ISSN 2692-3912

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Futbolistas argentinos

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Futbolistas argentinos

 

hoy conocí el pequeño significado al pie de pantalla
de la palabra
petiso

un narrador porteño dijo
este futuro es albiceleste como un ciervo pasado por mar
mientras tú llegabas otra vez a gol
y se hacía un agujero en la cinta sobre las gradas
más allá del techo lúbrico del estadio

o un jugador
que también tiene un significado
con registro aceptable de patadas interfemura
así el sexo más gentil del mundo

en las películas de mafiosos sucede lo mismo
se marcan la cara para dejar de ser guapos

uno de ustedes
es nombrado el más valioso del equipo
la semana que sigue
el colegio de quiroprácticos brindará ovaciones a su espalda
durante una jugada de peligro

luego la colección de piernas al mojo de sudor
los músculos se mueven boca abajo
las piernas sudan agua bendita
con terminaciones nerviosas en los chacras del pasto

tras el infarto del cielo estrellado
reaparecen los lances

o en los pies maltrechos
que        vistos desde lejos
son casi tan atractivos como sus rostros italianos

 

 

El final de cierta comezón en el alma

 

que un avión lleno de espíritus con cáncer transporta fuego de verdad

mientras

en el retén de laguna salada
buscaban drogas duras en nuestra ropa sucia
y los soldados se iban quedando huecos por el maratón perdido del camuflaje
bajo el sol de junio

y bajamos cansados a la curaduría del equipaje
¿qué es lo de aquí, que vibra al frotarlo?
es un dildo y tiene un genio adentro
pida tres deseos oficial del ejército
que otra vez hubo fuga de recién nacidos que nadie encuentra en un camión

todo lo creo
los otros también

que estamos en pos de una estética de un desamparo menos humillante
que el actual
y los peones de esta tarde se las arreglan
con lo poco que se aprende en las caricaturas
para no servir de hilo visible en otro embuste
en alguna nueva ocurrencia de los retenes

todo esto
fueron declaraciones que escupimos
en el vertiginoso ascenso
hacia la obesidad remunerada

 

 

Calendario

 

vuelve a ser de día en el fuselaje
de la basura en voz alta

porque nadie lee sus derechos
como en antiguos concursos de poesía coral
en escuela pública

o una noche en que los pájaros
se fueron a dormir temprano o siempre
en el sur de una ciudad como ésta
que todo lo resuelve con más polvo

y nadie ha querido a un aspirante a vagón trizado
malo como una diabetes
pero enunciativo hasta el logro de amaneceres narrados
en primera persona

qué amarga es la forma en que
de origen
fueron dibujados
los aviones que calcinan durante el despegue

las voces bajan hasta el volumen cero
y otras posibilidades de la recta numérica
no hay lenguaje de señas que sea suficiente
morfemas como paletas manitas rojas de dulce
que adivinan la suerte

 

 

Henry rollins

 

Macho bocón y cabrío tu quijada los muslos de mi memoria
tuyo es el verbo de quien decide mil músculos concéntricos
se acomoda la industria del disco si hay que limpiar con lejía
y si el equipo de audio la cara de enojado la glotis el ojo el no

 

en esta parte del poema nos gustaría una banda de hard core
la mierda de ellos entonces salir en películas y el star system
todos dirán que es ventajoso el uso de la tecnología usb y tú
tienes otros amigos que llevan el corte de cabello paramilitar

tus soldados imaginarios no necesitan registro de este fracaso
dijiste que el mundo editorial es sencillo pero ya antes habías

cantado estupideces

alguien encuentra una vieja grabación de spoken word piensa
debo reír recuerda la versión de fisher price que tiene cordón
y un lindo micrófono en la espalda crepita de manera directa
a cargo del sistema nacional de caminos y puentes de la rabia
entonces tu cara al entornarse vibra tú eres el cantante joven
de mi barrio pero a los vecinos no les importa la tradición oral

hay mejores revistas de polisemia ilustrada tú te sientas a leer
sudas descalzo dentro del pantalón corto y negro de boxeador
italiano y nadie en tu esquina con las pantorrillas más hermosas
mi amor las manos se enturbian y el cabello blanco de nostalgia

en otros cuarentones se oxidan varios consejos que nadie quiere

 

 

 

Antonio León es un poeta nacido en Ensenada, Baja California. Reside en Mexicali desde 2014, donde se desarrolla en distintos ámbitos de la promoción cultural universitaria. Es editor de poesía en la revista El Septentrión y autor de los libros Busque caballos negros en otra parte (pinosalados) :ríos, dentro de la colección Ojo de Agua, editada por CETYS Universidad y Consomé de Piraña, editado por Carruaje de pájaros y el Instituto Sinaloense de Cultura. En 2016 fue el ganador del Premio estatal de literatura (poesía) en Baja California, con el libro El Impala rojo. En 2018 fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico en la categoría Creadores con trayectoria.

Cuarto tipo

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Uno

Es a mis padres a los que en gran parte les debo mi gusto por la música clásica. Me gusta escucharla cuando trabajo, pues no me distrae tanto como la música más popular, que también me encanta, pero me pone a cantar o a bailar y no quiero que me corran de mi chamba.

            No soy muy exigente, con YouTube me basta y sobra, aunque a veces me llega a fastidiar el exceso de comerciales, ni modo. Igual que a muchos, se me ha abierto un universo repleto de compositores, instrumentos, piezas e intérpretes que le dan buen sabor a los días en que todavía respiro.

            En cierta ocasión estaba buscando un conciertito qué escuchar mientras me aventaba una traducción. Me llamó la atención la «portada» de un video, pues mostraba a dos chicas sentadas a un piano en medio de un bosque. Vi el video por unos minutos y lo descarté, era algo como un documental, pero también incluía el conciertito.

            Pero, un buen día, simplemente, sin pensarlo mucho, seleccioné uno de los primeros videos que se me apareció al abrir YouTube. Era un concierto para piano de Schumann (La menor Op. 54). Me llamó la atención el rojo intenso del vestido de la pianista, a veces el rojo es mi color favorito, que contrastaba con su oscura cabellera. Me puse a trabajar, pero la música me fue cautivando, así como la intensidad de la ejecución de la pianista, que observaba con el rabillo del ojo. Me fijé en su nombre Khatia Buniatishvili.

            Empecé a trabajar cada vez menos y a ver el concierto cada vez más. «Luego recupero el tiempo en la hora del almuerzo o más tarde en la noche», pensé. ¡Qué forma de darle al piano! Me encontraba embelesado. Pues no sólo la música y la ejecución eran buenas, la pianista era muy atractiva. No era esa beldad a la nos tienen acostumbrados los medios, sino mucho mejor: inusitada. Su forma de ver y sonreír hacia la orquesta que la acompañaba era para mí algo nunca visto. En los días siguientes empecé a buscar más videos tecleando su nombre en el campo de búsqueda de YouTube: Khatia era una de las chicas del video del concierto de piano en el bosque, la otra chica al piano era su hermana, Gvantsa.

            Luego, otro buen día, no sé como, pero apareció en mi muro de facebook un anuncio —qué novedad— que en mi vida hubiera esperado, ¡Khatia Buniatishvili iba a presentar un recital para piano en el Folly Theater de Kansas City el 17 de abril! No podía creerlo, a estas alturas ya me había vuelto más que su fan, fanático a la potencia de googleplex.

            No he comentado que Khatia es una estrella de la música clásica, ha tocado por medio mundo y es muy aclamada. Creció en Georgia, una de las exrepúblicas de aquella U.R.S.S. que ya no existe, y actualmente vive en París.

            Lo primero que hice fue decirle a Lily, mi esposa, que estaba interesado en ir al concierto de Khatia. Lily y las nenas, mis hijas, no se mostraron muy entusiasmadas, pues el concierto era en miércoles, no muy conveniente que digamos. También le pregunté a mi suegro, Jerry, si de casualidad mi suegra había comprado boletos —a veces compran abonos de temporada— para ese concierto específico y, que, si los tenía, que me apartara uno, pero no hubo éxito, para ese concierto no tenía nada.

            Me puse a ver los boletos en línea, todavía había. Le dije a Lily que me iba a comprar uno y que iba a ir yo solito y mi alma al recital. Básicamente Lily contestó, «Órale». Entré en línea y di el tarjetazo de crédito respectivo, encontré un lugar en la cuarta fila a la izquierda, «buenísimo», pensé. Estaba a buen tiempo, todavía faltaban como unos diez días para el concierto. Además de que mi boleto costó mucho menos que el dinero que se gastaron mi hija Lucía y su amiga para ir hasta Chicago, con Julia, mi hija mayor, de chofer, para asistir al concierto de un grupo de K-Pop llamado BTS. Así que, sin andar arrastrando culpas, me iba a dar mi gustito. Iba a tener el privilegio de escuchar a Khatia en vivo y en directo.

Dos

Es la madrugada del día del concierto de Khatia. No duermo. No estoy nervioso ni inquieto, solamente pienso, «No puedo creer que voy a ver a Khatia tocar en vivo». Como mantra, el pensamiento se repite una vez tras otra en mi mente.

            El programa que va a interpretar está en línea y lo he estado escuchando por completo todos los días mientras trabajo. Su primera pieza es una sonata de Schubert de cuatro movimientos. Al principio se me hizo muy pesada, solo el primer movimiento dura 20 minutos, pero le voy agarrando un sabor tremendo a medida que pasan los días. Aparte de la sonata, que cubrirá la primera parte del recital, en la segunda parte interpretará otras piezas de Schubert y un par más de Franz Liszt. La única que me suena familiar es Standchen de Schubert, con arreglo de Liszt, muy bella y melancólica.

            Llego a la oficina, a estas alturas las piezas ya me han conquistado, al escucharlas siento todo y nada, estoy y no estoy en mi ser, pero a la vez sigo trabajando, no sé cómo lo hago. Supongo que mantener a mi familia es un buen aliciente. El día en la oficina transcurre sin novedades.

            Tengo tiempo para ir a nadar antes de llegar a casa para la cena. Mientras nado mi kilómetro acostumbrado, braceo y pataleo obsesionado con la mente enfocada en el recital que se aproxima, pero me acompaña una paz tremenda, para mí, inexplicable.

            Ceno con Lily y Lucía, mi hija, después de un rato me levanto de la mesa y les digo que ya es hora de irme al recital de Khatia. Me pongo mis pantalones caquis, mis calcetines rosa mexicano —mi toque personal— una camisa blanca y mi saquito beige de segunda mano con el que siempre creo que me veo divino y cosmopolita, aunque tal vez me vea todo lo contrario.

            Agarro un libro de caricaturas de Quino, el creador de la tira cómica Mafalda, de Argentina, por si hay la oportunidad de mostrarle y pedirle a Khatia que me firme una caricatura del libro —a veces los artistas firman autógrafos al final de los conciertos—. La caricatura —que quiero mostrarle a Khatia si hay oportunidad— muestra un pianista que está detenido, sorprendido, en el umbral de la puerta para entrar al escenario, al darse cuenta que parte del público está  bailando en el escenario —algunas parejas se están bajando a sus asientos avergonzados— antes de empezar el concierto al compás de otra persona del público que, avergonzado, está dejando de tocar el piano al ver la cara de sorpresa del pianista.

            El librito había estado años en el cuarto de los libros en la casa de mi familia en México; ya estaba muy traqueteado, y una vez me lo traje a mi casa en Kansas para que mis hijas lo vieran. En una ocasión se lo presté a una compañera traductora de francés y le traduje los textos de español a inglés —que escribí y pegué usando esas notitas amarillas post-it—, para que ella las pudiera entender.

            Creo que a Khatia, le va a gustar la caricatura y espero que al menos la haga sonreír. En un rincón perdido de mi cerebro, reside el recuerdo de uno de Los Cuentos de Eva Luna, de Isabel Allende, donde Horacio Fortunato, el personaje desesperado por entablar conversación con Patricia Zimmerman, la mujer con la que ha quedado cautivado y quien ignora sus avances, acaba por llevarle a ella todo un circo a su jardín, para que ella, por fin, termine por reír y acercarse a platicar con él. Yo nomás quiero que Khatia se ría un poco y, con esto, no se olvide tan rápido de mí: un mexicano cincuentón que ha quedado prendado de ella.

            Me despido de mis mujeres y me subo a mi carrito.

* * *

En la casa en que crecí, mi Madre, Elvira, tenía unos rosales en su jardín. Aparte de bonitos, eran muy convenientes para mis andanzas juveniles. Pues antes de ir a hacerle la lucha a alguna representante del sexo opuesto, agarraba yo unas tijeras y cortaba una rosa para llevársela a la chica en cuestión. Recuerdo que también usaba las rosas como moños para regalos cuando salía corriendo a algún cumpleaños de alguna conocida.

            Ya más grandecito, todavía solterito, regalé por aquí y por allá alguna rosa cuando me daba un ataque de espontaneidad en situaciones que no voy a describir aquí, porque me voy a salir más del cauce de esta crónica.

* * *

            El Folly Theater en el centro de Kansas City, hace contra esquina con lo que sería el equivalente a la plaza de armas de cualquier ciudad en México, queda a unos 15 minutos de mi casa, si no hay tráfico. Al inicio del trayecto paso cerca del supermercado donde compramos nuestros abarrotes. Sin pensarlo mucho, en franco ataque de espontaneidad, me estaciono, entro al mercado y compro una sola rosa.

            Después, mientras manejo, pienso, «Creo que va a estar bien si le aviento una rosa a Khatia al final del concierto. ¿Cuándo se la arrojaré? ¿Me la van a quitar a la entrada? ¿Me van a sacar del teatro? Es algo tradicional, ¿no? ¿Lo hacen aquí en Estados Unidos? Tal vez Khatia está acostumbrada a que le den docenas de rosas, una sola rosa se le va a hacer un gesto muy tacaño. ¿Y si por accidente le pego en la cara a Khatia al aventarla? O mejor no se la aviento, mejor me levanto y se la ofrezco de pie. Pero a lo mejor le dan un ramo de flores y ya no tendría chiste darle una pinchurrienta rosa. A lo mejor me detienen unos guarros». Me consumen las dudas. Concluyo, «Al cuerno, la vida es corta, a como salga».

            No me gusta pagar estacionamiento en el centro, ahí sí que me da la tacañez pura. Me estaciono a una cuadra del teatro, de reversa, paralelo a la banqueta, con maestría, de tal manera que queda un espacio como de cinco centímetros entre mi carro y cada uno de los otros dos entre los que lo he estacionado (mi Madre me enseñó a hacer esto). Lo tomo como un buen augurio. Camino con rosa y libro de caricaturas en mano. La rosa viene envuelta en celofán, la desenvuelvo, tiro el celofán en un bote de basura público y me pongo a quitarle las espinas al tallo, pues no quiero que Khatia se vaya a lastimar las yemas de sus talentosos dedos.

            Entro al teatro discretamente, con rosa en mano y libro bajo el brazo, ya hay gente amontonada en el vestíbulo. Esto ayuda a que pueda contrabandear mi rosa. Como ya he venido a este teatro en otras ocasiones, incluso pude llevar a mi Mamá al menos a un par de conciertos cuando nos visitaba, no tengo problemas para encontrar mi asiento. Le pido a la acomodadora una pastillita para evitar toser, no quiero acompañar a Khatia con los ruidos de mi ronco pecho. Estudio el escenario, Khatia me dará la espalda, pero veré como se desplazan sus dedos por el teclado. Pongo la rosa y el libro en mi regazo y espero con tranquilidad. Dos viejitas se sientan cada una a un lado de mí. La de mi izquierda viene con su marido, la de la derecha viene solita. Trato de determinar mi estrategia para aventar la rosa o acercarme al escenario al final para ofrecérsela a Khatia. Se apaga la luz, anuncian a Khatia por el sistema de sonido. «Ni un méndigo presentador», pienso, «¡Como han sido capaces de tratarla así!». Pero tal vez Khatia misma ha pedido que así lo hicieran.

            Khatia, sola y su alma, sin mayor ceremonia, sale por una puerta a la izquierda del escenario. Lleva puesto un vestido gris oscuro o negro, me parece que es de terciopelo, con tiras en los hombros que le cruzan la espalda y dejan sus brazos al descubierto. El vestido es ceñido al cuerpo, como de bailaora de flamenco, es decir, ceñido hasta las rodillas de donde emerge una falda que le llega hasta el piso. Se ve increíble. Aplaudimos a rabiar, yo creo que ya nos tiene conquistados. Hace una reverencia, sonriendo, y se sienta al piano. Me maravilla como se acomoda con la falda para poder pisar los pedales. Estoy pasmado. Solo esto, tenerla en persona a unos metros, hace que me invada un gran contento.

            Se hace el silencio. Khatia se concentra y aproxima sigilosamente sus manos al teclado, está a punto de empezar.

Tres

Flotan en el aire los primeros, dulces, acordes de la sonata de Schubert. Luego llega ese trémolo serio que ya esperaba. Hemos zarpado. Estoy inmóvil como estatua, con los codos recargados en los brazos del asiento. Respiro de la forma más leve posible, soy un yogui improvisado. Mis oídos, sedientos, inhalan las notas. Cierro los ojos un rato y me dejo llevar en un barquito de papel por el riachuelo de la melodía, pasamos por remansos, vericuetos, uno que otro rápido y a veces nos detenemos por un segundo, para después continuar.

            Abro los ojos, la viejita sentada a mi derecha está con la cabeza inclinada, jetona. De repente, se escucha que alguien tose, luego otra tos, y otra. No es una tos aislada, es un relevo de toses. ¡Qué va! Es un congreso de toses en el que todos presentan su ponencia como diciendo, «Yo sí traigo algo relevante que aportar». La gente se reacomoda en sus asientos, que son viejos, como el teatro, y los rechinidos acompañan a Khatia en un contrapunto fuera de ritmo. Disfruto de los crescendos, pues opacan la aportación del público. Khatia no se inmuta, está en lo suyo, dándole con todo. Sigo su ejemplo y me concentro en lo mío, lo logro.

            Al comenzar el segundo movimiento, que es un andante sostenuto (relativamente lento y, a mi entender, sosteniendo las notas por un ratito), me fijo en sus dedos que se posan de una manera increíblemente delicada, como copos de nieve, en las teclas, para emitir una suavidad indeleble. Ahora sí que tose un señor, como si le pagaran, sin parar, como por 10 minutos, no se sale del teatro, tal vez se encuentra en los últimos estertores antes de entregar el equipo, favor que nos haría. Khatia continúa concentrada. Mi familia y amigos, sobre todo mi esposa, saben que soy muy distraído, pero logro seguir a Khatia —una vez que la tos ha amainado— hasta el final. Los otros dos movimientos son más alegres y llegamos al final de la sonata, que ella remata con un gesto airoso de su brazo izquierdo. Reventamos en aplauso, agradece con una reverencia y sale por la misma puerta por la que entró.

            Intermedio. Salgo al vestíbulo buscando la mesa que siempre ponen para vender discos compactos del artista de la noche, ya que Lily me había recomendado que comprara uno para luego escucharlo en casa. La mesa está puesta, pero vacía. Nadie está vendiendo cé dés. Tomo un poco de agua, estiro las piernas y regreso a mi asiento junto a la viejita que ahora está despierta.

            Durante la primera parte del recital me di cuenta de que tres o cuatro asientos de la primera fila en la sección central habían estado vacíos. Como quien no quiere la cosa, me levanto muy discretamente y paso por la primera fila de mi sección. Veo a una señora que tiene dos cé dés de Khatia en sus manos y le pregunto que donde los consiguió, me dice que los estaban vendiendo en una mesa, afuera. «¿En la calle?», pregunto estúpidamente, pues no sé donde más pudiera estar la bendita mesa. «No, en el vestíbulo.» —me contesta— con un acento que se me hace medio europeo oriental, y le comento que ya no hay nada, que se han de haber agotado los cé dés, y le doy las gracias.

            Me siento como si nada, con gran seguridad, con mi rosa y mi librito, en el segundo asiento de la primera fila. Creo que mi seguridad es tanta, que una señora rubia, dos asientos a mi derecha, me pregunta si alguien está ocupando los dos asientos entre nosotros. Le digo que me acabo de mover a este asiento y que lo había visto vacío desde que empezó el concierto. Ella, riéndose, me dice que ella y su marido estaban arriba en el balcón y que, al ver los asientos vacíos, lo convenció de irse a sentar en la primera fila. Me río también, pero a la vez volteamos para todos lados, con una actitud de clandestinidad. Me dice que su marido, parado a mi izquierda, no se siente nada cómodo con haberse afanado los asientos vacíos. Él está como vigilando que no vaya a venir algún acomodador a sacarlos de ahí. Yo le contesto a la señora que mi mujer es igualita a su marido, que le mortifica hacer este tipo de cosas, pero que yo he decidido aprovechar mi mexicanidad y mi experiencia familiar para mi propia causa: sentarme lo más cerca posible de Khatia y de su música.

