his true identity, despite being planted in the midst of cartels, trafficking, and terrorism.

Leonard Bernstein believed that it did not matter how one cuts, copies, and pastes Rhapsody in Blue; it would remain the Rhapsody in Blue. The same can happen in our lives. We may change locations, jobs, and even our names; yet, with some luck, we retain something of our true selves. Like Bolivar, we will always seek out our center and find solace in our true identities.

Bolivar’s best course of action is to “remember that Mr. Aguilar would regret any harm that might be done to [Bolivar’s] family.” Despite having a particular “set of skills that could be useful” to the cartel, Bolivar is not Bryan Mills, and the novel is not a thriller. Violence, very much present in the novel, is not the point of the novel. Fick does not glamorize this profane mix of “holiness and blood.” He writes it out matter-of-factly, which will be unnerving for some readers.

Surrounded by violence, Bolivar remains a poet in his heart. And the same could be said about Fick. Rhapsody in a Circle might just be a ruse for penning a poem, a love letter to his wife. It is a poem that matures through hardship, “a poem about dying / Only when we have lived, and about / Circles,” built from a “personal memory [that] was shards of shrapnel and broken glass.” It is a beautiful piece, that rises from the carnage of “holiness and blood,” where the character and author blend into one.

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Isaac Calles is a graduate student at the University of Texas Permian Basin. He returned to college as an adult to complete his bachelor’s degree in English after receiving encouragement from his wife and three children.

La violinista

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La violinista

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Había varias decenas de personas en la calle alrededor de Coral. Ella se deleitaba tocando con su violín sus hermosas melodías a todos aquellos que la rodeaban. Era una mujer hermosa de pelo oscuro y ojos color azabache. Ella atraía las miradas de todos quienes pasaban frente a ella por su belleza sublime y su cuerpo realmente espectacular y su tatuaje de rosas en el brazo. Sabía mucho de música, pues de niña fue autodidacta y con el tiempo había estudiado en las escuelas más prestigiadas de Estados Unidos. En ese momento tocaba la Quinta de Beethoven porque sabía que todos conocían la sinfonía y gustaba siempre a la audiencia.

Coral tenía un gran amor por la música, la vida y las emociones extremas. Era adicta a la adrenalina, pero el violín la sosegaba, como la mota a su Pepe, con quien vivía en amasiato y a quien amaba intensamente, aunque él no le brindará mucho. Coral era un poco ecléctica, pues había vivido a salto de mata después de haberse aventado un tiro con una pandillera de su barrio. La había dejado mal herida, peleas de faldas por su vato, pero razón suficiente para desterrarse e irse a la frontera. Era buena para los chingadazos y no se dejaba de nadie. Su ilusión era encontrar alguien quien la quisiera como ella solía amar; locamente. Su Pepe era un criminal, pero le había mitigado el dolor de su amor fallido en el pasado. Él estuvo allí cuando ella más lo necesitaba y Coral era agradecida.

Ella se había involucrado en acciones ilícitas por su adicción a las emociones fuertes y a las malas compañías. Conoció al Zorro, siempre prófugo de la justicia, igual que el Julián, dandi de colonia y novio de la Lola. Ambos delincuentes eran compas de su vato. Habían hecho un plan entre ellos de robar la Joyería Camacho, una de las más prestigiadas., Sería un buen elenco de malandros para el asalto, pues el Zorro era fuerte y bueno para tirar guante, pues había sido boxeador, mientras el Julián era rápido para brincar mostradores, quebrar ventanas y amagar a la gente. El Pepe era el líder porque merodeaba a los guardias, cuidaba al público y finalmente hacía las señas en el momento correcto.

Eran aproximadamente las 3:00 de la tarde, hora de la siesta. Estaba la resolana a todo lo que daba en la famosa Avenida Juárez. Coral era parte del plan y ella coordinaba las guaridas después de los asaltos, nadie sospechaba de ella y cuando pedía un favor, nadie le decía que no por su hermosura. Conocía todas las guaridas posibles entre restaurantes, bares y recovecos ilícitos del área, ella sabía como proteger a su clica.

Estaban los transeúntes escuchando aquella hermosa melodía que Coral tocaba, cuando de repente pasaron corriendo el Pepe y el Julián. Ella les hizo una seña con sus hermosos ojos, pues ya sabían la decodificación y eso significaba que la puerta trasera del restaurante del Don Rulis estaba abierta. La Quinta de Beethoven era el indicador cuando el Rulis estaba dispuesto a cooperar. Ella sabía que se había llevado al cabo el robo. El Pepe nunca fallaba y él repartiría el botín. Coral esperaba ver al Zorro corriendo detrás, pues era el más pesado, un tipo alto y fornido, pero no hizo acto de aparición.

