ISSN 2692-3912

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Los orígenes del Spanglish

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Los orígenes del Spanglish

 

Si a los cultos estuviera confiado dar aliento
a los idiomas, todavía estaríamos hablando latín.
Alfonso Reyes

 

          El Spanglish registra su origen desde 1848. La mayoría de los autores que escudriñan el tema coinciden que el fenómeno del Spanglish comienza con la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo y, por consiguiente, la anexión de Texas, Nuevo México, Arizona, Colorado, Utah y California a los Estados Unidos. Cabe resaltar que el efecto inmediato de la anexión de estos territorios implicó un cambio de status en los pobladores de dichos lugares, convirtiéndolos en “extranjeros” de la misma tierra que los vio nacer (Stavans 39; Morales 33; Betti 34-35).

          Bajo el mando del nuevo gobierno de ese entonces, estos “extranjeros” se vieron forzados a asimilar la nueva cultura estadounidense para lograr convivir y sobrevivir en ese mundo circunscrito bajo políticas, usos y costumbres anglosajonas. Por esta razón, Samuel P. Huntington declara que ningún otro grupo inmigrante de la historia de Estados Unidos ha exigido una reivindicación histórica sobre algún territorio estadounidense. Considera, además, que los mexicanos y los mexicoamericanos tienen la autoridad para hacerlo, y resalta que de hecho lo hacen y lo continuarán haciendo (17). Según datos del censo de 2010, más de la mitad (el 61 por ciento) de la población de origen mexicano en los Estados Unidos vivía en California (11.4 millones) y en Texas (8.0 millones) (United States Census Bureau). Si bien es cierto que los mexicanos y mexicoamericanos reclaman el derecho de reconquista cultural, es necesario enfatizar que la lucha no es precisamente demográfica, como lo afirma Huntington, sino más bien es una disputa de carácter reivindicatorio.

          Los efectos de esta disputa reivindicatoria son evidentes en las doctrinas del multiculturalismo y, por ende, en las políticas gubernamentales. Un ejemplo claro es el programa de educación bilingüe que apoya y da servicio a los miles de estudiantes latinoamericanos cuya lengua materna es el español (Campbell 332-333). La generación de “extranjeros” de 1848 accedió a los cambios implícitos por la anexión de sus territorios a los Estados Unidos, aunque mantuvieron su lucha por perpetuar su lengua madre, que es la identidad más genuina de todo ser humano (Betti 35). Condescender a tal capricho implicaría enterrar su historia, legado y cultura; su esencia misma. Encontrar ese balance del mestizaje lingüístico y cultural fue en ese entonces y, continúa siendo así, hasta el día de hoy, un proceso difícil de llevar a cabo.  Un proceso del cual yo también soy parte.

          Homi K. Bhabha, un teórico afín a las vidas en los bordes, plantea que el vivir “in between” genera un fenómeno intersticial de culturas en movimiento que, a su vez, promueve nuevos signos identitarios (2). Vivir “in between” proyecta la metáfora de una constelación espacial que permite puntos de encuentro e intersecciones que, con el paso del tiempo, permutan la cultura de quienes cohabitan en ella. En agosto de 1995, llegué a los Estados Unidos proveniente de Ciudad de México para residir indefinidamente en el oeste de Texas, en una ciudad de aproximadamente 100 mil habitantes, donde el inglés y el español confluyen diariamente. ¡Me sentía muy feliz!  Estaba recién casada con un norteamericano. Traía conmigo una maleta llena de ilusiones, sueños, emociones y el gran deseo de formar una familia. Al mismo tiempo, se desbordaban en mi interior dudas y confusiones. ¿Sería capaz de comunicarme con los estadounidenses? ¿Podría adaptarme a la nueva cultura y a todo lo que ello implicaba?  Estas y otras preguntas revoloteaban en mi mente mientras hacía fila para entrevistarme con el oficial de migración estadounidense. Podía percibir ese espacio “in between” al observar e interactuar con personas México-americanas que también se encontraban en la sala de migración; algunos empleados y otros pasajeros que iban o venían de su tierra natal. Escuché a alguien decir, “soy de allá, refiriéndose a México, aunque también soy de aquí, de Estados Unidos”. Su modo de vestir, caminar y, especialmente, sus formas de hablar se distinguían del español del sur de México.

          La lengua no es un hecho natural, sino un sistema de comunicación inventado por el hombre que otorga identidad. Es un sistema de signos doblemente articulado para transmitir mensajes (Ávila 17). De acuerdo a la teoría del signo lingüístico desarrollada por Ferdinand de Saussure y explicada por el lingüista mexicano Raúl Ávila, “el signo lingüístico es arbitrario porque entre éste y la realidad a la que hace referencia no hay relación natural” (23). Este complejo sistema de comunicación se adquiere conforme el ser humano va creciendo y desarrollándose en el núcleo familiar y en las esferas sociales, culturales e intelectuales. Lo que es teóricamente innovador y políticamente crucial, como lo afirma Bhabha, es lo que surge en la articulación de las discrepancias culturales. Las discrepancias culturales son particularidades de cada sujeto que se confrontan entre sí en las zonas intersticiales y dan lugar a la formación de nuevos signos de identidad a través de las estrategias de individualidad (18). Lo anterior confirma la frase del destacado filósofo y lingüista Noam Chomsky: “El lenguaje de hoy no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en que vivimos” (culturacolectiva.com). La necesidad de comunicación en nuestros días, está entrelazada con las ideas y el pensamiento. Esto conlleva no solo a la tarea de transmitir un mensaje eficiente, sino mayor aún, influenciar a la sociedad por medio de la lengua y penetrar así en su ideología y, por consiguiente, en la esfera política. Estas discrepancias culturales e interpeladoras están encarnadas en los personajes y en las voces poéticas de las dinámicas textuales. La lengua tiene una intención y está compuesta por intereses ideológicos y políticos.

          En mi adolescencia, visité algunos parques turísticos en Florida. En ese entonces, no reflexioné sobre la complejidad de la lengua, las diferencias culturales de la sociedad estadounidense y sus implicaciones debido a que mi estancia en Estados Unidos era temporal. Ahora, mi residencia en Texas representaba un reto mayor, principalmente por el desafío de convivir entre dos culturas y dos lenguas debido al gran número de inmigrantes latinos radicados en este lugar. Este reto generaba en mi mente un sinfín de interrogantes. Ese cruce de caminos o traslapamiento de lenguas planteaba una especie de revaluación.

          Ante tantas emociones, recuperé un poco la serenidad después que el oficial de migración me entrevistó. Había pasado la primera prueba. Mi primera experiencia con la lengua dominante y de prestigio había sido satisfactoria. Pude comunicarme sin contratiempos. “Welcome to USA”, me dijo el oficial de migración. Después de escuchar esa tan esperada frase, pude respirar sintiendo un gran alivio. A pesar de sentirme mejor, la incertidumbre seguía perturbándome. Bien lo declara Bhabha: “La ‘atmósfera de cierta incertidumbre’ que rodea al cuerpo certifica su existencia y amenaza con su desmembramiento” (65-66). Estaba experimentando los primeros indicios del encuentro con la cultura anglosajona. Quizá, tendría que atravesar por el proceso de identificación que explica Bhabha en “Interrogar la identidad”. Básicamente, este proceso consiste en tres etapas.1) Estar en comunicación con el Otro. 2) El lugar mismo de la identificación y 3) La cuestión de identificación, añade el teórico, “siempre es el retorno de una imagen de identidad que lleva la marca de la escisión en el Otro lugar del que proviene” (66). Ese era mi gran reto.

          Mi primer fin de semana en los Estados Unidos lo pasé en los campos de futbol de la ciudad de Odessa, en Texas, donde ahora resido. La población hispana es el grupo minoritario más grande de los Estados Unidos y es evidente aquí en Odessa. De inmediato, aprendí que tenía que referirme al futbol como soccer y a la camioneta de mi esposo como troca para no crear confusión entre las personas del equipo. Mi esposo Edward era entrenador de un equipo de soccer de la liga infantil de la asociación de futbol soccer en Odessa. Esa tarde, conocí a los padres de los jugadores y noté que la mayoría eran familias hispanas. ¡Claro!, pensé, estoy en el sur de Texas, territorio que algún tiempo perteneció a México y en donde hace más de ciento cincuenta años que el español y el inglés cohabitan e interactúan entre sí por el alto índice de población hispana de este lugar.

          De acuerdo al último censo realizado en el 2010, la población hispana representó más de la mitad del crecimiento de la población total en los Estados Unidos entre el 2000 y el 2010. Este aumento significativo revela que la población hispana aumentó a 15.2 millones entre el 2000 y el 2010, lo cual constituye más de la mitad del aumento de 27.3 millones en la población total de los Estados Unidos (U.S. Census Bureau). Además, la oficina del censo estima que la población hispana en los Estados Unidos es de aproximadamente 56,873 y muestra que Texas tuvo el mayor crecimiento numérico, con un aumento de 131,767 (1.8 por ciento) en 2018.  (U.S. Census Bureau). Este crecimiento es principalmente fruto de la migración y abre no solo las posibilidades a la hibridez cultural y lingüística, sino más significativo aún, ofrece una identidad como resultado del fenómeno intersticial de las culturas en movimiento.

          A nivel federal, los Estados Unidos no poseen una lengua oficial. La Constitución de los Estados Unidos de América (1787) mediante los artículos y enmiendas propuestas por el Congreso y ratificados por las Asambleas Legislativas de los diferentes estados de la unión americana no ratifica el inglés como lengua oficial, sin embargo, es la lengua de prestigio. Rosalinda B. Barrera, secretaria adjunta y directora de la Oficina de Adquisición del Idioma Inglés (Office of English Language Acquisition u OELA) del Departamento de Educación de los Estados Unidos promueve acciones para ayudar a la comunidad preponderantemente latina a adquirir la lengua dominante. La conversación en las gradas mientras esperábamos el comienzo del juego era en inglés; lengua dominante de este país. Todos los padres participaban y hacían comentarios en inglés. De repente, dio inicio el partido de soccer. Las voces de los aficionados encendieron el ánimo en el campo de juego. “Go Hornets, go!”, gritaban. “Take it to the outside!”, ordenó el entrenador. Entre el bullicio y las porras, unas frases inusuales y creativas captaron mi atención: ¡kickéalo más fuerte!  ¡Por arriba del air…! ¡No cuities… dribléalo! ¡Muévete, estás off! Estas y otras frases sacudieron mis oídos. Quienes notaron mi reacción al tratar de entender lo que decían sonrieron y enfatizaron que solo los bilingües de los Estados Unidos hablaban así, mitad inglés, mitad español. Me sorprendí ante la ignorancia de saber que en los Estados Unidos el español y el inglés han convivido por tantos años. Esta interacción verbal ha generado un fenómeno lingüístico conocido, hoy en día, como Spanglish; sin duda, un fenómeno intersticial en el que un grupo significativo de hispanohablantes ha decidido utilizarlo para manifestar la actitud identitaria de los latinos en tierras estadounidenses.

          Para entender el fenómeno del Spanglish es necesario reflexionar en el origen, la evolución y la creación de las lenguas; conjunto de sonidos que irrumpen en la ebullición de palabras y que brinda al ser humano el vehículo mágico de la comunicación. Carlos Prieto, en Cinco mil años de palabras, (2005) hace un viaje por la geografía de las lenguas y examina los misterios del origen de las lenguas. Acentúa que una lengua común “dota a un pueblo de una herramienta de enorme potencial” (19). Esta declaración coincide con Benedict Anderson al considerar que una nación es una comunidad imaginada, soberana e inherentemente limitada (23). Es imaginada porque se usan artefactos culturales para crear discursos, instituciones y objetos para organizar una nueva forma de vida. Delineada y soberana porque la comunidad va a definir su territorio, sus normas, sus leyes para aplicarlas de acuerdo a sus intereses. Una de las cosas que define a una comunidad imaginada es principalmente la lengua; el sistema de comunicación más complejo inventado por el hombre. Ávila lo constata al señalar que la lengua es un instrumento que sirve para comunicarse y, por lo tanto, tiene que adaptarse lo mejor posible a las necesidades de la comunidad (17). Por esta razón, el uso del Spanglish en los hispanos bilingües es un fenómeno que surgió y sigue renovándose por ser un fenómeno del intersticio.

           El origen de las lenguas es muy complejo y tiene diferentes hipótesis. Una de las más nombradas se explica bíblicamente en el libro de Génesis a través de la historia de la torre de Babel. “Babel”, significa “confundir”. Este relato hace referencia al castigo divino que Jehová hizo al crear confusión entre los mortales que hablaban una sola lengua. A través de la creación de múltiples lenguas escarmentó la arrogancia de los hombres y logró que no se pudieran entender, ni comunicar entre sí. Hoy en día se estima que se hablan entre 6000 y 7000 lenguas en el mundo. Los idiomas se multiplican con el crecimiento y la dispersión de la población (Prieto 19-41). Por el contrario, una veloz disminución del caudal lingüístico se ve reflejado debido a la influencia de idiomas nacionales o imperiales (Prieto 41).

          Es del conocimiento general que las lenguas indoeuropeas son el tronco común de donde provienen las lenguas latinas. Con el auge y la expansión que tuvo Roma en el siglo III a.C., el latín se convirtió en la lengua universal (Prieto 45). Posteriormente, pese a las invasiones germánicas y a la evangelización, los aspectos relacionados con la lengua se conservaron y se divulgaron en latín; la lengua oficial de la Iglesia por lo que las abadías eran los centros más importantes de conservación y divulgación de la lengua. Con la caída del imperio romano, la unidad del latín se rompió y la fisura entre el latín hablado (vulgar) y el latín clásico dio origen a nuevas lenguas. Estas nuevas lenguas se conocen como lenguas romances y su estructura es básicamente latina. Cada lengua evolucionó de distinta manera (Prieto 77-88).

          La lengua castellana tuvo su origen en España. Precisamente, es en los grandes centros culturales como el monasterio de Suso, en San Millán de la Cogolla, donde gracias a las manos de los monjes emilianenses, privilegiados copistas, aparecieron las primeras palabras en castellano (Prieto 84). Con la invasión de los árabes, este intercambio dio inicio al surgimiento de un crisol cultural en el que se encuentran fundidas las tendencias europeas, mozárabes y musulmanas. El español mozárabe se fundió con el romance castellano lo que generó una importante y una gran aportación lingüística que dio origen al español. El castellano surgió del latín vulgar hablado al norte de la provincia de Burgos, en la antigua región de Castilla. Las primeras palabras en castellano fueron las Glosas emilianenses y Silenses que datan del siglo X (Prieto 84).

          En el siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X, el castellano sustituyó al latín como lengua oficial de Hispania y se convirtió en la lengua de cultura gracias al arduo trabajo de la Escuela de Traductores de Toledo al traducir las obras del latín al castellano.  Esta evolución de la lengua castellana se vio reflejada en el legado cultural de la literatura medieval que abarca desde las jarchas hasta La Celestina (1499). El Cantar de mío Cid (1200) es el primer monumento de la literatura escrito en lengua romance castellana (Prieto 86). A través de estos ejemplos mencionados, se puede percatar que la literatura legitima una lengua. El Spanglish ha comenzado a fulgurar con luz propia y aunque aún no se puede hablar de una legitimación del Spanglish, estos destellos sutiles se están infiltrando con fuerza en las industrias culturales y se puede percibir su auge a través de las obras significativas que se escudriñan en este estudio.

          No se puede omitir la importancia fundamental de los sucesos del año de 1492 para la lengua española. Primeramente, el fin de ocho siglos de dominio árabe en España; después, la expulsión o diáspora de los judíos sefardíes de ese territorio que dio lugar a una rica variedad dialectal y, finalmente, la expansión de la lengua española al continente americano tras la llegada de los españoles a América, que enriqueció el vocabulario con indigenismos. Todo esto aunado a la publicación de la primera gramática del castellano por Antonio de Nebrija en el mismo año.  Estos acontecimientos marcaron la historia universal y otorgaron la supremacía y el control del imperio español no solo en Europa, sino también en el continente americano (Prieto 89). La relación entre lengua e Imperio se estableció aun antes de cruzar el Atlántico. Nebrija reconocía la importancia de la lengua y sus implicaciones. Tenía la plena convicción de que una lengua unificada y controlada consolidaría el imperio español en el nuevo continente. Las políticas españolas revelan la conciencia del poder de la lengua y aunque se impuso el castellano sobre la lengua de los indígenas, estos no se doblegaron totalmente y mantuvieron su lengua madre en su memoria, traspasándola a las siguientes generaciones que, hasta hoy en día, han logrado que su lengua y tradiciones continúen vivas (Echávez-Solano Dworkin y Méndez xxii-xxvii).

          Todas las lenguas evolucionan. La lengua inglesa tuvo sus inicios aproximadamente en el año 500 a. C. con la llegada de tres tribus germánicas conocidas como los anglos, los sajones y los yutos a las islas británicas. En un principio, los anglos nombraron su lengua Englisc, que hoy se conoce como inglés. La lengua que hablaban los invasores se enriqueció con otras lenguas como el latín, el danés y el francés, lo que resultó en un gran aporte lingüístico y cultural (Prieto 193). Una de las primeras aportaciones más significativas en la literatura inglesa son los Cuentos de Canterbury escritos por Geoffrey Chaucer (Prieto 200). La influencia de William Shakespeare en la lengua inglesa es extraordinaria debido al vasto vocabulario empleado en sus escritos. Hoy en día, el inglés es la lengua con una gran fuerza y repercusión a nivel mundial en todos las esferas sociales, culturales, políticas e intelectuales (Prieto 202).

          Ambas lenguas, una germánica y la otra judeo-cristiana, con diferencias reveladoras ostentan un largo recorrido histórico y son el resultado de una mezcla de lenguas y combinaciones de palabras. Sus estructuras son muy diferentes, pero ambas tienen un rico legado en palabras de origen latino. La lengua se consolida con el surgimiento de una obra artística, tanto el español como el inglés alcanzaron su cumbre en el mismo año. Miguel de Cervantes Saavedra con su genial obra El Ingenioso Hidalgo Don quijote de la Mancha publicada en 1605 y William Shakespeare con la famosa obra Romeo and Juliet. Estas lenguas no solo se legitiman literariamente sino también se convirtieron en lenguas imperiales con fines de lucro y fines políticos.

          Tanto el inglés como el español manifestaron una sorprendente capacidad de adaptación al combinar palabras de otras lenguas que dieron origen a nuevos vocablos y que, por el continuo uso de los hablantes, se han aceptado en el habla cotidiana y han perdurado hasta nuestros días (Prieto 108, 202). El español, a lo largo de su historia, ha enfrentado situaciones no solo de contacto de lenguas, sino también de choque cultural y político. Además, ha aceptado los extranjerismos como el anglicismo o galicismo que utilizan palabras derivadas del inglés o del francés y las incorporan al español.

          Durante la época de la conquista de México, la Malinche encontró el equilibrio entre dos culturas. De acuerdo al sociólogo y experto en el fenómeno del Spanglish, Ed Morales, ella desató una cadena de reacciones sobre el mestizaje (32). Esto sugiere que la Malinche fue pieza clave para entender la complejidad de vivir entre dos mundos, entre dos culturas y, por consiguiente, el efecto del choque de lenguas. Probablemente, puede pensarse que se traiciona el legado histórico de los antepasados cuando se asimila una nueva lengua o cuando se busca una identidad propia como resultado de sentirse descolocado o fuera de lugar. Morales afirma que para lograr salir adelante y sobrevivir esa dualidad cultural y lingüística, la Malinche tuvo que asir ambas culturas, o sea, ser ambas (32). Esto nos lleva a la reflexión de que, para hablar Spanglish, el hablante no solo requiere dominar ambas lenguas, sino más bien adoptar la actitud de ser Spanglish.  El Spanglish es una cuestión de actitud. No se trata únicamente de hablar Spanglish, sino de ser Spanglish; un acto de voluntad propia que define al hablante (32-33).

         Una de las obras que analizo para este estudio es el filme El hijo desobediente (1945), escrita y dirigida por Humberto Gómez Landero. Tin Tan, el personaje principal, representa a un pachuco en la década de los 40s que proyecta esa actitud voluntaria de ser Spanglish, o sea estar dispuesto al intercambio, a la mezcla de dos culturas, a la hibridez, al intersticio, a la metáfora del vivir “in between” que Bhabha plantea. Esta actitud es clara en la escena cuando Tin Tan regresa a la ciudad de México proveniente de su viaje de estudios a los Estados Unidos. Su padre contrariado por la forma de vestir y de hablar de su hijo percibe con gran enfado que Tin Tan, en vez de haber adquirido la lengua de prestigio anglosajona, llega a su casa hablando una lengua rara, difícil de entender y con una apariencia y actitud desafiante. Su padre le pide que lo acompañe a ver a don Alfonso para que le ayude en el trabajo de medición de los nuevos terrenos, pero Tin tan le responde que él lo que quiere es ser cantante y le contesta: “Aim sorry jefe, pero yo creo que por esta vez no lo voy a poder ayudar, ve. Sabe, cuándo usted me mando para los esteits (States) para estudiar la carretera de ingeniero, yo le hice el trai (try) lo más que pude ve, pero chale, yo me convencí de que mi traquer (tracker) es otro, la cantadita” (segmento 2:43-3:39). En esta escena es evidente que Tin Tan decide por voluntad propia ser Spanglish.

          Este vaporoso recorrido lingüístico y volitivo sobre el surgimiento del español y del inglés pone de manifiesto que la lengua hablada evoluciona y que el poder que los hablantes tienen en relación con la lengua puede lograr cambios sorprendentes e inimaginables. Los obispos de la época del renacimiento decidieron hablar y escribir los sermones en lingua romana rustica, una lengua comprensible para los oyentes del pueblo, en vez de continuar haciéndolo con el latín clásico (Child 42). Esta práctica dio origen a las lenguas que, posteriormente, reemplazarían al latín. Illan Stavans, uno de los promotores y especialista del tema, asegura que el Spanglish es una lingua franca que unifica a los latinos de diferentes zonas geográficas y les otorga una lengua en común, única y propia, la cual se reivindica debido a su uso creciente (43).

          Es importante diferenciar los términos identitarios para entender y definir la presencia del hispano en los Estados Unidos. Uno de los primeros términos empleados para distinguir a este sujeto que buscaba una identidad propia fue Pachuco, palabra que surgió del uso de una jerga carcelaria llamada chuco. Los primeros pachucos surgieron en El Paso, Texas, zona fronteriza con Ciudad Juárez en la década de los años treinta (Peñalosa 85). Figuras como Tin Tan consolidaron esa figura de identidad fronteriza y la llevaron hasta la pantalla grande en un gran número de filmaciones. Era este el periodo de tiempo que destellaban las primeras señales del deseo por encontrar una identidad. El pachuco no pretendía ser como los que lo rodeaban, porque no lo era. Ni tampoco deseaba imitar una cultura ancestral a la que ya no pertenecía. El pachuco se encontraba viviendo una dualidad cultural y lingüística por lo que deseaba encontrar su propia identidad. El escritor mexicano Octavio Paz, en su búsqueda por comprender la actitud y el comportamiento social del mexicano radicado en California, particularmente la identidad chicana, publica su libro El laberinto de la soledad (1950). Paz declara que el Pachuco no quería volver a su origen mexicano; tampoco—al menos en apariencia—deseaba fundirse a la vida norteamericana. También señala que el rechazo a las reglas de su entorno social provocó el distanciamiento de la comunidad norteamericana (3-15). Con el pasar del tiempo, la crítica ha rechazado sus declaraciones argumentando que no logró entender la postura del pachuco. Hoy en día, es considerado un texto anacrónico. Para Gloria Anzaldúa, Pachuco es sinónimo de rebelión. Pachuco “(the language of the zoo suiters)” está en contra del español y del inglés estándar (37). Chicano es otro término identitario importante porque fue usado para referirse a la primera generación de estadounidenses de origen mexicano nacidos entre los años cuarenta y cincuenta. El término también ha servido para definir el movimiento chicano que ha luchado y obtenido logros desde los años sesenta en la construcción de una identidad cultural nueva con cambios políticos visibles, tales como la devolución de tierras, los derechos de los trabajadores agrícolas, la educación bilingüe, así como otros programas de gran beneficio para la comunidad hispana. Actualmente, el término chicano sigue vigente y se aplica para todos los estadounidenses de origen mexicano.

          El Spanglish es, por tanto, el vehículo más viable para reivindicar esa manifestación identitaria cultural y política. Silvia Betti afirma que el Spanglish nace como una estrategia comunicacional propia de una parte de la minoría hispana que expresa también, a través de esta conducta verbal, su identidad (36). Con esta idea se infiere que, así como los pachucos de aquella época, lograron manifestar su identidad en ese constante ir y venir; de igual forma, en la actualidad, los jóvenes hispanos de esta generación han logrado encontrarse con ellos mismos y han reinventado y revitalizado a un pachuco que reivindique la identidad de los miembros de la comunidad hispana en los Estados Unidos. Esto corrobora que todos somos, de alguna forma, pachucos y que el Spanglish es una manifestación no solo lingüística sino identitaria.

