ISSN 2692-3912

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Estos días

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—¿Ya oíste cómo está todo?, me dijo hoy en la mañana cuando hablamos por teléfono. Pensé que se refería al enfrentamiento que hubo ayer en San Cristóbal de Las Casas, en donde los balazos salieron a relucir, y la gente tuvo que correr en busca de un lugar dónde resguardarse. Sin más, agregó: —Ayer, cerca de acá, un muchacho que era albañil fue asesinado. Un hombre llegó a la obra en la que trabajaba, y preguntó por él. En cuanto se identificó, le disparó a quemarropa.

            La voz de ella, por medio de la línea telefónica, me llegaba con la cadencia que me hacía suponer que se encontraba bien, luego de que días atrás se le había instalado la angustia al imaginar las consecuencias de la caída que sufrió sin que hubiera tenido conciencia en qué momento estuvo en el suelo, boca arriba.  Ahora, me transmitía su desconcierto por el asesinato del joven trabajador de la construcción. Y como siempre, pasó a hablar de otra cosa. Así es, está en su natural: va de una conversación a otra para recaer en la que ha sido su eterna preocupación: ¿tienen qué comer?

            Pronto cumplirá ochenta y cuatro años. “Ya estoy robando aire”, le gusta decir a la menor provocación. “Nada más nos amenaza”, le responde una de sus nueras. Ella y su esposo son una pareja que se ha ganado un lugar en el pueblo. Ella no nació ahí, tampoco él. Ella era muy pequeña cuando su padre decidió ir a buscar fortuna a ese pueblo; confió en que su oficio de talabartero le proveería lo necesario para el sustento de su esposa y sus cuatro hijos: dos mujeres y dos hombres. Él llegó al pueblo como profesor de primaria; se instaló ahí, sin querer buscar otros horizontes que el ascenso laboral pudiera brindarle. Encontró el terreno seguro que quizá estaba buscando.

            Cuando llamo por teléfono, sé que ella me va a contestar. Él habrá ido al mercado por las verduras, la carne con las que ella hará la comida del día. Cuando se decretó la emergencia sanitaria, en marzo de 2020, con el fin de evitar la propagación del virus SARS-Cov-2, de inmediato pensé en ellos. ¿Cómo habrían de recibir las disposiciones gubernamentales: “abstenerse de realizar actividades fuera de casa, mantener la sana distancia y las medidas básicas de higiene”? ¿Qué tan definitorias las habrían de ver? Ante mi insistencia de que habrían de reducir las salidas en busca de alimentos, ella, sin más, lanzó la que ha sido su expresión para enfrentar la pandemia: “Cuando te toca, te toca”.

            El que me hubiera referido el asesinato del joven abonaba a su posición que ha defendido a partir de que dio inicio “esta pendejada”, como le gusta decir a él, a quien se le ha aminorado el coraje que le produjo el sentirse encerrado, sin tener la libertad de convocar a quienes quiere. Cualquier deceso no relacionado con la Covid-19 es un punto que ella se anota a su favor. También ha hecho suyas las historias de quienes con hierbas lograron ahuyentar los efectos letales del virus: “Cuando te toca, te toca”.

            El jueves 26 de marzo de 2020, cuando con la incertidumbre a cuestas debí viajar al pueblo, era perceptible que ahí la gente ignoraba las indicaciones sanitarias. Los negocios permanecían abiertos. Frontera Comalapa aún mantenía la movilidad que lo ha caracterizado: personas de poblaciones de la Sierra, de la zona de la presa de La Angostura y del distrito de riego San Gregorio Chamic acuden a las oficinas gubernamentales a realizar algún trámite, a cobrar las remesas que reciben de sus parientes que están en Estados Unidos y a comprar en las tiendas que abundan en el lugar; de Guatemala también ingresan personas para adquirir productos diversos. En ese país se había impuesto el toque de queda. La frontera en el lado de La Mesilla había sido cerrada por decisión del gobierno guatemalteco.

            Los trabajadores del transporte público no sabían si continuarían con sus labores; se había reducido el número de viajeros. El desconcierto se dejaba sentir en el lugar. Cuando volví a San Cristóbal de Las Casas ese mismo día jueves, el chofer de la Urvan que me llevó de Frontera Comalapa a Comitán me preguntó: “¿Y si todo es una mentira?” Y de inmediato dijo: “No sé si el patrón me va a recibir la cuenta”.

            Las noticias sobre los contagios en Chiapas empezaron a darse a conocer a finales de marzo de 2020. La Secretaría de Salud del estado confirmó la existencia de dos casos de coronavirus en San Cristóbal de Las Casas. En la entidad existían, para el 30 de marzo, once casos en total. En la tarde del 3 de abril se informó que una persona del municipio de La Independencia había enfermado a causa del virus SARS-Cov-2; esa persona trabajaba en Tijuana. Para el 6 de abril, se supo que el joven falleció. En un comunicado, el ayuntamiento de La Independencia fue el encargado de exponer que “los familiares se negaron a que fuera entubado a pesar de las peticiones de los médicos del hospital, según su religión no lo permitía”.

            Mientras llegaban a mí las noticias por medio de la radio local, de las consultas que hacía a través de Internet, ella, la mujer quien pronto cumplirá ochenta y cuatro años, me decía por teléfono que en Frontera Comalapa no se estaban respetando las medidas sanitarias. Y cada vez que hablamos, dos años después de la emergencia de salud provocada por el virus, me pregunta de manera insistente: “¿Tenés miedo?” No espera mi respuesta. Pronto, me dice: “Aunque me meta debajo de la cama, si me va a tocar, me va a tocar”.

            El 4 de abril de 2020, en la noche, me llamó por teléfono para comentarme que le dijeron que al mercado dejarán de llegar quienes ahí venden. “¿Y qué vamos a hacer?”, preguntó. Ella misma lanzó la respuesta: “Vamos a esperar”. Cuando tres días después viajaron a una localidad cercana en la que habría una fiesta familiar, me dijo, como una manera de mostrarme su ausencia de miedo: “Vamos al matadero”.

            El día 7 de abril de 2020, el esposo de ella me habló de un joven de Agua Zarca, barrio del pueblo, que murió en Estados Unidos por la COVID-19. La gente del barrio se oponía a que el cuerpo fuera repatriado. No se le dejaría entrar. Ese mismo día, en la radio local, en San Cristóbal de Las Casas, se transmitió la nota de que, en Tapachula, en la esquina de la terminal de autobuses ADO, una persona se había desmayado. Quienes presenciaron lo sucedido no se acercaron a ver qué le ocurría. Dos policías de seguridad privada fueron los únicos que se animaron a aproximarse a la persona desmayada, sin siquiera auxiliarla.

            Hubo localidades, ubicadas a la orilla de la carretera que va de Frontera Comalapa a Motozintla, en las que se cerraron las entradas y se colocaron vigilantes. En el muro del Facebook de “Comalapa Chiapas”, el 11 de abril de 2020, encontré lo siguiente: “Ya hay varias colonias y ejidos de Comalapa cerrados completamente por el COVID-19… Si sabes de alguno menciónalo aquí”. Días después, en ese mismo muro, se escribió esto: “Instalan filtros sanitarios en las entradas a Frontera Comalapa, revisan transporte público y atienden a personas que traigan síntomas del COVID-19”. Lo que dijo al final de una reunión de trabajo uno de mis compañeros puede ser la clara expresión de lo que se dejaba venir: “Esto se va a poner cabrón”. La reunión había sido por medio de la plataforma de Zoom: cada uno en su casa.

            El 16 de abril, en la conferencia del secretario de salud de Chiapas, se habló del primer caso de contagio en el municipio de Frontera Comalapa. Él, esposo de ella, trató de averiguar dónde se encontraba esa persona. No hubo noticias en el pueblo de ese hecho. Era probable que la persona hubiera enfermado en ese lugar, y que luego se le trasladara a la capital del estado, en donde el gobierno había instalado áreas especiales para la atención de quienes estuvieran contagiados con el virus.

            “El gobierno no debió haber hecho esto”, dijo una vecina cuya familia da rentados locales en el centro de San Cristóbal de Las Casas. “El efecto sobre la economía va a ser más fuerte que el mismo virus. Ya dijo la OMS que todos nos vamos a infectar. El tenernos encerrados es una prueba de que se nos puede controlar. A nosotros, este mes, ya no nos pagaron la renta de los locales. Ese es nuestro principal ingreso. A mis suegros tampoco les pagaron. ¿De qué vamos a vivir? No se debió detener la economía”, sentenció dos días antes de que el subsecretario de salud del gobierno federal, el 21 de abril de 2020, declarara que se estaba en la etapa tres de la emergencia sanitaria, con lo que las restricciones debían ser severas. En Frontera Comalapa, me dijeron las dos personas mayores, se actuaba como si el virus no existiera.

            A principios de mayo, el ayuntamiento de San Cristóbal de Las Casas estableció la ley seca, un buen momento para que los acaparadores aumentaran el precio de la cerveza. En los primeros días de la crisis de salud, había conseguido con los vecinos en ciento veinte pesos las seis latas de cerveza Modelo; en mayo, las vendían en ciento sesenta. Los amigos de una tienda de productos artesanales me dijeron de un señor que había empezado a vender cervezas Corona; me pasaron el número de su celular. Me dijo que las seis latas de Corona tenían un precio de ciento cincuenta pesos. Con doce que comprara, gastaría trescientos pesos. Me contuve. Mis incursiones en las librerías en línea me mostraron que los libros habían bajado de precio. Hacía tiempo que quería comprar dos de Vivian Gornick. Una de esas primeras mañanas de mayo, luego de haber decidido que invertiría mi dinero en algo mejor, entré en la página de la librería Gandhi. Me dio gusto ver que Apegos feroces, que había costado trescientos pesos, se ofrecía en ciento noventa y cinco; y La mujer singular y la ciudad, en ciento cuarenta y seis; su precio anterior era de doscientos veinticinco pesos. El sábado 9 de mayo recibí el paquete con los libros. Al abrir la puerta, el trabajador de Estafeta me dijo: “Don Carlitos, acá está su paquete”; lo llevé hacia la parte de atrás de la casa, como si en verdad estuviera infectado, como si adentro se albergara el virus. Se había apoderado de nosotros, en la casa, esa manía de desinfectar todo lo que, por alguna u otra razón, se nos entregaba. Al dejarlo en un lugar lejano, con el temor de que el virus pudiera escapar del paquete, pensé en la actuación de la mujer que cumplirá pronto ochenta y cuatro años, en su esposo. Vi los libros al día siguiente.

            Movimiento perpetuo fue un libro que me gustó desde la primera vez que lo tuve conmigo. Conseguí un ejemplar que me costó, si recuerdo bien, diez pesos en una feria de libro, no sé dónde. Lo tenía a la mano. Hubo el terremoto en 2017. Dos de mis libreros se vinieron para abajo. Poco a poco, depuré mis libros. Según yo, el de Monterroso había quedado a la vista. No lo encontré. Esa edición era de una colección de pasta dura, color azul. A finales de abril de 2020, vi anunciada en Gandhi la edición de ERA, con la portada de Vicente Rojo. La compré en ciento cincuenta y nueve pesos. Quise pagar por medio de la banca móvil. No lo logré. Busqué un cajero. Salí, me vi obligado a salir con tal de comprar el libro. Lo recibí siete días después, antes de que llegaran los de Vivian Gornick. Desinfecté el paquete. Lo tuve lejos de mí. No me animaba a abrirlo. Lo hice al día siguiente. Dos separadores en forma de lobo vinieron de regalo. ¿Los habrán hecho por el lobo de Coita?, preguntó mi hijo.

            A principios de abril de 2020, se difundió que en Coita, localidad llamada también Ocozocoautla, cercana a Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas, se había visto a un hombre lobo. La noticia se colocó en las redes, en los noticieros de medios nacionales. Con el propósito de capturarlo, hubo gente que salió en su búsqueda durante dos noches seguidas. El 11 de abril, a la una de la mañana con nueve minutos, según se consigna en la página de Unotv.com, Saúl Zenteno-Bueno colocó un tuit en el que definió el hecho de la siguiente manera: “El #COVID 19 nos traerá mal pero el hombre lobo en Coita es otro nivel”. En la nota de Unotv.com se aclaró lo sucedido: “Ante la expectación creada por estos rumores del avistamiento del hombre lobo en el municipio de Ocozocoautla, en Chiapas, el cantante y actor conocido como Luis Comander contó que el rumor empezó cuando él se encontraba en Ocuilapa, donde una vecina le refirió sentir miedo ante el avistamiento de lo que pensaba era un hombre lobo. El actor indicó que fue él quien se lo comentó a una persona que trabaja en Seguridad Pública, y esta persona, a su vez, se encargó de contárselo a otro, por lo que el rumor del hombre lobo creció, como un teléfono descompuesto. ‘No hay hombre lobo… Téngale miedo a los vivos, porque los muertos y los hombres lobo no hacen nada’, finalizó Luis Comander en un video que subió a sus redes sociales para aclarar este rumor” (https://www.unotv.com/noticias/estados/chiapas/detalle/chiapas-aclaran-rumores-de-hombre-lobo-en-coita-chiapas-071279/).

            Un rumor de otra índole provocó que, a principios de mayo, según consignó Isaín Mandujano en su muro de Facebook, en Motozintla, ciudad que se encuentra a cuarenta y cinco kilómetros de Frontera Comalapa, hacia el sur, “al enterarse del tercer caso de coronavirus —uno de ellos fallecido—, los pobladores se rebelaron en contra [sic] la pandemia al señalar que el COVID 19 no existe. Por lo que usuarios de redes sociales y otros vía WhatsApp llamaron a toda la población a salir de sus casas y ocupar los espacios públicos, pues han vivido ‘engañados’”.

             “Esto es un asunto político”, me dijo de manera insistente ella, la mujer que pronto cumplirá ochenta y cuatro años, una idea que transmití a un grupo de estudiantes, con quienes tuve una sesión por medio de la plataforma de Zoom, sistema de comunicación con el que empezaron a tenerse sesiones de trabajo, a impartirse las clases. Al principio de la pandemia, como se hacía uso, quizá, del servicio gratuito, los proveedores de este mecanismo no tenían controles que evitaran la incursión de personas que se dedicaban a lanzar insultos o ráfagas de videos en los que se mostraban escenas pornográficas, así ocurrió en la segunda sesión del seminario “El teatro y la peste”, conducido por Enrique Flores, investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Durante tres, cuatro segundos, se insertó una imagen con contenido sexual. Los profesores de la Universidad debieron reconocer que la Coordinación de la Universidad Abierta era la mejor garantía de que las sesiones no serían interrumpidas por medio de esas imágenes. El confinamiento dio la posibilidad de que la oferta académica de la Universidad estuviera disponible para los interesados en temas diversos, en los que la pandemia era un punto de análisis, de acuerdo con la formación de quienes los proponían. Dejó de ser inconcebible que en un curso impartido en línea hubiera entre cien y ciento veinte asistentes. De las nuevas acciones que provocó la pandemia estuvo que, por ejemplo, Mangos de Hacha, editorial fundada por José Luis Bobadilla, que en paz descanse, y Ricardo Cázares, dejara en la plataforma de Issuu libros de su catálogo.

