ISSN 2692-3912

El estorbo

 
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El estorbo

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Nadie preguntó en qué momento aquella mujer se disparó en la sien. Parecía que su cuerpo había estado allí desde siempre, desde que ellos se pusieron a bailar y a beber y los más descuidados de repente tropezaban con la zapatilla dorada del cadáver o machucaban uno de los finos dedos enguantados. ¿Desde cuándo?

La Morsa se acarició el colmillo nacarado. Junto a él la señora Sapo se abanicaba y reía a carcajadas. Vestía por completo de verde, sólo dejaba ver la carne morena de su espalda. Él le susurraba algo al oído mientras los ojillos apretados tras los párpados abultados del anfibio se posaban en el generoso escote de la mujer cuyos rayos solares brotaban de su máscara.

⎯¡Aurora! ⎯gritó el Poeta y alzó una botella de whisky que pronto se la llevó a los labios.

⎯¡Es usted un cerdo! ⎯dijo el hombrecillo con la nariz de gavilán—. Si afuera no estuviera condenado a muerte, le pediría salir en este instante.

⎯¡Basta! Les pido que se relajen. Bailen, bailen.

Nadie preguntó quién había contenido la discusión incipiente. Sin reflexionarlo, como por encantamiento, los refugiados empezaron a bailar. El Zorro tomó de la mano a la Libélula y se dirigieron al centro de la sala. Les siguieron el Rey y la Cara de Luna; la Serpiente y la Medusa; el Lobo y la Sirena. Las parejas más extraordinarias danzaban a ritmo de vals. Eran cinco en total según conté desde la barra en penumbra.

⎯¡Seis! ⎯dijo el Fauno que llenaba mi copa con un líquido turquesa— Cómo llegamos hasta aquí, amigo mío. ¿Escuchas a lo lejos?

⎯Nada ⎯respondí.

⎯¿Y si nos hemos engañado? Tal vez, haya una oportunidad de vivir allá afuera. Tal vez, venga a tiempo. Tal vez, lo haga.

⎯Es imposible hacerlo, señor Fauno. Llene mi copa, no quiero bailar.

⎯¿Qué quiere hacer? ¿Quiere hablar de política, de filosofía, del esqueleto de Jesús?

⎯¡Vaya forma de perder la fe! ⎯dijo el Topo acercándose con una negra Lechuza⎯. ¡Dame un vodka con hielo y un ron para esta puta! ⎯Acompañó sus palabras con una nalgada seca⎯. Cuéntame, Faunito, ¿qué sabes de eso?

⎯Es todo un triunfo de la Ciencia. Los huesos de Jesús corrompidos como los de cualquier perro.

⎯Más valdría haberlo mantenido en secreto.

⎯¡Cállate! ⎯exigió el Topo al Poeta, que bailaba solo como un autómata.

   ⎯Continúe, señor ⎯dije al Fauno sin poder evitar recorrer mi mirada de los tobillos a las nalgas de la Lechuza. Me imaginé, debo confesar, la marca roja de la mano del Topo dibujada en la carne firme.

⎯Todo un hallazgo, les decía. Fíjense que descubrirlo por buscar petróleo. ¡Qué risa! La codicia de un país se convirtió en la debacle mundial de la religión. ¿No el mismo Papa mandó un comunicado advirtiendo que si no se desmentía el hecho de que aquellos huesos pertenecían a Jesús, el Vaticano declararía la guerra a los herejes?

El señor Topo rompió a reír convulsivamente salpicándonos de vodka:

⎯Imagínense al viejo cabrón desempolvando la armadura de Urbano II. ¡Al ataque, Dios lo quiere!

⎯Como saben, de nada sirvieron las amenazas. La noticia se confirmó y todos los jerarcas tuvieron que aceptarla ⎯dijo el Fauno sirviéndome una copa más⎯. ¿Usted qué piensa?