          El Spanglish es parte de nuestros cinco sentidos. Por más que se quiera mantener al Spanglish ignorado, su presencia es real en todos los aspectos de la cultura porque el Spanglish se ve, se escucha, se siente, se come y hasta se toca. Marta Fairclough plantea que “el Spanglish es una metáfora para una nueva forma de vida, un nuevo espacio cultural, cuyas fronteras parecen no tener límites” (189). Esta nueva forma de vida se presenta en manifestaciones culturales. Mas allá del nivel lingüístico, la función del Spanglish, también conlleva connotaciones sociales y culturales: mediante su uso, sus hablantes expresan identidad colectiva y reafirman su sentido de pertenencia a un grupo (Romo Simón 49).  Las obras literarias, canciones, expresiones artísticas y debates políticos, entre otros, son evidencias importantes de la participación activa y de la representación valiosa de los latinos.

          Ávila enfatiza que la lengua tiene que adaptarse para cubrir las necesidades de una comunidad (47). Esta declaración confirma la vitalidad de la lengua. Asimismo, refleja la metáfora de la “modernidad líquida”, de Zygmunt Bauman, que confirma que todo es cambiante y efímero debido al constante flujo y a las necesidades de las comunidades actuales que viven en una inestabilidad producida por las exigencias del siglo XXI. Si bien es cierto que hay palabras sólidas, la liquidez de una lengua radica en que sus significados varían de generación en generación, cambian constantemente sobre la base de un sinfín de elementos marcados por lo político, lo ideológico, religioso, familiar. Esto genera una fluidez lingüísticamente líquida que tiene su propio lugar. La vitalidad de una lengua está intrínsicamente conectada con la interacción híbrida propuesta por Bhabha. En un contexto interconectado de fisuras culturales, este teórico distingue lo que el tipifica como “Tercer Espacio” (Bhabha 57), un dispositivo elemental para sostener que es ahí donde el Spanglish surge y encuentra su fuerza.

          El fenómeno del Spanglish es una opción para estas comunidades que desean manifestar su cultura hibrida donde la oralidad es un vector esencial porque viene de la calle, del barrio, es una jerga desclasada y bastarda que, a su vez, economiza el uso de ambas lenguas. Ser Spanglish es vivir entre dos lenguas, dos culturas. Desde ese “Tercer espacio” ejemplificado en el cine, la música y la literatura, gravita la representatividad de un sujeto que encarna dos culturas en movimiento y que a su vez interpela y negocia su identidad política.

Bibliografía:

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      Traducido por Eduardo L. Suarez. Fondo de Cultura Económica, 2011, pp.17-76.

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https://culturacolectiva.com/letras/frases-de-noam-chomsky-sobre-politica-filosofia-educacion. Acceso 15 Feb.
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Bauman, Zygmunt. “Comunidad”. Modernidad Liquida. Fondo de Cultura Económica, 2004, pp.179-213.

Bhabha, Homi K. El lugar de la cultura. Manantial, 2019.

Betti, Silvia. “El Spanglish en los Estados Unidos: ¿Estrategia expresiva legitima?”. Lenguas Modernas, 2011, pp.33-53.

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Fairclough, Marta. “El (denominado) Spanglish en Estados Unidos: polémicas y realidades”. Revista Internacional         de Lingüística Iberoamericana, vol. 1, no.2, 2003, pp. 185-204.

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Arely Ramírez es estudiante de postgrado en el Programa de Maestría en español de la University of Texas—Permian Basin. Este ensayo forma parte de su proyecto de tesis.

Seré famoso

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Lo que pretende un escritor es mostrar su dominio del idioma, su variedad de léxico, su facilidad para la fraseología, su autoridad sobre la sintaxis. Demostrar que se saben evitar galicismos como “sobre la marcha”, o vulgarismos como “desapercibido” por “inadvertido”. Se espera que se exprese con claridad, sin redundancia. Que se pueda leer el texto seguido, sin sobresaltos, sin socavones. Parece que es fácil escribir fácil, pero es difícil. No sé por qué pero tendemos a lo barroco, a lo enmarañado, a lo retorcido. Y todavía, si es un retorcimiento formal gongorino o conceptual quevedesco o gracianiano, puede pasar. Pero si el retorcimiento solo muestra impericia y confusión de ideas, el texto se cae de las manos. A escribir se aprende escribiendo, y a escribir, leyendo. Leer y escribir. Escribir y leer. Dijo Martín Gaite que escribir es comunicar. Y es verdad. ¿Para quién escribo? Se preguntaba Aleixandre. Para los lectores. Todo escritor ansía ser leído. Es un discurso que se escribe sin interrupción, sin miedo escénico, y que espera que sea leído en silencio. En lejanía con el escritor. Escribir es la comunicación perfecta, sin bloqueos afectivos. ¿Es un tímido el escritor? Algún tipo de timidez debe tener, aunque debe haber tantas motivaciones como autores.

Eso iba pensando mientras trazaba su plan. A escribir se aprende escribiendo. Y la inspiración llega mientras trabajas. Se sentaba en su minúscula mesa, de espaldas a la ventana,  pero una psicodélica lámpara iluminaba el teclado. La silla era cómoda. La altura, la adecuada. Cada día escribiré algo, un poema, un relato, o incluso retomaré la novela de hace años.

Ahora o nunca. Ya tengo una edad. No soy un primerizo. Me presentaré a concursos. Mandaré mis manuscritos a las editoriales. Y alguna la publicará. Toda mi experiencia. Todas mis lecturas seguro que fructifican.

¿No sería mejor escribir a mano? No, ya no es posible. Y además, casi todos los escritores lo han hecho a máquina, o eso creo. Dios mío, con lo pesado que es escribir a máquina. Con las pocas facilidades para rehacer los textos. Entonces, ¿esa dificultad no ayudaba a la escritura? ¿No es ahora demasiado sencillo? Bah, dejémonos de teorizar.

Los buenos escritores son como escultores. Se enfrentan a la piedra y venga a martillear. Sí, pero también son muy vanidosos. Siempre buscan el aplauso, el reconocimiento. Los artistas son vanidosos compulsivos. ¿Yo también lo soy? ¿No será un escritor un orador fracasado? Alguien que es incapaz de mantener una conversación sin exaltarse, se esconde entre sus papeles. Fantasea solo.

Venga, a escribir, a trasladar al papel lo que tengo en la cabeza, lo que veo. Pero, ¿de dónde extraer los argumentos? Cuántos libros escribiré. Qué prosa más límpida. Mis párrafos serán como largos valses. Sí, si Azorín lo hizo, ¿por qué no yo? Lo importante es la constancia, serrar la madera cada día, haga frío y calor. Leo que los artistas han trabajado a destajo. Tengo que hacer lo mismo. No puedo compadecerme de mí. No puedo ver los toros desde la barrera. Tengo que bajar al ruedo y escribir y escribir. Publicar, publicar. Ser famoso. Ser estudiado en las universidades. Tener anaquel propio en las bibliotecas. Escribir, escribir. Puedo hacer un libro de relatos, sí 30 relatos, Relatos deliciosos, ¿por qué no? No voy a llamarle ejemplares ni peregrinos. Hay que ser original. Y los argumentos me vendrán, me vendrán. Se me ocurrirán, cuando escriba, escriba.

Pensaba esto cuando una punzada empezó a sentir en el costado, una punzada que se extendía después por los brazos. Dejó de escribir. Se palpó el pecho. Trató de decir algo, pero la voz se ahogaba.

Cuando vinieron de la ambulancia, todo fue inútil. Solo pudieron certificar su defunción. Ni guardar el documento pudo.

 

Antonio Barnés Vázquez, doctor en Filología por la Universidad de Granada, es profesor del Departamento de Literaturas Hispánicas y Bibliografía dela Universidad Complutense. Su libro “Yo he leído en Virgilio”, la Tradición clásica en el Quijote obtuvo en 2009 el III Premio Internacional de Investigación Científica y Crítica “Miguel de Cervantes”. Ha publicado un ensayo sobre la función del libro y la lectura en la era digital: Elogio del libro de papel; una edición del diálogo Sobre la felicidad de Séneca; y el manual académico Visita guiada por la literatura española: una propuesta pedagógica que fomenta la relación directa entre lectores y autores; además, han visto la luz el ensayo Los amores del Quijote, y una edición de la novela cervantina El curioso impertinente.

Coordina el proyecto de investigación y creación literaria Dios en la literatura contemporánea.

Vivir entre racionalidad e inconsciente: Poeta en Nueva York

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Introducción

Los siglos XVIII y XIX fueron caracterizados, en general, por cambios estructurales, sociales y demográficos causados sobre todo por la industrialización y las inmensas migraciones a las ciudades. La revolución industrial empezó en Inglaterra y se difundió por Europa y Los Estados Unidos durante cien años. Como repercusión de esta nueva sociedad, creció hacia el siglo XX el trofeo del progreso: la metrópolis moderna. El fenómeno de la urbanización creó una clase trabajadora enorme, que tenía condiciones de vida miserables. En general la nueva vida exigió inversiones de cómo existir en la ciudad y en prolongación de esto la nueva disciplina de la sociología asomó dirigido, entre otros, por Georg Simmel. La metrópolis, como fenómeno, siempre ha causado fascinación y repugnancia como centro del mundo moderno, representado por progreso y grandeza, pero también por dureza y pobreza. A comienzos del siglo XX, Nueva York, y sus rascacielos, fue un símbolo mundial de grandeza y oportunidad y europeos emigraron por millares a la capital del mundo moderno.

Si Nueva York fue el símbolo positivo del progreso tecnológico, la memoria de la Primera Guerra Mundial fue lo contrario. Los horrores de la guerra tecnológica avanzada quedaron en la población del mundo como un monumento del reverso de la vida moderna, y causó, entre otras cosas, una onda literaria expresiva en el período entreguerras marcada por la denuncia de la sociedad establecida; la tradición y el reino de la razón. Surgió una ruptura con las reglas de forma y lenguaje que usaron por ejemplo los dadaístas para abrir la puerta a lo contrario de la razón: lo absurdo. En España, la ola estuvo representada por lo que hoy llamamos la Vanguardia, grupo que cuenta, entre otros, con Federico García Lorca. En 1929 Lorca se encontraba en un período artístico muy influenciado por el método y estilo del surrealismo, y su viaje a Nueva York fue catalizador del poemario celebrado de Poeta en Nueva York. Es interesante leer los poemas del poemario, porque retratan tanto una tendencia literaria como una vista a la sociedad contemporánea de Lorca.

Este trabajo intenta investigar:
¿Cómo se ve la opinión del poeta sobre el sistema capitalista de la metrópolis?
¿Y cómo se ve la influencia del surrealismo en los poemas “La Aurora” y “Oficina y denuncia”?

Composición:

La primera parte del trabajo consiste de una breve introducción al autor y la presentación de dos apartados teóricos, que forman el marco teórico del trabajo. El primer apartado sobre Georg Simmel y su ensayo La Metrópolis y la vida mental, facilita el entendimiento de su perspectiva sobre las condiciones del individuo en un ambiente urbano dominante. El segundo apartado teórico es una exposición sobre el surrealismo, su origen y cómo se manifestó en España. Es una de las piedras fundamentales de los apartados de análisis que lo siguen. He dedicado un apartado a cada poema, para analizar y discutir la forma y contenido en relación a los marcos teóricos. Después he incluido una discusión sobre el poemario como obra surrealista, y una observación de la relación entre el autor y el yo-poético. Finalmente, concentro mis experiencias en un apartado de conclusiones.

El autor

Federico García Lorca es uno de los escritores españoles más conocidos y celebrados, y sus obras de poesía y de teatro forman parte de la herencia cultural española. Nació en los alrededores de Granada en 1898, donde también pasó su infancia. El ánimo andaluz y la naturaleza de la región quedaron con él como marco de referencia el resto de su vida. De joven se mudó a Madrid y pasó unos años formativos en la Residencia de Estudiantes, en la compañía con personalidades como Salvador Dalí y Luis Buñuel, entre otros. Hoy les llamamos la Generación de 27 o los vanguardistas y su arte es sobre todo de carácter surrealista. En 1929 viajó a Nueva York, huyendo de penas de amor, y su estancia en los Estados Unidos y en Cuba fue importante para su desarrollo poético y su visión social personal. Nueva York le pareció un crisol de progreso, eficaz y de explotación, pero también encontró grupos marginalizados por los cuales tenía simpatía, tal vez porque le parecían “hombres naturales” (como el gitano) que siempre le había fascinado. Nueve meses después volvió a España trayendo el borrador de Poeta en Nueva York. Un año después de su regreso, comenzó el periodo de la Segunda República Española (1931-39) que significó un período de reformas sociales y un florecimiento de los artes. Federico formó parte de “La Barraca” – una iniciativa social para traer las artes y la cultura al campo. En 1936, cuando comenzó la Guerra Civil, Lorca fue detenido y asesinado por los fascistas, probablemente por su convicción socialista y tal vez también a causa de su homosexualidad. Casi todas sus obras se centran en la España tradicional y por eso Poeta en Nueva York se dista del resto. Fue publicado póstumo en 1940 y consiste de 35 poemas en 10 apartados que siguen, más o menos, la estructura del viaje.

 

Georg Simmel y la vida mental en la metrópolis

Este primer apartado de teoría es una mirada al sociólogo Georg Simmel y su perspectiva de la vida, oportunidades y trampas en la metrópolis.

Georg Simmel (1858-1918), filósofo y sociólogo, es considerado pionero de la sociología. En su tiempo contemporáneo la sociedad pasó por un desarrollo significativo. De la estructura feudal pasó a la sociedad moderna (Larsen, 2009, p. 267), y a Simmel le interesó mucho la nueva faceta de la dinámica entre el individuo y la sociedad, causado por la urbanización, pero también le interesó la relación entre individuos en cualesquiera situaciones, por ejemplo, relaciones personales y fugaces como relaciones amorosas, o más institucionalizadas, como la iglesia (Andersen & Kaspersen, 2013, p. 132). Parece que no le interesa mucho a Simmel la religión sino las dinámicas de las instituciones religiosas.

En el ensayo La Metrópolis y la vida mental, Simmel se centra en el tema de las condiciones del individualismo y propone que entre el pueblo y la metrópolis hay una diferencia grave del estado del individuo, es decir el modo de pensar o funcionar en la sociedad. En continuación a la teoría de Tönnies, sobre Gesellshaft y Gemeinschaft, Simmel alude que el sistema económico monetario de la metrópolis influye sobre las condiciones del individualismo de manera negativa. Argumenta que en la metrópolis hay más libertad personal para el individuo, aunque necesite transformarse en lo que llama Simmel el “tipo metropolitano,”para adaptarse al nuevo ambiente urbano. El caos y interminable torrente de impresiones en la metrópolis hace aumentar la necesidad del individuo de distinguirse de la masa: “para salvar lo intrínsecamente personal, el individuo tiene que esforzarse enormemente en sus peculiaridades y distinciones; tiene que exagerarlas a fin de hacerse oír y llegar a ser sí mismo” (Simmel, 1999, p. 96). Entonces, a pesar de que hay más libertad personal en la metrópolis, es necesario destacarse individualmente para mantener y demostrar su individualidad.

A modo de explicar las dinámicas sociales, Simmel propone una serie de tipos y cada uno con sus propias cualidades. En relación a Poeta en Nueva York, podría ser interesante acentuar los tipos: “el metropolitano,” “el extranjero,” y “el pobre.” Para explicar el tipo metropolitano es importante entender la diferencia entre el pueblo y la metrópolis. Según Simmel, en el pueblo existe un control social muy elaborado que limita la libertad personal del individuo. Debido a que el grupo social es muy pequeño en el pueblo, es necesario asegurarse que el individuo se comporta en conformidad con las normas del pueblo:

Cuanto más pequeño es el círculo que constituye nuestro ambiente, tanto más limitadas son las relaciones con los demás cuando ellas aspiran a liberarse de estas limitaciones, con tanto mayor temor controlan las acciones, la vida, las convicciones del individuo, con tanta mayor rapidez la peculiaridad cuantitativa o cualitativa puede rebasar los marcos del todo. (Simmel, 1999, p. 93).

En el pueblo reinan las relaciones emocionales, que prosperan en el ambiente regular y tranquilo, y florece con las impresiones que vienen. Pero en la metrópolis se pegan tantas impresiones que es necesario filtrarlas. Por eso, “el tipo metropolitano,” reacciona con la defensa del racionalismo. Simmel explica:

De esta manera, el tipo de habitante de la gran ciudad (…) se crea una especie de órgano protector contra el desarraigo con que lo amenazan las corrientes y discrepancias de su medio ambiente: en lugar de reaccionar con el sentimiento, lo hace con el entendimiento que le proporciona el aumento de la conciencia que creara la misma causa, la prerrogativa del alma. (Simmel, 1999 p. 90).

Es decir que el tipo metropolitano cambia las emociones por la razón para poder sobrevivir en la sociedad moderna. Sin las relaciones fuertes y personales del pueblo, los humanos se convierten en extranjeros, así que el reverso de la vida en la metrópolis es la alienación entre humanos y el anonimato del individuo, en sumo: la soledad (Straup & Sørensen, 2015). Para evitar la soledad y asegurar el individualismo, la gente se divide en grupos sociales, que sostiene su comprensión de sí mismos y funda su base social, así que es importante mantener su individualismo para no perderse en la ciudad y ser reducido a un número anónimo. Ingresar en grupos sociales, de todo tipo, para definirse como individuos o “tipos”, es central de la teoría de Simmel y argumenta que sólo existe “un tipo” cuando la sociedad le reconoce (Larsen, 2009, p. 275). Es decir que el grupo/sociedad define el estatus social del individuo. Un ejemplo podría ser “el pobre” que es definido por su necesidad de ayuda (financial, social etc.)  “The poor come to be viewed not by what they do -the criteria ordinarily used in social categorization- but by virtue of what is done to them” (web 1) ; una cita interesante en relación con la simpatía que tiene el poeta por los grupos marginalizados que encuentra en Nueva York. Otro ejemplo, es el extranjero. En contraste con “el caminante,” que viene hoy e irá mañana, el extranjero viene hoy y se quedará mañana, es decir que tiene casi la misma movilidad que el caminante, pero elige quedarse con algún grupo, país etc. Es un tipo semi-integrado y ambiguo. Puesto que el extranjero, no tiene obligaciones con el grupo está por un lado libre y por otro conectado al grupo (Larsen, 2009, p. 275). En un ensayo sobre el extranjero, Simmel explica que este tipo posee una objetividad causada por su posición fuera del grupo y le da un estatus especial.

Este rol ambivalente es parecido al rol del poeta del poemario y en el apartado del análisis del poema “New York (Oficina y Denuncia)” voy a discutir el poeta en relación al tipo del extranjero.

Por un lado, el individuo se encuentra más libre, aunque necesite buscar manera de destacarse para no arriesgar ser reducido a un número, y por otro es dependiente de la definición del estatus social que hace la sociedad – esta dicotomía es interesante y esencial para entender la visión de Simmel sobre la sociedad moderna, su potencial y sus trampas. En general, la teoría de Simmel es interesante en la lectura de Poeta en Nueva York porque ésta se ocupa de la sobrevivencia del individuo dentro de las condiciones de la metrópolis, que es un tema justamente central del poemario.

El surrealismo

En este apartado voy a elucidar la corriente literaria del surrealismo. No es una investigación profunda, sino que una mirada sobre el pensamiento surrealista, cómo se manifestó en España y cómo vemos su influencia en la obra lorquina de Poeta en Nueva York.

En la primera mitad del siglo XX, surgió una miríada de ísmos, generalmente de corta duración, entre otros el futurismo, el expresionismo, y el dadaísmo. Fueron de forma y contenido diferente, pero como rasgo común, se centraban en el experimento artístico y en la ruptura con las tradiciones literarias, por ejemplo, la estructura y el uso de la lengua en búsqueda de la pura fuerza creadora (Jiménez 2012, p. 298).

El surrealismo nació, en el período entreguerras, como ramificación del dadaísmo y floreció en las décadas de los años 20 y 30 dirigido por el escritor francés André Breton. Se centra en la integración del mundo soñado en el mundo real, es decir, en remover la línea divisoria entre lo subconsciente y lo consciente para liberar la fuerza creadora. El surrealismo, como los otros ísmos, surgió como reacción de la omnipresencia del racionalismo – el fundamento del mundo moderno – que los surrealistas valoraron como insignificante (Breton, 1972, p. 21). El manifiesto de 1924 es una invitación directa a un cambio de paradigma anti-racionalista.

El surrealismo se basa en una búsqueda metafísica fuera del mundo establecido; una doctrina no compatible con las reglas y normas restringidas al racionalismo. Para los surrealistas no es posible exagerar la importancia del pensamiento y la imaginación libre y el proyecto surrealista, de no ser sujeto de las normas reducidas de la civilización y la razón, no tendría éxito sin un cambio del estado mental del hombre (Martinov, 1990, p. 130). En suma, quieren un cambio de paradigma para denunciar las restricciones de la sociedad.

En prolongación de las investigaciones de la subconsciencia de Sigmund Freud, los surrealistas continuaron su búsqueda de la realidad absoluta – una mezclada de lo físico y lo soñado – o sea la superrealidad. Sigmund Freud les interesaba mucho a los surrealistas y Breton le agradeció en el primer manifiesto como fundador de una “tendencia de opinión,” que deja investigar al otro lado de las realidades sumerias (1972, p.22) Aunque los surrealistas tuvieran los temas de la vida subconsciente y el interés de experimentar con los límites en común con Sigmund Freud, no estaban de acuerdo del propósito de la investigación. Según Freud investigar los niveles subconscientes de la mente humana, servía como medio de entender y tratar a personas con problemas psíquicos o existenciales. Sobre todo, la interpretación de sueños nocturnos fue la base de su trabajo. En los sueños se encuentra, según Freud, un mundo de símbolos que pueden alumbrar los desafíos mentales del individuo. Donde Freud vio los sueños como representación de algo existente, pero escondido en la mente, los surrealistas vieron los sueños como realidad alternativa con el mismo valor que la “realidad física”. Este desacuerdo le hizo alejarse a Freud de los surrealistas, porque no entendió su objetivo y no tenía simpatía por el proyecto. (Balakian, 1986, p. 131).

En relación con la literatura, los escritores se lanzaron a experimentar escribir de manera libre y espontánea. Consideraron necesario romper con todas reglas para producir palabras, poesía o textos no influidos por pensamientos racionales del autor. Se puede decir que el surrealismo trata, sobre todo, del método, y una de las herramientas del método surrealista fue la escritura automática. Una manera de escritura espontánea sin inferencia del mundo externo, con el objetivo de dar paso a las asociaciones libres de las palabras y las imágenes que lleven (Balakian, 1986, p. 128), evitando el entrometimiento de la razón. Significa que las palabras se las puede usar de cualquiera manera, sin respeto a las connotaciones convencionales. Con este método la fuerza creadora vendrá sin influencia de la voluntad personal (Martinov, 1990, s. 130) de manera fluyente y permite al lector usar su imaginación para buscar su propio sentido de la obra y con ello su realidad personal. La falta de limitaciones conectadoras forma parte del elemento de la metáfora, que funciona como prueba de la potencia de la mente. Balakian describe la metáfora nueva así: “..instead of being based on analogy, is derived from divergence and contradiction.” (p. 147) La metáfora es por eso esencial para la imagen surrealista, con frecuencia construida de una mezcla de componentes (por ejemplo, del mundo natural en combinación con un elemento industrial/mecanizado) para construir la contradictoria imagen absurda. Otro método para evitar el pensamiento racional, fue simular locura – estado glorificado por su total libertad creadora. La niñez y la locura fueron celebrados como estados de máximo acceso a la claridad y la espontaneidad.

Vemos varias veces, en Poeta en Nueva York, referencias al niño como figura consagrada y con acceso a mundos escondidos.
Aunque vemos claramente una tendencia surrealista, de un puñado de autores españoles (por ejemplo, Lorca, Rafael Albertí y Luis Cernuda), entre 1926 y 1936, no existe anotación española como el manifiesto francés. El surrealismo español se dista del francés en lo que falta “unidad de intenciones” (Bodini, 1984, p. 286). Significa que los críticos literarios están de acuerdo con la presencia de obras de poesía seguramente influido por el lenguaje figurado del surrealismo, pero no de manera en que podemos proclamar la existencia de una corriente unida. Los españoles tampoco se emprendieron en el “proyecto” surrealista como cambio de paradigma, sino que en el método escrito y el lenguaje metafórico. Además, es característico del surrealismo español, el mantenimiento de la fascinación del folklore y de las formas tradicionales, como el romance. En el segundo manifiesto francés Breton expresa directamente un deseo de destruir los núcleos del Estado nacional. También en esto, los españoles se distan por la falta de necesidad de denunciar la religión y Lorca, especialmente, mantiene un enlace religioso en su poesía.

Análisis

Los apartados precedentes han introducido las teorías de Simmel y del surrealismo. El apartado siguiente contiene los análisis centrales de los poemas elegidos. El análisis está hecho de tal forma que va integrado con las discusiones, y siempre en relación al marco teórico. Además, voy a centrarme en una interpretación de la gran cantidad de referencias y símbolos religiosos. Como obra principal voy a referir a The Poetics of Apocalypse de Martha Nandorfy, que ha dedicado una obra entera de investigar las referencias religiosas en Poeta en Nueva York.

