ISSN 2692-3912

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Cuerpos

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Pascual Borzelli Iglesias nació en Panamá y se ha dedicado durante muchos años al fotoperiodismo en diferentes  periódicos, suplementos culturales, revistas impresas y digitales en México y Perú (Universidad Nacional Autónoma de MéxicoUniversidad Autónoma MetropolitanaVuela plumaLa Razón; Laberinto, etc.) Desde 1994 labora en los campos de investigación cultural y literaria; organización de ferias y exposiciones; producción editorial y fotográfica. Ha creado con sus dos hijos Miguel Borzelli Arenas y Margarita Borzelli González, un banco fotográfico de creadores y personajes del mundo cultural.

Ellas, en la idílica fotografía de Alexander Caballero Díaz

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Alexander Caballero Díaz es un fotógrafo del Perú que usa la cámara como medio de conocimiento y de integración.

Al juzgar las imágenes aquí presentes, en su posición de espectador, ojo detrás del lente de la cámara, conoce y fantasea en un mundo femenino que resulta ser sinónimo de lo bello. No es un ojo fetichista ni uno que interrumpa el espacio privado, sino un ojo que romantiza y ofrece un mundo de melancolía.

Caballero Díaz convierte al objeto y al sujeto fotografiado en algo bello. Reproduce lo que ve y lo que sueña, encarna el mundo al que pertenece, pero que no conoce en su totalidad sin el proceso fotográfico. El mundo de sus mujeres es el mundo de su memoria y de su identidad.

La fotografía como instrumento de conocimiento integra sensibilidades y universos íntimos. Revela idilios que, con el transcurrir del tiempo, consolidan una memoria que felizmente transgrede su reverso, que es el olvido.

 

 

 

 

 

 

 

 

Alexander Caballero Díaz is a Peruvian photographer that made use of the camara as an instrument of knowledge, understanding, and integrating.

In these ten photographs Alexander shows that positioning himself as a spectator, his eye in front of the camera learns and fantasies about a feminine world. It is a space where the feminine ideals are an expression of beauty. Alexander’s eye is not a fetish one, it is not an eye that interrupts a private space, but it is an eye that romanticizes and melancholies his world.

As creator with photography media, Alexander transforms the object and/or the photographic subject in something beautiful, in something more than a substance. He reproduces what he sees and dreams, as a photographer he incarnates his personal world but that he does not know in its totality without the process of photography. The world of his woman is the one of his memory

and his identity.

By this means, photography is aim by Alexander as an instrument of knowledge and understanding. The photographic camera is the master for the photographer itself, it is the result, the image itself, the memory, and the instrument to expose an idyllic space.

 

 

Indira Yadira Ariana García Varela (Chihuahua, 1982) is a doctoral student in the Department of Spanish and Portuguese at the University of Kansas and the Director and Curator of KantArt Photo Digital Gallery. Her research concentrates on the genealogy of the arts and interrelation of visual and literature images. In 2012, she received her B.A. in Art History, Philosophy and Museum Studies from Arizona State University. Aside of her literary studies, her interest includes photography, curatorial studies, and critical theory. She is currently affiliated with and teaching in the Universidade de Santiago de Compostela. She has served as editor of Contrapuntos V, and editor of photography of Contrapuntos VI-VII-VIII.

 

Bolero

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Amor, dolor y bolero – una educación sentimental y continental

La canción La rosa roja (Oscar Hernández, 1926), parece resumir lo esencial del género musical latinoamericano por excelencia, el bolero:

 

Así fue mi primer y único amor:
nació de una rosa,
perfume y espina,
amor y dolor.

 

El amor es, en el bolero, un asunto serio, imperioso y doloroso. El amor es pasión y es condena, pero peor que sufrirlo es no haberlo vivido. La rima consonante amor-dolor –a la que se suma la asonante corazón y muchas más– es más que un simple recurso poético básico y, tal vez, cursi, es, más bien, la unidad semántico-lírica fundamental de un género musical y literario que abarca decenas de miles de canciones, y otras tantas de compositores e intérpretes, por no hablar de un público de millones de personas de un continente entero.

El bolero es un género excepcional en más de un sentido. Durante al menos unas cuatro décadas se mantuvo como el género musical más importante de Latinoamérica y uno de los más populares en varios países. Toda nación hispanoamericana tiene sus intérpretes y compositores de boleros, muchos de los cuales llegaron a tener fama continental, lo cual apunta hacia otra dimensión esencial del género, su carácter transnacional. Las mismas canciones e intérpretes han pasado de país en país a través de la radio y la reproducción fonográfica borrando fronteras nacionales y haciendo del bolero una especie de bolivarianismo del discurso amoroso. Y he aquí otra característica fundamental del bolero, pues tiene un solo tema, el amor. Como género tiene, pues, doble definición: por su ritmo y estilo musicales, por un lado, y, por otro, por la temática de sus letras. Además, no solamente trata el bolero del amor, sino que pone a este sentimiento en una perspectiva específica, la del amor-pasión, que es, también, la del amor con dolor. La imposibilidad del amor, la separación de los amantes, la imposibilidad del olvido y, a veces, casi como excepción, la dicha de poder abrazar al amado, a la amada. En resumen, por su masividad, por su popularidad, su carácter transnacional y, por su temática amorosa, el bolero fue, en su momento, una especie de catálogo de los sentimientos y del discurso del amor (Castillo Zapata 1990) –y del desamor– que se constituyó en una educación sentimental (Peza 1994) de varias generaciones de latinoamericanos.

Para ellos, el bolero era un género musical y literario que se lee con el oído, al escuchar su letra, y se escucha con el cuerpo entero al bailarlo.

El estudio que sigue a esta introducción contiene tres secciones principales: la primera consistirá en una breve introducción histórico-musical del género, a la que sigue una reflexión sobre la relación que mantiene con los procesos de modernización socioeconómica de la primera parte del siglo XX y, también, con el modernismo literario. Concluye esta sección una discusión del género musical como factor de creación de subjetividades socio-individuales. En la segunda sección se estudiarán la estructura de enunciación y el uso del tiempo en el bolero, así como su versatilidad de género-sexo de sus letras. La tercera sección se aproxima al bolero a través de la semántica de sus letras. En ocho apartados se analizarán distintas temáticas principales, partiendo de la hipótesis de que recorren el género dos elementos fundamentales, el amor pasional y fatal, por un lado, y, por otro, la ausencia.

Los compositores e intérpretes se identificarán por su nombre artístico. Dados la perspectiva general y el enfoque principal en las letras de este trabajo, no se incluyen referencias discográficas. El concepto de género se utiliza en este texto en dos sentidos distintos: el de género musical o literario, por un lado, y, por otro, en el de género sexual. En algunos casos se explicita este último uso recurriendo al término género-sexo o género sexual. He intentado, por otra parte, evitar una dominación masculina lingüística explícita mediante diferentes estrategias textuales, con éxito probablemente limitado. He evitado, sin embargo, el uso consecuente de la indicación de dos géneros gramático-sexuales alternativos al estilo de “el/la”, ya que tal recurso a la larga tiende a cansar al lector.

 

I Historia y características generales del bolero  

Origen, definición y evolución[1]

El bolero es una canción bailable de tiempo lento, de origen cubano, que originalmente se ejecuta en un compás 2/4 que luego deriva en otras variantes (3/4, 4/4 etc.) y combinaciones, manteniendo, siempre, su carácter de baile lento (Loyola Fernández 1997). El modo musical puede ser tanto mayor como menor y, en muchos casos se da una combinación, de modo que hay una sección en menor y otra en mayor. Presentaba, además, una breve introducción o preludio melódico, ejecutado en la guitarra, y un interludio o pasacalle entre las dos secciones de canto acompañado. El esquema rítmico se origina en el cinquillo cubano, que era el ritmo del danzón, género bailable surgido a raíz de la inmigración franco-haitiana a principios del siglo XIX, tras la revolución en Haití. Al mismo tiempo recibe la influencia de la trova tradicional cubana, sobre todo la de Santiago, considerado la cuna del bolero. Así, el bolero tendría influencias afrocaribeñas, francesa e hispana, y, indudablemente de otras fuentes, como la canción lírica francesa y napolitana (Évora, 2001). Sobre la posible relación con el baile español llamado bolero, anterior al bolero cubano, no hay consenso, pero las diferencias son tan marcadas que es difícil suponer que el español sea origen del cubano ni que la homonimia indique una relación esencial entre ambos géneros. Sí es de consenso general que el primer bolero es Tristezas, de José, “Pepe”, Sánchez (1856-1918), sastre de profesión, compuesta en Santiago de Cuba a principios de los 1880 (Loyola Fernández 1997; Évora, 2001; Santamaría-Delgado, 2014; Zavala, 2000, Torres, 2002 y otros). Los primeros boleristas eran, como José Sánchez, trovadores, cantantes y compositores que se acompañaban de guitarra.

El bolero se fue perfilando como variante musical de la canción romántica cubana a fines del siglo 19 y principios del 20 con la participación de trovadores y compositores como Sindo Garay (1867-1968), Alberto Villalón (1882-1955), Gonzalo Roig (1890-1970), Eusebio Delfín (1893-1965) y otros. Ya a principios del siglo 20 es llevado a La Habana, con lo que aumenta su popularidad a la vez que evoluciona musicalmente. De Cuba el bolero pasa a México vía Yucatán, de donde viene uno de los primeros grandes boleristas mexicanos, el meridense Guty Cárdenas (1905-32). Pronto pasará a la Ciudad de México, donde se erigirá el ‘imperio del bolero’ de Agustín Lara (1897-1970). Cárdenas se destacaría en un concurso musical con su bolero Nunca en 1927, y esta canción inspiró a Lara a componer su primer tema reconocido, Imposible. En Cuba, al mismo tiempo, Ernesto Lecuona (1895-1963) se va perfilando como el gran compositor de boleros. Ya en la década de los 1930, el bolero era uno de los géneros más populares en Cuba y México, las dos naciones bolerísticas por excelencia, y había pasado a Puerto Rico, la tercera gran nación del bolero, para luego seguir a otros países hasta convertirse en un género latinoamericano (Torres, 2002). De esta manera, casi todos los países hispanoamericanos tendrán sus propios intérpretes y compositores, conformando, como sugerido, un género musical auténticamente latinoamericano, una especie de bolivarianismo de la cultura popular. El bolero ofrecía –y ofrece–  un repertorio general, que cantaba la mayoría de los cantantes y escuchaba el público independientemente de su nacionalidad. Un sinfín de tríos, solistas y orquestas de casi todo el continente latinoamericano se escuchaba por radio y en discos, los medios más populares. Si bien México, Cuba y Puerto Rico eran los grandes aportadores de compositores e intérpretes, otros países dieron artistas de talla continental como Julio Jaramillo, “el ruiseñor de América” (Ecuador, 1935-78), Leo Marini (Argentina, 1920-2000), quien llegó a cantar con la Sonora Matancera, agrupación cubana fundada en 1920 y desligada de Cuba desde 1960. El chileno Lucho Gatica (1928-2018) llegó a ser uno de los intérpretes más populares en su momento, entre otras cosas por la calidad de su voz, su registro vocal andrógino y su técnica de rubato, al estilo ‘crooner’ (Party, 2012).

El estilo de Gatica y otros cantantes de la época de los 1950 y 60 representan modelos de fraseo, esquema rítmico e interpretación más libre, con lo que se va modificando la percepción musical exacta de lo que es un bolero. Esto ocurre sobre todo en el llamado estilo filin, que se desarrolla en La Habana y otras ciudades cubanas desde fines de los 1940 para imponerse como estilo bolerístico muy popular en Cuba a lo largo de los 50 y 60 e, incluso hasta hoy, con compositores y cantantes como José Antonio Méndez (1927-1989), César Portillo de la Luz (1902-2013), Marta Valdés (1934-), Elena Burke (1928-2002), Omara Portuondo (1930-) y, más tarde con Pablo Milanés (1943-) y un buen número de intérpretes contemporáneos.

En el filin se nota la influencia del jazz, del bossa nova y de otros géneros en el fraseo libre y los acordes y harmonías complejas. Además, representa literariamente una poética más cercana al habla cotidiana y una conceptualización del amor y del desamor menos trágica que las del bolero tradicional.

En esta misma época, el repertorio del bolero es influido por la balada romántica y otros géneros similares, de modo que las fronteras antes tan nítidas del género del bolero empiezan a borrarse desde el punto de vista musical –esquemas rítmicos y melódicos más variados– y literario, pues aunque se mantiene siempre el tema amoroso, la manera de tratar el tema resultará más variada.

A partir de los 1970, empieza a hablarse de una decadencia del bolero –tema bastante controvertido, por cierto– pero ya en los 90 se da una especie de renacimiento del género (que será negado por quienes no aceptan la idea de una decadencia). Por un lado, lo retoman muchos cantantes jóvenes (o relativamente jóvenes) como Pablo Milanés, que procede de la Nueva Trova cubana. Milanés canta boleros clásicos con maestría vocal y, en algunas de sus propias composiciones –Yolanda, El breve espacio en que tú no estás, Para vivir y otras– se nota la inspiración tanto musical como temática del bolero. También en Cuba, el movimiento cultural y comercial en torno a los músicos de Buena Vista Social Club contribuyó a aumentar el interés por la música tradicional cubana, el bolero incluido, a nivel global. Cabe mencionar a cantantes como Omara Portuondo e Ibrahim Ferrer (1927-2005) y varios otros que tienen temas de bolero en su repertorio. Más recientemente, cantantes latinos como Marc Anthony (Marco Antonio Muñiz, Nueva York, 1968-) y Lila Downs (México, 1968-), incluyen el bolero en un repertorio cantado en inglés y en español (y mixteco, zapoteco y otros idiomas originarios en el caso de Downs). El actor y cantante Cristian Castro (México, 1974-) recicla boleros y baladas en estilo pop. Este renacimiento también se ha producido en España, donde cantantes populares como Martirio (1954-), Luz Casal (1958-) y, más recientemente, Buika (1972-) o Diego el Cigala (1968-) han incursionado en el bolero con éxito. Parte de este renacimiento exitoso del bolero es su presencia en el cine, siendo el ejemplo más conocido sin duda el caso de Almodóvar, quien ha usado varios boleros en sus películas, incluyendo temas cantados por una de las grandes boleristas, Chavela Vargas (Costa Rica, 1919- México, 2012) y uno de los boleros más conocidos de Lara, Arráncame la vida, cantado por Luz Casal.