            Cuando ella, la mujer octogenaria, volvió a decirme que la pandemia era un invento, yo había terminado de leer Los sueños de un cisne en el pantano, escrito por Leo Zavaleta, mujer que estuvo presa en el penal en el que mi madrina ofrece ayuda antropológica y en el que impulsa, junto con otras personas, un taller de escritura. Para Leo Zavaleta, leer y escribir con la ayuda de las promotoras del taller le dio la gran oportunidad de verse como mujer, como alguien que podía sobreponerse a las adversidades, que tuvo muchas. Estuvo cuatro años en prisión, en el estado de Morelos. Mi madrina me envió el libro por medio del WhatsApp, con un recado: “Leo murió la semana pasada, víctima de la COVID-19”.

            La posición de ella, la mujer de los casi ochenta y cuatro años, quizá se veía impulsada por los recados que circulaban en grupos de WhatsApp, en los que estaba incluido uno de sus hijos, como el que se propagó el domingo 10 de mayo de 2020, sobre un ejido de Frontera Comalapa: “En Paso Hondo no hay ningún caso de COVID-19 no anden alarmado [sic] a la gente. Utoridades [sic] y centro de salud informe [sic] cosas reales no falsedades. Pura falsedad, Del supuesto [sic] Joven que tenía síntomas de COVID-19 en Sus [sic] demostraron que tiene dengue y piedras en el páncreas, y que ya está mejor… Según investigaciones médicas a fuerza querían meterlo con COVID-19, incluso les ofrecieron dinero $ a familiares, para tener derecho a trasladarlo a la Ciudad [sic] a [sic] Comitán Chiapas, pero sólo al Joven [sic] sin que ningún familiar lo acompañara. El padre evitó que no [sic] se lo llevarán [sic]. Palabras que narra el Señor Padre del Joven [sic]. Amigos, amigas compartan esta información ya que eso están [sic] pasando en muchos lugares”.

            Ahí mismo, en Paso Hondo, municipio de Frontera Comalapa, el viernes 15 de mayo, según recado que se distribuyó por WhatsApp, hacia las diez de la noche, hubo “un feroz enfrentamiento”, el cual se explicó en ese mismo recado de la siguiente manera: “El caso es que un grupo de habitantes del lugar cerraron los accesos que conducen a Comalapa y otro grupo del mismo lugar, comerciantes pretendía [sic] abrir las vías de acceso. En ese ínter ambos grupos se enfrascaron [sic] con palos, machetes y armas de fuego con la [sic] que han hecho detonaciones y muchos disparos. Hasta las 8:40 de la noche no se sabe de heridos pero la gente corre despavorida por las calles. Los vecinos cerraron el lugar por protegerse de la pandemia del COVID-19, pero están bloqueando el paso que conduce a todos los Municipios de la sierra y la costa, incluso, la misma cabecera municipal. Ya intervino el ejército, en estos momentos, las fuerzas militares empiezan a timar el cintro [sic] de las turbas desbordadas. Hay pánico en el lugar de ver tanta gente armada y golpeandose [sic] unos con otros”.

            Dos meses después de que el gobierno federal dispuso, en 2020, el aislamiento como una medida sanitaria, con la figura de la heroína Susana distancia, ella, la mujer mayor fue al mercado, un sábado antes de que terminara mayo. Frontera Comalapa seguía con su movimiento de siempre. Se le había dicho a ella que la señora con quien compra la verdura había enfermado porque se contagió con el virus. Al verla, le preguntó por qué no había llegado a vender. Le contó que había ido a ver a una de sus hijas, quien vive en Lázaro Cárdenas, por Chicomuselo, a quien se le reventaron las várices. Después, le dijo que sí, que sí se había sentido mal: malestar en la garganta, temperatura, dolor de cabeza. Quien vende el pollo le platicó que la necesidad la había hecho ir a abrir su local. Un señor que estaba sentado en la banqueta le dijo que no podía respirar. Supo también que fallecieron dos mujeres de la familia Roblero; una de ellas era persona de edad avanzada; la otra murió de un paro cardiaco al ver que su mamá había muerto. El mercado se había convertido en un foco de infección.

            El 1 de junio de 2020, el gobierno federal dio por concluida la jornada nacional de sana distancia. A partir de ese momento, cada estado de la república sería el responsable de la puesta en marcha de la nueva normalidad. El presidente de la república, el sábado 30 de mayo, había viajado por tierra hacia su rancho, que está en Palenque, Chiapas. Y el lunes se trasladó en vehículo a Cancún, en donde puso en marcha la construcción del tren maya. Los contagios y los decesos provocados por el SARS-Cov-2 iban en aumento.

            En el reporte de la Secretaría de Salud dado a conocer el 21 de marzo de 2022, en el que se consignó la existencia de 48 casos de COVID 19, uno de los cuales correspondía a un bebé menor de un año, se notificó que en Frontera Comalapa sólo había un caso.

            El 16 de marzo de 2022, cuando hablamos por teléfono y ella me contó cómo mataron al joven albañil, estaban por cumplirse dos años de que el virus SARS-Cov-2 había provocado el cierre de actividades en México Esa jovialidad que había reconocido en su voz, a pesar de la noticia que me había transmitido, la atribuyo a que nos veremos el próximo fin de semana. Me encontraré con ella, con su esposo, en un lugar cercano a Chiapa de Corzo, en donde se celebrará el cumpleaños de él, gracias a la generosidad de una de sus primas hermanas, quien también cumple años por estos días, en que los enfrentamientos entre grupos de delincuentes son cada vez más habituales en la región de Frontera Comalapa. Ella tendrá la oportunidad de preguntarme: “¿Todavía tenés miedo?”.

 

San Cristóbal de Las Casas, Chiapas
23 de marzo de 2022

 

Carlos Gutiérrez Alfonzo (Frontera Comalapa, Chiapas, 29 de febrero de 1964), poeta y ensayista, fue becario del Centro Chiapaneco de Escritores y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas. Poemas suyos fueron publicados en las revistas Poesía y Poética, Tierra Adentro, alforja, El poeta y su trabajo, Periódico de poesía, Netwriters, red mundial de escritores, Prometeo digital y Mula Blanca. Fue incluido en el Anuario de poesía mexicana 2006, coordinado por Pura López Colomé y editado por el Fondo de Cultura Económica. De su autoría son los siguientes volúmenes de poemas: Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018). Ha publicado los libros de ensayos Ascenso y precisión. Tres poemas de autores chiapanecos (2016) y Tiempo y espacio. Experiencia estética (2020). Doctor en Humanidades y Artes. Es investigador del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

@Foto por Alma Flor

Lullaby for a Haunted Night

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With ghostly light

Sits on the porch

Still, with a knife

Right on the nose

 

Flame, light, and shine

Round lid and hollows

The pumpkin lamp

The children will follow

 

It hopes to breath

Fire and glow

As children will come

For candy tomorrow

 

Orangy dance

Hallowee’ horror

A clear, bright night

Bringing explorers

 

A wizard, a tiger

A minion, a swallow

The Jack-O’-Lantern

The children will follow

 

Deep-carved eyes

And no ears, oh no

Guiding their steps

To the candy-land world

 

With the cap removed

And two teeth in black

Spirits and witches

Start to come back

 

Right at the door

Guarded by pumpkins

An angel and demons

A spider and clown twins

 

Ghostly moon light

Counting the sheep

To the candy-land world

It’s time to sleep

 

 

Haydeé Espino is a poet and translator from Ciudad Juárez, México.  She is currently studying for her PhD in Translation Studies at Kent State University, and splits her time between Cleveland, Ohio, and Chicago, Illinois.

Dos poemas de Mercedes Luna

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dos actos a color

 

1

con paso matemático estético

           rosa

cruzar la avenida de la playa

con una seguridad antiséptica

 

detener el tráfico azul

sonreír agradeciendo con la cabeza

 

el brillo de las palmeras y bugambilias

como calca sobre las gafas

 

atender las instrucciones

caminando dentro de la línea amarilla de seguridad

            mientras el cuerpo se deshace

            como vómito por dentro

 

2

se parecía a ellos

él se parecía a ellos

había en su cara un tono azul

            no creyó que fuera sola al mar

 

ella vio cuatro llaves doradas en su mano

            como los recepcionistas

 

una mujer viajando sola a la playa

no

            no le creía eso

            lo dejaba por otro

 

ella pensó en una frase

decirla bastaría

al pronunciarla mataría al cangrejo verde

de la incredulidad

él hablaba

 

hablaba

como los recepcionistas

 

disimulaba

como los recepcionistas

 

ella apoyó sus ojos en la alfombra dócil

            en sus tonalidades malvas

            de una limpieza enferma

 

no quiso decir aquella frase roja

para convencerlo

 

contuvo las palabras

cuidó cada una de sus letras

            las mismas que hacían del bombeo de su sangre

                    una sacudida

                    un dolor de brazo

                    y la tenían temblando en tardes amarillas

 

no las pronunció

temió que él las convirtiera en otra cosa

 

 

domador/el amo

 

Un hombre y una mujer usan su estómago por años. Una noche, en los labios del hombre hay gotas de aceite, un aceite que resbaló por la garganta hacia el estómago después de beberlo en una copa de cristal. Así tres veces o cuatro, después de beberlo en una taza de café, en un plato rojo.

 

Con el estómago descompuesto, finge que duerme sobre la cama.

 

El aceite raspa con su suavidad el interior. Se convierte en gajos, en gajos borrosos, tanto, que pesa más. Tanto, que hay certeza en lo difuso.

 

El aceite le hincha el vientre, se expande por sus venas. El hombre es ahora carne pesada.

 

El aceite da vueltas en su estómago, se engrandece, llega a su traquea, ahí aguarda, intenta abrir su garganta. El hombre se vuelve de lado, las manos del aceite dentro de la garganta intentan abrirse paso. El hombre apoya su codo sobre la cama, traga saliva, respira, se sienta, aprieta la quijada, suda. Apoya sobre la cama ambas manos, inclina la cabeza como una gaviota que busca en la arena. Hay una duda en su postura. Levantarse o no. Una duda por odiar lo que se bebe, asquearse de lo que se bebe.

 

El pulso del aceite intenta abrirse paso de nuevo. Queda atrapado entre la garganta y el estómago. El aceite enloquece, golpea el tímpano, el cráneo, el estómago. Un mareo sacude la visión del hombre como un golpe lateral de auto, lo invade la náusea, el sudor, el vértigo y vomita frente a sus pies. Se limpia la boca.

 

El hombre vuelve a recostarse de lado, siempre de lado mirando al piso o cerrando los ojos. Una mujer recostada en su cama, finge que no escuchó, no le quitará ese momento de dignidad.

 

Ella toca su espalda, toca el sudor. El hombre toma la mano de la mujer, envuelve con ella su cintura como una manta.

 

La náusea vuelve al hombre. Cierra sus ojos. Respira lento. Respira para que el mareo pase. Aprieta la mano de la mujer. Respira. Dice algo sobre el desprecio. La mujer siente como a su silencio le arrancan los ojos.

 

La náusea hace una pausa, se apiada. El hombre se vuelve hacia el rostro de la mujer. Ambos sellan sus ojos. Quedan frente a frente como dos avergonzados. La mujer lo rodea con los brazos. El hombre, busca los labios de ella, torpemente.

 

Como halcón que alimenta a su cría, el hombre deposita dentro de la boca de mujer el sabor del aceite.

 

Durante el beso, ella siente lo que la duda hace. Cómo golpea el vientre, el pecho, los ojos. Cómo sacude el mareo su respiración, su cabeza.

 

El hombre y la mujer sobre la cama, una cama que crece a medida del mareo; se apartan, hierven de frío. La náusea-fierro les atraviesa el estómago. El aceite explota en sus vientres, busca la traquea, golpea sus cabezas, oídos, ojos; ahora les quema el pecho, la nuca, la espalda; agrieta sus gargantas. Ambos intentan dejar la cama. Con brazos sofocados se incorporan.

 

El aceite quiebra sus rodillas, sus cuellos. Ahora son sombras que acarician el suelo. El cuerpo del hombre se dobla, su faringe hinchada se abre, su vientre se contrae : vomita. Arroja pulpos amarillos que se extienden sobre el suelo. La mujer se apoya en la cama, temblando lo mira como vaso de agua en medio de una mesa amplísima, inalcanzable. El pecho de ella se rasga por olas saladas que estallan dentro.

 

El aceite que sale de la boca del hombre se expande sobre el piso, sobre cosas que creía olvidadas.

 

Dos veces no bastan para devolver el estómago. No hay palabras para definir el desprecio. Mejor el vómito, el vómito tres veces, cinco, más. Mejor caer con los ojos plenos de amapolas de mar, derramando aceite por los ojos, oídos y boca.

 

Un último estremecimiento agita al hombre, abre su labios : asoman de su boca pescados grises transparentes. Uno tras otro los vomita. El hombre cae.

 

Ella se le acerca y alcanza su mano, procura no resbalar entre las olas suaves de aceite que rodean a los pescados, al hombre, a ella misma. El aceite va y viene, envuelve los tobillos de la mujer, mueve los brazos y piernas desfallecidos del hombre. Ella tiembla al aproximarse al cuerpo. También cae. Sus cabellos gotean. Otra vez sujeta la mano de él y, como a un último dios caído, lo abraza.

 

El aceite es ahora una forma enorme que se levanta del suelo, se encumbra. Camina mundanamente. Reconoce el lugar. La mujer cierra los ojos, de sus pestañas cae algo amargo y se aferra al cuerpo de hombre.

 

El aceite se abalanza, con manos deformes, arroja a los cuerpos unidos sobre la cama inmensa.

 

Vigila al hombre y a la mujer mientras atrapa a pescados, moluscos y los devora.

 

El aceite los ronda, camina lento. Mira el cuerpo brillante que abraza la mujer. Lo observa. La observa.

 

Se acerca a ellos, se inclina sobre ellos. Husmea y toca, suavemente, el hombro marchito de la mujer.

 

 

Mercedes Luna Fuentes (Monclova, Coahuila, 1969) Su libro Elogio a la incomodidad (Colección Siglo XX Escritores Coahuilenses UAdeC, 2011), “se cuenta entre los libros más extraños, fuertes y fascinantes de la reciente poesía hispaonamericana”, según palabras del poeta Raúl Zurita. Es también autora de los libros yo/carnicero (Icocult, Conaculta, 2008) y La mejor forma de usar un rifle (SEC-Conaculta, 2105). Ha participado en distintos suplementos culturales y festivales nacionales e internacionales. Ha sido jefa de cultura a nivel federal y consejera editorial del Grupo Reforma. En 2017 publicó con la poeta Lyn Coffin el libro de poemas Rifles and reception lines, en inglés y español. También en 2017, recibió la Presea Arte y Cultura otorgada por el gobierno de Monclova, su ciudad natal, y el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en Poesía entregado en 2018, por su libro La habitación higiénica, publicado por Mantis Editores en 2019. Ha publicado en Nexos, Milenio y Este país.