  La multitud se sorprendió cuando pasaron corriendo los dos sujetos, porque detrás de ellos venían corriendo los policías; chaparros, panzones y lentos. Claro que era mucho esfuerzo para ellos poder alcanzar a dos tenaces y rápidos rateros. Entre el tumulto desconcertado, se perdió la calma de la audiencia y se amontonaron por un segundo. En esa confusión, era el momento de la obstrucción premeditada de Coral para hacer tropezar a uno de los policías. Era el estilo sutil de ella y la experiencia para ayudar a su Pepe.

Preguntó el policía medio emputado en el piso, —¿A dónde se fueron esos cabrones? —

Entonces Coral encogió los hombros, mientras mantenía su violín con la mano izquierda y el arco en la derecha, — “Ni cuenta oficial”—, le dijo ella inocentemente.

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El chota le dijo, — “Tan bonita y tan pendeja, pon atención mi reina, un día de estos te van a violar estos criminales”

Después de un rato los policías pasaron de regreso frente a Coral sin haber tenido éxito de encontrar a los ladrones.

— “Si sabes algo preciosa nos lo dices, tú sabes mucho, tú siempre estás aquí”— Dijo el chota con un raspón en la rodilla y el pantalón roto.

– “Claro oficial”— Ella le contestó con una leve sonrisa.

  Después de haber estado media hora tocando su violín, recogió las dádivas de la gente y se fue. Siempre le iba bien, ella sabía que el violín daba para comer y su cuerpo para buen pistear en donaciones. Se dirigió al bar El trébol, guarida de malhechores. Ella sabía que allá iban a estar el Pepe y el Julián, para repartir el botín. Efectivamente ahí estaban sentados en una mesa, medio asustados pero contentos.

Pero faltaba el Zorro, aunque sabían que llegaría porque el vato necesitaba una lana para pelarse a Veracruz de donde era, porque ya debía muchas en Ciudad Juárez.

Cuando llegó la Coral le dio un abrazo a su Pepe y este le agarró sus hermosos glúteos mientras la besaba.

— “Gracias chiquitita, nos tiraste paro, pero a cachondear a tu covacha’— Le dijo el Julián.

Pepe agregó, — “qué chingón que salió todo como lo habíamos planeado”—

Coral se sentó y pidió su chela bien fría, era lo que le gustaba, chelas bien frías.

Pepe le dijo. —“Mira mi’ja, no fue mucho lo que robamos, pero si valioso, era el área donde estaban las joyas caras y creo que le pegamos al gordo, fueron doce piezas con diamantes y aquí nos tocan tres por piocha, guarda las del Zorro, las tuyas y las mías, el Julián ya amacizó con las suyas”—

Coral las vio detenidamente y miró que había un hermoso anillo de compromiso con un hermoso diamante, debía de haber sido el más caro de todos.

Ella le dijo, – “guárdate ese anillo de compromiso en tu bolsa y me lo das mañana en el bar, para que me prometas que sí te vas a casar conmigo “-

— “Órale— “le dijo el Pepe

Coral nunca se había casado, porque el amor de su vida se le había pelado con otra, pero tenía la esperanza de que el amor le llegaría, ella amaba a la buena a su Pepe. Una mujer leal y querendona que no rajaba leña.

“Yo te guardo las ocho piezas. Cuando venga el Zorro, se las mostramos para que escoja”— Dijo Coral

Ella les preguntó dónde estaba el Zorro y no supieron qué contestar.

—“Toni, tráenos otra ronda para festejar”—, le gritó el Julián al cantinero

Toni sabía quiénes eran todos los del hampa de esa área y él sabía que la tira iba a venir a preguntar, por eso tenía el bar con un guarura afuera de la puerta, por si acaso.

— “Dónde está el Zorro? — también preguntó Toni.

— “Ya vendrá”— le dijo Pepe ya medio afinado.

Siguió la peda con la rocola por una horas, cuando de repente se oyeron los gritos del Zorro, — “¿Dónde están esos culeros?”—

Al escucharlo el Julián, le dijo, — “eh, bájale dos rayitas puto, el objetivo se logró”—

Entonces el Zorro pateó la silla medio encabronado, pues se veía que le habían puesto una chinga los chotas, pero como el vato estaba bien mamado, como si fuera el doble del Blue Demon, se había aventado un buen tiro con los chotas a quien se les peló.

Entonces el Zorro le dijo al Pepe, —“eh ojete, no me esperaste, me dejaste ahí con los pinches chotas para que me putearan—”.

Pepe le dijo, -—“ya sabes como zafarte, para eso te di una mila para que se las dieras y te soltaran si eso pasaba. No te hagas pendejo Zorro, no traías el botín y los chotas, si no traes nada, te sueltan”—

El Zorro se sintió aludido doblemente y le dijo, — “te pasas de lanza puto, tuve que darme un tiro con dos weyes y pelármeles, pero sí me dieron mis macanazos, mira el pinche chipote que me hicieron”—

–“ No te alebrestes Zorro, ya la logramos”— le reiteró el Julián.

—“Ni madres, a mí me toca más, porque yo fui el que me la partí quebrando la vitrina, fregándome al guardia y aventarme el tiro con los pinches chotas”— Reclamaba el Zorro.