La historia del bolero evidencia la fuerza, constancia e importancia del género, pero también los cambios que padece, no solamente estilístico-musicales y poéticos, sino en su relación con el público. En su momento de apogeo, el bolero tenía una enorme fuerza de interpelación para gran parte de la población latinoamericana, siendo para muchos jóvenes, y no tan jóvenes, fuente fundamental de conocimiento e inspiración amorosos. El bolero no era simplemente, para las generaciones de los 1930, 40, 50 y hasta 60, una música preferida –o la música preferida– sino una especie de marco ético-epistemológico para la vida amorosa. Servía para enamorar, para comprender los sentimientos propios y ajenos y para consuelo en el desamor. El momento de decadencia entra en los 1960 y 70, cuando el género va perdiendo su fuerza y dinámica, y cuando ya no es capaz de interpelar a las nuevas generaciones de las décadas de los 1960 y posteriores, para quienes el bolero era un género demodé, cursi y hasta reaccionario. El bolero conserva un público mayor de edad, pero entre las generaciones jóvenes hay, también,  quienes aprecian sus cualidades musicales y literarias. Hoy el bolero tiene un público de muchas edades y condiciones distintas que lo escuchan en las voces tradicionales de la época de oro y también en las voces nuevas que se siguen sumando a las ya mencionadas. El bolero se manifiesta en festivales y conciertos, y está muy presente en Youtube, Spotify y otros medios de difusión musical. Pero hoy el bolero se escucha y se vive de otra manera: las letras y la música podrán impresionar y se disfrutará la calidad de la interpretación, incluso, podrá llorarse al reconocer una emoción, al recordar un amor, pero el género es un género entre muchos, y difícilmente constituirá ya una educación sentimental y amorosa fundamental para una generación de jóvenes. El bolero se disfruta, pero ya no se vive y se performa como en otros momentos.

 

Urbanidad, modernización y modernismo

El bolero es contemporáneo con una serie de procesos de modernización social y económica: industrialización, urbanización, migración del campo a la ciudad, aumento de escolaridad y alfabetización, creación de nuevas clases medias y medias bajas, así como la creación de nuevos medios de difusión masiva, dirigidos a un público muchísimo más amplio que el de la prensa y los libros tradicionales. El bolero se inserta en estos procesos (Santamaría-Delgado, 2014; Gelpí, 1998), ofreciendo a las clases sociales nuevas, y no tan nuevas, un producto cultural distinto y atractivo que se consume mediante el uso de tecnología innovadora, como la radio y el fonógrafo. Estos procesos de modernización toman fuerza en las décadas de los 1920 y 30, y el proceso de urbanización e industrialización, factor principal para la creación de las capas sociales nuevas, continuó hasta, al menos los 1960 y 70, llevando a las grandes ciudades y su vida a gente procedente del campo. El bolero y otros géneros de cultura popular no solamente acompañan estos procesos, sino que son un factor fundamental en la formación de los sujetos sociales urbanos, suburbanos y, más tarde, también rurales, para quienes la radio y, si la economía familiar lo permitía, el cine y el disco sonoro y, desde los 1950 o 60, la televisión formarían parte de la educación de niños, adolescentes y adultos.

La poesía de este género musical, por otra parte, emanaba de la fuente del modernismo hispanoamericano (Muñoz-Hidalgo, 2007; Zavala, 2000). Como género musical popular, el bolero es una literatura de consumo y de uso, una literatura popular (Muñoz-Hidalgo, 2007) que ofrece un mundo de vida y un modelo parcial de interpretación de la vida, inspirada, a la vez, en fuentes poéticas y concepciones del amor de la cultura occidental. Con el modernismo, la poesía del bolero comparte una serie de rasgos, desde la coincidencia temporal de sus inicios hasta preferencias de un vocabulario culterano, ciertas metáforas y otras figuras, actitud pagana y cierto desprecio por la realidad social además de –lo esencial– la temática amoroso-dolorosa (Muñoz-Hidalgo, 2007; Zavala, 2000:56-59). Al mismo tiempo, la poesía boleresca se nutre de fuentes más antiguas –que a su vez inspirasen a los modernistas– como la poesía cancioneril (Soto Vázquez, 2008), el romanticismo, así como el amor y la poesía cortesanos (Ordóñez, 2002) y la poesía medieval italiana (Lara Romero, 2001). Un elemento principal y común denominador en estos parentescos y semejanzas es la concepción del amor cortés y el amor-pasión que atraviesa la cultura occidental, aunque en competencia con una idea del amor matrimonial y por la Iglesia consagrado (Rougement, 1974; Peza, 1994). El bolero es el heredero en la cultura popular latinoamericana de una visión del amor que ve en la pasión el valor más alto y, en última instancia, único, de la vida y que, además, lleva invariablemente a la tragedia.

 

Un género que se vive y se performa

El concepto de género (Bajtín, 1997: 248 ff) sirve para diferenciar el bolero de otros géneros musicales y literario-musicales. Conociendo los criterios musicales y literarios que lo definen, el conocedor sabe distinguir si una pieza musical es un bolero o no. A la vez, el género recibe influencias en su diálogo con otros géneros, creando subgéneros –el bolero-cha, el filin, el bolero-ranchera etc. – y espacios liminales, que se dan, por ejemplo, cuando en un mismo disco, programa radial o concierto se ofrecen temas musicales que técnicamente son boleros junto con otros que no lo son, pero que manifiestan una poética musical y literaria parecidas. Así visto, el bolero comprende subgéneros y números musicales que por el esquema rítmico u otra particularidad no se definirían como tales, pero que forman parte del espacio liminal del bolero al escucharse, sentirse y hasta bailarse como tal.

Además, con la participación fundamental del público, el género constituye un mundo subjetivo e intersubjetivo, o semiosfera (Lotman, 1990) en que se inserta el/la consumidor/a que entra en el diálogo que se constituye entre ella o él y la dimensión emisora –la radio, el disco, el o la intérprete etc.–. El conocimiento y las expectativas del/la consumidor/a son parte de este diálogo: se sabe lo que es un bolero, o una canción parecida a un bolero, se sabe que habrá un tema de amor, que habrá, probablemente, desdicha y belleza, amor y dolor, ausencia del ser amado y, si el espacio y la situación lo permiten, habrá posibilidad de bailar, y, con suerte, de hallar un amor. Para que esto funcione, entran en juego dos mecanismos comunicativos fundamentales, la deixis (Benveniste, 1971, Gustafsson, 2013) y la interpelación (Althusser, 1993; Gustafsson, 2013). Al escucharse un bolero, este interpela en nombre propio, o sea como un producto literario-musical con su disfrute y mensaje, y también en nombre del género con su número casi ilimitado de canciones, intérpretes, compositores y mensajes amorosos. La interpelación implica una llamada que convierte en sujeto al aludido (Althusser, 1993). Pero este no es receptor pasivo, sino que pone de su parte su “yo”, entrando en el espacio semiótico, o sea, la semiosfera, del bolero mediante la deixis. Al ocurrir esto, el/la sujeto-consumidor/a se hace parte activa del espacio genérico del bolero, y performa (Castillo Zapata, 1990; Zavala, 2000) su propio papel en el espacio comunicativo, papel que implica escuchar, seguir el canto con el pensamiento y, tal vez, la voz, bailar si hay ocasión, incluso ejecutar con voz y guitarra un bolero en una reunión o frente a la persona amada. El bolero se performa y se vive y, para gran parte del público de la época de oro constituía esa educación sentimental mencionada arriba (Peza, 1994), o, según Zavala (2000), una manera de vivir el amor. Las modalidades del discurso amoroso, parte de las cuales se analizarán más adelante, constituyen, pues, una especie de guía o recurso para que el sujeto se sitúe y actúe en el mundo amoroso.

 

II Enunciación, tiempo y género en el bolero

 

Una canción de mi a ti – estructura de enunciación

La estructura poética bolerística consiste de un sujeto-yo que le canta a un objeto-sujeto- (Peza, 1994:303; Zavala, 2000; Alvarado, 2007). El sujeto-oyente, al ser interpelado por la canción, entra en la letra y la canción asumiendo la posición de ese yo que canta y lamenta su pasión por el : Mas si pretendes remover las ruinas… (Cenizas, Wello Rivas, México, 1913-1990), Mujer, si puedes tú con Dios hablar… (Perfidia, Alberto Domínguez, México, 1906-1975), Cuando vuelva a tu lado/ no me niegues tus besos… (Cuando vuelva a tu lado, María Grever, México, 1885-1951) o Arráncame la vida/ con el último beso de amor (Arráncame la vida, Agustín Lara). En algunos casos, el tú no es la persona amada, sino un objeto distinto –un reloj o la noche de ronda – que simboliza, no exactamente al objeto amoroso, sino su ausencia: … y tu tic-tac me recuerda/ mi irremediable dolor (El reloj, Roberto Cantoral, México, 1930-2010), Noche de ronda/ qué triste pasas […] por mi balcón (Noche de ronda, Agustín Lara). En algún caso el tú es un Usted, como en el tema de Gabriel Ruiz (México, 1908-1999) que lleva tal título (Usted): Usted es la culpable/ de todas mis angustias. De manera muy similar se le culpa al tú de que ande como anda el sujeto lírico, borracho/a y apasionado/a, en el bolero ranchera Tú, solo tú (Felipe Valdés Leal, México, 1899-1988).

El consumo del bolero implica una apropiación e identificación. Esta identificación yo-tú contiene dos dimensiones: una es personal y específica e implica que la o el sujeto-oyente da al yo su propia identidad y al tú, la identidad de su amado/a. También puede apropiarse al revés, entrando en la letra identificándose con el objeto del amor, el tú. La otra apropiación es más abstracta; el/la oyente no inserta en la letra su historia personal, sino que asume el sentimiento del bolero en cuanto deseo del amor sublime y aceptación de esa pasión como verdad y anhelo absolutos. Ambas dimensiones no son fácilmente discernibles, más bien tienden a sobreponerse una a otra. Y es en la confusión de estas dos dimensiones donde el sujeto asume plenamente la identidad y el ser del bolero: vive su propia historia de amor y dolor, ya sea en el recuerdo o en su propio presente y, a la vez, forma parte de un mundo de vida mayor que el suyo propio, el mundo del amor-pasión según el bolero, el mundo de un amor como no hay otro igual (Historia de un amor, (Carlos Eleta Almarán, Panamá, 1918-2013) donde se ama solamente una vez (Solamente una vez, Agustín Lara). La semiosfera del amor ofrece una utopía de la pasión, un espacio amoroso literario-musical, donde no cabe la felicidad en sentido tradicional, porque esa felicidad pertenece al mundo vulgar de lo posible y es incompatible con la gran pasión. El bolero ofrece una utopía alternativa, la del reino del amor y la pasión, basada en el placer de la música y las palabras, de los cuerpos y las almas, abierta a todos, sin distinciones de clase, género, nacionalidad, raza o sexualidad.

 

Imploración y tiempo de drama

Un bolero es, según se ha visto, una invocación y una declaración de amor o, en algunos casos, de desamor. Quien la escucha recibe o emite un sentimiento de amor (o desamor) y, bailarlo en pareja simula la relación amorosa. Su corpus de letras es un inmenso catálogo de retóricas de la pasión, separación y atracción para ser puestas en una carta o sopladas suavemente al oído. En muchos boleros, a la declaración se le añade el ruego, la imploración al objeto de la pasión, para que este ceda al deseo del sujeto. En el ruego se hace uso, muchas veces, del imperativo, sin que eso modifique la posición implorante e inferior del sujeto-yo.

Desesperadamente, de López Méndez y Gabriel Ruiz (México, 1902-1989 y 1908-1999, respectivamente) contiene estos elementos:

 

Ven, mi corazón te llama,
¡ay! desesperadamente…
Ven, mi vida te reclama,
ven, que necesito verte.

 

El sujeto lírico suplica desesperadamente, mediante el imperativo, el regreso del ser amado, desdoblándose en el corazón y en ‘mi vida’. En la segunda estrofa se repite el ruego, agregándosele un elemento de certeza por parte del sujeto amante, a la vez que la música pasa de menor a mayor:

 

Sé que volverás mañana,
con la cruz de tu dolor…
¡Ay! mira que forma de quererte.
Ven, que necesito verte.

 

Desesperadamente se puso a la venta en 1965 como parte del LD Cuatro vidas, que fue el segundo que grabó Eydie Gorme[2] (Estados Unidos, 1928-2013) con Los Panchos y que contribuyó enormemente a la fama de ella en el mundo hispánico y del trío en el mercado internacional de música. La canción titular del disco es otra declaración de un amor infinito: Si tuviera cuatro vidas/ cuatro vidas serían para ti (Cuatro vidas, Justo Carreras[3], México). Una vida sola no basta para el mandato del amor y de la pasión.