            Me dice la señora que ellos vinieron desde Omaha, Nebraska, como a tres horas de Kansas City, solo para venir al recital de Khatia. Agrega que la empezó a escuchar en YouTube y le digo que a mí me pasó lo mismo, que no pude dejar de escucharla y que, afortunadamente yo vivía en esta área. Me empiezo a sentir como si estuviéramos en una versión musical de Encuentros cercanos del tercer tipo, donde, debido a un encantamiento común, acabamos reuniéndonos todos en este viejo teatro para tener uno —si tenemos suerte— del cuarto tipo con Khatia.

            Apagan las luces y apresuradamente, todos se acomodan en sus asientos. Vuelve a salir Khatia y, sin pronunciar palabra, se lanza a tocar la primera pieza, Standchen, que es bellísima. Entro en una ensoñación tremenda, cierro los ojos y confirmo el ritmo sutilmente con la cabeza a pesar de que la tengo tan grande. Me invade una gran paz y alegría. Sí, me encuentro en un estado de gracia.

            Abro mis ojos, las manos de Khatia saltan una sobre otra por el teclado, como ovejitas. Es un momento para los que uno no está preparado, simplemente suceden y ya tengo unos microgramos de sabiduría como para no dejarlo escapar, lo vivo.

            Pero no todo es corderos y dulzura, en partes de las piezas siguientes las manos de Khatia se han vuelto titanes que merodean a grandes, rápidas y sonoras zancadas por el camino blanco y negro de las teclas, extrayéndole una intensidad al instrumento que yo solo podría hacerlo si me pusiera mis botines de danza y me echara un zapateado jarocho encima de la tapa del piano, ahí sí que apenas le empezaría a rascar los talones a esta gran pianista.

            Esta segunda parte del programa es más ligera, las piezas alimentan nuestros oídos con sus historias y Khatia termina, otra vez, con un gesto airoso de esos con los que los pianistas rematan sus finales.

             El público empieza a aplaudir de pie, en éxtasis. Khatia se pone una mano en el pecho y hace caravanas. Mira al público en general, arroja besos con las manos. Yo, con mi mente, le digo, «Mírame, mírame», a ver si así me animo a darle la rosa.

            No sé si aventarle la rosa. No me animo. Me da un ataque de indecisión. Finalmente me decido: «Mejor me espero al encore, es decir, a que toque la otra, la canción del pilón, fuera de programa, para complacer a este alborotado público del que formo parte. Khatia sale a agradecer un par de veces más y se sienta nuevamente al piano. Callamos. Interpreta una pequeña melodía muy dulce, semillitas de diente de león al aire. Termina como la llama de una velita que se ha consumido sola, sin ayuda del viento. Tronamos en un aplauso.

            Khatia se desplaza rápidamente hacia la izquierda del escenario. Justo cuando está a punto de salir por la puerta, hago el peor lanzamiento de una rosa que se haya visto en el planeta. La tiro como si estuviera echando un sombrero a un sofá, como un disco, pero la rosa no es un disco y cae, como un trapo viejo, a espaldas de ella al salir. Me maldigo y doy de topes en la cabeza, me digo, «Tenía que ser yo, para variar. Nunca te compusiste. ¡Pinche!». Comienza el murmullo típico de la gente que se apresta para salir de un teatro después de un evento. Pero todavía hay gente aplaudiendo.

            En eso, inesperadamente, Khatia vuelve a salir, y, gulp, lo primero que ve, con un gesto de sorpresa, es ¡la rosa en el suelo! Se agacha y la toma en sus manos. Yo me estoy disolviendo como la Bruja del Oeste cuando Dorothy le echa agua en El mago de Oz. Khatia mira hacia el público inquisitivamente. Reacciono. No recuerdo con cual de mis manos lo hice, pero con una apunto con mucho entusiasmo a la rosa y con la otra me doy de palmadas en el corazón. Creo que estoy brincando como el día en que vi el eclipse solar. Khatia camina hacia mí mientras todos siguen aplaudiendo y, ¡me ofrece su mano para estrechármela! ¡Muero!

            Me quedo mudo, pero, como ya saben los que me conocen, no por más de un milisegundo. No se me ocurre otra cosa más que decirle, gritarle, en medio del alboroto, en francés: Je t’aime ! Je t’aime ! (¡Te amo! ¡Te amo!) como menso. Ella me sonríe y se va al centro del escenario a hacer su caravana final, tira besos y se toca el corazón. Sale por la puerta con su rosa.

            Ya no sé más de mí.

Cuatro

Khatia ha dejado el escenario. Por el sistema de sonido anuncian que habrá una sesión de preguntas y respuestas e invitan a los que quieran quedarse a arrimarse a los asientos más cercanos. Si por mí fuera, me sentaría en el banco del piano.

            Pasa un rato, y finalmente sale Khatia acompañada de un hombre, uno de los organizadores del evento. Se sientan en dos sillas al centro del escenario, micrófonos en mano. Khatia se ha cambiado y ahora viste un vestido informal, gris oscuro —según yo— de los que les dicen acá homedress, es decir, con cuello, de manga corta y falda que llega hasta media pantorrilla. Khatia cruza las piernas, lucen medias de red que rematan excelentemente contra unos zapatos de charol rojo y negro, con muy buen gusto, muy chic; de París tenía que venir.

            Yo todavía sigo menso por la experiencia de la rosa, así que nomás me dedico a escuchar. Me imagino esta sesión un poco como una primera cita, donde ella y yo estamos sentados a la mesa de algún café —en París o en Texcoco— yo con una senda taza de leche pura, porque no aguanto el café, remojando una dona. Cuando el hombre sentado junto a Khatia nos invita a hacer preguntas, pienso que le estoy diciendo a ella —en mi mesita imaginaria—, «Háblame de ti». El único detalle es que en realidad nos acompañan otras doscientas personas que se quedaron a la sesión de preguntas, las imagino a cada una con su tacita de café aglomeradas junto a nosotros alrededor de la mesita.

            Empiezan las preguntas, he aquí algunas de sus respuestas, parafraseo:

            —No es tanto una cuestión de practicar intensamente para mantener la técnica. Es más bien una cuestión cerebral, el movimiento muscular es resultado del cerebro, al final es cuestión de reflejos.

            —No, no siento que haya desperdiciado mi niñez y juventud metida en el piano. La música es un universo en el que soy feliz. Cuando lo abandonaba, la gente me decepcionaba, y por eso no siento que me perdí de nada.

            —Mi ciudad favorita de Estados Unidos es New York. Cuando fui por primera vez, de alguna manera ya la conocía, es fascinante conocer una ciudad antes de visitarla. Ah, claro, ahora Kansas City está en mi lista de ciudades favoritas (risas).

            —No, no he probado las famosas costillas de Kansas City, no como carne. Me hubieran preguntado hace un par de años.

            —La gente es la gente, tiene que respirar. Tose. No me molesta, es natural.

            —Cuando preparo una pieza, no escucho otras versiones. Estudio la partitura y trabajo en ella para interpretarla a mi manera.

            —Sí, mi hermana es un gran ser humano, tocamos juntas, pero más que nada en Europa. No, no tenemos nada programado para tocar juntas en los Estados Unidos.

            —El año pasado iba a tocar en Los Ángeles con (Gustavo) Dudamel, pero me enfermé y no pude hacerlo. Pero este año sí lo haré.

            —Hablo cinco idiomas: georgiano, ruso, francés, alemán e inglés.

            Tras la última pregunta, nos avisan que Khatia firmará autógrafos en el vestíbulo. Salgo de mi ensimismamiento y me levanto ágilmente para ir a agarrar un buen lugar.

            Ya hay gente en la fila, soy como el sexto. Llega Khatia y se sienta a la mesa. Escribo mi nombre, Chucho, en un papel que traigo y luego lo escribo, según yo, en ruso, con el alfabeto cirílico, ЖУЖО. Todavía no puedo creer que voy a hablar con ella. Tengo preparado también mi libro de caricaturas. Qué ganas de que se activen algunos de los genes que comparto con mi gran Tío Joaquín, el hombre más encantador con las mujeres que he conocido en mi vida. Él se las hubiera arreglado para convencerla de ir a platicar a algún restaurante. Yo, simplemente quiero evitar decir una estupidez. Por fin, tras unos momentos interminables, es mi turno.

            Khatia me reconoce inmediatamente. Le suelto un «Enchanté de vous connuir !», encantado de conocerla, en francés malón, pues debió haber sido connaître i y no connuir. Rápidamente le digo que es todo el francés que sé. Lo primero que me dice, en inglés, es «Muchas gracias por la rosa». Y no, no lo dice nomás por decirlo, lo dice sonriendo, sinceramente. Hasta yo, que soy bien despistado, lo percibo. Floto de gusto. Le contesto algo como, «No es nada, al contrario, tú música es el regalo de verdad». Le muestro el papelito con mi nombre en Chucho y en «ruso». «Ah, ¿quieres que te lo dedique en ruso?», me pregunta. Me espanto y pienso, «¡Ya la amolé! ¡No voy a entender lo que me escribió!». Pero le digo tranquilamente que lo escriba en inglés, por favor.

            Se pone a escribir en el programa que le he dado. Mientras, busco la caricatura en el libro de Quino. La tengo marcada con un papel, pero mis manos están bien torpes por los nervios. Ella levanta la vista y le digo, «Mira esto, nomás tomará unos segundos», el tiempo apremia, pues hay como 60 personas detrás de mí. Ella mira la caricatura con atención, pero la luz no es muy buena y es algo difícil apreciarla. Dice, «Ah, caricaturas, ¿conoces a Sempé?». «Claro que conozco a Sempé», le digo, pero no es el momento de tener un panel de discusión sobre Sempé, si no, me van a correr a patadas.

            Pongo mis dedos sobre el libro y, espontáneamente, le digo, «Es para tí». Ella se sorprende y dice, un poco apenada, «No, no puedo aceptarlo». Insisto, y le digo que es un libro viejito, que tiene un par de caricaturas más sobre músicos, que lo han disfrutado muchos en mi familia y que, además, está en español, pero que le he pegado notitas con traducciones en inglés para que lo pueda entender. Sonríe, lo acepta y me da las gracias.

            Finalmente, antes de que me corran, le pido al joven en la fila detrás de mí que, por favor, nos tome una foto con mi celular. Me pongo al lado de Khatia, ella me ofrece sus manos, como si la fuera a sacar a bailar —ese tesoro que son sus manos—. Me acerco a ella y toma mi mano derecha entre las suyas. Pongo delicadamente mi mano izquierda en su espalda —es mi turno para pretender que mis dedos son copos de nieve—. Lo hago muy delicadamente y con todo el respeto del que soy capaz, pues no quiero provocar un incidente #metoo. Nos sacan la foto y me empiezo a apartar. Khatia ofrece su mejilla y, afortunadamente, sé que hacer —he practicado esto al saludar o despedirme de mis compañeras de trabajo cuando nos visitan desde Europa—, y nos despedimos con dos inolvidables besos, uno en cada mejilla.

            Me despido agradeciéndole que haya venido hasta acá. La verdad, quiero decirle que la amo, que me quiero casar con ella y tener sus hijos. Quiero llevármela en el bolsillo de mi saco para que esté siempre conmigo. O, mejor aún, quiero que me lleve en su maleta, para poder acompañarla por todo el mundo en sus conciertos y echarme debajo de su piano mientras practica y dedicarme el resto de mi vida a solo escucharla. Soy el niño que quiere dejar su casa para irse para siempre con el circo que ha pasado a presentar su espectáculo en un pueblo perdido. Soy un Karenino irremediablemente seducido por la música de Khatia Vronsky, me veo residiendo en Italia, donde terminaré tristemente mis días y posteriormente me echaré un clavado frente al tren en Kansas City. Quiero todo, todo, todo… No quiero que la historia termine aquí, lo único que me queda es inventármela a partir de este momento, tendré que escribir un cuento o una novela para ver adonde me llevan los personajes y ver en qué acabó todo. Será un relato pésimo, pero será mi relato. Solo así podré tener, lamentablemente, por lo menos una pizca del todo.

            Ella me sonríe por última vez y dirige su atención a la siguiente persona de la fila.

            Salgo del teatro, levito, estoy mareado de felicidad, casi exactamente igual que la noche que volví a casa después de haber salido por primera vez con Lily, mi esposa, antes de casarnos.

            Ya en casa, es imposible que Lily no note que estoy extasiado. Se encuentra leyendo en el sofá del cuarto de la tele. Le digo que estoy como burro sin mecate, que la experiencia fue una de las mejores en mi vida. Y le cuento incoherentemente lo que puedo. Duermo como un bendito.

* * *

            Es sábado por la mañana, de ese miércoles de encanto. La resaca de felicidad continúa con intensidad. Estoy en la fiaca, en cama con Lily. Platicamos. Le digo, «Tengo algo qué confesarte». Me contesta, «¿Si?». Voy con mi hacha, «Creo que estoy un poco enamorado de Khatia». Lily sonríe, me dice, «You are starstruck», estás encandilado. Asiento.

            Me pregunta, algo como, «Entonces ya se acabó lo nuestro, ¿no? Eres de ella». No contesto, nomás levanto las sábanas, «¿Quién está aquí contigo debajo de las sábanas?». Silencio.

            Rompo el silencio, «Eso sí, si se diera el caso de ir a París, ya no me regreso. Buscaría la casa de Khatia y me pararía enfrente a esperarla como Freddy Eynsford-Hill espera a Eliza Doolittle en la comedia musical My Fair Lady, Mi bella dama. Aunque lo más probable es que me metan al bote por acoso». Reímos.

           Después lo pienso bien, la palabra starstruck puede significar literalmente golpeado por una estrella. Creo que este significado es más adecuado en mi caso, es como si el sol se hubiera acercado a la tierra a la distancia exacta para darme un trancazo en el corazón. ¡Qué va! ¡Qué sol ni que nada! Me pegaron todas las estrellas del universo con hoyos negros y toda la cosa.

El autógrafo decía, en inglés, «Para Chucho: gracias por la encantadora rosa, Khatia».

 

 

José de Jesús Márquez Ortiz (Culiacán, Sinaloa, 1962). Creció en Texcoco, Estado de México. Estudió y trabajó en el área de investigación de cultivo y mejoramiento de alfalfa hasta 1998 en México y Estados Unidos. Amo de casa y cuidador de niño con capacidades diferentes hasta 2001. Analista de datos de investigación gerontológica y de mercadotecnia en Kansas City hasta 2007. Empezó a traducir del inglés al español desde los 13 años, ayudando a su madre. Actualmente lleva 14 años ganándose el sustento como traductor de software y documentación para sistemas de salud en una empresa de Kansas City. Escribe cuando puede, para compartir sus “rollos” con familia y amigos. La mayoría de sus publicaciones son científicas. Escritor en ciernes. Su objetivo es compartir sus escritos a un nivel literario. Totalmente empírico en lo que se refiere a ser padre de familia, tocar el piano y la guitarra, y hornear pan con harina de trigo cultivado en Kansas, aunque también en ocasiones ha llegado a hacer tortillas de maíz con sus hijas.

¡Voilà!

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cuál es la diferencia entre crear
y restaurar
provéanme de un calendario fidedigno

dejen que brote el terreno
aren surcos profundos
corran descalzos
amarren los caballos de tiro

planten el abedul en la tierra humectante

es el olor a estiércol que nunca me abandona

un arco iris doble en el cielo

¡voilà!

un corcino en la hierba

el cambio de la cosechadora
ha producido tanto últimamente

caminos pegajosos

en el horizonte estará la montaña
y los amantes cortarán la leña

entonces

cruzan

el campo

una cola que serpentea sobre la comarca

las viditas

mi vida en el escenario

lo opaca todo

al principio el público se queda en el granero

encadenado a las vigas
el meadero de los animales

que como artista
simplemente siga con los quehaceres diarios

que me dé vergüenza

¿es una locura
en los clavos

en la madera?

una tiara de novia
y el color rojo Falun

verde eléctrico

rosa ardiente

me he casado mil veces
cada uno al que he amado
ha sido mi marido

juntos hemos flotado en el lago
les he mostrado una foto de París

donde se confeccionan trajes
y los tenores caminan sobre la cuerda
fuera del camerino

en algún lugar también habrá una foto de mi mano
bajo la imagen esta escrito:
mi mano

de verdad será posible

París

mi mano

en el tercer acto
la danza con velo sobre el prado

un sol que hace rotar a la maquinaria

me puedo arrastrar
para ver el público
todos los borradores y modelos
desechados

todas las versiones

un arco iris doble se construye en el fondo

no todos pueden tener voz para cantar

no todos pueden ser famosos

escribo sobre papel de cartas perfumado
una y otra vez

campesinos campesinos

esta noche voy a cantar

la luz: verde eléctrico

tengo tantos amoríos

hectáreas, ¡bon soir!

cotos de caza aguas de pesca

reseñas de color rosa ardiente

 

 

Versión en español de Petronella Zetterlund

 

Daniel Mårs (1986) es poeta. Creció en Säter en Dalarna, la región emblemática de Suecia, donde su familia tiene una granja que lleva el nombre Mårs. Es autor de tres colecciones de poemas: Simonillusioner (2017), Flockmatrisen (2019, junto con Charlotte Qvandt) y ¡Voilà! (2020). De este último están tomados los poemas que aquí se publican en español por primera vez.

Enrique Gómez Carrillo, periodismo y crónica en el modernismo

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A Manuel González Martel

  

Enrique Gómez Carrillo comenzó precozmente su carrera en el periodismo en Guatemala, hacia finales de la década del siglo antepasado, escribiendo en El Imparcial, diario dirigido y fundado por  el periodista de origen francés August Mulet de Chambó. El joven escribiente de apenas 16 años llevado por su espíritu contestatario e inquieto se atrevió a criticar acremente la obra de José Milla y Vidaure [2], que era entonces el escritor nacional leído por las clases medias y altas y en los centro de enseñanza. Gómez Carrillo lo llamó provinciano y fastidioso. Y afirmaba que los libros del renombrado Milla no eran de gran calidad y además su poesía era «verdaderamente detestable». La reacción fue tremenda con mucha críticas publicadas en los periódicos ridiculizando al «jovencito metido a periodista».

            En una ocasión en el Teatro Nacional a donde Gómez Carrillo había asistido con su padre a una función fue abucheado e insultado por el público. El joven cayó en una depresión de la cual parecía no saldría. Rubén Darío llegó a Guatemala un par de años después a fundar el Diario de la tarde y le dio empleo de reportero al joven Gómez Carrillo. Darío interpuso también su recomendación para que el presidente de la República Lisandro Barrillas le concediera una beca a Gómez Carrillo para estudiar en Europa a donde Gómez Carrillo viajó para no volver a vivir en Guatemala, haciéndolo solo en un par de oportunidades durante tiempo breve. En París y Madrid se desarrolló como cronista y llegó a ser reconocido tanto en esas ciudades como en Buenos Aires y otras ciudades hispanoamericanos. Gómez Carrillo hizo el exitoso recorrido de salir de una depresión de juventud al éxito profesional en la adultez plena.

            La prosa modernista significó una especie de globalización literaria e informativa. Sobre todo a través de los grandes periódicos El Liberal, en Madrid, y La Nación en Buenos Aires. Estos diarios permitieron la circulación masiva de textos que de otra manera se hubieran reducido a pequeños grupos de lectores afines o en el peor de los casos en las gavetas del olvido.

            El periodismo en castellano debe mucho a los modernistas latinoamericanos, con los dos perfiles puntuales Darío y Gómez Carrillo, junto a nombres como Gutiérrez Nájera, Máximo Soto Hall, Amado Nervo, Ricardo Jaimes Freyre, Manuel Díaz Rodríguez, Juan José Tablada, León Pacheco, Roberto Brenes Mesén, Salomón de la Selva, Arturo Ambroggi, Rafael Cardona, Rafael Estrada, Toño Salazar y el singular puertorriqueño/español Luis Bonafoux Quintero.

            La figura central durante las primeras décadas del siglo veinte fue el cronista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, residente en Europa. El periodismo en lengua española se hizo más literario con Gómez Carrillo y la literatura se afincó en la experiencia vivida: escribir sobre lo que se veía y sobre lo que se vivía (escribir in situ) a diferencia de lo que únicamente la imaginación creativa pudiera aportar desde un escritorio. Escritor, cronista, ensayista, novelista, periodista y traductor, nacido en Ciudad de Guatemala en 1873 y fallecido en Paris en 1927. Fue un personaje singular e impar de la literatura y el periodismo en la vida cultural francesa, madrileña y por extensión hispanoamericana durante la llamada Bella Época o Belle Époque (1890-1920). Desde la aparición de su primer libro Esquises, publicado en Madrid, cuatro años después de la aparición del Azul de Rubén Darío en Valparaíso Chile, Enrique Gómez Carrillo introdujo una nueva manera de presentar a un escritor o a algún artista. Con este libro juvenil, tenía apenas 20 años, deslumbró el ambiente madrileño. Leopoldo Alas «Clarín» a la cabeza no ahorró elogios. Fue un texto que sorprendió en España por apartarse de la prosa tradicional dominante que se había anquilosado en un romanticismo tardío y localista. Rubén Darío y Enrique Gómez Carrillo fueron, por antonomasia figuras emblemáticas: el poeta y el prosista del modernismo. Casi como decir el Modernismo. Augusto Monterroso los llama grandes limpiadores de establos y puntualiza: «En su tiempo, la obra de Gómez Carrillo significó en todo el ámbito de nuestro idioma escrito en prosa lo que la revolución de Rubén Darío en el verso».

