ISSN 2692-3912

¡Esto no es Tijuana!: (Narco) denominación de origen en Vivir sin permiso

 
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Copenhagen
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italia
metropolitan
Noruegas
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Resumen

El artículo inicia con un sobrevuelo de las producciones seriales españolas con tema del narcotráfico de los últimos veinte años. Luego explora las representaciones de subjetividades en la serie española Vivir sin permiso (2018). La última parte del articulo se centra en visualizar las estrategias discursivas que los autores y actores de Vivir sin permiso utilizan para presentar las maneras en que México y lo mexicano es construido.

            Palabras clave: México, serie, narcotráfico, Galicia, narcocultura, Netflix.

 

Abstract

The article begins with an overview of Spanish series productions with theme of drug trafficking within the last twenty years. Then it proceeds to examine the representations of subjectivities in the Spanish series Vivir sin permiso /Unauthorized Living (2018). The last portion of the article centers in visualizing the discursive strategies employed by the authors and actors in order to show the ways in which Mexico and mexicaness is constructed in Vivir sin permiso.

            Keywords: México, Series, Drug trafficking, Galicia, Narcocultura, Netflix.

 

“¡Niño Cantinflas!” Ferro a Daniel Arteaga. Vivir sin permiso. Temporada 2. Episodio 5
“Tú lo que estás es hasta los huevos de los putos mexicanos invasores.” Celso a Ferro. VSP. T2. E5

En años recientes se advierte una suerte de época de oro de las series españolas en la que sobresalen producciones tan exitosas y con temas tan diversos como la fantasía en el caso de El Ministerio del tiempo (2015), el policiaco en La Casa de papel (2017-2021) o la comedia en Paquita Salas (2016-), series que han gozado de muy buena recepción crítica y de audiencia tanto en España como en el extranjero. Estas producciones debutaron en televisoras españolas para luego pasar a plataformas internacionales, principalmente a Netflix, donde en ocasiones incluso tomaron un segundo aire que propició una revaloración interna (en España). Como consecuencia de esta recepción más positiva a nivel internacional algunas producciones programadas para ser canceladas después de una temporada única fueran extendidas.

            Dentro de todo este amplio corpus hay una subcategoría de productos con prefijo narco, es decir, series que tratan de aprovechar el fenómeno narco en España, como se le ha llamado en la prensa de ese país (Costas, 2018; Galindo, 2019).[1] En este ensayo me acerco a una de estas series, titulada Vivir sin permiso (2018), y lo hago desde la perspectiva de un espectador fuera de España, que ha visto la serie a través de la plataforma Netflix. Mi acercamiento, asimismo, está mediatizado por mi interés académico en los estudios mexicanos y en los estudios de la narcocultura. En la primera parte del trabajo repasaré la premisa de la serie, enmarcándola en el terreno de narrativas del crimen organizado y narcotráfico con influencias de producciones culturales clásicas como la novela El Padrino (1969) y su film (1972) y su noción del criminal protector con un código ético, y series como Los Sopranos (1999-2007) y Breaking Bad (2008-2013) que muestran un criminal afectado por una enfermedad. En la segunda parte del ensayo me abocaré a analizar la noción de autenticidad de las subjetividades presentes en la serie, sobre todo en relación a lo mexicano.

            Vivir sin permiso se transmitió originalmente en dos temporadas, de septiembre de 2018 a marzo de 2020. La serie fue creada por Aitor Gabilondo, quien había desarrollado otras series exitosas como Allí abajo (2015) y El Príncipe (2014-2016), cuyos protagonistas, José Coronado y Alex González, también encabezarán Vivir sin permiso. La semilla de esta serie se encuentra en un libro de relatos titulado Vivir sen permiso e outras historias de Oeste (2018) del escritor Gallego Manuel Rivas, quien también participó de manera activa en el desarrollo de la serie, en la que se le da crédito como autor de la idea original, apareciendo en los eventos de prensa y concediendo entrevistas en diversas ocasiones. Esta no era la primera vez en que Rivas trataba el narcotráfico gallego, pues ya había incursionado en el tema con el guion de la película Todo es silencio, en 2012.

