ISSN 2692-3912

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Cuatro poetas chiapanecos: Tendencias y evocaciones

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Es la que a continuación se presenta una breve muestra de la obra de cuatro poetas: Roberto Rico (1960), Gustavo Ruiz Pascacio (1963), Luis Arturo Guichard (1973) e Ignacio Ruiz-Pérez (1976). La idea es que los poemas seleccionados inciten a quienes los lean a conocer a estos autores de cuya producción podría darse el siguiente sucinto acercamiento.

Con una fascinación por dejarse el “domingo al hombro”, con palabras que lo sitúan del lado de la ironía, Roberto Rico es partidario de la carga verbal que lo hace un poeta que no desiste ni de palabras ni de lugares. Para él, toda palabra tiene cabida en el poema, todo espacio es susceptible de conducir el poema, de acercar el poema. Es alguien que cuestiona, que se cuestiona, y lo que sabe lo transmite sin ansiedades, sin ademanes.      Es el equilibrista de quien se vale Gustavo Ruiz Pascacio para desplazarse con largo aliento en busca de un bosque, para sentarse en otra banca, en un lado distante, y saber de sí y saberse decir que está ahí para disfrutar lo que se le entrega, con lo que hará los poemas, una tonada de jazz, un vibrato, un caudal en el que encontrará sus espíritus. Luis Arturo Guichard ha sabido traer hacia sí los trazos, los retazos que ha encontrado en su andar por el mundo, el que sólo adquiere existencia en el momento en que pasa por la tinta con la que el poeta traza las palabras en sus cuadernos. Una pluma, un cuaderno y alguien que aún reconoce su camino: mapas, aspas con las que su movimiento se acrecienta, aunque siempre se le escape la imagen de sí mismo: alguien en un aeropuerto con una maleta.

Reescritura, imágenes que se prolongan de un poema a otro, de un libro a otro, reconocibles universos en los poemas de Ignacio Ruiz-Pérez, conducidos con un ritmo sostenido, con el que el poeta ensaya conceptos que arma al estar frente al mar, frente a un poema, frente a una película, espirales de una búsqueda constante, la del poema que se entrega.

La que se ofrece es una propuesta de lector: adelante.

Cuaderno de innsbruck – Gustavo Ruiz Pascacio
Con meridiana oscuridad – Roberto Rico
Ensayo de la sombra – Ignacio Ruiz-Pérez
Luis Arturo Guichard
Lo demás te lo enseñara el relámpago – Luis Arturo Guichard

 

Calos Gutiérrez Alfonzo es poeta y ensayista. De su autoría son los siguientes volúmenes de poemas: Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018). Ha publicado los libros Ascenso y precisión. Tres poemas de autores chiapanecos (2016) y Minucias. Maneras de decir cómo se vive la frontera (2021). Se desempeña como Investigador del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre     Chiapas y la Frontera Sur, de la Universidad Nacional Autónoma de México (CIMSUR-UNAM).

Ensayo de la sombra

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Ensayo de la sombra

  (selección)

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Instantánea (hora inmóvil)

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Mi cabeza rota es también una cámara oscura.

En su fondo se dibujan puertos, barcos y avenidas

donde revolotea un puñado de ángeles.

A veces los ángeles suben montes, desandan veredas

o aletean felices, zumbando aquí y allá,

produciendo una bulla que hincha el aire de su suyo tan vacío;

otras, llevan mandolinas y cantan la inminente llegada del fin del mundo.

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Mi cabeza rota es una cámara oscura.

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A medianoche

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Tengo nostalgia de lo que jamás tuve ni tendré:

Acento, ceniza, huella de perdiz,

caracol dando vueltas en mi oído

o regresando oscuramente a su casa

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y tengo también olvido,

sendero sin principio ni fin,

limbo en la mirada,

zapping, imágenes verticales,

cuervos en el brazo

—¿o son acaso las líneas del mar

que palpita a lo lejos?

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puedo nombrar el puente,

su hormigón tendiéndose entre mis recuerdos,

pero también la ciudad con sus alas

subiendo hacia abajo, rompiendo sus plumas,

esas ligeras formas del deseo

uniendo las orillas separadas por el río

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los buques resoplan,

yo camino oscurecidamente bajo las farolas del muelle,

el bulevar se alarga, la noche es cada vez más noche,

y en mi brazo yo sólo puedo escribir

lo que jamás tuve ni tendré.

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Cámara lúcida

(fragmento)

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Concéntrate

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Busca en las fotografías el instante que perdiste

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Salta de página en página, de calle en calle, de puente en puente

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Busca en el archivo de tu cuerpo, en el fondo de la pecera

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Húndete en el fulgor de la pantalla

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Concéntrate

Ensayo de la sombra – Ignacio Ruiz-Pérez

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De Ensayo de la sombra, Ignacio Ruiz-Pérez, México: lengua de barro, 2024.

<p style=”text-align: justify; margin: 0cm 0cm 8.0pt 0cm;”><b><span style=”font-size: 11.0pt; font-family: ‘Calibri’,sans-serif; color: black;”>Ignacio Ruiz-Pérez</span></b><span style=”font-size: 11.0pt; font-family: ‘Calibri’,sans-serif; color: black;”> (Tuxtla Gutiérrez, 1976) es autor de los libros de ensayos Lecturas y diversiones (2008) y Nostalgia de la unidad natural: la poesía de José Carlos Becerra (2009 y 2011). En 2010 coeditó el volumen Independencias, revoluciones y revelaciones: doscientos años de literatura mexicana, y en 2018 dio a conocer la Antología del ensayo moderno en Chiapas. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el IX Premio Mesoamericano de Poesía «Luis Cardoza y Aragón» por Notas manuscritas llenas de incógnitas (2014), el XIV Premio Internacional de Poesía «León Felipe» por Libro de la ceniza (2016), el III Premio Nacional de Poesía “Juan Eulogio Guerra Aguiluz” de la Universidad Autónoma de Sinaloa por El deseo es una lámpara que no alumbra (2023) y el III Premio de Poesía “Óscar Oliva” por Ensayo de la sombra (2024). Desde 2005 es profesor de literatura mexicana en la Universidad de Texas-Arlington.</span></p>


Ignacio Ruiz-Pérez (Tuxtla Gutiérrez, 1976) es autor de los libros de ensayos Lecturas y diversiones (2008) y Nostalgia de la unidad natural: la poesía de José Carlos Becerra (2009 y 2011). En 2010 coeditó el volumen Independencias, revoluciones y revelaciones: doscientos años de literatura mexicana, y en 2018 dio a conocer la Antología del ensayo moderno en Chiapas. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el IX Premio Mesoamericano de Poesía «Luis Cardoza y Aragón» por Notas manuscritas llenas de incógnitas (2014), el XIV Premio Internacional de Poesía «León Felipe» por Libro de la ceniza (2016), el III Premio Nacional de Poesía “Juan Eulogio Guerra Aguiluz” de la Universidad Autónoma de Sinaloa por El deseo es una lámpara que no alumbra (2023) y el III Premio de Poesía “Óscar Oliva” por Ensayo de la sombra (2024). Desde 2005 es profesor de literatura mexicana en la Universidad de Texas-Arlington.

Lo demás te lo enseñará el relámpago (selección)

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Lo demás te lo enseñará el relámpago

    (selección)

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No todos los caminos me han llevado a Roma

(tal vez esa oferta expiró con las estatuas

de los emperadores en el suelo),

pero tampoco me han apartado de ella:

por las noches leo a mis poetas

y recuerdo bien dónde iban las largas

y las breves, dónde estaban los trucos de la métrica.