            Cuando el literato y bohemio español Alejandro Sawa escribió en 1910 que Enrique Gómez Carrillo era «El Mago de las letras españolas» Sawa estaba expresando un retrato de la época: la del prodigioso Gómez Carrillo que había conocido en París y visto brillar en conversaciones de los cafés parisienses y a quien se lo asociaba a nombres como Oscar Wilde y Paul Verlaine. La pregunta sería: ¿fue Gómez Carrillo un hombre solo de su época? Fue realmente el bohemio a caballo entre dos siglos? (la frase es del crítico español Castillo-Puche).

            Habría que comenzar por precisar ese cabalgar entre centurias. Porque el modernismo fue un acontecer literario que tuvo su obligada peregrinación a la meca literaria y artística de aquel entonces: París. Y por tanto en el contacto profundo con la literatura y cultura francesa para florecer y cristalizar en diferentes ciudades y momentos históricos. Comenzó con los cubanos José Martí y Julián del Casal, siguió en México con Juan José Tablada, Díaz Mirón, Amado Nervo y antes con Gutiérrez Nájera, pasó por Guatemala con Rafael Arévalo Martínez y Carlos Wyld Ospina y las estancias en ese país centroamericano, más o menos prolongadas, de Martí, Darío, el peruano Santos Chocano y el colombiano Porfirio Barba Jacob, entre otros. Alcanzó la Colombia de José Asunción Silva, continuó por el Uruguay de Julio Herrera y Reissig, concretándose apoteósico en Buenos Aires con Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas y en Montevideo con la poesía de Julio Herrera y Reissig y la ensayística de José Enrique Rodó, su Ariel es un ensayo fundamental de la época. En Madrid el modernismo prosperó con Salvador Rueda a la cabeza, al que se sumaron Valle Inclán y las obras iníciales de poetas como Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Por algo decía Darío refiriéndose al valor intrínseco de la lengua: “«Mi esposa es española, mi amante de París». Enrique Gómez Carrillo, resalta la académica francesa Claude Viot Murcia, en su tesis doctoral sobre el guatemalteco, fue el puente esencial e intermediario entre la cultura y literatura francesa y España e Hispanoamérica.[3]

            Después de su debut literario en España con Esquises, Gómez Carrillo logró ubicarse en primera línea en la prensa española y pocos años después era a sus 23 años el miembro más joven de la Academia Española de la Lengua. Las semblanzas o retratos hablados los seguiría haciendo durante toda su vida de escritor y desde luego los introdujo en el periodismo. Se produce con él una nueva manera de presentar a algún escritor o a una personalidad del arte o la música en donde no pocas veces con humor se resalta el aspecto físico, el vestuario, los gestos pero sobre todo una contextualización de la obra, del retratado y su significado. Como muestra mínima el retrato de Rubén Darío:

Lo que menos parece, á primera vista, es poeta. Su cuerpo débil y flexible; su rostro fresco de campesina; su cabellera peinada a la burguesa; su nariz pequeña y recogida su boca sensual de labios rojos; su bigote blondo y rizado; su manera elegante de vestir; todo contribuye á darle cierto aire indefinible de agente de negocios ó de sportman rico. Es necesario mirarle con atención, en una de esas noches que el almanaque de su neurosis señala como días de trabajo —con la cabellera en desorden; con las rosas de las mejillas convertidas en pálidas flores de cera blanca; con sus manos inquietas; con la frente contraída por el esfuerzo y con los ojos dilatados, para sorprender, en sus pupilas, un rayo ardiente del genio raro y complicado que supo crear el libro Azul,—collar magnífico en donde los tibios reflejos de la perla contrastan vivamente con el rayonar luminoso del diamante. (Malakof, junio de 1891)

Las revistas Nuevo Mercurio y sobre todo Cosmópolis, fundada por el venezolano Pedro Emilio Coll, se convirtieron en verdaderas plataformas de debate, información y difusión del modernismo. Rubén Darío afirmaba:

Hoy, y siempre, un periodista y un escritor se han de confundir. La mayor parte de los fragmentarios son periodistas. ¡Y tantos otros! Séneca es un periodista. Montaigne y de Maistre son periodistas, en un amplio sentido de la palabra. Todos los observadores y comentadores de la vida han sido periodistas. Ahora, si os referís simplemente a la parte mecánica del oficio moderno, quedaríamos en que tan sólo merecerían el nombre de periodistas los reporters comerciales, los de los sucesos diarios y hasta éstos pueden ser muy bien escritores que hagan sobre un asunto árido una página interesante, con su gracia de estilo y su buen porqué de filosofía. Hay editoriales políticos escritos por hombres de reflexión y de vuelo, que son verdaderos capítulos de libros fundamentales, y eso pasa. Hay crónicas, descripciones de fiesta o ceremoniales escritas por reporteros que son artistas, las cuales, aisladamente, tendrían cabida en obras antológicas, y eso pasa. El periodista que escribe con amor lo que escribe, no es sino un escritor como otro cualquiera.

Pero, ¿qué entendemos como crónica? Un género o subgénero característico del movimiento modernista de naturaleza híbrida y de sentido amplio y  sincrético, confluencia del ensayo, la semblanza y la descripción. La crónica se presta para la experimentación y la indagación subjetiva sobre cualquier temática. Por su brevedad, al formar parte de publicaciones periódicas, no llega a convertirse en ensayo. Es preciso distinguir la crónica modernista de la acepción de la misma como parte de la historiografía, es decir la crónica antigua y medieval, después la crónica de Indias que consignaba los hechos de los conquistadores y de la Colonia. La crónica clásica se ocupaba de compilación de sucesos históricos, generalmente del tipo épico o heroico, identificados en el espacio y el tiempo, presentados en orden estrictamente cronológico. Deriva del término griego kronika biblios del cual se transformó al latín cronica, que  significa tratado o narración en el orden del tiempo.

            La crónica modernista se leía profusamente por un público letrado de clase media en  las grandes capitales hispanohablantes: de Madrid a Buenos Aires pasando por México, La Habana, Santiago de Chile, Bogotá, Lima y Montevideo. De alguna manera la crónica tiene estructuras afines al reportaje. De ahí que la consolidación de Gómez Carrillo y otros modernistas como escritores profesionales se concretó en buena medida con las regalías pagadas por los grandes diarios españoles El Liberal y ABC y en Latinoamérica La Nación y La Razón en Buenos Aires. Los modernistas Vargas Vila, Gómez Carrillo y el mismo Darío se convirtieron en los primeros escritores profesionales del continente aunque, y en especial Darío, se gastaban con gran velocidad lo que ganaban.

           No contempla la crónica modernista hechos épicos sino se refiere a historias más inmediatas, de observación y sobretodo vivencia directa, de ahí que las crónicas modernistas tengan una temática variadísima en registro de situaciones, hechos y personajes. Puede ir de la moda en París a una experiencia  en un país en el lejano Oriente. El papel de conector  entre culturas y literaturas, como en caso de la francesa y la española e hispanoamericano ya señalado en los estudios de la académica francesa Claude Viot-Murcia, ha sido también resaltado con otros ámbitos culturales, como los puentes tendidos por Gómez Carrillo con el mundo árabe estudiados por el académico e hispanista Abdelmouneim Bounou, profesor de la Universidad Sidi Mohamed Ben Abdellah de Fez en Marruecos. La académica Nellie Bauzá Echevarría  de la Universidad de Puerto Rico sostiene que siendo marroquí Abdelmouneim Bounou se atreve a asegurar que Gómez Carrillo “ha redactado la mejor obra que haya escrito un intelectual hispánico sobre Fez”. Una tesis doctoral de Karima Hajjaj Ben Ahmed de la Universidad Complutense de Madrid, Oriente en la crónica de viajes: el modernismo de Enrique Gómez Carrillo (2002),  confirma y profundiza en este aspecto de conector intercultural del cronista guatemalteco.

            El incansable Enrique Gómez Carrillo inspirándose en la trayectoria de Pierre Loti realizó giras por Egipto, Palestina, Algería, Marruecos, Japón, Rusia y Alemania que culminaron en crónicas que hicieron época y formaron reunidas por criterio temático respectivos libros publicados como De Marsella a Tokio (con prólogo de Rubén Darío), Sensaciones de Egipto, la India, la China y el Japón, El Japón heroico y galante, Grecia (prólogo de Jean Moréas), La sonrisa de la esfinge, Fez, la andaluza, Jerusalén y la Tierra Santa, La Rusia Actual, Paisajes de Alemania, El encanto de Buenos Aires  y otros.

            Gómez Carrillo alcanzó el rango de director general de El Liberal entre 1916-1917, probablemente el diario español más importante de la época, por su tirada, la cobertura nacional  e internacional y la calidad de sus textos. El escritor, traductor y crítico español Rafael Cancinos Assens (1882-1964) recuerda una visita a El Liberal donde es recibido por un dinámico Gómez Carrillo trabajando en mangas de camisa junto a su equipo de redacción, en especial sus redactores estrellas, el célebre Leopoldo Bejarano y Larios de Medrano. Cancinos Assens  resalta la presentación de ideas renovadoras que le expone Gómez Carrillo quien le anuncia sus planes de fundar una gran revista.

            ¿Cuáles son los  aportes centrales de Gómez Carrillo durante la dirección de El Liberal? En primer lugar un ordenamiento diferente del periódico con la acentuada intención de abarcar de una manera amena tres dimensiones: 1) información y noticias; 2) debate político y cultural y crítica  literaria y artística y 3) entretenimiento con textos novedosos y de creación literaria.

            Enrique Gómez Carrillo fue un acucioso y agudo crítico literario que escribió centenares de reseñas de libros y obras, dándole gran importancia a lo que llamaba «literatura extranjera», es decir aquella no escrita en castellano. Al mismo tiempo fue un consumado traductor del francés al español. Como crítico desarrolló su teoría de «las sensaciones», que consiste en priorizar la observación y vivencia subjetiva de las cosas y los hechos, y en este caso de los textos que se leen. El lector, en otras palabras, es parte de la obra y eso debe lograrlo con su arte el escritor que es quien conquista al lector y no lo contrario. Esta teoría que cristaliza en un libro luminoso: Sensaciones de París y Madrid (1910). Su biógrafo Alfonso Enrique Barrientos sostiene que «la influencia del escritor guatemalteco en el desarrollo del periodismo español e hispanoamericano ha sido reconocida en la Península y no será omitida, la influencia, en la historia del periodismo español porque fue un innovador». El célebre reportero español Leopoldo Bejarano por su parte afirma:

Porque sin hipérbole de ninguna clase, el paso de Gómez Carrillo por El Liberal marca una línea divisoria entre la vieja y la nueva prensa. Él es quien da primeramente importancia en el periódico madrileño a cosas que no la tenían. Tal es la crítica de libros, de arte, de conferencias, política y literatura extranjera, interviús rápidas con las figuras destacas del momento, encuestas, reportajes extraordinarios. Nada inventaba, ciertamente. Todo eso era pan de cada día en la prensa inglesa y francesa. Pero a él le corresponde, incuestionablemente la gloria de haberlo injertado en nuestros periódicos…Enrique es el aire libre de Europa que entra como un torbellino de renovación en el ambiente módico y hormado de nuestras viejas redacciones.

Respecto de la interviú o entrevista, Gómez Carrillo fue un pionero de la misma y la consolidó en el periodismo como subgénero específico. Ya desde sus tempranos años en París había adquirido la habilidad de entrevistador de personalidades como  Unamuno, Catulo Mendés, Verlaine, Strindberg, Oscar Wild, Zolá, Augusto de Armas, Max Nordau, Alphonse Daudt, Jean Lorrain y Francisque Sarcey, para mencionar algunos nombres destacados, entre sus decenas de entrevistas. Desarrolló un concepto propio que expresó en el breve ensayo «El culto de la interview», donde resalta la importancia de no intervenir en la voz del entrevistado para alcanzar la comunicación ideal por medio de la empatía. El poeta y crítico Luis Eduardo Rivera afirma que la entrevista fue una astucia que le sirvió, por una parte, para subsistir, y por la otra, para instalarse dentro del mundo cultural. «Su estrategia fue la de entrevistar a personajes importantes del ambiente literario parisino… como Oscar Wilde o Srindberg. Sus entrevistas eran retratos sutiles, llenos de observaciones inteligentes sobre estos autores, legendarios en su momento, y que luego publicaba en los grandes rotativos del mundo hispánico; más tarde los reunía en volúmenes que eran editados por firmas españolas».

            Lo mismo podría decirse del reportaje, donde recalcaba siempre la importancia de la objetividad desde la perspectiva personal o subjetiva. En palabras contemporáneas: «Yo estuve ahí, yo lo vi».

            No hay que pasar por alto el original uso de las encuestas en El Liberal y en revistas, siendo de gran impacto en su momento la encuesta de cinco preguntas sobe el modernismo. Asimismo su trabajo como corresponsal de guerra durante la Primera Guerra Mundial que produjo cientos de crónicas y reportajes desde el mismo campo de batalla y que compiló en los libros Crónicas de guerra (1915), Reflejos de la tragedia (1915), Campos de batalla y campos de ruinas (1915),  En las trincheras (1916)  y  En el corazón de la tragedia (1916). Estos libros le valieron la más alta distinción de Francia (La legión de honor) y un éxito total de ventas. Dos de estos títulos han ido recientemente reeditados por Ediciones del viento fundada por Javier Reverte, Fernando Savater y Soledad Puértolas.

            Es conocido Gómez Carrillo por su extravagancias y su vida bohemia y el llamado boulevardismo en las tertulias en establecimientos como el restaurante Drouant y los cafés Soleil d’Or, el Napolitano y Le Café de la Paix. Gómez Carrillo llegó a poner de moda una forma de sombrero particularmente hecho para él: el chapeau Carrillo. Fue un hombre que no podía pasar desapercibido, fuera por sus textos o por su vida de giros exacerbados, con duelos, amores múltiples y viajes para entonces impresionantes. Su obra ha sido traducida al francés, alemán, checo, inglés, sueco, italiano, japonés, portugués, rumano y griego.

            Sobresale también por su temprana posición de feminista en la época patriarcal que le tocó vivir.  La mujer es tema central en su obra, intenta siempre otorgarle la posición de sujeto actuante, con énfasis en la parte creativa e intentando algo novedoso: la perspectiva femenina. Oscar Enrique Barrientos señala:

introdujo la mujer en la literatura…la mujer se transforma en fuente de inspiración y en una constante de su obra. Reunidos en libros esos temas formaron cuatro volúmenes que aparecieron sucesivamente con otros títulos: El Libro de las mujeres, Segundo Libro de las mujeres, La mujer y la Moda y Las Mujeres de Zolá.  Entre las que llama sus ídolas está la escritora y artista feminista Georgette Leblanc y también un capítulo dedicado a ella, la Aspasia moderna, símbolo de la retórica femenina.

Su primera esposa, Aurora Cáceres [4] es explícita, no sólo por su relación matrimonial sino por los  vínculos literarios que tuvo con Carrillo a lo largo de toda la vida. Cáceres lo consigna en su libro biográfico sobre Gómez Carrillo narrando no solamente los diversos proyectos literarios conjuntos sino también el soporte irrestricto  y apropiadamente calificado que él le brindara leyendo, comentando, haciendo reseñas de los textos de ella, facilitado contactos con editores y periódicos y escribiéndole el prólogo del libro La ciudad del sol. En una carta dirigida a ella Enrique Gómez Carrillo le escribe: «Es a la escritora a la que me dirijo. A mi hermana intelectual…Veo la realización de una de esas uniones en donde hermanan la inteligencia y el amor, en donde los seres llegan a formar verdaderamente uno solo. En donde no sólo se siente, sino que se piensa de igual modo, en donde la labor es común».

            Valga señalar también el apoyo brindado a la segunda esposa, Raquel Meller, a la cual abrió no sólo los más reputados espacios de París (Olympia) y Buenos Aires (Teatro Empire) sino que llegó a escribirle un texto biográfico, Confidencias, que la Meller firmó como propio según el escritor español Javier Barreiro.

            Finalmente, como bien lo ha señalado el investigador español nacido en Tenerife, Juan Manuel González Martel, fue Gómez Carrillo un fundador de revistas y director de publicaciones periódicas. González Martel dedicó no solo su tesis de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid al cronista, sino que durante años de arduas investigaciones ha clasificado e interpretado la extensísima obra de Enrique Gómez Carrillo. Afirma el académico canario:

En unas décadas  de los siglos XIX y XX en que la creación literaria se volcó en las páginas de las publicaciones periódicas, el conocidísimo cronista guatemalteco fue de los escritores más presentes en la prensa de la lengua española, a lo que se sumó el que sus otras facetas de literato estuviesen vinculadas igualmente a periódicos y revistas.

Gómez Carrillo siguió muy de cerca a la emblemática revista francesa El Mercurio de Francia para fundar su Nuevo Mercurio en 1907 con propósitos de afianzar la renovación modernista hispanoamericana, incluyendo textos de los principales escritores franceses traducidos por él al castellano y de los principales y los nuevos de España y de América con textos actuales de lo más granado del modernismo hispanoamericano: Darío, Manuel Ugarte, Vargas Vila o Amado Nervo, incluyendo franceses como Catulle Mendes y Jean Moréas y españoles como Unamuno y Machado. Pese a su calidad literaria no alcanzó una difusión que permitiera su existencia; el gran público le dio la espalda. La revista solo duró un año por razones económicas. El cronista guatemalteco continuó con el sueño de editar una gran revista que uniera las dos orillas. Una publicación que recogiera y levantara debates y crítica así como la nueva creación literaria y artística. Refunda así en 1919 la revista Cosmópolis. Con el apoyo financiero del millonario y empresario uruguayo Manuel Allende. Salieron 37 números mensuales y se publicó hasta 1922, el último año dirigida por el escritor y periodista cubano Alfonso Hernández Catá.

            Las revistas hasta la tercera parte del siglo pasado jugaron un papel articulador y de difusión en América Latina, incluyendo el intercambio con España. Fueron los modernistas los que desarrollaron el concepto de revista como espacio de diálogo y debate. Cosmópolis, cuyo solo nombre denota el espíritu modernista fue refundada en 1919 en España por Enrique Gómez Carrillo siendo director de la misma hasta 1922.

            Publicar en Cosmópolis significaba un triunfo para los noveles escritores. Gómez Carrillo impulsó, como clásico modernista, el acercamiento con las líneas francesas de expresión y pensamiento. En Cosmópolis se publicaron textos traducidos al castellano de Anatole France, Max Jacob, Apollinaire, Mallarmé, Maetelerlinck, Baudelaire y André Gide, entre otros. Pero también se difundió literatura inglesa (Oscar Wilde), portuguesa con autores como Camilo Pessanha, Guerra Junquero  y Eça de Queiroz y desde luego la española con nombres como Miguel de Unamuno, Manuel Machado, Edmundo González Blanco, Ramón Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Enrique Díez-Canedo. Los escritores y poetas latinoamericanos, muchos jóvenes, tuvieron espacios regulares y considerables, publicándose textos de los mexicanos Alfonso Reyes y Xavier Villaurrutia, los argentinos Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, Guillermo de Torre y Alfonsina Storni, la chilena Gabriela Mistral, la poeta uruguaya Juana de Ibarborou y los centroamericanos Arturo Ambrogio, León Pacheco, Antonio Batres Jáurequi y Francisco Lainfiesta.

            Sin duda fue Cosmópolis una verdadera revancha para Gómez Carrillo, que una década antes había fundado la revista El Nuevo Mercurio. Cosmópolis fue la primera gran revista intercontinental, con un tiraje extraordinario para la época: 100 000 ejemplares y alcanzaron a salir 45 números. Se vendía en España y América. Fue una publicación no solo estrictamente literaria, sino de variada gama de secciones culturales y perspectivas urbanas diversas como «Figuras del día», «Fisonomía de ciudades», «Revista de periódicos», «Crónica americana», «Crónica de París» por Julián Martel, «Crónica de Italia» por Leonardo Marini, «La vida femenina» por la Marquesa de Cespón y «Notas cosmopolitas», sobre teatro, libros y arte. Asimismo se da espacio al naciente cine. El éxito de Cosmópolis radicaba en esa amalgama de textos creativos acompañados de reseñas y crítica con noticas culturales de las principales capitales modernistas: Buenos Aires, Madrid, Montevideo, La Habana, México, Barcelona y desde luego París.