            La serie inicia con el diagnóstico clínico de Nemesio “Nemo” Bandeira, un destacado hombre de negocios gallego a quien el día de su sexagésimo cumpleaños le informan que sufre de alzhéimer. A lo largo de los veintitrés episodios de las dos temporadas Bandeira va a luchar por ocultar su enfermedad y tratar de asegurar el futuro de su imperio tras su muerte. La acción se desarrolla en Oeste, una pequeña ciudad gallega ficticia donde Bandeira funge como una suerte de Padrino al estilo de la novela de Mario Puzo y, en menor medida, de la película de Francis Ford Coppola. Una especie de ‘Padrino’ a la española, lo llaman en una nota periodística (El Recomendador, 2019). Es decir, que en la serie a Nemo Bandeira se le presenta como una figura protectora de la población de Oeste desde una posición de poder en el crimen organizado y el mundo empresarial. En entrevista el actor José Coronado, quien interpreta a Nemo Bandeira, utiliza el mismo sustantivo al describir a su personaje: “Es un ‘Padrino’. Puede matar, pero a la vez conmoverte por cómo trata a los suyos. Tiene dos caras; la que muestra en el ámbito familiar como padre modélico y otra, más oscura, que está obligado a sacar para defender sus negocios.” (Es Más, 2018). En este sentido Bandeira entra en un modelo que es prototípico en series producidas principalmente en Estados Unidos; criminales mostrados como buenos hombres de familia que sufren de condiciones médicas que los hacen vulnerables. Dos ejemplos bastan para ilustrar lo anterior: Tony Soprano de la serie Los Soprano (1999-2007), con su depresión y sus ataques de ansiedad y Walter White de la serie Breaking Bad (2008-2013), con su cáncer pulmonar.

            Ante la sociedad Nemo Bandeira es el dueño de Open Sea, una empresa multisectorial con intereses en la hotelería, bienes raíces, construcción y el transporte. Esas empresas le sirven para blanquear el dinero que obtiene del narcotráfico. Aunque esto se hace más evidente a partir de la segunda temporada, para el momento en que inicia la historia Nemo lleva décadas de ser líder de una especie de cooperativa de narcotraficantes en su ciudad natal. Ellos se encargan de trasportar la droga que llega a las costas gallegas en grandes barcos procedentes del continente americano. En su juventud Nemo organizó a los pescadores traficantes y ha permanecido como su líder al tiempo que ha ido limpiando su imagen a través de su matrimonio con Asunción “Chon” Moliner, hija de un importante empresario local ya fallecido. Aparentemente Bandeira estaría tratando de abandonar el tráfico de drogas para dejar sus negocios limpios a su familia, pero es un hecho que a lo largo de varios episodios de la primera temporada, sigue activo en el narcotráfico. Aun así Coronado, el actor protagonista, no describe Vivir sin permiso como una serie del narcotráfico, sino como “una serie post-narco” (Marín Bellón, 2017), concepto que nunca explica y que tampoco se ajusta a la trama de la serie, pero que sí tiene lógica en un esfuerzo del histrión por justificar a su protagonista (Fernández, 2018).

            Muchos en Oeste saben que Bandeira es narcotraficante, pero de alguna manera lo aceptan porque, de nuevo, se presenta como una suerte de figura paterna, a veces protectora y a veces amenazante, pero siempre enarbolando un código de conducta que al menos en el imaginario cultural proviene de las mafias italianas y más específicamente de la mafia siciliana. Al describir a Bandeira José Coronado lo enmarca claramente dentro de este código con frases como: “siempre que actúa de forma expeditiva contra otros es porque la situación lo requiere” (Es Más, 2018). En varias ocasiones en las dos temporadas Bandeira verbaliza este código diciendo, por ejemplo, que en medio de la violencia entre bandas las familias no deben ser tocadas. Así se lo dice Nemo primero al Tigre, joven narcotraficante gallego, y luego a Germán Arteaga, un narco mexicano: “[A]quí hay líneas rojas sagradas que no se pueden cruzar, cosas sagradas y las más sagrada es la familia” (cap.4, temp.2).

            En su faceta de empresario como dueño de Open Sea y de la compañía conservera que inició la familia de su esposa, Nemo ha provisto de muchos empleos y durante muchos años a la gente de su ciudad. De hecho, al describir a su personaje, Coronado dice haberse inspirado en Amancio Ortega, el magnate español dueño, entre otros negocios, de las tiendas Zara: “Si he podido tener un referente para encarnar a Nemo ese ha sido Amancio Ortega. Es el que me sirve de referente para lo que hace Nemo por la comarca, lo mismo que hace Amancio con sus fundaciones. Es un hombre terriblemente familiar, sencillo, que tiene el poder suficiente para no llevar corbata y ser escuchado en cualquier ámbito” (Fernández, 2018).