“La Aurora”

El poema se sitúa en la tercera parte del poemario nombrado “Calles y sueños.” Cada una de las cinco estrofas del poema tiene cuatro versos, sin rima y con sílabas inconstantes. Los versos se alargan durante el poema. El poema cuenta del amanecer que viene a Nueva York, lugar que no le deja sitio para hacer su “trabajo” de consolidar la esperanza y la fe en la gente. Buscando en vano, la aurora se pierde en la escena urbana porque a nadie le interesa “su mensaje.”
Al analizar el poema, voy a centrarme especialmente en los símbolos que se relacionan con el cristianismo, pero también en la presentación de la ciudad. En este poema la aurora aparece de forma cortada del mundo, así que no puede traer la consolación y la esperanza consigo. Una interpretación de la forma podría ser que el alargamiento de los versos, durante el poema, simboliza el avance infructuoso de los rayos del sol.

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas

En esta primera estrofa Nueva York es presentada como lugar sucio y repugnante. Las cuatro columnas de cieno representan los rascacielos que dominan el panorama urbano como trofeos capitalistas. Las palomas, que normalmente simbolizan la paz, el amor y la naturaleza, son negras y rodeadas por un ambiente sucio y pútrido. En el mundo cristiano la paloma simboliza el Espíritu Santo, y la presentación negativa de este elemento fundamental cristiano pone en marcha el sentido casi apocalíptico del poema. El escritor Héctor Martínez Ferrer nota en su artículo que la condición de las palomas impide su propósito: “no pueden por ello cumplir la función emisora o mensajera de las del pasaje bíblico” (Ferrer, 1986). En su discurso, Lorca conecta la naturaleza y la religión como aliados innatos. Por eso le preocupa tanto la separación entre humano y naturaleza. Lo vemos también en la imágen del agua, elemento vivificador, se pudre en el medio ambiente duro de la metrópolis. El símbolo de la aurora, tradicionalmente, se asocia con la esperanza, o sea el nuevo comienzo que trae el nuevo amanecer. Es un símbolo fuerte y se utiliza mucho en la oración cristiana. Como observa Martha Nandorfy, autor de una obra significante sobre Poeta en Nueva York como “poesía apocalíptica,” aquí el símbolo tiene función doble: “…we expect the dawn to be symbolic of the ideal being sought, whether that is communion with God or the establishment of a new society”(2003, p. 42). Aquí vemos además una referencia al proyecto de cambio surrealista, mezclada con el enlace religioso de Lorca. En la segunda estrofa el enfoque cambia de los elementos naturales a la forma antinatural y aguda de la metrópolis.

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada

En la segunda estrofa el poeta hace una personificación de la aurora y describe su búsqueda de redención, pero las construcciones de la ciudad no le hacen sitio. Busca, entre los laberintos agudos de escaleras y aristas, las huellas de la naturaleza. La búsqueda de la aurora es parecida a la del yo- lorquino, que anda solo por las calles buscando la humanidad en la vida y en el paisaje de la metrópolis, pero solo encuentra soledad y desesperación. Como observa Jaén i Urban, la soledad es presente en la ciudad no solo en momentos de solitud, pero también dentro de la masa: “…en contraposición con el paisaje de las multitudes que se mueven frenéticamente por la gran ciudad de un lado para otro, encontramos también la soledad” (Jaén i Urban, 2014 p. 87). Tanto humano como fenómeno natural se sienten solos y perdidos.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños

Desde esta tercera estrofa el poeta cambia el tema de Nueva York a sus habitantes. Aunque llegue el amanecer no significa nada nuevo del estado de la ciudad y es como si nunca terminara esa vida de dolor, de la clase baja, que no abre paso a la esperanza y el avance social. Esto puede interpretarse como reflexión social: No hay mañana ni esperanza, dice el poeta en conclusión directa de la situación de los pobres (y también de la naturaleza) – o como reflexión religiosa, así que “La aurora llega y nadie la recibe en su boca“ podría aludir a la comunión auroral en la que la gente niega recibir la hostia. El grupo marginalizado abigarrado ha abandonado la religión porque ya no cree; en consecuencia, la aurora no encuentra lo que busca y los niños son abandonados al mundo cruel. Otra vez vemos una imagen torcida del mundo bíblico, es decir una parodia de las plagas bíblicas del Antiguo Testamento. Enjambres de monedas devoran a los niños, en defecto de salvarlos. Como la descripción de las palomas sucias, es una manera de expresar una desesperanza. La opresión de los pobres y del mundo natural resuelve el contrato entre naturaleza y humano, y también entre el ser humano y Dios. Es natural preguntarse ¿Por qué no usar la religión como apoyo para aguantar la vida? Sería fructuoso mantener la esperanza de una vida mejor después de la vida terrenal, y supongo que la omisión de la esperanza del paraíso es un comentario de que el sistema del capitalismo y consumismo ni siquiera dejan sitio para la espiritualidad personal. La falta de esperanza también vemos en la estrofa siguiente.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

Que no habrá paraíso ni amores deshojados;

Saben que van al cieno de números y leyes,

A los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La gente trabajadora sabe que no hay esperanza ni salvación. El cieno, pegado y pegajoso, podría referir a la falta de movilidad social, causada por la clase explotadora representado por “números y leyes”. La gente se mata trabajando sin poder gozar el fruto y es condenada a una vida de esclavitud. Es interesante ver cómo el poeta se aparta del mito de la vida serena después del apocalipsis, en que no hay vida celestial porque también el cielo (con sus ayudantes: la paloma, la aurora, la luz etc.) fracasa. No es el apocalipsis cristiano, sino un apocalipsis de la humanidad, en el que cae también la religión. No creo que es una crítica del cristianismo, sino del sistema capitalista que no deja sitio para la espiritualidad. Nandorfy nos da ésta descripción: “Even the final outcome of apocalypse will be represented as the new consciousness” (2003, p. 75). Me hace pensar si la conciencia sería sobre la realidad cruel o sobre el fracaso del sistema capitalista. Ferrer establece un paralelo interesante entre el esqueleto estructural del poema y el octavo capítulo del Génesis sobre el arca de Noé (Ferrer, 1986), es decir que, según Ferrer, Lorca usa la imagen del Génesis para retratar la caída de la sociedad moderna. Se puede decir que Lorca voltea la imagen al cambiar el “cuento del comienzo” por el “cuento del fin”. Al mismo tiempo muestra la influencia del surrealismo francés, y el enlace religioso de Lorca. Otra imagen absurda la vemos en la luz sepultada, en la última estrofa.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

En impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

Como recién salidas de un naufragio de sangre.

La luz es un símbolo muy fuerte de la salvación, la esperanza, la ilustración y del cristianismo. Aquí está personificada y sepultada por los males del mundo moderno, representados literalmente por cadenas y figurativos al ruido, o sea el caos de la metrópolis. La ciencia sin raíces podría ser el desarrollo industrial que se dista del orden de la naturaleza. El hombre ya no colabora con el mundo natural, y podría ser que la imagen es de las raíces del Árbol de la Ciencia, ya cortado de su punto de partida natural. Si el amanecer no tiene lugar no existe la luz; la gente vive en una noche eterna y por eso Lorca le describe como insomne; aquí vemos tal vez una referencia intertextual al poema “Romance Sonámbulo”. En relación con el lenguaje figurativo, Nandorfy nos da ésta descripción: “The poetic subject of Poet in New York juggles the apocalyptic discourse (whose traditional aim is to persuade) with the paradoxical language where opposites cease or are suspended in limbo” (2003, p. 24). Vemos cómo el lenguaje avanzado lorquino, cumple los requisitos del método surrealista en fundir los contrastes en crear una imagen nueva. Finalmente, si seguimos con la tesis de Ferrer, “un naufragio de sangre” de repente tiene sentido claramente religioso, como Noé y su familia salvados de la carnicería del diluvio.

 

 

 “New York (Oficina y Denuncia)”

El poema es situado como el primer poema en la séptima parte nombrada “Vuelta a la Ciudad”. Es de verso libre, sin métrica y rima, y hay uso extensivo de enjambement.
El poema es un llamamiento sobre la destrucción del capitalismo y del consumo absurdo de Nueva York. Consiste de enumeraciones de animales para la producción alimentario, y la siguiente denuncia del sistema capitalista y explotador que contamina la ciudad, la naturaleza y, de sentido figurado, la humanidad. La protesta termina con un ofrecimiento de dejarse comer por los animales maltratados. Normalmente es una estrofa larga, pero lo he dividido en secciones para facilitar el análisis:

Debajo de las multiplicaciones

hay una gota de sangre de pato.

Debajo de las divisiones

hay una gota de sangre de marinero.

Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;

un río que viene cantando

por los dormitorios de los arrabales,

y es plata, cemento o brisa

en el alba mentida de New York.

Esta primera parte establece el contraste entre el mundo capitalista explotador y el mundo natural explotado. La bipolaridad está representada por un lado por los términos matemáticos que representan la calculación fría del mundo económico, y por otro de tanto animales como la gente marginalizada que sufren (Nandorfy, 2003, p. 99). Al fin vemos la anáfora y referencia intertextual de la falta de esperanza en “el alba mentida de New York” como vimos en “La Aurora”. Vemos una referencia parecida en la segunda parte.

Existen las montañas, lo sé.

Y los anteojos para la sabiduría,

lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.

He venido para ver la turbia sangre,

la sangre que lleva las máquinas a las cataratas

y el espíritu a la lengua de la cobra.

El poeta no denuncia la ciencia, representada por los anteojos, pero rechaza las atrocidades que causa (García-Posada, 1981, p. 79), parecido a la ciencia sin raíces en “La Aurora.” El poeta no viene para admirar el progreso científico sino para ver la destrucción que sigue en las aguas podridas, pero también para ver la fuerza de la sangre, o sea la vida (García-Posada, 1981, p. 150) que puede destruir las máquinas. La sangre es un símbolo fuerte y doble ya que puede simbolizar tanto vida como muerte. La sangre que lleva “el espíritu a la lengua de la cobra” podría ser una intenta de también salvar la serpiente, (símbolo del diablo) que es la sociedad explotadora, si no es demasiado tarde para la remisión.

Todos los días se matan en New York

cuatro millones de patos,

cinco millones de cerdos,

dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,

un millón de vacas, un millón de corderos,

y dos millones de gallos,

que dejan los cielos hechos añicos.

Más vale sollozar afilando la navaja

o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías,

que resistir en la madrugada

los interminables trenes de leche,

los interminables trenes de sangre

y los trenes de rosas maniatadas

por los comerciantes de perfumes.

Los patos y las palomas,

y los cerdos y los corderos

ponen sus gotas de sangre

debajo de las multiplicaciones,

y los terribles alaridos de las vacas estrujadas

llenan de dolor el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite.

La enumeración de los animales muestra bien el consumo absurdo que es necesario para que se sostenga la metrópolis. La explotación grotesca de los animales provoca al poeta, que cree en la alianza fuerte entre la naturaleza y la espiritualidad, y comenta que ese maltrato no queda bien espiritualmente. Elementos naturales, como las rosas y el Hudson, son personificados para marcar que también sufren. Tradicionalmente, el ganado ha servido como animales de sacrificio religioso, pero en la exposición presente la matanza ritual no sirve ninguna finalidad espiritual: “(it) ironically becomes the object of a ritualistic slaughter that only ensures the continuity of physical life … Instead of embodying integrity and regeneration, nature is here reduced to a series of commodities.”  (Nandorfy, 2003, p. 100) Existe entonces, en el poema, un acento de símbolos religiosos, aunque no hay la misma densidad de referencias religiosas que en “La Aurora.” Se ve una coincidencia de temas, entre este poema y “La Aurora” en los versos “Más vale sollozar afilando la navaja que resistir en la madrugada.” El poeta refiere al amanecer que nadie recibe y llama atención a la necesidad de que “la otra mitad” protestan en vez de formar parte de la matanza y explotación de sí mismo.

Yo denuncio a toda la gente

que ignora la otra mitad,

la mitad irredimible

que levanta sus montes de cemento

donde laten los corazones de los animalitos que se olvidan

y donde caeremos todos

en la última fiesta de los taladros.

Os escupo en la cara.

Aquí vemos por primera vez la denuncia directa a la mitad explotadora, los que son “irredimible” y explotan a “la otra mitad.” Es evidente que el poeta se identifica con “la otra mitad” en la lucha contra la injusticia y la explotación; Arango argumenta que es decisivo por el poeta representarse como la voz de la protesta social y continua: “La poesía de Poeta en Nueva York encierra entonces un mensaje muy importante, mensaje de denuncia social en la época moderna” (Arango, 1995). A distinción de “la Aurora” no es una comprobación vista a distancia, sino un comentario emocional desde el centro de las atrocidades de Nueva York. Me parece interesante discutir, brevemente, el rol del poeta en relación al tipo propuesto por Simmel, el extranjero, porque veo en el poeta la misma ambigüedad entre cercanía y distancia en la sociedad que observa en Nueva York. El poeta está, al mismo tiempo, afuera y adentro de la sociedad. Es como si viera y condenara la mitad irredimible de afuera, pero también admite que él tiene parte del ciclo consumista cuando dice: “donde caeremos todos/en la última fiesta de los taladros.” Muestra la ambigüedad del extranjero, porque el poeta no podría denunciar el sistema alimentario sin morir de hambre, y por eso necesita participar, en cierto grado, en el consumismo horrible sobre que protesta. Este entendimiento hace que al final del poema se ofrecerse a sí mismo como comida. Vemos en la próxima estrofa una afectuosidad a “la otra mitad”.

La otra mitad me escucha

devorando, orinando, volando en su pureza,

como los niños de las porterías

que llevan frágiles palitos

a los huecos donde se oxidan

las antenas de los insectos.

No es el infierno, es la calle.

No es la muerte, es la tienda de frutas.

Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles

en la patita de ese gato quebrada por un automóvil,

y yo oigo el canto de la lombriz

en el corazón de muchas niñas.

La otra mitad parece una categoría amplia. Nandorfy la describe: “The suffering world is a concretized unity of plants, animals, and natural elements” (2003, p. 100), pero yo argumento que también cuenta con grupos marginalizados como los trabajadores, los negros y especialmente los niños – los que ya no están contaminados. Estos grupos tienen, según el poeta, un enlace con la naturaleza. Lo vemos, por ejemplo, en esta estrofa en la imagen del niño que observa los insectos. Además, es otra referencia surrealista del niño como individuo que tiene acceso a la realidad no limitada por la sociedad, aquí el mundo secreto de los insectos. Nandorfy explica que existe en el texto mundos en miniatura (2003, p. 74), como el de los insectos o el de la patita del gato, y ella escribe: “The arrogant human species is oblivious of the other half’s worth and deaf to the poet’s visionary admonitions.” Para la sociedad no vale otros mundos que el “real”. De los tres gerundios, del segundo verso, los dos primeros describen de términos groseros, al hombre marginalizado como lo ven los señores: no más que un animal de tiro. En contraste, “volando en su pureza” suena como una referencia angélica (McMullan, 1996 s.76), y está de acuerdo con la perspectiva social de Federico. Además, me interesa que el poeta describe a “la otra mitad” como si estuviera afuera de la especie humana, parece un comentario de que la especie humana está perdida sin remedio. La frase “volando en su pureza” me hace pensar que tal vez “la otra mitad” encontrará la redención, porque no está contaminada por el capitalismo y ha mantenido su relación con el mundo natural y por eso su humanidad/espiritualidad.

Óxido, fermento, tierra estremecida.

Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.

¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?

¿Ordenar los amores que luego son fotografías,

que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?

No, no; yo denuncio.

Yo denuncio la conjura

de estas desiertas oficinas

que no radian las agonías,

que borran los programas de la selva,

y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas

cuando sus gritos llenan el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite.

La última parte contiene una petición directa a la consciencia de la mitad irredimible, de que también es “Tierra tú mismo”. Describe una conjura contra la naturaleza, y ya hemos establecido que la naturaleza es la espiritualidad. La falta de espíritu, para el poeta, equivale falta de humanidad, y podría ser por eso que describe las oficinas como desiertas – no ocupada por un ser humano. El resto es la última denuncia que guía el poeta hacía el suicidio simbólico que propone como solución de su negación de participación del sistema capitalista y consumista. Al ser comido, el poeta formará parte física de “la otra mitad” y aunque puede preguntarse ¿para qué sirve la muerte?, tal vez hay un hilo conductor entre el sacrificio y el surrealismo, porque, en el manifiesto, Breton se refiere a la muerte como “sociedad secreta” (Breton, 1972, p. 42), lo que podría aludir a un tipo de paraíso lorquino en la cual sólo se recibe a los que denuncien la conjura del capitalismo. Otra perspectiva es la alusión a Cristo, que se sacrifica por el futuro de la humanidad. Según la teoría de Simmel la sociedad consiste de individuos y todos individuos existen dentro de la sociedad, pero me parece que Lorca no está de acuerdo con esta perspectiva de la metrópolis y que Lorca, contrariamente, argumenta que la sociedad no cuenta con los marginalizados como individuos, sino como una masa; por eso se ha perdido el individualismo universal. Yo lo leo como un comentario sobre el derecho de existir como individuo. Teniendo en cuenta la tendencia religiosa de Lorca, sería relevante observar que, según el cristianismo, todos individuos tienen valor y derecho de existir, en tanto que creen en Dios. Otra vez es relevante la cita de Nandorfy sobre el éxito del apocalipsis como the new consciousness” (2003, p. 75) a cambio del paraíso celestial.

Discusión sobre PNY como obra surrealista

Aunque he establecido que los surrealistas españoles no fueron atados por los dogmas del surrealismo francés, es relevante incluir una discusión sobre los rasgos surrealistas en Poeta en Nueva York.

Al leer la literatura infinita sobre Poeta en Nueva York me llamó la atención que una cantidad tremenda de los textos sobre el poemario lo menciona como obra surrealista, y surgió la cuestión: ¿de cuál extensión necesita un texto cumplir los requisitos que exige los dogmas del surrealismo? Voy a discutir tres elementos que puedan echar luz sobre la polémica: el lenguaje, la forma y el contenido.

No es fácil acceder al lenguaje del poemario. El número inmenso de metáforas avanzadas y la densidad de símbolos exigen mucho al lector. La metáfora es el núcleo de la escritura surrealista, y

su función es la de medir y valorar hondura y creatividad. Al leer el poemario es necesario navegar en las referencias tanto socioculturales como intertextuales, especialmente hace referencias a la sociedad moderna y la Biblia. En “la Aurora”, leemos, por ejemplo: “las monedas en enjambres furiosos,” como manera de describir el “rol opresor” de la economía. De esta perspectiva el poemario realiza el ideal lingüístico de la metáfora avanzada, pero el uso, casi exagerado, de símbolos (especialmente religiosos) nos dirige al corriente de simbolismo – del cual el surrealismo quiere distinguirse (Balakian, 1970, s. 37). Sumamente, en el lenguaje vemos tanto una atracción a la tradición literaria y un deseo de dejarla, en conformidad con el surrealismo español.

Hay mucha variación en la forma y estructura de los poemas del poemario; poemas de verso libre se mezcla con poemas en prosa, algunos son breves, otros muy largos, así que no se puede determinar una forma dominante. En todas sus obras de poesía Federico juega con las formas tradicionales, como el romance: “The traditional ballad makes little use of the metaphor, but Lorca’s do, revealing … his habit – well established by then – of recreating traditional forms rather than imitating them strictly.” (Maurer, 2007, p. 28). Es una característica de la poesía de Lorca, pero la relación o fascinación con la tradición queda muy lejos del pensamiento surrealista francés, que trata romper con todas convenciones establecidas.

Al terminar parece que hay una relación entre el contenido y la forma en los poemas de este trabajo, que apela visualmente a los sentimientos del lector. El poema “New York (Oficina y denuncia),” que relata de un mundo moderno y roto, tiene una estructura caótica e irregular y el verso libre está dependiente del ritmo de la dicción natural (Cuddon, 2013, p. 290). Es muy largo y sostiene la sensación de la infinidad que crean las imágenes de los trenes de leche y sangre. Lo mismo se impone en “La aurora,” que tiene una estructura rígida y regular, parecida a un salmo, que apoya el sentido religioso del poema. El tema de la protesta es esencial para el pensamiento surrealista. En la introducción al poemario García-Posada describe la protesta en Poeta en Nueva York: “El grito de rebeldía radical que aquí suena, no es separable del clima revolucionario desencadenado por los surrealistas” (Lorca, 1982, p. 71). Es exactamente la protesta de la sociedad deshumanizada y protesta de la gente que participa desarrollar el modelo moderno dirigido por el capitalismo y el racionalismo, que impregnan los dos poemas de este trabajo.

En el apartado final, voy a incorporar una reflexión breve sobre la relación entre el yo-poético y el autor, que también se relaciona a la discusión precedente.

 

Reflexiones sobre el poeta y el yo-poético

Aunque sea una ruptura de las reglas de un análisis literario, voy a investigar un poco, en este apartado final, la conexión entre el ambiente del poemario y el estado personal del autor.

A pesar de que pueda ser problemático considerar Federico como el yo-poético, me gustaría dedicar unas líneas a su vida y su interés social. Sería problemático confundir el autor con el yo-poético porque es demasiado fácil concluir que son la misma persona y en consecuencia leer, en el poema, lo que sabemos de Federico en defecto de las palabras escritas – especialmente con el surrealismo, que glorifica la separación entre autor y obra, en mente. Si olvidamos esta reserva un momento, es notable que una cantidad grande de la gente que analiza el poemario comenta el estado personal del autor. Christopher Maurer expresa que se debería leer el poemario en contexto con fuentes como el diario personal de Federico y sus cartas a la familia en Granada (Maurer, 2007 p. 32). Jaén i Urban, comparta esa opinión y escribe que Lorca “expresa sus emociones personales” del encuentro con la metrópolis (2014 p. 37)

En una oración, el 16 de marzo 1932, Federico declaró: “He dicho “un poeta en Nueva York”, y he debido decir “Nueva York en un poeta” (McMullan, 1996). Aunque pueda ser relevante tener en cuenta el doble sentido de la palabra “poeta,” tanto como autor de poesía y como yo-poético, la cita de Lorca me hace pensar que hay una relación íntima entre Lorca y yo poético, y que los poemas no solo describen la metrópolis famosa y difamada de Nueva York, pero son una reflexión del estado mental de Lorca en esta etapa de su vida marcada por pesadumbre. Como ejemplo del poemario, me permito mencionar la coincidencia posible entre el autor y el poeta en relación con los versos “¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?/¿Ordenar los amores que luego son fotografías,/que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?”: me parece una comparación entre la imposibilidad de ordenar un elemento natural, como el paisaje, con imposibilidad de ordenar la voluntad amorosa de otra persona; posiblemente pensamientos de un amante herido. Aunque no podamos hacer conclusiones sobre la intimidad entre el poeta y el yo-poético, las líneas precedentes intensifican mí presentimiento de que existe una coincidencia.

Conclusión:

Este trabajo intentó investigar:
¿Cómo se ve la opinión del poeta sobre el sistema capitalista de la metrópolis?
¿Y cómo se ve la influencia del surrealismo en los poemas “La Aurora” y “Oficina y denuncia”?

Aunque haya habido mucho debate sobre el lugar que ocupa Poeta en Nueva York en el surrealismo, es obvio que contenga rasgos vinculados al surrealismo español. Lo veo en el lenguaje figurativo, es decir en las imágenes surrealistas por ejemplo los mundos minúsculos, y en las metáforas avanzadas. La escena de la metrópolis muestra la fuerte relación que tiene el poeta con la naturaleza, la que conecta con la espiritualidad, y cuando encuentra la naturaleza tan opresa rabia contra el sistema

opresor. Para que funcione una metrópolis, es necesario que reine el elemento al que más se oponen los surrealistas: la razón. Para hacer florecer la metrópolis (en términos económicos) es racional implementar los sistemas más eficaces, que frecuentemente conlleva la explotación máxima de la naturaleza, los animales y de la clase baja. Al yo-poético de Poeta en Nueva York mirar esa dinámica es mirar los jinetes del apocalipsis. Expresa una denuncia directa al sistema, pero en realidad necesita participar en el consumismo para sobrevivir físicamente. Crea una ambigüedad que se puede relacionar con el tipo del extranjero de Simmel; el poeta observa, a distancia, la sociedad consumidora y participa tanto en el consumismo como en la protesta. Al fin del poema “Oficina y denuncia” el poeta se ofrece a sí mismo como alimento para las vacas, como única solución de su dilema. Este ofrecimiento es relevante como muestra del enlace religioso de Lorca, pero también como enlace con “la sociedad secreta de la muerte” que propone los surrealistas franceses. En contraposición a otros poetas surrealistas españoles, Cernuda por ejemplo, García Lorca lamenta la pérdida del espíritu en la metrópolis, por eso su poesía toma forma apocalíptica pero de sentido no convencional religioso. La espiritualidad toma forma especial, en los poemas, porque por un lado es obvio que el poeta haya adoptado la idiosincrasia cristiana y por otro el cristianismo no consigue su propósito de inspirar la esperanza – no creo que es una crítica del cristianismo sino del sistema capitalista, que corta la cuerda entre el ser humano y la naturaleza y en consecuencia entre el ser humano y la espiritualidad.

 

Bibliografía:

Andersen, Heine & Kaspersen, Lars Bo: Klassisk og moderne samfundsteori, Hans Reitzels Forlag, 5.

Udg., 2013.