— “Agarraste todo y saliste a madres, no te importó si me cogían”—, le dijo el Zorro dirigiéndole una mirada diabólica al Pepe.

Coral quiso intervenir diciéndole, — “estas acalambrado Zorro, ya estamos a salvo, no la hagas de pedo”—

— “Tú cállate pendeja, no estás aquí para opinar, te crees muy chicha y lo único que sabes hace es tocar tu pinche violín que suena como lloriqueos de gato”— le gritó el Zorro a la Coral.

Ahí saltó el Pepe ya caliente y le dijo, —“no te pases de lanza puto, a la Coralito no le digas ni madres, es mi ruca, pero también baila al son que le toquen. Si quieres nos aventamos un pinche tiro para que le bajes de huevos”—. Le dijo ya encabronado el Pepe

— “Órale ojete, ya dijiste”—, y le tiró un chingadazo el Zorro al Pepe, pero logró esquivarlo.

Toni intervino y los separó diciéndoles, — “a la verga, sálganse al callejón y allí se la parten, no sean culeros, porque si viene la chota me cierran el changarro”—

Le gritó el Pepe, — “Ganémosle para fuera pinche Zorro, para terminar de dejarte como Santo Cristo y que te lleves otro chipote cabrón”—

Salieron y empezaron a tirar chingazos, el Pepe no traía mucho con su lánguido y frágil cuerpo de borrachín, le tiraba un puñetazo y el Zorro le asestaba dos o tres. Ya se había juntado una buena ronda de gente que pasaba por el callejón para ver aquella pelea sin límite de tiempo y sin referí. El Zorro traía al Pepe asoleado con toda la jeta rota, pero el Pepe no se rajaba, hasta que el Zorro le atizó un patadón que lo dejó en el suelo y ahí le empezó a surtir puñetazos con ganas de matarlo, la ira era más grande que el entendimiento en ese momento. Ya traía como Santo Cristo al Pepe, se le habían volteado sus palabras. El Julián se iba a meter cuando la Coral le puso el brazo para que no lo hiciera, ella ya había premeditado lo que iba a hacer. Cuando le detenía el Pepe los brazos al Zorro para que no le pegara, llegó Coral por atrás y le asestó un chingadazo con el violín. No supo Coral si le dolió más al Zorro el putazo, o más a ella al ver partido en dos su violín. Pero un buen chipote sí se lo habrá llevado el Zorro.

De repente se escucharon las sirenas de las patrullas. Entonces todos salieron corriendo a madres de la trifulca y el único que se quedó en el piso fue el Pepe y la Coral llorando. Pepe quedó medio desmayado de la putiza y sin las fuerzas para levantarse. Uno de los chotas lo reconoció, lo levantó a jalones y antes de meterlo a la patrulla lo esculcó, encontrándole el anillo de diamante.

— “No que no cabrón, ahora sí tenemos la prueba para que te echen una soletita en chirona, ya nos dirás donde quedó lo otro”, le dijo el chota al Pepe mientras lo esposaba.

Lo subió a la patrulla todo sangrando, mientras que los otros chotas trataron de indagar que había pasado. Coral había logrado meter las joyas en el violín por las efes.

Cuando vino el chota para preguntarle si sabía algo, ella sólo contestó, — “uno de esos hampones me quebró mi violín”—

El chota no le creyó y le dijo con sorna, — “te voy a dar una esculcadita morenita, a ver si no te guardas nada en tu morralito y en esos pantaloncitos tan apretados”—

Ella alzó los brazos sosteniendo la caja armónica de violín en la mano derecha y el bastión desquebrajado en la izquierda. El chota se agasajó manoseándola y le dijo a su compañero, — “está limpia, en su bolsita trae solamente las monedas que arrejunta con sus rolas, a ver si le alcanza para comprar otro violín”—

Coral no dijo nada, se quedó en silencio y vio que se llevaban a su Pepe. Se fue caminando con las joyas lentamente, bamboleándose con ese salero que tenía al caminar. Tres por uno, aguantaba el botín para ella sola. El Pepe se echaría una soletita en el bote a causa del robo del anillo de diamantes, además de las calentaditas que le darían para que soltara la sopa. El Julián ya se había cuajado con lo que le correspondía y se casaría con la Lola. El Zorro no volvería, huiría a Veracruz y no molestaría a Coral, quien volvería a los Estados Unidos a seguir en busca de su sueños. A fin de cuentas, nadie sabe para quien trabaja, ahora ella tenía algo para empezar y buscar lo que tanto ansiaba, el amor a la buena.

Nota: esta crónica forma parte del libro Crónicas de un taxista fronterizo (Xlibris, 2021).


Héctor Enríquez impartió clases durante más de tres décadas en la Universidad de Texas en El Paso. Se ha desempeñado también en otros trabajos como piloto de avión, negociante y vendedor de autos.