Por favor, no me aturda con preguntas inútiles. Yo estoy aquí como todos ustedes. El miedo nos arrojó al interior de esta mansión. ¿No vivía aquí el presidente? No escucho nada afuera, es imposible que ocurra algo así. ¿Quién es usted, señor Fauno? ¡Por qué me habla de manera tan familiar! ¿Quién es esa mujer con la máscara dorada a quien todos repudian? Uno a uno entramos, cubiertos de la cara. Nadie nos dijo que era forzoso usar la máscara. Parece que todos queremos olvidarnos de nosotros mismos. “Es usted todo un Don Juan”, me dijo la Libélula apenas cruzó el umbral de la sala. “Disculpe, ¿nos conocemos de algún sitio?”, pregunté por inercia, como si el encuentro hubiese sido en un parque o en una plaza. Ella me soltó una bofetada y se fue con un señor cuya cabellera plateada resbalaba sobre su faz de zorro. No nos conocíamos seguramente. “Es usted todo un Don Juan”, repitió ella, y el Zorro la galanteó de una manera tan burda, que el adolescente más novato enrojecería de vergüenza. Sin embargo, ella aplaudió con frenesí y de premio juntó los labios inmóviles al hocico artificial. ¿Nos conocemos de algún sitio, señor Zorro? Usted disparó cinco veces a su hijo al confundirlo con un ladrón, ¿no es así? El cuerpo cayó de la barda ensartándose en los ojos las espinas de un hermoso rosal. Dígame, ¿no es verdad que sabía quién era antes de sacar su arma de la gaveta?

⎯Qué alegría me produce beber esta copa con usted. Me encantan sus bigotes de alambre pulido ⎯dijo el Sapo deslizando entre el pulgar y el índice el atributo del mamífero marino.

⎯Señora, si continúa usted acariciándolos me voy a ver en la necesidad de comerme sus intestinos. ¿Me comprende?

La Morsa pasó su mano de los senos al vientre del Sapo y cerró la mano agarrando la carne con dureza.

⎯Hace tiempo que nadie me había lastimado como tú, desde que entré por esa puerta cuando todas las calles estaban vacías. ¡Me gusta!

⎯Eso sucede porque no entiendes nada ⎯gritó el Fauno desde la barra. Yo acerqué un cerillo a la Lechuza para quemarla, pero ella aproximó su cigarro y lo encendió. Sus labios dibujaron una “O” al momento de exhalar el humo, una “O” hermosa y sugerente.

⎯Fuma usted como los ángeles.

⎯¡Calla, Poeta maricón! ⎯intervino el Topo entre burla y advertencia⎯. ¿No ves que mi amigo se está imaginando acostarse con ella? ⎯Tomó un trago de su vodka e hizo un guiño cómplice al Fauno⎯ ¿Quién diablos te invitó, Poeta?

A ti qué te importa si fuiste antes el infiel propagador del virus. Eres inocente pues estás aquí, bailando, bajo tu fascinante máscara de lobo. A ti que te importa que la niña Cara de Luna apeste a mariguana y a semen seco. Qué lindas piernas y qué promesa emerge tras su corpiño estirado. ¿Usted cree que a ella le importa? No haga preguntas inútiles y baile, fúmese un porro conmigo.

⎯¡Esto es demasiado! ⎯exclamó la Sirena. En su mano llevaba a la altura de su cabeza una zapatilla plateada de cuyo tacón pendía una gotita de sangre⎯. ¿Tenemos que soportar ese cadáver hasta que se escuche algo allá afuera?

La música se interrumpió y las parejas dejaron de bailar. El Fauno apagó el cigarro de la Lechuza que había resbalado del cenicero y caído a la barra. El topo miró con reproche a la Lechuza y le cimbró la máscara de una bofetada. Yo vi pintada la silueta de la mano del Topo en el cartoncillo lustroso y me pareció ridículo su tamaño en comparación con la nalga de la chica. Después nos dimos cuenta que todo permanecía en silencio.

⎯Animales, astros y monarcas ⎯dijo la Medusa, sacándonos del estupor en que habíamos quedado⎯; seres míticos y fantásticos: Hemos pasado la mitad de este rito evadiendo nuestras responsabilidades. Mientras hay jóvenes plumíferas que andan ofreciendo sus cuasi redondos glúteos a cualquier cegatón de manos pequeñas pero firmes, aquí hay un cadáver. Mientras hay garañones que lubrican sus ojos nada más con ver el cuerpo de cualquier anfibio, aquí hay un cadáver. Mientras hay borrachos que discuten los últimos acontecimientos de nuestra era cristiana, aquí, aquí mismo, aquí entre nosotros, bajo nuestros zapatos y cubierto de colillas, sí, aquí hay un cadáver. ¿Por qué no lo han transmitido los noticieros?