Arango, Manuel Antonio: El simbolismo como elemento de protesta en Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, 1995, AIH Actas XII

Balakian, Anna: Surrealism – the road to the absolute, The University of Chicago Press, 1986

Bodini, Vittorio: “Características y técnicas del surrealismo en España” en García de la Concha, Víctor G.: Historia y Crítica de la Literatura Española, Época Contemporánea: 1914-1939, Editorial Crítica, 1984

Breton, André: De surrealistiske manifester, Gyldendal, 1972
Cuddon, J.A.: The Penguin Dictionary of Literary Terms and Literary Theory, Penguin Books, 2013

Ferrer, Hector Martinez: ”La Aurora”, otro poema religioso de García Lorca, Cuadernos Hispanoamericanos, 1986, (435-436): 629-635

García-Posada, Miguel: Lorca: interpretación de Poeta en Nueva York, Akal Editor, 1981
Jaén i Urban, Gaspar: El paisaje urbano de Nueva York en la obra escrita de Federico García Lorca,

Universidad de Alicante, 2014
Jiménez, Felipe B. P. & Cáceres, Milagros R.: Las Épocas de la Literatura Española, Ariel, 2012 Kofoed, Lasse & Simonsen, Kirsten: Den fremmede – byen og nationen, Samfundslitteratur, 2010

Larsen, Christian Stenbak: “Georg Simmel” en Hansen, Mogens (ed.) 50 samfundstænkere, Gyldendal, 2009

Lorca, Federico García: Poet in New York – Poeta en Nueva York, Grove Press, 2008

—.Poesía 2, Akal, 1982.

McMullan, Terence: Federico García Lorca’s Poeta en Nueva York and The City of Tomorrow, 1996, Bulletin of Hispanic Studies, 73:1, 65-79

Martinov, Niels: Kunstrevolutionen I mellemkrigstiden, Gyldendal, 1990

Maurer, Christopher: “Poetry” en Bonaddio, Federico (ed.): A Companion to Federico García Lorca, , Tamesis, 2007

Nandorfy, Martha J.: The Poetics of Apocalypse – Federico García Lorca’s Poet in New York, Associated University Presses, 2003

Simmel, Georg: ”Las grandes ciudades y la vida intelectual”, en Para comprender qué es la ciudad: teorías sociales, ed. Urrutia Abaigar, Víctor, Editorial Verbo Divino, 1999.

Referencias a internet: Web 1: http://socio.ch/sim/work.htm

 

María Sieverts es estudiante de español, cultura hispánicas e inglés en la Universidad de Copenhague. Trabaja actualmente en su tesis de grado sobre la poesía de Miguel Hernández con una aproximación desde la historiografía literaria de Octavio Paz.

Todos los paisajes son tu camino

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UNA VOZ QUE LLORA EN EL DESIERTO

Las pinturas de Guillermo Arreola son ecos que regresan desde un paisaje interior en donde una voz clama en el desierto, es escuchada primero por el pintor, y posteriormente se vuelve audible ante nosotros. Él ya es un escritor distinguido pero, como la mayoría de los escritores, ha descubierto que no todo lo que se experimenta puede encontrar un equivalente verbal, por lo que se ha volcado a la pintura como una forma de transmitir intuiciones, aprehensiones y portentos.

Guillermo Arreola prefiere en óleo y acrílico una paleta de tonos oscuros, que no se alejan del monocromo —azul, marrón, gris, tiza, negro—, aplicados sutil y rotundamente. México se asocia en nuestra mente con colores brillantes; con los matices radiantes del follaje, las flores y los frutos vistos a la luz del mediodía. Pero Arreola evita la exposición obstinada, prefiriendo los matices montañosos y del desierto con una tenue luz invernal. Su acercamiento a la pintura sigue los pasos de Rothko y Tàpies, así como de artistas que han sentido afinidad con las rugosas paredes urbanas cubiertas con hormigón y yeso; con superficies improvisadas cubiertas con pintura, polvo y graffiti. De vez en cuando, de estos ambientes oscuros surge una silueta humana o un rostro, casi ocultos, solitarios y enigmáticos. Cuando tienen rostros, se asemejan a máscaras que flotan en un espacio ambiguo, tal como lo hacen sus contrapartes en Redon, Nolde o De Kooning.

¿Sería correcto decir que estas obras son el producto de un temperamento melancólico? Sólo si reconocemos que la melancolía es una clave para comprender la condición humana. En las pinturas de Arreola entramos en contacto con una mente liberada de la ilusión; que contempla la soledad, el temor, la muerte y el insondable misterio de la consciencia. Si un artista es aún capaz de pintar ante semejante conocimiento, debiéramos  hallar consuelo en su temple y su valor.

Alfred Corn

 

 

A VOICE CRYING IN THE WILDERNESS

The paintings of Guillermo Arreola are echoes sent back from an interior landscape where a voice crying in the wilderness, first heard by the painter, then becomes audible to us.  He is already a distinguished author, but, like most writers, he has discovered that not all that is experienced can find a verbal equivalent. And so he has turned to painting as a way to convey intuitions, apprehensions, portents.

In oil and acrylic Guillermo Arreola prefers a palette of dark tones, not far from monochrome—gray, blue, brown, chalk, black—lightly and drily applied.  Mexico is associated in our minds with brilliant color, the lustrous hues of foliage, flowers and fruit seen at noonday. But Arreola avoids that insistent display in favor of the hues of mountain and desert in dim, wintry light. His approach to painting follows in the steps of Rothko and Tàpies, and to artists who have felt an affinity with rough urban walls of crumbling plaster or concrete, impromptu surfaces covered with paint, dust and graffiti.  Occasionally a human silhouette or face emerges from these obscure environments, half seen, solitary, enigmatic. When they have faces, these are mask-like, floating in an ambiguous space, much as their counterparts do in Redon, Nolde or De Kooning.

Is it accurate to say that these works are the products of a melancholic temperament?  Only if we acknowledge that melancholy is a key to understanding the human condition. In Arreola’s paintings we are brought in contact with a mind freed from illusion, one that contemplates solitude, dread, death, and the unsolvable mystery of consciousness. If an artist is still able to paint in the face of such knowledge, we should draw reassurance from his courage and resolution.

Alfred Corn

 

“El olvido que me diste”, acrílico sobre tapete de madera, 160 x 244 cm.

 

“Madrugada”, acrílico sobre radiografía, 42 x 35.5 cm.

 

“Neblina”, óleo sobre tela, 100 x 100 cm.

 

“Paisaje de San Fernando, Tamaulipas”, óleo sobre madera, 110 x 264 cm.

 

Marinola”, acrílico sobre radiogradía, 35.5 x 42 cm.

 

“Paisaje con huesos”, óleo sobre madera, 122 x 150 cm.

 

“Todo México”, óleo sobre tela, 200 x 150 cm

 

 

 

Guillermo Arreola. Artista visual y escritor.

Cuenta con más de 20 exposiciones de pintura individuales tanto en México como en el extranjero. Entre sus exposiciones se cuentan: Sursum Corda, Museo de la Ciudad de México, 2015; El olvido que me diste. Una retrospectiva, en Centro Cultural Tijuana, 2014. To See You Better With, 2012, Consulado General de México en San Francisco. No volveré, 2010, Instituto Nacional de Bellas Artes-CONACULTA. La más reciente se llevó cabo de enero a abril de 2018 en Casa Lamm, con el título Conjuros. Nuevos paisajes mexicanos.

Asimismo ha participado en más de 15 exposiciones colectivas entre las que se encuentran la Olympic Fine Arts 2012, que se llevó a cabo en Londres, Inglaterra.

Como escritor, es autor de los libros La venganza de los pájaros (Fondo de Cultura Económica, 2006), Traición a domicilio (Joaquín Mortiz, 2013) y Fierros bajo el agua (Joaquín Mortiz, 2014). Es coautor como pintor del libro Via Corporis de Pura López Colomé (Fondo de Cultura Económica, 2016).

Kohler Project Work produced in collaboration with the John Michael Kohler Arts/Industry Program

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Puppet hand and the Angel, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips and Hand Cut Paper Stencils

 

All He Wants To Do Is Dance, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips and Hand Cut Paper Stencils

 

Double Skull Bowl,Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips and Hand Cut Paper Stencils

 

Face Plate, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips and Hand Cut Paper Stencils

 

Peeping Tom, Teapot Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, Sgraffito Techinque

 

The Boxer and Mr. Punchy, Teapot Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

Da Vinci and Disney, Adventure without Risk is Disneyland, Teapot Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

Family Portrait, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

The Outcome of an Apatosaurus Living in the Building, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

The Fears of Mr. Punchy, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

That’s Him Officer, The One with the Sock Puppet and the Fig Leaf, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

Lot’s Lot, Vitreous Clay, Slip Cast, and Ceramic Slips

 

One of Those Days, Hot Coffee and Scorpions, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

The Truth of the Sock Puppet, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

The Devil and The Potato Sisters, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

It’s All Fun and Games Until Someone Let the Rex Out, Vitreous Clay, Slip Cast, Ceramic Slips, and Hand Cut Paper Stencils

 

Stacked Column with Self Portrait cast from Aluminum Foil, Vitreous Clay, Slip Cast, and Ceramic Slips

 

Perils of Mr. Sock Puppet and Angel Tom, Vitreous Clay, Slip Cast, and Ceramic Slips

 

 

 

Christopher Stanley was born in Iowa City, Iowa in 1964.  He attended Rockhurst High School in Kansas City, Missouri where he graduated in 1982.  Attending The University of Kansas from 1982 to 1988, Mr. Stanley received a B.S.E. in Secondary English Education and a B.F. A. in Design.  In 1989 Mr. Stanley and his wife, Annie moved to Pullman, Washington, where, Mr. Stanley earned his M.F.A in 1991. Mr. Stanley has lived in Odessa since 1992.  He is currently an Associate Professor of Art, and teaches a large distribution of classes both in and out of the Art Department. Mr. Stanley has had work published in two books, which are, ‘500 Bowls’ and ‘Surface Design for Ceramics’. He has received awards not only for his art, but also for teaching and community service.

El paisaje y el hombre de barro

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Semblanza por Antonio Moreno

Esta revista quiere hacer un reconocimiento especial al pintor y lingüista César Corzo, originario del estado mexicano de Chiapas, donde nació en 1933 y falleció, allí mismo, en el 2013. Y agradezco la bondad de Hugo Corzo, porque sin su ayuda, no habría sido posible recabar este material.

Las fotografías que dan cuenta de su pasmosa capacidad técnica y las emociones que despiertan, fueron compartidas por su hermano Hugo Corzo. La obra paisajística de César Corzo, en la que de vez en cuando aparecen seres como delineados por el barro, que, en tales circunstancias, no solo encaja, también enriquece temáticamente este número.

Algunos de sus cuadros aquí exhibidos corresponden a los paisajes del mundo rural chiapaneco, que será un tema de introducción a los intereses de su agenda estética, el orden social campesino, agrario y revolucionario, en sintonía con la dialéctica puntuada por la tradición del  muralismo mexicano.

Las apostillas de Hugo Corzo sobre su hermano fueron muy útiles para poder trazar un aleatorio perfil de su vida y obra. No hay, desafortunadamente, estudios consistentes sobre sus propuestas pictóricas y lingüísticas. Si acaso, la Internet ofrece notas periodísticas, entrevistas de ocasión, escasos homenajes, un video que circula en YouTube; es decir, un cúmulo de información que, en  todo caso, puede tener un objeto remunerativo, siempre y  cuando vehicule proyectos más sólidos y ambiciosos.

Hugo Corzo dice que su hermano fue muy inquieto desde joven. Ingresó a la escuela militar de aviación, de la que fue expulsado a raíz de una riña con un capitán que lo incordiaba constantemente, por lo que buscó trabajo como marinero en el puerto de Veracruz. Retornó al cabo de los años para ingresar a la prestigiada Academia de San Carlos, en Ciudad de México, graduándose como Maestro en Artes Plásticas.

Después de la revolución de 1959, César Corzo se fue a Cuba para contribuir en la restauración de la isla colaborando como albañil en la edificación de escuelas. Aunque no vivió en Rusia, como tal vez haya sido su deseo, insinúa su hermano; ideológicamente, fue un comunista activo y radical. Retornó a Chiapas a finales de la década del 70. Impartió clases en Ciudad de México antes de mudarse al pequeño pueblo de Berriozábal, cercano a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, donde construiría su casa y allí se dedicaría permanentemente a la pintura y a los estudios de lingüística regional.

Pasaba del mural, la escultura, el dibujo, la pintura de caballete al estudio del  castellano con la extraordinaria destreza y, sobre todo, con la inquietud que ha definido, desde Leonardo, todo aquel espíritu renacentista que anhela puntos de apoyo para crear mundos paralelos, furtivos como lejanos, pero en los que habita la vida, inmensa, maciza como un mineral y frágil como la hoja. Y de las sutiles relaciones de la vida con el mundo o con esos mundos, nadie puede escaparse, nadie puede fingir u ocultar un no saber, con  ese simple vínculo que es definitivo, el hombre queda marcado en secreto para siempre. Reunió en Palabras de origen indígena en el español de Chiapas (1978), que le sobrevendrían ediciones y correcciones posteriores, un diccionario que no carece de encanto, fomenta la curiosidad y se vuelve indispensable para la consulta, por todas aquellas expresiones de las lenguas originarias que han ayudado a consolidar los usos del castellano chiapaneco. Escribió además Chiapas, o la geografía mítica (2003), entre otros libros. No obstante, César Corzo consideraba que sus contribuciones lingüísticas eran más importantes y superiores que su obra pictórica.

 

 

 

 

 

 

 

The Letter Writer

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Merci and her box made their way beyond a Sunday pasture. The little chest tucked nicely against a sundrenched dress with pockets for her interests. Worn leather shoes crunched dried winter and new green as they passed a lake that would soon be surrounded by cattails and bellowing toads. The water ran the length of a thicket of trees where it suddenly ended at a muddy intersection of hoof prints and a makeshift footbridge. Merci clutched her companion tighter as she drew closer to the edge and eased her way onto a board.

        “And here we meet again, Miss Merci!” trilled a voice from somewhere in the trees.

        A crown of copper braids weighed the charm that hung thick like the tart of early apples and the smell of deerskin.

       “I can’t stop today, Alfred. You’ll have to show me your lines another time.”

       Branches extended across the opening of Merci’s pathway and she paused just long enough to ease herself under a broken limb. Her cheeks flushed as bitterness took the shape of a reflecting glass dangling from silver ribbons.

       “Now look here. You take this on home. It’ll fit just fine—just fine. Wouldn’t you like to try it on?” Alfred pleaded holding the necklace up for her to admire.

       “You’ll be ruined forever,” Merci called as her sturdy legs stepped past the offering, “if I tell you what I really think.” She hurried on towards the other side of the bank and jumped onto a dry, smooth stone.

        Merci’s gaze traveled to the tips of the saplings and giants that spread out before her. The contrast of her form against the wall of darkness silenced the juncos whose beady features watched her slip into the woods and disappear. Her feet never slowed as they descended farther into the dense forest until full-yellow was wrapped in a neat clearing dotted with bloodroot. Merci’s warm smile focused on a girl and her box pacing on top of a felled oak. Her figure was clothed in sky and fresh daisies with a handsome bow tied neatly around her waist.

       “Benny!” Merci called.

        A gentle face edged with earth-colored curls and curiosity beamed towards the amble of her name from Merci’s lips. Benny was the youngest of six daughters. Her parents had wanted their last child to be a boy. “I showed them,” she would say laughing. She had believed her title a jest against her feminine frame until she met Merci. The way she spoke Benny’s name made it sound anything but boyish. The two hugged briefly with their eyes and seconds later, continued down an inconspicuous trail that ran throughout the thicket. Their pace finally slowed when the opening before them laced itself with golden hues. They watched in awe as the silence flickered with the beating of wings. Life-whole was suspended in momentary flashes of color as eloquent rays revealed once invisible secrets. An escaped sigh rested gently on Merci’s shoulder and she untucked her little chest from its traveling place.

       “I have them,” Merci mouthed reaching her hand into the moment. Finding the depths of her pocket, eager fingers balled into a fist and carefully withdrew its contents.

       “How many?” Benny asked.

       “Two. I was able to get two.”

       Benny’s cupped palm felt the weight of nothing as she clasped the small object and slid it into her own dress pouch.

       “Well then—” Her words caught unexpectedly in her throat. “Well then, I guess this means we’d better get started.”

       “How far do you want to walk?” Merci whispered knowingly.

       “Until the birds sing. I want to walk until the birds sing.”

       Hollow bells of white crowded the path as the two girls moved on. Spears of rainbows darted in every direction and the birds were soon forgotten.

       “Tell me again what you love, Merci.”

       Merci grinned as her scuffed toes kicked at the loose rocks playing underfoot.

       “I love the first tinge of pink on ocean skies. And you?”

       “Flaming cedar…but I don’t like to sleep next to it while it breathes.”

       Merci glanced at Benny but she was lost in blank days. Her little box was still nestled

firmly against her body. Merci’s lyrical voice opened,

       “We ache to discover where fences roam,

       far into the closing moan of seasons;

       stretched across a sphere in quest of a home,

       sharp steel gouging earth for selfish reasons.

 

       A breadth of green that dares to reach under,

       running hard up the flex of naked skin;

       tasting a thought beckons tainted wonder,

       unseen verse weakens the muse from within.

 

       We see nothing but the passing of time,

       through prints abandoned on an open ledge;

       a faulty attempt at writer’s sublime,

       pitted marks placed at the end of a pledge.

 

        Words born will scale until voicing a creed,

       finding solace in lines built to impede.”

       Emerging from her trance, Benny stared at her friend. “You always know what to say, Merci. How do you do that? I wish I was like you.”

      “If you were, we couldn’t be friends,” Merci quipped. “Do you know what I love more than anything? Forgetting people and remembering them in pictures.”

       Benny studied Merci closely.

       “What?” Merci asked.

       “I like that,” Benny nodded as she listened to the hush of rustling grass. “The forgetting of people.”

       A woven fence emerged from raw ground and the girls began to climb over a ledge of sandstone. Tumbleweeds linked their bodies along the enclosure and Merci sparred with them as she struggled to find the gate.

       “You know why I loathe tumbleweeds?” she said glaring at the splinters protruding from her exposed legs. “They’re crass, like Ms. Gordon.”

        “Oh, Merci! And here I thought you marched right past the noble Alfred today,” Benny said in a mocking bow.

        “I did. He and his ridiculous glass,” she said striking even harder at the unwelcome debris. “His attempts to hold me captive with trinkets will never end,” Merci said as her hand finally found the latch it was searching for. “But,” her words came out heavy from wrestling with the gate, “I was never meant to be confined by anything. Cages are for unlucky birds. That I am not. If I could, I would set them all free.” Merci noticed Benny intently picking at the yellow plumes of a desert shrub.

        “Well, if you didn’t stop and talk to Alfred, then what’s wrong?” Benny said.

       “I’m quitting.”

        Benny stood upright. “You’re what?”

        “I’m quitting,” Merci repeated as she wrenched a bent frame off its hinges with her free hand and crossed into rows of seedlings.

        “Merci! You can’t!”

        “It’s already done,” she said heading to the far side of the garden where snake-like shoots ran up the sides of a lean-to. Merci’s father cursed the winding growth every spring as severing its head did nothing but send out an ambush of new climbers. While she would never tell him, Merci saw their wildness as enchanting. The vines made her imagination leap and lent an air of mystery to the girls’ hideaway. Ducking inside, she slipped her box into a nook above her head and tugged at a large wooden board propped up against a cedar post.

       “I have been born…at last,” she huffed.

       Benny stuffed her own box next to Merci’s and together, the girls heaved the awkward slat onto four stumps. Dust filled the space and they backed out of their retreat to brush themselves off.

       “I don’t understand why you have to quit though. You’re good, Merci! Really, really good!” Benny argued.

       Merci tilted her chin toward her life-long friend and brushed at the wet smudges of dirt collecting on her cheeks.

       “I despise poetic things,” she said matter-of-factly. “Ms. Gordon has ruined me! She wants the truth laid bare but set in pretty words. ‘Analyze this! What do you think of that?’ Stop asking! Stop asking! STOP ASKING! I have spent every day of my life observing the world in my own strange ways. Maybe I don’t want to do that for someone else. Maybe I want to be plain.” Merci’s voice grew quiet as she went back into their sanctuary and spoke into the emptiness before her, “Should a poet even write when everything around her seems dead? Should she even think a thought when her mind sees in nothing but silhouettes and childish fantasies?”

       “What about Robert? You love his works. He was a simple man.”

       “No, Benny. He wasn’t. Simple words don’t make simple people,” she said sliding a basket across the table. “Simple words make profound people.”

       “You’re writing her a letter?” Benny said as she stared at the metal tips and wax sticks wedged next to yellowing paper.

       “Unless you have a better idea,” Merci said jamming a bottle of liquid black onto the plank.

       “Fine but I’m doing the writing.” Benny took a point and forced it onto a carved wooden dowel. Her loose curls shook with the container and Merci cast her a pleading glance.

       An amused expression passed across Benny’s face. “I’m not upset with you, Merci. I’m just trying to decide if this is a good idea. Do you remember what happened last time?”

       “Let me see. Your mother and my mother sat in Dr. Kates’ office while he read them the most profound—,” Merci smiled.

        “And profane,” Benny interjected.

       “—garble of verse ever written. They were truthful declarations, Benny. And today…today we will write the sequel!”

       “Maybe it should be the conclusion,” Benny advised. “Because after this, I’ll never see you again.”

       “Ah, but wait!” said Merci in her most patronizing delivery yet. “We shall not know until the heart and mind embark on the mincing of words and unrealistic ideas.”

        The girls laughed and scooted their appointed crates up to the desk. Merci patted her pocket, questioning Benny.

       “Umm…I say we wait ‘til the wax is dry,” Benny said.

       “So, it is! Dried wax and then we celebrate!” Clearing her throat, Merci assumed a grave tone, “Dear Ms. Gordon,

       It has come to my attention that you have a knack for redundant compositions.

       Perhaps this was a reasonable idea for the wandering Israelites but the for the artist?

       The horror of the thing! Your previous request, dated this past Wednesday,

       strangled the last sliver of inspiration out of your pupils. I have it on good authority—”

 

       Benny paused, “Ack, no! Cliché, Merci! The shame!”

       “You’re right. Let me start that sentence over. ‘I swear on my dear Sainty Virgi’s—,’” tried Merci.

       “You’d better leave your grandmother out of this one,” suggested Benny.

        “Fine. No grandmommy. ‘I swear upon my dear Theo’s final bark—’”

       “You had a dog named Theo?” Benny interrupted again.

       “No, I wouldn’t even involve my dog in this. I made it up.

              I swear upon my dear Theo’s final bark, slew by Carzilla God rest her soul, that

              your students are suffering at your superfluous hand. Has the invaluable sheathe

              of education falln’ blindly—” Merci stopped in reflection, “Now make sure you spell

              falln’ like this: f-a-l-l-n.”

       Benny’s scratching paused, “Falln? That’s not even a word!”

       “Exactly! It’s a lovely fit. Trust me.” Merci continued, “Has the invaluable sheathe of education falln’ blindly on the undeserving?”

       Benny hesitated and stifled a giggle, “I will NEVER see you again after this but carry on.”

       Merci grinned at her in delight,

              “If you expect said pupils to gorge themselves on thick words and ancient

              philosophies, then is it not conceivable to first share such things before thrusting

              the Gauntlet of Analyzation? Or are you lacking? These impoverished artists have

              been violated again and again by your resounding and tedious projects. I must

              ask: Are you committed to send forth the beauty of creative thought into the

              world or more monotonous muddle?”

       “Ooh, redundant letters! I do love a good alliteration!” Benny cried as she fed the point of her pen.

       “Why, thank you!” Merci concurred. “As I was saying,

              Are you committed to send forth the beauty of creative thought into the world or

              more monotonous muddle? If the latter is true, and your schooling has instructed

              you to kill the imaginations of your pupils, then bravo, my dear lady, count them

              dead! In closing—”

       “Well now you’ve just broken all the rules!” Benny cheered.

       “And so, I have!” Merci resumed her dramatic end,

              “In closing, let me speak in plain but meditative language: Your requests are not

              informative but stupid and I, just one suffering pupil under your tutelage, will no

              longer comply. I would rather speak into the wind than write with a chisel.

              Unaffectionately Yours,

              Merci

              PS Something you show none of.”

       “Ouch! You split the marrow with that last one!” Benny said as she wrote the final lines and handed the smudged paper to her friend.

        “I’m doing the lady a favor. I, for one, don’t want her to get dirty when she’s six chapters deep in that direction,” Merci replied pointing downward.

        “Oh, Merci, Merci!” Benny said as she covered her mouth in pretend shock. A few seconds later she had produced a thin, grey firestick, and struck it towards the wick of a candle. After several attempts, a small flame pitched a dim light onto the table, and she held a rosy wax stick over it.

        Merci skimmed the letter with approval, “As always, you have the most gorgeous handwriting, Benny.” She folded the paper carefully and snatched a metal lid out of the basket with the imprint of a sparrow. Laying the correspondence flat on the desk, Benny dripped streams of wax on its close. When the rose-colored pool began to drift, she grabbed the cap, and pushed it into the hot liquid until it slowed its escape.