No he olvidado esos caminos aunque los míos

sean corrientes de isla griega, meandros

egipcios, bosques turcos. Leo y camino

con la alegría del cazador que reconoce

los cortes de la brecha.

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y No pertenecen a la infancia del amor.

Cuando crecen, se complican.

Al principio es o No, simple y total.

Con un te tiras al abismo de la mano,

con un No, te tiras igual, pero tú solo.

Luego viene Sino, que significa alternancia,

indecisión, la vida que llevamos

a las espaldas comienza a cobrar su cuota.

Y también aparece Si no: <si no hay futuro>,

<si no funciona> y todos los mediocres

Hermanastros. Por eso es tan bella

la infancia, cuando me miras con ojos

de gacela y me dices y no

hay ninguna duda en la fábrica del mundo.

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Defenderemos el paso de Bósforo

Pies alados para alisar las arrugas del mundo

          Eduardo Chirinos

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Esta noche, desde un cibercafé de Estambul,

vamos a combatir por una letra griega.

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Ésta será nuestra última lucha juntos,

amigo que sigues buscando los siete días

para la eternidad.

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A la orilla del cuerno de la abundancia,

donde se rozan las manos una novilla cansada

y una soberbia hija de Alejandro,

aquí resistiremos como viejos compañeros.

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Mi amigo ha escrito un bello libro

que se abre con una frase de Seféris:

¡he proclamado ya las palabras

que imantan el infinito!

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Pero las computadoras de Estambul

han olvidado ya el griego y confunden

las sigmas con los signos de dólar.

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Desde mi península yo voy a luchar por tu sigma

como una última prueba de amistad

y de conversación:

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y como una despedida digna para un amigo

que ha proclamado ya las palabras que imantan el infinito.

 

Lo demás te lo enseñara el relámpago – Luis Arturo Guichard

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De Lo demás te lo enseñará el relámpago, Luis Arturo Guichard, Madrid: Vaso Roto Ediciones, 2024.


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Luis Arturo Guichard (Tuxtla Gutiérrez, 1973) reside en España desde 1997. Filólogo, traductor y ensayista, es Profesor Titular de Filología Griega en la Universidad de Salamanca, donde coordina el Máster de Creación Literaria. Como ensayista ha publicado, entre otros, el libro de crítica Hacia el equilibrio. Lecturas de poesía española reciente (México, Juan Pablos-UNICACH, 2006), la edición de la Poesía reunida de Joaquín Vásquez Aguilar (México, Juan Pablos-UNICACH 2010) y el libro de fragmentos y aforismos El silencio escribe con tijeras (Sevilla, La Isla de Siltolá, 2016). Ha traducido epigramas griegos y preparado una edición bilingüe de las Anacreónticas (Madrid, Cátedra, 2012). Es autor de los siguientes libros de poesía: Los sonidos verdaderos (México, Juan Pablos-UNICACH, 2000), Nadie puede tocar la realidad (Béjar, Littera Libros, 2008), Versión aérea (Barcelona, Luces de Gálibo, 2010), Campanas subterráneas (México, Aldus-UNICACH, 2012) y Margen de espejo (Tenerife, Baile del Sol, 2016). Su poesía reunida hasta 2012 ha sido publicada con los títulos Una fe provisional (Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2012) y Realidad y márgenes (México, CONECULTA Chiapas, 2013). Es también autor del libro de poesía para niños Caballo verde para la poesía de peluche (Tuxtla Gutiérrez, CONECULTA Chiapas, 2016), ilustrado por Delva Guichard Andrés. Su libro más reciente es Lo demás te lo enseñará el relámpago (Madrid, Vaso Roto, 2024).
Con El jardín de la señora D. (Madrid, Hiperión, 2017) obtuvo el 41è Premi Vila de Martorell de Poesia en España y el Premio Iberoamericano de Poesía para Obra Publicada Carlos Pellicer INBA 2018 en México.

Cuaderno de Innsbruck

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.Cuaderno de Innsbruck

(selección).

VI

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Salgo a recorrer este país. Un mundo por detrás, un cielo por delante. Un rango de alfiler en sus montañas. Un techo por doquier, un río de trenes, un bosque de hogares abrigando las seis en punto. Salgo con las manos en los bolsillos. Con la bocanada de hielo que me ha tocado en turno y la disfruto. Con la debida sensación que en mí no cabe todo. Que vengo de un océano que no besa esta tierra. Que soy el insensato voyerista de los viernes. Que me aparezco así, con todos los espíritus que me ha dado mi patria, y no puedo doblar con otra magia que no sea este cordón de cimientos, en el que pongo mi palabra.

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XIII

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¿Qué diría el viejo marimbista de mi ciudad si hubiese visto el lento amanecer de París en las espaldas de esos dos músicos trayendo una tonada de jazz sobre estas vías? ¿Qué diría de mi quieto regocijo sin quebrarme las pestañas por un cierto hospedaje metálico de saxo a media aurora en el trayecto de Saint-Denis a mi pupila? ¿Qué diría deste viento sin rango, que apuesta a la última puerta del vagón en que sus luces encienden la calza de noche del violín que ha desertado del aflijo de una nota sin matriz? ¿Qué diría por ti y por mí y por todos los que escogen una ruta de jazz para volver a colmarse de lo que sobreviene desde ayer sin cromos de por medio?

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XXIX

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Alguien vendrá sin ti, menos la muerte. Sobre el caudal que trota en ese anuncio con niebla alguien resguarda tu nombre. Hay avispados prodigios en el filo de esa silueta a la entrada de la chocolatería. Hay combinados conceptos, cacaotales a pasto de Nepal al Soconusco, un valor de cabo a loza que todo lo absorbe. Mientras se afinca el vibrato del churro en la mesa y una voz marroquí descifra en cierta carta que hay un lugar en la tierra llamado Soconusco, una silueta persigue su propia silueta a la entrada de la chocolatería en Salamanca. Alguien vendrá dispuesto, no lo dudes. Una variante en conserva es el arraigo de la muerte. Alguien vendrá sin ti, menos la muerte.

[Inspirado en el poema “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, de Cesare Pavese.]

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Cuaderno de Innsbruck – Gustavo Ruiz Pascacio

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De Cuaderno de Innsbruck, Gustavo Ruiz Pascacio, Tuxtla Gutiérrez: Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, 2020.

 


Gustavo Ruiz Pascacio (Tuxtla Gutiérrez, 1963) es doctor y maestro en Ciencias Sociales y Humanísticas por el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (CESMECA-UNICACH) y Licenciado en Letras Latinoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
Becario del Centro Chiapaneco de Escritores en el bienio 1993-1994, en poesía, y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (FOESCA) en 1996 y 1998, en ensayo. Premio Estatal de Poesía Rodulfo Figueroa 2001 con el libro: El amplio broquel de la melancolía y Premio Nacional Bellas Artes de Literatura (Premio Nacional de Ensayo para Crítica de Artes Plásticas Luis Cardoza y Aragón 2003) con el ensayo: La plástica en Chiapas: el tránsito del color y la explosión de la forma.
Libros de poesía: Cualquier día del siglo, 1994, El equilibrista y otros actos de fe, 2000, El amplio broquel de la melancolía, 2001, Escenarios y destinos, 2008, No viene la primavera en las líneas de mi mano, 2013, y Cuaderno de Innsbruck, 2020.
Libros de ensayo: Los fantasmas de la carne. Las vanguardias poéticas del siglo XX en Chiapas, 2000, Los designios de la Diosa. La poética de Efraín Bartolomé, 2000, La plástica en Chiapas: el tránsito del color y la explosión de la forma, 2011, Los andenes de la voz. Ensayos de poesía mexicana contemporánea, 2015, Instantes y presagios. Un estudio crítico de la poesía de Enoch Cancino Casahonda, colección Thesis, número 13, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas-Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, 2021.