            Otra publicación modernista notable fue La Habana Elegante fundada ya en 1883 por Casimiro del Monte. En esta revista publicó lo más significativo de su obra el poeta cubano Julio Del Casal, de los iniciadores del movimiento modernista. Otros modernistas que colaboraron y publicaron sus textos, además de Gómez Carrillo, fueron Rubén Darío, Luis G. Urbina, Manuel Gutiérrez Nájera, José Santos Chocano, José Juan Tablada, Juan de Dios Peza y José María Vargas Vila. También se publicó traducido al español al poeta francés Reconté de Lisle, quien fuera paradigma dariano y de buena parte del movimiento modernista fundacional.

            Revistas modernistas cubanas fueron El Fígaro que siguió publicándose hasta los años treinta y La Habana literaria que fue una fundición de La Habana Elegante y la revista América. En Buenos Aires influyó mucho la relativa larga estancia de Rubén Darío a quien el presidente colombiano Rafael Nuñez nombró cónsul de Colombia. El mismo Darío consigna en sus memorias que las labores consulares eran mínimas, ya que había muy pocos colombianos en Argentina e inexistentes lazos comerciales. Fue una verdadera y generosa beca de Nuñez que Darío tuvo hasta 1895.  Rubén Darío y el boliviano Ricardo Jaimes Freyre fundan una primera revista modernista, América, de efímera vida. Otras publicaciones modernistas fueron La Quincena, La montaña y Atlántida. En 1898 surge la revista Caras y caretas bajo la dirección de José Sixto Álvarez, llamado popularmente Fray Mocho, publicación modernista que logra gran difusión. Paul Groussac, escritor de origen francés pero argentinizado, funda la revista La Biblioteca que se convierte en plataforma de difusión modernista y diálogo crítico literario. Un hito dentro de las publicaciones modernistas es El Mercurio de América fundado por Eugenio Díaz Romero que cuenta con las colaboraciones de Darío y de los escritores más emblemáticos del modernismo argentino: Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz, el filósofo José Ingenieros y Enrique Gómez Carrillo.

            En definitiva, los escritores modernistas encontraron en las revistas mencionadas, y otras, y en los periódicos La Nación  y La Prensa espacios fundamentales para la difusión de su obra en un ambiente propicio por la cantidad de lectores. Manuel Ugarte, Enrique Larreta, el ya mencionado Lugones y Ángel de Estrada fueron nombres sobresalientes.

            Pero ya entrando la segunda década del siglo se habían agotado las búsquedas de los modernistas, se esfumaron las princesas y los cisnes e incluso las crónicas de lugares exóticos, con la llegada e imperio del telégrafo, los teléfonos, el desarrollo de los medios de comunicación y el surgimiento de la aviación. Gómez Carrillo muere de una embolia en 1927 cuando estaba en términos modernistas en «la cima de su gloria». Es enterrado con honores del ayuntamiento parisino que cede un panteón en el cementerio Pere Lachaise. Reza el epitafio de su tumba: En éveil parmi tant de choses endormies. («Siempre alerta en medio de tantas cosas adormecidas»).

            Ya había muerto Darío y las principales figuras del modernismo. Eran ahora los «Años Locos», una época nueva y en términos hispanoamericanos: posmodernista, es decir la efusión de las vanguardias.

 

 

[2] José Milla y Vidaure ((Nueva Guatemala de la Asunción, Primer Imperio Mexicano, 4 de agosto de 1822 – Nueva Guatemala de la Asunción, República de Guatemala, 30 de septiembre de 1882) fue un prolífico escritor y periodista, reconocido por sus novelas históricas, con temas coloniales. El académico norteamericano Seymour Menton lo considera «el padre de la novela guatemalteca» y  en sus palabras: «fue uno de los primeros autores de toda Hispanoamérica que cultivó sistemáticamente la novela histórica».

[3] Claude Viot-Murcia, Enrique Gómez Carrillo, intermédiaire culturel entre la France, l’Espagne et l’Amérique espagnole 1873-1927 /, París, 1988 [thèse].

[4] «La escritora Zoila Aurora Cáceres (1877-1958) fue una de las primeras y más destacadas feministas del Perú en la primera mitad de siglo XX. Hija de un ex presidente peruano Andrés Avelino Cáceres Dorregaray (1836-1923). Su empeño en la defensa de los derechos de las mujeres tuvo mayor impacto en la sociedad peruana que su obra literaria…la importancia de Zoila Aurora en la historia peruana está estrechamente vinculada con su iniciativa intelectual y pragmática, tanto en el inicio del movimiento de mujeres peruano como en la organización sindical de las trabajadoras.» (texto extraído de: dehttp://www.mcnbiografias.com)

 

 

Jaime Barrios Carrillo nació en Ciudad de Guatemala en 1954. Reside en Suecia desde 1981. Escritor, periodista y académico. Columnista de el Periódico y Siglo 21. Ha publicado en diversas revistas  especializadas en literatura como Espéculo (Complutense de Madrid), El  Acordeón (Guatemala), Magazine 21, La Jornada (México), Ábaco (Madrid), entre otras. Fue director ejecutivo de la revista digital  Gazeta. Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Costa Rica, incorporado a la facultad de Humanidades de la Universidad nacional de San Carlos de Guatemala. Ex catedrático de la Universidad de San Carlos. Antropólogo Social por la Universidad de Estocolmo. BA  en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Estocolmo . Coordinador de proyectos de información de Forum Syd. Su poemario Ciudades Errantes fue finalista del Premio casa de Las Américas 1996. Ha publicado los libros Anti ensayos (Palo de Hormigo), Hombre ciencia y filosofía (Universidad de San Carlos), Huberto Alvarado su tiempo y el nuestro (Flacso). Su trabajo como poeta ha sido incluido en antologías de poesía guatemalteca.

Seis poemas de Ramón López Velarde al portugués

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DOMINGOS DE PROVÍNCIA

Nos claros domingos de minha aldeia, é costume
que na praça descubram as gentis cabeças
as moças, e os seus olhos reflectem doçura
e a banda no quiosque toca lânguidas músicas.

E ao cair sobre a aldeia a noite sonhadora,
os amantes olham-se com o melhor olhar
e a orquestra nas suas flautas e violino entesoura
mil sons românticos na noite festiva.

Os dias de festa em aldeias de província
oferecem ao viajante gratos amanheceres
em que frescos os rostos, o Lavalle nas mãos,

a caminho da igreja vão as moças com pressa;
que nos dias festivos, entre aquelas mulheres
não há uma cara formosa que fique sem missa.

 

 

PARA OS TEUS PÉS

Hoje contemplo-te ao piano, senhora minha, Fuensanta,
as mãos sobre as teclas, nos pedais do pé a planta,
e ambiciona santamente a sorte dos pedais
meu coração, por estarem debaixo de teus pés ideais.

Porque eu sei que essa planta é de todas a mais pura,
as sua plantas sabem as rotas sangrentas da Paixão,
que por ir Jesus Cristo pelas ruas da Amargura
deixou a senda de lírios de Belkis e Salomão.

E assim te imploro, Fuensanta, que em meu coração caminhes
para que teus pés aromatizem o âmago pecaminoso,
cujos caminhos poeirentos e desolados jardins
te hão-de devolver em rosas o joio mais infrutuoso.

Nas tertúlias de noites de prolongada vigília,
ao piano me pareces moderna Santa Cecília
que qual solícita noiva, com seus harmónicos pés,
com a magia dos olhos e o milagre do ruído,
vencendo horas e distância me leva sempre através
dos vales lacrimosos, ao Paraíso Perdido.

 

 

ENQUANTO MORRE A TARDE…

Nobre senhora de província: unidos
na velha varanda que olha o poente,
falamos tristemente, longamente,
de alegorias mortas e tempos idos.

Dos rústicos canteiros florescidos
apanho rosas para enfeitar tua testa,
e há nos freixos do jardim em frente
um escândalo de aves nos ninhos.

O crepúsculo cai sonolento,
e se com teus desdéns abrandas
a chama de meu amor, eu contento-me

com o fundo olhar de teus arcanos
olhos, enquanto admiro as antigas
jóias das avós nas tuas mãos.

 

 

O SINEIRO

Contou-me o sineiro esta manhã
que o ano vai mau para os trigais.
Que Juan está noivo de uma prima-irmã
rica e formosa. Que morreu a Susana.
O sineiro e eu somos amigos.

Contou-me amores da sua juventude
e com voz rachada de homem forte,
ao ver passar os negros ataúdes
fez-me a narração de mil virtudes
e falámos da vida e da morte.

– E a sua boda, senhor?
– Cala-te, ancião.
– Será para o inverno?
– Por então,
e se ainda viveres quando a sua mão
me dê a Morte, sineiro irmão,
faz dobrar por minha alma teus bronzes.

 

 

A TUA PALAVRA MAIS FÚTIL…

Madalena, entendo que te amo
quando a mais trivial das tuas acções
é pasto para mim, como a migalha
é a felicidade dos pardais.

Tua palavra mais fútil
é combustível da minha fantasia,
e passa por meu espírito feudal
como um raio de sol por um outeiro.

Uma manhã (em que a própria prosa
do viver se tornava melodiosa)
davam-te um jornal no transporte
e recusaste, dizendo com voz cálida:
«Para que me dás isto?» E estas cinco
breves palavras de tua boca pálida
foram como jóia que todo o dia
na minha capela esteve exposta;
e à noite, soava a tua pergunta:
«Para que me dás isto?»

E na tarde fugaz em que no teatro
repassavam teus dedos, Madalena,
a dourada melena
de um garoto… E o altivo ademane
com que deste esmola àquele ancião…
E teus dentes que vão
num sorriso ondulante, qual resumos
do sol, encandeando a insegura
pupila dos velhos e dos miúdos…
Teus dentes, em que estão a travessura
e o relâmpago de um pueril espelho
que aprisiona do sol uma seta
e crava o raio ardente nos olhos
da criança embasbacada
que no seu berço vegeta…

Também eu, Madalena, me deslumbro
com teu sorriso ardente; e minhas horas
vão atrás de ti, famintas e canoras,
como vai atrás da ama, pela largueza
de um pátio regional, o cortesão
séquito de pombas que cobiçam
a gota de água azul e a loura semente.

 

 

A ESTROFE QUE DANÇA

Para Antonia Mercé

Já brotas da cena como algarismo
girassol, e desfloras o mutismo
com os toques undívagos de teus pés certeiros
que duros se amaneiram ao marcarem feiticeiros
as múltiplas voltas de uma só quimera.

Já teus olhos entraram no combate
como duas uvas de um guloso doce;
sob tuas castanholas rendem-se os destinos,
e prendem-se a ti os sonhos masculinos,
como da corda frágil de uma lira, os trinos.

Já te adula a orquestra com servil
rasto libidinoso de réptil,
e dançando lacónica, teu olhar de soslaio me plagia,
e pisas meu entusiasmo com uma cruel magia
como estrofe dançarina que pisa uma hemorragia.

Já voas como um rito pelos planos
limítrofes de todos os arcanos;
as almas que teu arrulho vai limpando de escória
quiseram renunciar ao seu futuro e à sua história,
para dormirem na suave amnistia de tua glória.

Algarismo, cordata e exemplar figura:
tua rítmica e eurítmica cintura
rouba-nos a todos nossa chama pura;
e seus calcanhares trânsfugas, que saem do mundo
pela tangente dócil de um enevoamento profundo,
levam meus folguedos ao azul pudibundo.

 

Versiones de Nuno Júdice

 

 

Nuno Júdice es un ensayista, poeta, novelista y profesor universitario portugués. Consejero cultural de la Embajada de Portugal y director del Instituto Camões en París, publicó antologías, crítica literaria, historia, estudios de Teoría de la Literatura y Literatura portuguesa y mantiene una colaboración regular en la prensa. Divulgador de la literatura portuguesa del siglo XX, publicó, en 1993, Voyage dans un siècle de Littérature Portugaise. Organizada la Semana Europea de la Poesía, en el ámbito de Lisboa ’94 – Capital europea de la cultura. Es actualmente director de la Revista Colóquio-Letras de la Fundación Calouste Gulbenkian. Poeta y novelista, su debut literario tuvo lugar con A Noção de Poema (1972). En 1985 recibiría el Premio Pen Club, el Premio D. Dinis de la Fundación Mateus en 1990. En 1994, la Asociación Portuguesa de Escritores, lo distingue por la publicación de Meditação sobre Ruínas, finalista en el Premio Aristeion de Literatura Europea. También firmó obras para teatro y tradujo a autores como Corneille y Emily Dickinson. Fue director de la revista literaria Tabacaria, publicado por Casa Fernando Pessoa y comisario para el área de Literatura portuguesa en la 49.ª feria del libro de Frankfurt. Cuenta con obras traducidas en España, Italia, Venezuela, Reino Unido y Francia. El 10 de junio de 1992, se convirtió oficial de la Orden de Santiago de la Espada, y el 10 de junio de 2013, fue ascendido a gran oficial de la misma orden.

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Es sumamente irónico y jocoso que la mujer de Alberto sea policía y aspire avanzar hacia posiciones superiores dentro del cuerpo de policía motorizada de Lima. Por medio de tan sorprendente oposición binaria, Fernando Ampuero alcanza entrelazar varios motivos muy típicos de la novela negra: crítica social, eros, heteroglossia (la jerga local, en particular) y la violencia, para sólo mencionar por ahora, los que se desplazan del ying/yang resultante de Alberto y Rosa. Pero también se encuentran ejemplos donde a la mujer se cosifica y el tratamiento que recibe la mujer policía no es comparable a la que reciben los varones.

La crítica social se incrusta en el texto de tal manera que todas las observaciones del narrador omnisciente relacionadas con los personajes y su medio ambiente disfrutan de un evidente subtexto social. En las breves introducciones que preceden a los diez apartados en que se divide la novela, en donde el narrador filosofa sobre lo que sucederá a continuación, en el pseudo-epígrafe que aparece antes del apartado décimo y último de la novela, el narrador describe al promotor de tanta corrupción: “Y, por cierto, no es tu culpa, Tampoco es mi culpa. Creo que la culpa la tiene esta ciudad. Lima hace con nosotros lo que quiere” (Hasta que me orinen los perros, 143). Los personajes de la novela has suspendido o descartado la ética y la moral para conseguir lo que la sociedad, la ciudad les ha rehusado y ellos creen se merecen sin condiciones.

La presencia de eros se manifiesta frecuentemente como consecuencia del aparente deleite del narrador al describir los encuentros sexuales de Rosa y Alberto. Rosa es una mujer muy guapa y su uniforme resalta la belleza de su cuerpo: “Rosa quería conducir moto, con el mismo ímpetu que otras muchachas anhelan ser actrices o surfistas. Le gustaba moverse y sentir aire en la cara. Y a todo ello le encantaba el uniforme. Casco, casaca de cuero, ceñidos pantalones de montar, botas altas” (40).  Rosa ha descubierto que los hombres le dirigen miradas lascivas “[…] a su apetecible cuerpo cuando iba en moto” (100). Dicho tema lo discute Rosa con Alberto mientras se encuentran en la cama: “[…] ‘Ahora los hombres me miran como si quisieran violarme ahí mismo.’  ‘¿Te gusta?’ ‘Me gusta, sí, pero solo cuando me imagino que eres tú el que desesperadamente quiere metérmela’” (101). Los juegos eróticos que practican en la cama eran innumerables, pero el más anticipado, el más tangible por un lector alerta, tendría que ser la escena a continuación: “[…] ella con botas, casaca y casco policial, montándolo, y él, desnudo, siendo su cabalgadura” (101).

Rosa no está de acuerdo con los negocios ilegales de Alberto y le pide que desista del latrocinio que realiza con su padilla todas las noches: “—Tienes que dejar este asunto, Alberto—suplicó–. Vamos a acabar pésimo” (110). Albero le recuerda a su mujer de los días de miseria que sufrieron: “[…] De vivir de préstamos. De prestarnos plata hasta que nadie nos dé un centavo. Hablo de sentir hambre. ¿Te acuerdas cuando no llegábamos a fin de mes? ¿[…] los dos teníamos que comer una vez al día un plato de lentejas?” (111). Fortuitamente, Alicia cambia de parecer cuando un borracho la atropella y es internada en un hospital. Alberto continúa con su evidencia argumentación de que son solo borrachos malgastando sus vidas y su fortuna. Convencida, Alicia responde: “–Sí, tienes razón—dijo ella, tomando aliento–. Son sólo borrachos—y de pronto, con un tono visiblemente rabioso, añadió:–¡Borrachos. . . ! ¡Jode a esos malditos!” (152).

La decadencia del pueblo se nota particularmente cuando los signos de una economía en mejora dependen en el número de borrachos que la pandilla puede desbalijar. El título proviene de la explicación que un borracho le da a Alberto cuando éste le explica que los bares se cierran: “–Me llevo las cervezas a la calle y allí sigo chupando, como los machos. Así se portan los hombres. Yo acabo siempre solo, chupando en la calle. . . . ¡Chupo solo, en la calle, esperando el amanecer! ¡Chupo . . . hasta que me orinen los perros!” (121). Se debe recalcar que en esta novela el tratamiento del género femenino, a pesar de que una de las mujeres es detective, reanuda un tratamiento machista de la mujer.

La hojarasca de artículos y tesis doctorales que han surgido alrededor de los textos del destacado escritor Roberto Bolaño (quien murió tan prematuramente), no han desarrollado el tema que me propongo tratar en este artículo. Las novelas Amberes (2002), Una novelita lumpen (2009), La pista de hielo (Anagrama, 2009), y 2666 (2004) captan a los personajes femeninos bajo un fulgor machista y, frecuentemente misógino que, posteriormente descubrí, al leer El secreto del mal, no era el resultado de (mis)lecturas (misreadings). En uno de esos textos que componen al libro–que no son ensayos y tampoco se acercan a la ficción–Bolaño disertaba sobre un artículo por el laureado nobel V. S. Naipaul sobre una costumbre parafilíaca (valga la palabra) de los argentinos. Bolaño expone en los siguientes renglones como Naipaul recoge y describe dicha propensión/afición:

“[…]. Y de pronto, sin que el lector de su crónica esté avisado, empieza a hablar de sodomía como una costumbre argentina. Una práctica que no se limita a las relaciones homosexuales, de hecho, ahora que lo pienso no recuerdo que Naipaul mencione homosexualidad. El habla de relaciones heterosexuales [. . .]. lo que lleva a Naipaul a concluir que Argentina es un país recalcitrantemente machista (El secreto del mal, 54-55).

Este estudio esgrimirá el texto citado por Bolaño y desplegará su presencia (presencia subtextual) a través de los escritos del narrador chileno. De tal manera, olvidando que el escritor ha muerto (lo cual permite leer los textos y armar algo que los formalistas arguyen es un pecado capital y muy informal), se analizará la posible deliberada intención del autor de exhibir, por medio de sus narradores, a los personajes femeninos como indecisos, problemáticos, desquiciados,

El texto de Amberes es una colección de narraciones inconclusas e inconexas, concluiría un lector ingenuo y al cual aludía Bolaño en una entrevista cuando dijo: “me importaba un comino que me entendieran o no.”[i]

La novela trata de una investigación policiaca donde dos personajes, un policía y una joven pelirroja (posible víctima de una violación) aparecen y desaparecen a través de cincuenta y seis secciones de desiguales dimensiones–muchas de tres páginas y algunas de sólo un párrafo. El leitmotiv que surge en algunas de las unidades es un sueño que un personaje tiene repetidamente, al parecer el policía, donde aparece una mujer sin boca o un pasillo lleno de mujeres sin boca. Bolaño permite que los pensamientos, el inconsciente del narrador resbalen sobre las páginas del texto caóticamente y sin objetivo aparente. La metaficción, entre otros mecanismos posmodernos, arman y desarman, construyen y (des)construyen al texto poéticamente.

Amberes recuerda a Rayuela por esos segmentos desencadenados que hay que armar como si el libro fuera un rompe cabezas. La intención de este estudio, para repetir, es mostrar aquellos elementos misóginos y machistas del texto. El segmento once, titulado “Entre los caballos,” se menciona el sueño de la mujer sin boca de un personaje masculino, quién como parte de su descripción, de sus características, se dice que solo escribe “breves textos policiales.” Dado el tema de la novela, una investigación policial, que se encuentra sepultada dentro de profusas asociaciónes libres, la alusión metaficticia es evidente. El título del fragmento, “Entre los caballos,” puede tener ecos freudianos si se recuerda la asociación entre las niñas y los caballos. Según Bruno Bettelheim,[ii] las niñas tienen “una compleja relación con los caballos” y esto “puede expresar diversas necesidades emocionales que la chica intenta satisfacer.” En dicho fragmento se describe a un individuo que se enamora y necesita dinero para ir a la ciudad de su prometida. Este individuo sin nombre se puede identificar por su sueño repetitivo con mujeres sin boca. Evidentemente es un perdedor como podemos concluir por los siguientes renglones: “El tipo reconoce que está acabado. Sólo escribe breves textos policiales. El viaje se aleja de su futuro, se pierde, y él permanece apático, quieto, trabajando de manera automática entre los caballos” (33). Una explicación posible por el título, “Entre los caballos,” podría ser su inhabilidad de poder lidiar con el género femenino.