Dios no existe

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Dios no existe

A Otto Campbell

In memorian

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I.El rescate de la memoria, una visión perturbadora

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Esta crónica que narro aquí constituye una serie de peripecias, manipulaciones y denuncias que ocurrieron hace algunos años. Las circunstancias, los hechos, los detalles y los efectos siguen aún latientes en mi memoria, como si hubiesen ocurrido ayer mismo. Nunca he dudado en anteponer el afecto de un lugar al cariño de una persona. Pero he sentido un sentimiento cruzado hacia Ciudad Juárez y mi hermandad y profunda admiración hacia Otto Campbell, maestro y muralista mexicano. La ciudad y Otto Campbell se complementan de cierta manera. La urbe fronteriza, asociada con los peores estereotipos que surgen del hampa, la mala vida y el exceso nocturno, posee la fuerza de un caballo indómito que empataba con las emociones del artista.

 

Foto de Otto Campbell sonriendo mostrando un dibujo
Otto Campbell

Ambos, ciudad y persona, tutelaron en mí valores y sensibilidades como la amistad, la solidaridad, la resistencia y la capacidad de asombro que aún sigo ejercitando. Esta crónica la escribí en tres tiempos. El de 2010 es fundamental porque albergué la esperanza de enviarla a las revistas, suplementos culturales o antologías que trataran de ofrecer visiones críticas y de denuncia sobre la frontera. En el 2014 añadí algunos aspectos que consideré relevantes y le imprimí a la crónica el tono de la oralidad para ser leída, hace una década exactamente, en un homenaje que la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez organizó para conmemorar el natalicio del pintor, fallecido en 1998. Con el de 2024, la crónica sigue siendo fiel a los hechos y he tratado de evitar diferentes versiones y la dispersión de un tema delicado que tiene que ver con la intolerancia y la censura. Aquí se narra entonces, para que nadie olvide este suceso lamentable ocurrido en 1994, la movilización y manifestación de un grupo de profesores universitarios y ciudadanos ofendidos por la desaparición del extenso mural titulado La catrina, de Otto Francisco Campbell Gutiérrez, ubicado en la calle Francisco Villa y avenida 16 de septiembre.

Andando sobre mis pasos, reconstuyo las emociones que atravesaron entonces mi corazón. Descubro y me sorprendo que la tienda de deportes de mi tío Arnulfo, referencia obligada de la avenida Lerdo y calle Abraham González, es ahora una especie de consultorio esotérico, cueva de videntes y adivinadores, embaucadores y brujos profesionales. Los espacios urbanos que dieron sentido a los sucesos que narro se han transfigurado radicalmente. Bagdad, Kabul, Puerto Príncipe y Ciudad Juárez, son ciudades con enormes diferencias, sin embargo, ofrecen en su aspecto exterior, desquiciantes similitudes. Si las comparo visualmente me resultaría sumamente difícil distinguir unas de las otras. Ciudad Juárez ha sido definida, según una famosa activista social mexicana, de origen judío, como una catástrofe humana.

La ciudad vivió una crisis profunda y tocó fondo hace más de una década en medio de una espiral de violencia demencial. Empezando por las estadísticas: miles de ejecutados, huérfanos, familiares de víctimas, desaparecidos y quizás, seguramente, de cuerpos sepultados en fosas clandestinas. Todas las víctimas multiplicadas por el horror. Este afán por narrar el pasado es pretender frenar la fugacidad del tiempo o intentar detener, con un acto de magia, la descomposición de un cadáver. Quizás debamos recordar que los fantasmas de nuestros muertos y sus familiares no descansarán jamás y que, para exorcizarlos o conjurarlos, haga falta contratar los servicios de alguna extraña sacerdotisa o, tal vez, de un hechicero.

En este doloroso trance o intento de memoria se me van sucediendo las imágenes de la devastación. Intento describir algunas que, demasiado tristes para mí, dan cuenta de esta visión apocalíptica. Por ejemplo, aspectos que uno difícilmente podría imaginar que ocurrirían. Estos sucesos representan para mí, en el ámbito emocional, la forma de una caída.

El mural de La catrina (detalle)

Ya entrado en el camino de mi andanza, por la calle Abraham González, me resulta sorprendente, y hasta revelador, la aparición de una señal: la colindancia inimaginable de la sobria y solitaria casona de la masonería juarense, con un muy concurrido centro evangélico; el otrora elegante Casino Juárez, símbolo de orgullo de la pujanza social fronteriza, hundido en sus ruinas; la antigua Cruz Roja Internacional, albergando una maltrecha y desfalleciente escuela de enfermería; unos pasos más adelante, observo que el tradicional y muy visitado restaurante La Sevillana, es ahora un pequeño hotelucho donde trabajan prostitutas de condición miserable, -¡pásale, pásale mi güerito, de aquí vas a salir bien relajado!-, me ruega una de esas trabajadoras; la siempre atractiva dulcería de la avenida Juárez y Callejón Unión, ahora convertida en un local de estrambóticos tatuajes; en la misma avenida, y enseguida del Templo Bautista, conviviendo el mismo espacio, está la casa de adoración de la Santa Muerte; la portentosa y monumental tienda departamental de Woolworth, convertida ahora en un decrépito galpón, abandonado, habitado en silencio por entes espectrales, malvivientes, drogadictos, prostitutas, perros sarnosos buscando algún desecho entre montañas de basura; y, a los pies del enorme almacén, ocupando la banqueta, numerosas familias de indigentes disputándose la limosna de los peatones” -¡eh, padrinito, por lo que más quieras, regálanos una monedita, por el amor de Dios!-.