            Sin embargo, esta comparación difícilmente se sostiene. Al inicio de la serie se muestra claramente que los negocios legales de Bandeira sobreviven gracias al influjo del dinero del narcotráfico. Es decir, que como empresario “legal” Nemo ha fracasado, pues lo que ha logrado ha sido subvencionado por sus negocios ilícitos y aun así Bandeira está al borde de la quiebra o incluso está ya en bancarrota, sólo que esto aún no es del dominio público. Una alternativa que se verbaliza constantemente en la primera temporada para salvar Open Sea es la posibilidad de que cotice en la bolsa de valores. Esto nunca se concretó en la serie, es decir, nunca entró a cotizar en la bolsa de valores. Conforme la situación financiera de Open Sea empeora se ven obligados a despedir empleados y la relación clientelar de Bandeira con la gente de Oeste empeora. Todo esto se da de manera simultánea (pero independiente) al diagnóstico y desarrollo de su enfermedad degenerativa. Es decir, que la baja en sus negocios no se produjo por su enfermedad. De hecho, él no maneja directamente Open Sea, sino que lo hace Mario Mendoza, el joven protegido de Bandeira, un “casi hijo” que a lo largo de la serie ciertamente se percibe como un profesional muy competente. La verdad es que nunca se acaba de explicar por qué van a la baja los negocios de los Bandeira. Se insinúa que la familia gasta mucho dinero, despilfarra, pero, de nuevo, las razones nunca se terminan de aclarar. Lo que sí permea es una sensación de que Open Sea no está en problemas financieros debido al manejo de Mendoza. Al contrario, éste se percibe como un elemento estabilizador, pero que en última instancia debe acatar las decisiones de Bandeira.

            A pesar de que en alguna nota periodística se dijo que desde el inicio de la primera temporada ya estaba contemplada y firmada la segunda, la impresión que queda es que Vivir sin permiso fue una serie que se planeó para una sola temporada en la que se podría desarrollar plenamente el arco de tensión consistente en ocultar la enfermedad degenerativa de Nemo (García, 2018). En esa primera temporada los hijos de Bandeira maniobraban para posicionarse como los herederos del poder paterno, al tiempo que eran manipulados por Mario. Sin ninguna duda, y en base en gran medida a su duplicidad e hipocresía (traicionó a todos, incluyendo a su esposa cómplice) Mendoza es el gran antagonista de la primera temporada, que finaliza con su presunta muerte, empujado a un acantilado por un Nemo confundido en medio de un episodio de severo deterioro cognitivo.

            Para la segunda temporada se reescribió el personaje de Mario Mendoza, convirtiéndolo de villano a un personaje si no heroico al menos sí mucho más simpático para la audiencia. Este cambio de personalidad tampoco terminó de explicarse de una manera lógica, al punto que una reseña lo resumió con la frase “es como se fuera otro” (Lamazares, 2020). El mismo Mario se la pasa repitiendo desde el primer episodio de la segunda temporada, frases como: “Yo ya no soy ese Mario” o “No soy el mismo”, etc. Este cambio, por otra parte, dejó vacío el espacio del antagonista en la segunda temporada de la serie, que fue ocupado por los mexicanos o mejor dicho “lo mexicano”, personificado en la familia Arteaga. Berta, la cuñada de Bandeira y Daniel su hijastro (y amante) corporizan el antagonismo mexicano a partir de los últimos episodios de la primera temporada. En la segunda temporada se les unirá Germán Arteaga; poderoso narcotraficante mexicano, esposo de Berta y padre de Daniel, quien de manera también poco lógica y explicada mediante su poder como gran capo de las drogas, consigue que lo trasladen de una cárcel mexicana a una cárcel en Oeste.

 