El fragmento encabezado “Tenía el pelo rojo,” continúa con el motif del libro respecto a las mujeres sin boca y ofrece más información sobre la violación y posible asesinato de una mujer. El sargento le hace una entrevista a una muchacha que “había presenciado una violación y el sargento pensó que podía servirle de testigo. Pero en realidad él iba detrás de otra cosa” (39).  Es muy típico de Bolaño dejar numerosas lagunas a través de los textos y este fragmento es un buen ejemplo de la poca comunicación desplayada.  El segmento termina muy ambiguamente: “La muchacha pelirroja miraba el atardecer desde el establo en llamas” (39). Una lectura psicoanalítica, freudiana de ese establo y llamas propone el acto sexual y la inhabilidad de controlar las emociones.

El fragmento titulado “A veces temblaba” describe la violación de una mujer por el ano: “Así que el poli apagó la luz y se bajó la bragueta” (62). La descripción del acto violento es gráfica y el fragmento se convierte en una pieza más del rompecabezas: ¿Lo que se presencia en este apartado es la violación que se investiga o el policía tiene una aventura erótica mientras investiga el crimen (lo cual sería muy característico de las novelas policiacas en las cuales el detective tiene aventuras sexuales en el proceso de indagación)?  En la última página de esta sección, el narrador omnisciente escribe lo siguiente: “El policía, la impostura que es el policía […]” (64). Lo cual permitiría conjeturar que este individuo se hace pasar por policía para seducir y violar a las mujeres. Sin embargo, al parecer la narración expone la historia de dos mujeres, de una manera tan enmarañada, que el lector activo se ve obligado a armar el enigma de la violación y posible asesinato de una mujer.

En el siguiente segmento, “La Pelirroja,” los subsecuentes renglones describen a una de las mujeres (¿o es la misma?): “Tenía dieciocho años y estaba metida en el negocio de las drogas […] cada quince días se metía en la cama con un tira de la Brigada de Estupefacientes […]. El tira la ponía en cuatro patas […]. El vibrador ya no tenía pilas y él se las ingenió para hacerlo funcionar con electricidad” (74). El segmento citado da más particularidades acerca de la cosificación y animalización de la chica (“cuatro patas”) y, desde un punto literario, Bolaño manosea la pornografía. La delineación de la joven convirtiéndose en una muñeca erótica para el policía que usa la electricidad sin importarle la posibilidad de electrocutar a la joven. He aquí la clásica explotación y abuso del género. Para algunos, la relación entre el “tira” y la pelirroja es el típico lazo sado/masoquista. Sin embargo, no hay que olvidar el poder que tiene el policía sobre la joven quien vendía drogas, y posiblemente ha cometido otros crímenes, lo cual tiene como consecuencia la expoliación de la mujer.

El segundo texto que se examinará es Una novelita lumpen (Barcelona: Anagrama, 2002), está narrado retrospectivamente por una mujer y trata de reflejar el instinto maternal femenino. Los primeros renglones del texto informan al lector sobre el pasado de la narradora/protagonista: “Ahora soy una madre y también una mujer casada, pero no hace mucho fui una delincuente” (13). El hermano, menor que ella, está metido en ciertos negocios turbios que ella desconoce pero al parecer son ilícitos. Como resultado, los negocios son de poca monta y muy poco dinero se saca de ellos y la mujer se ve obligada a mantener a los hombres que su hermano trajo a casa. Dichos individuos disfrutan sexualmente de la mujer sin que el hermano intervenga o le importe. La relación entre estos dos hermanos aparentemente es incestuosa pero de ello el lector no es totalmente informado. La situación económica empeora y la mujer describe lo difícil que es mantener una casa con cuatro personas: “Mi salario no alcanza para mantener a cuatro personas y encima hacer frente a los gastos de una casa […] tuvimos que empeñar el anillo se casamiento de mi madre y varias cosas más […]” (61). El término lumpen, usado en el título de la novela, se refiere al grupo de indigentes descritos en el texto que se aprovechan del buen corazón de la mujer para explotarla. En un momento en su pasado, cuando trabajaba para mantener a los hombres, una de sus compañeras de trabajo le comentó sus planes de matrimonio con el hombre amado y la mujer reacciona de la siguiente manera: “[…] por un instante creí que me estaba volviendo loca. No podía der crédito a lo que oía” (76). Tal alejamiento de la realidad cotidiana y ordinaria como resultado de estar psicológicamente enjaulada por los hermanos y los otros hombres, la lleva a tener una vida promiscua y sin amor—tal vida la trasfigura en una persona cínica para quien la felicidad proclamada por otros individuos es una fantasía. Los últimos renglones del texto reflejan el estado psicológico de la mujer después de la experiencia (positiva y/o negativa) de esos años: “[…] que venía de otro mundo, un mundo que ni los satélites que giran alrededor de la Tierra pueden captar, y donde existía un hueco que era mi hueco, una sombra que era mi sombra” (151). El texto contiene varias escenas eróticas donde la mujer se convierte en un juguete para los amigos del hermano, los deplorables, y ella paulatinamente, recordando el síndrome de Estocolmo, es la que inicia los juegos sexuales. La novela continúa con esbozos femeninos patentemente misóginos y deplorables.

En La pista de hielo (Barcelona: Anagrama, 2009—1993), Bolaño dibuja un par de mujeres lumpen y lúgubres. La novela está dividida en diversas unidades de variada extensión encabezadas por el nombre del personaje de quien se habla y así los textos se contraponen ofreciendo al lector una especie de fuga musical—dichas secciones describen la subsistencia pordiosera de los personajes.

Hay dos mujeres que se describen con características repugnantes—padecen de cropofília o fecofilia como se puede discernir por los siguientes renglones: “[…] la gente se cagaba en las duchas, en el suelo […] con mierda escribían en las puertas y con mierda ensuciaban los lavamanos. Mierda primero cagada y luego acarreada hacia lugares simbólicos y vistosos: el espejo, la bomba de incendio, los grifos […]” (37). Se hace una investigación en el camping y se descubre que son dos mujeres: “[…] Así descubrieron que las tropelías fecales ocurrían a una cierta hora de la noche y la principal sospechosa resultó ser una de las dos mujeres que yo solía ver en la terraza del bar” (37). El fragmento se titula “Gaspar Heredia” y relata como dicho individuo quien trabaja para el camping, habla con las dos mujeres sin acusarla de hacer dibujos en el baño con materias fecales:

[…]. Me acerqué a ellas llevando mi taza en una mano y mi linterna de vigilante en la otra […]. ¿Qué podía decir yo? Sólo bobadas. Una atmósfera de extraña dignidad las cubría protegiéndolas. La joven era silenciosa y oscura. La vieja, por el contrario, era parlanchina y tenía el color de la luna, de una luna astillada que se venía abajo. […]. Entonces la vieja comenzó a cantar […] una voz educada. Aunque no entiendo nada de ópera creí distinguir trozos de diferentes arias” (38-39).

En los renglones citados se observan alusiones a Darío y Lorca y el comienzo de la elaboración negativa de las características de las mujeres. Las particularidades de las dos mujeres continúan en las siguientes líneas con rasgos turbios y tenebrosos: “[…] Y si la miré pude notar que su rostro tenía la virtud de la goma de borrar. ¡Se iba y volvía! Tanto, y de forma tan pronunciada, que hasta el alumbrado del camping comenzó a parpadear, a crecer, a disminuir […] la vieja dijo algo en alemán y cesó el canto” (39). La vieja al parecer es una mujer venida a menos que habla alemán y canta arias mientras que la joven está enferma y “[…] se mantenía dueña de una notable fuerza de voluntad que la abstuvo de toser mientras la vieja cantaba” (39). Los renglones citados apuntan a dos personas turbadas: la vieja con sus arrebatos musicales y la joven enferma física y mentalmente.

La identidad de las dos mujeres se revela paulatinamente y su indigencia la explica la vieja intenta lograr asistencia para la joven enferma quien “[…] diariamente sangraba de la boca y de la nariz […]” (134). La vieja, cantante de ópera, Carmen de nombre (el narrador juega con el lector poco instruído), la hallan asesinada. El narrador recalca la deshumanización del pueblo para quienes el descubrimiento de la pista de hielo fue más impactante que el cadáver de Carmen: “En el centro estaba la pista de hielo. En medio de la pista vi un bulto oscuro, ovillado, negro como alguna de las vigas que cruzaban relampagueantes el cielo raso. La sangre, desde diversos puntos del cuerpo tumbado, había corrido en todas las direcciones, formando dibujos y figuras geométricas que a primera vista tomé por sombras” (146).  La imagen súbita del cadáver de Carmen en la pista de hielo y las pinturas abstractas creadas por el derramen de la sangre cincelan el estilo violento y pornográfico de Bolaño. Para el pueblo, el costo de mantener una pista de hielo costaba mucho más que lidiar con indigentes.

En 2666, la galería de feminicidios y la descripción de los cadáveres impresiona vívidamente al lector quien (re)coge de los renglones de la novela, tan sadicamente descriptivos, lo que en el género cinemático equivaldría a un “snuff film.” La siguiente discusión es sumamente repulsiva por la manera en que los policías tratan de determinar cuál es el máximo número orificios por los cuales una mujer puede ser violada.  La insensibilidad de los policías al hablar de los despojos de las mujeres, recalcan el papel del narrador vis-à-vis el lector como una relación sadomasoquista:

Según el forense, Mónica había sido violada anal y vaginalmente, aunque también le encontraron restos de semen en la garganta, lo que contribuyó a que se hablara en los círculos policiales de una violación “por tres conductos.” Hubo un policía, sin embargo, que dijo que una violación completa era la que se hacía por los cinco conductos. Preguntando sobre cuáles eran los otros dos, contestó que las orejas. Otro policía dijo que él había oído hablar de un tipo de Sinaloa que violaba por los siete conductos. Es decir, por los cinco conocidos más los ojos. Y otro policía dijo que él había oído hablar de un tipo del DF que violaba por ocho conductos […] los siete clásicos, más el ombligo, al que el tipo del DF practicaba una incisión no muy grande con su cuchillo […] (577).

Tales imágenes sangrientas empapan las 1119 páginas del texto. Sin embargo, es posible que algunos lectores encontraran placer en el texto (o como diría Barthes jouissance) al leer descripciones del slice and dice de las mujeres.

En El secreto del mal, editado por Ignacio Echevarría (Barcelona: Anagrama, 2007), la Nota Preliminar indica que:

La obra entera de Roberto Bolaño permanece suspendida sobre los abismos a los que no teme asomarse. Es toda su narrativa, y no sólo El secreto del mal, la que parece regida por una poética de la inconclusión. En ella, la irrupción del horror determina, se diría, la interrupción del relato; o tal vez ocurre al contrario: es la interrupción del relato la que sugiere al lector la inminencia del horror (8).

 

[i] Extracto de la entrevista por Felipe Ossandón, diario El Mercurio, Santiago, 14 de febrero de 2003.

[ii] Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica, 64.

Aforismos y otras mentiras

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De la técnica existencial

Nunca he sabido que es el existencialismo. Google sabe.

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Actualmente la libertad se ha vuelto una mentira virtual.

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Autoconfianza: Muchas veces he sentido que soy bueno para nada. Entonces, recurro a video juegos para sentir que soy bueno para algo.

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Amistad online: las personas que se victimizan en las redes sociales creen que a los amigos virtuales realmente les importa.

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En Latinoamérica siempre se nos ha regresado lo que nos han robado; oro, cobre y esas cosas. El asunto es que lo regresan en basura electrónica por cual pagamos en esas tiendas de aparatos americanos.

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Todo puede ser virtual. Dije todo, incluyendo el sexo.

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Hoy los blogistas son más importantes que los intelectuales.

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No comprendo a las personas que tienen un ser deseable al frente y prefieren buscar pareja en Tinder.

 

Estar-arrojado-en-el-mundo-virtual

Retorno siempre a las redes sociales. Eterno retorno de lo mismo.

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Navegando en las redes sociales me siento como el insecto de Kafka.

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Hay un sentimiento de angustia frente a la nada. Ese mismo sentimiento cae sobre mí cuando Google no tiene la información que estoy buscando.

 

El instinto de rebaño es digital

El leguaje de Dios es Java.

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La palabra crear se confunde con producir. También con programar.

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Soy tan vulnerable frente al computador. La vida es tan miserable, tan nada, fuera del ordenador.

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La auto mentira es tomarse un selfi y ser feliz.

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En la actualidad Diógenes de Sinope estaría masturbándose in live por YouTube o Facebook.

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En la iglesia los cristianos preguntan: ¿Tener sexo online es pecado?

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Por la red todos somos muy amables mandando smiles. En persona no nos soportamos.

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La pregunta ontológica en torno al tiempo: ¿Cuánto tiempo tengo?

 

La soledad está fuera de lo virtual

Jamás estarás solo si tienes un ordenador en casa, con internet obviamente.

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Mientras más información hay acumulada en tu ordenador, más grande es el sentimiento de vacío.

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Hice una relectura de mis escritos. ¡Carajo! Pareciese que soy un infeliz. No lo soy. Solo soy un hombre que como remedio a sus crisis existenciales ahogo mis penas en internet; como el borracho en el alcohol.

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Quisiera poder ir por la vida sin preocuparme de las cosas; algo así como caminar por la calle viendo el celular todo el tiempo.

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Nadie sabe a dónde dirigir su vida sin usar GPS. Es la ontología del siglo XXI.

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Disfruto el trabajo, lo que no he logrado disfrutar es la vida.

 

 

Luis Enrique Morales es un aforista, escritor y columnista nacido en Quetzaltenango, Guatemala, en 1989. Reside en Suecia desde el 2012. Estudió filosofía y pedagogía en la Universidad de Estocolmo, licenciándose en 2018. Ha hecho su debut con su libro: Aforismos y otras mentiras (2020) publicado por Simon Editor en Jönköping, Suecia. Seguido de Aforismos de noviembre (2021) por Editorial Rötter de Estocolmo. Actualmente es columnista en la revista gAZeta de Guatemala y está preparando algunas traducciones de la aforística clásica sueca.

 

Corridos de caballos (fragmento)

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Mi padre tenía un caballo

que yo nunca monté

 

cuatrialbo

cansado

viejo

 

se llamaba Calcetín

y no usaba herraduras

 

la herradura la guardó para coronar su sueño

y ahora un caballo cabalga en mi memoria

 

avanza

cruza valles y montañas

corre persiguiendo al viento

y después regresa

            despacio

a su galope

 

entonces el polvo se levanta

para recordarme que algún día

esta tierra habrá de sepultarlo todo

 

quizá por eso me cuesta trabajo respirar

 

inhalo

y una montaña

se me acumula en la garganta

 

toso

y levanto huracanes

 

en los pulmones contengo todas las palabras

como si quisiera recordar lo que mi padre me dijo

la tarde en que vine al mundo

 

guardo silencio

y mi madre me mira

 

un caballo cabalga en sus palabras

 

cuando tu papá

montaba a caballo

se iba al cerro

luego se compró

una motocicleta

 

y yo creo que una motocicleta

también puede ser un caballo

 

papá viajaba todos los días

montado en un caballo de huesos de metal:

el aceite fluía por sus entrañas

y desde lo más profundo de su engranes

la enfermedad se expulsaba como una flema negra

tan oscura y espesa como la maldición primigenia

que se arrastra de generación en generación

 

por eso en la sangre de papá corrían ríos de metal

y en sus pulmones la arena se cristalizaba

formando monumentales rosas vítreas

 

papá era minero

y respiró las esquirlas de la piedra

hasta morir

 

me heredó el dolor en el pecho

como certeza de la muerte

y el llanto que nunca derramó

sobre la tumba de mi abuelo

 

pero eso

en este momento

no importa

 

importa decir que viajaba en un caballo sin herraduras

que galopaba por la imaginación de mi hermano

y por la llanura más limpia del sueño

 

mamá lo esperaba en la casa

y papá sentía el viento moldear su rostro

 

a Calcetín no le gustaba la velocidad

y a mí siempre me ha dado miedo el viento

 

sin saber

compartíamos el mismo temor

que amaga con la caída de mi padre

y con el temor a las ruedas

porque las motocicletas

            dice mamá

tampoco son seguras

 

de ahora en adelante

el galope de Calcetín resonará en la memoria

de la sangre

 

Calcetín tendrá que llevar herraduras

 

caballo de patas blancas

con herraduras de acero

hoy vas a brincar las trancas

antes que salga el lucero

y vas a llevar en ancas

a la mujer que yo quiero[1]

 

papá no se robó a mamá en un caballo

pero la llevó a conocer la ciudad en su motocicleta

 

no hubo una cabalgata al horizonte

ni una serenata

pero hubo otras canciones

 

mi padre siempre cantó al lomo de Calcetín

y después encendió la radio en todos sus automóviles

para nunca olvidar las canciones de amor

 

[1] Corrido “Caballo de patas blancas”, interpretado por Antonio Aguilar.

 

 

Luis Fernando Rangel es poeta, narrador y editor. Licenciado en Letra Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Autor de los libros de poesía Corridos de caballos (Medusa, 2021; IV Premio Nacional de Poesía “Germán List Arzubide”), Dibujar el fin del mundo (Editores UACH, 2019; Premio Estatal de Poesía Joven “Rogelio Treviño” 2017), entre otros. Su obra ha merecido el reconocimiento de los Juegos Florales “Lagos de Moreno” 2021 en el área de cuento y el segundo lugar en el Premio Nacional de Relato “Sergio Pitol”. Ha publicado textos en revistas y suplementos culturales de México, Colombia y Estados Unidos como Tierra Adentro, Visitas al Patio, Punto en Línea, Punto de Partida, LIJIbero, Nueva York Poetry Review, Rio Grande Review, El Heraldo de Chihuahua, entre otras, así como diversas antologías de cuento y poesía. Ha sido becario del curso de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas, del Festival Interfaz de ISSSTE-Cultura y del Fondo Municipal para Artistas y Creadores. Actualmente es Jefe de Unidad Editorial en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH, donde es editor responsable de la revista Metamorfosis y corrector de estilo de la revista QVADRATA. Es director editorial de Sangre ediciones y director general de la revista Fósforo. Litertura en breve.

“Misoginia, machismo y sadismo en la narrativa de Fernando Ampuero, Roberto Bolaño y Mempo Giardinelli: El placer del texto.”

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La novela dura es por ende machista y misógina fruto de la caracterización de los protagonistas quienes por lo general son personajes amorales y rudos y también por la inconfundible temática del subgénero que requiere el uso y abuso de la mujer. En el presente trabajo se analizan las siguientes novelas: Hasta que me orinen los perros (2008) de Fernando Ampuero; Amberes (2002), Una novelita lumpen (2009), La pista de hielo (2009), y 2666 (2004) de Roberto Bolaño; y Luna Caliente (1983) de Mempo Giardinelli (Se han seleccionado para los ejemplos más textos de Bolaño por tener una ouvre más cuantiosa a la par que el autor chileno ejemplifica mucho mejor las consideraciones de este estudio). Cada uno de estos textos refleja el trato virulento de los personajes femeninos que son sádicamente maltratados y violados. Una lectura cursiva de los textos expondría numerosos ejemplos del abuso de la mujer encarnada en las obras de Ampuero y Bolaño. En contraste, todo el texto de Luna caliente ejemplifica la evidencia de misoginia y sadismo que propone el presente estudio. Es evidente asimismo qué si se mira el texto con la perspectiva de Roland Barthes aplicando el prisma de El placer del texto, el lector encontrará una relación sadomasoquista entre el lector y el texto. Las particularidades asociadas con los textos de Bolaño aportarían a los lectores jouissance muy semejante al embelesamiento cogido por el auditorio de un “snuff-film.”

Es importante recordar que la novela policiaca se consideró por décadas paraliteratura; un subgénero popular de poca importancia académica. En las tres últimas docenas de años, sin embargo, el subgénero narrativo ha recibido una re-evaluación crítica: La emergencia de estudios culturales y la importancia que este tipo de narrativa tiene en su relación a la cultura popular, ha catapultado un boom de estudios sobre la novela detectivesca. La novela policiaca puede trifurcarse en tres vertientes: la primera es la clásica, la tradicional, que tienen como protagonista a un investigador invulnerable, casi un comic book hero, de aptitudes infalibles y gracias al empleo métodos pseudocientíficos y racionales, logra descartar una miríada de pistas falsas y sacar en limpio aquellas acertadas huellas que lo conducen hasta el culpable, generalmente el individuo menos sospechoso. Un buen ejemplo de dicha vertiente clásica es Sherlock Holmes.