Más adelante, por la misma avenida Juárez, el lujoso restaurante Florida, de la calle Mejía, es ahora, en medio de la miseria, una ostentosa casa de apuestas; da pena y tristeza ver el estado en que se encuentran las antiguamente prósperas, alegres y bulliciosas tiendas de artesanías mexicanas, oscuras y abandonadas. Dueler ser testigo de la desesperanza que se refleja en el rostro de esos hombres, vendiendo viejos y apolillados chalecos de piel por unos cuantos pesos, cintos descoloridos de exóticas pieles y resecas botas vaqueras, más tiesas que una momia, quebradas por el paso del tiempo, a cambio de obtener un billete verde de baja denominación. El único negocio vivo que pude ver en esa avenida y que sigue en pie viendo impávido el pasar los días, es el conocido y visitado Kentucky Bar.

  Las visiones aquí narradas tienen una profunda y estrecha relación con la realidad que hoy nos circunda. Me atrevo a pensar que esta crónica, bien podría ser patrocinada generosamente por el corporativo embotellador de la frontera Coca Cola, ya que desde entonces ha presumido, públicamente, su incondicional apoyo a la cultura de esta ciudad. Por lo menos así lo dejaron plasmado con toda desfachatez en la parte más alta del ignominioso muro de marras.  

Pude leer recientemente, para mi sorpresa, que se le entregó un reconocimiento internacional a una “valerosa” periodista extranjera por haber elaborado un blog que hablaba de la situación actual de la ciudad. En él registraban, entre otras joyas, entrevistas a “hombres notables” de la frontera. En una de ellas, resaltaba el perfil de un importante empresario refresquero, quien, a decir de la periodista, se encuentra retirado del ámbito empresarial. Aunque seguía dirigiendo planes estratégicos para la ciudad (sic). Y declaraba con firmeza que la inseguridad era consecuencia de lo que no hacíamos y que le daba mucho coraje la injusticia, la pobreza y, sobre todo, el cinismo de los políticos.

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II.Los hechos a los que quiero referirme

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Una mañana sabatina del invierno de 1994, de las que uno quiere saborear desde temprana hora, caminando por el centro de la ciudad, me percaté con asombro e indigación que el gigantesco, bello y colorido mural, titulado “La Catrina”, había sido removido de la pared gigantesca. Especialmente, después de haber asistido, como era mi costumbre, a los cursos libres de filosofía que impartía Federico Ferro Gay en el tercer piso de la torre de rectoría, amante de la poesía de Giacomo Leopardi y quien, además, ponía en lo más alto del espíritu humano a Dante. Mientras me dirigía al restaurante La sevillana, pude percatarme de que el mural había sido borrado por completo. Pues justo al llegar al cruce de las avenidas 16 de septiembre y Francisco Villa, pude constatar, con profunda indignación, que el histórico y bello mural había sido borrado de un brochazo, y su vista sustituida por un enorme muro café, coronado por un vano y ridículo anuncio rojo con letras blancas que decía Coca Cola, que tenía al pie del mismo una advertencia, más bien una amenaza en letras mayúsculas, con la sentencia de ¡PROHIBIDO ANUNCIAR! Cuánta prepotencia y cinismo había allí en esa sola acción.

Ese mural, enorme, bello, colorido, bien logrado, único en su grandeza evocativa y de una factura artística incuestionable, que medía aproximadamente ocho metros de altura por veinte de longitud, de dimensiones elogiosas en una ciudad como la nuestra y que era resultado de un esfuerzo colectivo importante, había sido borrado bajo la complicidad de la noche. El mural había desaparecido. Creo que esta fue una de las primeras y más impactantes desapariciones forzadas que en esta frontera se han registrado, sin saber, como siempre ocurre en estos casos, qué criminal o criminales asestaron tamaño crimen a la cultura juarense.

Por la noche asistí, un tanto desconsolado, al bar Palmiras de la avenida Juárez, a tomar unos tragos y rumiar un poco el coraje que me produjo la afrenta. Era este un barecito reluciente, pegado al puente internacional Santa Fe, al que asistían regularmente personajes del mundo de la “cultura”, a saber: escritores trasnochados, poetas trashumantes, pintores rocambolescos, periodistas de pacotilla, catedráticos del afán y artistas de medio pelo. Fui a ese lugar, entre otras cosas, para convencer a algunos de mis amigos de lo necesario que resultaría hacer algo al respecto. Por lo menos, creí necesario levantar la voz por el atentado que contra la cultura de la ciudad se había ejecutado. Me pareció que era obligada una acción por lo menos ruidosa y que se enterara la comunidad y no quedarnos allí de brazos cruzados.