El uso del tiempo en las letras de bolero se acerca, por su modelo de enunciación, al del drama más que al texto narrativo. Puede contener elementos y estructuras narrativos parciales, pero la forma básica es la del “monólogo dialógico” mencionado, un/a yo que le habla a un/a tú, tal vez ausente o de ausencia venidera. Incluso cuando se refiere a una historia, las referencias a ella son fragmentadas y esporádicas: Es la historia de un amor como no hay otro igual, que me hizo comprender todo el bien, todo el mal (Historia de un amor). El bolero hace poco uso del pasado, fijándose en el presente sufrido y en un futuro de dicha deseada y desdicha probable o inminente. El bolero que tal vez mejor ilustre esta idea es El reloj, ya comentado. El motivo poético principal aquí es el tiempo, representado metonímicamente por el reloj, al que se le pide detener su avance: Reloj, no marques las horas/ porque voy a enloquecer/ella se irá para siempre/ cuando amanezca otra vez. El tú amado es sustituido por el reloj, mientras el ser amado se mantiene en tercera persona, aunque se le supone presente: para que nunca se vaya de mí. Pero esta presencia es ya ausencia, ausencia futura que es más real e importante que la presencia del momento actual. No se relata ni se dramatiza la noche de amor del ahora ni la dicha de los cuerpos amantes, sino lo que vendrá, irremediablemente: la separación y la infelicidad. Las circunstancias concretas no importan ni se calcula la posibilidad de luchar contra el fatal destino, porque el amor y la pasión son tan grandes que aun si traen un momento de dicha, este será siempre fugaz y la infelicidad eterna, como lo dictan las leyes del amor-pasión (Rougement, 1974) y del género del bolero: ella es la estrella que alumbra mi ser/ y yo sin su amor no soy nada. El presente pasional en esta canción está, en cierta manera, paradójicamente estorbado por la presencia del cuerpo amado. Por eso, la pasión ha de mirar hacia el futuro inmediato que traerá la separación y, con ella, la desdicha, el sufrimiento de la ausencia de la persona amada, esencia verdadera de la auténtica pasión.

En otros boleros, como Bésame mucho de Consuelo Velázquez (México, 1916-2005) o Arráncame la vida, la percepción del tiempo es parecida: se pide, mediante el uso del imperativo, presente dirigido hacia un acto del futuro inmediato, un último beso apasionado o muchos besos porque, aunque los cuerpos estén juntos y el amor presente, peligra la separación. No hace falta una razón, ninguna explicación es necesaria, es la condición del bolero.

 

La versatilidad – género, sexo, persona

En la relación entre sujeto humano y bolero, el bolero capta a la persona, haciéndola su sujeto a la vez que la persona hace suyo el bolero, usándolo, convirtiéndolo en una de las claves para interpretar sus propios signos de vida. Ya se ha visto que el modelo comunicativo y la estructura semántica típicos del bolero –con su yo y su – facilitan esta relación entre género musical-poético y sujeto. Yo y tú son signos verbales vacíos que funcionan como puertas de entrada al discurso: la frase Sufro mucho tu ausencia (Desvelo de amor, Rafael Hernández, Puerto Rico, 1892-1965) permite a cualquier persona sufrir por cualquier otra persona. Toda persona puede identificarse con el yo o con el , según las circunstancias y, a la vez, saberse parte de una comunidad de aficionada/os y enamorada/os mayor (Knights, 2001: 2). Las letras del bolero –con pocas excepciónes– son versátiles en cuanto clasificación del sujeto lírico e identificación con el sujeto oyente – ya sea por edad, género e, incluso, orientación sexual (Zavala, 2000: 115-124; Peza, 1994: 303; Lara Romero, 2001: 30; Santamaría-Delgado, 2014: 184). En algunos casos, hará falta convertir una o en una a (o viceversa): Y aunque viva prisionero/a (Flores negras, Sergio de Karlo, Cuba, 1911-2010) o modificar algún pronombre: ella/él se irá para siempre (El reloj) u otra palabra para que el sujeto lírico (o el sujeto oyente) cambie de masculino a femenino o al revés. Ello no implica que el género del bolero sea neutro o completamente equitativo en cuanto género sexual: hay muchas más composiciones y compositores masculinos que femeninos, y hay letras que por razones poéticas, rítmicas o semánticas no permiten un cambio de género-sexo fácil. Un ejemplo: la posición, dicción y función rítmica de la palabra “mujer” al inicio de la segunda estrofa de Perfidia hace difícil un cambio –Mujer, si puedes tú con Dios hablar– y, la mayor parte de las versiones de este bolero por cantantes femeninas mantienen la letra original.

Cuando una cantante interpreta un tema cuya letra original indica un sujeto lírico masculino hay tres opciones básicas: la primera y más frecuente es que la letra se ‘invierte’ en cuanto género, de modo que el género gramatical y sexual del yo concuerda con el de la artista y el del tú en masculino. La segunda opción es dejar la letra tal cual, de modo que la artista femenina interpreta la canción en su versión original, en principio, sin hacerla suya, es decir, sin que el dolor expresado sea su dolor por su amor hacia un objeto amoroso masculino y, en tal caso, la voz, cara y cuerpo cantantes no se identificarían con el yo lírico. Así, la voz cantante puede ser neutral o bien podría ser el objeto femenino del deseo y amor expresados, de la misma manera que un/a oyente podrá optar por sentirse objeto deseado, ser el tú y no el yo de la letra: Dime si tu boca/[…] es para mí (Enamorada, Agustín Lara). Cabe también la posibilidad de una tercera opción, que la cantante se dirija a una mujer, ambigüedad que no siempre se resuelve, ya que muchas letras no indican el género del yo. Hay cantantes como la mexicano-costarricense Chavela Vargas y la cubana María Teresa Vera (1895-1965) que tienden a transformar la letra, donde es posible, de modo que el sujeto-yo, tanto como el objeto-tú sean de género femenino.

La situación a la inversa, o sea, cuando un cantante masculino interpreta un bolero compuesto y escrito por una compositora, generalmente no presenta la misma problemática: los boleros más conocidos e interpretados de dos de las compositoras de bolero más importantes, las mexicanas María Grever y Consuelo Velázquez, no traen en su letra un indicio claro de que el objeto deseado sea masculino, o bien son fáciles de modificar para que las cante un hombre a una mujer. En algunos casos, el objeto de amor parece ser una mujer, como en Te quiero, dijiste (también conocida como Muñequita linda), de María Grever [4]. Las compositoras cubanas Tania Castellanos (1920-1988) y Marta Valdés también facilitan que sus canciones sean cantadas por hombres tanto como mujeres: En nosotros (Castellanos), Deja que siga sola/o (Valdés) son boleros interpretados sin dificultad por cantantes de uno y otro género-sexo.

La versatilidad y ambigüedad sexual del bolero abre la posibilidad de ver en él otras orientaciones sexuales que las normativas de la moral de la época, según señalan diferentes autores, como Zavala (2000), convirtiéndolo en transgresor y queer en un momento posterior, sobre todo según se representa en la película El beso de la mujer araña (1985) de Héctor Babenco, basada en la novela homónima de Manuel Puig (1976) y, además, en varias películas de Almodóvar (Strongman, 2007). Ya se ha señalado que algunas cantantes optan por cantarle a un objeto de deseo femenino. El bolero filin Tú me acostumbraste, del cubano Frank Fernández (1927-2014), según señala Zavala (2000: 120-21), permite interpretaciones de amor homosexual al insinuar, más que evidenciar: Yo no comprendía/ cómo se quería/ en tu mundo raro/ y por ti aprendí. La versión de esta canción por Olga Guillot (Cuba, 1922-2010, EUA) se convirtió en una especie de himno de Orgullo Madrid en 2019 al formar parte del video oficial.

En resumen, la orientación sexual y de género de cada bolero y de su conjunto no es un hecho dado, sino que forma parte del uso y la apropiación que se hace de él. La relación amorosa real o ficticia con que cada oyente identifica el bolero que escucha es el hecho definidor del mismo. Un mismo bolero puede representar el amor de un hombre por otro hombre, de un hombre por una mujer, de una mujer por otra mujer o de una mujer por un hombre para mencionar tan solo las opciones clásicas de la percepción de género y sexo en la época de la grandeza del bolero. Cada cual escucha, baila y ama según su manera de entrar en la música y de utilizarla.

El sujeto del bolero es, por otra parte, un sujeto casi desnudo de atributos identitarios: lo que importa es su relación con el amor, puro y pasional, y en el amor importan el género y el sexo en la versátil relación ya descrita, pero no la clase, la raza, la nacionalidad, salvo excepciones raras. La diferencia de clases o la pobreza, raramente mencionadas, más bien sirven para indicar la pureza y fuerza superior del amor, como en Sabor a mí (Álvaro Carrillo, México, 1921-1969): En la vida doy lo bueno/ ¿si soy tan pobre qué otra cosa puedo dar? o en Vámonos, de otro mexicano, José Alfredo Jiménez (1926-1973): Yo no entiendo esas cosas/ de las clases sociales/ sólo sé que me quieres/ y te quiero yo.

Lo que podría entenderse como posibles alusiones a una raza, más bien son el fragmento del cuerpo amado donde se concentra el deseo: Aquellos ojos verdes de los cubanos Adolfo Utrera (1901-1931) y Nilo Menéndez (1902-1987) o esos otros Ojazos negros de un raro fulgor (La gloria eres tú, de José Antonio Méndez, Cuba, 1927-1989) o, en la misma línea: Ojos negros, piel canela que me llegan a desesperar (Piel canela, de Bobby Capó, Puerto Rico 1922-1989).

El bolero es, en conclusión, un género musical enormemente dúctil. Interpela e identifica, en potencia, a todo sujeto dispuesto a asumir su música y su letra, principalmente a latinoamericanos, independientemente de su clase social, género, raza, etnia[5] o nacionalidad, creando un espacio semiótico-cultural para esta identificación, una semiosfera común y a la vez diferenciada que permite a cada individuo y cada grupo reflejarse en ella (Knights, 2001: 7).

 

III Modalidades del discurso amoroso en el bolero

 

Amor pasional – amor fatal

La letra del bolero se construye, con poquísimas excepciones, sobre un solo tema, el amor, y del amor hay un solo modelo, el amor pasional entre dos personas. No existe en este universo el amor filial; los amantes, pese a sus encuentros físicos, no son madres y padres, en las separaciones no hay hijos que cuenten, solo el amor y la pasión. Y, de este amor, hay una sola concepción: el amor fatal. El amor es fatal en el doble sentido de inevitable e infeliz. El amor no se busca, sino que llega como un flechazo que requiere todo del sujeto: toda su atención, todas sus emociones, su tiempo todo, Toda una vida, según Osvaldo Farrés (Cuba, 1903-1985). El amor llega sin ser invitado y aunque lo ocupa todo y causa infelicidad, es la mayor y, en última instancia, única dicha verdadera en la vida: Sin un amor/ la vida no se llama vida […] sin un amor/ no hay salvación (Sin un amor, letra de Jesús (Chucho) Navarro, México, 1913-1993 y música de Alfredo Gil, México, 1915-1999[6]). El amor es fatal, pues, por ser cosa del destino e incontrolable, y lo es por ser lo único verdaderamente importante en la vida. Y ese amor, además, toca Solamente una vez (Agustín Lara): Una vez nada más se entrega el alma/ con la dulce y total renunciación, una sola vez llega la dicha con sus campanas de fiesta que cantan en el corazón, pero la desdicha está presente, porque la naturaleza misma de la pasión es así: solo en la adversidad puede durar. El uso del tiempo verbal nos lo cuenta, pues esto ocurre una sola vez y ya ocurrió: Solamente una vez, amé en la vida. La verdadera pasión es una necesidad imperiosa e imposible, según lo cuenta Pedro Junco (Cuba, 1920-1943) en Nosotros, el bolero que lo inmortalizó y que escribió poco antes de morir de tuberculosis: Nosotros/ que nos queremos tanto/ debemos separarnos/ no me preguntes más… Como muchas otras canciones, esta tiene su historia original, pero no es la enfermedad y la temprana muerte de Junco lo que performa cada pareja que se ama en un amor imposible, sino su propia historia y separación, que también sería la de tu barca tiene que partir (La barca, de Roberto Cantoral), y, tal vez mañana yo ya estaré lejos (Bésame mucho) y porque el destino ha querido que vivamos separados, como reza Dos cruces de Carmelo Larrea (España, 1908-1980), canción española cantada y grabada como bolero por varios artistas españoles y americanos.

Ya se ha sugerido que el relato en las letras del bolero está casi ausente, pero en su apropiación lo produce el que lo consume: cada historia de amor tiene su bolero y cada bolero tiene muchas historias de amor. Cambia con cada performance, es decir, cada vez que se escucha, se baila, se recuerda o se canturrea al oído amado. Más que un relato, lo que cuenta es la dicha y la desdicha mayores: la pasión única y eterna y su imposibilidad. La naturaleza verdadera del amor-pasión es esta insoluble contradicción: solo en la desdicha de la pasión imposible es posible la dicha de la pasión. En la semiosfera del bolero, el sujeto está delante de una disyuntiva de dos desdichas: o se vive una vida sin un amor, que no es vida, o se vive una pasión plena, consumada o no, que, tarde o temprano, lleva a la infelicidad. Pero no se trata de un libre albedrío, ya se ha visto que el amor llega por asalto, un flechazo que hiere (Lara, 2001). El amor llega y hiere y el sujeto herido es su instrumento que ha de obedecer.

Esta concepción del amor no es, obviamente, invento del bolero, sino una herencia de larga genealogía literaria que se remonta, según ya argumentado, a la edad media europea en el llamado amor cortés o amor cortesano. Este mito social fundamental es de carácter esencialmente literario, según Rougement (1974), quien traza su genealogía a Tristán e Isolda. Este autor problematiza la influencia del mito del amor-pasión que sintetiza en la idea de “amor y muerte, amor fatal” (Rougemente, 1974: 15). “Solo el amor mortal es novelesco; es decir el amor amenazado y condenado por la propia vida. […] Es menos el amor colmado que la pasión de amor. Y pasión significa sufrimiento.” (Rougement, 1996: 16, cita según Lara, 2001: 23). Esta concepción del amor pareciera la definición misma de un bolero. Como género, mantiene una idea pura del amor-pasión, a diferencia del melodrama contemporáneo que lo “vulgariza y democratiza” al inventar el final feliz y, así, la síntesis de dos ideales de amor opuestos, el de la moral cristiana y el del amor-pasión (Peza, 1994: 307).

 

La ausencia es la esencia

La ausencia del ser amado, insisto, es el tema que recorre la mayoría de las canciones del repertorio bolerístico. La separación de los amantes es la tragedia fundamental representada ya en los versos de Oscar Hernández con que se inicia este trabajo: amor y dolor. En este bolero, está ausente el primer y único ser verdaderamente amado. De hecho, la canción apenas menciona a la persona amada, solamente al usar el pronombre posesivo de la segunda persona: tu rosal. El ser amado está ausente y esta ausencia parece ser de toda una vida. Queda representado metafórica y metonímicamente por la rosa, que hizo brotar la sangre, demostrando que es inseparable el amor del dolor. El dolor es lo que queda del objeto amoroso ausente por lo que este viene metonímicamente a sustituirlo.