Adiós a Eduardo Lizalde (1929-2022)

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La obligación moral de despedirse de un autor mayor en líneas breves y apresuradas arroja invariablemente a quien la cumple —también al lector— a la experiencia pura y dura de la insatisfacción, vecina del pecado: quedamos siempre en falta ante el dios mudo que nos espía, como en el verso de Pellicer.

Sirva esa melancólica nota como excusa anticipada de las faltas —hermenéuticas, de información, incluso emotivas— que agobian a ésta, mi despedida del poeta mayor que persiste en ser Eduardo Lizalde, aun después de su muerte el pasado 25 de mayo.

Poeta estricto, si no es que escaso, aunque su escasez se haya construido sobre la denegación de su obra anterior a Cada cosa es Babel (1966), Lizalde participa del escogido grupo de autores —inscritos a su vez en la más ancha tradición de la poesía mexicana moderna— que, antes que al poema o al libro, concibieron al verso como unidad expresiva primordial, linaje sin descendencia donde convive con sus admirados Salvador Díaz Mirón, José Gorostiza, Juan José Arreola y Rubén Bonifaz Nuño, aunque el altar más alto se lo haya puesto a López Velarde (“Yo, tu entenado más fiel”).

Frente a la estrecha visión que identifica a esa estirpe con el esteticismo y la renuncia emocional, Lizalde llevó la contra. Hizo de la elegida primacía del verso una estrategia doble de autocontención y de autocrítica, a la vez que el recurso eficiente —tan gongorino como gorosticiano— para erigir sobre un fundamento firme y vigilado con escrúpulo la imponente arquitectura sonora de sus poemas. Y cuando digo eso, pienso, sin excepción, en todos los suyos, porque no hay en Lizalde ninguno que no esté hecho para ser dicho y oído, para ejecutarse con el instrumento de la voz y dirigirse al sentido del ritmo (que no es sólo auditivo). En suma, para gozarse verbalmente y con el cuerpo.

Por un efecto cercano al milagro, la fidelidad de Lizalde al verso visto como unidad viva, antes que obstaculizar su potente vigor expresivo o imponer una parda uniformidad a su obra, fungió en su caso como la herramienta magnífica para producir la variedad de estilos y registros que conviven en su obra, multiformidad voluptuosa que no cesa de intrigar a sus críticos de distintas generaciones —de Marco Antonio Campos a Nacho Helguera, de Luis Vicente de Aguinaga a Mayco Osiris Ruiz— y fascina a sus lectores.

También atraído por ese asunto, Jenaro Talens, uno de los pocos críticos extranjeros que ha estudiado la obra eduardiana, elaboró una de las explicaciones más convincentes al señalar que “los diferentes movimientos de una escritura que avanza en espiral, no en círculo” se corresponden con la construcción “no [de] un sujeto estable (que suele ser el que subyace a tanta literatura del yo), sino [de] un sujeto cambiante en continuo proceso de constitución”, atravesado, además, por la nítida conciencia sobre “la aventura de autoconocimiento en que consiste escribir” (prólogo a El vino que no acaba. Antología poética (1966-2011), Vaso roto, 2012), nuevo paralelo con Ramón.

@Pascual Borzelli Iglesias

Si bien se ve, justo de esa pasmosa proeza reconstitutiva —vivificante para la tradición, destructiva para la materia— se inscribe la imagen que compendia la trayectoria de siete décadas de Lizalde, tomada de las Metamorfosis de Ovidio y puesta como epígrafe de Algaida, el último de sus poemas mayores: “In nova fert animus mutatas dicere formas/ corpora” (“El ánimo mueve a decir las formas mudadas a nuevos cuerpos”, en traducción de Bonifaz Nuño).

La imagen es diáfana: los poemas y los cuerpos son vida cristalizada en formas. Muda el tiempo a la vida, la destruye, pero sólo mientras es forma se manifiesta y llega a persistir, aunque al final todo —cuerpos, poemas, mundo, “esta ensordecedora obra de nadie”— se acabe, como martillea el pesimismo radical del poeta, cuyo ácido se cuela incluso hacia el rabelesiano Tabernarios y eróticos (Vuelta, 1989), conjunto al fin nostálgico y de celebración abismal.

Más abundante fue la obra en prosa de Lizalde, formada por la novela Siglo de un día (Vuelta, 1993); el libro de cuentos La cámara (UNAM, 1960), medio siglo más tarde aumentado en el Almanaque de cuentos y ficciones (ERA, 2020); la colección de poemas en prosa de título y aspiración borgesianos Manuel de flora fantástica (Cal y Arena, 1997); la sostenida producción de artículos periodísticos, columnas y reseñas, antologada por él mismo en Tablero de divagaciones (FCE, 1999, 2 tomos), y por la apasionada producción radial, televisiva y crítica con que acompañó durante décadas su afición por la música de concierto y la ópera, compilada la parte escrita por Édgar Ceballos en La ópera hoy, la ópera ayer, la ópera siempre (Escenología–CNCA, 2003). Y claro,  su Autobiografía de un fracaso, cuya brevedad compensa su resabiado rigor.

Con todo y sus excelencias, la prosa de Lizalde no equipara su altura con la lograda en su obra poética, eso nadie lo negará, por mucho que hoy resulte simpático y aleccionador recordar que, al publicarse por primera vez el cuento “La cámara”, en 1956, Antonio Acevedo Escobedo haya dicho de él que por “[sus] elementos, tan reales y trágicos por sí mismos, pudo ser una obra maestra”; y que al editarse en 1960 el libro que lo incluye y al que da título, José Emilio Pacheco, desde las páginas de la Revista Mexicana de Literatura, haya suscrito este entusiasta dictamen: “Por lo que se desprende de estas páginas, será la narración el verdadero camino de Lizalde. Si el libro carece de unidad en su temática y su técnica, contiene un cuento, ‘La cámara’, que es digno de figurar en las antologías mexicanas (…) (y que) no es hiperbólico calificar de magnífico” (núms. 16-18, octubre – diciembre de 1960, pp. 83-84).

También mucho más que este rápido apunte merece la persistente —y casi siempre de resultados felices— dedicación traductora de Eduardo Lizalde, a la que se entregó intentando siempre “no consumar glosas o abusar del estilo paródico o parafrástico”, y más bien procurando “conseguir traducciones leales, con presencia verbal y digno decoro rítmico en nuestra lengua” (“Nota del autor” a Baja traición, crestomatía de poemas traducidos, La Cabra–Conarte, 2009). Lo que viene a decir que las hizo con idéntico empeño riguroso al puesto en hacer sus poemas, lo cual nos autoriza a considerar sus traslados de Dante, Bocaccio, Ronsard, Du Bellay, Buffon, Benn, Joyce, Blake, Pessoa, Reis, Caeiro, Shakespeare, Rilke y Hölderlin (sobre versiones literales de Hilda Rivera), Valéry, Salgari, Lautréamont, Nerval, Gautier, Victor Hugo, Fournier, Baudelaire y Leopardi como una insospechada ampliación de su obra poética.

Ya concluyo. Desde que leí por primera vez “El viaje”, poema incluido en Bitácora del sedentario del que nadie habla, no he podido olvidarlo ni evitar ver en él una cifra de las ideas vitales y literarias de Eduardo Lizalde, suerte de credo laico en el que organizó sus avistamientos esenciales sobre la tradición, la vida y la muerte y aun sobre la condición del poeta como viajero. Hoy, al morir el autor admirado, la pieza adquiere una resonancia insospechada:

 

Sólo escribo para mi sucesor
—y él sólo puede oírme, sólo y solo—.
Y parto sólo de mí,
como la nave que es su propia materia,
su propio constructor.
Parto hacia mí y de mí,
para que otro prosiga el viaje
que no puedo empezar,
aunque parezca terminado (…)

 

No hay ruta entre esos puertos de partida y arribo
ni consabidas escalas, ni referencia alguna celestial.

 

El puerto, el buque, el muelle, la partida,
soy yo, somos nosotros:
divinas bestias pensantes, bestias enloquecidas
que han iniciado un viaje sin destino.

 

Al fin, cierro este adiós a Eduardo Lizalde con un apunte que comporta el señalamiento de una tarea colectiva. Celebrado de manera unánime —tras las partidas sucesivas de Paz en 1998, Sabines en 1999, Pacheco y Deniz en 2014— como el poeta mexicano vivo más importante, no hay, sin embargo, disponible en librerías una edición de la Nueva memoria del tigre (1949-2000) (FCE, 2005), la cual además de agotada está incompleta, pues falta por añadirle la producción de la primera década del milenio, última en la que produjo poemas y a la que pertenece el imponente y (hoy lo sabemos) testamentario Algaida (2004), cuya segunda edición (CNCA, 2009) salió agobiada de errores garrafales. Así las cosas, si deseamos deveras que las generaciones actuales y futuras lean a Lizalde más allá de las estrechas, reiterativas y al fin deformantes selecciones que circulan en internet; si deseamos deveras librarlo del “síndrome López Velarde”, limitando su prestigio a las fronteras de México, conviene ponerse ahora mismo a disponer su legado en ediciones cuidadas y accesibles de sus libros y su obra entera. Larga vida a Eduardo Lizalde.

Guanajuato, Gto., 29 de mayo de 2022

 

 

Carlos Ulises Mata nació en León, Guanajuato, en 1970. En 2001 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas con su libro La poesía de Eduardo Lizalde. Ensayos suyos han aparecido en las revistas Biblioteca de MéxicoCríticaNexosConfabularioLaberinto y en los libros colectivos dedicados a Gabriel Zaid, José Lezama Lima y Eduardo Lizalde. En 2014 editó y anotó El otro Efraín. Antología prosística de Efraín Huerta, y en 2017, la poesía reunida de Margarita Villaseñor.

Las diez principales razones por las que los indios son buenos para el baloncesto

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1.

La misma razón por la que somos buenos en la cama.

 

2.

Porque hace mucho tiempo, el Creador nos dio a escoger: Puedes escribir como un dios indio, o puedes lanzar un tiro en suspensión más dulce que una lata de 44 onzas de jugo de uva del gobierno —lo uno o lo otro—. Todos, a excepción de Sherman Alexie, escogieron el tiro en suspensión.

 

3.

Sabemos cómo bloquear tiros, cómo hacer que te los tragues, porque cuando dices: “Tira”, oímos un howitzer y una Hotchkiss y un Springfield modelo 1873.

 

4.

Cuando los jugadores indios sudamos, emanamos un perfume a tortillas y a limpiador de pisos Pine Sol que obra como una poción para desorientar a nuestros oponentes y hacerles olvidar sus jugadas.

 

5.

Crecimos sabiendo que no hay diferencia entre una cancha de baloncesto y una iglesia. En serio, los nazarenos celebran misa en el gimnasio de la tribu los domingos por la tarde —el coro entona a todo pulmón “In the Sweet By and By” desde el poste bajo—.

 

6.

Cuando Walt Whitman escribió: “El mestizo se ata las correas de sus leves botas para competir en la carrera”, en realidad se refería a que todos los indios varones mayores de cuarenta tienen un par de Air Jordans clásicos en el armario y creen que aún conservan la magia suficiente para hacer que hasta el más corpulento commod bod se desplace de canasta a canasta y haga un tiro en bandeja.

 

7.

Los indios no tememos lanzar tiros de gancho durante un juego, aunque no haya indio alguno que haya encestado, al menos ninguno de una tribu reconocida federalmente. Aun así, nuestro descaro al practicar tiros de gancho en los calentamientos infunde miedo en nuestros oponentes, dándonos una ventaja psicológica.

 

8.

En la cancha es en el único lugar en donde nunca pasaremos hambre; la red es un vacío que podemos llenar durante todo el día.

 

9.

Fingimos que jugamos cada juego por una manta Pendleton y que el jugador más valioso recibe un cheque per cápita del tamaño de Mashantucket Pequot.

 

10.

En serio, todos los indios somos buenos para el baloncesto puesto que un balón nunca ha sido solo un balón. Sin embargo, ha sido siempre una luna llena en esta irremediable lobreguez, la única luz trasera del Granada gris de Jimmy Jack Lata Grande atajando por caminos vecinales para ir a traer cerveza, el corazón del Creador que Coyote robó de la pira funeraria condenándolo a andar solo por cada ocaso coralino.  Ha sido siempre a una negra y robusta calabaza a la que le cantamos, el seno izquierdo de una mujer mojave tres Budweisers en la noche del sábado. Será siempre una bala astuta y brillante que podemos lanzar desde la línea de tres puntos con cinco segundos restantes en un reloj en el año de 1942, y mientras rasga la red, nuestros enemigos caerán sobre sus rodillas heridas, con desgarro del ligamento cruzado anterior.

Traducción de Haydeé Espino

 

Natalie Diaz es una poeta estadounidense, autora de los libros Postcolonial Love Poem (2020) y When My Brother Was an Aztec (2012). Ha sido merecedora de numerosos reconocimientos, incluyendo el Premio Pulitzer 2021, en el género de poesía.

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Haydeé Espino es una poeta y traductora originaria de Chihuahua, México. Actualmente cursa el doctorado en Estudios de Traducción en la Kent State University.

Enrique Contreras escribe sobre el más reciente poemario de Ignacio Ruiz-Pérez

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Afuera seguía oyéndose cómo avanzaba la noche. El chapoteo del río contra los troncos de los camichines. El griterío ya muy lejano de los niños. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas.

Juan Rulfo

 

            En mayo de 2021 Valparaíso Ediciones publica, en su colección de poesía, Rumor de primavera interna en sueño negro. El poemario, compuesto por 40 poemas, conforma, según el propio autor nos advierte, un solo poema o “relato de origen”.

            Rumor de primavera interna en sueño negro, un título fascinante, tiene su génesis en el poema “Espacio”, de Juan Ramón Jiménez. De ese poema, al que Octavio Paz había señalado como “monumento de la conciencia poética contemporánea” (Paz, 1986), toma el poeta su nombre. Arrancaba Espacio afirmando: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”, es decir, aletea en la conciencia del poeta una esencia que podríamos definir como la búsqueda de la totalidad perdida y que se manifiesta en ese anhelo metafísico, imperecedero, que, desde el pasado, nos abre la puerta del presente y que, mirando hacia el devenir, enlaza lo cotidiano, con el mito y lo mitológico. Esa y no otra es la “embriaguez rapsódica”, la “fuga interminable” que invocada por el poeta de Moguer (J.R. Jiménez, Prólogo, 1954), parece impulsar a Ruiz-Pérez cuando, buscando más atrás, se nutre en las barrancas hondas de aquel otro drama mitológico e iniciático que es el Popol Vuh, reliquia aborigen del nuevo mundo.