Se me ocurrió con el coraje encima, proponerles a mis camaradas que debíamos salir a la calle esa misma noche y realizar un placazo al estilo cholo, es decir, hacer una pinta de protesta sobre el propio muro. Convencí sólo a algunos, a los entusiastas de siempre, a Jaime, a Antonio, a Roque y a uno sobre el que tenía yo algunas dudas, a Hugo. Otros, sin más, prefirieron refugiarse en la comodidad de su cobardía, aunque hablaran apasionadamente de las revoluciones internacionales proletarias.

El plan era sencillo: salir del bar, caminar unas cuantas cuadras al cruce de las calles donde se encontraba el muro, hacer las pintas y ser detenidos por la policía. Al día siguiente, ser entrevistados desde la cárcel municipal y denunciar en todos los medios el agravio. Hacer un escándalo periodístico parecía ser una buena estrategia. De esta manera todos conocerían la causa de nuestra legítima indignación.

Salimos del bar envalentonados, como si nos hubiésemos propuesto tomar el poder. Parecíamos gallardos pistoleros del viejo oeste, con nuestros botes de pintura spray como armas en las bolsas de las chamarras. Caminábamos poseídos por el delirio de la épica nocturna, enardecidos. Contagiados por la certeza de hacer pública nuestra protesta, nos lanzamos decididos; después, sabríamos que contábamos con más voluntad que inteligencia. Nos enfilamos por la avenida Juárez; doblamos en la 16 de Septiembre, hacia oriente, ligeramente hacia la izquierda, justo donde se encuentra el Museo de la Ex Aduana Fronteriza. Unos pasos más, y, finalmente, habíamos llegado a la avenida Francisco Villa. Nos colocarnos delante del muro. En ese punto, justo a la media noche, comenzó nuestra divertida aventura.

 

El mural de La catrina (en obra)

Fue un reto excitante encontramos ante el enorme muro de color café, parecía como que si nos venía encima, pero también nos invitaba a mancillar su ofensiva pulcritud con toda nuestra indignación. Allí, donde hoy, en medio de tanta miseria y desempleo, la desesperación y el hambre, se erigen coronando su burla: el Centro Joyero de Ciudad Juárez.

 En ese momento, deslicé mi mano derecha con una agilidad desconocida para mí. Pude pintar el signo de un gran moño negro, seguido de la leyenda “Luto Cultural” y rematar en el extremo inferior derecho, a manera de pie de foto, la famosa frase del mural de Diego Rivera Dios no existe. Al cabo y qué, me dije, sintiéndome más tranquilo, nos acompañaba el hijo mayor de quien presidía en ese momento el Movimiento Familiar Cristiano de la ciudad.

Habiendo realizado la pinta, corrimos hacia el Monumento a Juárez. Fuimos rápidamente detectados y alcanzados por las patrullas municipales y de inmediato subidos a ellas por la fuerza. Primero fue Antonio y Roque; después, Hugo y yo. Jaime, como habíamos acordado, con su cámara fotográfica y su compañera Graciela, jugaron un papel importante en el improvisado plan, pues impidieron con su presencia que fuéramos maltratados por los municipales tomando algunas fotografías de nuestra detención.

Terminamos, por fin, aquella aventura como queríamos: encerrados en una pequeña y húmeda celda municipal. Teníamos buen ánimo, sonrientes y emocionados, detrás de las frías rejas, sacrificando con desvelo el cuerpo, por la nota periodística que saldría al día siguiente en los principales medios impresos de la ciudad. Saboreaba yo anticipadamente la gloriosa victoria. Antonio y Roque jugaron toda la noche a la rayuela con unas monedas que sacaron de sus bolsillos; Hugo, como era ya su costumbre, recostado sobre la plancha de concreto que hacía de camastro, se envolvió en su gabán y comenzó a roncar como un oso pardo; yo, brincando, aterido, caminando de pared a pared, como animal de circo, encerrado, con un frio de los mil demonios que calaba los huesos, frotando mis manos, pensando obsesivamente, como habíamos planeado, las respuestas de la entrevista que haría nuestro amigo Willivaldo a la mañana siguiente. Era, desde luego, grande nuestra expectativa y también era grande nuestra emoción. Estábamos allí, sin lugar a duda, en el camino de la gloria.

Otto Francisco Campbell Gutiérrez, nuestro gran amigo, muralista mexicano, nacido en Cuchillo Parado, Chihuahua, el día 2 de abril de 1929 y muerto en Ciudad Juárez el 1º de abril de 1998. Maestro fundador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y creador de su escudo y lema, alimentó siempre con mucho entusiasmo y pasión, la búsqueda del espíritu a través del arte y el conocimiento por sobre todas las cosas. Pugnó todos los días, con firmeza, por alcanzar ese estadio del desarrollo humano.