Los Panchos, tal vez el más famoso trío del género, lo muestran con claridad y sencillez en Un siglo de ausencia (Alfredo Gil):

 

La vida inclemente
Te separa de mí
Y un siglo de ausencia
Voy sufriendo por ti.

 

Tampoco en esta canción se explica el porqué de la separación, no más allá de la vida inclemente. Lo que hay es ausencia y sufrimiento y no falta la rima fundacional: Fingir que soy feliz sin tu amor/ llorar con mi dolor.

La mayor parte de las modalidades del discurso amoroso que se manifiestan en el bolero se subordinan a las figuras del amor-dolor y de la ausencia. La separación inapelable, el olvido imposible y la huella eterna de la pasión única son algunas de las variantes que se presentarán a continuación.

 

La separación inminente e inapelable

La separación de los amantes es el hecho que produce y el momento que se antepone a la ausencia como una condición que impone el destino siempre cruel. No importa la razón, solo el sentimiento y las emociones que provoca la separación. A veces, parece que la misma intensidad amorosa lleva a la desdicha de la desunión que, en algunas canciones es un hecho consumado, en otras, es una amenaza latente o a punto de cumplirse.

Ya se ha visto que la separación inminente de los amantes se ha explotado con dramatismo y dolor en muchísimos boleros, incluidos algunos de los más clásicos y famosos. Bésame mucho  es, probablemente, el bolero de mayor éxito global. No hay relato en esta canción, sino una tragedia que aún no se ha producido: piensa que tal vez mañana/ yo estaré lejos, muy lejos de ti. La inminente separación se traduce en el imperativo que da título y se repite en el estribillo, bésame mucho. Ante la partida de la persona amada, solo queda amarse con total intensidad, como si fuera esta noche la última vez. No se sabe por qué, no se conoce la circunstancia banal o trágica –o banal y trágica– que obliga a la separación de los amantes, y tampoco si es él o ella (o ella o ella o él o él) quien debe partir, solo que quien partirá es (soy) yo. Toda historia de una pareja amorosa que alguna vez ha debido separarse sin desearlo cabe ahí.

En El reloj (cf. arriba), el tema es similar: uno de los amantes debe partir al día siguiente y también en esta canción se reitera un imperativo fundamental, aunque no va dirigido a la persona amada sino al tiempo mismo, condensado y metonimizado en el reloj, al que se le pide lo imposible:

 

Reloj, no marques las horas
Porque voy a enloquecer;
Ella se irá para siempre
Cuando amanezca otra vez.

 

Si en Bésame la desesperación lleva al sujeto a rogar a la persona amada que aprovechen el tiempo que queda amándose con intensidad, la angustia e irremediable dolor del sujeto de Cantoral son tales que solo le queda detener el tiempo: haz esta noche perpetua/ para que nunca se vaya de mí/ para que nunca amanezca. Bésame mucho, El reloj y otros muchos boleros sirven para performar una despedida, para que ella o él lo recite, cante o reproduzca ante la persona amada en vísperas de una partida.

La prolongación del momento pasional es tema, también, de La nave del olvido (Dino Ramos, Argentina, 1928-1984) canción grabada por Vikki Carr (EUA, 1940-), Julio Iglesias (España, 1943-), José José (México, 1948-2019), Cristian Castro y Buika entre muchos otros. Lo que pide el sujeto amante es sencillo, pide un poquito más, un momento sin final, el mismo presente perenne que Cantoral le implora al reloj:

 

Espera, aún la nave del olvido no ha partido,
no condenemos al naufragio lo vivido,
por nuestro ayer, por nuestro amor yo te lo pido.

 

La metáfora de la nave se repite en otra canción, Cruz de olvido (Juan Zaizar, México 1933-1991). En esta, quien va a partir es el sujeto, que no da explicaciones, solo que lo hice por ti. Decide hacerlo en nombre del amor y por el bien del ser amado, a quien le declara su amor eterno: Recuerda que te amé/ que siempre te he de amar. La separación se va a producir, pese al amor, pese a que el resultado será un dolor insufrible:

 

La barca en que me iré
Lleva una cruz de olvido
Lleva una cruz de amor
Y en esa cruz sin ti
Me moriré, me moriré de hastío.

En La barca se explota, asimismo, la metáfora de la nave para simbolizar la separación.

Hoy mi playa se viste de amargura
Porque tu barca tiene que partir,
A cruzar otros mares de locura
Cuida que no naufrague en tu vivir.

En esta, como en las canciones anteriores, la separación no lleva al olvido, pues el amor es demasiado fuerte y durará para siempre:

Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón
Porque yo seguiré siendo el cautivo,
De los caprichos de tu corazón.

La metáfora de la barca para simbolizar la dolorosa e inevitable despedida ya la había utilizado Abundio Martínez (México, 1875-1914) en una de sus canciones románticas que integrarían el repertorio del bolero, La barca de oro. Nuevamente, el significado y las emociones se concentran en la inminencia de la separación definitiva, indeseada e inapelable. Con resignación, se acepta la separación como se acepta el dolor que conlleva:

 

No volverán tus ojos a mirarme
ni tus oídos escucharán mi canto.
Voy a aumentar los mares con mi llanto,
adiós mujer, adiós, para siempre adiós.

 

Los amores son sublimes y en la despedida no hay resentimiento alguno hacia la persona amada que se va o a quien se abandona, solamente el deseo del reencuentro o el dolor de saber que no va a ocurrir.

La separación es la pérdida de la felicidad, del amor único, de la vida misma. En muchas canciones, la separación se ha producido ya, y queda el dolor que puede manifestarse de muchas maneras. Una expresión muy pura de este dolor se encuentra en la ya citada Historia de un amor:

 

Es la historia de un amor
como no hay otra igual,
que me hizo comprender
todo el bien, todo el mal,
que le dio luz a mi vida
apagándola después,
¡ay que vida tan oscura!
sin tu amor no viviré.

 

Sabor a mí

Una vez producida la separación de los amantes, aparece una serie de modalidades discursivas, la mayoría marcadas por el dolor que sufre el sujeto lírico, sabedor de que el gran amor se da una sola vez y que deja una marca indeleble. En La media vuelta (José Alfredo Jiménez, México, 1926-1973), se manifiesta un sujeto algo distinto, menos sufrido, que se sabe (o se cree) dueña/o de la persona amada:

 

Te vas porque yo quiero que te vayas
A la hora que yo quiera te detengo
Yo sé que mi cariño te hace falta
Porque quieras o no
Yo soy tu dueño/a

 

Los papeles se han intercambiado: el sujeto no implora al ser amado a que no se vaya o que regrese, al contrario, está tan seguro de sí que que no siente celos y permite al objeto andar por el mundo en busca de otras experiencias amorosas. Hacia el final de la canción se abre, incluso, a la posibilidad de una resignación que podría parecer una derrota:

 

Si encuentras un amor que te comprenda
Y sientas que te quiere más que nadie
Entonces yo daré la media vuelta
Y me iré con el sol
Cuando muera la tarde

 

En la mayoría de los boleros, sin embargo, la separación ya producida es causa de profundo y eterno dolor. En un bolero propio de Los Panchos, Lo dudo (Chucho Navarro) se manifiesta, como en La media vuelta, la convicción de la superioridad del amor que expresa el sujeto de la canción, pero este hecho no disminuye el dolor, al contrario:

 

Lo dudo… lo dudo… lo dudo…
Que halles un amor más puro,
Como el que tienes en mí.
Hallarás mil aventuras
Sin amor,
Pero al final de todas,
Solo tendrás dolor

 

En Sabor a mí (Álvaro Carrillo), la relación amorosa ya consumada y tal vez acabada o por acabar, ha dejado su marca eterna de una en el otro y al revés:

 

Tanto tiempo disfrutamos de este amor
Nuestras almas se acercaron tanto a sí
Que yo guardo tu sabor
Pero tú llevas también
Sabor a mí

 

El amor marca a los amantes en cuerpo y alma y esta marca es para toda la vida e, incluso, más allá de esta vida:

 

Pasarán más de mil años, muchos más
Yo no sé si tenga amor la eternidad
Pero allá, tal como aquí
En la boca llevarás
Sabor a mí

 

El olvido imposible

Una manera de liberarse del dolor es a través del olvido. Pero el olvido no se da. No pertenece al universo del bolero, en el que se sufre por lo que traiga el futuro o lo que ya ha ocurrido. El olvido que cure el dolor no es una opción, según canta Miguel Matamoros (Cuba 1894-1971) en Olvido, bolero emblemático del trío que lleva su nombre:

 

Aunque quiera olvidarme, ha de ser imposible
porque eternos recuerdos,
tendrás siempre de mí
mis caricias serán
El fantasma terrible,
de lo mucho que sufro, de lo mucho que sufro
alejado de ti

 

Como en Sabor a mí, el sujeto se afirma en la seguridad de haber dejado una marca imborrable de un amor inolvidable, y la imposibilidad de la amnesia es una cruz que llevan a cuestas el sujeto tanto como el objeto. El deseo, la pasión y el amor siguen ahí, y eternizarán la tormenta de la memoria, como en Dos cruces, cantado por los españoles Antonio Molina (1928-1992), Miguel de la Molina (1908-1993), Nati Mistral (1928-2017), María Dolores Pradera (1924-2018), el puertorriqueño José Feliciano (1945-), la peruana Betty Missiego (1938-) y muchos más:

 

Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Que son el tuyo y el mío.

 

El monte del olvido tal vez exista, pero las dos cruces nos recuerdan el dolor de la memoria que se impone siempre, aun cuando haya muerto el amor, tal vez porque puede morir el amor, y muere a veces, pero no el dolor. Se puede jugar con la idea del olvido curativo, pero por mucho que se crea haber logrado olvidar, vuelve el dolor, como en Se me olvidó que te olvidé de Lolita de la Colina (México, 1940-), incorporado al repertorio de Diego el Cigala:

 

Se me olvidó que ya no estás
que ya ni me recordarás
y me volvió a sangrar la herida.

 

El dejo irónico no soslaya el hecho fundamental: el alivio del olvido será, si acaso llega, momentáneo, pues se impone siempre el tormento del recuerdo.

Agustín Lara también le canta al deseado olvido con un matiz irónico no ajeno al dolor en Se me hizo fácil. Aparentemente, la separación no es difícil ni causa daño:

 

Se me hizo fácil
Borrar de mi memoria
A esa mujer a quien
Yo amaba tanto.

 

La estrofa final parece afirmar esa facilidad del olvido: voy a buscar otro amor/ que me comprenda/ este lo olvido. El último verso, sin embargo, pone en tela de juicio esa determinación amnésica tan segura: cada día más y más. Y si se logra, por fin, olvidar ese y otros amores, hay uno que es Inolvidable (Julio Gutiérrez, Cuba 1918-1990):

 

Pero aquello que un día
Nos hizo temblar de alegría
Es mentira que hoy pueda olvidarse
Con un nuevo amor

 

El amor y la vida amorosa se asocian con la noche y, la otra cara del amor, el dolor, también. Así en Nochecita, de Víctor Huesca (México, ¿1921?[7]):Yo te quiero y en silencio he de adorarte/ cuando escuches en las noches mi canción o bien en Mala noche (Alberto Domínguez). La noche se convierte en un espacio lleno de dolor que inevitablemente recorre el sujeto sufriente, incapacitado ya del alivio del sueño y menos del olvido: Mala noche/ tan larga y silenciosa/Mala noche/ insomnio de mi amor. En Vereda tropical (Gonzalo Curiel, México, 1904-1958) las noches del pasado fueron el espacio de la dicha, pues con ella[8] fui/ Noche tras noche hasta el mar/ para besar su boca fresca de amor. El/la sujeto enamorado/a vuelve a la vereda tropical por donde iba con su amante cada noche, pero la persona amada ya no está, solo la noche y la vereda, y es a esta, a la vereda, a quien se dirige el sujeto lírico para lamentar la ausencia y el dolor ante este sendero: Tú la/lo dejaste ir, vereda tropical/ hazla/lo volver a mí. La culpa no es de quien se fue, sino del camino que se lo permitió.

El recuerdo, el olvido imposible y el dolor sufrido en la soledad son temas recurrentes. El sufrimiento, que no se puede ni se quiere evitar, consecuencia de la separación, se manifiesta de tantas formas, aunque siempre parecidas entre sí, como en Sombras (música de Carlos Brito, Ecuador, 1891-1943; letra de la poeta Rosario Sansores, México, 1889-1972), en cuya poesía el sujeto amoroso parece adelantarse y hasta gozar por anticipado del recuerdo futuro y del dolor que sabe vendrá:

 

Cuando tú te hayas ido
Me envolverán las sombras
Con mi dolor a solas
Evocaré el idilio
De las azules horas
Cuando tú te hayas ido, amor
Me envolverán las sombras.

 

Los tiempos verbales indican un presente de idilio, pero no es este el que se disfruta en la pasión, sino el futuro recuerdo de él, convertido ya en pasado, dolor y soledad.

El dolor de la ausencia no es un mal que pueda ni deba evitarse, sino que es un ingrediente fundamental del amor y de la pasión sin el cual no habría ni una cosa ni la otra, ni habría un género como el bolero. La pieza Ausencia, de Rafael Hernández[9], confirma, una vez más, que el olvido y el alivio son un engaño:

 

Ausencia,
tú que pensabas poner
alivio a mi penar.
Ausencia,
me has engañado
y lo mucho que he llorado
no lo puedo olvidar.

 

Otra vez una canción en que el ser amado apenas es mencionado. En su ausencia, el sujeto invoca a la ausencia, ya personificada, para recriminarle el engaño de la falsa promesa del olvido y el sufrimiento de la separación. Pero la separación, al motivar los versos y la música y la belleza del bolero, deja de ser una circunstancia causada por hechos concretos para convertirse en condición vital del bolero, de este bolero y del género entero.