            La literatura lejos de ser un discurso acrítico, formalista, es un material de naturaleza abierta, generador y beligerante. En su Introducción a la historia de la poesía mexicana, Octavio Paz sostiene que “a diferencia de todas las literaturas modernas [la poesía mexicana], no ha ido de lo regional a lo nacional y de éste a lo universal, sino a la inversa”, y que es la imaginación poética la principal generadora de mitos (Paz, 1983). Por su parte, Ruiz-Pérez, en su ensayo sobre José Emilio Pacheco (2018), al reflexionar y analizar lo que él, y otros críticos, consideran como un cambio de paradigma estético -propiciado por un grupo de poetas mexicanos, nacidos todos, como él mismo, entre los años 70 y 80- contrapone lo que define como paradigma crítico, estatizante, de Paz, “sistema estable de signos legibles en sí mismos”, a una nueva sentimentalidad lírica que estaría imbuida por el compromiso político y que, abriéndose a otra legibilidad o código de lectura y escritura, reinterpretaría el discurso poético recreando y modificando el pasado desde el presente.

            Sin duda, la poesía, que es difícil de interpretar, invita a ser descifrada y seduce al transductor: aquel sobre quien recae la responsabilidad de establecer, a través de un comparatismo racional, los nudos dialógicos y autológicos que la sustentan. Sabemos que el poeta -que se abre paso y sale a flote a través de la historia y a partir de una geografía que es molde no solo de su voz sino de su sensibilidad misma- nos ofrece unos materiales literarios abiertos a la exégesis. Ruiz-Pérez forma parte de esa legión de escritores mexicanos que, cruzando la frontera sur, echaron raíces en los Estados Unidos, y que han contribuido a la construcción de un espacio cultural (transcultural, diríamos), simbólico, en constante intercambio, y en el que el tropo de la frontera ha encarnado alegóricamente a una identidad grupal movible y vulnerable que pugna, a través de la mediación, por establecer vínculos de pertenencia reconocibles.

            Para el bosquejo de análisis de esta obra de Ruiz-Pérez y como criterio interpretativo matriz, haremos uso de la racionalidad. Sabemos que como cualquier material literario, el poema posee unos contenidos lógicos (materialidad física, contenido estético, ideas impulsadas por una voluntad constructivista, sicológica y personal) que pugnan por hacerse inteligibles y que deben ser interpretados… Siguiendo la definición de poesía del profesor Maestro: “… sistema racional de ideas, que exigen una explicación inteligible por parte del lector (…) filosofía en verso” (Maestro, Jesús G., 2017), y lejos de una interpretación idealista, aquella que “explica” a la literatura por los efectos sensibles que provoca en nosotros y que sustituye a la ontología por la sicología, utilizaremos las claves que el propio Ruiz-Pérez nos ha proporcionado e intentaremos señalar algunas de las ideas que nutren su poemario, así como la modalidad estética y formal que en él se abre paso.

            Lo primero que se nos hace evidente es que, partir de una labor de autoinspección, Rumor de primavera interna en sueño negro “recrea la memoria de los paisajes urbanos y naturales de la infancia” insertando en su recorrido “imágenes, palabras y voces” (Ruiz-Pérez, 53) que resplandecen como puntos de referencia y que delimitan la constelación lirica en la que habita el poeta.

            Del mismo modo que Popol Vuh nos ofrecía una visión cosmológica y cosmogónica del pueblo maya, quiché, sobre la creación del mundo: “esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado…” (Adrián Recinos, 23), Ruiz-Pérez, que en alguna parte dejó dicho que no le gusta hablar de poéticas sino de obsesiones, nos hace partícipes de su propio relato de origen, recreando un principio de los tiempos que se hallaría a mitad de camino entre la tradición indígena y la cristiana. Así, en los poemas iniciales, I a VI, con una lírica retórica y exultante, se invoca la existencia de un mundo primigenio que habría sido gobernado por un dios sordo, mudo y torvo … en el principio estaba el dios sordo / el torpe dios de la cabeza rota (…) siempre en silencio… pero que, incompleto, está a la espera de la llegada del ángel: Aquel que, en la Biblia -en el Antiguo Testamento- habría encarnado el rostro de un Yahvé mensajero… y llegó de pronto un ángel (…) y entonces su palabra / fue el universo (…) y el ángel escribió la noche con la lengua (…) y luego escribió el mar (…) y el ángel habló entonces y susurró las nubes / y los cielos… Este ángel epistemológico, que porta la palabra, habría llegado para dejar al poeta varado frente a sí mismo: y tu cuerpo es una isla a la deriva / un surco vacío espanto laberinto / muro de agua que refleja / el cielo atónito y perplejo… Y para que este, en última instancia, se libere y destrabe de su condición divina… ¿pero acaso hablaba el ángel? / ¿o era su torrente voz antigua / bocanada que venía del abismo / y resonaba en la memoria de los muertos?

            A partir de este punto, el poema desciende por las aguas espasmódicas de la memoria y nos ofrece un autodiálogo mediante el cual el yo retórico del poeta se desborda y desdobla… y las hojas de los árboles, tus ojos y tus labios / musitan en silencio la música del fondo / en que yo caigo. Este uso de un yo rapsódico, huidizo, que se autoindaga, fue un recurso común en la lírica del siglo XX y lo encontramos, con cierta frecuencia, en la poesía de Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Pessoa, Borges o Pacheco. Como en este último, sin duda una de las referencias esenciales de Ruiz-Pérez, el “yo” del poeta se contempla a sí mismo y al mundo interior y exterior, como una sombra “que va viene va”. Poesía que al escribirse se interroga sobre sí misma y que va más allá de las líneas del horizonte propio, para ejercer un diálogo y lectura metapoético: Escribo unas palabras / y al mismo / ya dicen otra cosa / significan / una intención distinta (J. M. Pacheco, 1968).

            Rumor de primavera interna en sueño negro está organizado en secuencias y ciclos que se superponen y que dan cabida a las vivencias esenciales, recurrentes, que marcan la conciencia poética del autor: amor, soledad, infancia, desarraigo, desencanto. Sobre esta conciencia, atormentada y punzante: respuestas: no hay respuestas / solo este vacío que concluye / cielo de otro reino / noche de otras noches / niebla de otro espejo… fluyen y aletean voces y referencias que elevan el territorio retórico del poeta por encima del espacio fronterizo en el que habita y más allá de códigos estéticos, culturales y literarios estáticos. Creo que con este poemario el autor ha reivindicado la escritura como redención de un mundo, el mundo de la infancia (primavera): y volver / a ese lugar donde el sol / calcina árboles y pájaros / donde esta cicatriz supura esteros / ceibas que brotan / del suelo sin tocarlo… por más que este -mundo-, indefectiblemente, acabe siendo devorado por la memoria (sueño negro): y escribir / escribir con la lengua / esta ceiba que invento ahora / para que duerman / los cuervos que soñé más tarde.

            Sin duda que esta contemplación autológica que sobre la niñez nos ofrece Ruiz-Pérez (primavera entrevista en la nebulosa de un sueño negro) consigue trascender lo individual, o lo regional, incrustándose retóricamente en un yo referencial que usurpa la identidad del sujeto existencial o personalizado, y que abre la puerta a la función representativa, universal, del poema:

volver -repito- / aunque el fuego me devore / y solo queden mis cenizas…

… mi madre / relámpago tonante / agua espesa / tierra oscura     refugio…

… en qué país estamos / padre / qué país es este / donde sólo se ve un abismo…

Existe, sin duda, un eje vertebrador, un impulso lírico que atraviesa el poemario de Ruiz-Pérez, y que está afectado por el desgarro mismo de la propia vida. “Eres”, se dice, nos dice el poeta, “una pregunta abierta”. Esta interpelación, que se escapa de sí mismo y que, como sombra y desolación atraviesa su poemario de principio a fin, cuestiona y salpica la experiencia emocional del poeta regresando a él, circularmente, en forma de desaliento: … tu país es la tristeza / nada tienes / un pudridero es ya tu lengua / y los ríos y montañas son sombras / y son sombras también / las alas pálidas del alba…  Desencanto, sueño negro del poeta que solo encontrará remanso y redención en la memoria… en la mirada de ese niño que, al final del poema, habla de nuevo a solas.

            Diremos, para finalizar, que dada la naturaleza formalista y esteticista y la elaboración crítica que el autor realiza sobre la complejidad y la realidad de la vida humana podemos insertar su poemario dentro de la estirpe genealógica de la Literatura sofisticada o reconstructivista. Los materiales literarios en él contenidos, construidos a base de episodios y vivencias, sirven de exploración o autognosis y son sometidos a un proceso de reconstrucción mediante el cual el texto se ve inmerso en un intertexto que yuxtapone, en forma de laberinto, recuerdos, vivencias, fragmentos y citas de otros textos, de otros autores, dotando al poema de una naturaleza escurridiza y poliédrica, preñada de innumerables claves y pistas que invitan circularmente a su relectura y, con ella, con ellas, a sumergirse en recorridos disímiles, paralelos o divergentes.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Maestro, Jesús G. (2017a), Crítica de la Razón Literaria. El Materialismo Filosófico como

            Teoría, Crítica y Dialéctica de la Literatura (3 vols.), Vigo, Editorial Academia del Hispanismo.

Recinos, Adrián [1952], Popol Vuh, Las antiguas historias del Quiché, Fondo de Cultura

            Económica, México.

Pacheco, José Emilio [1964-1968]: No me preguntes cómo pasa el tiempo, Editorial Joaquín

            Mortiz, México.

Paz, Octavio [1983]: Las peras del olmo, Seix Barral, España.

Paz, Octavio [1986]: El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica, México.

Ruiz-Pérez [2018]:  José Emilio Pacheco en el imaginario de la poesía mexicana reciente: ética

            de escritura y política de lectura, The University of Texas at Arlington, Estados Unidos.

Rulfo, Juan [1952]: El llano en llamas y otros cuentos. Fondo de Cultura Económica, México.

Ramón G. Olvera escribe sobre el más reciente poemario de Ruiz Pascasio

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            Amplia es la geografía de un poema, vacilantes son los caminos que se rotulan dentro de ella. Gustavo Ruiz Pascacio en su libro Cuadernos de Innsbruck (2020), asume distintos roles, ya sea como viajero, que sorprende y se deja sorprender por lo que tiene ante sus ojos, de caminante que se deja llevar por las rutas azarosas, pero sobre todo de cronista porque da cuenta vital de sus pasos.

            El lector encontrará una crónica en su más esencial forma. No se trata de una enumeración detallada de fechas, lugares y circunstancias, el libro está signado desde la primera línea con la características de que “los cielos están abiertos” (p.19) y no se refiere a un parte meteorológico, sino a la condición esencial de todo viajero: abrir los sentidos al camino de la revelación, a esa profunda forma de conocimiento que en la antigua Grecia llamaban Alétheia y es la experiencia existencial auténtica, que recorre el  velo para -valga la redundancia- desvelarlos una verdad sustancial, que va más allá de la mera correspondencia de las ideas y los hechos y se arraiga en el decir poético, que hurga en profundidades que se expresan en el lenguaje que se ve desbordado. Justo en este telón de fondo Ruiz Pascacio afirma “Qué augusta sensación la de escucharme.” (27)  y me hace preguntarme ¿es acaso el soliloquio, la forma más genuina de recorrer el propio pulsar de la sangre, de dictar la propia sintaxis de las huellas.? Es bajo esta idea del poetizar donde el autor afirma que “Aprenderás la lección que te dio cada temblor de augurio cada curva del camino. (…) De la resurrección de los bosques aprenderás cada gramo de tu piel. Del reflejo matutino de la nevada, las estrías del firmamento” (35) la escritura de la noche, intrigante y apartada del tiempo (ya se ha dicho desde la astronomía que sólo vemos la historia del cosmos, que frente a nuestros ojos hay un cementerio de estrellas inexistente) aparece ante nosotros llena de “estrías” producto del adelgazamiento/ensanchamiento de la conciencia poética que la mira. Desde el apotegma de Heráclito estamos condenados a ser siempre otro distinto, que de manera falaz cree mirar las mismas cosas.

            Un mérito del libro es su prosa poética, su recorrido único. Circunscrito por un espacio geográfico y referido en el reflejo de los mapas, pero evanescente por la conciencia que lo narra. Lo fino de sus metáforas, las imágenes literarias que aparecen, me hacen recordar la gran prosa poética de Gilberto Owen.

            Ruiz Pascasio está dotado por un generoso conocimiento de la tradición poética, lo utiliza para hacer más intensa su crónica existencial de viajero. Por eso susurra que: “Salgo a recorrer este país. Un mundo por detrás y un cielo por delante” (24); esto es, se asume como un ser que ha de viajar con su historia, que el sendero que recorra ha de ser el de su biografía, pero con la actitud de todo viajero, para dejarse deslumbrar, inquietar o interrogar por el cielo y los designios que hacen de él, el viento, las nubes y el agua. Entonces, su biografía se reconstruye mientras avanza paisaje adentro.

            En el prólogo, Luis Arturo Guichard hace una inteligente reflexión de que la poesía ocupa un lugar dentro de la vida, similar al del relámpago. Cuaderno de Innsbruck está lleno de ello, valga un ejemplo: “Cuál de todas las lunas es la de Innsbruck. La del aro gigante engarzada en tu aguda pupila. La de media semana cremosa en un tazón. La de olvido puro agendada sobre una taberna.” (45). Son imágenes evocadoras que, como el rayo, iluminan para dejarnos ver en el instante el contorno de las cosas para luego mantenerlo semi-oculto. Sin embargo, si hacemos caso a Borges con eso de que la lluvia “sucede en el pasado”, el libro está habitado por la llovizna y la bruma.  Es por ello por lo que hay testimonio de apariciones sensoriales: “Líbrame el día del grito sin condimento. (61) Luego, el poeta habla de “ajos enteros y pimiento rojo” (75) que vienen acompañado de recuerdos concretos de la madre y el padre y de jocosas alusiones a los illuminati e hipotéticos extraterrestres.

            Nos arguye el poeta que “París es un río de tinta llamado Sena, un carmesí de insignias” (81); con ello entendemos un principio irrenunciable, jamás escribimos solos. Siempre vienen a nuestra compañía los muchos otros que desde otra geografía y tiempo nos conmovieron a tal grado que sus versos se volvieron nuestros y algunas veces hacen dictado textual y otras se meten en nuestro inconsciente.

            Los viajes como se ha dicho son introspección y descubrimiento, pendular juego de lo cóncavo y convexo y ahí han de aparecer siempre esos poetas que nos marcan el pulso de la escritura. El autor nos trae consigo y recorremos las ciudades junto con Mallarmé, Bosquet, Paz, Machado, entre otros. No como citas cultas, sino como acompañamiento vital, como el compañero de vagón o banca de plaza con el que necesitamos charlar.