        Pleasure draped itself across the opening of the little enclosure and Merci patted her pocket again.

        “I would say celebration is definitely in order,” Benny said sliding her hand down her leg. When it returned, there was a slim, white cigarette in her palm. An elegant ring ran its way around the base.

        “What are we smoking to today?” Merci asked.

        “That’s an easy one,” Benny said mischievously. “To dead poets who aren’t really dead!”

        “Hear, hear!” Merci replied as she inserted the end of her cigarette into the flame and promptly inhaled.

       “Anything you want to add?” Benny asked poking her fingers at the rising circles above her head.

        “To Jonathan and David!” Merci declared.

        “Hear, hear!” Benny said tracing an engravement on the table. Her face suddenly overcast, she watched as her friend leaned over in quiet remembrance. Trails of wax began to seep into the gouged letters as Merci’s lips murmured their sounds.

       “The soul of Jonathan was knit to the soul of David, and Jonathan loved him as himself…but David had mental illness.”

       Merci’s cigarette rolled across the board and fell onto the ground. She stood up and noted the dust all over her dress and shoes. A small tear ran down the seam on her shoulder. She pulled at it absently until her eyes locked with Benny’s. The sky-wrapped, daisy-cloaked young woman had blown the dying flame out on the table and picked up the letter. She put the basket with all of its fun back into the corner, and wordlessly helped Merci move the board onto its side.

       Leaning down, Merci took what was left of the ember, and gently dropped it into her waiting pocket. The little coal immediately licked at her filthy dress until a black hole appeared next to a pattern of others.

       “Merci! Your dress!” Benny exclaimed snatching a wad of fabric and shaking it upside down. “You’re going to burn yourself!”

       Merci let Benny finish fussing with her dress and grasped her little box. She nestled it safely against her body and waited for Benny to fetch her own. Merci’s gaze rested on the green sprouts thrusting themselves out of hard ground. She wondered at the split seed. How did the sun and spring showers coax it from the earth? Would it sit alone forever, as a closed thing, without them? What if the seed’s desire was only to amuse itself? Perhaps its real strength lay not in what it became but the idea of what it could become.

       “You’re doing it again,” Benny called from the gate. “What about dead poets?” she offered. “And new births?”

       Stepping past the neat rows, Merci followed Benny out of the door. Wisps of pink clouds sat waiting to touch navy and she knew she would soon be missed.

       “I haven’t quit myself,” Merci said taking the sealed offering from Benny’s hand. She slid it into an unblemished pocket and a knowing embrace passed between them. Leaving her friend’s side, Merci turned towards the forest. She slowly raised her face to the falling shadows and gave a lyrical whistle. The echo was consumed by the approaching giants and Merci wanted nothing more than to hear the birds sing again.

 

 

 

Krysta Mayfield was born in Texas, and spent her childhood on the plains of North Dakota and in the woods of Virginia. She attended college in Lynchburg, Virginia, and is currently an undergraduate studying English Literature at the University of Texas Permian Basin. She writes both poetry and fiction. Ms. Mayfield currently lives in West Texas.

La efectiva utilidad de la frontera en La luna siempre será un amor difícil, de L.H. Crosthwaite

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Resumen: Un objeto de la historia es aquel que ha influido fuertemente en el curso del tiempo y posee una perdurabilidad. Es posible que se convierta en un medio-fin, “en un objeto de uso y de cambio”, en otras palabras, al que se le confiere “una efectiva utilidad” (Arendt 100). La frontera, como un objeto de la historia, es para los protagonistas de La luna siempre será un amor difícil un modo de pensamiento ―muchas veces absurdo e ilógico― que se acomoda a los deseos y ambiciones de cada uno de los involucrados, esto es, adquiere una utilidad personal. En la novela, la frontera se genera, cambia y ajusta según el contexto y, sobre todo, en las narraciones de los sujetos. La percepción de la frontera como un conjunto de contextos temporales y espaciales, a veces legítimos, genuinos y verdaderos, otras veces todo lo contrario, que examino en la novela, clausura las narraciones y los discursos que esencializan e institucionalizan un solo argumento en torno a la teoría de la frontera, volviéndolo un elemento más de ese gran conjunto.

Palabras clave: Frontera, utilidad, historia, ficción, literatura mexicana

 

 

La efectiva utilidad de la frontera en La luna siempre será un amor difícil, de L.H. Crosthwaite

 

          El objeto, según Hannah Arendt en De la historia a la acción, es “el fin de un proceso de fabricación”, es una acción o una situación que deja su impronta en el pasado, marca el presente y señala el futuro (100). Por ende, un objeto de la historia es aquel que ha influido fuertemente en el curso del tiempo y posee una perdurabilidad. Es posible que en el transcurso del tiempo un objeto de la historia se convierta o sea convertido por quienes lo narran en un medio-fin, “en un objeto de uso y de cambio”, en otras palabras, al que se le confiere “una efectiva utilidad” (100).  En La luna siempre será un amor difícil de Luis Humberto Crosthwaite, la frontera se narra como un objeto de la historia. Los protagonistas toman en sus manos la historia nacional mexicana y la transforman en un instrumento para lograr aspiraciones personales. Surge así una lógica de los espacios y los tiempos que marcan su existencia. Sin embargo, lo que para los protagonistas es lógico, natural y legítimo, para aquellos con quienes conviven y, en tal caso, para los lectores, sus discursos pueden parecer ilógicos, incompatibles con el marco espacial y temporal tanto que rayan en lo absurdo. Al analizar tales discursos con respecto de la frontera como objeto de la historia, es mi intención demostrar que la percepción de la frontera como un conjunto de contextos temporales y espaciales, a veces legítimos, genuinos y verdaderos, otras veces todo lo contrario, se vuelve un modo más de pensamiento que se acomoda a los deseos y ambiciones de los involucrados, esto es, adquiere una utilidad personal dentro y fuera de la ficción.

          La frontera caracteriza los espacios interiores que constitucionalmente divide y resguarda. Dice Henk Van Houtum que la frontera vista desde la cartografía, o la “cartopolítica”, como él la llama, silencia conscientemente a la población no dominante y deshumaniza el paisaje. Van Houtum resalta los debates recientes sobre la frontera geopolítica que demuestran que no hay fronteras universales ni originales y originarias, sino que la realidad de la frontera se crea a través de los sentidos que le dan forma (412). Siguiendo con esta idea, la frontera, como cualquier otro espacio, adquiere significación dependiendo de la significación y razón que dentro del espacio social se le otorga a su particular geografía, política e historia. Así es como, desde distintas perspectivas y posiciones, los grupos sociales traman su lógica y sentido común en relación con ella; por tanto, la frontera es un sistema simbólico porque participa en la interpretación de determinados aspectos de la realidad.

          La luna siempre será un amor difícil (1994) narra la historia de Balboa, un conquistador español retirado de su oficio que ahora trabaja para el rey en una oficina ubicada en Mexicco-Tenochtitlan ―una mezcla entre imperio azteca y metrópolis moderna. En las calles de la ciudad, entre pirámides y tianguis, Balboa conoce a Xóchitl, o Florinda en español, una india azteca deseosa de escapar del yugo familiar. Afectada por la mala economía, la pareja emprende un viaje en el tiempo, en autobús, desde Mexicco-Tenochtitlan hasta La Frontera, ciudad ubicada al norte que comparte límites con el país más poderoso del mundo: El Imperio Nortense. En La Frontera, el protagonista, lleno de nuevos bríos aventureros, pretende retomar su antiguo trabajo de conquistador de tierras. Los enamorados se hospedan en casa de los tíos de Balboa, Onelia y Decoroso, mientras descubren la ciudad caótica que es La Frontera, con su tráfico, restaurantes, calles invadidas de cantinas, farmacias y cabarés y, sobre todo, el muro fronterizo que la separa del Imperio Nortense. Ante la falta de trabajo y aventuras en La Frontera, Balboa decide cruzar la línea ilegalmente “en busca de los tan preciados e conocidos dólares” (Crosthwaite 9). La novela se divide en cuatro partes trazando el trayecto de la relación entre Balboa y Florinda, en la cual la frontera juega un papel decisivo. En la primera parte, la pareja se conoce y decide emprender el viaje hacia el norte, Florinda se queda en casa de Onelia y Decoroso. En la segunda parte, Florinda, aquejada por la ausencia de su amado, abandona la casa de los tíos, consigue trabajo en una maquiladora y alquila un pequeño apartamento. Cuando Balboa regresa, la relación entre ellos se ha enfriado y se separan. En la tercera, Balboa emprende de nuevo el viaje hacia el norte escondido en el baúl del coche del tío. Una vez ahí, trabaja como lavaplatos en el restaurante Charlie’s donde conoce a Mary Ann Simpson, una estadounidense con quien tiene una relación amorosa que termina luego de que los servicios de Inmigración (la Migra) capturan y deportan al protagonista. Luego del forzado regreso, en la cuarta parte, Balboa se propone reconquistar a Florinda, pero ella ya tiene otros planes. La novela termina con un epílogo en donde el autor informa al lector del destino de todos los personajes.

           Si pensamos la frontera como un conjunto de prácticas, reales e imaginarias, que la vuelven un espacio vivo, siempre creando discursos, objetos, percepciones, sentidos, formas culturales, lenguajes, etc., el tiempo y la tradición son cruciales para su estudio.  Las prácticas sociales que se desenvuelven en los espacios narrativos de la novela, tal como afirma Pierre Bourdieu, “reciben del tiempo su forma como orden de una sucesión y, de ese modo, su sentido” (167). A su vez, como sugiere Mijail Bajtín en cuanto al cronotopo, “los elementos del tiempo se revelan en el espacio” (238). Las acciones de La luna se desarrollan en una extensión geográfica muy diversa: Mexicco-Tenochtitlan y La Frontera. Cada uno de los espacios supone su propia historia, aún más, cada lugar según se presenta en la novela es un objeto de la historia. Cuando espacio e historia se unen para producir un determinado evento, situación o acción, es decir se concretizan, en palabras de Paul Ricoeur, surge de ahí una narración o el discurso de un sujeto que intenta comunicar algo específico, que persuade, que da una razón lógica (según su propia percepción) a la dimensión temporal en donde se ven involucradas las condiciones del espacio que habita. La novela comienza en la gran ciudad Mexicco-Tenochtitlan en tiempos de la conquista española. El narrador inicia su relato a manera de crónica, muy al estilo de las cartas de relación de los conquistadores españoles. El narrador es testigo del momento en que el protagonista Balboa conoce y se enamora de la indígena Florinda. Hay momentos en que los protagonistas actúan como narradores contando sus propias vidas a través de cartas. Muchos de los sucesos narrados son acompañados por ilustraciones. La primera página de la novela contiene un corto prólogo que indica el género narrativo que se utilizará en las siguientes páginas y da cuenta, a través del lenguaje, del tiempo en el que aparentemente suceden los eventos. El prólogo está enmarcado por una ilustración en la que se lee:

Aquí comienza la historia
del esforzado e virtuoso
Conquistador Balboa
y de su bienamada esposa
Florinda,
ahora llamada Xóchitl,
quienes recorrieron la Nueva España del Mar
Océano y saliéronse della
hasta el temible Imperio
Nortense en busca de los
tan preciados e conocidos
dólares.

MCMXCIV Playas de Tijuana (Crosthwaite)

Desde el comienzo se notan las contradicciones que caracterizan no sólo las narraciones de los protagonistas sino la escritura misma de la novela. En el prólogo hay una congruencia entre la ilustración y el lenguaje utilizado por el narrador. Sin embargo, hay una discrepancia en el contenido. La segunda parte que incluye las frases “el Imperio Nortense” y “los tan preciados e conocidos dólares”, no encaja con la primera; es decir, está fuera de orden, tiempo y situación. Más abajo encontramos otra discordancia: la datación. La novela, que por la manera en que se introduce la trama podemos pensar que es una crónica, fue escrita en Playas de Tijuana en 1994.[1] La ironía, que se manifiesta en la mezcla de géneros literarios y lingüísticos, tiempos y espacios, y en el contenido mismo es el tono predominante en la escritura de la novela.  Luego del prólogo, el primer párrafo anuncia:

Entre los mercados y canales
de la gran ciudad
Mexicco Tenochtitlan, precisamente
en una esquina, donde es hoy la Calle de
Dolores, comida china y expendios de
paraguas, el Conquistador Balboa
―apresurado por un negocio del
Marqués―, y la indígena Florinda
―caminando rumbo al
tianguis―, se encuentran por un
azar, se topan el uno con el otro,
sus miradas cruzándose un
instante,

y comienza sin remedio la siguiente historia (Crosthwaite 13)

Esta estrofa es el inicio de la primera parte de la novela. A manera de exordio, los versos anuncian el evento que dará pie a la aventura que se advierte en el prólogo. Éste es el único momento en la novela en que se usa la poesía que sirve como gancho o engaño a los lectores que nos quedamos con la impresión de que estamos a punto de leer una obra histórica o, cabe la posibilidad, una burla a un evento de la historia. A través del uso de todas las técnicas de la ficción,[2] veo en el autor una intención de sacar de curso la historia para favorecer la refiguración efectiva del tiempo que vive cada uno de sus personajes. En la intencionalidad se descubre un recuento de los distintos actos que se refieren a un objeto, en este caso la frontera. De aquí surge la motivación ideológica que se infiere de las narraciones temporales de los personajes y que expone los actos referidos a la frontera (absurdos en muchos de los casos) como objeto de la historia. Las diversas motivaciones ideológicas que conforman la idea de frontera en el espacio del norte mexicano, lógicas o ilógicas, coherentes o absurdas, requieren el uso de diferentes estilos, formas, géneros, maneras de contar y explicar el contexto. De ahí que la ficción sea la vía más útil para exponer las dimensiones del tiempo y del espacio de esa frontera íntima y personal que significa para los sujetos que la habitan.

          En La luna siempre será un amor difícil hay distintas dimensiones espaciales y temporales. Una de ellas se expone en el pasaje citado arriba. Ahí la gran ciudad, la dimensión espacial y el contexto social, lingüístico y geográfico, se nos descubre a través del recorrido del protagonista Balboa por las calles. A través de las imágenes descritas nos hacemos una idea del tiempo. El narrador de la novela nos ayuda en este propósito pues, para facilitarnos la comprensión del espacio y del tiempo al que se refiere, relaciona el tiempo de la novela con su tiempo presente, que él supone es también el presente de los lectores. Lo primero que notamos en el pasaje de introducción es que hay una historia dentro de otra historia. La segunda podríamos escribirla con mayúscula, Historia, pues es el marco temporal definido e institucionalizado dentro del cual surgen diversos usos y acciones. Alfonso del Toro la llama “tiempo de la acción real” que “es un tiempo empírico-histórico externo y pragmáticamente definido” (31). Aparentemente la historia que los lectores estamos a punto de descubrir se sitúa en el tiempo de la Conquista (marco temporal, externo y definido) y es contada desde el futuro de la narración, en el presente del narrador. Mientras nos relata el tiempo del pasado, el narrador nos da referencias concretas del espacio del presente: “en una esquina, donde es hoy la Calle de Dolores”. Por tanto, desde el inicio de la novela y a medida que avanzamos en la lectura, el narrador intenta darnos una noción de pasado (de Historia) y una noción de presente a través de las particulares visiones de los protagonistas y de él mismo. Los lectores tenemos que averiguar cuál es la función de la ficción en esta intención.

         Después de este episodio, Balboa es despedido de su puesto de burócrata ―mismo que mantienen otros “viejos conquistadores, nuevos soñadores” (Crosthwaite 18) ― de las oficinas de gobierno y justicia a cargo del Marqués. Balboa sale afligido de su oficina a recorrer las calles de la ciudad, “sin un maravedí para gastar, su cabeza se ilumina con escenas de un lejano siglo veinte” (23), y obtenemos las siguientes imágenes:

            La calle en dirección a su casa se inunda de automóviles (palabra extraña: auto-móvil). La gente refunfuña en el interior de ellos porque el tráfico no avanza, vil embotellamiento. Los autos se detienen como una lombriz cansada porque son tantos y tantos, y los semáforos (¿semáforos?), pobrecitos, no se dan abasto encendiendo y apagando sus luces endemoniadas. La calle se desborda de transeúntes (extrañísima palabra), caminando aprisa, casi corriendo, apurados, urgencia-urgencia, la vida no espera, acelere-acelere, aquelarre-aquelarre. Respiración profunda. Prisa constante. Las muchachas de falda corta suelen ser malencaradas. Sus caras hermosas se vuelven toscas. No importa si el hombre lleva una sana intención en los dedos, las muchachas de falda corta que caminan y caminan no responderán, pasarán de largo; cada una de ellas una sobrepoblación, cada una de ellas un camión urbano (¿camión?) repleto hasta el gorro y la coronilla. Los pasajeros se apretujan con intensidad sudorosa, sudorípara, sudomasoquista. El camión se enlaza a la corriente, lombriz dormida de hace rato, se conforma y remete, se resaca y retoma. El viento ya no sopla en la gran ciudad. Uy, ya no soplas, viejo. Am sorri, el mundo se ha modernizado y es parte del rollo cotidiano. Amén.
          Y así, las escenas futuristas se detienen en espera de que Balboa resuelva el enigma: la felicidad se buscará aún en el siglo veinte, en esa misma ciudad, en este mismo gran mundo. (23-24)

La relación que hace el narrador de aquello que pasa por la vista de Balboa está plagada de imágenes y símbolos, en donde participan la vista y la imaginación. El narrador separa los tiempos referidos en la escritura a través del uso de la letra cursiva. Aquellas que el narrador llama “las escenas futuristas”, están representadas en el papel con este tipo de letra. En el párrafo de las escenas futuristas se describen escenas y objetos que no existen en el tiempo del protagonista. No obstante, esos objetos ―los automóviles, camiones y semáforos― adquieren sentido al pasar por la vista, o un significado si los tomamos como signos lingüísticos. Aun así, el protagonista no forma parte de la comunidad que implica el uso de esos signos, sino que los observa desde el pasado. De manera que esos signos se convierten para él en símbolos que presagian un futuro caótico, extraño y desconocido. Balboa no encuentra en el espacio del futuro nada que valga la pena conquistar, no ve ahí ocasión para desarrollar su oficio de conquistador que le permita ser, existir y formar parte de la Historia.

En la visión del futuro de Mexicco-Tenochtitlan, representada en el texto en letras cursivas, encontramos imágenes que forman parte de la cotidianeidad del narrador que él absorbe a través de la vista. Todas estas imágenes en conjunto, sensibles o invisibles, forman parte de un corpus que nos sirve de base para comprender el espacio y el tiempo que el protagonista recorre y vislumbra. Ciertamente, las imágenes le sirven a Balboa para distinguir que esa Historia no ofrece ninguna utilidad para su labor de conquistador de tierras. La Historia en el pasaje anterior no es una representación del pasado, sino del futuro. En la Historia que Balboa y el narrador aceleran con las imágenes que se perciben del “muy lejano siglo veinte” no hay lugar para el protagonista. Las imágenes futuristas podrían tomarse como una “aceleración temporal abrupta”, según definiciones de del Toro, pues no encontramos en el pasaje conectores de tiempo o de orden (luego, después, antes, primero, segundo) que nos permitan distinguir claramente el pasado del presente (47). El único señalamiento que el narrador hace respecto del cambio de tiempo, además del uso de la letra cursiva, es avisarnos que ahora nos relatará “lejanas escenas del siglo veinte” que pasan por la mente de Balboa. Aceptar esa Historia como verdadera significaría para el protagonista renunciar al lugar que como conquistador merece.

Sabemos que en la novela se realizará un viaje desde Mexicco-Tenochtitlan hasta La Frontera. No obstante, antes de que este viaje se lleve a cabo, tenemos en este punto de la trama otra forma de narración, el relato de viaje, que surge del recorrido de Balboa por las calles, como en el fragmento antes citado. Michel De Certeau define el relato de viaje como un conjunto de “historias de andares y acciones marcadas por ‘la cita’ de los lugares que resultan de ellas o que los autorizan” (132). Tanto el relato de viaje de Balboa (que no sólo es físico, sino temporal) como el uso de la crónica y los otros géneros literarios por parte del narrador y los protagonistas son maneras de revisar los materiales históricos y las prácticas sociales de los espacios en los que se desarrolla la trama. A través del relato de viaje, el protagonista convierte Mexicco-Tenochtitlan como objeto de la historia en un medio-fin, como un pretexto para ir en la búsqueda de un espacio/tiempo, La Frontera, en donde pueda llevar la vida que anhela: seguir siendo un héroe. Según Robert J. Kaiser, actualmente los estudios fronterizos se han alejado de las representaciones estáticas de las fronteras como objetos existentes en espacios que impiden o facilitan la movilidad y se han orientado hacia las exploraciones dinámicas de las maneras en que los discursos y las prácticas constituyen y reconfiguran nuestro entendimiento individual de los lugares y las comunidades sociales con las que nos identificamos o nos confrontamos (522). Las narraciones de los protagonistas de La luna siempre será un amor difícil desafían la percepción convencional de la frontera que dio pie a la teoría de la frontera. Las “escenas futuristas” que nos presenta el narrador son intervenciones de la Historia como un conjunto de sucesos propios de cualquier comunidad social. Siendo éste el caso, la Historia, como dice Pierre Nora, es siempre incompleta y sólo concibe lo relativo (8). Balboa ha decidido entonces, después de ser despedido y ver estas escenas de un futuro que no le conviene, irse a La Frontera de la Nueva España con su amada Florinda, pues en Mexicco-Tenochtitlan siente que su reconocimiento social como conquistador se ha perdido y seguirá así en el curso de la Historia. El protagonista manipula el tiempo y el espacio, convierte la Historia en un objeto para de esta manera obtener y crear una Historia estrictamente utilitaria para su deseo personal. El viaje en el que Balboa y Florinda están a punto de embarcarse, que convierte la Historia en objeto de uso para una intención personal, tiene relación con lo que Ricoeur llama la creación del “tiempo humano”. El tiempo humano procede del cruce “en el ámbito del obrar y del padecer” (777). Balboa tiene que decidir entre padecer la Historia en Mexicco-Tenochtitlan u “obrar” la Historia: construirla, edificarla, hacer de ella una obra propia.

Luego de su recorrido espacial y temporal por las calles de la ciudad,
Balboa se tropieza con la realidad nada grata de una central de autobuses (¿?) […] por la simple razón de que en mil quinientos y tantos no había trabajo por falta de modernidad y en mil novecientos y tantos, casi dos mil, no hay trabajo por demasiada modernidad, y la conclusión es la misma: dejar casa, familia, pertenencias, lo de uno, lo esencial, y viajar hacia La Frontera, donde se acaba la Nueva España y comienza el Imperio Nortense. (Crosthwaite 24, el resaltado es del texto original)

Lo primero que llama la atención en este pasaje es la comparación de los distintos tiempos que se relatan. No son tiempos específicos porque cada uno da la idea de un siglo entero: mil quinientos y tantos, mil novecientos y tantos. Pero a la vez sí son específicos porque finalmente sirven como una ubicación temporal, pues cumplen el propósito de la datación que es, para Ricoeur, asignar una fecha y “un lugar cualquiera en el sistema de todas las fechas posibles, a un acontecimiento que lleva la marca del presente y, por implicación, la del pasado o del futuro” (904). La datación sintetiza el presente que es identificado con cualquier otro momento de la historia. Ante esa realidad nada grata, Balboa entiende que para poder entrar a la Historia de la manera en que él quiere ser recordado tiene que despojarse de algo, y abandona casa, familia y pertenencias. El despojo, elemento esencial de la Historia y también del propósito de “obrar la Historia”, hace acallar la memoria individual en aras de sustentar un acervo, un conjunto de tradiciones, mitos y símbolos de un pueblo o de una cultura. El despojo legitima, por tanto, una sujeción social y cultural.

           El pasaje arriba citado comprueba que el narrador está contando la historia desde su presente, pues notamos que cuando habla de mil quinientos y tantos usa el pasado imperfecto, “no había trabajo”, y en mil novecientos y tantos utiliza el presente, “no hay”. Pero cuando el narrador localiza a Balboa en una central de autobuses y escribe estos signos: (¿?), que dan idea de desconocimiento o ignorancia, entendemos que ha habido un gran salto en el tiempo, y el futuro que el protagonista vislumbraba ya lo ha alcanzado. Por tanto, la Historia que se ha reproducido se puede entender como una “producción intelectual y secular” (Nora 9). El exilio que comienza en la central de autobuses le ofrece a Balboa una posibilidad de recuperar aquello de lo que se ha tenido que despojar y de cambiar el curso de la Historia de manera que lo que se recobre sea mayor que lo perdido. El protagonista se propone “obrar” la Historia y no padecerla en el proceso de despojo. El viaje en autobús también impide que Balboa sea despojado por la Historia (intelectual y secular) de su esencia, identidad y oficio, lo más importante que el protagonista desea conservar.