Representaciones

Uno de los primeros criterios de representación con que fue evaluada Vivir sin permiso es el de la autenticidad en diferentes niveles. Lo que de inmediato llamó la atención de los medios especializados fue lo “poco gallega” que es la serie. Se le criticaba no sólo por ser hablada en castellano, sino también porque la mayoría de los personajes no hablaban con acento gallego. Las notas en los diarios no dejaban lugar a dudas a este respecto con títulos como “Vivir sin permiso, una serie en Galicia sin acento gallego” (El Mundo, 2018); “¿Por qué en Vivir sin permiso nadie habla con acento gallego en Galicia?” (Onieva, 2018a) o “Vivir sin acento: una serie sobre gallegos que hablan en castellano” (Hergar, 2018). Asimismo, se le criticaba su falta de autenticidad en cuanto a la representación del fenómeno del narcotráfico mismo en Galicia. Esto se dio principalmente porque Vivir sin permiso, como proyecto televisivo, se desarrolla en el contexto de un escándalo mediático causado por la batalla legal de Fariña (2015), libro testimonial (e histórico) sobre el narcotráfico gallego, a partir de los años ochenta, escrito por Nacho Carretero. El libro fue sujeto a una demanda legal y retirado de las librerías cuando uno de los traficantes mencionados en el texto se querelló ante la justicia española. Todo esto despertó más curiosidad y llevó el libro a los primeros lugares de venta. Convertida en serie, Fariña debuto en el canal español Antena 3 el 28 de febrero de 2018. Después de lograr gran éxito fue adquirida por Netflix para su exhibición internacional en su plataforma con el título de Cocaine Coast. Ahí debutó el tres de agosto de 2018 con grandes expectativas, al punto que en el New York Times se le auguró que podía “tomar el relevo de La Casa de Papel”, serie ganadora de un Emmy internacional y que había sido un gran éxito global en Netflix (Carrión, 2018).

            Aunque se grabaron prácticamente al mismo tiempo, para cuando Vivir sin permiso comienza su exhibición en España se acababa de transmitir un poco antes –y con gran éxito– Fariña, y las comparaciones fueron inevitables. Sobre el éxito de Fariña, Carretero, el escritor, le da crédito precisamente a la práctica de la autenticidad: “Los actores son gallegos, se rodó en Galicia, y se respetó la forma de hablar del lugar. Todos estos elementos contextualizan muy bien los hechos, construyen una atmósfera muy realista, y ese es el secreto por el cual funcionó tan bien” (Campos, 2018). Por otra parte, los creadores y protagonistas de Vivir sin permiso desde el inicio hacen un esfuerzo por definirse, sin nombrarle, en oposición a Fariña, diciendo por ejemplo que, más que el narcotráfico, los temas de Vivir sin permiso eran las “relaciones familiares y pasiones humanas. Pasiones como la ambición, el poder, la venganza y la lealtad”. Y remataban: “Se sostiene sobre una trama familiar muy fuerte” (Fernández, 2018).

            En cuanto a la recepción critica, Vivir sin permiso va a llevar la peor parte en la comparación. El título de una reseña, que no es de las más severas, lo dice todo: “Vivir sin permiso convence a medias: aplauden al reparto, pero la comparan con Fariña” (El Periódico, 2018). Los actores hacen un buen trabajo, pero el resto de la serie no puede compararse de manera favorable con Fariña. La reseña muestra algunos comentarios del público en redes que elogian las actuaciones, pero critican la manera en que se muestra el narcotráfico. Uno de los comentarios la describe como una “malísima imitación de Fariña” (El Periódico, 2018). Otras notas le tildan de ser telenovela, de ser un culebrón, en lugar de serie y con la implicación de que el tema de narcotráfico no estaría tratado de la manera más seria, sino que enfatizaría más el conflicto intrafamiliar. Sin embargo, esta idea va a ser presentada por los mismos creadores de la serie, que van a recalcar más esta parte de drama familiar, desenfatizando el aspecto del narcotráfico, diciendo que el público no debe esperar tantos balazos como en la serie Narcos y que lo que recibirán será más un melodrama al estilo Dinastía (Onieva, 2018b).

            Para cuando surgen tanto Vivir sin permiso como Fariña ya había un importante antecedente televisivo, una primera ventana al público internacional del narcotráfico en Galicia. Este vehículo fue La Reina del sur, una novela de 2002 de la autoría de Arturo Pérez Reverte que luego sería convertida al formato televisivo y exhibida en dos temporadas, en 2011 y 2016. En la producción Teresa Mendoza, protagonizada por la actriz mexicana Kate del Castillo, se enamora de un traficante gallego y en medio de esa línea dramática se muestra el funcionamiento de los llamados clanes del narcotráfico gallego. Sin embargo, el énfasis de la historia no era el narcotráfico en Galicia per se sino la evolución de Teresa Mendoza “la mexicana”, una joven ingenua que se trasforma en una poderosa jefa del crimen organizado. Producida originalmente por la cadena estadounidense Telemundo y la española Antena 3, La Reina del sur eventualmente sería distribuida por Netflix consiguiendo un gran éxito a nivel internacional.