            Este escribir junto, con y desde los otros que nos preceden hace que todo poema sea un dialogo, pero también inhibe la que puede ser la aspiración -paradojal, por cierto- de todo poema que es alcanzar el silencio radical o profundo, que probablemente solo tenga la muerte o ¿la música?:

¿Qué diría de este viento sin rango, que apuesta a la última puerta del vagón en que sus luces encienden la calza de noche del violín que ha desertado del aflijo de una noche sin matriz?

¿Qué diría por ti y por mí y por todos los que escogen una ruta de jazz para volver a colmarse de lo que sobreviene desde ayer sin cromos de por medio? (71).

Quien lea el libro comprará un boleto para adentrarse a un viaje inteligente, donde podrá encontrar esquinas, cielos abiertos y noches por cicatrizar, que nos harán vagar por ciudades que, como la condición humana, nunca se terminan por descubrir.

 

 

Ramón Gerónimo Olvera (Chihuahua,1977) Licenciado en filosofía Universidad Autónoma de Chihuahua, maestro en Literatura por la Universitat de Barcelona, Doctor en Pensamiento Complejo por “Multiversidad Edgar Morin”. Maestro e investigador de tiempo completo en la UACH. A la fecha Director de Extensión y Difusión Cultural. Realizó una pasantía de investigación en la Pontificia Universidad Javeriana, en Bogotá Colombia, donde escribió Sólo las cruces quedaron. Literatura y narcotráfico. Ha publicado 9 libros de ensayo y poesía en diversas editoriales. Además de diversas revistas académicas y de divulgación nacionales e internacionales. Es premio nacional de periodismo cultural.

Poems by Cyrus Console

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MOTETS

 

Why should it bother me

To hear them nearly

Match their singing

 

To the pitch of screws

The traveling choir

Whose joie may never

 

Come this way again

Though I leapt in the streets

Then

*

At their faces’ mercy

They stare in belief

The children in transports

 

With you Paula I

Still have these moments

My voice slipping

 

They say there is a life

Vest under the seat

That we are now free

*

Perfume in testers

In the sense of canopies

In shops with no duty

 

In the space between spaces

In musics like odor

One wanders through

 

In the bottle the London

Water is still cold

Though this is Bucharest

*

The modes I prefer

Give onto landscapes

Passing smoothly at great

 

Faintly perceptible speed

Fields of blue wheat

Stand there vanishing

 

Image of white wind

Turbines on the slope

Silent because it moves

*

Over the crowded roofs

Calls the hooded crow

The cock’s crowing fills

 

Cool arcades with grape

I think many men must

Have broken in this station

 

Where I heard them process

A murderer last night

His unmistakable cries

*

Notes held by Germany

When I was single

“Country lane” had no referent

 

The second rose functioned

As metonym for the exit

Wound made by a lance

 

Raw-boned youth wringing

The tail of a balking cow

Hand over fist

*

A return to the endless

Line snaking my castle

Channels trod in white stone

 

Wind fetched 100 leagues

Through a breach in the wall

Over forest one had not given

 

To ransom a daughter

Or anyone else

For that matter

*

Tunnels and other voids

In which fear was

First reliably contained

 

Thistle and caltrop above

Blankets and night soil within

Six feet of concrete

 

Shot through with bar stock

Two beach views concentrated

Marvelously by iron sights

*

Mesh and coil remains

Of a stochastic trap for minnows

Based on the funnel

 

Strands formed of shells

Whole strata of skeletons

Plastic and sea glass

 

As fractions of land mass

Fuel compressed from plankton

Epoch compressed from fuel

*

At noon to cross the bright

Waste separating resorts one

Mile from an aerobic threshold

 

Drives conflicted as finely

Powdered sugar in the windpipe

Nudists peering down

 

From caves in the soft cliff

Ruined shoes washing ashore

Like this

 

 

THE MONARCH OF THE GLEN

 

The station approaching the second

Class passengers rise and breathe

Smoke and spirit hard enough

To take me back into that version

Of myself who died of those things

And was cured in the rafters

Two handfuls of orange maize

And a knife in the throat

Was my name day that year

You see this is the continent

Sometimes called the old world

 

Loc de joaca reads the gate of the

Play area I take it

Reserved for those wearing

A bracelet the combination

Restaurant hotel resort issues

Overnight guests and yet

Here we are climbing

Gangways or catwalks planked

Haphazardly around old growth

Exculpatory signage fluttering

Autumn in an ill place

 

Everything welcoming or funny

About these mascots bad technique

Has transformed into menace

A dry voice chants from holes

In the face of a fiberglass tree

At the end of a high road

Squirted from a tube

Some great hoof has churned

The limp grass into printed clay

Filling with slips of rain

Put out your hand

 

I put out the hand

That scarcely closes

Around the deep piled velvet

At the great hart’s antler base

Thick hot veins run up

The back of it like seams

Even seen far off there is

No mistaking a dead thing

And there can be less question

Of a live one even a monster

Conditioned to approach the rail

 

 

THE WIRE

 

Though your talking points

Like a mountain stream

 

Ran clear and unchanging

It was two decades

 

I did not study

No I laid down

 

My head and slept

In a dark carrel

*

Certain verses are lost

Because the phone understood

 

Them as search terms

You taught me once

 

We delete everything it’s

Still there only deeper

 

Legible in the particular

As against the oracular

*

There is no wonder

But the fresh green

 

Revealed where clear urine

Splashes the greater plantain

 

Clean of gravel dust

And no name for

 

The black funnel thrust

Into the awed dream

*

Forests their virginity gone

Approach the castle thanks

 

All the lunar energy

Fallen on striped land

 

100% of the energy

Produced here is wasted

 

I take my song

Chopped and screwed thanks

*

Still the voice catches

When stray balloons appear

 

Crossing the various sky

What red cursive legal

 

Tender smell of cocaine

Silence on tape sudden

 

Wham of body mics

Unclipped and set down

*

We stood and watched

Hot wind blown loud

 

Though a jagged slot

This is the best

 

Lavatory in the world

You said to me

 

Later you said Dad

Can I whisper something

*

Everything in the Communist

Era trains continued working

 

Long after it broke

Where the steel bowl

 

Narrowed to a mouth

Sped the blurred earth

 

It makes me happy

When I stream music

*

These are generous comments

But I won’t continue

 

Because I am alive

My children between them

 

Thirteen man-years of joy

All the best songs

 

Written already in committee

Ok Google take note

*

Is this the air

You were calling for

 

For four fall days

Native trees looking like

 

Embers on a pike

Someone shouts look away

 

Brights on on Meyer

Freeze icons in prayer

*

When we party now

We release the funds

 

And watch them fall

Like sunbeams through Nyquil

 

A dead Western people

Who numbered in octal

 

The flowers of Mendocino

Someone shouts look alive

 

 

THE LIBRARY

 

“Look at your hands” was one

Critical teaching the book I had

From the school library offered

As soon as you know what it is

Look at your hands in the dream

 

In order to open something

Theoretically like a door to willing

Progress through wherever we are

Sent by night to wander among

Known persons and composites

 

“Progress” fails to capture it

The promise was total choice

Peripheral highway modulating

Into pine needles and orchids

Among the objectives of dream

 

Once or twice in the immediate

Sequel to that reading I believe

I came to myself and looked

Down to see my hands

In what was still childhood

 

Since my priority was to fly

Though I found I couldn’t rise

More than a few feet or travel

Swiftly or with precision

There is a lesson here

 

No margin can contain

Next I noticed certain light

Radiating through the glass

And it was tomorrow

The day I read no further

 

Often without waking I enter

Into something like suspicion

This must be it there is

Something I have to do

Else why am I floating

 

While I look my eyes come

Open and the room returns

To mind like a technicality

I breathe and there is only

This feeling of having known

 

 

Cyrus Console  is an American poet, essayist, and memoirist from Topeka, Kansas. Console studied biology as an undergraduate at the University of Kansas. He also earned an MFA in writing from the Milton Avery Graduate School of the Arts at Bard College and a PhD in literature and creative writing from the University of Kansas. His first book of poetry, Brief Under Water, was published in 2008, and his second book of poetry, The Odicy, appeared in 2011. A memoir, Romanian Notebook, was published in March 2017 by Farrar, Straus and Giroux. Console is currently a professor at the Kansas City Art Institute.

Gloria Gervitz: una vida de obediencia a la Palabra

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El 19 de abril de 2022, al mediodía, Gloria Gervitz murió. Conocí su obra a través de Raúl Dorra,[1] en 1999. Su poesía habría de dejar en mí una impronta indeleble. La leí con avidez y pasión desde entonces. Tuve la oportunidad de conocerla en el año 2000, cuando Raúl Dorra la invitó a una lectura en el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Recuerdo el asombro que me produjo su voz. Quien haya estado alguna vez en una de sus lecturas sabrá a qué me refiero. Gloria era una mujer más bien pequeña, de mirada penetrante y algo taciturna. Uno no espera que, de ese cuerpo menudo, emerja una voz poderosa, robusta, dominante. En su voz tomaba cuerpo la fuerza de su poesía.

Dorra, uno de los primeros y principales estudiosos de la poesía de Gervitz, además de su promotor y divulgador, murió el 13 de septiembre de 2019, casi dos meses después de haber tenido lugar esta entrevista, esta vez, íntegra. El 16 de julio, Gloria y yo hicimos una video-llamada a Raúl. Ninguno de los tres imaginaba que aquélla sería nuestra despedida. Fue Raúl quien me regaló a Gloria, por lo que no puedo sino entregar este texto en memoria de ambos.

La iniciativa de entrevistar a Gloria fue del poeta Fabrício Marques, con motivo del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2019 que el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile había otorgado a Gervitz en el mes de mayo. Por cuestiones de espacio, sólo una parte, con algunos fragmentos de Migraciones, se publicó el 8 de octubre de ese año en el portal de la revista brasileña Cult. La traducción al portugués, tanto de la entrevista como de los poemas, fue realizada por la escritora Nina Rizzi. Al mes siguiente, la versión en español sería publicada, también por Fabrício Marques, en el portal de Vallejo & Co. La conversación con Gervitz tuvo lugar el 16 de julio en su casa, en San Diego California, su último lugar de residencia.

@Pascual Borzelli Iglesias

––Hace cuarenta y tres años comenzaste a escribir un poema titulado Shajarit, un poema que como un árbol comenzaría a crecer hasta convertirse en lo que hoy conocemos como Migraciones. Aquellas palabras seminales fueron “En las migraciones de los claveles rojos donde revientan cantos de aves picudas y se pudren las manzanas antes del desastre”. ¿Qué te dicen ahora, en este momento de tu vida, estas palabras?

––Hasta la fecha no he podido saber realmente qué quieren decir esas palabras. Ha habido diversas interpretaciones que otros han escrito sobre estas líneas. Yo no tengo realmente ninguna. Sigo sin entenderlas. No sabría explicar qué quise decir con ellas. Las traía en la mente. No me acababan de hacer sentido. Simplemente me atreví a escribirlas y fue como si abriera algo. Una llave. Porque esto empezó a seguir y a seguir. Y simplemente me dejé llevar por el poema. Fue la primera vez que sentí que ésa era mi voz. Sentía que todo lo que había escrito antes no era mi voz todavía.

––Un nombre a veces termina por convertirse en un destino. Si pensamos que la palabra “migraciones” alude a un desplazamiento, en tu poema tenemos también voces que se desplazan de un sueño a otro, de un tiempo a otro, de un espacio a otro, incluso de una lengua a otra: encontramos oraciones en hebreo, fragmentos en inglés.

––Me doy cuenta de que el título acabó por quedarle muy bien al poema porque existen dentro de Migraciones muchas migraciones. Para mí, más que nada son migraciones interiores —aunque también hay migraciones hacia fuera: las mismas palabras, versos, a veces páginas enteras, migraron de un lugar a otro dentro del poema. Cuántas veces no hemos migrado dentro de nosotros. En ese sentido, podría decirte que mi vida ha tenido etapas tan distintas, como si fueran vidas diferentes, y quizá lo único que las une es que la protagonista he sido yo. Creo que nos pasa casi a todos, conforme vas viviendo más años, te vas moviendo dentro de ti, se mueven tus prioridades y las preguntas vitales se van contestando con la vida misma. El título lo encontré muy rápido. Fue cuando el Fondo de Cultura Económica por primera vez publicó [1991] las primeras tres partes que tenía en ese momento Migraciones [Fragmento de ventana, Del libro de Yiskor y Leteo]. Estas partes yo las consideraba poemas distintos pero que podían convivir juntos. Sentí que Migraciones agrupaba bien a los tres poemas, además porque en “Yiskor” hablo directamente de mujeres que migraron de Europa del Este a México.

––Y resultó muy significativo en muchos otros sentidos, porque la palabra “migración” alude a un desplazamiento, a estos movimientos de los que hablas. Y en el universo poético de Migraciones tenemos también voces que se desplazan, se desplazan de un sueño a otro, de un tiempo a otro, de un espacio a otro, por un parte. Y también resultó casi profético el título, porque ha sido un poema que ha migrado de una lengua a otra. No sólo dentro del poema mismo encontramos fragmentos escritos en otros idiomas. Hay oraciones en hebreo, fragmentos en inglés. También el poema ha tenido sus migraciones a otros idiomas a través de la traducción.

––El poema y yo tenemos una relación muy simbiótica. Hemos crecido juntos y hemos convivido durante cuarenta y tres años. Todavía por marzo y abril de este año le hice pequeños ajustes. Extrañamente, más que quitar, regresaron algunos versos. Yo los había eliminado de distintas partes del poema y me sorprendió que empecé a despertar varias mañanas y traía en la cabeza uno, dos o tres de estos versos en la cabeza que regresaban, como cuando sueñas con alguien que ya murió y el sueño es tan vívido que casi sientes que viste a esta persona. Parecían fantasmas que rondaban y me pedían regresar. De repente me di cuenta que había hecho bien en quitar ciertos fragmentos —que habían sido escritos en distintos momentos— y no es que estuvieran mal pero ya no le servían al poema, ya no le añadían nada. Habían funcionado como andamios que necesité incluso para seguir escribiendo, pero que ya no necesitaba ni yo ni el poema y pude quitarlos sin que se me cayera el edificio. Pero los versos que me regresaban sí decían, sí servían. Y terminaron por estar juntos, casi uno tras otro, en la primera parte del poema, aunque haya diferencia de treinta años entre ellos, quedaron bien juntos. Una vez que los rescaté para ponerlos en su lugar, dejaron de despertarme. Y no es que yo esté constantemente releyendo el poema. Sólo vuelvo a él cuando tengo alguna invitación a una lectura. Tengo como disciplina no leerlo ni aprendérmelo de memoria. Siento intuitivamente que, si lo hiciera, dejaría de verlo y lo repetiría como perico. Tengo una relación simbiótica con el poema y es como si él viniera a mí. El poema está dentro de mí y yo dentro de él. De hecho, en esta ultimísima versión al día de hoy, yo creo que sí nos estamos despidiendo el poema y yo. No voy a decir como en otras ocasiones, que ahora sí ya lo terminé, pero sí creo que cada vez nos acercamos más tanto el poema como yo a un final.