Usted que es alto y tiene las manos grandes ⎯no como otros⎯ cierre los dedos meñique, anular y medio y mantenga extendidos el índice y pulgar de su mano izquierda, así, como una pistola. No trate de disparar a nadie, ni siquiera a quienes insisten en hacer preguntas inútiles. Ahora, haga lo mismo con la mano derecha. Luego, haga tocar la punta del dedo índice de su mano derecha con la punta del pulgar de su mano izquierda y verá que ocurre lo mismo, pero al revés, con el índice de su mano izquierda y el pulgar de su mano derecha. Si usted siguió correctamente las instrucciones, habrá formado con sus dedos un cuadrángulo. Dirija la figura frente a su máscara de manera tal que sirva de pantalla entre el mundo y usted, afortunado espectador. Contemple el cuadro fijo donde cabe medio cuerpo de Medusa, de la cintura a la última serpiente de sus cabellos. Escuche lo que dice: “¿Por qué no lo han transmitido los noticieros?”. Detenga la imagen. Antes de convertirse en piedra, haga un paneo lento por la sala y deténgase en el enano Nariz de Gavilán. El acercamiento es obligado por su ínfima estatura:

⎯Mi estimada Medusa, yo creo que el costo de la atención al cadáver es mucho más alto que el cadáver mismo, considerando que el impacto que tuvo el descubrimiento de los huesos de Jesús en el mercado dejó a los Estados Unidos en una profunda recesión en su dogmatismo religioso, a partir del cual la industria funeraria perdió en la bolsa del 5 al 8%, según confirmó The Wall Street Journal.

Dé un parpadeo lento y continúe el movimiento de la cámara; fíjela en el Zorro que se limpia la nariz con lo que parece un ala de libélula:

⎯Fue un disparo pulcro, exacto; ni yo lo hubiese hecho mejor. ¿Qué opinas, querida?

Entra a cuadro la Libélula arrebatándole el ala al Zorro con un mohín juguetón:

⎯Pero qué manera de vestir, por Dios; hasta para morirse hay que tener buen gusto o un poquito de decencia. ¡Parecía una puta!

Retroceda la imagen y vuélvala a correr; vea cómo la Libélula se moja los labios antes de decir la última frase. Esa será su señal para poner la censura:

⎯O un poquito de decencia. ¡Parecía una ****!

Así está mejor: la moral y las buenas costumbres ante todo. Continúe su reportaje, ¿ya pensó en algún título? Que le parece “El estorbo”. Piense mientras deja que el Rey hable:

⎯Seguramente, la chica tenía problemas; mi negocio es el placer del cuerpo, no el sufrimiento.

¿Se ha dado cuenta de la enorme pérdida de tiempo que implica este juego?

⎯Yo voy a contestar si me prometen no hacer más preguntas inútiles. Todo comenzó el día en que encontramos el cuerpo ⎯Por favor, aleje esa cámara de mí, me va a sacar un ojo⎯. Todo comenzó, decía, el día en que entramos en esta mansión y no estaba el presidente.

⎯¡Aburrido!

⎯Nos habían dicho que este era el único refugio. Que afuera serían destrozados nuestros huesos como mondadientes de madera.

⎯Miente. A mí nadie me dijo nada; fui invitado por esta ****.

⎯Señor Topo, está borracho, usted vino solo y lo primero que hizo fue sacarse los ojos. Se los regaló a la Lechuza como prueba de su amor inconmensurable. Además, le suplico que modere su lenguaje, ¿no se da cuenta que la niña Cara de Luna todavía usa corpiño?

⎯¡Si me gustaran las suripantas le hubiera regalado mis ojos a tu madre!

⎯Amigo Fauno intervenga, ¿qué pasó con el cuerpo?

⎯Se desintegró como todos. No hubo resurrección y sin resurrección no hay milagro. Siempre estuvimos solos. Pobre Papa, enloquecido en la Plaza de San Pedro.

⎯Inconmensurable soledad en los ojos del Topo.

Dentro del marco que forman los dedos índice y pulgar, pulgar e índice, una copa de cristal parece detenerse en el aire, rodeada del líquido transparente que se esparcirá apenas quede impresa la fotografía. El cuadro sigue el vuelo parabólico de la copa que con una exactitud inconmensurable cae en la cabeza del Poeta. Delgadas líneas de sangre se dibujan tras su oreja izquierda.