Con meridiana oscuridad

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Con meridiana oscuridad

(Selección)

 

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¿Por qué trazar con tiza blanca el contorno de un cadáver en el suelo?

      (fragmento)

*

Un poeta y filólogo

sensible, experto clasicista,

me ha sugerido prefijar con tectum

esos pasos que escucho en la azotea;

como quien dice:

tecto-cardio-grama.

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Conoce bien mi asunto el antedicho,

pues no ignora que al cabo de esta fase

de falaz autohipnosis verborreica

me saldré por tangente sincopada

para purgar, enfermo imaginario,

con dramamine y otros dramas mínimos,

dolencias de un cronómetro en vigilia.

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La lección del amigo pongo en práctica

apelando a mi propia perorata.

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“Ya deja de Molière.

Observa el techo.

Respira hondo,

impúlsate hacia abajo.

Repite la acción tantas veces puedas”.

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Tectum:

enfático tictac a oscuras.

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*

Electrocardiográfico es vocablo con mayor número de letras

que mis latidos por minuto. ¿En cuántos cuadratines impresos

y póstumas hornillas

mi resto incinerándose volcará su desazonada sombra,

su descorazonado osambre?

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Termino elocutiva pregunta con el ceño adusto,

borroneado a ceniza propia en miércoles,

y en seguida, ya en off las voces,

fuera de la capilla ardiente, estallo,

pero en serio, a reír,

dientes adentro,

irrisible, risorio.

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A no dudarlo

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te cabe alguna duda,

la palmeas un rato y en seguida se hace nudo.

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Si es de dudosa procedencia,

La duda recompone su semblante, deja lugar a ella misma

bajo el silencio comensal que carcome a quien vacila.

Mejor es preguntarse a quién no asalta

la duda en un momento de descuido.

La respuesta no existe; ¿alguien lo duda?

Sólo especulativa me resultas

en grado extremo interesante.

Por lo demás, nada te debo, vida:

pero de que me debes otra noche,

no te quepa menor duda.

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Con meridiana oscuridad – Roberto Rico

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De Con meridiana oscuridad, Roberto Rico, Tuxtla Gutiérrez: Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, 2023.

 


Roberto Rico (Ciudad de México, 1960) radicó desde temprana edad en Cintalapa de Figueroa y otras poblaciones de Chiapas. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Es autor de Reloj de malvarena, Nutrimento de Lázaro y La escenográfica virtud del sepia. En 2011 apareció una compilación de estos volúmenes, con el título de Parlamas, y en años posteriores los breves poemarios De aquellos años que no llevan ere, Ars vitraria y Radio frenesí y otras sintonías. Su obra figura en antologías y publicaciones periódicas; tal es el caso de Pulir huesos. 23 poetas latinoamericanos, cuya selección y prólogo es de Eduardo Milán, y de la revista argentina Tsé Tsé.
Fue becario del FONCA y del FOESCA. Obtuvo los premios de poesía Rodulfo Figueroa y Enoch Cancino Casahonda. En 2015 vio la luz Jasón es un acrónimo: antología personal, una selección que reúne tres décadas de su trabajo literario. Con meridiana oscuridad (2023) es el título de su volumen más reciente.

The Disney Affair

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The Disney Affair

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Si Yaja no se hubiera metido en una pelea con Pepe Grillo y el Pato Donald, hubiéramos tenido una estancia tranquila y amena en el Disneyland Hotel. Eso sí, ni hablar de diversión, porque Yaja estuvo decidida a evitar divertirse desde el principio.

  La boda de Yaja y Joselo se había cancelado por culpa del veganismo. Bueno, no exactamente. Lo que pasó fue que la hermana de Joselo se volvió vegana de un día para otro y estuvo presionando para que cambiaran el menú de la recepción. Yaja creía que lo hacía para molestarla, porque la odiaba, pero Joselo, conciliador, dijo que podían invertir en un par de platillos veganos que estuvieran disponibles para los invitados que los prefirieran. Yaja no quiso involucrarse. Error. Joselo acompañó a su hermana a una degustación y terminó enredándose con la chef, que además de vegana, resultó una ecoterrorista radical encubierta que encima de acostarse con Joselo, lo reclutó para su organización.

La hermana de Joselo volvió a comer carne en cuanto él y la chef pasaron a la clandestinidad. Era ridículo. Todo. El breve paso de la excuñada por una supuesta vida más sana y ética sin cargos de conciencia sobre el mundo animal. Joselo volviéndose antisistema. Joselo, alguien que no sabía hacer otra cosa que comprar tonterías por Amazon, que organizaba su año según las fechas del festival Coachella, que se había comprometido con Yaja haciendo una versión muy modesta de un video viral. Todo resultaba una ridiculez.

Principalmente, porque la chef era una mujercita menuda con aires monjiles, muy antipática, y era increíble que pasara de abrazar lechuguitas directo a las armas.

Después de eso dejé de dudar de la sabiduría de los dichos populares, porque era cierto, una tenía que cuidarse de las aguas mansas.

  Yaja estaba devastada. Así que yo, como dama de honor y mejor amiga, gestioné las cancelaciones. Instruí a una cuadrilla de amigas, primas y vecinas para llamar a cada persona del país que hubiera recibido una invitación y revisé contratos, porcentajes y cláusulas con los proveedores. Recuperé el sesenta por ciento de los adelantos y depósitos. También devolví los regalos y mientras estaba en esos menesteres, me encontré con la información de la luna de miel. Los papás de Joselo les habían regalado una semana en el Disney’s Grand Californian Hotel & Spa. Un verdadero sueño hecho realidad. Cuando llamé para preguntar por las políticas de cancelación me explicaron que no había tales, simplemente se perderían los privilegios del todo incluido. Por ocho días. Para dos personas.

  Sobre mi cadáver.

  Hablé con Yaja, la convencí de que pasar la fecha de la boda encerrada en la habitación de su adolescencia mientras su mamá despotricaba en contra Joselo con sus tías sería terrible y patético, que podíamos aprovechar lo que el destino nos ponía adelante para por fin irnos a ese viaje solas que nunca lográbamos cuadrar en las agendas y que, como Joselo había renunciado a sus posesiones capitalistas, podíamos usar el dinero recuperado de la banda, el Dj, el jardín y todo lo demás, para pasar la mejor semana de nuestras vidas. Quizás en una de las vueltas más cerradas del Splash Mountain, bañadas con toda esa agua de California, el anillo de compromiso se le saldría del dedo. Yaja tenía una hinchazón crónica en el anular desde que vimos el video donde Joselo se despedía de ella y de su familia.

Estoy segura de que cuando Joselo anunció que había encontrado lo mismo el amor que una misión a la cual entregar su existencia, el anillo empezó a encarnársele.

  Tampoco era que hubiera mucha prisa por sacarlo porque a quién se lo iba a devolver. Por lo que sabíamos, Joselo estaba en alguna recóndita montaña preparando el ataque definitivo contra los carnívoros del mundo, alimentándose solo de zanahorias cultivadas por él de modo sustentable, seguramente fertilizadas con sus propios desechos orgánicos.