 

Ni copas, ni besos

La separación, insisto, no es circunstancial, sino fundamental. El amor es una tragedia cuyo desenlace se sabe de antemano. Como el olvido es imposible, para calmar el dolor que provoca la ausencia de la persona amada, el sujeto del bolero puede recurrir a distintas estrategias, habiendo dos principales, la promiscuidad y las copas, o ambas en combinación.  Cada noche un amor, se titula un bolero de Lara en el que el sujeto practica la diaria aventura amorosa como antídoto del amor único, pero dentro de mí/ solo tu amor quedó.

El gran amor no se borra, aunque se intente ahogarlo en otros amores, como en el ya citado Inolvidable: He besado otras bocas/ buscando nuevas ansiedades […] Pero sólo consiguen hacerme/ recordar los tuyos/ que inolvidablemente vivirán en mí. El alcohol es la otra opción, pero tampoco logra mitigar el tormento ni aun bebiendo de La copa rota (Benito de Jesús, Puerto Rico, 1910-2012), canción que ha sido recuperada por Marc Anthony en 2013, aunque la versión más conocida tal vez sea la de José Feliciano, de 1972. Esta canción, que tiene estructura semántica narrativa, cuenta la historia de un bohemio que está como un loco atormentado por la ingrata que se fue y que en su afán por borrar el recuerdo y el dolor del amor infame termina por morder la copa y hacer sangrar su boca y así sangrar, gota a gota/ el veneno de su amor. La rima insistente –boca, gota, copa, destroza– se une al dramatismo del relato de narrador implícito –modelo semántico poco común en el bolero– recordándonos siempre que la verdad última e ineludible del amor es el dolor. La letra, en este caso, no es una declaración de amor o de desesperación del sujeto que la enuncia, sino que cuenta una historia que, por ser parte del repertorio bolerístico y por narrar las consecuencias de la pena de amor, resulta ejemplar. Esta canción resulta, por otra parte, sexualmente menos versátil de lo que acostumbra ser el bolero. La historia es sobre un hombre, y resultaría difícil cambiarla. La copa rota se cuenta, o se canta, desde la cantina, uno de los espacios preferidos para pasar y mitigar –aunque sea imposible– las penas de amor. Tradicionalmente, la cantina es un espacio que se relaciona con una cultura masculina, y la idea de un bebedor solitario también. Pero, en El último trago (José Alfredo Jiménez) este trago es compartido por dos que fueron amantes y que ahora van a separarse sin que conozcamos la causa, que poco importa, lo que sí importa es el dolor. Este está ya presente y vendrá más: Otra vez a brindar con extraños/ y a llorar por los mismos dolores. Nada en esta canción o bolero ranchera indica el género sexual-gramatical de uno/a y otra/o, puede ser un él o una ella quien invita y puede ser una ella o un él la persona invitada: Tomate esta botella conmigo/ y en el último trago, me besas. Hay muchísimas versiones de esta canción y las (varias) de Chavela Vargas enseña el espacio de la cantina ocupado por la mujer y con el mismo dolor y la misma resignada desesperación. El sujeto lírico ya se sabe desamado y se adelanta al dolor que sabe vendrá muy pronto –quiero saber a qué sabe tu olvido– con una pasión que ya es menos por la persona amada que por el dolor mismo. En El último trago hay un elemento que se aleja de la idea bolerística fundamental del amor único: la repetición. El amor del que se despide el sujeto con una botella compartida no es el único sin igual, sino uno más de una serie de amores pasados y futuros: Siempre caigo en los mismos errores y, como ya dicho, se vuelve a llorar por los mismos dolores. El amor se vuelve casi rutinario, reiterativo, mientras el dolor, el mismo, permanece.

En Te odio y te quiero (Enrique Alessio, 1918-2000 y Reinaldo Yiso, 1915-1978, ambos Argentina) un tango hecho bolero en la versión de Julio Jaramillo (Ecuador, 1935-1978), se vuelve al amor único, inolvidable e imborrable, porque no solo la mente, sino el cuerpo entero lleva la marca del recuerdo. Y el sujeto, para olvidar y para borrar aquel amor, busca la doble estrategia de las copas y las bocas:

 

No quiero nombrarte y busco en las copas
El vino de olvido que nunca se da
Pensando arrancarte, busqué[10] en otras bocas
El beso[11] que borre tu beso inmortal.

 

Y todo es inútil, ya se sabe, porque ni copas ni besos/ pueden […] separarte de mí. El dolor no es simplemente por el recuerdo de lo que fue y ya no es, sino parte imborrable del cuerpo propio:

 

Te llevo en mi sangre, te odio y te quiero
Y tengo en el pecho un infierno por ti.

 

El ser amado apenas existe sino como el signo inextinguible en la mente y el cuerpo propios. La ausencia del ser amado se vuelve dolorosa presencia del recuerdo, de lo imborrable.

 

El desamor

El olvido es imposible en el universo bolerístico donde la concepción principal del sentimiento amoroso es que el amor es uno, infinito e imperecedero. Pero se ha visto que hay boleros que admiten que el amor pueda ser plural, y los hay que admiten el final del amor, el desamor, ya ni como odio, sino como extinción lenta del fuego, primero, y de las brasas, luego. Los procesos del desamor, el hastío y el aburrimiento son menos cantados que el dolor de la memoria. Pero hay amores que simplemente terminan, los amantes se separan, y se mira con nostalgia, tal vez, y con dolor lo que hubo y no volverá, como en Veinte años de María Teresa Vera (Cuba, 1895-1965):

 

Con que tristeza miramos
Un amor que se nos va
Es un pedazo del alma
Que te arrancan sin piedad

 

El proceso de desamor, más común en la esfera de la vida común y vulgar que en la semiosfera del bolero, ha empezado, tal vez sin saber cuándo y cómo, y aunque se añore el feliz pasado nada se puede hacer:

 

El amor que ya ha pasado
no se debe recordar
Fui la ilusión de tu vida
un día lejano ya,

 

No se debe recordar, pero se recuerda y se sufre: Hoy represento el pasado/ no me puedo conformar. Como toda poesía que pide, postula o recomienda el olvido de lo que fue y del amor pasado, estas palabras representan una aporía. Las palabras, que abogan por el olvido, son ya una evocación, una herramienta del recuerdo, y con él, del dolor. El dolor de la evocación del pasado es inevitable, aun cuando este representa algo a que no se desea volver. En Cenizas, ya mencionado, el desamor se presenta como el resultado de una traición, y cuando el/la traidor(a) vuelve a buscar al sujeto y al amor en busca de consuelo por la amargura de un amor/ igual al que me diste tú, será inútil, porque de aquel amor no queda nada, solamente cenizas:

 

Y si pretendes
Remover las ruinas
Que tú mismo/a hiciste,
Solo cenizas hallarás
De todo lo que fue mi amor.

 

La metáfora del fuego está en esta canción reducida a su expresión final: lo que queda cuando ya no quedan llamas ni brasas ni nada, solo un polvo con el que nada se puede construir. En un cariño muerto/ no existe el rencor, nos recuerda Rivas, pero sí parece haber dolor y resentimiento, porque la culpa no es compartida, las ruinas las hiciste tú, insiste este bolero con otra metáfora del amor muerto.

Pero hay canciones de un dolor más llevadero, más ligero, el del desamor o de la separación voluntaria por una o ambas partes de la pareja. Nuestras vidas (Orlando de la Rosa, Cuba, 1919-1957) nos habla de dos amantes que han malgastado el amor, nuestro gran amor, por la incomprensión: Nuestras vidas no se comprendieron/ Ya no hay más que hablar. Pero de nada sirve arrepentirse, pues son cosas que pasan, la vida seguirá y no hay más que hablar. En otro bolero, No vale la pena, el mismo autor continúa por esta senda al decir que no vale la pena sufrir en la vida/ si todo se acaba, si todo se va. Pero este cinismo vital no es gratuito, sino que se debe a la desdicha amorosa: perdida quedó mi vida cuando tú te alejaste. En vez de atormentarse con copas rotas y sufrimiento, más vale seguir la vida lo mejor que se pueda.

Hay, pues, separaciones menos trágicas que las del amor único e imposible. Las hay por desilusión, desamor, hastío y aburrimiento, por el engaño, la traición –que por lo general significa infidelidad– y la mentira, por todas esas razones conocidas en los avatares amorosos y desamorosos de la mayoría de las personas comunes. Este tratamiento menos trágico, más cotidiano y a veces hasta irónico del amor parece más común en las últimas décadas de la época de oro del bolero, sobre todo en las décadas de los 1950 y 60 en el bolero cubano, donde se impone el estilo del filin en esta época.

Así se nos presenta el final del amor en Debí llorar de Piloto y Vera (Giraldo Piloto, 1929-1967 y Alberto Vera, 1929-1996, ambos Cuba): Debí llorar/ y ya ves, casi siento placer. El sujeto mismo, en esta canción, no es víctima del destino y apenas de la traición del/la amada/o, pues yo comprendí tu traición/ como un simple revés, un personaje inferior que jamás podrá saber/ cuánto cariño soy capaz de ofrecer. En otra composición cubana, esta de 1981, Canción del año nuevo de Marta Valdés, se representan el desamor y la separación con ligereza, como algo pasajero. La canción, que tiene estructura narrativa, relata el adiós del amante en diciembre, en el atardecer más triste/ de ese invierno y, al poco tiempo ya ha pasado el dolor, pues desde enero/ pasaste a ser un simple aniversario/ en el viejo calendario.

El otro, el objeto amoroso, en esta modalidad, no es ya el ser eternamente amado y trágicamente alejado, sino un personaje más en la cadena de amores y experiencias, alguien casi olvidable y, en ocasiones, hasta despreciable, culpable de traición y mentira o simplemente ya no digno de amar. Puede que la persona amada sea ya una Rosa mustia (Angel Díaz, Cuba, 1921-2009) objeto ya no del amor, sino solo de compasión:

 

Viendo hoy que estás así
siento compasión de ti
rosa mustia
ese es tu final.

 

Una visión similar se presenta en Increíble, de otra compositora cubana, Isolina Carrillo (1907-1996), canción en la que el tú, la persona interpelada, más que compasión, inspira el desprecio: Increíble/ que tú hayas llegado/ a quedarte tan solo […] tú que te creías/ el rey de la vida. La letra no explicita si este tú es la persona antes amada, pero la tradición comunicativa y la lógica semántica del género lo sugiere, como también ocurre en el caso de Rosa mustia. Ambas canciones presentan una visión distinta del sujeto lírico del bolero. Tantas veces se ha visto un sujeto amoroso fracasado e inferior a la fuerza sobrehumana que es el amor e inferior, muchas veces, a la persona amada por representar esta al amor, mientras aquí se manifiesta un sujeto más cercano a la vida cotidiana, alguien que puede ganar y perder, y que es capaz de sobreponerse a ese simple revés que representa la pérdida del amor y hasta de compadecer o despreciar a quien fuera el rey o la reina del amor y ahora no es nada.

En Total (Ricardo Perdomo, Cuba 1917- EUA 1996), el sujeto de la canción se presenta con cierto cinismo poco usual en el género al pregonar la indiferencia hacia el ser amado y hasta la inexistencia del amor en una relación fracasada antes de consumarse: Pensar que llegar a quererte/ es creer que la muerte se pudiera evitar. El sujeto parece negar el principio mismo del eros como defensa frente a la muerte manifestando, además, desdén y nada más frente al tú del deseo y frente al deseo mismo:

 

Total, si no tengo tus besos
No me muero por eso
Ya yo estoy cansado
De tanto besar.

 

En esta modalidad del bolero y de la vida, aparece la posibilidad de otro amor, como en Mi segundo amor, del dúo Cuates Castilla (pseudónimo de los hermanos gemelos José Angel y Miguel Angel Díaz y González de Castilla, México 1912- 1979 y 1994, respectivamente). En este tema se representa, por un lado, la idea del amor único: Yo que siempre creí/ que solo había un amor en la vida, pero tal idea resulta un engaño, porque hoy contigo aprendí/ que hay un segundo amor. En este caso, el segundo amor probablemente sea el verdadero y definitivo, la redención final en el universo bolerístico. Siendo así, Mi segundo amor desdice la tragedia del bolero y se acerca a otra noción del amor en la tradición occidental, la del final feliz. Lo esencial en este no es tanto la pasión única como el amor definitivo, que puede ser el segundo (o tercero, cuarto…).

Sentimientos de desamor como el desengaño, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio, como en Bravo, de Luis Demetrio (México, 1931-2007), son emociones alternativas que permiten performar el bolero de otra manera, de sobrepasar la desdicha amorosa, el abandono y la soledad y entrar nuevamente en la vida y en la carrera amorosa. La visión del amor como una serie de eventos sucesivos, y no uno solo, en la vida de cada cual no se presenta sin complicaciones, porque siendo el amor un sentimiento tan fuerte, la noción o certeza de su final dificulta la relación y ensombrece por anticipado el momento de la dicha, como en Angustia (Orlando de la Rosa[12]):

 

angustia de saber que tú te aburrirás de mí
tristeza de saber que yo
me aburriré de ti

 

En esta visión del desengaño amoroso, interpretada, entre otros, por Elena Burke, no se trata de la redención en la forma de un nuevo amor. El “rey muerto, rey puesto” no es ligereza bohemia ni el consuelo imposible, sino parte rutinaria de la rueda de la vida, rutina convertida en angustia y tristeza porque su fuerza acaba destruyendo el momento feliz, ya imposible de gozar. El amor convertido en rutina no es un alivio, sino una banalización de la desdicha.