––Me parecen interesantes estas expresiones que usas: “El poema me pidió”, “me exigió” tal o cual decisión. Dejan ver que el acto de escritura no es totalmente voluntario. Percibo en tus palabras una especie de obediencia.

––Yo creo que hay cosas que no se pueden explicar. De algún modo escribo de lo que no sé. Si realmente supiera seguramente me encajonaría en reglas y no dejaría fluir las cosas. Lo que sí he sentido y hecho es estar al servicio del poema. He llegado a sentir que escribir se parece mucho a un voto monástico: tú te das a la poesía. Tú te le entregas y, al entregarte, ella responde o no. Por ejemplo, he pasado cuarenta y tres años para dejar escritas 266 páginas, aunque he escrito muchísimo más, pero eso es lo que quedó. He pasado temporadas a veces de años en que no he escribí una palabra, en que de verdad sentí que me había secado. Y eso me dolía porque no nos olvidemos de que vivimos una época en que la productividad, la cantidad, el mucho en todos sentidos (escribir, publicar…), es importante. Pero con la poesía estás más a la intemperie, más desamparada. No hay nada de qué agarrarse más que de la poesía misma. La tienes o no la tienes. Muchas veces traté de escribir poesía porque habían pasado tres o cuatro años sin escribir, y me forzaba. Y a lo mejor no estaba mal escrito, pero no tenía lo esencial: no tenía alma. En muchas cosas yo más bien soy impaciente y con la poesía aprendí a ser paciente. Una de las cosas que me ha tocado aprender en mi vida es precisamente la paciencia.

––Me has hecho recordar mucho esa reflexión de Paul Valéry en torno a “El cementerio marino”: “No sé si aún está de moda elaborar largamente los poemas, tenerlos entre el ser y el no-ser, suspensos ante el deseo durante años; cultivar la duda, el escrúpulo”. La espera es quizás el tiempo de que está hecho tu poema o ¿cómo es el tiempo de tu poesía?

––Creo que, la mayor parte de las veces, si no es que todas, el poeta es el menos indicado para hablar de su poesía. Uno no puede escribir poesía pensando si está de moda o no. Uno no escribe poesía para darle gusto a nadie. Uno escribe poesía porque no puede no escribirla.

@Pascual Borzelli Iglesias

––Me parece que es pertinente la reflexión de Valéry cuando dice que estos poemas compuestos largamente “toman poco a poco la importancia secreta de una empresa de reforma propia”. ¿Tú sientes que el poema también te transforma a ti?

––Estoy muy de acuerdo con Valéry. Ciertamente, yo fui transformando el poema y él a mí. Fuimos creciendo y aprendiendo juntos.

––En tu poesía hay una dimensión religiosa. Podemos encontrar oraciones hebreas pero también plegarias propias de la religión católica, ¿cómo se amalgaman estas tradiciones que conviven en y alimentan tu poesía?

––Alimentaron mi vida. Nací en la Ciudad de México. Provengo del lado paterno, así como del lado del papá de mi mamá, de judíos de Europa del este. Mi abuela materna era de Puebla. Viví prácticamente toda mi vida en México, hasta estos últimos años en que estoy en San Diego. Así que esas tradiciones no las veo antagónicas. Pueden convivir distintas lenguas y culturas. Esto se da en tantos ámbitos en nuestra época. Gracias, por ejemplo, al internet, puedes pasar de una cosa a otra. Yo escucho fragmentos de oraciones en hebreo, aunque mi familia no era muy estricta en llevar las tradiciones religiosas. Por otro lado, como lo digo en el poema, tuve esta nana ¾mi nana Lupe, que es el único nombre que menciono porque me salió del alma, era de Oaxaca y no hablaba muy bien español¾ que me llevaba a misa a escondidas de mis padres. Además, viviendo en México, acabas queriendo a la virgen de Guadalupe, que también es mi virgencita. Recuerdo haber ido a un encuentro de escritores judíos latinoamericanos en Jerusalén; ahí entré a un museo donde encontré una pintura de la Virgen de Guadalupe, sentí una emoción increíble, se me salieron las lágrimas. Estoy hecha de todo esto. Las irrupciones de algunas palabras o líneas en otros idiomas, por ejemplo, en hebreo o más bien arameo, están así porque así las oí. Y si las tradujera perderían ese sentido litúrgico que tienen al ni siquiera entenderlas. Creo que las cosas más importantes no las entiende uno muy bien. Mientras más tiempo vivo más me doy cuenta de que las cosas realmente importantes son un misterio y son las que luego nos van llevando y nos guían. Me ha sorprendido que llegué a escribir muchas cosas antes de que en realidad pasaran. Alguna vez leí en Brodsky que la poesía tiene algo de profético. Creo que es cierto. Mi explicación es que mucha de la poesía ocurre en una zona como de pre-conciencia de uno. Si fuera en el inconsciente no la podríamos detectar, pero tampoco está ahí en lo abierto o explicable, porque entonces eso impediría que fluyera.

––Aunque el poema no sea narrativo en tanto no nos cuenta una historia, creo que hay un relato. Incluso diría que de cierta manera Migraciones, además de lírico, es un poema épico: nos muestra la épica de la voz, el drama del decir. El conflicto en tu poema es esta continua tensión entre la voz y el silencio, más que entre la palabra y el silencio porque me parece que la Palabra también se constituye de silencio. Recuerdo que en la versión del año 2000 había un verso muy sugerente: “El silencio es un trabajo que durará toda su vida”.  ¿En eso se juega el oficio de poeta?

––Yo creo que una parte sí porque de algún modo le estás todo el tiempo queriendo arrancar a la poesía palabras. Y al mismo tiempo esas palabras están sostenidas por el silencio. Las palabras toman cierta fuerza cuando las rodeas de silencio. En Migraciones hay muchas páginas rodeadas de silencio. Hay una en particular, donde aparece la línea “¿me oyes todavía?”, que está cargada hacia el margen derecho y el resto de la página vacía. La pregunta está rodeada de silencio y “expectativa”[2]. Es la voz que espera una respuesta, pero no sabemos si hay una respuesta. El poeta tampoco sabe si la habrá. En ese sentido, el poeta vive en una especie de intemperie, como en una orfandad constante. No tienes asideros. La voz dialoga consigo misma y con el silencio. Pesan las palabras. Y pesa el silencio. Y pesa esa intemperie de las palabras que están a su vez recogidas y amparadas por todo ese silencio, que las rodea y les da cuerpo y forma. El poeta está ahí expuesto, increíblemente vulnerable. Me sucedió que, en esta última época que ha sido muy creativa en la cual el poema me fue saliendo de muy de adentro, de las entrañas, yo me sentí muy expuesta con todo lo nuevo que tenía el poema. El miedo ha estado presente desde el principio, pero en esta última versión adquiere una presencia casi corporal. El miedo es otro de los interlocutores de la voz. Tanto el miedo le habla a esa voz que lleva el poema como esa voz interpela al miedo. Extrañamente, sí hay una cierta epifanía al escribir poesía, pero también estás muy huérfano ahí. Siempre me acuerdo de Gaston Bachelard, que decía que tan sólo poder escribir poesía ya es un regalo; no importa qué tan triste es lo que escribas, el hecho de escribir es ya una alegría en sí. Es una especie de vuelo, pero ¿cuánto puedes sostenerlo? Hay por eso una intemperie enorme en escribir, en habitar la poesía y en dejar que te habite.

––Rescato esto que decía Abraham de que la poesía es “una expectativa”, a la que está ligada la atención, la espera. En este sentido, el silencio es una forma de la atención y la tensión como se expresa con frecuencia en el poema: “¿Qué me vas a decir? ¿Qué más me vas a decir?”. Y a continuación de estas palabras se despliega el blanco que representa un silencio, pero no un silencio carente de significación, sino que expresa una suerte de promesa, de espera, de atención, de obediencia. El silencio tiene un protagonismo impresionante en tu poesía.

Sí lo tiene.

Abraham: Por eso le es tan importante el acomodo que tienen las palabras.

––Es la parte visual que tú trabajaste. Tu tesis de maestría tiene que ver con mi puesta en página. Retomando lo que decías de que el miedo tomó un papel más protagónico, el miedo ya estaba allí, pero de cierta manera a un lado. Yo siento que la presencia del silencio o el miedo están representados en la forma en la que me pide el poema. Es como sacar las palabras a escena. Las acomodo como si fueran escenografías. No hay que ponerlas como si fueran soldaditos; deben tener movimiento, aire, que vibren. Aunque son objetos, aún en su estatismo, hay un movimiento.

––También pensaba que, al lado de la voz (que es como “el tema” de la poesía), está el cuerpo. En tu poesía el cuerpo es un elemento crucial y que está explorado desde distintas formas: en lo erótico, lo sexual, lo sacrificial incluso, o visto en su desgarradura o en su gozo. También adquiere una dimensión sagrada, particularmente, en la sección que tuvo como nombre “Pythia”, esto se ve de manera muy clara. Me parece que la Palabra, esta gran figura en tu poesía, no es una entidad abstracta, sino que tiene una presencia muy concreta, casi corpórea, táctil. Las palabras, a su vez, son presencias corpóreas. ¿Cómo planteas tú el vínculo entre la palabra y el cuerpo o entre la voz y el cuerpo?

––Cada vez tengo más la idea de que la que es de carne es el alma. Se dice el alma y el cuerpo como si fueran entidades separadas. Por lo demás, todo lo que sentimos es a través del cuerpo, tanto el dolor como lo sublime, lo que nos lleva a eso es este cuerpo tan mortal en el que estamos metidos, tan fuerte y frágil al mismo tiempo, tan vulnerable. El cuerpo es absolutamente mortal y me sorprende lo valiente que somos: todos vamos a morir, pero tratamos de hacer esto y lo otro, contentos y llenos de proyectos como si fuéramos a ser eternos. Y es el alma la que es de carne. Yo creo que estas dicotomías del cuerpo y el alma, la carne y el espíritu, no son ciertas. El que es de carne es el espíritu, el alma; así como el cuerpo y la palabra son alma también. Todas las emociones, como la expresión erótica del amor, se sienten con el cuerpo, no en abstracto. Aunque te las imagines, tu imaginación está dentro de ti, anclada en ese cuerpo que eres tú. Nos parece tan extraño y casi absurdo el saber lo mortales que somos, el saber que, en el fondo, lo que vamos a acabar de ser todos, con todo los que hemos sido, nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestros miedos, es olvido y más olvido y más olvido. Nos aterra pensar que, en lo que vamos a acabar, va a ser en el olvido. La inmortalidad para mí está aquí, mientras estamos vivos. Porque qué otra inmortalidad hay, quién va a saber que va a ser inmortal de otro modo. Y eso es lo impresionante de la vida: que es un misterio.

––Cuando dices que alma es como el cuerpo o el cuerpo como el alma, es como esa pequeña eternidad que se nos regala…

––Este cuerpo, este instante es nuestra eternidad.

––Pero anclada en el cuerpo…

––Totalmente.

––La sección que inicialmente conocimos como “Septiembre”…

–que sigue cerrando el Poema.

––tiene ese anclaje en el cuerpo. Para continuar con el tema del cuerpo, hay una diversidad de cuerpos en tu poesía. Vemos una niña explorando su sexo o vemos a las muchachas reconociéndose en su corporalidad, a una mujer madura que está viéndose frente al espejo interrogándose “¿Yo? ¿Esa mujer soy yo?”. Tenemos el cuerpo en sus distintas edades, en su devenir cuerpo. Pero también hay una figura que a mí me parece clave en tu poesía, la de la sibila. Me parece que la sibila es ante todo un cuerpo, un lugar donde las voces se hacen presentes. Es como el gran lugar de la enunciación, pero ¿también podríamos pensar que es el lugar de la anunciación, como el lugar de las revelaciones? ¿La sibila sería una metáfora de lo que es el poeta?

––Quizás sí. La poesía extrañamente tiene algo de profético para el poeta. Porque ocurre en una parte de nosotros en la que no estamos muy conscientes, en una pre-conciencia, como cuando te estás despertando y logras aprehender algo de lo que soñaste, un fragmentito, como esta linda mascada de seda tan delicada que casi se te deshace de la mano; de esa penumbra logras arrancar algunas palabas y es como si violentaras esa delicadeza, esa seda, para extraerle algunas palabras que a veces acaban por decir cosas que años después sucedieron. Mucho de lo que escribí pasó o acabé por vivirlo, no exactamente como se dice en el poema, pero sí algo muy semejante. He escrito algunas cosas que en verdad me han sorprendido. Por ejemplo, yo no había visto morir a nadie y catorce años antes de que muriera mi papá escribí “Mis muertos son tan reales como yo, les hablo en ruso y en idish”. Mi papá llegó a México cuando tenía cerca de nueve años de edad, su idioma materno era el ruso y en su casa hablaban tanto en ruso como en idish. Y resulta que catorce años después, en los últimos tres o cuatro días que vivió mi papá, que desde que había llegado a México sólo habló español, lo olvidó y todo lo poquito que hablaba era en ruso y en idish. Mi pobre mamá, que no entendía ni ruso ni idish, le pedía que le hablara en español. También me impresionó el hecho de que una línea que escribí hace treinta y tantos años en lo que era “Yizkor” (“somos los que se van”), también fue escrita más o menos igual por un poeta judío polaco en una estación de tren en Polonia. Esto lo supe a través de un ensayo sobre Migraciones. Otro ejemplo, hace cincuenta años, uno de los primeros textos que publiqué decía: “Me voy a casar con Abraham”. Con esta frase le estoy dando voz a mi abuela poblana Carmen, que en efecto se casó con mi abuelo Abraham y que a los 70 años se suicidó de un tiro. Este episodio me impresionó mucho y fue por eso que escribí algunos poemas en prosa que se acercaban al tono que después tendría Migraciones. Esto fue hace cincuenta años, llevo escribiendo poesía cincuenta años, empecé a finales de 1969. Mi abuela paterna, mi abuela materna (a quienes reinvento en mi poesía) y mi mamá fueron en ese entonces una fuente de escritura, porque son tres mujeres muy complejas e incomprensibles para mí, verdaderos enigmas. Lo primero que escribo es como si fuera mi abuela ––eso fue el comienzo de Migraciones––, que dice cómo todo lo que importó en su vida, lo que le gustó y que guardó tanto, de repente se empaca en cajas que se sacan y de pronto todo se acabó. Lo primero que yo escribo, que siento que ya vale la pena, empieza diciendo “Me voy a casar con Abraham”. Claro que a la que estoy haciendo hablar es a mi abuela.