La segunda vertiente es conocida como tough guys fiction o hard-boiled fiction (narrativa dura) y se da a conocer en los Estados Unidos en la década de los veinte. El investigador que aparece en tales ficciones no es necesariamente un policía o un individuo afiliado a las autoridades legales. Tampoco es imprescindible que sea un detective privado ya que tal indagador podría ser un neófito en cuanto a investigaciones fuera de su control. Este tipo de investigador, por lo tanto, no puede emprender una examinación objetiva de los hechos por formar parte de las circunstancias y pertenecer a la realidad de los otros personajes: no existe la distancia reguladora del género clásico.

    La tercera vertiente la identifico como auto/biografía criminal. En esta relación narrativa no existe una investigación per se y el narrador/protagonista es uno de los infractores de varias felonías descritas retrospectivamente y por ello se pone en tela de juicio su narración por no existir la distancia reguladora. Uno de los mejores exponentes de dicha vertiente es la novela El túnel (1948) de Ernesto Sábato y Luna caliente (1983) de Mempo Giadinelli.

    Se debe apuntar que las tres vertientes tienen precisos componentes en común que son importantes sostenes del género noir. Por ejemplo, la crítica social es muy trascendental en las tres vertientes, pero es mucho más refinada en las novelas de Agatha Christie y en las aventuras de Sherlock Holmes que en las novelas duras de Raymond Chandler, Dashiell Hammett y Manuel Vázquez Montalbán. Las tres vertientes también tienen en común la brutalidad que frecuentemente manifiestan los seres humanos y, frecuentemente, coligado con eros. Se debe apuntar nuevamente que los encuentros y alusiones sexuales suelen aparecer muy prudentemente en la primera vertiente que en las otras. Las tres vertientes frecuentemente cunden con referencias gastronómicas que por lo general dispensan una perspectiva de la cultura en la que se encuentra el sabueso. Con los exóticos platillos y por medio de las exposiciones de exquisiteces gastronómicas o de muy humildes migas, la clase social a la que pertenecen los personajes observados es delineada. Es también ostensible en la novela dura la misoginia que se observa en la brutalidad con la cual se tratan a los personajes femenino—particularmente en dos de las vertientes que se examinarán a continuación. Este ensayo examinará varias novelas de los autores mencionados y comparará y contrastará las novelas en cuestión y explicará cómo se asemejan y diferencian en cuanto a los temas de misoginia, violencia y machismo, y el placer, jouissance, que dichos textos ofrecen a ciertos lectores.

   Hasta que me orinen los perros de Fernando Ampuero relata la triste historia de un taxista, Alberto, quien vive con su mujer, Rosa, en un barrio pobre en los cerros que rodean la ciudad de Lima. La vida del matrimonio se complica cuando le roban el coche al taxista. Como consecuencia, Alberto decide retomar su vida y existir en una especie de contextualismo ético que le permita sobrevivir en un ambiente criminal e inmoral. Raimundo, amigo de Alberto, esta´ involucrado en el negocio de ¨los borrachos.¨ Raimundo y otros taxistas suelen obtener ingresos adicionales por medio del robo. Dichos taxistas recogen pasajeros ebrios y amodorrados y los venden a diferentes huecos o guaridas de ladrones que despluman a los pasajeros y entregan al taxista parte del botín. Como resultado de sus latrocinios, los problemas económicos de Alberto se resuelven. Sin embargo, su mujer (Técnico Rosa Chávez), pertenece al cuerpo de policía motorizada de Lima y ésta sospecha del cambio financiero del marido.

           Es sumamente irónico y jocoso que la mujer de Alberto sea policía y aspire avanzar hacia posiciones superiores dentro del cuerpo de policía motorizada de Lima. Por medio de tan sorprendente oposición binaria, Fernando Ampuero alcanza entrelazar varios motivos muy típicos de la novela negra: crítica social, eros, heteroglossia (la jerga local, en particular) y la violencia, para sólo mencionar por ahora, los que se desplazan del ying/yang resultante de Alberto y Rosa. Pero también se encuentran ejemplos donde a la mujer se cosifica y el tratamiento que recibe la mujer policía no es comparable a la que reciben los varones.

            La crítica social se incrusta en el texto de tal manera que todas las observaciones del narrador omnisciente relacionadas con los personajes y su medio ambiente disfrutan de un evidente subtexto social. En las breves introducciones que preceden a los diez apartados en que se divide la novela, en donde el narrador filosofa sobre lo que sucederá a continuación, en el pseudo-epígrafe que aparece antes del apartado décimo y último de la novela, el narrador describe al promotor de tanta corrupción: “Y, por cierto, no es tu culpa, Tampoco es mi culpa. Creo que la culpa la tiene esta ciudad. Lima hace con nosotros lo que quiere” (Hasta que me orinen los perros, 143). Los personajes de la novela has suspendido o descartado la ética y la moral para conseguir lo que la sociedad, la ciudad les ha rehusado y ellos creen se merecen sin condiciones.

            La presencia de eros se manifiesta frecuentemente como consecuencia del aparente deleite del narrador al describir los encuentros sexuales de Rosa y Alberto. Rosa es una mujer muy guapa y su uniforme resalta la belleza de su cuerpo: “Rosa quería conducir moto, con el mismo ímpetu que otras muchachas anhelan ser actrices o surfistas. Le gustaba moverse y sentir aire en la cara. Y a todo ello le encantaba el uniforme. Casco, casaca de cuero, ceñidos pantalones de montar, botas altas” (40).  Rosa ha descubierto que los hombres le dirigen miradas lascivas “[…] a su apetecible cuerpo cuando iba en moto” (100). Dicho tema lo discute Rosa con Alberto mientras se encuentran en la cama: “[…] ‘Ahora los hombres me miran como si quisieran violarme ahí mismo.’  ‘¿Te gusta?’ ‘Me gusta, sí, pero solo cuando me imagino que eres tú el que desesperadamente quiere metérmela’” (101). Los juegos eróticos que practican en la cama eran innumerables, pero el más anticipado, el más tangible por un lector alerta, tendría que ser la escena a continuación: “[…] ella con botas, casaca y casco policial, montándolo, y él, desnudo, siendo su cabalgadura” (101).

            Rosa no está de acuerdo con los negocios ilegales de Alberto y le pide que desista del latrocinio que realiza con su padilla todas las noches: “—Tienes que dejar este asunto, Alberto—suplicó–. Vamos a acabar pésimo” (110). Albero le recuerda a su mujer de los días de miseria que sufrieron: “[…] De vivir de préstamos. De prestarnos plata hasta que nadie nos dé un centavo. Hablo de sentir hambre. ¿Te acuerdas cuando no llegábamos a fin de mes? ¿[…] los dos teníamos que comer una vez al día un plato de lentejas?” (111). Fortuitamente, Alicia cambia de parecer cuando un borracho la atropella y es internada en un hospital. Alberto continúa con su evidencia argumentación de que son solo borrachos malgastando sus vidas y su fortuna. Convencida, Alicia responde: “–Sí, tienes razón—dijo ella, tomando aliento–. Son sólo borrachos—y de pronto, con un tono visiblemente rabioso, añadió:–¡Borrachos. . . ! ¡Jode a esos malditos!” (152).

            La decadencia del pueblo se nota particularmente cuando los signos de una economía en mejora dependen en el número de borrachos que la pandilla puede desbalijar. El título proviene de la explicación que un borracho le da a Alberto cuando éste le explica que los bares se cierran: “–Me llevo las cervezas a la calle y allí sigo chupando, como los machos. Así se portan los hombres. Yo acabo siempre solo, chupando en la calle. . . . ¡Chupo solo, en la calle, esperando el amanecer! ¡Chupo . . . hasta que me orinen los perros!” (121). Se debe recalcar que en esta novela el tratamiento del género femenino, a pesar de que una de las mujeres es detective, reanuda un tratamiento machista de la mujer.

            La hojarasca de artículos y tesis doctorales que han surgido alrededor de los textos del destacado escritor Roberto Bolaño (quien murió tan prematuramente), no han desarrollado el tema que me propongo tratar en este artículo. Las novelas Amberes (2002), Una novelita lumpen (2009), La pista de hielo (Anagrama, 2009), y 2666 (2004) captan a los personajes femeninos bajo un fulgor machista y, frecuentemente misógino que, posteriormente descubrí, al leer El secreto del mal, no era el resultado de (mis)lecturas (misreadings). En uno de esos textos que componen al libro–que no son ensayos y tampoco se acercan a la ficción–Bolaño disertaba sobre un artículo por el laureado nobel V. S. Naipaul sobre una costumbre parafilíaca (valga la palabra) de los argentinos. Bolaño expone en los siguientes renglones como Naipaul recoge y describe dicha propensión/afición:

“[…]. Y de pronto, sin que el lector de su crónica esté avisado, empieza a hablar de sodomía como una costumbre argentina. Una práctica que no se limita a las relaciones homosexuales, de hecho, ahora que lo pienso no recuerdo que Naipaul mencione homosexualidad. El habla de relaciones heterosexuales [. . .]. lo que lleva a Naipaul a concluir que Argentina es un país recalcitrantemente machista (El secreto del mal, 54-55).

Este estudio esgrimirá el texto citado por Bolaño y desplegará su presencia (presencia subtextual) a través de los escritos del narrador chileno. De tal manera, olvidando que el escritor ha muerto (lo cual permite leer los textos y armar algo que los formalistas arguyen es un pecado capital y muy informal), se analizará la posible deliberada intención del autor de exhibir, por medio de sus narradores, a los personajes femeninos como indecisos, problemáticos, desquiciados,

            El texto de Amberes es una colección de narraciones inconclusas e inconexas, concluiría un lector ingenuo y al cual aludía Bolaño en una entrevista cuando dijo: “me importaba un comino que me entendieran o no.”[i]

            La novela trata de una investigación policiaca donde dos personajes, un policía y una joven pelirroja (posible víctima de una violación) aparecen y desaparecen a través de cincuenta y seis secciones de desiguales dimensiones–muchas de tres páginas y algunas de sólo un párrafo. El leitmotiv que surge en algunas de las unidades es un sueño que un personaje tiene repetidamente, al parecer el policía, donde aparece una mujer sin boca o un pasillo lleno de mujeres sin boca. Bolaño permite que los pensamientos, el inconsciente del narrador resbalen sobre las páginas del texto caóticamente y sin objetivo aparente. La metaficción, entre otros mecanismos posmodernos, arman y desarman, construyen y (des)construyen al texto poéticamente.

            Amberes recuerda a Rayuela por esos segmentos desencadenados que hay que armar como si el libro fuera un rompe cabezas. La intención de este estudio, para repetir, es mostrar aquellos elementos misóginos y machistas del texto. El segmento once, titulado “Entre los caballos,” se menciona el sueño de la mujer sin boca de un personaje masculino, quién como parte de su descripción, de sus características, se dice que solo escribe “breves textos policiales.” Dado el tema de la novela, una investigación policial, que se encuentra sepultada dentro de profusas asociaciónes libres, la alusión metaficticia es evidente. El título del fragmento, “Entre los caballos,” puede tener ecos freudianos si se recuerda la asociación entre las niñas y los caballos. Según Bruno Bettelheim,[ii] las niñas tienen “una compleja relación con los caballos” y esto “puede expresar diversas necesidades emocionales que la chica intenta satisfacer.” En dicho fragmento se describe a un individuo que se enamora y necesita dinero para ir a la ciudad de su prometida. Este individuo sin nombre se puede identificar por su sueño repetitivo con mujeres sin boca. Evidentemente es un perdedor como podemos concluir por los siguientes renglones: “El tipo reconoce que está acabado. Sólo escribe breves textos policiales. El viaje se aleja de su futuro, se pierde, y él permanece apático, quieto, trabajando de manera automática entre los caballos” (33). Una explicación posible por el título, “Entre los caballos,” podría ser su inhabilidad de poder lidiar con el género femenino.

            El fragmento encabezado “Tenía el pelo rojo,” continúa con el motif del libro respecto a las mujeres sin boca y ofrece más información sobre la violación y posible asesinato de una mujer. El sargento le hace una entrevista a una muchacha que “había presenciado una violación y el sargento pensó que podía servirle de testigo. Pero en realidad él iba detrás de otra cosa” (39).  Es muy típico de Bolaño dejar numerosas lagunas a través de los textos y este fragmento es un buen ejemplo de la poca comunicación desplayada.  El segmento termina muy ambiguamente: “La muchacha pelirroja miraba el atardecer desde el establo en llamas” (39). Una lectura psicoanalítica, freudiana de ese establo y llamas propone el acto sexual y la inhabilidad de controlar las emociones.

El fragmento titulado “A veces temblaba” describe la violación de una mujer por el ano: “Así que el poli apagó la luz y se bajó la bragueta” (62). La descripción del acto violento es gráfica y el fragmento se convierte en una pieza más del rompecabezas: ¿Lo que se presencia en este apartado es la violación que se investiga o el policía tiene una aventura erótica mientras investiga el crimen (lo cual sería muy característico de las novelas policiacas en las cuales el detective tiene aventuras sexuales en el proceso de indagación)?  En la última página de esta sección, el narrador omnisciente escribe lo siguiente: “El policía, la impostura que es el policía […]” (64). Lo cual permitiría conjeturar que este individuo se hace pasar por policía para seducir y violar a las mujeres. Sin embargo, al parecer la narración expone la historia de dos mujeres, de una manera tan enmarañada, que el lector activo se ve obligado a armar el enigma de la violación y posible asesinato de una mujer.

            En el siguiente segmento, “La Pelirroja,” los subsecuentes renglones describen a una de las mujeres (¿o es la misma?): “Tenía dieciocho años y estaba metida en el negocio de las drogas […] cada quince días se metía en la cama con un tira de la Brigada de Estupefacientes […]. El tira la ponía en cuatro patas […]. El vibrador ya no tenía pilas y él se las ingenió para hacerlo funcionar con electricidad” (74). El segmento citado da más particularidades acerca de la cosificación y animalización de la chica (“cuatro patas”) y, desde un punto literario, Bolaño manosea la pornografía. La delineación de la joven convirtiéndose en una muñeca erótica para el policía que usa la electricidad sin importarle la posibilidad de electrocutar a la joven. He aquí la clásica explotación y abuso del género. Para algunos, la relación entre el “tira” y la pelirroja es el típico lazo sado/masoquista. Sin embargo, no hay que olvidar el poder que tiene el policía sobre la joven quien vendía drogas, y posiblemente ha cometido otros crímenes, lo cual tiene como consecuencia la expoliación de la mujer.

            El segundo texto que se examinará es Una novelita lumpen (Barcelona: Anagrama, 2002), está narrado retrospectivamente por una mujer y trata de reflejar el instinto maternal femenino. Los primeros renglones del texto informan al lector sobre el pasado de la narradora/protagonista: “Ahora soy una madre y también una mujer casada, pero no hace mucho fui una delincuente” (13). El hermano, menor que ella, está metido en ciertos negocios turbios que ella desconoce pero al parecer son ilícitos. Como resultado, los negocios son de poca monta y muy poco dinero se saca de ellos y la mujer se ve obligada a mantener a los hombres que su hermano trajo a casa. Dichos individuos disfrutan sexualmente de la mujer sin que el hermano intervenga o le importe. La relación entre estos dos hermanos aparentemente es incestuosa pero de ello el lector no es totalmente informado. La situación económica empeora y la mujer describe lo difícil que es mantener una casa con cuatro personas: “Mi salario no alcanza para mantener a cuatro personas y encima hacer frente a los gastos de una casa […] tuvimos que empeñar el anillo se casamiento de mi madre y varias cosas más […]” (61). El término lumpen, usado en el título de la novela, se refiere al grupo de indigentes descritos en el texto que se aprovechan del buen corazón de la mujer para explotarla. En un momento en su pasado, cuando trabajaba para mantener a los hombres, una de sus compañeras de trabajo le comentó sus planes de matrimonio con el hombre amado y la mujer reacciona de la siguiente manera: “[…] por un instante creí que me estaba volviendo loca. No podía der crédito a lo que oía” (76). Tal alejamiento de la realidad cotidiana y ordinaria como resultado de estar psicológicamente enjaulada por los hermanos y los otros hombres, la lleva a tener una vida promiscua y sin amor—tal vida la trasfigura en una persona cínica para quien la felicidad proclamada por otros individuos es una fantasía. Los últimos renglones del texto reflejan el estado psicológico de la mujer después de la experiencia (positiva y/o negativa) de esos años: “[…] que venía de otro mundo, un mundo que ni los satélites que giran alrededor de la Tierra pueden captar, y donde existía un hueco que era mi hueco, una sombra que era mi sombra” (151). El texto contiene varias escenas eróticas donde la mujer se convierte en un juguete para los amigos del hermano, los deplorables, y ella paulatinamente, recordando el síndrome de Estocolmo, es la que inicia los juegos sexuales. La novela continúa con esbozos femeninos patentemente misóginos y deplorables.

            En La pista de hielo (Barcelona: Anagrama, 2009—1993), Bolaño dibuja un par de mujeres lumpen y lúgubres. La novela está dividida en diversas unidades de variada extensión encabezadas por el nombre del personaje de quien se habla y así los textos se contraponen ofreciendo al lector una especie de fuga musical—dichas secciones describen la subsistencia pordiosera de los personajes.

            Hay dos mujeres que se describen con características repugnantes—padecen de cropofília o fecofilia como se puede discernir por los siguientes renglones: “[…] la gente se cagaba en las duchas, en el suelo […] con mierda escribían en las puertas y con mierda ensuciaban los lavamanos. Mierda primero cagada y luego acarreada hacia lugares simbólicos y vistosos: el espejo, la bomba de incendio, los grifos […]” (37). Se hace una investigación en el camping y se descubre que son dos mujeres: “[…] Así descubrieron que las tropelías fecales ocurrían a una cierta hora de la noche y la principal sospechosa resultó ser una de las dos mujeres que yo solía ver en la terraza del bar” (37). El fragmento se titula “Gaspar Heredia” y relata como dicho individuo quien trabaja para el camping, habla con las dos mujeres sin acusarla de hacer dibujos en el baño con materias fecales:

[…]. Me acerqué a ellas llevando mi taza en una mano y mi linterna de vigilante en la otra […]. ¿Qué podía decir yo? Sólo bobadas. Una atmósfera de extraña dignidad las cubría protegiéndolas. La joven era silenciosa y oscura. La vieja, por el contrario, era parlanchina y tenía el color de la luna, de una luna astillada que se venía abajo. […]. Entonces la vieja comenzó a cantar […] una voz educada. Aunque no entiendo nada de ópera creí distinguir trozos de diferentes arias” (38-39).

En los renglones citados se observan alusiones a Darío y Lorca y el comienzo de la elaboración negativa de las características de las mujeres. Las particularidades de las dos mujeres continúan en las siguientes líneas con rasgos turbios y tenebrosos: “[…] Y si la miré pude notar que su rostro tenía la virtud de la goma de borrar. ¡Se iba y volvía! Tanto, y de forma tan pronunciada, que hasta el alumbrado del camping comenzó a parpadear, a crecer, a disminuir […] la vieja dijo algo en alemán y cesó el canto” (39). La vieja al parecer es una mujer venida a menos que habla alemán y canta arias mientras que la joven está enferma y “[…] se mantenía dueña de una notable fuerza de voluntad que la abstuvo de toser mientras la vieja cantaba” (39). Los renglones citados apuntan a dos personas turbadas: la vieja con sus arrebatos musicales y la joven enferma física y mentalmente.

            La identidad de las dos mujeres se revela paulatinamente y su indigencia la explica la vieja intenta lograr asistencia para la joven enferma quien “[…] diariamente sangraba de la boca y de la nariz […]” (134). La vieja, cantante de ópera, Carmen de nombre (el narrador juega con el lector poco instruído), la hallan asesinada. El narrador recalca la deshumanización del pueblo para quienes el descubrimiento de la pista de hielo fue más impactante que el cadáver de Carmen: “En el centro estaba la pista de hielo. En medio de la pista vi un bulto oscuro, ovillado, negro como alguna de las vigas que cruzaban relampagueantes el cielo raso. La sangre, desde diversos puntos del cuerpo tumbado, había corrido en todas las direcciones, formando dibujos y figuras geométricas que a primera vista tomé por sombras” (146).  La imagen súbita del cadáver de Carmen en la pista de hielo y las pinturas abstractas creadas por el derramen de la sangre cincelan el estilo violento y pornográfico de Bolaño. Para el pueblo, el costo de mantener una pista de hielo costaba mucho más que lidiar con indigentes.