  Preparé un playlist de tres horas con lo mejor de las bandas sonoras de Disney y vacié encima de Yaja una montaña de dulces y frituras para cruzar la frontera. Pensando en ella, excluí de la selección las canciones que pudieran remitirle algún mensaje ecológico, como Ciclo sin fin y Busca lo más vital, pero incluí algunas de las joyas infravaloradas como Mundo perfecto de Las locuras del emperador y Cuán lejos voy, de Moana.

  En retrospectiva, no sé cómo no se me ocurrió que Yaja iba descendiendo en una espiral de odio y desestabilidad mental, porque no me dirigió la palabra durante el tiempo que estuvimos haciendo la fila: se quedó sentada como la peor copiloto de la historia, sepultada por los Reese’s miniatura, los pulparindos, las picafresas, los bombones con caramelo, las galletas de nieve, los Ruffles y los Cheetos, cantando Let It Go una y otra vez.

  Mi amiga, esa agua mansa.

De veras, cómo no lo vi venir. Porque tampoco se me ocurrió que algo oscuro empañaba el viaje cuando el migra nos mandó a segunda revisión. O cuando no podíamos dar con un estacionamiento para dejar el coche la semana completa. O cuando por fin lo encontramos y trataron de cobrarnos en riñones en lugar de dólares.

Y es que, aunque solo eran tres horas y media en carretera para llegar a Anaheim desde Calexico, se trataba de un viaje de descanso y relajación, por lo que, como guía espiritual de Yaja y administradora de la aventura, hice el primer gasto importante de la pequeña fortuna que representaba las ilusiones rotas de mi amiga y volamos menos de una hora, como si fuéramos estrellas de cine.

  —Compramos estos boletos con el reembolso de la barra libre —dije para tratar de animarla.

  Yaja cerró la ventanilla, se cubrió los ojos con el antifaz para dormir y se hundió en el asiento por respuesta.

  Debí intuir lo que se avecinaba cuando la única sobrecargo del avioncito me negó una mimosa alegando lo breve del recorrido, pero en ese punto me pareció un contratiempo insignificante en comparación con las maravillas que nos esperaban al aterrizar.

Error.

Aterrizamos en Santa Ana, en el aeropuerto John Wayne.

Qué nombre más desafortunado. John Wayne, el del western, era un mastodonte misógino, homofóbico y racista; y el otro John Wayne, un payaso asesino de niños.

Dejé a Yaja esperando el equipaje y fui a consultar las salidas a Anaheim.

No había.

Una ciudad del Área Metropolitana de Los Ángeles, la segunda área metropolitana más grande de Estados Unidos, una ciudad que anuncia como su único atractivo turístico su cercanía con Disneyland, no tenía forma de hacer llegar a los vacacionistas del aeropuerto a Disney. Sentí que me daba un vahído.

  Con mi precario inglés de escuela de monjas pedí hablar con el gerente de la aerolínea, con el encargado del sitio de taxis, con el mismísimo Terminator aunque ya no fuera gobernador. Todas mis exigencias fueron ignoradas. Me urgía quejarme y llamé al hotel. Entonces supe que debí haber coordinado el viaje con ellos para que enviaran un mickytransporte por nosotras. Estábamos a nuestra suerte, pero por la educación sentimental de nuestra niñez, si de mí dependía, por supuesto que íbamos a prevalecer. Regresé con Yaja y la encontré en el lugar exacto donde la había dejado, recargada en su maleta, mirando a la nada con una expresión de estar en coma. Mi maleta se había perdido. No me exalté. Lo tomé con filosofía y me dirigí a la fila de reclamaciones donde comprobé que el mundo es un pañuelo, que a cada acción corresponde una reacción, que el karma se equilibra y que todo ying tiene su yang.

  La fila era larga y el sur de California está prácticamente poblado por latinos y migrantes, así que cuando la mujer detrás de mí, mezclando inglés y español de forma indistinta me dijo que le parecía conocida y que le recordaba a alguien, solo por hacer algo, conversé con ella. Era la prima segunda de una tía política de mi mamá a la que yo no había visto nunca, pero la mujer, que se empeñaba en que la llamara tía Cata, no cabía de emoción por haberme encontrado. Me habló de la infancia de mi madre, de mis abuelos, de la vida de la tía política desconocida y terminó ofreciéndose a llevarnos a Disney. Era un tramo de cuarenta minutos y le quedaba de camino.

La abracé con cariño sincero.

En la camioneta de la tía Cata iban sus dos hijos expresidiarios, una anciana que olía raro conectada a un tanque de oxígeno y tres niños que no obedecían a ninguno de los pasajeros.

  Disculpé la condición de Yaja sugiriendo que tenía un problema con la bebida. No se inmutó.

La tía me anotó su número telefónico en un papel y me hizo prometer que la llamaría antes de volver a México. Lo dijo así, México, como si Mexicali estuviera en Yucatán. Supongo que así de lejana deben sentir su tierra los migrantes que nunca regresan a ella. Uno de los expresidiarios, con tatuajes de lágrimas en los pómulos, se bajó para despedirse y me masajeó el trasero.

Nos dejaron en las puertas del cielo.

El hotel era un portento de arquitectura. Estilo rústico, con lámparas Tiffany y motivos de las historias clásicas desarrolladas en bosques. Bambi, Bernardo y Bianca, Chip y Dale, Winnie Poh. Yo estaba maravillada y no me dejé amedrentar por el destino cuando nos explicaron que debido a un problema de traducción, creyeron que como ya no había boda, no seguiríamos el itinerario del paquete nupcial. Nos cancelaron las citas en el spa, las cenas con los príncipes y princesas en la azotea y nos cambiaron la Luxury Majestic Suite, por una habitación estándar en el Disneyland Hotel.

Un botones sin gracia nos trasladó al hotel vecino en un carrito de golf y nos dio unos pases para el buffet del desayuno.

El Disneyland Hotel no era tan elegante como el que habíamos dejado, pero era icónico, con miles de referencias al universo moderno de Disney y solo del lobby al elevador conté veinticinco siluetas de Mickey Mouse ocultas en el mobiliario.

En la habitación traté de no desanimarme cuando vi que la decoración era de los Avengers. Nos tiramos en las camas gemelas. Le dije a Yaja que habíamos sobrevivido a lo peor y que en adelante, la semana sería inolvidable.

Ya estaba dormida.

Le quité los tenis y le revisé el dedo del anillo. La piel alrededor estaba blanda y roja. Húmeda. Debía dolerle.

  Apagué las lamparitas con forma del martillo de Thor convencida de haberlo logrado. Convencida de que, pese a los inconvenientes, mi amiga y yo estábamos cumpliendo un sueño.

Tuve pesadillas por dormir en la cara de Thanos.

  Nos levantamos tempranísimo. Yaja me prestó ropa porque yo me había quedado con lo puesto. Era sábado, un día de mucho ajetreo y nosotras teníamos boletos para desayunar y un pase ejecutivo a todas las atracciones. Convencí a Yaja de que se maquillara. En el fondo guardaba la esperanza de que conociera a algún extranjero y recuperara el brillo en la mirada. Salimos del cuarto y nos encontramos a Pocahontas en el pasillo. Creí que iba a orinarme encima. Me firmó la libreta de autógrafos y Yaja nos hizo una foto donde salimos desenfocadas y fuera de cuadro. Luego yo les tomé una donde Yaja parece cargar ella sola con toda la culpa de la colonización. No me importó, Pocahontas significaba el mejor de los augurios: Yaja y yo descubriríamos colores en el viento, escucharíamos a los lobos aullar a la luna azul.

  Error.