Después de muchos años e intentos, Otto Campbell logró concretar una unión en la hechura de un mural de dimensiones monumentales. Su propósito, llevar a los cholos de los barrios marginales de la página roja a la página editorial. En una alianza que se antojaba imposible, los jóvenes líderes de las pandillas del Barrio Sixteen, “el Ronco”, “el Diablo” y otros, a través de la agrupación de la Sociedad de la Esquina y el programa Brigadas por la Paz, con el apoyo del municipio y el patrocinio de la embotelladora de la frontera, pudieron concretar esa noble y anhelada aspiración. Todos ellos en conjunto fueron coautores materiales de la enorme pieza de arte del pueblo y para el pueblo.

La representación artística y temática de la obra, su equilibrado contenido social, confrontó a los personajes de la historia, a los ciudadanos de a pie de esta devastada ciudad fronteriza, a sus aspiraciones de ser y de estar representados, con el poder económico, con el poder político y con el poder del clero. Poderes que emanan de la misma fuente. Que tienen el mismo origen y la misma vocación. No soportaron estos mandarines de la ciudad, caciques de todo, acomplejados, las representaciones pictóricas de indígenas tarahumaras famélicos con sus hijos muertos de hambre en sus brazos y detrás de ellos, tan sólo imaginémoslo, asomándose socarronamente un sumo sacerdote sonriente, de gafas negras, con su mitra de obispo coronada por el signo de pesos bordada en oro. Ese fue para ellos el terrible agravio, el oprobioso signo del mural.

Desde la perspectiva de sus infamias, la historia no puede, ni debe permitir que se difunda una verdad tan poco conveniente para el ejercicio de su control. Podrán los poderosos perfectamente convivir con la prostitución eterna de su iglesia y de sus corruptos poderes terrenales, pero no toleran que nadie, de ninguna manera, lo mencione y mucho menos que lo denuncie o lo represente a través de una monumental obra de arte público.

El mural era, en todos sus órdenes, excepcional. Un objeto artístico de gran valor referencial: del lado izquierdo de la hermosa Catrina que coronaba el centro del mural, se representaban los personajes de la historia mexicana. Del lado derecho, con respecto de quien veía la obra, asistían los jóvenes cholos de los barrios con sus morras, sus atuendos y su dramática realidad cotidiana. El mural, su factura estética, su contenido crítico y sus dimensiones, no tenían precedentes en la historia de esta ciudad fronteriza.

Recuerdo que la gente le gustaba bastante. Uno podía fácilmente confirmar in situ que les producía emoción y alegría. Que se sentían identificados con su contenido, sus personajes, su policromía, incluso su mensaje. Pero, claro, como sospechamos siempre en el norte, todo esto resultaba demasiado bueno para ser verdad y mantenerse vivo. Llegó, entonces, ese mal día en que los poderes se confabularon para decidir su desaparición. En el nombre de sabrá qué perverso Dios, los poderes de la iglesia y el dinero, por medio de un simple gesto del representante del cielo en esta árida tierra, bastaron para embarrarnos en la cara su horrenda uniformidad monocromática y sus mensajes de idolatría comercial.

—Eso—habría dicho don Manuel, el obispo de la Sodoma mexicana, el de los lentes negros en el mural—, es una ofensa imperdonable al espíritu de Cristo. No podemos permitirlo—.

—No te preocupes, Manuel, contestaría seguramente don Miguelito—, enseguida lo mando desaparecer, para eso es el poder, para ejercerse—.

Amos y señores de lo que debe y no decirse, de lo que debe y no expresarse, de lo que debe y no públicamente representarse, decidieron, al amparo de la noche, como vulgares delincuentes, porque lo son, la desaparición del mural. Dueños de todo, imponen a los demás, por medio de una mentalidad inquisitorial, su atroz intolerancia, como si fuesen portentosos dioses.

De un brochazo pudieron acabar con la alegría de un pueblo y una ciudad. Y, créanme, no exagero, nos arrojaron en la cara su enorme desprecio. Son ellos quienes en su testarudez y obstinación han pretendido uniformar los criterios valorativos en todos los órdenes del vivir y, además, advertirle al pueblo, con su infinita arrogancia, con sus soberana prepotencia, cuáles son los signos que deben prevalecer.

—Es una ofensa al espíritu de Cristo, Miguel, el edificio es tuyo. — No lo permitas, por el amor de Dios—.

Me pregunto, casi intrigado, pero también con mucho morbo, ¿cómo habrá sido la orden? ¿En qué sentido? ¿En qué tono? ¿Desde qué altura? Pufff…

—¡Bórralo, ya! ¡Desaparécelo!—, habría sentenciado don Manuel.