          El espacio/tiempo que Balboa requiere para llevar a cabo su proyecto de vida no existe en Mexicco-Tenochtitlan en mil quinientos y tantos, pero existe en La Frontera en el siglo veinte: “Balboa y Florinda rumbo a La Frontera de la Nueva España en un autobús Tres Estrellas ―asientos 25 y 26―, tomados de la mano, ojos más que abiertos. El autobús avanza por las carreteras mientras que por la ventana pasan bosques y desiertos, pueblos y ciudades. La realidad se traslada a noventa y cinco kilómetros por hora” (Crosthwaite 32). La realidad avanza a medida que se desplaza el autobús por el espacio y el tiempo. Pero ¿por qué Balboa ha elegido ese espacio y ese tiempo? ¿Por qué La Frontera es un lugar apto para cambiar el rumbo de una Historia nacional y adaptarla a los designios individuales? La frontera es un espacio que se ha resistido al despojo de prácticas, tradiciones, mitos y, sobre todo, de la memoria. La Historia que se come la memoria es entonces la manera en que nuestras sociedades modernas, completamente desmemoriadas e impulsadas por el cambio, organizan el pasado (Nora 8). Balboa está al tanto de la forma en que las instituciones organizarán la Historia de la nación, lo sabemos por esta charla con el Marqués en el momento en que es despedido de su puesto:

 ― Se mojarán los campos y el verde será nuestro color predilecto.
― ¿Y?
― El blanco y el rojo. Sobre todo: el rojo.
― No entiendo.
― El transcurso de los años nos dará una independencia dos imperios la reforma un porfiriato y la revolución.
― ¿Qué tratáis de decir?
― El pueblo surgirá triunfante. (Crosthwaite 22)

Una vez que la Historia se superpone a la memoria, Balboa tiene una revelación del futuro que se torna evidente. Para salir del dominio de la Historia y no abandonar su esencia, incluido su oficio de Conquistador, nuestro héroe necesita un espacio que no haya sido considerado como parte de una Historia oficial. El viaje a través del tiempo y el espacio advierte que La Frontera en La luna siempre será un amor difícil, como uno de los principales espacios de la narración, es este espacio y tiempo ignorados por la Historia nacional. Narrar el espacio de La Frontera desde el presente ignorando su pasado equivale a decir que la frontera no tiene Historia, o que su única Historia viene del presente, de lo que es en relación, dentro del texto, con el Imperio Nortense.

             Tal como el espacio de la novela de aventuras al que se logra acceder para dar sentido a la vida del héroe, según señala Bajtín, La Frontera “se convierte [para Balboa] en concreto, y se satura de un tiempo mucho más sustancial” (para el protagonista), el del presente, y, posteriormente, “entra en relación con el héroe y con su destino” (273). Así comienza la expedición de Balboa y Florinda hacia el Imperio Nortense ―ella se convence de acompañarlo “por el asunto ese de la búsqueda [de la felicidad], palabra tan esdrújula” (Crosthwaite 25). Ya sea como lugar que ofrece un sentido a la vida del héroe o que contiene “la felicidad”, tanto para Balboa como para Florinda La Frontera es un espacio utópico. Lo es en el momento del viaje en autobús pues ahí todavía existe la posibilidad de un plan, un proyecto que puede resultar irrealizable.

            El espacio utópico, dice de Certeau, “protege las armas del débil contra la realidad del orden construido. Las oculta asimismo a las categorías sociales que “hacen historia” porque éstas las dominan. Y ahí donde la historiografía cuenta en pasado las estrategias de poderes instituidos, estas historias “maravillosas” ofrecen a su público (al buen entendedor, pocas palabras) una posibilidad de tácticas disponibles para el porvenir” (28). Del porvenir que ofrece el espacio utópico y de la visión prospectiva de la historia y del espacio que tiene Balboa surge La Frontera. La frontera como espacio utópico y un proyecto personal exclusivo del protagonista. Es necesario un traslado en el tiempo para acceder al espacio utópico. El viaje en autobús representa una ruptura de la linealidad del tiempo que se produce, según José Valles Calatrava, cuando la linealidad cronológica de la historia se quiebra mediante el uso concreto de las anacronías tanto retrospectivas como prospectivas, esto es, la analepsis y de la prolepsis (109). Ya antes del viaje, tanto Balboa como el narrador habían hecho uso de las anacronías, especialmente de la prolepsis. Una vez en La Frontera, el mundo poco a poco se va volviendo familiar, empieza a formar parte de la memoria individual, se asimila el tiempo y aquello que remite a la época de mil quinientos y tantos se vuelve una serie de imágenes anacrónicas:

[Balboa] Mira los restos de su nao hundiéndose para siempre en el furioso mar océano […] Balboa condenado a hundirse también como sus compañeros de viaje […] ¿Qué será de él y de sus aventuras? ¿Cuándo podrá escribir su crónica, su historia verdadera? Adiós conquistador adiós […] El mar océano ha ganado esta batalla. Es la noche triste. Ni modo […] Permite que el agua salada te atrape […] Dile adiós a las nubes, a los cielos. Dile adiós a las muchachas cajeras de Bancomer que tanto te gusta mirar […] pronto la oscuridad envolverá tu cuerpo y serás arrastrado hasta el fondo […] Adiós conquistador adiós te vas para siempre adiós.

Víctima de un naufragio, en la central camionera de la frontera novohispana, Balboa levanta la vista y la tempestad escampa: Florinda regresa del baño. (Crosthwaite 37)

Con el uso del presente, pasado y futuro, del empleo de analepsis y prolepsis, el tiempo o los tiempos narrados en este evento se entrelazan y superponen. Se observa aquí “una superposición explícita”, según define del Toro, que surge cuando un personaje introduce un nivel ficticio (a través de recuerdos o situaciones imaginadas) dentro de una acción ocurrida en el nivel temporal, constituido por el presente en el cual se insertan las anacronías (39). El pasaje contiene distintos segmentos y secuencias accionales acronológicas, lo que provoca que la historia y la ficción se complementen en el uso de los tiempos. El pasado relata la Historia, la derrota de la noche triste. El presente es un momento de transición marcado por el despojo: “dile adiós a…”. El futuro ofrece una variedad de posibilidades que Balboa tiene que hacer realidad por medio de su narración, en primer lugar, y luego a través de la ficción. En el pasaje hay también una circularidad temporal y accional. La circularidad temporal, dice del Toro, se hace presente cuando las analepsis y las prolepsis se emplean simultáneamente de manera que el narrador, que parte de un punto temporal, menciona un suceso del futuro, luego un suceso pasado, para volver al punto de partida (40). El punto de partida de los sucesos antes expuestos es cuando Balboa y Florinda están en la central de autobuses, se narra luego el evento del naufragio, luego el momento de transición que trae consigo un designio: “dile adiós”, para volver al punto de partida temporal y espacial cuando Florinda regresa del baño ahí mismo en la central camionera de La Frontera en el siglo veinte.

Una vez en la anhelada Frontera, el siglo veinte se le revela a la pareja de esta forma: “La Frontera despierta se estira se baña y abre sus compuertas dejando escurrir las olas de gente en camiones en carros en taxis; caminando, todos ellos se cruzan, se enlazan recorren colosales distancias pues el día comienza y no espera” (Crosthwaite 38). Balboa, emocionado por el futuro que le espera, por retomar su oficio que en estas tierras tan cercanas al país más poderoso del mundo le producirá grandes ganancias, “desata una de las cajas, extrae su casco de dos picos y se corona con él. Voltea hacia Florinda pidiendo su aprobación. Ella consiente sin remordimiento, con una sonrisa amplia. “Estupendo” sería una buena palabra, pero sólo lo mira de cierta forma y con cierto gesto…” (35). En este pasaje, hay en los dos personajes una actitud irónica ante el otro y ante el espacio al que se intenta acceder. A lo largo de la obra, la ironía anuncia las maneras en que el protagonista intenta “refigurar” el curso de la historia de los espacios que recorre. Balboa es muy sutil en cuanto a sus críticas y pensamientos sobre Mexicco-Tenochtitlan y La Frontera, aunque también suele ser sarcástico y mordaz a través de las palabras, por ejemplo, en el pasaje de la conversación con el Marqués. En esas actitudes, que el narrador generalmente describe con detalle, se nota la ironía, la burla de aquello que rodea a Balboa, aquello que lo lleva a pensar que el espacio necesita de él, de su orden y de su fuerza como conquistador. Para alardear de su supuesta superioridad cultural, Balboa, apenas se baja del autobús, se “corona” con el sombrero de dos picos. El acto es una forma de expresar autoridad y mando sobre un lugar tan caótico que ni siquiera ha notado su presencia. La Frontera le responde también de manera irónica pues en unos pocos días lo rebajará de conquistador de tierras a un simple lavaplatos de un restaurante de comida chatarra. La narración temporal del protagonista se ve interrumpida por los actos irónicos del espacio, especialmente los que vienen de la cotidianeidad, haciendo que su narración se torne absurda. Es un tira y afloja entre la intencionalidad de Balboa y la historia y el espacio. La novela es una “refiguración mutua”, Balboa trata de acomodar las situaciones históricas y espaciales a sus designios personales, mientras que la historia y el espacio lo van transformando como sujeto social para que siga el curso de los acontecimientos históricos y espaciales de La Frontera. Lo absurdo surge de esta complicación.

Al contrario de lo que ocurre con Balboa, Florinda no tiene muchas expectativas de La Frontera. Antes de darle un sentido a su vida en la ciudad, de encontrar trabajo y ser independiente, en ese primer momento que pisan suelo fronterizo, Florinda sólo desea obtener la felicidad al lado de su marido. Balboa, por su parte, imagina La Frontera desde el mismo instante en que decidió despojarse de sus pertenencias. A partir de ahí, la evocación del espacio deseado (utópico) se emplaza y se arraiga en La Frontera, apenas se bajan del camión. Ahí comienza a conformarse la memoria. En toda aquella realidad que pasa por sus ojos, “tránsito pitidos murmullos solicitudes exclamaciones de la ciudad” (Crosthwaite 40), la figura histórica del Conquistador se pierde en la atemporalidad de la narración y toma una existencia absurda. Esta es la reacción irónica que el espacio tiene de él. El espacio y el tiempo que recién ocupa Balboa en La Frontera, su nueva imagen del mundo es, como la llama de Certeau, la ciudad-panorama: “un simulacro ‘teórico’, en suma, un cuadro, que tiene como condición de posibilidad un olvido y un desconocimiento de las prácticas” (104-105). Ignorando la memoria colectiva de La Frontera, la historia y las prácticas sociales, Balboa intenta convertirla en el espacio en donde su proyecto de héroe pueda realizarse.

Así pues, tenemos dos fronteras, ambas surgidas de la Historia. El final del viaje en autobús también revela el lugar de la región fronteriza del norte dentro de la Historia nacional mexicana. Esa Historia cuya verdadera misión es suprimir y destruir la memoria (Nora 9). Ir de un espacio a otro sin recorrer a la vez el tiempo de manera cronológica representa, desde mi perspectiva y a partir de este análisis, la visión que por mucho tiempo tuvo el centro sociocultural mexicano sobre la región norte, considerada como tierra de nadie, sin pasado ni Historia. El trayecto en el tiempo ofrece una perspectiva de la ciudad fronteriza fundada como una especie de “traspatio” de los Estados Unidos y no como un lugar integrado a un territorio y a una Historia nacional. En el texto, lo que permanece en esa ciudad es la memoria individual que finalmente mantiene un lugar llamado La Frontera. La narración permite el conocimiento histórico del espacio del cual se desprende una condición de frontera, aquella que los sujetos otorgan a su particularidad geográfica y a sus propios y particulares deseos de pertenencia. Desde esta perspectiva, los habitantes de frontera crean constantemente discursos de poder, a partir de su cotidiana performatividad en el espacio, y esos discursos no son más que prácticas socioespaciales. No podemos negar, que al Estado le da por regular estas prácticas.

Ahora bien, en esta ignorancia de la frontera como parte de una Historia nacional surge también la frontera de la colectividad, que es la que al final se le revela al protagonista en la cotidianeidad cuando no encuentra tampoco en ese espacio ni en ese tiempo las condiciones para pervivir como figura histórica. El viaje en autobús hasta el presente en donde la frontera no forma parte de la nación, aquella que Balboa vislumbraba cuando recorría las calles de Mexicco-Tenochtitlan, rompe la continuidad en la narrativa dominante que armoniza la Historia nacional. Una vez en La Frontera, los discursos de la memoria individual que obtenemos de los personajes que la habitan, incluso de Balboa y Florinda que aún están en proceso de adaptación, renegocian los términos del progreso nacional. Tales discursos como parte de la ficción descubren y exploran las distintas significaciones temporales que la memoria da al espacio, mismas que la Historia nivela o hace desaparecer. La función de la ficción dice Ricoeur, es descubrir y explorar estas significaciones (914).

En esos recorridos tan propios de un conquistador de tierras, Balboa descubre La Frontera a través de las imágenes caóticas de la cotidianeidad: “La Frontera es una larga espera. Testigos de ello son las colas de carros frente a la garita internacional y los expendios de licores, servicio las 24 horas. La Frontera es una larga espera, pero a la vez es una gran desesperanza que llega cuando nadie la invita, generalmente a la hora de comer” (Crosthwaite 39). La frontera es margen y límite. La frontera como margen se le revela al protagonista como “una gran desesperanza”. Después de cruzarla (ilegalmente), el protagonista se enfrenta a aquello que es totalmente desconocido, que no forma parte ni de su memoria ni de su Historia:

Al abrir la cajuela del carro de su tío Decoroso, en donde Balboa había cruzado La Frontera de la Nueva España, todas las maravillas del mundo entraron y lo envolvieron como una inversa caja de Pandora. No tenía duda: había descubierto El Dorado y su hazaña era mucho mayor que las de Cortés, Pizarro, y su homónimo Núñez de Balboa, todas reunidas y analizadas por la historia. (99)

Cruzar la frontera y encontrar este mundo de posibilidades le ofrece al protagonista la oportunidad, según él mismo considera, de cambiar el curso de su realidad y, por tanto, el de la Historia en donde él tenga un lugar relevante. La revelación del tiempo y del espacio como imágenes que atraviesan su vista y, poco a poco, se tornan imágenes de la mente es la versión de Balboa del llamado “sueño americano”. El sueño americano es y ha sido un gran pretexto para hacer de la frontera, como espacio-tiempo, un objeto estático. La luna siempre será un amor difícil juega con esta visión y, desde la ficción, la ironía y lo absurdo, la frontera de la Historia y de la colectividad se cambia y se ajusta según los contextos y a través de las narraciones de los sujetos que tienen la finalidad de alcanzar ambiciones y aspiraciones personales modificando, a conveniencia, las condiciones del tiempo y del espacio.

            De igual manera, La Frontera de ambos lados, es decir la de la Nueva España y la del Imperio Nortense, resulta en una imposibilidad para Balboa. Su intento por modificar la Historia de manera que su figura de héroe no se pierda se traduce en una serie de derrotas. Balboa cruza ilegalmente La Frontera dos veces. En la segunda solamente es capaz de encontrar un trabajo de lavaplatos. En ese momento, lo único que lo mantiene en pie es la relación con “la rubia Marián”, mesera del restaurante. La distancia y el tiempo han hecho estragos en la relación entre él y Florinda. En el Imperio Nortense y luego de una jornada de trabajo, Balboa sale a caminar pensando en que todavía le falta mucho por conquistar, que aún no ha logrado su cometido, y es sorprendido por dos guardianes que lo atan y lo suben a un camión.

Aún no había llegado el momento. Le restaba mucho por conquistar. Trató de explicarles a los guardianes, invocó su masculinidad, su indulgencia, su muy varonil comprensión de estas cosas. Balboa no quería volver, todavía no; pero viajó de nuevo a la Nueva España y sus pensamientos, sin otra opción, regresaron a Florinda, a las piernas delgadas brillosas oscuras y pulcras de su amada Efe, con quien era necesario hacer tregua, inventar la paz. (120)

La intención del protagonista es realmente muy personal.  La presencia de Florinda en el viaje no representa más que una compañía para el héroe. Para Florinda en cambio, la razón del viaje era la búsqueda de la felicidad al lado del ser querido. La Frontera es también el motivo de distanciamiento entre la pareja. La Frontera es para Balboa una eterna derrota, mientras que para Florinda se convierte en un hogar, el hogar que no tenía en Mexicco-Tenochtitlan al lado de un padre alcohólico y una madre abnegada. Su autosuficiencia en una ciudad tan caótica como La Frontera lleva a Florinda a tener su propio apartamento, un trabajo estable y un grupo de amigas con quienes hace vida social. Florinda, al contrario de su amado que da forma a su intención en su cabeza, lejos de toda realidad espacial y temporal, funda sus sueños y deseos de superación en las oportunidades que el tiempo y el espacio le ofrecen. En una carta que le escribe a su amiga Auachtli, Florinda le cuenta: “A veces escucho canciones que solicitan mi regreso. No vuelvo por ahora, Auachtli. Mis planes han cambiado. No estoy en La Frontera por las mismas razones. La gente que frecuento no es la misma, no quiero decir más. Creo que hay cosas en este Nuevo Mundo que debo hacer, no sé cuáles, pero a su debido tiempo estaré haciéndolas” (162). Florinda se mueve con la corriente y por eso el espacio le devuelve victorias. Florinda ve al espacio como lo llama Kaiser, “spaces of becoming”, esto es usar la frontera como una posibilidad de eventos, la performatividad de adapta a esos eventos. Balboa por su parte se propone modificar todo a su alrededor, “a estabilizar, naturalizar y esencializar la frontera” (522-23), y eso lo lleva al fracaso ideológico, amoroso, profesional y familiar. Lo único que se sabe de Balboa luego del último encuentro con Florinda es que no vuelve ni a Mexicco-Tenochtitlan ni a España. Florinda sigue con su vida en La Frontera, con nuevos amigos y pretendientes. La Frontera de la Nueva España, dice el narrador, “ahí está todavía, marcando un límite que muchos se atreven a cruzar sin la debida autorización” (174).

La narración de los protagonistas, como parte de la ficción no solo descubre, sino que explora las distintas significaciones temporales que la memoria, la rutina y la Historia le otorgan a la frontera como diversos espacios y contextos sociales, lingüísticos y geográficos. Balboa lleva la narración a lo absurdo, su discurso se vuelve fútil, sin embargo, adquiere importancia como parte de las significaciones de la frontera una vez que se pone de relieve, al lado de las narraciones de aquellos que lo acompañan, especialmente la narración de Florinda. De Conquistador y héroe, Balboa es reducido por La Frontera a un sujeto débil, vencido y, paradójicamente, conquistado. Su narración absurda, fuera de todo marco lógico previsible, es, como decía de Certeau sobre el espacio utópico, un arma contra la realidad del orden construido. Florinda sigue este orden, escribe la historia según lleva a cabo actos prudentes, sensatos y realistas, siempre moviéndose con la corriente, acomodando la performatividad según los eventos. La performatividad de Florinda da ocasión al cambio, escribiendo la Historia a través de las prácticas sociales individuales y colectivas.

Las condiciones de la frontera las produce, sin duda, el sujeto. El sujeto que no necesariamente es el migrante, sino el hombre o la mujer habitante, el obrero, el profesional, el líder, el maestro de escuela, la mujer que intenta ser independiente, el héroe en busca de aventuras, el iluso, el idealista, el joven de clase alta que vive en un mundo virtual y globalizado, en fin. Los imaginarios que la frontera norte mexicana como objeto de la historia genera son coherentes con un concepto surgido de sus particularidades, su tiempo, su espacio. Bajo estas condiciones se producen conductas, ideales, valores, gustos y apreciaciones que se exploran y manifiestan en el terreno de la ficción. La frontera en la literatura mexicana contemporánea se vuelve diversos contextos de enunciación que exponen una realidad fronteriza no como ambiente totalizador, sino que depende de los acontecimientos y las representaciones de los sujetos que les dan forma a través de las prácticas sociales según sea conveniente y útil para sus proyectos personales.

[1] Playas de Tijuana es una delegación municipal de la ciudad de Tijuana, Baja California. Se localiza en la costa oeste de la ciudad.

[2] Los géneros narrativos que antes mencioné, que caracterizan la escritura de la novela.

 

Bibliografía:

Arendt, Hannah. De la historia a la acción. Translated by Fina Birulés, Paidós, ICE, UAB, 2008.

Bajtín, Mijaíl M. Teoría y estética de la novela (selección). Translated by Helena S. Kriúkova y
Vicente Cazcarra, Taurus, 1989.

Bourdieu, Pierre. El sentido práctico. Translated by Álvaro Pazos, Taurus Ediciones, 1991.

Crosthwaite, Luis Humberto. La luna siempre será un amor difícil. Ediciones Corunda, 1994.

De Certeau, Michel. La invención de lo cotidiano. Translated by Alejandro Pescador. ITESO, 1996.

Del Toro, Alfonso. Los laberintos del tiempo. Temporalidad y narración como estrategia textual
y lectoral en la novela contemporánea.
Vervuert, 1992.

Houtum, Van Henk. “Remapping borders.” A Companion to Border Studies, edited by Thomas M.
Wilson and Hastings Donnan, Wiley Blackwell, 2016, pp. 405-18.

Kaiser, Robert J. “Performativity and the Eventfulness of Bordering Practices.” A Companion to
Border Studies
, edited by Thomas M. Wilson and Hastings Donnan, Wiley Blackwell, 2016, pp. 522-37.

Nora, Pierre. “Between Memory and History: Les Lieux de Memoire.” Representations, vol. 2, 1989, pp. 7-24.

Ricoeur, Paul. Tiempo y narración: el tiempo narrado, vol. 2. Siglo XXI, 1996.

Valles Calatrava, José R. Teoría de la narrativa. Una perspectiva sistemática. Iberoamericana y Vervuert, 2008.

 

Perla Ábrego Quintero es profesora asociada y coordinadora del programa subgraduado de español en la University of Texas Permian Basin. Obtuvo el Doctorado en Literatura Hispana por la Vanderbilt University en 2011. Ha colaborado en diferentes publicaciones académicas en los Estados Unidos y México y ha participado en conferencias sobre literatura y cultura. Sus líneas de investigación son la presencia de la frontera México-Estados Unidos en textos literarios mexicanos, los estudios fronterizos y expresiones culturales y lingüísticas en territorios de contacto.

La cartografía narrativa de Placeres en el espacio literario de Jesús Gardea

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Resumen: Jesús Gardea narrador chihuahuense de finales del siglo XX junto con otros escritores fronterizos, instauran en la historia literaria de la cultura mexicana, lo que se ha denominado la literatura del desierto. La identificación con el lugar, el espacio físico referido en la ficción refuerza una seña de identidad, como si la narración obedeciera a una necesidad de articular el paisaje al propio ser, como una prolongación de sí mismo. La Literatura del Norte y en particular, la denominada literatura del desierto expresa la problemática del hombre contemporáneo frente a los procesos globalizadores, una agobiante posmodernidad que somete la condición humana a las vicisitudes de la existencia. Un acercamiento a la narrativa de Gardea permitirá dilucidar la manera en que la literatura otorga a través del lenguaje y de la ficción, las señas de identidad que le son inherentes a una región, que, en este caso, alude al norte de México. En este trabajo se busca explorar las posibilidades de análisis de la geocrítica de Bertrand Westphal como una cartografía para el estudio del espacio literario en la obra narrativa del escritor chihuahuense Jesús Gardea. Se pretende aplicar los principios teóricos y metodológicos de la geocrítica al estudio de Placeres en tanto espacio ficcional, un “mundo posible” con un fuerte valor simbólico que refiere la realidad del norte de México a partir de una cartografía narrativa que refleja la problemática del hombre contemporáneo en relación con el espacio, el lugar y el territorio, uniendo así la crítica literaria entre la geografía y la literatura.

Palabras clave: cartografía narrativa, espacio literario, mundos posibles, geocrítica.

 

El espacio literario como cartografía narrativa

Un paisaje no es la descripción,
más o menos acertada,
de lo que ven nuestros ojos,
sino la revelación de lo que está atrás
de las apariencias visuales.
Un paisaje nunca está referido a sí mismo,
sino a otra cosa, a un más allá.
Es una metafísica, una religión,
un ideal del hombre y el cosmos.

Octavio Paz.

 

         Jesús Gardea, escritor chihuahuense, edifica el mundo de Placeres, un espacio que más allá de una topografía cuyo referente es su natal Delicias, construye una cartografía narrativa donde los personajes transitan por diferentes parajes y atmósferas que vislumbran las complejidades de la naturaleza humana sumidas en la aridez del llano y el desierto. Placeres en el universo ficcional de Gardea es una muestra evidente de la fundación del espacio en la literatura hispanoamericana, una cartografía narrativa cargada de símbolos con los que se identifica y la forma como la naturaleza se ha transformado en el “topos” y que se verbaliza artísticamente en el “logos” desde la propuesta que esboza Fernando Aínsa (2006) en torno a una geopoética latinoamericana. Placeres es la atmósfera y espacio que cobija a sus pobladores, pero a su vez se erige como un personaje más en el mundo construido. Más allá de la imagen estática del espacio geográfico, es una imagen dinámica que, imbuida de elementos simbólicos, propicia la edificación de una geopoética. Una cartografía literaria que conlleva una poética de la desolación y que hace de Jesús Gardea uno de los novelistas medulares en la denominada Literatura del Norte o literatura del desierto en el México de fines de siglo XX.