El restaurante estaba cerrado al público. Los empleados preparaban la barra de ensaladas para un evento privado. Yaja se chupaba el dedo perjudicado en silencio, asumo que por el dolor, pero aquello le daba un aspecto oligofrénico. Detrás de la cuerda de terciopelo rojo de los postes unifila, uno de los niños perdidos de Peter Pan, el del disfraz de mapache, nos explicó que igual los boletos que nos habían dado eran válidos para puro café con pan. Que si queríamos desayunar de verdad tendríamos que pagar una diferencia de setenta dólares cada una y que nos convenía más comer en algún lugar del parque. Sentí que se me reventaban las venas de la esclerótica. Entre las mesas, Pepe Grillo y el Pato Donald, jugueteaban, tal vez cantaban acerca de darse silbiditos.

  Suspiré y antes de que pudiera volverme a Yaja para decidir qué hacer. Yaja corrió y se lanzó contra el Pato Donald, tacleándolo.

  La botarga rebotó en el suelo y quedó tendida de tal manera que necesitaba ayuda para levantarse. El niño perdido hizo llamadas, evidentemente a los elementos de seguridad y Pepe Grillo intentó enfrentar a Yaja, que estaba enardecida. Donald movía sus patitas en el aire en un esfuerzo inútil por incorporarse. Creo que lo que detonó la crisis de Yaja fue ver tanto verde en la barra de ensaladas, porque tomó el contenedor de la lechuga y azotó con él al pobre grillo, que perdió su sombrero de copa alta en la trifulca. Después, Yaja saltó sobre la barra y tomando las verduras con las manos, fue arrojándolas hacia las personas que la miraban aterradas. Parecía un gorila dando grandes pasos sobre el mueble apoyada en sus cuatro extremidades. Yo creí que me iba volver loca intentando contener a los guardias de seguridad que se veían muy inclinados a usar la fuerza letal, pero no por eso, sino porque en Disney no hay nada que rompa el encanto, no hay forma de saber si alguien a quien te topas es un simple turista o un miembro de la familia Disney, como les dicen a los empleados.

El acabose llegó cuando una despreocupada Ariel con vestido novia, salió de la cocina del restaurante con unas charolas. Yaja empezó a gruñir en cuanto la vio.

  Ariel, perspicaz, escapó hacia la Main Street.

  Y empezó la persecución.

Vi la escultura de Walt Disney dándole la mano a Mickey Mouse, pasé entre Minnie y Pluto y atropellé a unos niñitos muy güeros en mi carrera.

  Frente al castillo de La Cenicienta, Yaja secuestró uno de los carruajes tirados por corceles. Los azuzó como si estuviera en el Viejo Oeste. Avanzó y dio una vuelta innecesaria a la glorieta del castillo de la Bella Durmiente. Por estar alardeando, arrolló un puesto de churros, uno de orejas de ratón y a otros dos ambulantes. No sé cómo no se le desbocaron los caballos.

  El carruaje de Yaja condujo a Fantasyland.

  Yo ya había sido alcanzada por dos policías del parque y veía la estela de destrucción que Yaja dejaba a su paso desde el taxi de Roger Rabbit, que es como están caracterizadas las pequeñas patrullas. Ariel había desaparecido y Yaja huía de la ley. Afuera de una tienda de regalos se aglomeraba tanta gente por culpa de unos príncipes encantadores que Yaja se vio obligada a detener el carruaje y bajar.

  Pensé que ahí acabaría el trafagoso episodio. Sorpresa: no. Yaja corrió, atravesó el carrusel del Rey Arturo y surcó por encima de las tazas de la fiesta de té, rumbo a Tomorrowland. Para eso, las princesas que estaban en Fantasyland, tal vez alertadas por Ariel, dejaron sus puestos y fueron tras Yaja a pie, sorteando el paso por donde los taxis de Roger Rabbit no podían cruzar. Mis policías y yo cortamos por la ruta de los desfiles y vimos a Aurora, Mulán, Rapunzel y Jasmín, rodeando a Yaja cerca de donde Buzz Lightyear enfrenta al Malvado Emperador Zurg. Recordé que los miembros del elenco que representan a los personajes suelen ser atletas de alto rendimiento.

  Los visitantes pensaban que era una representación. Yaja aprovechó que empezaron a pedir fotos y autógrafos a las princesas para escabullirse hasta el Astro Orbitor, que estaba fuera de servicio, pero en cuya escalinata, Jessy, la vaquera de Toy Story, abría su show cantando Cuando ella me amaba. Yaja pareció llenarse de un odio ancestral al escuchar las primeras estrofas y empezó a correr de nuevo. Era como si no fuera a detenerse nunca.

  Se dirigió a Adventureland. Las princesas se quedaron atrás, con todo y que seguramente eran gimnastas o velocistas, los vestuarios, el público y la misma distribución del entorno, les impedían explayarse.

  Yo había pasado de explicar a los policías que Yaja estaba teniendo un colapso por causas de extrema angustia emocional a tratar de evitar que la lastimaran gritando que mi amiga estaba nuts, mad, crazy, lunatic. Pero, de hecho, no creía en absoluto que Yaja estuviera mal de la cabeza, si Yaja necesitaba hacer parkour en Disney como terapia, tenía mi apoyo y mi solidaridad.

  Estuvimos a punto de cercarla enfrente de la tienda de recuerdos de Indiana Jones y yo hice lo que haría cualquier amiga, metí el freno de mano haciendo derrapar el vehículo, que fue a estrellarse lentamente contra una barrera de contención.

  Me bajé balbuceando sorrys e intenté alcanzar a Yaja.

Se me unieron Tiana, Blancanieves y Ariel, vestida de civil.

  Más atrás, se iba conformando una barricada discreta de elementos de seguridad decididos a no permitir que Yaja volviera a escaparse.

  La perdimos en la selva. Me organicé con las princesas y nos dividimos. Tiana y Blancanieves revisarían las áreas restringidas, donde había buenos escondites, y Ariel y yo nos treparíamos a la casa del árbol de Tarzán, que gracias al cielo estaba en mantenimiento, sin visitantes. Buscamos durante unos minutos que me parecieron horas. Ya ni siquiera pensaba en cómo sería estar paseando en las atracciones como alguien normal. Lo único que me importaba era localizar a Yaja antes de que se convirtiera en material para Preso en el extranjero.

  Ariel era una joven agradable y centrada, no le guardaba rencor a Yaja. Se mantenía en contacto con el jefe de la policía del parque por medio de un radio de última tecnología instalado en su reloj de mano. Lo tranquilizaba. Decía que no había salidas de esa zona y que en cualquier momento daríamos con la prófuga. El hombre replicaba que cada vez era más difícil mantener la emergencia en secreto, que, si no encontrábamos pronto a Yaja, iban a tener que evacuar y hacer pública la situación.

  Una de las princesas gritó.

Creí que Yaja había hecho una locura. Es decir, otra, una irremediable.

Ariel y yo seguimos los gritos. Lo que nos encontramos era como estar en una de las películas más absurdas del estudio Disney en los años ochenta, como Los ojos del bosque o El abismo negro, aunque nosotras estuviéramos en un escenario selvático.

  Joselo sostenía a Blancanieves, ya sin peluca y con el vestido rasgado, del cuello. Tiana estaba tendida entre unos arbustos tropicales. Después supimos que desmayada, pero en ese momento nos asustamos muchísimo. No podía ser, Joselo, el exnovio y exprometido de Yaja, su casi marido, aplicándole una llave a Blancanieves.