            En su consumo internacional la historia contó con sesenta y tres episodios mientras que para su exhibición en España Antena 3 hizo un resumen de tan solo siete episodios para poder mostrarla con un formato de serie y en horario estelar. Aun así fue bien recibida, pero nada comparado al éxito de la versión que se mostró en el continente americano por Telemundo y luego a nivel mundial por Netflix. Inmediatamente después de que terminó de exhibirse en España, el autor de la novela, Arturo Pérez Reverte, lanzó varios mensajes por Twitter quejándose de esa versión de la serie, llamándola “una bazofia” y renegando de ella: “Si llego a saber la versión casposa que iban a proyectar aquí, no habría consentido que se visionase en España”. Dijo también haber esperado a que terminara la serie pues a eso se habría comprometido (“prometí no perjudicar la serie durante su emisión en España. Y me costó cumplir la promesa”). Pérez Reverte agregó que había recomendado, sin éxito, que la serie se exhibiera íntegra (Catalán, 2011). La decisión en contra, de nuevo, habría sido hecha por considerar que en los estándares del prime time español no podía entrar una versión de sesenta y tres episodios. Si bien el escritor crítica la versión comprimida, hace una defensa (en términos no del todo panegíricos) de la versión larga, la de Telemundo que se exhibió en América, llamándola un culebrón “largo, canónico, con las limitaciones, defectos, virtudes y eficacias de un género allí clásico” (Catalán, 2011).

            Lo que encontramos aquí es un esfuerzo por alejar el producto (para su consumo en España) de la noción de telenovela latinoamericana (el culebrón) y encajarla en la noción de serie que aparentemente conllevaría más capital simbólico. Es decir, que la versión de sesenta y tres episodios estaría bien para el público latinoamericano, pero no para el horario y consumo del público español, con un gusto diferente, por no decir más sofisticado. Así argumentó esta decisión Antena 3, la cadena que la exhibió en España: “Es una producción latinoamericana que se emite en su prime time, un tipo de producto en un horario al que aquí no estamos acostumbrados” (Catalán, 2011).

 

¡Esto no es México!

Me interesa profundizar a partir de aquí en un aspecto que inicia hacia el final de la primera temporada, pero que se desarrolla mayormente a partir de la segunda temporada: la irrupción de “lo mexicano” en Vivir sin permiso. Me interesa analizar cómo se presenta en la serie la combinación de lo narco y lo latinoamericano, específicamente lo mexicano vis a vis la combinación de lo narco y lo gallego /español. Estas combinaciones, empero, no son neutrales. El enfrentamiento de lo Gallego versus lo latinoamericano, mayormente lo mexicano, va a ser caracterizado de muchas maneras, todas patológicas, todas negativas. En entrevista, el actor José Coronado había resumido la segunda temporada en términos de un cambio súbito y violento: “estará marcada por la irrupción del mundo colombiano y mexicano” (Ayuso y García, 2018). En el primer episodio de la segunda temporada esta irrupción se presenta como una invasión ecológica. Se menciona que los cangrejos de América cuando llegan a Galicia acaban con las especies locales y por eso “hay que acabar con ellos” (cap.1, temp.2). Todo esto, de nuevo, en clara alusión al grupo de narcotraficantes mexicanos que están acosando a los traficantes gallegos.

            La mexicana no es la única presencia latinoamericana en la serie. Desde el primer episodio de la primera temporada aparece un personaje colombiano que es un claro antagonista. Freddy es el lugarteniente de “El Tigre”, el jefe del grupo rival de Bandeira y quien representa a la nueva generación de traficantes gallegos que amenazan el liderazgo de Nemo con una nueva manera de conducir sus negocios, sobre todo en relación con un agresivo narcomenudeo local (cap.1, temp.1). A saber, a diferencia de la organización de Bandeira, a los hombres del Tigre se les muestra en la serie desde sus primeros episodios vendiendo droga a los jóvenes de Oeste. De hecho, en uno de los capítulos finales de la primera temporada Bandeira le reclama al Tigre los métodos de su brazo derecho: “Tu puto colombiano parece que no entiende nuestras reglas” (cap.10, temp.1). Al final de esa primera temporada Freddy el “Colombiano” traiciona al Tigre uniéndose al cartel mexicano de los Arteaga, ayudándolos en su intento de apoderarse de Oeste y desplazar a los traficantes locales (cap.13, temp.1).