            En 2666, la galería de feminicidios y la descripción de los cadáveres impresiona vívidamente al lector quien (re)coge de los renglones de la novela, tan sadicamente descriptivos, lo que en el género cinemático equivaldría a un “snuff film.” La siguiente discusión es sumamente repulsiva por la manera en que los policías tratan de determinar cuál es el máximo número orificios por los cuales una mujer puede ser violada.  La insensibilidad de los policías al hablar de los despojos de las mujeres, recalcan el papel del narrador vis-à-vis el lector como una relación sadomasoquista:

Según el forense, Mónica había sido violada anal y vaginalmente, aunque también le encontraron restos de semen en la garganta, lo que contribuyó a que se hablara en los círculos policiales de una violación “por tres conductos.” Hubo un policía, sin embargo, que dijo que una violación completa era la que se hacía por los cinco conductos. Preguntando sobre cuáles eran los otros dos, contestó que las orejas. Otro policía dijo que él había oído hablar de un tipo de Sinaloa que violaba por los siete conductos. Es decir, por los cinco conocidos más los ojos. Y otro policía dijo que él había oído hablar de un tipo del DF que violaba por ocho conductos […] los siete clásicos, más el ombligo, al que el tipo del DF practicaba una incisión no muy grande con su cuchillo […] (577).

Tales imágenes sangrientas empapan las 1119 páginas del texto. Sin embargo, es posible que algunos lectores encontraran placer en el texto (o como diría Barthes jouissance) al leer descripciones del slice and dice de las mujeres.

            En El secreto del mal, editado por Ignacio Echevarría (Barcelona: Anagrama, 2007), la Nota Preliminar indica que:

La obra entera de Roberto Bolaño permanece suspendida sobre los abismos a los que no teme asomarse. Es toda su narrativa, y no sólo El secreto del mal, la que parece regida por una poética de la inconclusión. En ella, la irrupción del horror determina, se diría, la interrupción del relato; o tal vez ocurre al contrario: es la interrupción del relato la que sugiere al lector la inminencia del horror (8).

Tal “poética de la inconclusión” es la que frustra al lector ingenuo y la misma que desafía al lector activo. Tampoco hay que descuidar la propensión a la pornografía en los textos de Bolaño lo cual puede detraer de su prosa poética, seductora y adictiva. Numerosos estudios han señalado que la pornografía degrada a las mujeres al utilizarlas como objetos sexuales para el disfrute de los hombres, ya que, de hecho, en la gran mayoría de las películas y fotografías el hombre tiene un papel dominante. También critican a la pornografía por estar en su inmensa mayoría dirigida a un público masculino, generalmente heterosexual, y por lo tanto ofrecer una visión muy unilateral de la sexualidad. Una cita frecuente es que «la pornografía es la teoría, la violación la práctica», y muchos condenan la representación de la sexualidad femenina llevada a cabo por los medios de comunicación como una forma de promoción de la violencia contra el género femenino y de la sumisión sexual y política de las mujeres.

  Bolaño, sin embargo, tiene mucho que ofrecer en su ficción. Ortega y Gasset escribió hace muchas décadas que “la claridad es la cortesía del autor hacia el lector.” En contraste, Jean Génet escribió que “la oscuridad en la cortesía del autor hacia el lector.” Iser coincidiría con la poética de la omisión en la cual el lector deber rellenar las lagunas del texto. Indudablemente, Bolaño podría representar las tres configuraciones por su claridad, su obscuridad y omisión. Este somero repaso de algunos textos de Bolaño establece una posible conexión entre los textos del autor y la jouissance, el deleite que ciertos lectores registran según The Pleasure of the text de Barthes.

Luna caliente[3] de Mempo Giardinelli se destaca por su misoginia, un resonante humor de patíbulo, y el vertiginoso ritmo al cual el lector es sometido por un narrador en tercera que conduce a un final inesperado. Tales son los aspectos más resonantes de esta narración policial. Sin embargo, en Luna caliente no existe una investigación per se y el protagonista es culpable de varias felonías descritas retrospectivamente por un narrador en tercera que se concentra en la perspectiva de Ramiro, el protagonista, psicópata y aborrecedor del género femenino. El uso de la tercera persona es muy conveniente en la narración en esta novela puesto que la ocultación necesaria, muy típica del narrador en primera de las novelas duras, no justificaría el entrometido hablador de tercera que expone el consciente e inconsciente de Ramiro, y que le impide esquivar y racionalizar sus crímenes horrendos y su misoginia.

El marco de la acción de Luna caliente es la Argentina de 1977 cuando ésta se encontraba sometida a la dictadura militar y la aparición cuerpos muertos y torturados era hecho cotidiano y por ello no hay mucho revuelo cuando se descubre el cadáver del individuo asesinado por Ramiro. La delineación de los actos criminales y las reflexiones y racionalizaciones al respecto presentan unos cuadros frecuentemente grotescos y eróticos que el narrador en tercera consigue felizmente.

La narración se abre describiendo a Ramiro y su visita al Chaco después de ocho años de ausencia. El joven había recorrido al mundo y solamente tenía treinta y dos años. Ramiro se encuentra cenando con el viejo amigo de su padre, un veterano médico de campaña, y con la familia del médico en la casa de Fontana donde reside la familia. El narrador informa al lector en la primera página que Ramiro al ver a la hija del médico, Araceli, de trece años de edad, piensa lo siguiente: ″Sabía que iba a pasar, lo supo en cuanto la vio″ (11). Tales pensamientos crípticos se explican cuando el narrador describe el deslumbramiento de Ramiro al ver a Araceli:

Tenía el pelo negro, largo, grueso, y un flequillo altivo que enmarcaba perfectamente su cara delgada, modiglianesca, en la que resaltaban sus ojos oscurísimos, brillantes, de mirada lánguida pero astuta. Flaca y de piernas muy largas, parecía a la vez orgullosa y azorada por esos pechitos que empezaban a explotarle bajo la blusa blanca. Ramiro la miró y supo que habría problemas: Araceli no podía tener más de trece años. (11)

Dicha atracción por la niña conduce a Ramiro Bernárdez a cometer varias felonías que incluyen el asesinato del médico y los varios intentos de ultimar a Araceli. La primera violación de Araceli toma lugar la noche de su visita al médico cuando lo invitan a pasar la noche en el hogar de ese viejo amigo de su padre. Durante la noche, Ramiro se dirige a la recamara de la niña y la viola sádicamente. En otro momento se estudiará más detenidamente la fascinación con la paedofilia que se observa en las obras de numerosos escritores canónicos. Entre los profusos narradores obsesionados por el tema se pueden citar a Chaucer y su Canterbury Tales en la cual hay una historia inconclusa donde se relata la experiencia de un anciano de nombre Januarius, esposado con una niña adolescente. Otro renombrado novelista es García Márquez quien ha causado revuelo con su Memorias de mis putas tristes. La presencia de adolescentes involucrados en actos sexuales en la narrativa de García Ponce ya se ha discutido en Revista de literatura mexicana contemporánea (Julio–Septiembre, 2007). Rosa Montero describe adolescentes madurados sexualmente muy prematuramente en varias de sus novelas. Sin embargo, la novela que ha causado el derramen de mucha tinta en el universo de las letras ha sido Lolita de Vladimir Nabokov . Las novelas descritas tienen una afinidad, aunque muy tenue, a Luna caliente, como se mostrará a continuación.

  Teniendo en consideración las obras mencionadas, una descripción de varios eventos de Luna caliente ilustrará algunos de los paralelos entre dichas obras. La primera violación de Araceli la describe el narrador brutalmente delineando el sadismo y el rencor de Ramiro contra el género femenino:

[…] Y entonces él le tapó la boca con una mano, conteniendo el alarido. Forcejearon, mientras él le rogaba que no gritara, y se acostaba sobre ella, apretándola con su cuerpo […]. Ella sacudió la cabeza, desesperada por zafarse de la boca de Ramiro, por volver a respirar, entonces fue que él, enloquecido, frenético, le pegó un puñetazo […]. Pero como Araceli gimoteaba ahora ruidosamente volvió a pegarle, más fuerte, y le tapó la cara con la almohada […]. Entonces volvió a cubrirla y pegar trompadas sordas sobre la almohada. (22–23)

La psicopatía del individuo se recalca cuando después de un acto inhumano se dice y se repite así mismo que ″[…] la luna estaba muy caliente, esa noche en Fontana″ (23).

  Ramiro intenta retirarse de Fontana y entra en su coche mientras que en su cerebro hay un remolino de dudas y de caminos a seguir después de haber violado y probablemente asesinado a Araceli. Entre las posibilidades se encontraban suicidarse o escaparse a Bolivia. En ese momento una mano se posa en su hombro y la voz del médico le pide un cigarrillo. El médico, Braulio Tennembaum, le propone ir a buscar más licor y Ramiro, paranoicamente, concluye que el padre de Araceli ha descubierto su fechoría y se propone aniquilarlo. El médico aparentemente desconoce los sucesos acaecidos a su hija y solamente tiene como propósito continuar bebiendo:

Ramiro se desesperó: los borrachos, cariñosos, son doblemente pesados. Se preguntó dónde habría estado el hombre durante . . . bueno, durante lo que pasó. Evidentemente, no había visto ni escuchado nada. ¿Y si era una trampa? No, por borracho que estuviera, el tipo hubiera reaccionado de otra manera, no pidiéndole un cigarrillo. (30)

Braulio insiste en que Ramiro lo conduzca al pueblo y en camino son detenidos por una patrulla. Tal suceso permite al narrador describir e impugnar un país bajo el yugo de un gobierno dictatorial y un cuerpo de policía corrupto:

[…] En cualquier momento podía aparecer una tanqueta del ejército. Así le habían contado se vivía en el país, desde hacía un par de años. (38)

––Este país es una mierda, Ramiro. Era hermoso, pero lo convirtieron en una completa mierda. (41)

El episodio concluye después que Ramiro le da varios puñetazos al borracho y planea escrupulosamente un ″accidente.″ El coche Ford que conduce lo lanza contra la baranda de un puente:

[…] se sentó sobre el cuerpo del otro y arrancó. Aceleró al máximo, pasando los cambios con premura, enfiló hacia el puente y, unos metros antes, aterrado, profiriendo un grito espantoso que él mismo desconoció en su garganta, saltó del coche un segundo antes de que se estrellara contra la baranda con un horrible estrépito de acero y cemento. (51)

El narrador aprovecha la oportunidad para discurrir sobre los pensamientos de Ramiro después de haber cometido el crimen: ″Todo salió bien, se dijo. Y se espeluznó de su propia certeza, de la repugnante serenidad de su comentario″ (51). Tal delineación de las características de este protagonista psicópata se destacan aún más cuando Ramiro rememora cuando era niño haber matado cuatro gatitos encontrados en su casa:

[…] Y se quedó así, paralizado ante el cuadro que veía, de suciedad y repulsión, hasta que observó que cuatro pequeños gatitos se deslizaban, casi reptando, por debajo de la mesa, como buscando refugio en otro lado. Entonces, fríamente, cerrò la ventana que daba al patio, la puerta que daba a la cocina […] y que comunicaba con el resto de la casa. Excitado por su venganza regresó al coche […] Casi un mes después [encontraron] cadáveres descompuestos. (47)

Ramiro niega toda responsabilidad y se pasó la tarde viendo una película graciosa de Luis Sandrini. Tal descripción del comportamiento del protagonista a temprana edad muestra esa anomalía que se registra en una falta de estima por los animales y que resurge es su falta de empatía en su relación con los seres humanos.

  La policía cuestiona a Ramiro respecto al ″accidente″ acaecido al Dr. Braulio Tannembaum y el narrador describe como Ramiro logra convencer a las autoridades que el médico le había quitado el coche y se había marchado sin él. Ramiro se sorprende que no le cuestionen sobre Araceli y para su sorpresa ella reaparece y le pide otra cita. La niña desea continuar teniendo relaciones violentas a las cuales la ha expuesto Ramiro. A pesar de que el violador no quisiera continuar con tales escaramuzas, la muchacha lo chantajea y Ramiro tiene otro encuentro sadomasoquista con Araceli. La chica le explica que la policía pasó por su casa y le hicieron muchas preguntas a ella, su madre y sus hermanos. Luego le informa a Ramiro que no tiene que inquietarse–pero la insinuación es que Ramiro tiene que saciarla:

Se pasó las manos por los muslos, suave, con sugerencia, de arriba hacia abajo. Su respiración se hizo más fuerte; aspiraba con la boca abierta. Ramiro reconoció que se excitaba.

Vení––dijo ella, alzándose la pollera. Al leve brillo de la luna sus piernas aparecieron perfectas, torneadas, de un bronceado mate, y Ramiro sintió que se iba a correr cuando vio que ella no tenía nada bajo el vestido. (101)

El acto sexual es violento y sangriento y mientras están abrazados y exhaustos Ramiro comienza a analizar las circunstancias y lo que siente por Araceli:

[…] el terror y la excitación combinados que le inspiraba Araceli. Porque ahí creyó descubrir que estaba abrazado a algo maligno, infausto, execrable. Pero también vio que algo siniestro había en su propia conducta: él había corrompido a la muchacha. […] Presintió el prematuro fin de su carrera, de su incorporación a la docencia universitaria […] Todos sus sueños se fracturaban […] Y esa chica, esa adolescente, era la que lo arrastraba ahora con una determinación diabólica […] Araceli era insaciable; lo sería irrefrenablemente […]. (101–02)

Los largos trozos citados conducen al presente lector a dos conclusiones: Primero, el temor de Ramiro a la impotencia sexual a su temprana edad como resultado de la agresividad sexual de la adolescente—lo motiva a asesinar a la niña; y segundo, el narrador parece sugerir que el temor a una mujer ardiente, a una furia vaginal a la cual Ramiro no puede satisfacer, causa ese temor sobrenatural que se discutirá más adelante. Se podría leer también a través de las páginas de Luna caliente, la posibilidad de que Ramiro tema que Araceli sea un súcubo, o algún demonio con una vagina dentata que le absorbe su energía.

  Ramiro monologa acerca de la posibilidad de que Araceli sea un monstruo a través del texto. Tales ponderaciones son precipitadas por los eventos que toman lugar poco después de la escena de amor descrita arriba. La policía arresta a Ramiro al estar convencidos de que el asesinó a Braulio. La descripción de Ramiro en la cárcel, rodeado de policías acusándolo del asesinato y éste negando el crimen, le sirve como pretexto al narrador para disertar sobre la situación desagradable en la cual se encontraba Argentina durante esa época. Ramiro reflexiona sobre la posibilidad de que lo torturen para que confiese el asesinato. Sin embargo, Ramiro es puesto en libertad cuando Araceli les informa a las autoridades de que ella y Ramiro estaban en la cama cuando el padre tiene el ″accidente.″ Los policías sueltan a Ramiro y lo felicitan por su acoplamiento con la niña––lo cual no tiene sentido puesto que Ramiro legalmente había cometido otro crimen al tener relaciones sexuales con la adolescente. Tal escape inesperado de la justicia conduce a Ramiro a la siguiente disquisición:

¿Y Araceli? ¿Por qué había hecho todo eso? Estaba loca esa chica. Una especie de Mefistófeles, de veras, y no era para reírse. ¿Por qué lo había salvado, con esa coartada indestructible, si evidentemente ella sabía que él había matado a su padre? ¿Era un monstruo, esa muchacha? Loca o monstruo, se dijo, era de temer, porque lo tenía atrapado. (139)

Las circunstancias de Ramiro empeoran cuando Araceli concierta una nueva salida al campo para discutir la situación en que el joven se encuentra. Pero tal era sólo un pretexto para que Ramiro le hiciera el amor:

––No, hoy no, nena […] ––Quiero––dijo ella, con voz de niñita perdida en el aeropuerto––. Lo quiero ahora.

Su respiración era entrecortada, ronca. Ramiro se dijo que no podía ser, que era insaciable; debía tener fiebre uterina y se la desperté yo, no puede ser, me va a exprimir, no quiero, y empezó a balbucear y a temblar […] (146)

Ramiro no puede controlar su excitación y terminan haciendo el amor violentamente. Para la consternación de Ramiro, no hay manera de satisfacer a Araceli y ella, encolerizada por la frustración de que Ramiro no tiene las energías para continuar follando, lo muerde y lo golpea a lo cual Ramiro responde violentamente:

Nunca sabría cuánto tiempo estuvo así, pero no dejó de oprimir ni por un instante, mucho después de que Araceli se relajó totalmente, con el cuello quebrado y caído hacia un costado, como un clavel que cuelga de un tallo partido […] Por sobre el cuerpo doblegado de Araceli, y de su cara amoratada que él tenía entre sus manos, la vio entera. Por fin la luna llena, la luna caliente de diciembre […]. (154–155)

Desde la perspectiva de Ramiro y la del lector, esta es la segunda vez que Ramiro ahoga a la niña y en ambas ocasiones el joven culpa a Araceli y a la luna caliente por sus acciones horripilantes.

  Ramiro decide irse al Paraguay porque juzga que las autoridades al encontrar el cadáver de la chica seguirán sus huellas y él se encontrará esperándolos en el octavo piso del hotel ″Guaraní″ en una ciudad subdesarrollada. Mientras espera, comienza a analizar su vida hasta esos momentos, sus estudios en París, sus paseos por la ciudad, y todo su futuro demolido por culpa de la chica y la luna caliente. El tiempo transcurre y no aparecen las autoridades a arrestarlo. Ramiro comienza a discurrir sobre posibles opciones entre las trompadas y los choques eléctricos que sin duda recibiría a manos de la policía y recibir la visita de un Catoblepas ″ese monstruo imaginario de que hablaba Borges, un ser al que todo hombre que le ve a los ojos, cae muerto″ (165). Ramiro miraría al Catoblepas directamente a los ojos prefiriendo la muerte a la tortura.

  Mario Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista tiene una descripción del Catoblepas que defiere sustancialmente de lo que piensa Ramiro: ″[…] como el catoblepas, ese mítico animal que se le aparece a san Antonio en la novela de Flaubert (La tentación de San Antonio) y que recreò luego Borges en su Manual de Zoología Fantástica. El catoblepas es una imposible criatura que se devora a sí misma, empezando por sus pies″ (23) y conocido también como Heautontimoroumenos. Otras descripciones y versiones respecto a la criatura se encuentran en Historia Natural, de Plini el Viejo. También han escrito al respecto Claudio Eliano, Leonardo da Vinci y Philip Sidney. Ninguno, sin embargo, sugiere relación alguna entre el Catoblepas y la sexualidad.

  Los últimos renglones de la novela recalcan lo inexplicable cuando Ramiro recibe una llamada de la conserjería y el piensa: ″Finalmente llegaban a detenerlo″ (168). Para su sorpresa, a la par del lector, el individuo le informa que ″Lo busca una señorita, señor, casi una niña″ (169). Sin embargo, la niña no es un (o una) catoblepas. Ella es la nymphet de Nabokov como se puede observar en los siguientes renglones:

Now I wish to introduce the following idea. Between the age limits of nine and fourteen there occur maidens who, to certain bewitched travelers, twice or many times older than they, reveal their true nature which is not human, but nymphic (that is, demoniac); and these chosen creatures I propose to designate as “nymphets.” [4]

La novela termina inconclusa, con una sumersión en lo uncanny, puesto que el lector no es informado acerca de los acontecimientos que acaecen cuando Ramiro se enfrenta a su demonio (un súcubo––aunque la definición de dicha palabra no concuerda) con figura de niña. ¿Es este un crimen sin castigo? Posiblemente la vida impuesta junto con Araceli sería su castigo. Como conjetura Ramiro en los siguientes renglones:

[…] En su vida había conocido a una mujer tan fogosa, pero… ¡tenía solo trece años! Era una situación ridícula. Y además, Araceli iba camino de ser putísima, él no podría con ella, era insaciable. ¡Y apenas estaba empezando! Carajo, se dijo, va a ser muy puta y yo seré un cornudo toda la vida, quien le aguanta el tren. Se removió en la cama, suspirando. Y un cornudo infeliz, para colmo.

No, no se iba a casar. Punto.

Pero no encontraba escapatoria. Se sentía como un gato detrás de la heladera, acosado y con miedo.

Sí, seguía en una situación diabólica. (165)

El texto citado presenta la ironía de compararse con un gato y que sugiere asimismo su posible futuro purgatorio en la Argentina con Araceli.

  Los textos duros inspeccionados en las páginas precedentes recogen una gama de escenarios machistas y misóginos en los cuales la mujer es sexualmente subyugada, humillada, torturada, y descuartizada durante múltiples acontecimientos. Dichos eventos sadistas podrían ocasionar jouissance (bliss, orgasmo) como lo ha explicado Barthes.[5]

  El texto de Ampuero es machista y no roza el sadismo de los otros dos novelistas. Muestra el machismo masculino en cuanto a las fantasías sexuales de los hombres que convierten a la mujer en un objeto sexual. La prosa seductora de Bolaño describe sadísticamente los cuerpos despedazados de las mujeres y las posibles violaciones, penetraciones de las mujeres antes y después de muertas. El relato de Giardinelli, descrito desde la perspectiva de un narrador en tercera persona, quien relata la violación de la niña y el sadismo que surge ulteriormente durante las escaramuzas sexuales del protagonista con la chica. Aquellos lectores que se identifican con los sentimientos del narrador podrían igualmente obtener jouissance, venirse al entrar en tales tablados.