 

Otras ausencias

La separación y la ausencia, de una manera u otra, llevan al dolor, aunque sea el de la indiferencia. Hay, no obstante, una forma de ausencia que incluye la dicha. La separación temporal de dos amantes que se siguen queriendo y se extrañan. El amor, en estas situaciones, se ve reconfirmado y reforzado por la distancia, y la certeza del regreso de la persona amada es fuente de felicidad. Una semana sin ti (Vicente Garrido, apodado “el padre del bolero moderno”, México 1924-2003) puede traer tristezas y trae el tedio fatal de tu ausencia y, solo al calor de tus besos podré renacer. Pero hay en el alejamiento una especie de dulce dolor que insinúa a la vez que niega el gran dolor de la separación definitiva que no se produce. El sujeto lírico renace y con él, el deseo amoroso que es, también, el deseo del deseo, el deseo de sentir nuevamente el deseo reforzado por la ausencia:

 

Pero a veces quisiera volver
a sentirte tan lejos,
porque nunca te tuve tan cerca de mí.

 

Un famoso bolero cubano de 1948 también celebra la fuerza del sentimiento amoroso hacia el/la amante ausente. Contigo en la distancia (César Portillo de la Luz, Cuba 1922-2013) es, probablemente, el mayor éxito de su compositor, interpretado por el compositor y por un gran número de otros artistas desde los 1950. Este bolero-canción del estilo del filin celebra a la vez que llora la ausencia del objeto de amor.

 

No hay bella melodía
En que no surjas tú
Ni yo quiero escucharla
Si no la escuchas tú

 

La letra no indica el carácter de la separación, si es la cotidiana de unas horas o si es más larga o hasta por tiempo indefinido, pero sí que el alejamiento hace más intenso el amor porque contigo en la distancia/ amada/o mía/o estoy.

En Voy a apagar la luz de Armando Manzanero (México, 1935-2020), tal vez el último gran compositor de boleros, se da un paso más en la exaltación de la ausencia. Tampoco en esta canción queda claro si la separación es temporal o permanente, y ni siquiera si el y el yo líricos forman pareja más allá de la imaginación del yo. Lo que importa en este caso es la libertad que da la ausencia a la imaginación, porque al apagar la luz se entra en un espacio de libertad amorosa y erótica: Allí donde todo lo puedo, donde no hay imposibles. Aquí, en la oscuridad, es donde mis más ardientes anhelos en ti realizaré. Y no importa que el encuentro no sea físico, porque el amor y el deseo solitarios del sujeto lírico-amoroso bastan por sí solos: qué me importa vivir de ilusiones si así soy feliz.

Dado que la ausencia de la persona amada es una figura fundamental en el bolero, el espacio del amor se vuelve, en gran medida, imaginario. El escenario amoroso y erótico pocas veces son los cuerpos mismos, sino la idea de ellos. El recuerdo y la imaginación son elementos fundamentales del amor en el bolero. La ausencia es el espacio para los sentimientos, el deseo y los anhelos hacia la persona amada. En la mayoría de las canciones, la ausencia representa un obstáculo para el amor, creando una situación trágica en muchos casos y, en otros, un anhelo insoportable por el reencuentro. En este último caso, Voy a apagar la luz, la situación es distinta, ya que la ausencia es lo que permite el encuentro amoroso y erótico sin límite alguno.

Otro paso más en este sentido lo da Marta Valdés en una composición de 1955, En la imaginación, que pasó a la fama en la versión de Vicentico Valdés (Cuba, 1922-1995) de 1957. Aquí, no solamente la ausencia brinda la libertad total para el encuentro en la imaginación, sino que el mismo objeto del amor puede ser producto de la imaginación. Hoy estoy pensando que tal vez existas, reza la canción. El tú lírico existe aunque sea solo en la imaginación, la cual permite ir inventando al objeto amoroso o dejar que este, aunque ausente e inexistente, se invente solo: Quién serás, que así me invitas a amar. Y aunque sospecho […] que tú eres nadie, está de fiesta la imaginación. En esta canción, Valdés lleva el sentimiento del bolero hasta sus últimas consecuencias. La ausencia misma, ya no del ser amado determinado, sino de un ser amado como tal, provoca una presencia, la de un amante en proceso de cristalizarse.

 

Un siglo de ausencia

La época de oro del bolero empezó en la década de los 1920, hace ya un siglo. Aparte del amor y el dolor, tal vez sea la ausencia el tema que recorre, de una manera u otra, la mayoría de las canciones del repertorio. La ausencia del ser amado, por lo general inexplicada, es la tragedia que marca este género de poesía y música populares. La separación de los amantes, en cuanto hecho inminente o consumado, es el tema fundamental de un sinfín de composiciones. El dolor es lo que queda de la persona ausente por lo que este viene metonímicamente a sustituirla, a representarla más de lo que ella se representa a sí misma. El dolor, a su vez, se vuelve melodía, música y palabras, se vuelve canción, y la canción es el signo –del dolor, del amor, del yo y del ser amado–que expresa colectiva e individualmente las múltiples gamas del sentimiento amoroso.

Pero la ausencia no solo impide, sino que aumenta y hasta condiciona el sentimiento amoroso, así como condiciona la canción. Sin ausencia, no hay dolor, y sin dolor, no hay bolero, como ya se ha visto. Además, la ausencia provee un espacio ideal para cultivar el sentimiento amoroso con intensidad. El dolor que produce la pérdida o alejamiento de la persona amada hace recordarla y sentirla con mayor fuerza, el dolor del amor es mayor que al amor mismo. Y luego está la otra ausencia, la que da lugar a la imaginación, que a veces está de fiesta, sugiere Marta Valdés En la imaginación. Otro cubano, Eusebio Delfín (1893-1965) ya había confirmado años antes que el amor pasional real es dulce y bello, pero que lo es todavía más el de la imaginación:

 

¡Qué dulce es la boca que ardorosamente
con besos ardientes hicimos sangrar!
¡Ay! pero más dulce es la boca riente
de aquella que nunca podremos besar.

 

La ausencia se vuelve la presencia en su representación del amor, lo más real de él, lo que queda del ser amado. En algunos casos brinda un espacio de libertad para amar o, incluso, inventar al ser amado. La ausencia – amor, dolor, separación– es a la vez presencia de música y palabras, de un yo y un y un yo-tú que en la performance del bolero pueden identificarse con una o dos personas que escuchan, con quien escucha y su amado/a, imaginada/o o real, presente o ausente y el yo mismo deja de ser el yo cotidiano para convertirse en un yo liberado de lo mundano para dedicarse –al menos en el imaginario de la semiosfera bolerística– a lo esencial, al amor que, a su vez, es el dolor de un siglo de ausencia que voy sufriendo por ti.

 

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[1] Este apartado se basa principalmente en los siguientes autores: Loyola Fernández, 1997; Evora, 2001; Zavala, 2000; Santamaría-Delgado, 2014 y Torres, 2002, Rico Salazar, 1993, además de una serie de fuentes secundarias.

[2] También escrito Gormé, nombre artístico de Edith Gormezano.

[3] No ha sido posible obtener datos biográficos de este compositor.

[4] Otra compositora mexicana, María Teresa Lara (1904-1984), hermana de Agustín Lara, firma varios boleros emblemáticos, como Piensa en mí y Noche de ronda, pero es probable que el autor haya sido su hermano, quien la hizo aparecer como autora de algunos temas suyos a fin de eludir su contrato exclusivo con la RCA Victor (ref.: https://secondhandsongs.com/work/126211)

[5] Dados su origen, evolución y lengua, entre otras cosas, el bolero se manifiesta, evidentemente, como un género criollo/hispánico, sin perjuicio de que está abierto a cualquier persona que entienda su letra.

[6] Son, junto con Hernando Avilés (Puerto Rico, 1914- México 1985), fundadores del Trío los Panchos

[7] No ha sido posible obtener datos de nacimiento y muerte de este compositor y músico veracruzano.

[8] Eydie Gorme, con Los Panchos (que hacen el coro), mantiene la versión ‘masculina’ de este bolero, o sea, canta con ella fui, mientras Toña la Negra (México, 1912-1982) canta con él yo fui.

[9] Existe una pieza del mismo título (Ausencia) de María Grever y otra, de Agustín Lara.

[10] Jaramillo canta “busco” en algunas versiones y “busqué” en otras.

[11] En una versión distinta canta “fuego”.

[12] Existe otro bolero, también cubano, del mismo título: Angustia de Orlando Brito, grabado por la Sonora Matancera con la voz de Bienvenido Granda.

 

 

 

Jan Gustafsson es profesor titular de estudios latinoamericanos de la Universidad de Copenhague desde 2012. Anteriormente ha sido profesor titular de estudios latinoamericanos en la Copenhagen Business School y, de 2010-2012, Director de The Center for American Studies de esta universidad. Tiene un PhD en estudios culturales latinoamericanos de 1999. Ha publicado sobre varias temáticas de sociedad y cultura latinoamericanas, entre ellas:

  • Historia, literatura y cultura cubanas, especialmente desde 1959 hasta hoy
  • La utopía en sus dimensiones teórica y empírica
  • La fotografía en la ficción narrativa
  • Construcciones identitarias en América Latina
  • Cine y sociedad en Cuba y América Latina
  • Música y subjetividad en América Latina
  • Narrativa latinoamericana contemporánea

Sus artículos han sido publicados en revistas y libros en Chile, México, España, Uruguay, Escandinavia y otros. Ha publicado, además, tres novelas (en danés) y, en colaboración con el fotógrafo cubano Oscar Alvarez Holt-Seeland, el libro de fotografías y ensayos breves Memorias de la utopía – Cuba en los 80 y 90 (2017).

Cuatro poemas

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                         está llamando a alguien (la ardilla) con su cola, con su sonidito

          intermitente, insistente          pequeñas vibraciones del cuerpo

           (su cuerpo)                       pura sensación

                                                           ¿has podido oírlo?

       ese puc, puc          …y nuevamente ese pitido agudo

                                  entrecortado (con su cola erizada)

                     modulando tonos, frecuencias, sin descanso

                                                                 ¿quién ha venido a escuchar esa voz,

                                 ese ruido tenso, enloquecido?

                                              a la derecha, más fuerte, lo mismo

                      la misma música llamando desde lejos      un teclado, tal vez

y ese zumbido apagándose

             ¿y las campanas?

                               las aves emiten también sus trinos

        puro paloteo incomprensible detrás de la ventana

                         “esto” (una voz a la vez)

                     “¿te gusta, esto?”

                                                               voces entrecortadas

                                      el agudo llamado de la ardilla

                                                             suspiros, gemidos

                             callémonos

                                            la pequeña orquesta (afuera) afina quedamente

 

 

 

para Fernando Arana

 

                        están tan en su mundo que todo se desvanece

                        persiste sólo el runrún de la ciudad

                                                         ─ese murmullo suave─

                                   los cobija

 

                         persiste la marcha, la cadencia, las voces fuera de toda voz

                                  (todo persiste en ese transcurrir)

                                                                        discurrir

                              hasta volver al cause

 

                                 opacos los sonidos

                          el mundo murmura

                                                   alguien saluda (sin ser visto)

                                                         pasan de largo

                                                   la mano roza el aire

                                 la rosa sensitiva se esconde…

 

 

                          hay voz, voces, (una voz)

            al otro lado se mueve algo

                        el cristal deja pasar las voces

                                              (como murmullos lejanos)

                                                                             a la espera

                no hay caras ni espaldas

                            hay voces          hormigueando

                                  cientos de malas hierbas     dulces,

                                                                      inexactas, opacas

                                        como láminas de hielo

                                                           quebradas en mil pedazos

               la verdad tendría que decirse así

                             ¿por qué entonces si te pido una astilla (un pedazo concreto)

                                                                                  me traes un espejo claro?

 

 

                 esto, tan poco, es lo que hay     aquí ─ahora─ esto

                 al borde del linde                   bordeando el linde

                 esto que borda    ahora    el encaje de fiebre aquí

                            a bordo de esta nave    de este pezón negro     esto tampoco es

                  al borde             en el borde de la nada     esto, tan poco, que llamamos ida

tramándose          tramando hilos           hilándose al borde

                                                  eso, eso el linde del Linde

                                                                                 di ─ lince─ rápido:

                                                                                              hay límite al final del día

 

 

 

Tania Favela Bustillo (México, 1970) cursó el doctorado en Literatura Latinoamericana en la UNAM. Del 2000 al 2010 formó parte del Consejo Editorial de la revista El poeta y suTrabajo dirigida por el poeta Hugo Gola. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Un ejercicio cotidiano, selección de prosas de Hugo Gola (Toé, 2016), El lugar es el poema: aproximaciones a la poesía de José Watanabe (APJ, 2018), el libro de poemas La marcha hacia ninguna parte (Komorebi, 2018) y Remar a contracorriente. Cinco poéticas: Hugo Gola, Miguel Casado, Olvido García Valdés, Roger Santiváñez, Gloria Gervitz (Libros de la Resistencia, 2019).

Crónica Croata

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¿Qué buscamos cuando viajamos? ¿Qué es lo que vibra en nosotros que nos empuja a la puerta desde la infancia, el estar afuera, la vida que sucede al cruzar el umbral, es acaso la curiosidad que nos sacó del mar para reptar sobre la tierra? ¿Es la emoción de lo desconocido y sorprendernos de nuevo como cuando éramos niños y nos llevaban por primera vez a un parque de diversiones o al establecimiento de helados? Escapar es una tranquilidad que aligera el peso de la existencia y que nos empuja hacia lo nuevo, aunque sabemos que en muchos sentidos será lo mismo, somos tan semejantes como especie, pero aún las minúsculas diferencias las que nos llaman a salir, a abrir la puerta y cruzar el umbral. Estoy ahora en United Airlines, en un martes despejado en San Francisco, en una de las ventanas gigantes se ven las colinas franciscanas, unas mansas nubes cabalgan desbocadas sobre los techos de unas casas. El aeropuerto está despejado, el avión está casi vacío, un 777 que me donó tres asientos amplios para descansar mi humanidad en tránsito. Ni los de primera clase tienen ese privilegio. El viaje lumpen tiene sus privilegios, también viajar en martes. Busco en línea algunas cosas sobre la cultura croata, llego a un sitio que dice que “prefieren saludarse mirándose a los ojos” ¿Qué cultura sugiere que en un primer contacto no se mire uno a los ojos? Reviso en la televisión del avión alguna película que valga la pena las dos horas, me dispongo mejor a terminar un libro.