            En la segunda temporada, a partir del episodio cinco y hasta el séptimo, se presenta otro personaje colombiano, Santos, un importante narcotraficante con quien Bandeira había hecho negocios años atrás. En ese momento de la historia Bandeira ya no querría traficar droga, sin embargo, Germán Arteaga lo presiona para que organice una última gran entrega de cocaína de Sudamérica, la mayor en la historia de Oeste. La representación de Santos en la serie es mayormente positiva, entendido esto en el sentido de que se le muestra como un personaje que se conduce dentro de los parámetros de un código del crimen organizado idealizado. Es decir, no se percibe que reniegue de su palabra ni que sea traicionero. Por otra parte, a Freddy se le representa de manera claramente antagonista desde el primer episodio, como un personaje abusador de mujeres y de los débiles, además de traidor. Va a traicionar en muchos niveles al Tigre, su supuesto amigo y jefe. Lo va a engañar con su novia, a quien va a matar para evitar que lo delate, mata a la madre del Tigre y finalmente también lo asesina a él. De hecho, considero que “Freddy el colombiano” y “Germán el mexicano” son los dos únicos antagonistas de la serie a los que no se les provee de ninguna cualidad redentora, ninguna narrativa reivindicativa. Se les representa como auténticos depredadores. A los demás personajes se les justifica de algún modo. Por ejemplo, para el actor José Coronado lo que redime a su personaje Nemo “es el amor a la familia y, sobre todo, a Oeste” (Es Más, 2018). Asimismo, Ferro, el hombre de confianza de Nemo, que es capaz de una gran violencia, es fiel a toda costa a su jefe y amigo. También Mario, el gran antagonista de la primera temporada, causa mucho daño. Sin embargo, en la serie se vislumbra que lo que desata sus acciones es sentirse marginado por Bandeira, a quien lo une una relación de amor y odio. Además, en la segunda temporada se le muestra en una luz mucho más positiva. Así, todos los demás antagonistas son de alguna manera redimibles.

            En una serie española donde se acusa que lo gallego no es gallego sería ingenuo esperar que lo mexicano fuera mexicano. Si los papeles de los personajes gallegos en la serie no fueron representados por actores gallegos era difícil esperar que los mexicanos de Vivir sin permiso fueran representados por actores mexicanos. En el caso de los dos personajes colombianos presentados en la serie, Freddy fue interpretado por el actor colombiano Edgar Vittorio, mientras que Santos fue interpretado por Roberto Peralta, un actor de origen guatemalteco. En los casos de los “mexicanos” Berta, Daniel y Germán Arteaga los tres actores que los representan son españoles, lo cual tiene mucho sentido en el primer caso, pues Berta es hermana de Chon, la cuñada de Nemo y como tal es oriunda de Oeste. Su mexicanidad por tanto es por adopción propia, que ella misma reivindica al presentarse: “Soy Berta la mexicana” (cap.11, temp.1). La actriz que la representa, Leonor Watling, articula en la serie lo que a mí me parece un convincente acento del centro de México. Este también es el caso del personaje de Daniel Arteaga, interpretado por el madrileño Patrick Criado, quien habla con un acento adecuado de lo que usualmente se identifica como de la clase alta de la Ciudad de México.

            Finalmente, el caso de Rubén Zamora, actor que interpreta a Germán Arteaga, es diferente, pues aunque nació en España ha residido en México por dos décadas. En este sentido Zamora ha participado en múltiples producciones televisivas mexicanas donde ha interpretado personajes mexicanos de una manera convincente. En Vivir sin permiso, sus manierismos y acento hacen su actuación solvente como un jefe el narcotráfico mexicano. A diferencia de su esposa e hija en la serie, Germán no habla con acento de la Ciudad de México, aunque sí con un acento norteño genérico. Esto a pesar de que en un par de ocasiones en la serie se sugiere que es oriundo de Michoacán. En el tercer episodio de la segunda temporada Nemo llama por su apodo y en su presencia a Germán, “El Gallo de Michoacán”. Posteriormente, el mismo Bandeira, en voz en off, describe a Germán en los mismos términos, agregando algunos datos: “en México lo llaman El Gallo de Michoacán porque siempre pelea a muerte por su territorio […]” (cap.4, temp.2). Si en México lo llaman así es lógico pensar que es oriundo de ese estado mexicano. A pesar de esto, de nuevo, su acento no es de ningún modo michoacano, sino del norte de México.