⎯Amigo Fauno, deme otra copa de vodka y envíe una a la niña Cara de Luna por su servicio humanitario.

⎯Mire Poeta, le rajaron la cabeza por imbécil y maricón. Ya, ya, shh. Déjeme limpiarlo. No queremos que se ensucie tan bonita sábana. ¿Ya ve? Por poeta no compró un buen traje. A ver, un besito para que sane. Tome, presione el pañuelo contra la herida. Se cae. Ya sé, se lo voy a amarrar con mi liga como aprendí en la correccional. No se preocupe, tengo otra; tengo muchas ligas y algo para el dolor, ¿gusta?

⎯¿Me pregunta a mí? ⎯intervino la Serpiente chasqueando su lengua. Tomó una de las ligas que le ofreció la niña Cara de Luna, y en vez de amarrarse el bíceps braquial para hacer saltar la vena, cruzó por una de las puntas una mariposa disecada abierta de alas que sacó de la bolsa del chaleco. Amarró luego las dos puntas de la liga y obsequió el collar improvisado a la adicta.

⎯En verdad te detesto. ¿Por qué me regalas algo que se parece tanto a ella?

Yo no la conozco. Su cuerpo, que sin duda era bello tras el vestido dorado, empieza a oler mal. La carne blanca de su pecho, lo sabemos por el escote, se torna verdosa. Me hubiera gustado estar aquí antes de que ella llegara para echarla a patadas, para darle latigazos, para molerla a golpes. ¿Quién la conoce? ¿Quién quiere encargarse de ella? Pregunte, pregunte; no tema hacer preguntas inútiles.

⎯Estamos transmitiendo en vivo desde la mansión del presidente, donde hace apenas medio siglo la Sirena se quejó ante los demás refugiados de haberse echado a perder el tacón de su zapatilla al mancharse de sangre. El cadáver de una mujer fue causa de la tragedia. A estas horas, entre el selecto grupo de convidados a este rito, se debate el futuro del cuerpo que empieza a tornarse verde. Vamos contigo, Sapo.

⎯Gracias, Medusa. Desde el lugar de los hechos te comento que hace unos instantes hubo un atentado contra el Poeta. Resulta que el Topo aventó su copa de vodka y reventó la cabeza al presunto afeminado, quien no hizo ni hará el intento por defenderse. Ante ello, no nos queda más que decir que aparte de maricón es cobarde, dicho sea con todo respeto.

⎯Sobre el cuerpo, ¿qué nos comentas?

⎯Pues mira, Medusa, entre los senos empieza a aparecer una mancha verdosa que paulatinamente va cubriendo la blancura de la piel que sigue tapada por el vestido dorado.

⎯¿Ya está confirmado el color de la piel de la muerta?

⎯Todavía no es oficial, pero yo diría que es un 95% seguro que la piel de la occisa, antes de hacerse verdosa, era blanca; lo sabemos por su escote. Ahora, si me permites, tengo las voces de algunas personalidades que han derramado sus líquidos y colillas de cigarro sobre el cuerpo. Muchos de ellos están molestos pues consideran que el cadáver reduce su espacio vital. Corre video.

⎯Es completamente absurdo y una puñalada a la moral y los buenos principios que el cuerpo de esta señorita permanezca un minuto más pudriéndose en el suelo como si estuviera sola haciendo sus porquerías, de ésas que hacen los cadáveres cuando están solos. ¿Por qué nadie piensa en los demás?

⎯Según lo estipula la ley en el artículo octavo, párrafo segundo bis, ningún muerto puede permanecer más de un día tirado sin permiso. Que yo recuerde, la mujer de la máscara dorada no pidió permiso para morirse y mucho menos tuvo la decencia de hacerlo en otra parte, digamos en la cama de algún nosocomio. Deberíamos levantarle una demanda, hacerle un proceso.

⎯Considero que era una de esas radicales populistas que creen que con oponerse a todo van a lograr que el sistema económico cambie en beneficio del sector que menos beneficios trae a nuestra sociedad. Seguramente es surgida de los grupos más radicales de pseudo-estudiantes que en vez de aprovechar su tiempo aprendiendo a ser mano de obra, se meten a grupos clandestinos de estudio y desafían al sistema, a quien sangran el presupuesto para mantener sus asquerosas universidades públicas.