En algunas tardes cuando estoy regando los rábanos o recogiendo las hojas del pasto, alzo la vista y veo un avión silencioso dirigiéndose a algún lugar imprevisto, me imagino por unos segundos ser ese pasajero que se echa una cobijita en los hombros y se dispone a leer, ahora soy yo, en este avión que se pierde entre las nubes y en unas horas estará alcanzando la noche. Vuelvo a Londres donde tengo una escala breve y después a Zagreb donde estaré tres días para una conferencia, tengo un solo día para recorrer algunas calles, ver museos y aprender a toda costa lo que ofrece este país que abreva también del adriático. ¿Cómo será mi primera impresión de este país? ¿Qué cazará mi atención, los olores de su comida, la belleza de sus paisajes? No lo sé, y es por eso que estoy ahora aquí en este vuelo rumbo a lo desconocido, como cuando en tardes de la infancia salía a la calle para encontrar algo nuevo en las calles ardientes del verano en Ciudad Juárez.

          Aterrizamos en Londres para una escala de tres horas. La última vez que estuve allí fue cuando estaba de estudiante y con un presupuesto aún más limitado por lo que tan pronto pude tomé un autobús para Francia. Las escalas en un aeropuerto no deberían contar como un viaje al país, ni siquiera decir, “estuve en Londres, pero en el aeropuerto”. Son visitas efímeras que caen en la categoría de los viajes fantasma, que no crean una huella suficiente  para dejar un registro en la memoria, aunque como categoría merecen consideración. Recuerdo una ocasión en un viaje a Europa haber dejado mi celular encendido y al llegar a mi destino, tenía un mensaje de la compañía de teléfonos diciendo: bienvenido a España, bienvenido a Francia, Alemania, etcétera. ¿Contaría haber pasado por el espacio aéreo de esos países? Por supuesto que no, al menos que se quisiera fanfarronear con incautos. Sin embargo, en esas tres horas revisé una librería que tenía ediciones maravillosas, los libros ingleses están muy bien hechos y abrir sus páginas es peligroso porque se puede uno perder en el inglés pulcro y las historias fascinantes. Compro agua, un sándwich de atún que están justo al lado de los libros, como artículos de primera necesidad. La dependiente es amable como una institutriz generosa en su disciplina y severa en su cariño. De igual forma era la azafata del vuelo, todas en esas edades de los sesenta cuando después de una carrera de sonrisas se transforma en un gesto simulado que puede engañar a los poco observadores, se puede recibir un insulto grave con una de esas caricias.  La sala de espera tenía esas filas de asientos malignos con el reposa manos utilizado como barrera para impedir que se recuesten los viajeros, en la sala principal exhibían un taxi londinense pero hecho de líneas tridimensionales de plástico, como un auto delineado en el aire con un plumón de neón fosforescente. Quemar tiempo en esas salas es labor de profesionales, leer un poco, observar a los viajeros, leer un poco sus costumbres, a partir de la elección de ropas y maletas. Identificar acentos, ver por las ventanas los aviones esperando a sus tripulantes, los pasillos blancos y limpios que semejan los de un hospital pero para atender a los enfermos de viaje.

          Llega el momento de subirse al avión a Zagreb. Desde allí empieza el país, los ciudadanos que regresan a su territorio. Algunas mujeres ataviadas como para salir a un club, otras más relajadas, hombres que con una alopecia rampante, una camisa de seda y lentes de parasol de aviador parecen traficantes de armas de película. En el avión dos azafatas rubias ojiazul nos atienden primero con su belleza y el aperitivo durante el viaje son aceitunas en aceite de oliva, comida mediterránea, que representa la comida croata.  Dos horas después estamos en Zagreb, el aeropuerto es limpio y funcional como el de una municipalidad de suburbio de California, pienso en el aeropuerto de Ontario, California. Hay pantallas de televisión que de un tiempo a la fecha son el despliegue de la modernización aeroportuaria: pantallas gigantes, donde danzan modelos famélicas anunciando relojes del tamaño de su estómago. El clima es agradable, se presiente el mar a lo lejos. Como buen viajero, no tengo equipaje que recoger, solo llevo mi mochila y salgo lo antes posible del aeropuerto donde al ver un enchufe en la pared me doy cuenta (como mal viajero) que no he traído el transformador de energía y una vez más tendré que emprender una cacería furtiva por el aparatito.

La información en el aeropuerto es precisa y tomo un autobús que por 30 konas (5 dólares) me lleva hasta el centro de la ciudad. Cruzo una calle y en tranvía un poco desvencijado pero funcional llego hasta el centro de la ciudad, la Tgr Jalica (plaza Jalica) donde aparece la sempiterna con un prócer nacional montado a caballo y con una espada apuntando a las palomas cagonas. Encuentro una multitud disfrutando una noche cálida. Pienso que con ese clima uno podría solo dormir en la calle. El flujo de gente no cesa hasta las dos de la mañana. Son las once de la noche y veo familias con bebés y niños caminando a buscar un lugar para cenar, una costumbre vista en España y Latinoamérica.  Doy vuelta a la plaza, hay bares con televisiones sintonizando un partido de fútbol, otro de tenis, mujeres con estiletos y pantalones de mezclilla, adolescentes navegando esa edad del aburrimiento y el simulacro (veo unas amiguitas tomándose fotos con una fuente con un chisguete de agua). Intuyo que este es el centro neurálgico. En una esquina muestran una película al aire libre donde una multitud de la tercera edad disfruta una velada. Hay unos establecimientos de queso y vino rebosantes de parroquianos y los establecimientos de hamburguesas y pizzas para una cena muy entrada la noche y para contrarrestar los alcoholes.

          Mi hotel es el hostal Centar (Centro) y una dependiente de nombre Inés me dice que soy el último huésped de la noche. Me da las instrucciones de la llave y me doy una ducha antes de salir a ver la catedral cuya campanosa presencia se anuncia cada hora. La ciudad parece una mezcla de Italia con Rusia, callejuelas que me recuerdan de pronto a Guanajuato (pero sin su barroquismo callejero).  A la segunda vuelta reconozco dos o tres rostros y caigo en cuenta que esta ciudad de setecientos mil habitantes es realmente pequeña y para quien nació aquí el peso del aburrimiento se puede empezar a sentir muy pronto. Me voy a dormir, mañana es día de visitar museos y tomarle el pulso a las calles.

 

Pausa. Breve historia de una chinche chocarrera: Me despertó el armonioso canto de un pájaro, una cajita de música y sonidos que presentó un caso sólido para el origen de la música desde el ronco pecho de estos ovíparos. Pero también me despertó una ardiente picazón en la espalda, me vi en el espejo y tenía una roncha que parecía una alberquita de leche, imaginé un mosquito, pero supe que por el dolor era la obra de una chinche. Hasta la siguiente noche, cuando aparecieron otras cuatro mordidas y prendí la luz del cuarto, que era una de esas lámparas de neón blanco que parpadean y hacen un ruido eléctrico al iluminar el cuarto. Allí estaba la chinche, cenando en la madrugada, la intenté recoger con una corcholata, pero la desintegré en una línea de mi propia sangre. Maldije ese cuarto, sentirse como el plato fuerte de los insectos, como alimento, es un miedo primitivo que no me deja dormir, me siento perseguido. Me solidarizo con los animales que devoramos, somos sus peores enemigos, tal vez a sus ojos somos una monstruosa especie de colmillos babeantes y ojos rojos. Al otro día tuve que ir a una farmacia para tomar ibuprofeno para el dolor de la picadura y una pomada para bajar la hinchazón.

 

          Fue el único día que tenía para visitar algunos museos, de tal forma, que, con el dolor de la picadura de insecto, caminé hasta la iglesia de San Marcos para ver el techo espectacular de mosaicos coloridos con el escudo de Croacia, parece hecho de legos o un pastel decorado, al lado hay unas oficinas de gobierno, se intuye por la cantidad de policías, además de hombres y mujeres ataviados con los dineros que dispensa el pueblo. Una ciudad son sus museos y sobre todo los más curiosos, los extraños museos que revelan un lado soterrado de lo humano. “El museo de las relaciones rotas” es uno de estos recintos peculiares. El museo es para leerse; reúne objetos cargados con la historia de un fracaso sentimental y una historia muy personal de cómo ese objeto está imantado con la desdicha. Por ejemplo, están las llaves que una mujer donó al museo porque eran las llaves que había compartido con su marido, que eventualmente se fue con otra después de una relación a distancia. Otro objeto es un ciempiés de peluche de la cual una pareja de Croacia y Serbia arrancaba una pata cada vez que se veían, pero el animal no quedó “totalmente paralítico” porque la relación se terminó. Al principio, el museo parece ocioso, pero creo que rescata la historia personalísima de objetos azarosos. Hay un hacha, por ejemplo, con la que un despechado alemán trituró todos los muebles (afortunadamente) de su exmujer porque se fue con otra mujer en un tardío descubrimiento de su sexualidad. Al regresar, la mujer recogió toda la leña y le prendió fuego. Una relación curada con fuego. Hay otros objetos con una historia mínima, por ejemplo, un juguete para perro con la forma de una hamburguesa y la leyenda “el perro dejó más cosas regadas de nuestra relación que él mismo cuando se fue”. Hay vestidos para novia frustrados, un llavero de un hombre de cincuenta años, donado por la mujer que confiesa que el adúltero dijo que iba a recoger a sus hijas, pero en un cambio de rumbo, tomó un avión para irse para siempre con su amante de veinte años. Está también la tétrica nota de suicidio de una madre a sus hijos: “espero que tengan éxito en sus vidas y sean felices”. Sí claro, después de tamaño empujón hacia el precipicio de la “dicha”. Cartas de hijos a un padre que nunca estuvo con su hijo, un racimo de alambre de púas que una muchacha de Idaho recogió del establo de su padre donde el mustio hombre se refugiaba para nunca formar parte de la vida de su hija que eventualmente huyó de esa casa del desamor.  La historia tan personal va magnetizando el objeto hasta cargarlo de una energía extraña, ese objeto representó el abandono, la desdicha, la muerte. Por ejemplo, está la fotografía que donó una mujer, en blanco y negro, donde ella aparece con el vestido pintado de rojo sobre la foto, con un muchacho que fue a pedir su mano a sus padres, pero ellos le dijeron que él no merecía a su hija. El muchacho dirigió su auto al precipicio.

          Uno pensaría que después de leer todas esas historias del desamor puede uno salir derrotado del museo, pero comienza uno a valorar también el papel que tuvieron nuestras derrotas en la búsqueda de una compañera/o, como sociedad somos propensos a ignorar nuestros desengaños, sin embargo, en esa larga lista de decepciones, allí se está fraguando también nuestro futuro.  Pensé, por ejemplo, en un reloj que una antigua novia me había regalado, pero no lo usé nunca porque llevarlo incita recuerdos que pertenecen a otra versión de nosotros mismos. En efecto, son mementos que como máquinas del tiempo nos evocan otro espacio, un olor y ambiente. Pienso por ejemplo cuando veo el anillo de mi madre o una caja de música de una abuela, ese objeto inanimado se activa y conecta físicamente con una historia personal. Esto es lo que ha logrado este museo, revitalizar lo inanimado y su íntima conexión con nuestra experiencia humana. El museo recoge donaciones de todo tipo, cajas de palomitas orgánicas, zapatos, cajas de cerillos de un hotel, una playera de básquetbol (porque resultó que el muchacho era un “player”), una moneda de oro falso como recuerdo de un matrimonio de un danés con su mujer china (quien después lo dejó por un antiguo novio ukraniano), bolsas de drogas, un “test de drogas que dio positivo” (porque “una vez drogadicto, para siempre un drogadicto”). El museo nos demuestra, que contrario a lo que pensamos, somos también el resultado de nuestros fracasos.

            Cerca de allí hay otro museo que vi rápidamente, el museo de “Arte Naive” que encontré interesante por sus trazos extraños que obedecen a una tradición tangencial, fuera de lo común, hasta los árboles de uno de los artistas parecían venir de un mundo con otras leyes, es un museo pequeño, pero tal vez su nombre más justo hubiera sido de “outsider” art, más que naif. El siguiente museo también a unos pasos fue el Museo de la Ciudad, que recuenta la historia de esta ciudad que como muchas donde se involucra un afluente (ahora corre bajo el concreto de una calle de bares), geográficamente imponen una invitación al conflicto. Grada y Kapitol se engancharon en disputas y reconciliaciones que formaron la ciudad. Se exhibe el periodo de la Edad Media y la quema de brujas, el quebradero de huesos con carreta para los adúlteros, la tortura que incita la superstición y la ignorancia. Cualquier hombre podía acusar a una mujer de ser una bruja, por ejemplo, si habían tenido una relación y él no podía sacársela de su cabeza, entonces decía que lo tenía embrujado y condenaban a la mujer a horribles torturas, las arrojaban al agua, bajo la terrible conclusión de que si se ahogaban es que no era bruja. ¿Por qué no mejor arrojar a los acusadores desde el techo de la catedral y si no se salvaban es que no estaban embrujados? En un análisis de los registros de las supuestas “brujas” se deduce que muchas de ellas eran dueñas de negocios y para sacarlas del juego las acusaban de brujería. El mismo gobierno empezó a exigir a los acusadores que tenían que ir hasta la capital para poner las denuncias y lo tenían que hacer con sus propios medios, es entonces que desaparecieron las denuncias.