La chef surgió de entre las ramas cargando lo que parecía ser una bomba que le doblaba el tamaño.

  Los dos se veían muy demacrados, bien dicen que la falta de proteína animal provoca anemia.

  La chef nos ordenó grabar lo que estaba a punto de ocurrir. Yo saqué mi celular y recé para que no fueran a decapitar a Blancanieves como hacían en los videos de ISIS.

  Joselo no me reconoció o fingió no hacerlo. Escuchaba a su chef con verdadera devoción.

  La chef soltó una perorata sobre el significado de Disneyland en la cultura, de los abusos cometidos por los ejecutivos del parque en nombre del capitalismo feroz. Habló del mercantilismo cultural, del imperialismo de los empresarios. Habló del daño sistemático al medio ambiente, de las especies endémicas de California afectadas en pro del consumo, de los patitos que vivían en los lagos interiores y que eran aplastados sin miramientos por el público que avanzaba hacia las atracciones hipnotizado, idiotizado, incapaz de atender lo que ocurría a su alrededor.

  Dijo que estaban ahí para hacer un llamado a la conciencia, que la sociedad no les había dejado otra opción.

  Ariel, que transmitía la escena a los guardias por medio del reloj, esperaba indicaciones.

  Joselo empujó a Blancanieves dejándola caer en una pequeña zanja y se unió a la chef, que hacía algo en el dispositivo.

  Si alguien iba a actuar, tenía que ser rápido.

  Ariel y yo nos miramos. Yo seguía grabando. Entonces, en lo que algún comentarista de noticias denominaría como un giro insólito de las circunstancias, escuchamos un crujido en el techo. Yo creí que era Tarzán. Volteamos y en lo más alto de la casa del árbol, desde la punta de la cumbrera, Yaja se deslizó por una liana usándola como tirolesa y fue a dar encima de Joselo, no sin antes patear a la chef con un impulso surgido de aquel aborrecimiento primigenio que había ido reuniendo a lo largo de su recorrido por el parque.

  Ariel dio la señal y los agentes y comisarios nos detuvieron a todos para dar paso a la brigada antiexplosivos.

  Tiana y Blancanieves fueron llevadas a la enfermería. Los policías a los que provoqué la colisión esposaron a la chef desquiciada y a Joselo. A Yaja la sometieron entre seis elementos y se la llevaron envuelta en una manta. A mí me pareció excesivo y procuré grabarlo con el celular.

  El complejo de Disney Town funciona como una pequeña ciudad autónoma, con sus reglas internas y su propio sistema de justicia. Según lo que se resolviera luego de la investigación privada, se decidía si se involucraba o no a los Rangers de California o incluso a la Patrulla Fronteriza.

  Ariel me consiguió una reunión con Joselo. El pobre había bajado tanto de peso que parecía sobreviviente de alguna guerra. Tenía ictericia en la piel y los labios resecos, con llagas y sangre.

El subterráneo en el que se encuentran las oficinas administrativas de la Disney Company contrasta por completo con la magia de la villa de Mickey. No hay color y la iluminación me hizo pensar más en las celdas de la KGB que en las de la CIA. En general, a pesar de que la limpieza era impecable, era como estar en una bodega de Walmart abandonada.

Abandonada, no solo vacía.

Primero Joselo se negó a hablar y estuvo insistiendo en que no sabía quién era. Según él, haciéndose el que no me conocía. Luego de un rato confesó que su célula estuvo planeando boicotear el desfile de Acción de Gracias de Macy’s y que también se sopesó actuar en el Big Bay Boom del 4 de julio en San Diego, pero que había sido idea de la chef perpetrar el ataque en la fecha de su viaje de bodas, como una declaración, como una manera de hacerlo cortar lazos con su vida pasada, al tiempo que asestaban un golpe a uno de los lugares más viciados y representativos del modo de vida norteamericano que existían.

  Negocié la información con el jefe de seguridad y resultó que la chef estaba en la lista de los más buscados por el FBI.

Hubiéramos podido ingresar a protección de testigos.

Acordamos que Yaja y yo saldríamos indemnes a cambio de nuestros testimonios en la corte. Eso, además, nos permitiría conservar las visas. También firmaríamos acuerdos de confidencialidad para mantener fuera del escrutinio público el conato de violación a la integridad de la marca Disney y el suelo estadounidense.

Se estuvo hablando de negarnos el ingreso a los parques temáticos del mundo pero saqué la carta del abuso de fuerza contra la heroína del caso y hasta logré que nos dieran fastpass para nuestra siguiente visita.

  Al salir de las oficinas, Yaja era otra vez ella misma, la Yaja de siempre. No, aún mejor, la Yaja de antes de Joselo. Me mostró su mano libre, sin anillo, el dedo todavía inflamado pero listo para sanar.

  Era la hora del desfile nocturno.

  Yaja y yo nos abrazamos, agotadas y orgullosas, apoyándonos la una en la otra para ver los fuegos artificiales y admirar la procesión de carros iluminados por más de un millón y medio de luces led y fibra óptica.

  Ahí estaba, por fin, el ambiente mágico hecho de música, alegría y polvos de hada que el espíritu de mi infancia deseaba tanto.

Sonreí a mi amiga y tarareamos quedito Bibidi-bababidi-bu.

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Elma Correa (Mexicali, México) es narradora. Escribe cuento y crónica. Coordina un encuentro internacional de escritores en Baja California y gestiona @habitaciones_propias, una comunidad virtual donde las mujeres del mundo comparten los espacios donde crean. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana, Maestra en Estudios Socioculturales y Doctora en Sociedad, Espacio y Poder. Escribió Que parezca un accidente (Nitro/Press, 2018), Mentiras que no te conté (UDG, 2021) con el que recibió el XX Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola, Llorar de fiesta (BUAP, 2022), La novia del león (Nitro/Press, 2024) y Lo simple (INBAL, 2024) Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí Amparo Dávila 2022.

 

Fotografía por @Sarel Patiño

Novela póstuma de García Márquez

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Novela póstuma de García Márquez

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¿Qué puede decirse sobre En agosto nos vemos (2024), la novela póstuma de Gabriel García Márquez? Las opiniones se dividen y se multiplican. La cuestión esencialmente radica en sí esta novela aportará algo a la totalidad de su obra. ¿O saldrá sobrando? Un hecho puntual es que regresó Márquez a las estanterías, como sucedía en sus mejores años de escritor. Pero ¿por cuánto tiempo?

El sello editorial Random House negoció los derechos con los hijos de Márquez, Rodrigo y Gonzalo García Barcha. El lanzamiento de la novela el 6 de marzo último coincide con el natalicio del Nobel colombiano a 10 años de su fallecimiento. El concepto editorial para la publicación de En agosto nos vemos se muestra efectivo en la mercadotecnia y en el lanzamiento simultáneo en varios idiomas. Una publicación con ventas aseguradas por el renombre universal de su autor. Desde luego ha levantado debate y las polémicas van desde el elogio sin cortapisas hasta la crítica demoledora.

Resumen sucinto de la novela: cada año, en el mes de agosto, Ana Magdalena Bach realiza un viaje en ferry hacia la isla donde reposan los restos de su madre, con la intención de visitar la tumba. Estas visitas terminan por ser una tentadora oportunidad para experimentar una transformación personal durante una sola noche al año. La obra busca la reflexión sobre la vitalidad, la capacidad de disfrute a pesar del inexorable paso del tiempo y los anhelos femeninos.