⎯A mí me parece que era una ****.

⎯Ja, ja, ja. Como ves, mi querida Medusa, la pasión está subiendo entre los diversos actores que día con día tienen que convivir con este problema, sin que las autoridades hagan algo al.

⎯Lamentablemente perdimos comunicación con el Sapo… A ver… Me están informando… Sí, me están informando que algo se escucha tras la puerta de la casa. Cállense todos, por favor. Sí, parece que algo por fin está sucediendo en las calles. Silencio. Silencio.

Quedamos paralizados. Sin respirar, sin dejar que el temblor de nuestro cuerpo nos traicionara. Con los ojos vidriosos, fijos en la enorme puerta de madera. Esperando uno, dos, tres minutos de silencio petrificado, de esperanzas contenidas, de esperar que sucediera lo imposible… y nada. Aguzamos los oídos y el silencio entró más profundo que como estaba antes de que alguien, tal vez la mujer de la máscara dorada, sugiriera que nos pusiéramos a beber y a bailar hasta que comenzara el caos en la calle.

⎯La culpa es del presidente ⎯dijo el Fauno rompiendo el silencio con voz cavernosa, como contenida desde hace mil años. El Topo lo miró con estupor. No podía creer lo que escuchaba.

⎯Amigo Fauno, usted siempre ha sido un caballero, yo creo…

⎯No debió decir que aquellos huesos eran de Jesús.

⎯Parece que el Fauno ha bebido de más.

⎯Llevamos toda una vida aguardando y nada.

⎯No desesperes, ya vendrá, tiene que ocurrir.

⎯No puede ocurrir algo que jamás ha existido.

La niña Cara de Luna corrió hacia el Fauno con una jeringa en la mano:

⎯¡Blasfemo!

⎯¡Deténganla! –gritó la Morsa al tiempo que se interponían el Topo y el Lobo entre la niña y el Fauno.

⎯La culpa no es del Fauno ⎯dijo la Morsa acariciando siempre sus colmillos.

⎯¡Claro que no, es del presidente! –exclamó el Fauno con un golpe sobre la barra.

⎯Tampoco. Es… ⎯y la “E” que pronunció la Morsa duró el tiempo en que recorrió sus dedos de la base a la punta del colmillo derecho, desde donde partió su mano para señalar un cuerpo que antes fue bello y que ahora se tornaba verdoso y empezaba a oler mal –De ella.

No puedo decir que lo que dijo la Morsa no lo supiéramos todos desde que el cadáver de la mujer de la máscara dorada yacía entre nosotros, es decir, desde que cada uno entró en la mansión del presidente; sin embargo, hacía falta que alguien lo enunciara así, con valor, señalando el cuerpo como el testigo señala al asesino desde la tribuna. Inmediatamente tronaron las maldiciones en contra de la muerta. El Fauno llegó hasta ella y le dio un puntapié en la pierna. Yo le arrebaté la jeringa a la niña Cara de Luna y me abalancé sobre el cadáver. Quería picarle los ojos, los oídos, la vagina; pero fui contenido por la Serpiente. Forcejeamos y no pude más que escupir sobre el hombro del ofidio al cuerpo sin vida.

⎯¿Por qué? ⎯pregunté con justa razón.

⎯No haga preguntas inútiles ⎯me ordenó la Morsa. Ahora que creía que comenzaba a entender, resultaba que la mujer de la máscara dorada tenía derecho a un juicio justo.

  ⎯Usted no se preocupe ⎯me dijo el Topo⎯. Sólo es por trámite; acuérdese que vivimos en una sociedad con normas. La Lechuza será la jueza; el Fauno, el fiscal; el Poeta, el abogado defensor. Usted, querido amigo, será el testigo y todos los demás el jurado. ¿Ve? No hay manera de perder el caso.

⎯¿Y si algo fallara?

El Topo, por única respuesta, se aproximó a la Lechuza y le dio dos secas nalgadas con sus manos pequeñas. Acto seguido, entre el Zorro y el Lobo arrastraron el cadáver y lo colocaron a unos dos metros enfrente de la Lechuza. El Poeta se puso a su lado. Todos los demás ocupamos nuestros sitios.