  Hasta la fecha no hay textos femeninos importantes que traten al hombre sadísticamente. El discurso masculino percibido en Rosario Tijeras, con corta diferencia, logra acercarse a los escritos gráficos de Bolaño en su método de ajusticiar a los hombres. No obstante, el lector de dicha novela tiene el filtro de un narrador masculino describiendo los asesinatos de la mujer.

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Notas:..

1. Extracto de la entrevista por Felipe Ossandón, diario El Mercurio, Santiago, 14 de febrero de 2003.

2. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica, 64.

3. Barcelona: Edorial Bruguera, 1986.

4. Lolita. New York: Fawcet Crest Book, 1955.

5. Roland Barthes, The Pleasure of the Text. New York: Hill and Wang, 1975.

 

 

Bibliografía citada y consultada:

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Ampuero, Fernando. Hasta que nos orinen los perros. Lima: Salto Atrás, 2008.

Andrews, Chris. Robrto Bolaño’s Fiction: An Expanding Universe. New York: Columbia University Press, 2014.

Barba, Jaime. “Los sueños de Mempo.” Quimera; Revista de Literatura No. 231, Junio 2003, p. 51-58.

Barthes, Roland. The Pleasure of the Text. New York: Hill and Wang, 1975.

Bettelheim, Bruno. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica, 64.

Bolaño, Roberto. Amberes. Barcelona: Anagrama, 2002.

_____________. 2666. Barcelona: Anagrama, 2004.

_____________. El secreto del mal. Barcelona: Anagrama, 2007.

_____________. La pista de hielo. Barcelona: Anagrama, 2009.

_____________. Una novelita Lumpen. Barcelona: Anagrama, 2009.

Giardinelli, Mempo. Luna caliente. Barcelona: Editorial Bruguera, 1986.

López-Calvo, Ignacio. Roberto Bolaño, a Less Distant Star: Critical Essays. Macmillan, 2015.

Logie, Ilse. “La originalidad de Roberto Bolaño. Cahiers du CRICCAL (Francia) No. 33, Nov. 2004, p. 203-211.

Maristain, Monica. Bolaño: A Biography. Melville House, 2014.

Nabokov,Vladimir. Lolita. New York: Fawcet Crest Book, 1955.

O’Connell, Patrick L. “Narrating Memory and the Recuperation of Identity by Mempo Giardinelli: “una historia sin olvido.” Confluencia Vol. 15, No. 1 (FALL 1999), pp. 46-57.

Ossandón, Felipe. Entrevista diario El Mercurio, Santiago, 14 de febrero de 2003.

Roberto Bolaño as World Literature. Edited by Nicholas Birns and Juan E. De Castro. New York: Bloomsbury Publishing, 2017.

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Genaro J. Pérez tiene el doctorado en filosofía y letras de Tulane University (New Orleans) y es profesor de literatura Hispanoamericana y Peninsular siglo XX y XXI. Sus libros de crítica incluyen: Formalist Elements in the Novels of Juan Goytisolo; La novelística de J. Leyva; La novela como burla/juego: siete experimentos novelescos de Gonzalo Torrente Ballester; La narrativa de Concha Alós: Texto, pretexto y contexto; Ortodoxia y heterodoxia de la novela policiaca hispana: Variaciones sobre el género negro; Rabelais, Bajtin, y formalismo en la narrativa de Sergio Pitol; Subversion y de(s)construcción de subgéneros en la narrativa de Rosa Montero. Sus poemarios incluyen: Prosapoemas; Spanish Quarter Notes; French Quarter Cantos; Ten Lepers and Other Poems: Exorcising Academic Demons, Estelas en la mar: Cantos sentimentales, and Pandemic Prater: Pastel Palliatives. Narrativa: The Memoirs of John Conde and French Quarter Tales. Es Co-Director de Monographic Review/Revista monográfica (Volumes I-XXVIII) y co-director de la revista Dura.

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Reverse American Tourism

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Reverse American Tourism

 

Primero, I am a graduate student majoring in English with a background in painting and British literature, and my goal is to travel the world. By divine intervention, familial support, and the UTPB email list, I discovered I could move to Spain (temporarily) and study the Spanish language. To everyone, this appeared as a means to attain six credits without having to actually study and also, a way to explore another country cheaper. However, all of us would soon discover this journey would encompass linguistic barriers, American stereotypes, and many altercations between classmates resulting in the best of friendships and utter distaste. Para mi, this odyssey transformed my entire being as I could not communicate effectively because I had a vocabulary grande in Spanish but no idea how to structure my sentences or thoughts formally or even coherently in the language I desired to learn. As an American, I was displaced, isolated, and culturally divided staying in deep Spain amongst a crowd fluent in Spanish but surprisingly supportive of my efforts to break the language barrier. This trip was one of the hardest, funniest, and most eclectic adventure and where I lost my former identity as an American and English major and transformed into the solo gringa, la pintora, y estudiante de espanol. My diary of experiences in Spain entails what I believed to be important linguistically and how through comedy, quarreling, and anxiety, I came to terms with my newfound character outside of the United States.

The language impact from such an excursion resulted in distorted texts, habitual Spanish responses (Si, gracias, buenos dias), and utter confusion on how to adjust back into American life. The order of my words and my spelling became utterly confused and still is; plus, I have developed the habit of responding in Spanish when asked a question. I have already received many strange looks responding to predominately white culture in another language besides English. Por ejemplo, for a petite, white female to greet with “Hola, que tal” at the gym is quite uncanny and elicits unusual behavior. Let’s not forget my graduation right after returning to the states. Less than thirty-six hours after returning to Texas, I graduated with my Master’s Degree in English, and as I sat with my group of fellow graduates, I could not help but dislike the sound of a thick Texas accent and the la lengua of the engineering, business, and accounting students sitting directly behind me. Those selected few were already discussing money, power, and gain not stemming from a degree in the arts, and I wanted to tell them to, “callete”! I could not help but wonder if they would feel the same about life as me had the individuals transplanted themselves to another country. At the most exciting time in my life, I could not help but be very stressed by the idea of not fitting back into ordinary life and also, happy that I would never be entirely normal again. Being fully immersed in my own country perplexed and humored me in the midst of graduates who I knew I would not have any other connection with. While waiting to receive my diploma, I remembered meeting my class for the first time as we left for Spain and the way I felt being totally immersed in a new language. I recorded the way I felt not knowing my account would later be read.    

Upon my arrival at the airport, I had a foreboding notion of events to come because no one spoke to me in English extensively before departing the U.S. I am standing here awkwardly or nodding as if I understand when I actually only comprehend 50% of the conversation (mas o menos). I am scared, shocked, and frustrated because the trip was advertised as inclusive to everyone Spanish and non-Spanish speakers alike. I feel alone because I am leaving the safety of my own language for another with a group who’s idioma is Spanish, and I miss my home before even leaving. I cannot return having not even reached Spain yet, and I must persevere and learn more. However, the first moments of my trip have been one of the harshest wake-up calls linguistically.

Ironically, only one classmate spoke to me in English, and I did not meet this member of our group until arriving at the Madrid airport. This female from Juarez, Mexico barely spoke English but made an effort to include me despite her broken English and my non-existent Spanish. She would later become a close friend and sister though our notorious arguments will always be remembered. I met her after some of us lost our luggage and sanity the first night in Madrid. Apparently, it is not uncommon for your luggage to come two flights behind you and to not be sent to your exact destination in Spain (two hours away from Madrid). Once again, I am standing in an airport frustrated and having to ask a classmate to help me locate mi maleta. Three laugh worthy events followed…We watched an Italian lady slap the counter tops as if to make our luggage appear, a British lady cursed the existence of the Madrid airport, and our tour guides deep-rooted dislike of us from day one appeared. I ponder if these events are mirroring the future or if this is a common practice in airports. I am contemplating my fate without luggage during my first week at school and in Europe and how mad I am that I cannot express myself. I truly believe everyone thinks I am a quiet, meek person because I stand to the side listening and not smiling when I am raging inside. Rosetta Stone did not prepare me for this when I started learning Spanish two months earlier!! Thankfully, my luggage arrived though I informed the attendant it was “azul” not “negro”. My Spanish is already declining, and we hadn’t even left the airport.   

Once the maletas were secured, we met our infamous tour guide (not to be named), and it was obvious she already did not enjoy our company. This was the beginning of my personal vendetta with the tour guide. Not because I hate her; I strongly disagreed with her methodology and her habit of talking before thinking in my case (not everyone’s). Having reached the school at 2AM, she spoke slow Spanish to me (how nice) except no one was listening at this point, and her expressions towards me were aggressive/burdensome since my native tongue is not Spanish. She would also often get exasperated with me for not knowing Spanish and not utilizing my strategies to learn more Spanish before my actual coursework began. This was a hilarity amongst the students since I did understand the majority of her lectures and explanations, but these rants encompassed the majority of my first three days in Spain. Truth be told, I felt the woman’s aggression stemmed from her hatred of the job because who wants to lead college tour groups for a living; if so, may God’s blessings rain on you.

The next three days, I found myself happy yet quite exasperated. The atmosphere in Spain is rich, vibrant, and luminous, but I cannot tell anyone how I feel. While my roommate and I spoke in English, my other interactions the first days were predominately in Spanish, but no one was entirely rude to me. Those who understood my situation like the staff at the residence praised me as an American for learning a new language; I began to notice Americans do have a stereotype about only speaking English. If I tried to speak in Spanish, it said 1,000 more things than if I spoke one word in my native tongue. I feel attempting to learn Spanish makes me appear more human or less of a stereotype because whatever influence I had from my past stayed in the states. Though I have traveled extensively in Europe, here, in this moment, I am staying, living, and communicating in a different language, and my interactions with individuals metamorphosed.

In my first week, I was a tempest, tired, and in solitude as I discovered I could not order my own food, find destinations, or ask for help without needed assistance. I feel everyone thinks I am a burden and/or crazy for coming to a country where I cannot fluently communicate in the language. However, my exchanges became purely stemming from deep thought not on a whim. This is when I feel Spanish fully became a part of my life. When I wanted to compliment a classmate or speak to a superior, I had to piece together the phrase, sentence, and/or speech, and I could only say what needed to be said. Nothing more was added to my interactions except how I truly felt in the purest, most basic form. When I saw and heard this in my own speech, I felt that even my communication in English was and still is lacking. What if I could analyze, translate, and speak only the words needed not anymore in English also? Then, I could reach a level of understanding I never had before and become more empathetic. This epitome is the forefront for my continuation and enthusiasm for comprehending the Spanish language in Soria and also, another reason for our guide not to give me hell. For a bizarre reason, I am strangely more confident, less assertive, and more comfortable in my reserve as my ambitions altered in the quest for learning Spanish. Contrary to my newfound attitude, my first day of class somewhat shattered my dreams.

Separated from the little familiarity I had, my group from UTPB went to advanced and intermediate Spanish while I, the solo Tejana, attended a beginner course. Walking into my classroom, I soon discovered the entire course is taught in Spanish without any English instruction. Through various hand gestures, pictures, and repetition, my classmate and I survived the first day without feeling totally lost in the abyss of conjugations, masculine and feminino, and muchos/as. My teacher, a woman younger than I, made it a rule not to ask for help in English as well; thus, we bid farewell to what we anticipated as a normal classroom environment and embraced another aspect of total immersion. Two days later, we had a specific German individual join our small party in the classroom, and I can very happily say I despised him the entire month of class. This hombre decided to take beginner Spanish after already possessing the ability to converse in grammatically correct sentences and with an extensive vocabulary in Spanish. For some reason, I knew everyone saw my disdain for him, and I tried to conceal my aggression towards him the following days. It was not that I hate him; I hated him for coming to my class and being a threat. I began to notice that my initial classmate, a male the same age as the German man, grew increasingly competitive in the course. I began to think a battle for dominance was occurring between the men for the mejor Spanish speaker. This was quite entertaining to me because I had never been in a class where the voices grew louder and studying Spanish numerals sounded like an auction awaiting the highest bidder. All in all, the first week passed with intensity and my own growing satisfaction with studying the Spanish language.

I cannot neglect my notes upon meeting another fellow American who arrived almost four days later to UTPB’s study abroad. This student, a male of African descent, quite literally had an odyssey arriving to Spain. He lost his passport, had to stay in New York overnight, and locate a bus to bring him to the small town of Soria. Let’s not forget that he had a two mile walk to find the school upon arriving in the pueblo also. Therefore, when he arrived and finally met his group of female companeros, he was slightly bitter with the world and the group. We sat at the table, and I am so happy because he speaks English and as little Spanish as I do. I am so comforted having a similar persona during my stay because I had initially felt alone though everyone had included me and encouraged me. However, as a people watcher, I saw his dislike of the others speaking in their native tongue in our presence, and when he announced at our table that he should not be placed in beginner Spanish, I felt the connection severe. I believe he does not mean to be prideful, but I did enjoy watching his uphill climb while adjusting to the title of intermediate Spanish speaker. The professor’s wife, one of my favorite individuals, I was acquainted with, stated the first week, “If he is in the intermediate class, Tessa should be in the advanced”. I have included my observations on his character because his attitude and resentment became a point of departure for me and why I found solace in the companionship with my Latino group.

In the first days, it is also my fault that our only male student is forever nicknamed, “El chimaco” since I did not know his name prior to his appearance, and he is the only male estudiante on the trip. El chimaco is my friend yet a dark cloud I tried to avoid my first week. Humorously, this had the opposite effect on his affections and resulted in several awkward situations for me the first two weeks. Our first weekend in Spain included a wine tasting and wine tutorial class, and el chimaco drank too much in the presence of superiors. Having worked for a European professor, I knew never to drink on an empty stomach, but this is not a habit in American culture. So, we sat at the dining table laughing at his expressions, improved drunk Spanish, and his discontent for not fully understanding the conversations. In the midst of this, he referred to me as, “mi corazon y wapa”, and we could not help but giggle at the one who seemed most happy flirting in a different language. My first week had been filled with mini triumphs and failures, and my only American counterpart learned to flirt.

At this wine tasting, I am acquainted with the wine owner’s daughter, a girl three years younger than me, and one of the kindest souls on the earth. She is sitting directly across from me smiling, and I finally had the courage to speak to her in Spanish. I said, “Me llamo Tessa. Yo soy estadounidense y soy estudiante de espanol”. I remember her smiling, congratulating me, and then, wanting to converse with me though I had beyond broken Spanish. This is the moment my language changed and entered into the spectrum of bilingual, and I knew I could do this not because I could be the best. But I could reach another world I never had access to with one language. After this dinner, I began to make more of an effort with my classmates to speak in Spanish, to compliment in Spanish, and to listen more intently. I noticed the girls felt more relaxed around me in my group, and I became tranquilla as I assimilated into the cultura.   

The second week is fairly mundane except I met another female who is now a close friend and sister. Maria, the only individual I will name, is a woman thirty-seven years old, and who I met while souvenir shopping for my family. I am standing in the shop delaying a cultural activity due later in the day, and my roommate starts conversing with the shop owner’s daughter. This is not uncommon because I had the privilege of staying with a kind, middle-aged woman who is getting a Master’s Degree in Spanish at UTPB. I was familiar with her long conversations with people of all languages, cultures, and ages. I am following the term I studied the week before in class, “Ir de compras” to bring my family and friends gifts from Soria, Spain and suddenly, I met Maria. Maria informed us that she is learning English and asked if I would like to have a drink and practice my Spanish with her. At first, I internally debated the idea because I am not acquainted with such hospitality. Where I am from in Texas, there is lacking genuine particularly among the white, female race; hence, why my best friend at home is Latino and the reasoning behind my last two relationships being with international students I met studying at UTPB. We departed from the souvenir shop, and I did not intend to spend time with Maria. The experience played on my mind, and after pressure from my roommate, I Facebook messaged Maria.

At the time, I felt shy and uncomfortable, but the experience altered my perception of friendship, genuine affection, and that not ever person has an alterior motif in desiring acquaintance. Four days later, I met Maria for cerveza and tapas where the locals do not go, and my heart broke as I witnessed her really wanting a friend. No matter where we are in the world, humans have the capability of being lonely even in the utopian city of Soria. She brought me drinks, tapas, and introduced me to her best friends and boyfriend. This event is a harsh awaking to me, and I ponder my friendships, familial bonds, and the way I treat others on my way home. Maria, once an unknown figure, metamorphosed into an older sister, someone I could call any time of the day, and a person I will return to visit as much as I can. Her way of life, reaching across the barrier of language, religion, and race showed me I am capable of more and that I cannot return to Odessa the same. The interaction played on my mind when returning to our dormitory, and I wish to extend the same hospitality to her upon my return or her visit to the states.

My third week passed relatively mundane except until our flights departing for Barcelona on Saturday: the confrontation that almost ended all. My classmates convinced me to purchase a ticket to Barcelona on a website my bank considered fraudulent activity, and I agreed. Upon arriving to the Madrid airport tardy (my female classmates signature staple), it was made known that I had not properly checked in for my flight, and hell broke loose. In my decade of travel extending back to the age of fourteen, I had never not checked in for a flight or been late to the aeropuerto. As a result, the female from Juarez, Mexico in my group informed me that it was my fault for not checking in and being helpless. In Texas, when someone speaks to you the way she did to me, usually, the other person gets decked, and she is very lucky my first response is not violence. I also found her insult quite comedic because the week before, I had demonstrated how to laundry since as a nineteen year old, chiple, had never used a washer or drier. Then, she proceeded to leave me in the airport with a good luck, and go buy another ticket knowing my Spanish is not effective. Before she could finish her soliloquy, I retorted with a yell, “Just go get on your flight”, and I proceeded to look for the bus station back to Soria, my safe haven, fighting tears. In the moment, I hated her with everything, but later (much, much later), I appreciated her callousness because the altercation improved my problem solving, whatever helplessness I did have vanished forever, and I learned how to forgive (something I always struggled with). Knowing we both had done wrong, her and I made amends in the Barcelona airport and barely spoke of the situation again. Her and I became more human that day, and I believe we are more kind, dedicated, and caring because of the event because I would see the following week, almost the entire group oust her.

My final week in Spain, I am a champion playing The Eye of the Tiger in my head; I am speaking short, full sentences, reading, and having conversations in Spanish naturally; I wish I had not stressed the matter the first part of my trip. However, I returned to the states more relaxed having lived the Spanish lifestyle and learning a less rushed, meaningful existence without money as my forefront (an idea of the states and a by product of Texas culture). I am stepping off my soap box to finish this tale of oddity in Paris. My class decided to depart from Spain with one more epic trip: Paris. After two buses and a plane, we arrived in the historical city full of dreams and excitement. However, six females in a one bedroom apartment soon turned quarrelsome. My newfound friend from Juarez, our itinerary organizer, boss, and reason we were able to accomplish so many activities in a day managed to somehow reach the darker side of half the group. At this point in the trip, the females had spent their money almost in entirety, and her ideas suddenly proved abrasive to them. It should also not go unnoticed that they wanted to sleep through Paris. Thus, we split into two separate entities happily, and she is unphased by the matter. I asked her why it did not bother her that “friends” were ugly to her, and she simply responded, “They are lazy, not my real friends, and I have nothing to prove to them”. I thought, “Bravo”!! She had previously swapped shoes willingly with me in the catacombs of Paris because I forgot an entire change of clothes and only had heels. My shoes were too small for her, and yet, she gave me, as Americans would say, “the clothes off her back”. In that moment, I knew she would be my lifelong friend, sister, and future travel companion. My interaction with this girl from Juarez, Mexico inspired me to be more selective in my friendships, brave, and bold and to be myself. I thank her for this and that a heart and my language can change, especially in Spain.   

I felt very helpless when I first started learning Spanish in Spain; though my professor, his wife and classmates treated me as family and became mi familia, my initial reaction to the culture was humbling to say the least.  I learned the value of friendship, helping others, and to an extent immigration as I left the realm of tourism for residence in Spain. Living in Spain taught me patience, people skills, and how my image of life needed to be shattered for a better perspective. Though I am mirroring an infomercial, my comedic navigation amongst the tides of language changed my existence and my framework of thought and identity. When I left Soria, Maria and I cried together, but I know that my adventure is not over. I must fall, speak barely audible and confused Spanish, and learn the world revolves around more than me and what used to be my only language. Being on the scale of bilingual, I do not look at language as a boundary anymore but as a bridge uniting individuals in friendship, an extension of family, and the forefront of a prosperous life. To fully live, one must move entirely into a new culture where everything they know disappears, and new foundations are laid for the future linguistically, spiritually, and emotionally. Then, you will be free to understand language extends beyond words into love, laughter, tears, and memoirs.

 

 

Tessa Townsend is an English instructor at Odessa College, in Odessa, Texas. She has three years of experience in teaching higher education English, and her specialization area is British Literature and its connections with the visual arts. During her undergraduate and graduate careers, she also studied art and Spanish.

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