––Sin embargo, a la vuelta de los años, una mujer como tú se casa con un hombre que se llama Abraham. Esta anécdota nos deja ver una cuestión de fondo, de la poesía en general, y muy particularmente de la tuya, que tiene que ver con el tiempo. Estamos acostumbrados a pensar el tiempo como sucesión, como una línea que avanza en la que no hay retornos. No obstante, en Migraciones, encontramos retornos, no sé si en círculo, pero tal vez sí en espiral pues no se regresa exactamente al mismo lugar. Esta imagen que incluso me parece muy bella, la de la espiral, nos devuelve a una interioridad del tiempo mismo, como si el tiempo se pensara a sí mismo. ¿Cómo toma forma el tiempo en tu poesía? Hay muchos versos que aluden a ese retorno: “porque siempre es la primera vez / porque hemos nacido muchas veces / y siempre regresamos”, “todo no es sino tiempo”, “llego al lugar del principio donde comienza el comienzo”, “transcurrimos en nosotros mismos”. En estas líneas se expresa una forma particular de vivir el tiempo. ¿Cómo percibes el tiempo dentro de tu poema?

––Lo único que yo puedo decir es que tengo un sentimiento de tiempo largo. Para la mayoría de la gente parece que el tiempo pasa muy rápido, pero para mí el tiempo es largo, como que pasan muchas cosas dentro de ese tiempo. Siento que pasan tantas cosas dentro de mí que me hacen sentir que, en lugar de que pase rápido, es un tiempo largo, expandido, que se hace grande. Le caben muchas cosas al tiempo.

––En ese sentido, parece como si te estuvieras refiriendo a esas representaciones clásicas de la memoria como espacios, en donde colocamos las imágenes que deseamos recordar. Particularmente en tu caso, no se trata del tiempo lineal, sino de una esfera, una especie de contenedor, casi de matriz, donde cabe todo. Y lo pensaba por estas anécdotas que cuentas. Eso que parecía referirse al pasado se actualiza en un presente y es como si no hubiera transcursos sino retornos.

––En todo caso, te podría decir que quizá vivo el tiempo más así, como algo circular, más que lineal. Sí, he dicho “transcurrimos dentro de nosotros”. Siento que el verdadero tiempo está dentro de mí, porque es mi tiempo, el que habito, y ese tiempo tiene un espacio. Extrañamente también es un espacio en una especie de “presente perpetuo”, en el que regresan las cosas aunque sean transformadas. Como sucedió con lo que dije de “Me voy a casar con Abraham” o con la línea “somos los que se van”, siento que yo habito más en un tiempo circular. Siento el tiempo lento. Estamos apenas en julio, pero siento que ha pasado mucho tiempo, que este año ya lleva mucho tiempo. No siento que sea rápido. En este año me han pasado muchas cosas, fuera y dentro de mí.

––Esta concepción del tiempo está muy ligada al espacio. Recuerdo esta línea: “Aquí está todo, aquí está allá”. Esto es interesante porque Migraciones no es un poema estático sino que está hecho de desplazamientos que acontecen con suma lentitud, que por ello son difíciles de demarcar sus trayectorias.

––Pienso que sí y creo que tienes razón cuando dices que el tiempo para mí es esférico.

––Hay ondulaciones dentro de esa esfera.

–– Sí, y me pone muy nerviosa sentirme apurada, que tengo que hacer demasiadas cosas afuera. No me gusta, me pone nerviosa. Necesito mi tiempo, que es lento. Soy al revés de la gente que necesita estar haciendo una cosa y luego otra, que tiene que estar siempre ocupada. Me gusta quedarme muy quieta, casi sin hacer nada.

Abraham: Porque es cuando pasan cosas dentro de ti.

––Probablemente. Pero sin que me dé cuenta. No es que yo diga me voy a quedar quieta para que sucedan cosas dentro de mí. Siento que, si tengo que estar en demasiadas cosas al mismo tiempo y tienen que ver con el afuera, me canso, me agobio. Me agobia tener que estar como muy ocupada afuera.

––Eso habla mucho de tu trabajo también como poeta. El poema marca su propio ritmo.

––Sí, yo tuve que ajustarme a los tiempos del poema. El poema me impuso este tiempo lento en el cual, por lo visto, yo he acabado por sentir que es mi casa también. Yo habito ese tiempo lento.

Abraham: Es una concepción del tiempo totalmente diferente. A mí me impresiona tremendamente que de repente diga “ay, creo que se me corrió esta línea y creo que esa línea tiene que ir aquí”, de algo que escribió hace treinta años. ¿Cómo sabe que eso va ahí, en ese lugar?

––Y además esto que me contabas de la corrección de esas líneas que regresaban como fantasmas. De pronto, una línea que escribiste recientemente convive con una que escribiste hace treinta años, por ejemplo.

Abraham: No nada más convive, la exige. Ella siente que tiene que estar ahí.

––Es el poema el que me pide eso. Yo se lo doy.

––Tú obedeces.

––Yo obedezco.

––Aprovechando un poco esta intervención de Abraham sobre cómo las líneas migran y se acomodan. En ello hay una dimensión visual y espacial del poema. En la historia de Migraciones, lo visual ocupó una atención de tu parte. Recuerdo que, por ejemplo, la versión de Yiskor[3] estaba acompañada por unas reproducciones de pinturas de Julia Giménez Cacho y, de manera más enfática, en la edición de Pythia,[4] este poema está dividido en cinco partes y la quinta no está hecha de palabras sino de imágenes: tres colotipias de Luz María Mejía, donde se captura en movimiento el cuerpo de la bailarina Lola Lince. ¿Cómo viviste esa relación con estos otros discursos, la pintura y la fotografía, que corren paralelos a la poesía? Además, tú siempre tienes mucho cuidado en las ediciones al elegir la portada, para las que recurres mucho a reproducciones de Magali Lara. Tienes un vínculo muy fuerte también con las artes plásticas.

––Mira, a mí el mundo me entra por los ojos. Paradójica y tristemente, perdí un ojo. Tengo un solo ojo, a mí que me entra el mundo por los ojos. No querría y no podría vivir sin ver. Ver me es esencial. A mí me enriquecen, me gustan los objetos. Me gusta, por ejemplo, lo que para mí son cosas bellas. Me gusta que el libro también sea un objeto bello que tú puedas tener, sentir, tocar, que el color vaya de acuerdo al poema. Por ejemplo, hablando de Pythia, el color que elegí, café tierra, es uno de los menos comerciales. Lo elegí porque sentí que evocaba esas cuevas, que me imagino como espacios cerrados con tierra, en las que las sibilas estaban en Delfos. Por eso quise que el libro fuera de color café. Y estas colotipias, que son una técnica antigua de tomar fotografías, también tienen ese color. Yo tenía justo 50 años cuando escribí Pythia e hicimos esa sesión de fotografías con la bailarina Lola Lince. Estas colotipias enriquecían el poema.

––¿Cómo fue esa sesión?

––Esa sesión fue mágica. El pintor Arturo Rivera conectó a Luz María conmigo. Conocía el trabajo de Luz María y había leído algo mío y le pareció que debíamos hacer algo juntas. Así nos conocimos. Efectivamente, a ella también le gustó Pythia. Entonces yo fui a Guadalajara. Ella vivía en un lugar donde está la Barranca de Oblatos. Era un lugar extrañísimo. Las ventanas no tenían vidrios. Había telarañas que eran casi parte de la decoración. Era la primera vez que yo tenía una beca, a finales de 1992. Hicimos este proyecto como parte de la beca. Yo tenía escritos solamente unos doce fragmentos de Pythia. Tuvimos dos sesiones de fotografía. Una fue a las doce del día, otra a las dos de la tarde. Así lo quiso Luz María por la forma como caía la luz. A las doce no había sombra, a las dos ya. Me sentaron en un equipal. Lola llegó, traía como una capa, se la quitó, estaba desnuda. Tenía un cuerpo muy hermoso, pero era el cuerpo no de una muchacha sino el de una mujer en sus cuarenta. Encendieron copal.

––Como algo ritual.

––Muy ritual. Nos dieron, a cada una, una copita de tequila. Yo leo los pocos fragmentos que entonces tenía de Pythia. Los leo y Lola los interpreta con su cuerpo. Por eso ves de repente ese cuerpo como dice el poema: “Y ella sola en su fondo / larva / se estremece / se contrae como un molusco / pálida / en lo más hondo del adentro / acechando”. Lola hacía así, movimientos que puedes ver en las colotipias. Lola expresaba con su cuerpo mis palabras, mientras la otra tomaba las fotografías de las palabras interpretadas con los movimientos del cuerpo de Lola. Me acuerdo que hubiera dado no sé qué por tener más fragmentitos de lo que acabó por ser Pythia porque fue mágico, fue muy hermoso esto. Y de hecho, la sesión de fotografía me dio como tres o cuatro fragmentos después. Hay uno que dice “resquebrajamiento / entre los muros” ¾que antes decía blancos, luego quité los adjetivos¾, “espiral amarilla / nudo”; en realidad estaba viendo el cuerpo de Lola. Las palabras fueron corporales, me las dio el cuerpo de Lola. Y Luz María las retrató. También me acuerdo cuando entré con Luz María al cuarto oscuro, cuando estaba revelando las fotos. Fue muy emocionante. Las artes plásticas y toda esta cosa visual…

–– y corporal.

––Sí, aquí Pythia fue realmente visual y corporal.

––Por eso decidiste que esa quinta parte del poema fueran las colotipias.

––Totalmente, porque eran parte del poema. Fíjate, esa edición tiene todas estas cosas: es una edición que hizo Mario del Valle, una edición pequeña, muy bonita, y le pedí que quitaran la numeración a las páginas, porque los números metían ruido. Las páginas no están numeradas, no están más que las palabras solas en la página sin números.

––Es como un espacio también.

––Es un espacio también y la última parte son las palabras con cuerpo que, bueno, no son las palabras, pero es el cuerpo de Lola que habla también.

––Sin embargo, para las ediciones posteriores, tomas algunas decisiones importantes, como eliminar esa quinta parte.

––Ah, claro, porque si la hubiera dejado rompería el fluir del poema. Eso funcionó para esa edición. Pero nunca se me hubiera ocurrido dejar esas colotipias. Imagínate lo que hubieran hecho esas colotipias dentro del poema. Lo hubieran modificado radicalmente.

––No obstante, lo visual no desapareció absolutamente, porque tú pones mucha atención en ello. Por un lado, tienes mucha lucidez para ir podando el poema, eliminando cosas que le sobran…

––O agregando o regresándole cosas.

@Pascual Borzelli Iglesias

––Y también pones mucha atención en algo que no siempre es común, para un cierto modo de hacer poesía, que es la plasticidad del poema representado en la página. Para ti los espacios en la página son parte del significado. Tienen sentido.

––Totalmente. Soy muy visual. Para que las palabras puedan tener tanto la fuerza, como la delicadeza que requieren, necesito también del espacio de la página, que es el marco para poderlo dar. El espacio, la visualidad cuentan muchísimo. Es otro registro. Así como el silencio, de algún modo está sosteniendo también al poema, toda esta espacialidad de la puesta en página, lo visual, es otro de los sostenes del poema.

––Cuando trabajas sobre esos ajustes, ¿cómo logras tener esa distancia y esa lucidez? Así como la creación te exigía un cierto estado de conciencia, que tú llamas pre-conciencia, ¿la corrección te exige otro estado mental? ¿Cómo realizas ese trabajo de corrección?

––Yo creo que ahí el tiempo ha tenido mucho que ver porque el tiempo me ha permitido ver muchas de las cosas que no podía ver cuando estaba demasiado cerca, como te va pasando con tu vida misma. Es el tiempo el que te empieza a dar más perspectivas de tu propia vida. Es el tiempo el que hace que vayan cambiando tus prioridades. A través de él he podido ir haciendo este trabajo, como dices, de podar. En cuanto a las puestas en página, obedezco al poema. Allí no me cuesta mayor trabajo; sé cómo van las líneas. Desde hace mucho, prácticamente hago los poemas en la cabeza. Los veo, los oigo y los hago en mi cabeza. Los medio escribo a mano en un cuaderno con mi letra grandotota. De pronto tengo una línea y ésta me va llevando a otra. Y al mismo tiempo casi como que los veo en la página. Cuando veo que hay algo los paso a la computadora. Sé cuándo una línea dice algo que me va a llevar a otra cosa que quizá vale la pena. También sé cuando estoy escribiendo algo que la mera verdad no dice nada. Es muy fácil para el poeta, para el artista en general, engolosinarse con lo que hace. Y el tiempo me ha permitido tomar una distancia de lo que he escrito, me ha permitido poder ver las cosas casi como si yo no las hubiera escrito. Cuando tomas distancia puedes ver, ser mucho más objetiva. Lo último que has escrito suele ser lo que más te gusta porque es con lo que te sientes más cercana. Sientes que te quedó muy bien. Terminaste el trabajo y te sientes satisfecha, sientes que está muy bien. Y es con el tiempo cuando, de pronto, tú dices aquí la mera verdad me falló o esto no valía la pena y, en otras, dices mira esto está bien. El tiempo ha sido, en mi caso, un consejero, como un filtro, un decantador. Ahora bien, el tiempo también tiene un peligro muy grande, que es el de la costumbre. Tienes una cosa y te acostumbras a ella a tal grado que llega un momento en que ya no la ves. En ese sentido, tuve como regalo esta época muy reciente en que la poesía quiso visitarme, vamos a decirlo así. Y tuve esta época, de verdad muy creativa, en la que escribí como una cuarta parte del libro en un tiempo muy corto: escribí como 120 páginas que más o menos valían la pena o que al menos dejé lo mejor posible. Por otra parte, el estar tan dentro de la poesía como estuve ¾como pocas veces, esto duró casi dos años¾, de pronto me permitió estar lúcida y me permitió ver por primera vez muchas cosas a las que me había acostumbrado y no veía. Como ya te mencioné, me sorprendí con lo que una vez fue “Leteo”. Ahí fue donde vi los efectos de la costumbre y lo poco fiable que es el juicio del poeta sobre su propia obra. Porque para mí “Leteo” era una de las partes que me gusta mucho y solía leerla en las lecturas a las que me invitaban. Me sentía a gusto leyéndola. Y fue la parte, me atrevería a decirlo, que sufrió más cortes y más cambios. Le sobraban cosas. Eché fuera más de la mitad de lo que fue “Leteo”. Era el que tenía las partes más descriptivas, más narrativas. No eran malas, pero no le agregaban ya nada al poema. Fueron soportes en un momento dado, fueron puentes. De pronto no sólo no los necesitaba, estaban estorbando, y me di cuenta de que tenían que ver más con vivencias personales mías. Y cuando digo vivencias, quiero decir cosas para mí queridas, que me gustaban, que eran la peor parte del poema. Creo que pude ver qué era lo esencial.