⎯Se inicia el juicio con expediente número 00001, los Refugiados contra la mujer de la máscara dorada, por el delito de deceso injustificado. ¿Cómo se declara la culpable?, digo, la acusada.

La niña Cara de Luna se inyectó entre los dedos del pie izquierdo para controlar su nerviosismo.

⎯La acusada se declara inocente, su Señoría.

⎯¡Maricón!

⎯Siendo ese el caso, que pase el primer testigo. Tiene la palabra la fiscalía.

⎯¿Conoce usted a alguna persona, animal o cosa que se haya muerto sin aviso ni justificación desde que entró a esta casa? ¡Conteste!

⎯Sí.

⎯¿Se encuentra en esta sala?

⎯Sí.

⎯¿Puede señalarla?

⎯Sí, allí la tienen ⎯dije y señalé con mi dedo medio flamígero. El jurado no pudo reprimir una ovación.

⎯No más preguntas, su Señoría ⎯dijo el Fauno jalándose hacia arriba los testículos frente a la defensa en señal de triunfo.

⎯Señor Poeta, su testigo.

⎯Usted asegura que la mujer de la máscara dorada está muerta, pero ¿se ha muerto usted alguna vez? ⎯el ambiente relajado que tenía el jurado se tornó tenso. El Sapo tuvo que apartar la vista de los testículos del Fauno a su boca cuando éste se levantó para pedir relevancia.

⎯Es relevante porque partimos del hecho de que la mujer está muerta, pero si el testigo no sabe lo que es estar muerto, entonces su juicio no es confiable.

⎯El testigo debe responder.

⎯No, su Señoría.

⎯No más preguntas su Señoría.

⎯¡Poeta traidor! Vas a ver cuando terminemos.

⎯¡Orden en la sala! Señor fiscal sírvale de ese líquido turquesa al testigo, a ver si se le aclara la memoria.

⎯Su señoría, ya que este animal no sirvió para un carajo, quiero presentar la evidencia número 1. Solicito la presencia en el estrado de la mujer de la máscara dorada.

El Zorro y el Lobo tomaron cada uno una mano de la requerida y la llevaron al lado de la jueza. El rigor mortis del cadáver había provocado que los brazos quedaran extendidos en línea horizontal sobre los costados, haciéndolo semejante a una mariposa. Yo me hice a un lado y caminé rumbo a la barra entre los silbidos del jurado.

⎯Animales, astros y monarcas; seres míticos y fantásticos del jurado: vean el escote de esta mujer, observen cómo entre los senos, cuya piel era blanca y hermosa, va avanzando una mancha verde; ese, damas y caballeros, es un signo inobjetable de que está muerta.

⎯Objeción, su Señoría. No sabemos si la mancha ha avanzado más allá de lo que nos deja ver el vestido.

⎯¡Callen a ese estúpido!

⎯ Ha lugar. ¿Algo más señor fiscal?

⎯Por supuesto, su Señoría. Señorita Sirena, ¿me hace el honor?

Con pasos cortos, medidos, la Sirena dejó su lugar en el jurado y se puso frente al mismo. Ante todos nosotros alzó la prueba que culpaba irrefutablemente a la mujer de la máscara dorada: la zapatilla con el tacón manchado de sangre. Alguien en el jurado no pudo contener las lágrimas. El Fauno se aclaró la voz y dijo:

⎯La mano perversa de una mujerzuela se puso debajo del inocente paso de la dama que está frente a ustedes. El tacón de la zapatilla, obligado por las leyes físicas, cruzó uno de los dedos enguantados sin poder evitar mancharse de sangre. Cualquier ser vivo hubiese gritado de dolor, pero la mujer estaba muerta. La zapatilla ya es inservible.

⎯¡Objeción, su Señoría! El hecho de que fluyera sangre en ese cuerpo, que antes era hermoso y cuya única culpabilidad es pintarse un poquito de verde entre los senos, que por otra parte es lo único que nos deja ver el escote, es un claro indicio de que la mujer pudo haber estado viva e inconsciente del dolor infligido.

⎯¡Monstruo! ⎯Gritó el Zorro enardecido.

⎯¡Orden en la Sala! No es necesario presentar más pruebas, el jurado tiene permiso para deliberar.