La revista WMagazín señala sobre la novela de Márquez que acorde a las críticas iniciales se ubica entre “obra maestra y adiós insatisfactorio, un boceto o no ser el mejor de sus libros”. Winston Manrique Sabogal no pasa por alto las carencias de una novela de por sí inconclusa, pero rescata la enjundia literaria de García Márquez: “Una novela desigual, pero donde un solo párrafo de su genio vale todo el libro, y muchos libros enteros de muchísimos escritores”.

Santiago Díaz Benavides en su reseña en El Espectador señala que “la novela póstuma de Gabriel García Márquez conserva la magia de sus mejores libros desde la primera página”.

Por su parte, el reconocido crítico J. A. Masoliver Ródenas sostiene en La Vanguardia que “En agosto nos vemos es otra obra maestra del autor de Cien años de soledad, con un tema nuevo en su producción y un final impactante”.

Por el contrario, la crítica colombiana Carlina Sanín considera la obra como menor y menos que eso. Lo que le ha valido un ola de indignados comentarios por parte de los fans de García Márquez, no faltando expresiones machistas y soeces por el atrevimiento de haber tocado a una figura nacional en estado de adoración.

El filósofo y escritor bogotano Camilo García Giraldo no piensa leerla. Me dice con énfasis que “La publicación de esta novela contra la voluntad de su autor por parte de sus herederos solo tiene el motivo de ganar millones de dólares con sus ventas en tanto está aseguradas por el nombre universal de su autor. Es un negocio de poca calidad moral de sus hijos”.

La publicación de obras póstumas siempre despierta un debate ético y literario. El debate está planteando cuestiones sobre la ética de desobedecer la voluntad del autor y, por otro lado, los motivos aceptables para publicar una obra que el autor no quería publicar.

Comparar con Kafka, cuyas obras fueron salvadas de la destrucción por su amigo Max Brod, no resulta relevante. Kafka era relativamente desconocido en vida, García Márquez es un autor consagrado y premio Nobel.

Portada En agosto nos vemos

Otro ejemplo es el de Roberto Bolaño con obras que han sido publicadas después de su muerte, aumentando su legado literario, pero también generando críticas sobre la explotación comercial y la autenticidad de los textos bajo sospecha de que se les pudo haber metido mano con editores. Asunto que cobra fuerza con la actual irrupción de la Inteligencia Artificial y sus posibilidades.

Otro caso: desde hace unos años se confirma un dominio en el mercado del libro del finado novelista sueco Stieg Larsson con su globalmente avasalladora en ventas Trilogía del Milenio. Después de la muerte de Larsson, que nunca vio sus libros publicados, el éxito comercial de la Trilogía ha llevado a nuevas entregas escritas por otro autor, David Lagercrantzs, convirtiéndose en un producto de mercado más que en una continuación auténtica. Detrás hay una maquinaria de mercadotecnia efectiva y global. Un ciclo de producción, distribución y venta. Se trata de un caso del éxito en la posteridad, al menos en el mercado del libro. Larsson, como Kafka, no conoció en vida el éxito literario. Se pregunta sí será siendo leído dentro de cien años como lo es ahora la obra de Kafka.

Si bien el deseo de los lectores de continuar con personajes y tramas puede ser comprensible, no debe eclipsarse el respeto por la voluntad y la obra del autor. La decisión de publicar obras póstumas debe sopesar la importancia literaria frente al respeto a la voluntad del autor fallecido. Acaso hubiera estado dentro de la ética una publicación plenamente facsimilar con notas explicativas. Esto no encajaría nunca con una estrategia de grandes ventas.

Cerramos con una opinión poco ortodoxa, osada y llena de realidad, de Josep María Nadal Suau, crítico de referencia nacional en España: “Si acuden a la librería para hacerse con un libro magnífico por sí mismo, independiente de factores externos al propio texto, y sin estar ustedes dispuestos a añadir una dosis de complicidad… Entonces, me temo que esta no es, en absoluto, la mejor novela que se publicará este mes ni este año. Tampoco la peor, obviamente. Es otra cosa. A mí, me vale”.

 


Jaime Barrios Carrillo(Ciudad de Guatemala 1954), escritor y periodista. Columnista dominical del Periódico de Guatemala. Escribió para Magazine 21, La Hora y Siglo 21. Fundó la revista digital Gazeta. Publicó Anti ensayos (Palo de Hormigo 2012). Ex catedrático de la Universidad Nacional de San Carlos de Guatemala. Fue coordinador de los proyectos de información de la organización sueca Forum Syd. Reside en Estocolmo.

Reseña de Crónica del incendio de los días, poemario de Martín Camps

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Reseña de Crónica del incendio de los días, poemario de Martín Camps

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Crónica del incendio de los días (2022) es un poemario del escritor, académico y poeta mexicano Martín Camps que nos adentra en las complejidades de la vida más allá de las fronteras, explorando simbólicamente la función del sol y del desierto como espacios alegóricos. Se revela el desierto como un mar esculpido por el sol con el bisturí del viento y describe cómo en el desierto flota el olvido, mientras el tiempo se convierte en un fuego que incinera los días.

Camps se propone en este libro el abordaje de la simultaneidad de vidas y culturas diferentes y separadas, creando un caleidoscopio existencial y anecdótico, desde Ciudad Juárez hasta Brasil, Victoria, Canadá, Nápoles y California y reflejando la ciudad como un sueño construido por seres humanos anónimos:

¿Quién sembró esos pastos

vació el concreto de esos edificios

pegados con avena y saliva

en el solario del espejismo?

Encontramos en este poemario una manifestación lírica que captura las complejidades de los espacios limítrofes con culturas, lenguas y condiciones diferentes. El ejemplo emblemático que ilustra lo anterior esta expresado en un poema que se vale de una poderosa metáfora para ilustrar la vida en las fronteras físicas y simbólicas, abordando temas de identidad, migración, conflicto y resistencia, ofreciendo una mirada profunda y emocional a la experiencia humana en estos espacios de tránsito y transformación. Se trata del poema EVEN HELL HAS CLOUDY DAYS…:

En San Luis Colorado

hay un cuarto

con una sola pared larguísima: la frontera

muralla de herrumbre.

El río Colorado

cruza por aquí,

ancho caudal “espalda mojada”.

Y la tapia de hierro

es una enorme hoja filosa

que rebana

la lumbre del día.

Camps muestra también su destreza lírica para usar el paisaje como medio del lenguaje. El paisaje reflejando emociones, luchas y aspiraciones. A través de la naturaleza y el entorno, retrata la condición humana, sus conflictos internos y su búsqueda de sentido. Por ejemplo: “El Río Bravo cava duro en la frente de desierto”.

Portada Crónica del incendio de los días

Uno de los puntos fuertes del libro es el uso sugestivo de la imagen, como en el poema “Vida breve de los paraguas”:

Florecen en la calle como hongos

cuando el agua no da marcha atrás.

Recurre también Camps a un tipo de paradoja que podríamos llamar noseológica, por ejemplo:

Cosas que aprendí al hacerme una herida:

no hay que pensar en poemas al cortar madera.

Asimismo, metáforas originales y sugestivas como la descripción de como pasan los días en la ciudad brasileña de São Paulo:

Los días vuelan, como si en lugar de horas

estuviesen hechos de paja.

Anotamos el uso una paráfrasis notable: “La poesía no se crea ni te destruye, solo se trastorna”, donde la palabra poesía desplaza a la de materia.

En la última parte, titulada “Diario de viaje”, el poeta se vale de sutiles parodias de crónicas para capturar con la palabra el recorrido existencial de la vida. El capítulo cierra con un verso fundamental:

Hablen piedras, canten piedras, griten piedras.