––Para dar un cierre a esta plática, que te agradezco profundamente, porque ha sido reveladora, bella, sugerente, me gustaría hacer un juego. Yo te digo una palabra y tú me respondes de manera espontánea lo que te evoque: amor.

––Es una de las palabras más difíciles porque a fin de cuentas es lo que le da sentido a prácticamente todo lo que hacemos y somos. Y al mismo tiempo es de las cosas que más miedo nos da, tanto amar de veras a alguien como ser amados. Ser amados es una enorme responsabilidad. Es una palabra muy difícil y hay que usarla con pinzas. En la poesía también. Hay muchas formas de amor y todas tienen una fuerza enorme. Quizá son dos las que yo más manejo en el poema. Una es este amor que tiene que ver con el erotismo, el sexo, la intimidad que puede darse entre dos seres. Y el amor tan complicado, tan complejo ––porque está muy lleno de rencores y de malos entendido––, a la madre. Siento que estos dos son los polos tremendos del amor. El amor primero que todos tenemos a la madre es el primer vínculo con el mundo. Al mismo tiempo, fíjate, es ¾alguien lo dijo¾ la primera migración, porque para poder ser, para nacer, lo primero que haces es migrar del cuerpo de tu madre hacia fuera. La primera migración ocurre cuando naces. Migras del vientre materno a la vida, al mundo, a respirar por ti misma. Cortan el cordón umbilical y de pronto esa personita, ese ser, empieza a ser, a respirar y a luchar por sí misma. Es la primera migración de la cual no tenemos conciencia. La última es la de la muerte. De la que nadie ha regresado a decirnos cómo es, pero a la que, en lo personal, sí le tengo miedo. Porque todavía no me quiero morir. Así como cuando naces es tu madre la que te echa al mundo, y casi siempre hay alguien allí que ayuda a que salgas de ese cuerpo, también quisiera morirme de la mano de alguien que me quiera. ¿Sí me entiendes? A pesar de que el acto de nacer y el acto de morir son solitarios, quisiera una mano amiga o una presencia. Tuve la suerte de que mi mamá murió de mi mano. Estuve con ella y la tenía de su mano. Le hacía cariñitos en su frente y, de pronto, sentí cuando se murió. Sentí cómo de repente se soltó. Aquí también pasó algo que me afectó muchísimo, que logré medio ponerlo en palabras en el poema. Casi al momento en que ella murió, llegó el médico, alguien muy joven.  Trató de oírle su corazón y me dijo: “Suéltala porque es tu pulso el que me está pasando”. Entonces la solté. Entonces supe que la solté. Así como ella me echó para afuera y cortaron el cordón, así yo la eché para afuera, ya no latía dentro de ella. Ella se fue, me alegra tanto, con mi pulso. Le di mi pulso hasta el mero final. Me alegro mucho haberlo podido hacer. Y fui la única de sus hijos que estuvo con ella.

En este punto de la conversación, Gloria estaba muy sensible al recordar la muerte de su madre. Inesperadamente sonó su teléfono y tuvimos que interrumpir la conversación. Posteriormente, ella retomó su relato y quiso completar su respuesta leyéndome algunos fragmentos.

––Tiempo después de la muerte de mi madre, empecé a sentir alivio. Te voy a leer.

 

¿oyes mi llanto?

¿oyes mi llanto que te cubre como una tela?

rásgala

rómpeme

cúbreme con tus cenizas

libérame

 

espero las noches como un animal amarrado que patea

                                                                                      patea

y te acuso

y de qué puedo culparte

                                         ¿cómo hubiera podido ser de otro modo?

 

el oráculo se cumple

déjame ir

suéltame

no regreses

no quiero quedar atrapada en tu sueño sin poder despertar

                                                                                            ¿hacia dónde ir?

 

llego sólo al lugar del principio

regreso para besar tu pulso

para caer de rodillas

devotamente beso las arterias de tus manos

oh madre ten piedad de mí

sostenme

derrótame pero dame tu consuelo

 

apoyo mi cabeza de niña

toco tu corazón

cierro los ojos

estoy atada a ti como el ahogado

a la piedra anudada a su cuello

 

              ya no tengo miedo

no puedo hundirme más abajo de tu corazón

 

llévate la luz

                          noche

 

––Y luego esto. Ahora vas a entender lo de la palabra amor.

 

y te hablaba a ti

y tú eras yo

                 y tan oscura el agua

como quien entrega el alma

y no hay quién

//

Y tanto cielo en tu cabeza

y el corazón que no quiere hundirse

hundiéndose

 

y yo como antes y como siempre

y desde para siempre obedeciéndote

 

no sé hacer otra cosa

nunca he sabido hacer otra cosa

 

obedezco           te obedezco

 

y lo huérfano allí    abierto

                      en canal

 

y la luna golpeándose bajo ese cielo

                 más pálido que el agua más pálido que tus sueños

                 más endeble

 

y tú me decías

               -suéñate que es hermoso el sueño de la vida

                muchacha

 

             ¿recuerdas?

 

no puedo despertar

 

[…]

 

estoy en tu silencio

                    en éste tu olvido  –que es el mío

 

como un sol el cuerpo se arrodilla

                    y se hunde

 

estoy ahí en lo quieto

                    en ese tu fluir quietísimo

                    en esa tu luz

 

//

ahora eres tú la que llora

                      la que suplica

                ¿dónde estás llorando?

          ¿dónde en mí es que lloras?

//

soy la última

en estar con ella

 

en asistirla

en morirla

 

suéltala -me dicen

 

pero si pudiera le daría mi pulso

si pudiera cubriría de flores su espanto

 

si pudiera le pediría a la mismísima tierra

que la absuelva

                        y la perdone

perdóname tú a mí

perdonada

//

beso tu miedo

besos lo solo de tu miedo

 

tu huérfano miedo

tu para siempre miedo

 

tu miedo dentro de mí

 

y la devoción como una hoja de obsidiana

                  corta

//

el silencio en su semilla

la luz quieta

 

yo ahí

 

la luna

más frágil que tu sueño

//

y la palabra

 

rompe    vuélcase

ahí

 

en su tajo

 

celda tú en mí

sin mí

//

ahora ¿qué me vas a decir?

¿qué más me vas a decir?

 

––Finalmente, Gloria concluyó diciéndome lo siguiente.

––Siento que el poema se está acabando porque el mismo poema me lo está diciendo. Mejor así a que, en este afán de escribir y escribir más, lo eche a perder. O que escriba yo dizque otra cosa, que ni vale la pena, y que es en detrimento del conjunto. Mira esto último que dice:

 

¿a quién apelo como Job ante Dios?

                                                      ¿ante quién me interrogo?

                                                                            a quién le estoy hablando?

                                                                                              ¿quién me está hablando?

 

//

 

y la voz con sus esdrújulas

la loca con sus vocales aún más locas

y sus acentos y sus diéresis

y sus puntos y sus comas

se está muriendo

a zarpazos y a sollozos se me está muriendo

y yo aquí sola sola sola sola sola

y ella diciéndome que ya no tiene nada que decirme

 

[1] Raúl Dorra (Jujuy, Argentina, 1937 – Puebla, México, 2019). Además de diversos ensayos sobre la obra de Gervitz, es autor del estudio introductorio “La voz en la oscuridad” que abre la edición de Migraciones, de 1996 (Tucán de Virginia). En 2003, realizamos juntos la selección y el prólogo de una antología de Migraciones para la editorial Jitanjáfora. En 2013, tuvo a cargo la selección y la nota introductoria de la obra de Gervitz para el número 176 de la colección de Poesía Moderna de Materiales de Lectura de la UNAM.

[2] La palabra “expectativa” fue dicha por Abraham, el esposo de Gloria Gervitz, quien estuvo presente en una parte de la entrevista.

[3] Ésta fue una sección de Migraciones. Antes de integrase, se publicó de manera independiente en 1987.

[4] Al igual que Yiskor, Pythia se publicó de manera singular en 1993. La edición estuvo al cuidado de Mario del Valle.

 

 

Blanca Alberta Rodríguez es profesora e investigadora en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha estudiado a profundidad la obra literaria de Gloria Gervitz, en Las voces del cuerpo (2002) y La configuración de la página en la poesía de Gloria Gervitz (2006). Editó, junto con Raúl Dorra, una selección de Migraciones (2003).

El Cuaderno mundano

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Las palabras

(borrador para un diccionario de filosofía mundana)

 

Nadie crea símbolos ni conceptos
ni metáforas.
Apenas son un don y un fruto.
¿De quién? ¿de los dioses?
¿de nuestros ancestros?
¿de los pueblos que sembraron nuestro idioma
con el filo de una espada?
¿de sus viejas formas de pensar?
¿de sus hábitos y costumbres
sedimentados en sonidos
y trazos mudables?
¿o de esos esforzados homínidos
que experimentaron la lenta emergencia
del lenguaje y la cognición humanas?

Apenas de nadie.

Las palabras no son más que
el don y el fruto de esa indecible urdimbre
de seres y cosas inauditas que
nos han ceñido y modelado con su roce
(rama, grano, pájaro, bacteria, espejo…)
y que hemos ido ciñendo y modelando
en nuestro mundar diario y milenario
(herramienta, semilla, tierra, máquina, raíz…).

Extraños dones y frutos que,
en nuestras manos torpes de simio,
se vuelven ala o cuchillo,
perjurio o sustento,
verdad o veneno.

Si lo pensamos bien, en el fondo,
ninguna palabra es propiamente humana
sino fruto de un encuentro:
el don de la relación.

 

La poesía mundana no rebusca en la intimidad propia. Cuando rebusca en la intimidad es para rastrear los hilos, conductos y tejidos que unen y enlazan lo íntimo con el resto del mundo y de la vida.

La poesía mundana no rebusca en la intimidad sino en las heces, en la basura, entre los bichos y las malas hierbas. Es allí donde encuentra lo íntimo. Una intimidad compartida en la soledad cósmica de un planeta infestado de vida.

 

***

 

Como la mierda, la poesía mundana es mundo y se escurre con el mundo. Como las malas hierbas, germina entre la inmundicia y florece entre las grietas.

 

***

 

Estoy escuchando pájaros que desconozco y creo reconocer (gorriones, estorninos, vencejos…). Ahí están. Piando.

Pía que pía.

Su sonido efervescente araña mi piel con dulzura, se me cuela en la carne y la ata al mundo con los finos hilillos de las terminaciones nerviosas.

***

 

Acaso mi lengua torpe también podría aprender a piarlos a ellos. Sería hermoso rozar sus picos y sus alas, aprender el arte de sus trinos y sus gestos, piarnos mutuamente.

Podría ser (están lejos, pero no tanto). Podría, quizá, plantar mi tienda de campaña en el jardín, ocuparlo discretamente durante un año o un verano, ganarme su confianza, aprender sus signos, adiestrar mi lengua y mi garganta, mirar y escuchar con atención y paciencia minuciosas…

Lo sé, todo esto no es más que una majadería ociosa. Pero creo que al imaginarla estoy percibiendo algo esencial y recóndito de esos pájaros, de estos trinos.

 

***

 

Aquí no es de nadie ni nadie es de aquí.

Ser de aquí (de cualquier lugar, de este jardín) es un incesante acomodo entre extraños. Buscar formas de hacer nidos en este desconocido país de pájaros. Un hambre de permanencia en una tierra siempre extranjera.

Aquí soy. Soy de aquí.

 

 

El tránsito

San Diego, 12 de junio de 2019

 

La presencia contundente de una buena mierda
de cualquier especie —su olor, su textura, su forma y color,
su festival de vida bacteriana, su promesa de fecundidad vegetal—
tiene el poder de seducirme, de reclamar por unos momentos
toda mi curiosidad y mi aprecio.

Todavía más me seduce su cálida y jugosa caricia
al emerger lentamente por mi recto.
Ese instante feliz en el que la mierda anuncia su propio ser
sin dejar de ser parte de ese incesante tránsito sustancial
que nos hace y nos deshace.

Nunca olvidéis, mi gente, que también somos esa mierda que nos transita.
El tránsito lento e incesante de la digestión y la defecación.
La mierda gozosa y ruda que nos ata al mundo y nos recuerda
que seguimos viviendo y mundando y que somos mundo también.

Ni puras almas ni espejos de dioses.
Nada más que una especie de mierda.

 

 

La nada

 

A la memoria de los desaparecidos

en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Luis de Góngora

San Diego, 7 de julio de 2019

 

Pongamos las cosas en perspectiva.
Millones de años de lentísima y minuciosa evolución,
de tenaz y creativa adaptación a un hábitat asimismo cambiante,
de danza áspera y delicada con el resto de la vida

Para llegar hasta aquí.
A esta única vitalidad.
A esta belleza sin par de cuerpos milagrosamente únicos,
de cuerpos y vidas singularísimamente acopladas al aquí y ahora del mundo.

Y todo ello, en tan solo un segundo, queda arrasado para la eternidad.
Como lo fue Cartago bajo el odio y la sal corrosiva de Roma.
Como lo fue Tenochtitlan bajo la codicia y el fanatismo de mis ancestros.
Como nuestro cadáver que será humo, polvo, sombra y nada.

Pero no. No sirven estos símiles.
Aunque se parece, la extinción de una especie
(guacamayo glauco, homo floresiensis, bisonte del
Cáucaso) es algo todavía más absoluto y radical que
la muerte de un individuo o la destrucción de una civilización.

Probemos con otro.
Un agujero negro que absorbe y aniquila mundos o planetas.
Un agujero negro que aniquila no sólo el agitado
corretearde la existencia individual
sino también esa inacabable y acrobática carrera
de fondo que es la vida de la especie:

la sucesión perpetua y amorosa de los cuerpos,
la memoria y partitura inmemorial de los genes,
las posibilidades de inventar prodigios
y cambiar de nuevo el paso en la danza de los cuerpos con el mundo.

Con la aniquilación de una especie
(lucio azul, paloma migratoria, rana dorada)
en cualquier ignorado rincón de la Tierra
la vida toda se vuelve nada.

Agujero negro, vacío cósmico,
sombra de sombra, nada de nada.

Pero no. Para qué insistir con metáforas inútiles.
El vació de esta ausencia solo se podría nombrar
con la lengua de los vencidos, en lenguas muertas y extranjeras
que ya nunca habremos de conocer.

 

 

Daniel Ares López nació en el barrio del Puente de la ciudad de Lugo (Galicia) en 1978. Tras estudiar Filología Hispánica en su ciudad natal, comenzó (como tantos jóvenes españoles de la más reciente diáspora) una vida migrante que lo llevó a diversos puntos del Norte global: Edimburgo, Madrid, Málaga, Kansas, Texas, Wisconsin y, finalmente, la ciudad fronteriza de San Diego en el sur de California. Tras doctorarse en literatura y estudios culturales en la Universidad de Wisconsin, Daniel es profesor en la universidad estatal de San Diego. El cuaderno mundano es su primer libro de poesía y el primer volumen de un proyectado ciclo de eco-poesía y escritura creativa ambiental de título homónimo.