⎯No hace falta, su Señoría ⎯dijo el Topo⎯. Por el delito de deceso injustificado, declaramos a la acusada inocente, ya que no se puede comprobar a ciencia cierta que esté muerta. Por el delito de daño en propiedad privada, declaramos a la **** culpable.

La sala se inundó de aplausos y gritos de algarabía. La Morsa masajeó las nalgas del Sapo y ella le pidió que se las pellizcara. El Rey sacó una bolsita de cocaína y se lo regaló a la niña Cara de Luna. La Serpiente tomó algunas notas que le servirían para hacer un tratado metafísico y la Medusa mandó el reporte a la CBS, CNN y Al Jazeera. La Lechuza volvió a pedir orden antes de dictar la sentencia:

⎯Por el delito de daño en propiedad privada, sentencio a la mujer de la máscara dorada a violación tumultuaria por todos los presentes hasta que sea completamente verificable su muerte o, en caso contrario, se levante como Jesús no se levantó.

⎯Señoría, eso es necrofilia in-con-men-su-ra-ble.

⎯Por fin veremos esa piel blanquísima más allá de lo que muestra el escote ⎯dijo el topo frotándose las manitas. El Sapo se sentó junto al cadáver y quiso mover los brazos rígidos hacia sus ancas enmalladas de verde, pero le fue imposible. Desistió y se conformó con pellizcarle los pezones todavía ocultos tras el vestido dorado.

⎯¿Verdad que te gusta? Nos gusta que nos duela.

⎯¡No, detente!

El Poeta corrió hacia donde estaba el Sapo y de un empujón la aventó a un lado.

⎯Ya te chingaste, Poeta de mierda.

⎯¡Agarren al maricón!

Entre el Lobo y el Zorro sujetaron al Poeta por los brazos; la Serpiente le contuvo las piernas.

⎯Crucificadle, crucificad al Rey de los Refugiados ⎯dijo el Fauno como un emperador implacable⎯. ¿Dónde está tu Dios ahora?

Obligamos al Poeta a levantar el cuerpo de la mujer de la máscara dorada y llevarlo sobre su espalda hasta el centro de la sala. La Morsa ofreció gustosamente su cinturón para azotar al rebelde en su trayecto. Luego, lo tendimos boca arriba sobre el cuerpo del cadáver. Con las ligas de la niña Cara de Luna, el Topo amarró las muñecas del Poeta a las de la muerta; sus tobillos a los tobillos.

⎯¿Dónde está tu Dios?

Levantamos al Poeta crucificado en los despojos de ese cuerpo que antes fue bello. Allí estaba el sacrificado, entre nosotros, viéndonos como si no comprendiera nada, como si él mismo no supiera lo que sucedería después.

⎯¿Dónde?

Tomé la jeringa de la niña Cara de Luna, me acerqué al poeta y se la clavé en el costado izquierdo. Soltó un grito y se desvaneció.

⎯¡Otra vez no pidió perdón por nosotros! ⎯dijo el Rey.

⎯¿Qué hacemos ahora?, ¿nos quitamos la máscara?, ¿eso nos salvará por fin y para siempre de nuestra condición humana?

⎯Beban y bailen.

La voz provino tras la barra. Era la del Fauno que ya llevaba la pistola hacia su sien. Todos lo vimos; sin embargo, nadie recordaba en qué momento se disparó.

Afuera seguía sin llover.

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* “El Estorbo” obtuvo mención honorífica en el Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila 2015. Fue publicado en la antología Andan sueltos como locos. Comp. Aránzazu Núñez. Ciudad de México: Pimienta, 2016. Impreso. Se presenta la versión original del autor.

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Sergio Iván Garzón Clemente es mexicano, doctor en Letras con Mención Honorífica por la Universidad Nacional Autónoma de México, además de narrador y ensayista. Ha publicado minificciones en diversas revistas literarias. Entre su obra destacan “Error Victoriano”, microrrelato seleccionado en la antología Más allá de la medida. I Premio Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra (2010) y “El Estorbo”, cuento con el que obtuvo Mención Honorífica en el Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila y que fue publicado en la antología Andan sueltos como locos (2016). Asimismo, es autor de “La moral entre el goce estético y el arte útil: reflexiones sobre un cuadro de El Greco en Los días terrenales de José Revueltas”, (Crates, 2002), y “El lector imposible: una lectura sobre las ‘lecturas ideales’ de Farabeuf”, (Crates, 2009).