            En relación específicamente con lo extranjero, es revelador y significativo que la irrupción de lo mexicano se presenta como una suerte de invasión patológica y ecológica que de alguna manera funciona en reflejo de la enfermedad de Nemo. Es decir, así como en la mente de Nemo irrumpe el alzhéimer, patología que va borrando y rescribiendo sus recuerdos y su conducta, así la vieja manera gallega “supuestamente” limpia de hacer narcotráfico se va borrando, rescribiendo, por las nuevas prácticas de lo mexicano. Por eso es que a lo largo de la segunda parte de la serie abundan frases del tipo “Esto no es México”, “Esto no es Tijuana” o “Esto no es Culiacán”, algunas enunciadas múltiples veces y siempre, de nuevo, desaprobando una nueva manera de ejercer el narcotráfico, una manera foránea que se percibe como un agente infeccioso que contamina lo local, o como una especie invasora que amenaza a las especies locales extinguiéndolas, matándolas. Estas frases las verbalizan diversos personajes, desde los narcotraficantes locales hasta la misma juez de Oeste, Marina Cambeiro: “Oeste podría convertirse en la nueva Ciudad Juárez. ¡Nadie estaría a salvo!” (cap.1, temp2).

            Matar es el verbo empleado en una nota de prensa que reseña la segunda temporada y que significativamente se titula “Vivir sin permiso 2: culebrón mexicano mata serie española” (Lamazares, 2020). La primera frase de la reseña es contundente y deja en claro una inquietante visión contaminante: “De la muy buena primera temporada quedó poco y nada. Y no porque los personajes centrales hayan desaparecido. Lo que parece haber desaparecido es la pureza del eje principal que se vio –y se disfrutó– en los primeros trece episodios de Vivir sin permiso, serie española que se puede ver por Netflix” (Lamazares, 2020, mi énfasis). El resto de la nota es en el mismo tenor y da cuenta de una borradura del personaje principal que ha perdido presencia escénica, su pureza, “opacado” por “dos ambiciosos recién llegados de México, que buscan quedarse con todo y destrozar, infectar el universo del protagonista original” (Lamazares, 2020, mi énfasis). La nota remata con un contundente: “De pronto, la serie española desprende aroma a culebrón mexicano” (Lamazares, 2020). Esto, de nuevo, se dio en relación con la segunda temporada, pero en realidad desde el inicio de la primera temporada la serie buscaba ubicarse del lado del melodrama familiar. Así se posicionó; incluso los productores la comparaban con Dinastía la serie norteamericana de los años ochenta del siglo pasado, relanzada en 2017. Empero, el melodrama familiar es intrínsecamente material de telenovela, de culebrón, como se le llama en España. A saber, el compararse con un melodrama estadounidense y no con uno mexicano o colombiano no es, me parece, sino una estrategia para ubicarse dentro de un espacio de mayor capital simbólico.

 

Conclusiones

Es una verdad de Perogrullo decir que al adoptar un producto televisivo para otras audiencias es necesario hacer algunos cambios. En “Remakes a la española. El proceso de adaptación de series extranjeras en España”, los autores contextualizan el término adaptar el cual según ellos “tiene un significado específico cuando se refiere a las artes y el espectáculo. Adaptar es modificar una obra, de cualquier tipo, para que pueda difundirse entre un público distinto de aquel al que iba a ser destinado o, simplemente, darle una forma diferente de la original” (Puebla et al., 2014: 20). De este modo, se sugiere la idea de que “una adaptación artística está estrictamente vinculada a la necesidad de reinterpretar un producto según unas necesidades específicas de un colectivo, como puede ser asemejarlo al entendimiento propio de una cultura local” (Puebla et al., 2014: 20). Lo interesante de este ensayo es que al recorrer las características de varias adaptaciones al público español de diversas cadenas se puede observar que se hacen más cambios cuando se trata de producciones latinoamericanas (especialmente colombianas y mexicanas) que cuando se trata, por ejemplo, de producciones estadounidenses o inglesas. Si la meta de adaptar es “asemejar un producto al entendimiento de una cultura local” (Puebla et al., 2014: 20) lo contrario tendría más sentido, es decir, la lógica indica que las series anglosajonas deberían ser las más alteradas, sin embargo, esto no es el caso. Baso esta conclusión en el razonamiento de que las culturas mexicanas y las colombianas son más semejantes a la española que la estadounidense o la inglesa. No profundizo demasiado en esta aparente contradicción, pero me parece que al menos tiene un elemento aspiracional en las decisiones de qué y qué tanto cambiar o no alguna producción extranjera.