Si no, hablarán los poetas.

Crónica del incendio de los días es un libro que consolida los caminos de una poesía meditada, aunque expresada coloquialmente, siguiendo en esto la tradición del humor epistemológico del poeta chileno Nicanor Parra, a la vez que en descripciones de paisajes, calles y ambientes urbanos se respira cierto aire exteriorista a lo Ernesto Cardenal.

En definitiva, Martín Camps pretende entrelazar espacios globalizados, buscando las relaciones existenciales que caracterizan a los seres humanos en diversas partes del planeta y del tiempo. Es una obra de madurez y enjundia lírica expresada por una voz lírica congruente que invita al lector a meditar sobre la vida y el tiempo, en los márgenes y espacios limítrofes de nuestra existencia globalizada.

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Estocolmo, junio 2024.

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Jaime Barrios Carrillo(Ciudad de Guatemala 1954), escritor y periodista. Columnista dominical del Periódico de Guatemala. Escribió para Magazine 21, La Hora y Siglo 21. Fundó la revista digital Gazeta. Publicó Anti ensayos (Palo de Hormigo 2012). Ex catedrático de la Universidad Nacional de San Carlos de Guatemala. Fue coordinador de los proyectos de información de la organización sueca Forum Syd. Reside en Estocolmo.

La lengua del jaguar

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La lengua del jaguar

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El jaguar corre a su guardia llena

de humareda. “No one’s alive. Close

el Bordo”, dice el gerente. B’alam

entra por la puerta cerrada y salta

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hacia abajo. Su pelaje solar brilla

el humo. Su mejilla feroz acaricia

a un minero en el suelo. Su áspera

lengua lame las retorcidas carbonizadas

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manos. Se tumba en frente al chiflón

donde siete hallan refugio. Su ronroneo

retumba por la mina. Después de seis

días, el jefe abre la puerta. Emergen

.

siete. A través del inframundo, B’alam

guía los fallecidos hasta el árbol

sin anillos para morar en la luz

de su sombra sangriente con la Morenita.

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Nota: El incendio del Bordo, una mina de Pachuca, México, mató a ochenta y seis mineros el 20 de mayo de 1920. Las tragedias minerías continuán. México es el segundo país más peligroso para los mineros (Fabiola Vasquez, “¿Qué hay detrás de las tragedias mineras en México?”, Gatopardo, 7 de septiembre de 2022, https://gatopardo.com/podcast-gatopardo/que-hay-detras-de-las-tragedias-mineras-en-mexico/. Accedido 24 de mayo de 2024.).

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John Kenneth Gibson is a graduate student in Spanish literature and cultural production at North Carolina State University. His research interests include religion, the body, gender, and neoliberalism. His essay “The Contested Travesti Bodies of Las malas and Tesis sobre una domesticaión” is forthcoming in Lexington Book’s Non-Normative Sexuality in U.S. Latinx and Latin American Literature.

De uno a otro mármol

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De uno a otro mármol

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El libro reciente de la poeta Claudia Berrueto se titula Bajo el mármol lunar (2024). Lo escribió a partir de que se vio beneficiada con una beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Habría sido curioso saber el tiempo que le llevó formularlo y cómo ella quizá trastocó el proyecto con el que pasó a formar parte de dicho Sistema. ¿Qué consignó ella sobre la modalidad que tendría este libro? ¿Supo al principio que este resultado lo entregaría con tres partes? Quizá habrá tenido la idea de que el primer apartado se titularía Mármol creciente; el segundo, Mármol lleno; y el tercero, Mármol negro. Con alta probabilidad, decidió que se haría acompañar por Echo and the Bunnymen, por The Buzzcocks: la Luna, aquello que no puede tocar. Y por ello canta. Lo cierto es que acá está este mármol lunar; quien habla en este libro está Bajo el mármol lunar. Para adentrarse en esas páginas, la lectora, el lector, tendrá las ilustraciones de Verónica Bujeiro y los epígrafes, que son homenajes, como guías.

  Están una oscuridad interior y una luz exterior, la de la Luna, un deambular por una noche matrera. Para decir esa noche, la poeta eligió una palabra: cimarrona. Un desplazamiento, que es un ritual, en el que el canto hace que surja una voz, en la que su aparición en quien habla se produce mediante la identificación de las piedras con esa voz: canto-vuelo, piedras-habla. Hay que llegar a ese canto, con el que la poeta alivia su “propia incomprensión”.

  Ese desconcierto provoca que la noche se extienda sobre el ser en quien el canto es una invocación que en lugar de brotar se doblega, a punto de quedar sofocado. Ese disturbio, originado en el cuarto vacío, tiene un origen: ‘su corazón es un caballo, no parará’. El mármol lunar ha quedado inscrito. Ya no habrá más que ese mármol lunar en las manos: el lunar de la poeta, el que llevará así se desplace, con un vestido color mostaza, hacia el año que habrá de cumplir, hacia la interjección que desembocará en preguntas, que se hacen ladridos para resecar la garganta de la poeta.

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Bajo el mármol lunar (2024) – Editorial UANL
Portada Bajo el mármol lunar

  Hay lugar para que el mármol lunar se trastoque y la poeta abandone la silla en la que se encuentra, y se sienta protegida por sus amuletos, los que le hacen recuperar ese su carácter libre, siempre de viaje frente a los vidrios de su casa, de manera clandestina: es una luna verde. Es Caronte, quien se llena de miedo, viandante atrapado en la cocina, quien se aposta en el desfiladero y ya es la noche.

  El mármol creciente del principio se convierte después en mármol lleno, en donde la poeta se deja conducir por el amor, que no está: vasos de la calle, “bajo el mármol lunar”. Un afán cuya recompensa es un gesto en el que sólo hay migajas, cenizas, una sed, la de la poeta, que tropieza “con sus propias piedras”. Un anhelo: el silencio. Y una luz, la de la luna diurna, para que surgiera un recuerdo: “una construcción provisional de quién creí que eras”. Un deseo: “voy tras tu rastro”. Una constatación: “el trago más amargo” para todos los días, cuando se ha sabido que “este incendio sería solo mío”.

El espacio vuelve a ser la casa. La poeta entre los muros transparentes de su casa. Y la espera: “ven, ven, ven”, para poder decir “nos reflejamos en la vitrina”, para poder ver “arrancar mi pie del muro con tus labios”, para ser “piedras a punto de latir”, para saber que el amor le “muerde las manos”.

  En Mármol negro, tercera parte del libro de Claudia Berrueto, no hay más empuñadura que la del “corazón de las brasas”. Y acá dejo la invitación para que se descubra qué se sabía y no se le dijo a la poeta. Si quien habla en los poemas está bajo el mármol lunar o si la mañosa noche ha inyectado inercia a la poeta al tener frente a sí, al caminar a oscuras por su cuarto, el mármol lleno de una “desesperación de níquel”.

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Berrueto, Claudia. Bajo el mármol lunar. Universidad Autónoma de Nuevo León, 2024.

 


Carlos Gutiérrez Alfonzo es poeta y ensayista. De su autoría son los siguientes volúmenes de poemas: Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018). Ha publicado los libros Ascenso y precisión. Tres poemas de autores chiapanecos (2016) y Minucias. Maneras de decir cómo se vive la frontera (2021). Se desempeña como Investigador del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur, de la Universidad Nacional Autónoma de México (CIMSUR-UNAM).

(http://alarmadascuerdasvocales.blogspot.mx/2013/09/carlos-gutierrez-alfonzo.html).