Los tiempos vienen y van. La memoria se agota de tanto recordar. Asidero de algo que ya se fue. El mural ya no está allí. Crónicas del porvenir. Todo transcurre en una aparente normalidad. Algunas veces los pueblos olvidan las ideas que los hombres comprometidos les regalan. Apenas ayer nos regocijábamos con la colorida estampa en el muro y hoy nadie la recuerda, ni siquiera los meseros del restaurante de enfrente que fueron testigos de su elaboración. ¿Qué significaba, entonces, nuestra celebrada muerte catrina? Esa muerte elegante, cachonda, con sus exuberantes piernas encarnecidas y sus plumíferos atuendos, abrazando a los personajes de la historia, a los cholos de los barrios, a la comunidad.

El mural de La catrina
El mural de La catrina

Hoy, los personajes en disputa, don Manuel y Otto estarán sentenciados por sus excesos en el infinito dolor del infierno o sentados quizás a la mesa de Dios, disputándose a codazos y arañazos los pocos espacios disponibles, bebiendo ojalá el repugnante refresco de cola. Y, como telón de fondo, personajes inmóviles contemplando la escena: Benito Juárez, algún revolucionario villista, un chinaco, los obispos malhadados, los indígenas famélicos, engarrotados en su proverbial sufrimiento. Ejércitos de tierra inmemorial abrazados por la ecuménica muerte catrina, vestidos, desvestidos, travestidos, disfrazados todos.

La muerte de José Guadalupe Posada, el Muralismo Mexicano, la Historia, los personajes, el arte, la calle, el pueblo, el torrente robusto de la vida, las estampas que se suceden, lo que acontece, lo que se olvida, los empeños del ayer, las preguntas, la idea de que todo lo perdido vuelve en diferentes y extrañas representaciones. Me pregunto si dolerá tanto que nos recuerden el pasado. La vida para morir, el arte para resucitar. Crónicas, desde las tumbas, tal vez.

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III. El colofón

Con el frío calándome los huesos, la desesperación del encierro, la impaciente llegada del amanecer, el tintineo de la monedas taladrándome el oído, el apacible pero aborrecible ronquido del niño Dios que dormía a mi lado y la espera del periodista, hacían que no recordara que era domingo, y que ese día, lamentablemente, ni Dios trabaja.

Nuestro glorioso plan sucumbía en su último tramo. Nuestro amigo, el periodista, no llegaría jamás a la cita pactada y la entrevista nunca se concretó. Salimos esa mañana algo aturdidos, cansados, hambrientos, sin ningún cargo penal, riéndonos unos

 de otros, burlándonos de la proeza. Y como establece el viejo, pero no menos sabio refrán popular, allí se rompió una taza y cada quien debió caminar hacia su casa. Posteriormente, intentamos fundar un comité cultural denominado “La Catrina”, pero el empeño tampoco cuajó. Todo se fue deslizando en el recuerdo intenso de ese peculiar día.

El improvisado plan, alimentado por el entusiasmo espontáneo de la denuncia pública, de la protesta social, de la acción encaminada al logro de lo anhelado, de la experiencia del encierro, de la profunda indignación que nos laceraba, de la ira contenida en el alma, de la risa desbordada, de la intensa emoción, sucumbió en el olvido colectivo.

Recuerdo que uno experimentaba frente al mural una especie de catarsis, la profunda sensación de que había allí ocurrido algo auténtico, profundo y revelador. Ver y experimentar ese mural era como recibir gozosamente una especie de alimento espiritual necesario para seguir adelante en este árido transcurrir de la vida fronteriza.

Tuvimos la seguridad de que nuestra acción de denuncia

era absolutamente necesaria, por salud emocional, para recreación o, por lo menos, para alimentar nuestro entusiasmo. Creímos que encarnábamos la indignación de muchos. El plan no era malo, tampoco nuestra denuncia, que estuvo bien articulada, con un propósito bastante claro. Nuestras acciones, muy concretas. Pero, ¿qué pasó, entonces?

Como todo en esta muy olvidada y seca ciudad de la frontera, los poderes fácticos decidieron encubrir, trastocar y borrar el rostro de la verdad popular, la voz del pueblo, la representación de un trozo de la historia y de la vida en nuestra frontera. Sigo creyendo que es válido exhibir a los que decidieron desaparecer el enorme y colorido mural. ¿Ilusionistas magistrales? No, qué va ser, más bien burdos y vulgares criminales, abusivos e intolerantes censores religiosos. Farsantes que sustituyen y trochan la voluntad popular. Que se asumen como si fuesen amos y señores.

Y es que para mí, y lo digo sin afán de controvertir, está todo muy claro. Por todos lados por donde lo mire: Dios no existe.


José Luis Chávez Viguera nació en la Ciudad de México. Es profesor jubilado de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Impartió clases en el área de Ciencias Sociales durante más de 35 años en las asignaturas de Sociología de la Cultura, Sociología del Cine, Investigación Documental, Teoría del Conocimiento, Historia de América Latina, entre otras. Caminante afecto de la ciudad y empedernido soñador de un mundo justo e incluyente.