         El intento creador del escritor de proyectar en la narrativa una cartografía, obedece al afán de hacer sentido o de darle forma al mundo para que se vuelva legible. En esta interacción que se realiza en la operación de leer, diversas son las rutas que se trazan según este mapeo. Si el escritor es el cartógrafo, el crítico es un navegante, como lo ha señalado Robert Tally (2012) quien traza a su vez nuevos mapas en el proceso de recorrer el texto, la narrativa que ha sido configurada como un acto espacialmente simbólico. Bien ha señalado Bertrand Westphal (2007), al enfatizar las relaciones entre la escritura y la geografía, que el espacio literario es, a fin de cuentas, un espacio real, material y geográfico, imaginado y representado por un lenguaje. Identificar entonces las coordenadas de esta cartografía literaria será la única forma posible para navegar y transitar por las obras literarias, tratando de descifrar el sentido o la forma en que las narrativas intentan darle forma al mundo en cuestiones de significación.

          Fernando Aínsa (2006) al hablar de una geopoética latinoamericana señala que el espacio americano apareció desde el primer momento a los ojos de Occidente como un lugar para el despliegue de un prodigioso imaginario geográfico que ha tenido como referentes, la selva, la pampa, las altas cordilleras, el llano, el desierto o las grandes urbes, en un afanoso proceso de bautizar la realidad, es decir, ir de un proceso del topos al logos, edificando palabras nuevas con apasionantes grafías que han hecho inteligible el propósito de descubrimiento y de conquista de la América indómita. Por ello, las cartografías literarias de esta geopoética latinoamericana se sustentan en estos “mapas narrativos” que cumplen la función de ser una imagen y representación del mundo, pero también un instrumento de descubrimiento y conquista. El escritor como cartógrafo va integrando conjuntos simbólicos con un sentido común, un mundo de significaciones suficiente para permitir tanto la reconstrucción de espacios de origen, como la recuperación de un lugar privilegiado del “habitar”. De ahí que se puede aseverar que la geografía es una metáfora, en tanto que representa hechos sociales y existencialmente relevantes bajo la forma de la abstracción de un territorio (Tally 2008).

          Desde una conceptualización estrictamente literaria de la geopoética y según la postura de Franco Moretti (2000), habría que señalar también la correspondencia entre la cuestión de género y la del espacio. Según Moretti, cada género literario tiene su geografía, su geometría prescrita. Sugiere que las características formales de una obra informan la imagen de los lugares que ella propone “des formes différentes habitent des espaces différents”[1] (43) y que recíprocamente, los lugares aludidos por la ficción influyen sobre la escritura “les choix stylistiques sont liés à la position géographique: l’espace agit sur le style (…). L’espace et les figures s’entremêlent[2] (52) y sobre el contenido del relato chaque espace détermine, ou tout au moins, encourage, un type d’histoire différent (…). Dans le roman moderne, ce qui se produit dépend étroitement de l’endroit où cela se passe”  [3] (83).

          El promover entonces una geocrítica en torno al estudio del espacio o la cartografía literaria, no es más que esbozar una poética donde el objeto ya no será el examen de las representaciones del espacio en la literatura, sino las interacciones entre los espacios humanos y la literatura, una mejor contribución a la determinación de las identidades culturales. La geocrítica se propone estudiar no solamente una relación unilateral (espacio-literatura), sino una dialéctica verdadera (espacio-literatura-espacio) que implica que el espacio se transforma en función del texto que anteriormente lo había asimilado. Las relaciones entre literatura y los espacios humanos no son entonces fijas, sino perfectamente dinámicas. El espacio traspasado a la literatura influye en la representación del espacio real (referencial), y sobre este espacio se activarán algunas virtualidades ignoradas a donde se reorientará la lectura.

          En el contexto literario, los autores pueden elaborar una cartografía de los espacios sociales de su mundo, reacomodarlos a través de la palabra poética y otorgarle un sentido particular. El lector geocrítico lee los mapas ficcionales trazados por el autor, recorriendo a su manera, apelando a un procedimiento de una cartografía cognitiva y de unas teorías espaciales, con la finalidad de analizar la producción del espacio dentro de la obra literaria. Es así, que se establece la dinámica o el proceso dialéctico que transita de la cartografía literaria a la geopoética del espacio.

          Si el espacio literario en la narrativa contemporánea puede ser interpretado a la luz de una geopoética, esto conlleva también a contemplarlo como una cartografía. La narrativa en sí es una forma de trazar un mapa, organizando la información obtenida de la vida en abstracto para obtener patrones reconocibles, bajo el entendido que el producto final es ficticio, una mera representación de espacio y lugar, cuya función es ayudar al “espectador” o cartógrafo, lector o escritor, a hacer sentido del mundo. En Maps of the Imagination, Peter Turchi (2004) establece que toda forma de escritura es cartográfica hasta cierto punto, pero que narrar es esencialmente una forma de trazar mapas, de orientarse y orientar a los lectores en un espacio concreto. El narrador, como el cartógrafo, determina las fronteras del espacio que será representado, elige qué elementos serán incluidos, establece el alcance y la escala, y así sucesivamente. En la producción narrativa, el autor también produce el mapa de espacio, conectando al lector con el universo de la ficción. La narrativa es, por tanto, un acto espacialmente simbólico, en tanto que establece una cartografía literaria para el lector.

 

La literatura del desierto: seña de identidad del norte de México.

 

Todo espacio que se crea en el espacio del texto instaura una
gravitación, precipita y cristaliza sentimientos,
comportamientos, gestos y presencias
que le otorgan su propia densidad
en lo que es la continuidad exterior del espacio mental.
En resumen, en la creación de lo que es un espacio estético.
(…) Donde termina un espacio real, empieza el de la creación.

Fernando Aínsa.

 

          La narrativa actual incide en una de las preocupaciones más transcendentales del pensamiento moderno, haciendo girar las historias en torno al individuo y al espacio —urbano generalmente—, es decir, al hombre y al medio que comúnmente éste habita. Es cierto que los personajes suelen configurar el eje de las historias, pero el reflejo de su existencia no tendría el alcance deseado por los escritores de no ser por la riqueza textual proporcionada por el protagonismo del espacio en que estos viven, es decir, del marco ambiental urbano, y en ocasiones rural, que pone de manifiesto la relevancia significativa de los pequeños mundos recreados. Así, dirá Natalia Álvarez Méndez (2003), aunque los autores persigan mostrar la psicología y la vida de sus personajes, necesitan para ello servirse del lenguaje de las relaciones espaciales para reflejar ese complejo microcosmos de experiencias entretejidas (567-568).

          El norte de México, tierra inhóspita y bárbara, se convierte a finales del siglo XX, en una topografía que más allá de circunscribirse al paisaje realista, se resignifica en la configuración de espacios simbólicos, de mundos imaginarios que constituyen una cartografía narrativa fincada en referentes geográficos que dibujan la realidad de un México desconocido cuyo protagonismo no había emergido en la esfera literaria de nuestro país. Ubicarse en el norte de México, literariamente hablando, no sólo es reconocer una perspectiva estética de la realidad geográfica, es una invitación a contemplar otra faz de nuestro convulso país que sirve como referente y como mundo posible para problematizar las vicisitudes del hombre posmoderno, más allá de cualquier atadura regionalista, desprovisto de elementos pintorescos o costumbristas, pero sí otorgándole una cuña de identidad que rescata la soterrada condición humana. Los escritores norteños, entre los que destaca la figura del chihuahuense Jesús Gardea, fueron forjadores de un legado cuya narrativa posibilitó la ubicación y resignificación del norte de México en el ámbito cultural y que le ha dado a la literatura una veta que ha sido consolidada por escritores de la frontera, de la narcoliteratura y de la literatura de la violencia.

          La Literatura del Norte es la expresión de los valores culturales de una región y en este sentido, la narrativa de Jesús Gardea proyecta una visión particular de la cultura del llano chihuahuense. La creación de mundos imaginarios como Placeres está fuertemente enraizada en la referencia geográfica chihuahuense y revelan cómo la vida del hombre moderno se ha visto amenazada por situaciones que tienden a producir la disgregación de la identidad. La soledad se presenta como el hilo conductor de la existencia, al tiempo que las pertenencias sociales tienden a diluirse y la identidad se ve eclipsada por una existencia sin sentido.

          Víctor Barrera Enderle (2014) explora el significado implícito cuando nos referimos a la Literatura del Norte. Desde una perspectiva geográfica, argumenta el crítico regiomontano, el norte ha sido calificado con adjetivos determinantes como una zona desértica, desolada, lejana, agreste, fronteriza, extremosa, polvorienta, violenta. Un lugar que se ha definido en oposición a algo exterior: el centro del país, el sur de Estados Unidos. Quizá por ello, la determinación geográfica le impuso a esta literatura, un tono exaltado en la confección del relato de la identidad regional (52).

          Por otro lado, dentro de la topografía norteña, emerge un espacio físico, aún más delimitado y que encierra un mundo simbólico, donde la ficción cobija la develación de una serie de problemáticas sociales, estéticas y filosóficas, al pretender horadar en los recovecos más profundos del hombre, en relación no sólo con su entorno, sino también con su condición de estar en el mundo. Es así como la imagen del desierto irrumpe no sólo cómo un paisaje más, sino como un escenario que se irá metamorfoseando en ambientes, fuerzas temáticas e incluso, en una especie de personaje que arropa y encarna a las figuras que habitan en las cartografías narrativas que serán fabuladas por los escritores norteños.

           Según enfatiza Miguel Rodríguez Lozano (2003), los escritores norteños contemplan el desierto no sólo desde fuera, sino también, pudiera decirse, desde dentro, y lo ven como paisaje o como agente propulsor de historias, temas y sensaciones. Gerardo Cornejo, Jesús Gardea, Daniel Sada, Ricardo Elizondo por citar a algunos nombres, han construido varias de sus historias a partir de la presencia del desierto que explícita o implícitamente se convierte no pocas veces en parte trascendente de lo que se cuenta. No por ello, y considerando la producción literaria del norte, explica Rodríguez Lozano, existe una literatura exclusiva y dedicada únicamente al desierto, en cuanto que la misma diversidad del espacio desértico, más que restringir, pluraliza los efectos estéticos. De ahí que la majestuosidad del desierto varía de un autor a otro y que, más que el desierto concreto, el clima árido y el sol sean la guía estructural-ambiental de las obras. En este sentido, el desierto cumple varias opciones en las propuestas estéticas de los criterios y ante los posibles lectores. El desierto se encuentra entre los extremos del bien y el mal, de lo feo y de lo bello, de la vida y la muerte, de lo conocido y lo desconocido, de lo ya visto y lo inesperado. Todo ello acentuado por esas vastas extensiones en las que el clima no da pie a concesiones, ni a exquisiteces de ningún tipo.

(…) el desierto no se reduce en cuanto tema o paisaje, más bien se extienden sus posibilidades para fortuna de la literatura y del lector (…) Todos han hecho del desierto un lugar que es posible disfrutar literariamente, con o sin las sofocaciones que en la realidad puede causar dicho paisaje (Trujillo 2004, 538-539).

          La identificación con el lugar, el espacio físico referido en la ficción refuerza una seña de identidad como si la narración obedeciera a una necesidad de articular el paisaje al propio ser, como una prolongación de sí mismo. La Literatura del Norte y en particular, la denominada literatura del desierto expresa la problemática del hombre contemporáneo frente a los procesos globalizadores, una agobiante posmodernidad que somete a la condición humana a las vicisitudes de la existencia. Pese a ello y como dice Eduardo Antonio Parra:

El norte de México no es simple geografía: hay en él un simple devenir muy distinto al que registra la historia del centro del país; una manera de pensar, de sentir, de actuar y de hablar derivadas de ese mismo devenir y de la lucha constante contra el medio y contra la cultura de los gringos, extraña y absorbente. (Guzmán, 2009, p. 31)

          Esta franja fronteriza cobra personalidad propia y muestra diferencias sustanciales del modo de ser del mexicano que habita en la capital del país. Esto puede apreciarse no solo en la manera en cómo se relaciona con la naturaleza que suele ser un paraje con un clima extremoso que incita a sus pobladores a sortear sus inclemencias, sino también en un carácter y una forma de ver la vida con más temple de ánimo para desafiar los retos cotidianos, mismo que pueden percibirse en su forma de vestir, de hablar y en sus relaciones humana.  Continúa Parra, afirmando que:

(El Norte) No es un espacio geográfico-cultural homogéneo, el norte de México no es sólo uno, sino muchos, y cada una de sus zonas geográficas y literarias posee cualidades propias, aunque corra entre la obra de nuestros escritores un cierto aire de familias. (Gewecke 2012, 111-127)

          En este Norte Mexicano también se da la pluralidad que incorpora la frontera, los parajes serranos, el llano y el desierto. Pese a estas peculiaridades topográficas, es fácil identificar estos territorios comunes, como los denomina Parra “aire de familias” que muestran un parentesco cultural por el solo hecho de habitar en esta latitud norteña.

          Una aproximación crítica a la narrativa de Jesús Gardea nos permite vislumbrar la manera en cómo la oleada de escritores pertenecientes a la ya canónica literatura del desierto, han hecho del Norte una presencia topográfica que se aleja de la imagen plástica del paisaje, convirtiéndolo en una figura con mayor fuerza semántica y que traza una cartografía narrativa en las esferas de la ficción, lo que permite al lector, transitar y recorrer espacios simbólicos, mundos imaginarios que proyectan la problemática del hombre contemporáneo, más allá de la referencialidad geográfica a la que pertenecen.

 

Jesús Gardea, fabulador de Placeres.[4]

 

           A lo largo de toda su obra, tanto en poesía, como en el cuento y la novela, Jesús Gardea ha utilizado el espacio como la configuración de las atmósferas de amargura y desencanto que envuelven un paisaje desolado y árido. Con un denso lirismo en el discurso construye un recurso para presentar la abrasadora geografía del norte de México. Dueño de una voz parca y evocadora, de una prosa pausada y certera consigue una belleza hosca emparentada sin lugar a duda por el vínculo tan particular que establece con la naturaleza árida del llano chihuahuense. Es por ello, y como lo ha expresado Vicente Francisco Torres (2012), que sus libros están llenos de “interrogantes, luces, ecos, silencios, fríos, vientos y sopores, una prosa que, aunque pueda calificarse de opresiva y misteriosa, no deja ante todo de ser bella en su expresión” (143). Desde su primera novela, La canción de las mulas muertas (1981), el espacio, Placeres, está delineado con mayor detalle en sus contornos físicos, pero también en su dimensión mítica y cósmica. Placeres es el lugar de los murmullos, “la pudrición del silencio” (Gardea 2003, 32), Placeres es el lugar en que todo “era…imaginaciones” (Gardea 2003, 84), asolado pueblo por las tolvaneras de marzo y el inclemente calor de agosto; la soledad de Placeres es cósmica: Este llano de Placeres abarca a todo el mundo, señor Góngora. Es mucha la soledad(Gardea 2003, 111).

          Placeres parece ser una región del mismo sol, por lo que el calor desquiciante se convierte en leitmotiv de la narrativa de Gardea: una y otra vez éste construye afortunadas metáforas e imágenes que se sostienen en la presencia del sol devastador. Pero no sólo eso dirá Ignacio Trejo Fuentes (1982) al aludir a esa característica infernal que define el carácter de los habitantes de Placeres y por ello son seres inmóviles, fantasmales, sofocados. “Estos parecen vivir (sobrevivir) sólo para sí mismos, gracias a su milagro individual; el resto no existe sino circunstancialmente, de modo que las relaciones que se entablan entre ellos dentro de la obra de Jesús Gardea son siempre hoscas, hostiles” (Trejo Fuentes, 1982, 66). El mismo Gardea consideraba que la peculiaridad del clima en el lugar que habita repercute en su manera de construir un lenguaje que también se caracteriza por esa parquedad reflejo de la aridez de la naturaleza que lo circunda:

El entorno geográfico, el clima, el sol, que es un sol muy especial; yo supongo que eso de alguna manera se entrelaza con mi escritura. La cuestión de lidiar con este paisaje (…) que es un paisaje sin grandes atractivos, y lidiar con el sol, con la luz tan fuerte, supongo que se refleja en la economía del lenguaje. Este sol duro y este cielo duro y este paisaje duro me obligan a manejar las palabras también con dureza, en el sentido de que tengo que darles la mayor exactitud posible (Mendoza 1989, 5).

          La clave para penetrar y comprender la formulación discursiva de la narrativa de Gardea es la aridez, la cual se hace tangible en la propia construcción sintáctica y en el lenguaje. Las frases de Gardea se caracterizan por su sintetización, por estar constantemente buscando la expresión más comprimida y depurada. Su lenguaje se condensa y purifica para mostrarse a través de la mínima expresión. Tanto la sintaxis como el léxico experimentan cronológicamente un proceso que tal vez se podría denominar de reducción (Vilanova 2000, 70).

 

Placeres, lugar de la desolación.

En Placeres nadie sabe nada de nadie.

Pese a las apariencias,

cada quien vive como encerrado en una celda, carceleros del

viento, el sol del verano,

y todos los años repletos de días

que una gasta en gastarse.

Placeres es una tabla de sobrantes

de cuando Dios fabricó el mundo.

Tabla sembrada de nudos.

Ni para quemarse sirve.

Jesús Gardea. Soñar la guerra.

 

          Gardea expresaba que sus personajes eran todos una tropa de infelices, pues el mundo de Placeres en el que ellos habitan y dan cita al autor y lector, es una atmósfera y un ambiente que les rodea, los anega hasta ahogarlos. Pero si el espacio los sofoca, el lenguaje los reivindica; es el laconismo gardeano el que verdaderamente hace que cada personaje, figura o sombra que pulula en el ámbito de ficción, siempre contenga una voz y una mirada. Gardea a través del discurso, se convierte a su vez en un tornavoz para que sigan resonando los silencios, los murmullos, los recuerdos, las voces agónicas, para que sea la palabra la que prevalezca, aunque Placeres se desvanezca como el polvo.

          Para Ysla Campbell (2002), en la obra de Gardea, el espacio narrado –el llano, el desierto- ha penetrado la dimensión mítica. La conformación de Placeres a lo largo de sus novelas incluye una fisonomía cotidiana y al mismo tiempo misteriosa, donde la vida y la muerte mantienen una estrecha relación en situaciones temporales que parecen, en ciertas ocasiones, estar en movimiento.

El espacio narrativo es ya una metáfora de la soledad, del furioso y apasionado silencio con que los personajes observan y viven el devenir, el dolor y la muerte. Vastedad y silencio rodean a esos seres cuyo signo anímico más evidente es la renuncia, el nihilismo llevado a sus últimas consecuencias. (31)

          El estilo de Gardea se sustenta en un lenguaje concentrado, sustanciado en la metáfora con un tono de lacónica oralidad que revela ese tiempo suspendido en el instante privilegiado de la palabra literaria. El tiempo, continúa Campbell, es para el escritor chihuahuense la gran vastedad –fugitiva, avasallante, inasible- que intenta explorarse y apresarse. Como un taumaturgo del silencio, logra ambas cosas con la reminiscencia y la metáfora.

          Otro de los críticos que más han estudiado la obra de Gardea es José María Espinasa (1990) quien señala que, en lo concerniente al espacio, el escritor chihuahuense:

 (…) Privilegia antes que nada la creación de una atmósfera; el polvo calcinado, el cenit donde ‘el sol que estás mirando’ deja sin sombra toda la piel expuesta a su existencia. (…) Las leyendas y giros lingüísticos del norte de México son utilizados como elementos para la construcción de ese tono y esa atmósfera (…) La narrativa de Gardea tiene como fundamento lo entrevisto en las cortinillas de una peluquería, entre los visillos o a través de una puerta entornada, dividiendo así la realidad en un blanco y negro, no moral, sino plástico (156).

          Placeres se convierte entonces en un poblado inundado por una atmósfera recalcitrante que puede sentirse y contemplarse en los espacios cotidianos y en las calles por donde transitan sus personajes, en una especie de claroscuro que evidencia la plasticidad estética de las imágenes que utiliza el autor para referir los efectos de ese sol incandescente en todo lo que abarca su presencia.

          José Manuel García-García (1987) ha logrado empatar en una descripción sucinta la toponimia física y ficcional del mundo gardeano en un artículo donde precisamente señala la importancia de la geografía textual de Placeres con los marcos referenciales del llano chihuahuense y con la fabulación contenida en la narrativa de Gardea donde el espacio literario está cobijado bajo el cielo y el sol ardiente de Placeres: “Jesús  Gardea ha creado un antiparaíso, un pueblo remoto (…) Placeres, tan lejos de la capital y tan cerca de ninguna parte; geografía excéntrica al mito de Macondo y a la historia posrevolucionaria de Comala” (55). Placeres se convertirá en una toponimia textual que está presente en varias obras del autor y cuando deja de hacerlo, la configuración de ese espacio gardeano prevalecerá, aunque no sea nombrado como tal, convirtiendo la cartografía narrativa en una poética de la desolación. Tenemos así a personajes tan emblemáticos como Lautaro Labrisa, “un errante que vivió en el último círculo de la espiral del desierto, purgando la culpa de los ermitaños: monacal, nostálgico, masturbador y enamorado de la ausencia” (55). También Placeres inundará el territorio de la infancia y el recuerdo en los primeros habitantes del pueblo en El sol que estás mirando (1981); continuará con la genealogía de los Paniagua en el texto El tornavoz (1983). Y Placeres será el lugar de riñas encarnecidas entre sus pobladores como puede apreciarse en La canción de las mulas muertas (1981), Soñar la guerra (1984), o lugar de malentendidos, rencillas, robos y castigos en Sóbol (1985) y Los músicos y el fuego (1985).

¡Ay Placeres de mis genealogías! Leónidas Góngora le cantó a las mulas muertas a Fausto Varga y éste perdió su fábrica de refrescos y después para ambos fue la tortura de vivir bajo el sol ardiente de Placeres, y para ambos vino la muerte; Vargas se suicidó, Góngora se dejó matar. Y mientras tanto, seamos sincrónicos, el (místico) tío (loco) Cándido es visitado por los ángeles y los santos, y después de muerto busca a su sobrino Isidro y lo enloquece. E Isidro tuvo un hijo, Jeremías Paniagua, que vivió en un mundo real maravilloso de milagros y conversaciones con el muerto tío (loco) Cándido que le pedía un tornavoz. Y Asís sueña una guerra donde mal organiza a un puñado de hombres para pelear contra el gobierno y fracasa. (…) En los músicos tocan bajo el fuego de Placeres y su patrón y cómplices (Casio, Valdivia, Barbosa y Luján) roban unos objetos innombrables a los placerenses Matos Bistráin, Tanili Amezcua y Mediana. Y mientras tanto, el (aprendiz de) brujo Mauro Tolinga le roba a Sóbol una cucharilla y éste con sus cómplices (Coruco Avitia, Pastorela y Rafles) planean la muerte de Tolinga (56).

          Soñar la guerra (1983), El tornavoz (1983), Los músicos y el fuego (1984) y Sóbol (1985) son cuatro novelas en las que sitúa las acciones y ambientes en el mismo sitio: Placeres. En ellas se reafirma la paradoja entre el nombre del lugar y las condiciones de vida y clima imperantes. Paradójicamente se denomina Placeres a un lugar inhóspito, donde sus habitantes deambulan como sombras famélicas por las solitarias, polvorientas y resecas calles. Allí donde se anida la tristeza, sólo se vive del recuerdo. No hay perspectiva histórica, no hay contacto con el mundo exterior.

          En El tornavoz[5], Placeres es inhóspito, polvoriento, con calles y casas blanquecinas, es el espacio en el que discurre la novela. Más allá del desierto, está Capuchinas, con su parque y su iglesia, lugares a los que el primer Paniagua acostumbraba acudir, el Paniagua mítico, legendario. El Placeres de El tornavoz no difiere gran cosa de los perfiles que asume en La canción de las mulas muertas: con su calor asfixiante, castigador, con habitantes escasamente comunicativos y con perros por todas partes. Se trata de un Placeres cercano a la inmovilidad, carente de progreso. La narración despliega sus historias en las cuatro estaciones del año. Placeres se caracteriza por tener climas extremosos, de modo que la naturaleza es agresiva aún en el invierno. La novela recoge las vivencias de tres generaciones y concluye con el retorno a Placeres del último de la dinastía, luego de 27 años de ausencia. Jeremías Paniagua regresa a Placeres, ya hombre maduro, tal vez en busca de sus raíces, en busca de Cándido Paniagua quien desde el más allá, desde el mito, le habla al sobrino y le pide un tornavoz, por aquello de su antigua afición a las palomas en la placita de Capuchinas  (Pino 1991, 77).

En Los músicos y el fuego (1985) Gardea volvió por sus fueros, según expresa Vicente Francisco Torres (2007), de nueva cuenta:

Se entregó a la escritura deshuesada, a la creación de una atmósfera abrasadora donde habitan unos cuantos lunáticos para quienes los relojes son los auténticos huesos de Placeres, el tiempo muerto y sin esperanza. Frente a la carencia casi total de argumento, Gardea hace suertes con su lenguaje singular, con sus oraciones sin verbo o con éste al final de las cláusulas (125).

          En su pueblo remoto vibran las condiciones climáticas del antiparaíso, las extremas temperaturas de un universo semiárido, “entre el calor asfixiante y las lluvias torrenciales, entre el azote de los vientos o el gélido frío, una suerte de sofocado infierno” (La canción de las mulas muertas, 94), un paisaje en el que “no se ve otra cosa que soledades castigadas hasta la muerte por el sol” (El tornavoz, 75), y donde “no sopla nada de aire” (El tornavoz, 75), o en ocasiones el cielo está tan turbio que parece nocturno” (El tornavoz, 171), un espacio desolado en el que cada quien “vivía como encerrado en una celda. Carceleros el viento, el sol de verano y todos los años repletos de días que uno gastaba en gastarse. Placeres era una tabla de las sobrantes de cuando Dios fabricó las cosas del mundo(Soñar la guerra, 76).