            Más allá del “aroma” chauvinista de la reseña arriba citada tienen razón en que la calidad de la serie disminuyó de manera sustancial en la segunda temporada. Considero que la premisa inicial de un patriarca y capo vulnerable por el alzhéimer no podría extenderse demasiado en una segunda temporada que incorporaba nuevos enemigos sin riesgo de trivializar la gran amenaza de la serie, que es precisamente la aflicción neurológica que aqueja a Bandeira. La adición de los personajes mexicanos es poco verosímil y pronto la trama se vuelve repetitiva y tediosa. Lo anterior no obsta, empero, para teorizar las maneras en que la irrupción de lo mexicano en Vivir sin permiso es descrita tanto en la serie misma como en la recepción crítica a nivel de la prensa española. En ese sentido, la serie nos es útil para explorar las maneras en que se perciben las nociones de crimen y de criminales en una parte de la sociedad española. ¿Cómo se conceptualiza la violencia? ¿Qué es violencia y qué no lo es? Y si esta se ejerce solamente a través de una pistola. Las entrevistas al actor José Coronado son harto reveladoras aunque uno no sabe bien a bien si se está entrevistando al actor o al personaje, o acaso al personaje que ha logrado convencer a su actuante de que es una persona positiva, un benefactor social.

            En este sentido, no deja de sorprender que Coronado diga que su inspiración para crear su personaje fue Amancio Ortega, el magnate español. Esta identificación de Bandeira con el multimillonario es lo que marca una entrevista que incluso así se titula: “José Coronado: Mi referente para Nemo Bandeira ha sido Amancio Ortega” (Fernández, 2018). En efecto, la serie muestra dos tipos de narcotráficos y narcotraficantes, alineados por un lado a lo gallego /español e identificados con valores tradicionales como la familia y un sentido empresarial y de beneficencia comunitaria y por el otro alineados a lo latinoamericano / mexicano y asociados con un sentido de violencia y muerte innecesaria. En Vivir sin permiso, al desproveerles de la oportunidad del elemento paliativo, reivindicativo, sus creadores establecieron claramente un espacio para su villano, un villano mexicano sin apologías, sin explicaciones, sin pretensión de ambivalencia, de hacer el bien, pero al mismo tiempo sin hipocresías ni falsos panegíricos.

            La representación de lo mexicano ante la sociedad española tiene antecedentes centenarios en textos como Historia natural y moral de las Indias (Acosta, 2012) y Relación de las cosas de Yucatán (de Landa, 1959). Los estudios de autores religiosos como Fray Diego de Landa y Joseph de Acosta han sido presentados –y en buena medida lo son– como una suerte de proto-etnografías que han ayudado a preservar los saberes y costumbres de los antiguos pueblos americanos. Eso es verdad y es muy valioso, pero la razón de ser de estos escritos era conocer íntimamente a los nuevos conquistados para poder mejor llevar a cabo su proceso de evangelización y sumisión. En el caso de la Historia natural y moral de las Indias Acosta (2012) llega al extremo de tratar de demostrar cómo el demonio se había presentado ante los antiguos mexicanos para influir en sus ritos religiosos. A pesar de toda esta raigambre de representación del mexicano y de lo mexicano como el maligno Otro ante la sociedad española, no deja de resultar sorprendente que estos patrones sigan produciéndose en nuestros días en términos tan claros y semejantes, mostrando a los mexicanos como personajes con una capacidad de producir violencia extrema, extraña, ajena y diferente a la de los criminales españoles. Al menos esta es la premisa de Vivir sin permiso.

 

 

Referencias

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Juan Carlos Ramírez-Pimienta es doctor en letras hispanoamericanas por la Universidad de Michigan y se desempeña como profesor investigador en San Diego State University- Imperial Valley. Una buena parte de su agenda de investigación versa sobre la narcocultura, tema sobre el que ha publicado como co-antologador los libros Camelia la texana y otras mujeres de la narcocultura y de El Norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana. Es además autor de los libros De El Periquillo al pericazo: Ensayos sobre literatura y cultura mexicana, Cantar a los narcos: voces y versos del narcocorrido, Una Historia temprana del crimen organizado en los corridos de Ciudad Juárez, así como unos treinta artículos académicos. Así mismo, ha colaborado como especialista sobre este mismo tema para diversos medios nacionales e internacionales entre los que se cuentan: El Universal,  Milenio, Univisión, The New York Times, USATODAY, Le Monde, y BBC.