          El espacio en el texto narrativo se encarga de ofrecer coherencia y cohesión al texto, ya que confiere una sensación de verosimilitud al conjunto gracias al ensamblaje total de las piezas que lo integran. Según Antonio Garrido Domínguez (1996) el espacio literario puede convertirse en no sólo en un elemento crucial para la significación total del texto, sino para caracterizar al personaje en cuanto a ideología o a mundo interior y comportamiento. “En este sentido puede considerarse el espacio como metonimia de un personaje” (216). Por ello la importancia de Placeres como espacialidad del mundo gardeano, pues puede afirmarse que “contamina” tanto la naturaleza propia del lugar como la caracterización de sus personajes, esas figuras sombrías que transitan por sus calles.

Ya que le convierte en un elemento caracterizador de él, tanto en lo que se refiere a su ideología o su personalidad, como en lo que afecta a su comportamiento. El espacio en el que viven los personajes es una proyección de ellos mismos, una imagen que los delata (Becerra 2002, 35).

          A Placeres se le podría considerar un entramado de trazos y límites fantasmales, cuya línea última estaría marcada por los rayos del sol que pueden andar a sus anchas invadiéndolo todo, creando un paisaje es impreciso, inatrapable, una luz del desamparo. En Placeres, como en la Comala rulfiana o el condado faulkneriano de Yoknapatawpha, el autor apunta a lo mismo, a la reconquista de un espacio imaginario. Los personajes de Gardea son todos reflejos de ese sol que, invencible, sombrea, con su magnificencia, aquello que no alcanza a lo largo y ancho de Placeres. La tesitura en la que se desenvuelven aparece teñida de claroscuros: según el sol se les unte o los abandone, así como la ciudad es distinta para el que viene del desierto o del mar.” José María Espinasa (1990) resalta que los personajes de Gardea, a propósito de cómo el destino se manifiesta en ellos, no se quejan, viven su vida y le dan profundidad. La letargia en que los personajes viven es ausencia de tiempo” (156). Son todos entes que actúan a expensas, y a su pesar, del sol de todos los días, y cuando éste falta, en esas raras veces, aparecen descoloridos.

El infierno de la calle, en Placeres, tenía sus trastiendas, sus hornos con boca a la luz. El aire de los hornos sofocaba hasta la muerte el alma; sabía a lodo seco. De ese lado del fuego, el aire, en cuanto tocaba el cuerpo, costra, camisa ingrata. La luz y la sombra, abismos afuera, adentro por oficios, se habían amistado en una sola neblina, parto de una llama. De los rincones del horno, desde las raíces del humo, venía el tufo del polvo devorado por el incendio de los veranos. Picaba en los ojos y las narices como si tuviera puntas, como polvo de vidrio.  (Los músicos y el fuego 68)

          En sus mundos cerrados el tiempo sólo es plausible de medirse con un reloj de sol. Los objetos y los hombres se reconocen en la medida que proyectan, o no, su sombra y reflejan o absorben los rayos de luz. Cada escena se lee, o se mira, en claroscuro: cuerpos opacos o traslúcidos, superficies de cobre o de cristal. Por ello, Gardea obtiene atmósferas incandescentes sirviéndose del recurso retórico fijo a la fatalidad: la presencia nominal del sol es prueba insustituible de la desgracia humana. En el universo ficcional de Gardea no hay manera de evitar que el infierno exterior sea la imagen concentrada y subsidiaria de los infiernos interiores. Las pasiones de los personajes gardeanos que siempre se resuelven en la violencia y el odio son la proyección de la desdicha de haber vivido en el paraíso y ya no tenerlo. “Esos cuerpos resecos, esas miradas sin cómplice, esos deshuesaderos y mesas flacas de café, alguna vez vieron cómo el desierto le ganó espacio a la ciudad, hasta instalarse en cada domicilio. Lo que es adentro es afuera” (Pliego 1992). Claro ejemplo es la descripción que encontramos en la novela Los músicos y el fuego (1985) de esta geopoética de la desolación de la cartografía narrativa de Gardea:

Placeres, lugar privilegiado en el nudo del silencio, tenía la culpa. Las puertas, y el aire solitario que se respiraba allí, eran dobles. Una cosa era el aire, y otra su almendra, de aire también pero venida de más lejos que el llano; como una semilla, como una reina loca en la parihuela de los vientos de marzo. La reina entraba a Placeres por las otras puertas. Como una gorda mosca de verano, se ocupaba en recorrer las calles, en subir y bajar a los corazones, en lo más negro del tedio. (78)

          Lo que es evidente en el mundo gardeano es la incesante búsqueda de una fascinación por los sentidos o más propiamente del impacto propiciado en éstos por las imágenes, los objetos en su continua y muchas veces imprevista o ignorada interrelación y, en fin, por todas aquellas minucias que dan movimiento y con esto vida a cada una de sus novelas. Héctor Perea, considera que:

Gardea ha buscado la preeminencia de los juegos de atmósfera por sobre los de la trama. La historia narrada queda como una cadena de enigmas casi nunca resueltos que viven en función de la franca movilidad atmosférica en que la luz y el sonido, la textura de las escenas y el vuelo o la permanencia de los objetos pasan a ser los elementos dominantes (161-162).

          Puede afirmarse que lo que mueve el engranaje de la acción en la narrativa gardeana es precisamente la presencia tan abrumadora del espacio, manifestándose en las cuestiones relacionadas con el clima y la atmósfera del lugar. De ahí que la figura del sol con la luminosidad que proyecta y el calor que provoca sea una fuerza motora que tanto impulsa la vida como también la sume en una especie de quietud y precaria devastación. Entonces, en el diario acontecer de la vida de los placerenses, las acciones parcamente esbozadas se cobijan en el enigma ya que se eluden los pormenores de los hechos y esta ambigüedad de lo narrado es enriquecido por la plasticidad de las imágenes del espacio que va ocupando el verdadero protagonismo de las historias narradas.

          Frente a los ojos del lector que recorren la superficie de la página, que es al mismo tiempo un lienzo pintado y una foto en leve movimiento, sienten con el placer de todos los sentidos, las rugosidades narrativas; Gardea dejará como figuras de fondo a los personajes de la historia. Considerado a sí mismo “como un burro de noria”, un escritor hecho para el trabajo y la paciencia, Gardea le que exige a sus lectores el mismo rigor para transitar por la cartografía narrativa que construye en Placeres como el mundo de ficción.

 

 La ficcionalidad de los mundos posibles en el Placeres de Jesús Gardea

           El texto literario se entiende más como un objeto espacial (qué o quiénes habitan un determinado mundo imaginario) que como un objeto temporal (la trama, la secuencia de los eventos, el tiempo narrativo, etcétera). La ficción no forma completamente parte del mundo real,  pero sí comparte rasgos que permiten construir otro espacio más de posibilidades y marcos de referencia interna y externa que permiten ampliar espacios vivenciales de un sujeto narrativo, de una manera imaginaria. Se considera el “mundo real” al espacio, las acciones, vivencias, experiencias que podemos palpar, percibir, sentir y comprobar su existencia. Son todas las acciones que realizamos dentro de un espacio geográfico y están relacionados con nuestra vida cotidiana. Es el mundo tal cual es, como lo vivimos diariamente, con todas sus leyes y manifestaciones. Su finalidad es reflejar objetivamente los rasgos característicos de su época, los lugares, los tipos humanos, las causas y los efectos de un determinado hecho. Existe una cronología comprobable y espacios efectivos donde se desarrollan los diferentes hechos que nos rodean o que nosotros mismos experimentamos; hay una secuencia en el tiempo y en el espacio.

          La referencialidad del espacio geográfico de ciudad Delicias que se ficcionaliza en Placeres, lo convierte en un mundo posible, una ficcionalidad donde todas las acciones que se podrían ejecutar o suceder, son construidos por un sujeto narrativo. La noción de mundo posible es semántica, es decir, un mecanismo para entender cómo significa el lenguaje. Se considera a la “ficción” como la proyección y simulación de la experiencia de un sujeto a partir de un mundo real, lo cual, permite construir otros conceptos y mundos imaginarios con base en un lenguaje e intención comunicativa. La ficción es la producción estética de las experiencias vividas o aprendidas en nuestra vida, como también un producto de la imaginación que nos permite proyectar aspectos del mundo real a otros planos mediante diferentes soportes, sea visual (textos) o auditivo (relatos orales). El relato literario se inserta en el mundo real gracias al procedimiento de “ficcionalización”; toda obra surge de preocupaciones que están siempre más allá o más acá de la literatura, pues, como señala Mario Vargas Llosa:

Los “demonios” que deciden y alimentan la vocación pueden ser experiencias que afectaron específicamente a la persona del suplantador de Dios, o patrimonio de la sociedad y de su tiempo, o experiencias indirectas de la realidad real, reflejadas en la mitología, el arte o la literatura. Toda obra de ficción proyecta experiencias de estos tres órdenes, pero en dosis distintas, y esto es importante, porque de la proporción en que los “demonios” personales, históricos o culturales hayan intervenido en su edificación, depende la naturaleza de la realidad ficticia. (1971: 102-103)

          La literatura sigue interfiriendo el mundo real y el mundo posible puesto que se interesa por los personajes y sucesos reales. Thomas Pavel (1991) expresa que “hay muchos contextos históricos y sociales en los que los escritores y su público aceptan el supuesto de que una obra literaria habla de algo que es genuinamente posible respecto al mundo real” (63). Esta actitud corresponde a la literatura realista, en el sentido amplio del término. Visto desde este ángulo, el realismo no es un simple conjunto de convenciones estilísticas y narrativas, sino una actitud fundamental frente a la relación entre el mundo actual y la verdad de los textos literarios. En una perspectiva realista, el criterio de la verdad o falsedad de un texto literario y de sus detalles se basa en la noción de posibilidades (y no sólo de posibilidad lógica) respecto al mundo actual.

           Los mundos posibles son modelos abstractos reales, aun construcciones conceptuales. Las ficciones literarias funcionan como artefactos culturales incorporados en los textos literarios y, por consiguiente, una teoría de la ficción literaria es la consecuencia de la fusión de la semántica de los mundos posibles con la teoría del texto. La semántica de los mundos posibles rebasa la mímesis y, al mismo tiempo, enriquece las ficciones literarias, de donde la presencia de una diversidad de mundos ficcionales a partir de los mundos posibles. La serie de mundos ficcionales es ilimitada dado que lo posible es más amplio que lo real, así los mundos ficcionales no se limitan a las representaciones reales. Aquella misma serie de mundos ficcionales es variada. Esta diversidad de los mundos ficcionales es la consecuencia directa de la variedad de las “leyes” de los mundos posibles. Es por ello que un mundo ficcional conformado por una serie de particularidades ficcionales caracterizados por su propio “orden”, una organización macroestructural específica. Los mundos posibles son ontológicamente homogéneos por atribuir a los mundos ficcionales un estatuto ontológico, o sea, el estatuto de los mundos posibles. Según la teoría de homogeneidad ontológica, los individuos ficcionales no dependen para su existencia y propiedades de gente real, y los personajes ficcionales no pueden identificarse con individuos reales ni sobre la base de un nombre propio compartido. De seguro, puede haber una relación de “correspondencia” entre un nombre real (histórico, caso ciudad Delicias) y sus homónimos posibles de las ficciones (caso Placeres). Esta relación alcanza tanto a lo real como a los mundos posibles (…). Los mundos ficcionales son penetrables desde el mundo real, se penetran aquellos mundos partiendo de lo real hasta las entidades posibles no reales mediante canales semióticos (a través de los signos) e informaciones del mundo real (la cultura). Por eso se dice que “el material real ficcionaliza, o sea, todo lo real se convierte en posibles ficciones produciendo aspectos estilísticos, lógico-simbólicos, ontológicos y semánticos” (Saganogo 2007: 68).

          Para Nora Guzmán (2008), la narrativa mexicana de la última década del siglo XX muestra la crisis de la modernidad y cuestiona los estragos causados por la falta de cumplimiento de los ideales modernos. Considera que es una literatura que refleja la inequidad de la sociedad, así como los problemas generados por la violencia, la inseguridad, la injusticia, la desterritorialización y migración, entre otros, lo que incluso conduce a una deconstrucción del sujeto y a la pérdida de la identidad. Las temáticas de la Literatura del Norte han sido también reflejo de la situación del país y de la condición humana: sus relatos trascienden lo local y, aunque acentúan los rasgos de la región, su mirada va más allá; lo que escriben los norteños no se circunscribe a los bordes de la región: su expresión forma parte de la literatura universal, la crisis de la modernidad. El deceso de los paradigmas es una coordenada que los atraviesa a todos. (10-11)

          Rodríguez Lozano (2003) considera que estos protagonistas de la narrativa del norte la han realizado desde distintas perspectivas, como lo hemos podido apreciar en este abordaje crítico: “las sensaciones que produce el desierto pueden ser muy variadas. La soledad, la tristeza, la íntima alegría, el desconsuelo, son efectos inefables ante las amplias superficies de terreno donde los ardientes rayos del sol dejan su huella” (28).

           Jesús Gardea construyó, dice Miguel Rodríguez Lozano (2003), “un imaginario que pronto lo colocó entre los mejores escritores, por su hermetismo y el uso de metáforas, epítetos, símiles y sinestesias que lo llevaron a una escritura cerrada, pero atractiva por el manejo del espacio y la interminable sensación de soledad del ser humano”.  Decía Bachelard (1985) que: “si el espacio es una condición imprescindible para urdir y representar un mundo imaginario” (73), también lo es para que personajes y objetos tomen consistencia y adquieran su sentido. Con este peculiar estilo es como el espacio literario en Gardea puede ser interpretado como una geopoética de la cartografía narrativa de la literatura mexicana contemporánea.

          Visualizar el espacio literario como una geopoética implica remitirnos a las funciones que cumple en el ámbito de la narrativa. Por un lado, el espacio es elemento indispensable para la creación de atmósferas ficticias que acompañen a los personajes o incluso, que les den vida y les defina. Por otro, el espacio es la representación mimética, es decir, la recreación de lugares donde los personajes son y se transforman. O también, la remembranza de los lugares que propician una evocación poética. Por último, habría que señalar que “el espacio también propicia el extrañamiento, es decir, la desautomatización a la cual obligan los discursos literarios: en la literatura el lenguaje es de otro modo, pareciera que está en una constante búsqueda de su capacidad original para nombrarlo todo por primera vez (García Ávila 2008, 53).

         Jesús Gardea escritor chihuahuense al que la crítica lo ha ubicado dentro de la denominada Literatura del Norte de México o literatura del desierto, es un claro ejemplo de los narradores que habiendo asimilado la influencia de Rulfo, Onetti, Revueltas y Faulkner entre otros, ha edificado una ficción espacial denominada Placeres y que constituida como un mundo posible, un espacio imaginario  de fuerte carga simbólica una dimensión mítica, posibilita la geopoética instaurada como una cartografía narrativa que plasma la problemática del hombre más allá de la geografía regional que le sirve como referente. Christopher Domínguez se refirió a Gardea como:

Aquel narrador del desierto, a quien al principio identifiqué como un cumplidor artesano bien dispuesto a colorear esas llanuras desérticas del norte de México, huérfanas de expresión literaria, resultó ser un solitario ejemplar que hizo de la nada natural y del vacío geográfico, una poética de la desolación. (…) disfrutó en vida de la fama de ser el primer novelista provinciano que alcanzaba cierto renombre sin establecerse en el Distrito Federal (Domínguez 2004, 3).

          La creación de mundos imaginarios como Placeres está fuertemente enraizada en la referencia geográfica chihuahuense y revelan cómo la vida del hombre moderno se ha visto amenazada por situaciones que tienden a producir la disgregación de la identidad. La soledad se presenta como el hilo conductor de la existencia, al tiempo que las pertenencias sociales tienden a diluirse y la identidad se ve eclipsada por una existencia sin sentido. Jesús Gardea, figura emblemática dentro de los fundadores de esta tradición regional de la literatura del desierto, logra plasmar en el plano de la fabulación, del discurso y de los mundos posibles ficcionalizados, una recuperación de la identidad chihuahuense tan soterrada no sólo por la aridez del llano, sino también sofocada por la soledad abrumadora de la posmodernidad.

 

[1] “diferentes formas habitan en diferentes espacios” (Moretti, 2000, p. 43).

[2] “las elecciones estilísticas están relacionadas con la posición geográfica: el espacio actúa sobre el estilo […]. Espacio y figuras se entrelazan” (Moretti, 2000, p, 52).

[3] “cada espacio determina, o al menos fomenta, un tipo diferente de historia […] En la novela moderna, lo que sucede depende estrechamente de dónde ocurre” (Moretti, 2000, p. 83).

[4] Escritor que nació en la ciudad de Delicias, Chih. 2 de julio de 1939 y muere en la Cd. De México, 12 de marzo de 2000. A partir de esta parte del artículo, el nombre del imaginario de Placeres, irá en cursiva para resaltar la presencia de la topotesia en el universo gardeano.

[5] En realidad, El tornavoz fue la primera novela escrita por Jesús Gardea, pero no fue la primera en publicarse. Este dato es importante pues pudiera afirmarse que es en esta obra donde ocurre la parte fundacional de Placeres como topotesia de la ciudad de Delicias, de donde era oriundo el autor. Además, el ambiente impregnado de fantasía y de reminiscencia del mundo de los muertos con la figura de Cándido Paniagua, le otorgará a Placeres, un espacio con cierto halo de misterio y enigma que envuelve a sus pobladores.

 

 

OBRAS CITADAS

Aínsa, Fernando. “Del espacio vivido al espacio del texto. Significación histórica y literaria del estar en el
mundo”. Cuyo: Anuario de filosofía argentina y americana, Vol. 20 (2003):19-36. Web, 3 de noviembre de 2013.

Aínsa, Fernando. “Propuestas para una geopoética latinoamericana. Archipiélago, Revista Cultural de Nuestra
América
, Vol. 13 no. 50, (2005):4-10. Web, 10 de noviembre de  2013.

Álvarez Méndez, Natalia. “Hacia una teoría del signo espacial en la ficción narrativa contemporánea”. Signa
– Revista de la Asociación Española de Semiótica,
12 (2003): 549-570.

Bachelard, Gastón. ”Introducción a la dinámica del paisaje” en El derecho de soñar, México, F.C.E., 1985, pp. 72-95.

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Campbell, Ysla y María Reina (eds.) Textos para la historia de la literatura chihuahuense. Vol. 5 Colección
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García Ávila, Celene. “El valor del espacio en la literatura: una invitación a leer” [ensayo], La Colmena, núm. 59,
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García-García, José Manuel. “La geografía textual de Placeres”. Plural Revista Cultural de Excélsior. México, No. 17
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—. El tornavoz. México: Ediciones sin nombre, CONACULTA.2004.

—. Los músicos y el fuego. México: Ediciones sin nombre. CONACULTA. 2006.

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Mónica Torres Torija Gonzáles es maestra de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua (México). Doctora en Filosofía con Acentuación en Estudios de la Cultura por la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde realizó la tesis en torno a la geopoética en la cartografía narrativa de Jesús Gardea. Ha colaborado en publicaciones, ediciones de crítica y estudios literarios tanto nacionales como internacionales. Sus líneas de investigación son la literatura mexicana contemporánea particularmente en el tema del espacio literario en las cartografías narrativas de la Literatura del Norte de México.

Dos poemas

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Amanecer en Djidji

Es temprano.
Sin estar completamente despierto
me paro en la puerta de mi casa,
una casa hecha de barro y mimbre.

Esto es África.
Los árboles de fuego brillan demasiado como para verlos.
El día ha llegado a su máximo como la fiebre seguida de un
sudor intenso bajo un oscuro dosel.
Un millar de pájaros invisibles cantan.

El vapor se desliza por algún lugar cercano, entre hojas grandes
haciendo el día más brillante.

Después de la celebración de anoche
hoy estoy triste,
sin poder explicar qué triste.
Una gacela cuelga de un poste en una nube de moscas negras,
pendiente, como el deseo.

Una niña pequeña abre nueces de palma, golpeándolas con
una piedra
para que su abuela haga un buen vino
y está muy ocupada.

Su hermana todavía está dormida en mi cama.
Se llama Juliette y tiene quince años,
es la tercera esposa de Mbulu, y está esperando un hijo suyo
o mío.

Recuerdo una carta que Paul Gauguin
le escribió a Van Gogh, en la que le decía que tenía
“un gusto por lo primitivo”.

Tal vez el día de hoy haga una carta.

O quizá me vaya al río a enjuagarme la dulce noche de mi piel.

 

Traducción de Bernardo Pérez

 

Una elegía

He regresado a una granja del oeste,
en donde las golondrinas ha escapado de la tormenta
y el rayo aumenta su marea.
He regresado a una granja del oeste,
reconstruyendo los impalpables rasgos del braile
de arboledas y musgo,
el musgo rojo de mi propio fuego revuelto,
que reaparece después de nosotros
para mantener el pasado el pasado, irreversible.

He ido donde el continente divide
hasta estar tan frío como tú lo estás.

He ido a la cima que nos divide,
a la cima desprendiéndose repentinamente de tu cuerpo
hacia la nada absoluta.
Sólo la piedra inmaculada, tersa como la cara de un extraño.
Mi propia cara.

Tú me alejas de lo duradero. De tu enorme conocimiento.
Camino lentamente en la oscuridad,
de la misma forma
en que una planta sangrienta se descubre a sí misma
arrancada de la memoria difuminada que  tenía la última vez,
absorbiendo su veneno que expulsa por sus venas.

No puedo ver tus ojos
ocultar sus miradas en la oscuridad.
Lo que sea que ven les pertenece.
Por lo menos déjame lavarte y liberarte
como si estuviésemos nadando,
donde antes que el aroma del agua todo cambia, flota
hacia la luna,
aún la diferencia entre nosotros—las formas todavía flotando,
la única, solamente el cuerpo.

Tú no querías caminar con tus zapatos frágiles,
y tomabas mi brazo como si no quedara límite alguno.
Estabas aprendiendo a esperar aun entonces
con una flama blanca y débil en tus huesos.
En la lluvia.

Cada gota un bautismo.
Cada hoja en el viento era una ruta
de mi mano.
Eso es lo que te ofrezco.
Final inconcluso.

Tal vez fui la sombre que atravesaste,
la sombra inclinada a un lado,
al de amar abajo una tormenta de cosas sin forma.

Tal vez ahora,
donde sea que tú estés,
piensa que no seguiré,
tal vez pienses que mi vida durará más que tu muerte,
que no puedo llevar la forma de los extraños,
pues tu muerte te ha hecho un extraño.

 

Traducción de Bernardo Pérez

 


 

An Elegy

I’ve gone back to a farm in the west
where swallows have broken away from the storm
and lightning quickens its tack.
I’ve gone back to a farm in the west,
retracing the featureless braille
of woods and moss,
the red moss of my own bewildering fire
that sprang back after us
to keep the past the past, intractable.

I’ve gone to the summit that divides us,
the summit rising swiftly away from your body
to absolute nothing.
Only the sheer rock, smooth like the face of a stranger.
My own face.

You deprive me of lastness. Of your enormous knowledge.
I pace in the dark.
I go on
the way a bloodroot discovers itself
cut from the vague memory it had of last time,
drawing the poison back through its veins.

I can’t see your eyes
to close their gaze on the dark.
Whatever they see belongs to them.
At least let me wash you and release you
as if we were swimming,
where before the smell of water everything changes, drifts
toward the moon,
even the difference between us—the shapes still floating,
the one, the lonely body.

You didn’t want to walk in your fragile shoes
and held my arm as if there were no edges left.
You were learning to wait even then
with a dizzy white flame in your bones.
In the rain.
Every drop a christening.
Each blown leaf was a road map
of my hand.
This is what I offered you.
Loose ends.

Maybe I was the shadow you walked through,
the shadow cast to one side,
the one to love in a storm of formlessness.

Maybe now
wherever you are
you think I won’t follow,
maybe you think my life outlasts your death,
that I can’t bear the shape of strangers
and your death has made you a stranger.

 

 

Waking up in Djidji

It is morning.
I am standing in the door of my house,
waking slowly in a house made of mud and wattles.
This is Africa.
The flame trees are too bright to see.
The day has broken like a fever in a sweat
under the dark canopy
and a thousand birds call out.

Steam drifts through the strong leaves
making the day too bright.

Last night there was such celebration
that now I’m sad,
unable to explain how sad.
A gazelle hangs from a post in a cloud of black flies,
suspended like desire.

A small child is pounding open palm nuts with a stone
for her grandmother to make into wine.
She doesn’t look up from her work.

Her sister is still sleeping in my bed.
Her name is Juliette and she is fifteen.
She is Mbulu’s wife, and pregnant with his child
or mine.

I remember a letter Paul Gaughin
wrote to van Gogh, in which he says he has
“a taste for the primitive.”

Perhaps I will write a letter today.

Or maybe I will go down to the river to wash the sweet night
off my skin.