          El museo presenta una sala entera de figuras de tamaño humano de santos, vírgenes y ángeles, un extraño eco se cuela en esa sala, las miradas de madera y cristal de esos ojos de santos. Después se expone el arribo de barones y burgueses hasta desembocar al siglo XX, y  en una sala se recogen los cómics y el arribo de los dibujos animados (gracias a los rusos). También se rememora la guerra de 1991-1995 cuando como raíz del colapso de la Unión Soviética los croatas iniciación su guerra de independencia, que aquí se conoce también como “la agresión serbia”, porque el gobierno de ese país quería influir en los habitantes serbios radicados en Croacia para que se unieran con ellos, lo que suscitó una guerra que devastó el país (afortunadamente no llegó abiertamente a la ciudad, más allá de unos bombazos, sino que se libró en las provincias) pero que eventualmente ganaron los croatas al avanzar sobre Serbia y Herzegobina. Es asombroso que después de una guerra tan cruenta de hace 30 años, el país parezca tan renovado y pacífico. Casi al salir del museo, uno de los curadores me mostró el funcionamiento de una caja de música mecánica, con pandero y triángulo. El museo exhibe otros instrumentos tecnológicos, claro, no hay que olvidar que de este país es el genio Nikola Tesla, el genio de la electricidad.

          Un último museo fue el Museo de Arte Contemporáneo, una caja de concreto con dos resbaladillas metálicas que desafortunadamente no funcionaban. El arte contemporáneo me impacienta, pero era mi tercer museo en un día y ver pinturas que dicen ¿dónde está la pintura? O un video con un hombre limpiando fragmentos metálicos de granadas, o plásticos con figuras de electrodomésticos, pueden de pronto no ser del todo grandiosos para incitar las piernas cansadas. El museo está en una zona habitacional que semeja unidades habitacionales de la Ciudad de México, residuos sin duda de la era socialista, pero en contra esquina ahora hay un mall como la Iglesia más moderna del capitalismo.

 

Pausa: el museo de las escuelas de Croacia

Tengo la sensación de que en cada esquina hay un museo en esta ciudad. Los señalamientos en las calles apuntan quince flechas con museos en una dirección y veinte en la otra. Casi por error me introduzco en un edificio amarillo mostaza frente al teatro nacional de Zagreb y es un museo sobre las escuelas. En cada museo siempre hay un grupo de niños haciendo un recorrido, la ciudad como aula. El libro reúne manuales pedagógicos, globos terráqueos, pupitres, reglas y otras parafernalias educativas. En un salón, un grupo de niños entre la edad de ocho años están sentados en un salón antiguo, la curadora del museo tiene una varilla en la mano y azota uno de los pupitres, en lo que pienso es una re actuación de las “maneras antiguas” de aquello que decimos en México en una rima violenta “la letra con sangre entra”. Están las fotografías de las primeras maestras en el siglo XIX, emperifolladas en sus vestidos de la época y algunas absolutamente bellísimas en 1890, ahora seguramente, todas tornadas en ceniza, como la tinta negra que tiñó esa foto. Agradezco a las dos dependientes que me saludan con la amabilidad de una maestra en el último día de clases. Pienso que una ciudad con tantos museos debería tener un museo de sus museos, o más aún, borgeanamente, una ciudad enteramente museo, donde los habitantes actúan su nacionalidad a la vista de los visitantes ¿Habrá alguna ciudad que no tenga ningún museo? Sería acaso una ciudad libre de su pasado o con suficientes cargos de conciencia que prefiere ejercer el derecho de la amnesia.

          Dicen que esta es la cultura del “pomalo” es decir tomarlo con tranquilidad, con tiempo. Si la gente sale a tomar una cerveza, se toman su tiempo. A los croatas tampoco les gusta el dividirse la cuenta, la mujer o el hombre pagan, pero alguien tiene que hacerlo, porque si estás con alguien a quien quieres lo suficiente como para salir a cenar con ellos, entonces, ¿por qué no pagarles la cuenta?

Fin del viaje

De regreso me levanto a las cinco y media de la mañana. En la ciudad caminan los que salen de las fiestas, la muchachas todavía con sus vestidos de noche y con una sonrisa de quién no se ha pasado toda la noche en vela. Los muchachos se ven descompuestos, tropezándose de alcohol y encontrando su camino de regreso, se acabó la noche, aquí está el día ahora cacheteándolos con la palmada abierta de la realidad. Iba a tomar un Uber, pero decidí caminar hasta la estación de autobuses, allí me tomé un café y un pan que es una delicia recién salida del horno, parece que hay una panadería en cada esquina. En treinta minutos estoy en el aeropuerto, por treinta konas. El aeropuerto tiene el aspecto de una concha marina de metal, es pequeño, pero funcional y lindo a la vista. Termino de comprar algunos recuerditos, mi política en este aspecto es que si veo algo que me atrae la vista y no es de un precio prohibitivo, lo compro para no lamentarlo después. El vuelo toma una hora y media hasta Frankfurt, por la ventana del aeroplano vi las montañas italianas, una legión de gelatos de limón derritiéndose bajo el sol de mayo. En fin, ya voy de regreso, este viaje entra en la categoría de los centellazos, cuando el trayecto es más largo que la estancia misma. Zagreb me ha sorprendido por su belleza, es un viaje trunco porque no conocí nada más, tengo que regresar para sortear sus costas, la zona dalmaciana. Por supuesto Dubrovnik, esa flor de piedra y techos carmesí que parece incendiarse en cada crepúsculo y que ahora solo veo en fotos.

 

 

Martín Camps es profesor de la University of the Pacific en Stockton, California, donde es también Director de Estudios Latinoamericanos. Sus dos últimas ediciones de ensayos son La sonrisa afilada: Enrique Serna ante la crítica (UNAM, 2017) y Transpacific Literary and Cultural Connections: Latin American Influence over Asia (Palgrave, 2020). También ha publicado cinco libros de poesía, entre los que se encuentran Extinción de los atardeceres y Los días baldíos. También es autor de la novela Horas de oficina.

Ars Lúdica y Revelaciones

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Juego desesperado

 

Frustración

Después de haber asesinado a veinte personas

Sin que nadie encuentre a las víctimas

Ni sospeche de mí…

Confieso

que ya me aburrí…

 

Yo, un día danés, gris, de otoño y demasiado largo.

 

 

JUEGOS TRISTES

 

SMS

 

Ayer mi teléfono se mojó con tu llanto

Y el tuyo se llenó de besos de un papá que te adora

Y que no quiere que sufras

 

Con mucho amor

 

Papá

 

 

Visita a Marta González, New York City Ballet.

Enferma de olvido

de la cosas

de quién es

de quienes fueron

su familia

sus amigos

dormita

en el salón del asilo

perdida en eso

de no saber qué recordar.

 

El muchacho que la visita

se acerca y le habla

a ese ser

que parece haber

también olvidado

para qué son

las palabras.

 

Ella escucha así

Como un mueble escucha

Cuando hablamos

 

Está sin estar

Está sin ser.

 

De pronto una idea

asalta al joven

que saca su teléfono

para despertar

con la música

su pasado.

 

Tchaikovsky

y su lago

se escucha

en el salón.

Y en la memoria

de su cuerpo.

 

Como un acto demiúrgico

La magia de la música

No logra levantarla

de su silla

de ruedas.

Sin embargo, sus manos

esas largas, finas manos

que hasta antes

de la música eran

alicaídas estructuras

óseas,

se despiertan

comienzan a bailar.

Su cuerpo entero

recupera

attitud.

 

Cada frase de ese lago

le adhiere una pluma más

a este cisne

que despierta

a ese cuerpo que recuerda

no sólo el vuelo

de sus alas

sino la mirada

que reconstruye

en el vacío

al temible

cazador

que es la muerte.

 

La música sigue

El cuerpo recuerda

un salto,

ahora,

imposible

y

el vuelo de sus manos

la attitud corporal

desmorona

a ese cisne

en la representación

de su muerte.

 

¡Sigue! Le dice el joven,

¡sigue!, es bello,

Nos tienes a todos

En lágrimas.

“Aquí entraba yo

En puntas”,

dice ella

(desde su silla

de ruedas)

y vuelve

al silencio semi dormido

De sus ojos

De su cuerpo.

Alguien aplaude.

 

 

Cuerpos y desiertos

Estará por allá

Estará por acá

El cuerpo diseminado

El cuerpo reventado

en el desierto de

Tarapacá

Para acá estará

Un poco más lejos

En un lugar que

ataca

Y

Ama.

Estará en el desierto

de Atacama.

Una mujer

morirá buscando

El cuerpo de su amado

Y quedará con el tiempo

como él

Diseminada y, con él,

Amándose

en Atacama.

 

(2018, después de haber vuelto a ver Nostalgia de la Luz de Patricio Guzmán)

 

 

Claudio Cifuentes-Aldunate es chileno de nacimiento y danés de adopción. Doctorado en literatura hispanoamericana por la Universidad de Friburgo, Suiza, con un doctorado sobre Mario Vargas Llosa publicado en Odense University Press i 1983, con el título Conversación en la Catedral, Poética de un Fracaso. Desde 1981 es profesor titular de Literaturas iberoamericanas en el Instituto de Ciencias de la Cultura de la Syddansk Universitet, Dinamarca.
En su vida académica ha tenido un interés central por la semiótica y el análisis literario y cinematográfico. Una parte de su investigación se centra en la escenificación de la verdad en la textualidad. Ha sido profesor invitado durante diez años en la Universidad de Aquisgrán, Alemania y ha sido miembro de LEIA (Laboratorio de estudios italiano-ibéricos e iberoamericanos) de la Universidad de Caen, Francia, donde se ha ocupado del micro-relato y de la literalización de la ciudad en poesía y prosa. Su último proyecto versa sobre el sentido del silencio en la cultura en general y en la literatura en particular. En el ámbito de la creación, ha incursionado anteriormente en el relato y la poesía en diversas revistas literarias como NOK (Noter og kommentarer) donde publicó Poesías junto a dos otros autores y en la revista Aurora Boreal donde ha contribuido con los relatos ‘Encuentro’, ‘De migraciones y exilios’,’ Quebrantos’ y el poema ‘La lista’.

 

El cazador

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EL CAZADOR

El cazador sueña un león herido,

oculto entre el ramaje y la oscuridad

cabalga más allá de su pradera interior.

Su olor es un llanto fresco

que atraviesa cacerías de sombras frustradas;

montado en la cola de Dios

se traga un pedazo de aire amargo

y prepara su fusil.

Todo él es energía nerviosa…

 

 

EL MIEDO

A veces el bosque es un ejército enemigo,

un animal ciego que no reconoce a su dueño.

 

 

EL LEÓN HERIDO EN REALIDAD ES SU PADRE

Despierta padre mío en el infierno
Ernesto Lumbreras

El león herido en realidad es su padre,

no es natural ni humano,

es el gran silencio,

su presencia se hace visible justo después

de que el otro animal cae herido.

 

El cazador en realidad es una catástrofe nuclear

o una enfermedad que se hereda.

 

LA SANGRE NUNCA MIENTE

La sangre nunca miente.

El miedo: una brújula del instinto.

La vida acompaña a la voluntad hasta el último instante,

son tan inseparables como el cuerpo y su sombra.

 

[Se escuchan tres disparos]

 

[…]

***

 

Todos los animales del bosque huelen su miedo.

 

 

ALBERTINE SIMONET

El cazador no lo sabe

pero desde hace dos años

el último animal que él mató

me acecha en sueños;

Yo juraría que busca venganza.

Yo juraría que sabe que soy la hija del cazador.

Sospecho que una noche de estas

saltará

de mis pesadillas

a la otra orilla de la cama

y me matará con la misma crueldad

con la que mi padre

jaló el gatillo.

 

 

Leonarda Rivera es poeta y ensayista. También es doctora en Filosofía por la UNAM. Ha publicado tres libros de poesía Deshojal (2010), Música para destruir una ciudad (2015), y El cazador sueña un león herido (2019). En el 2014 seleccionó la muestra “Poesía Joven de Michoacán” para la revista Punto de Partida de la UNAM. Ha publicado en diversas revistas nacionales e internacionales. Directora fundadora del Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes Ciudad de Morelia (con cinco emisiones).

Dejad que la palabra rompa el vaso: diálogo entre poetas y lectores

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Apenas tolerado, viviendo al margen
de nuestra sociedad tecnológica, teníamos que ser rescatados.
“Alivio súbito”. John Ashbery

 

La poesía es el espíritu de los pueblos. En cada verso la voz poética se sumerge hasta su más profunda interioridad cognitiva y anímica, para sacar a flote miedos, anhelos, sueños, deseos, esperanzas y sensaciones, a fin de expresar con palabras la compleja estructura emocional del ser humano y su visión del mundo en que habita. Cada poeta es un instrumento que entona su canción interior. Y la palabra es el vehículo que le permite crear su música, elevando lo profano de la realidad para convertirlo en lo sagrado del arte.

Desde su fundación en el año 2005, la editorial Vaso Roto nació con la certeza de que iniciaba una misión que, dada la evolución de la sociedad contemporánea, parecía destinada al fracaso: en un mundo en el que los lectores se enfilan al camino de la extinción, se propuso dar a conocer voces literarias aún no difundidas en español, reeditar, en nuevas traducciones, a poetas, narradores y ensayistas en lenguas extranjeras que merecieran una revisión de su obra y además dar a conocer voces nuevas, sensibilidades y pensamientos emergentes, voces que son la savia nutricia que nutre y hace crecer a la literatura, el pensamiento y la poesía.

Pese al desalentador panorama editorial imperante en los países de habla hispana, desde su primer libro publicado, Cuatro salmos de W. S. Merwin, la naciente casa editora estableció el fundamento de su trabajo: mostrar a la palabra como herramienta luminosa, nota musical, arco que dispara su flecha al infinito y puente entre lo humano y lo divino. Desde ese momento, ciento cuarenta y nueva libros han visto la luz para crear un monumento a la lírica universal, un coro polifónico que refleja a la humanidad del siglo XXI, luchando por encontrar su destino. Cada uno de los autores publicados levanta su voz en un solo que encuentra su eco en el lector. Y cada voz se une a las demás para formar un concierto que busca nombrar lo inefable.

A quince años de su fundación, Vaso Roto resume con orgullo el fruto de su labor presentando una antología que contiene una muestra de cada uno de los ciento cuarenta y nueve libros de poesía editados desde que inició su aventura editorial. El libro representa el esfuerzo realizado para cumplir con una misión muy clara: difundir la obra lírica de autores que muestran su más profunda intimidad para retratar el mundo en que vivimos. Poetas que indagan en las complejidades de la sociedad posmoderna y reflexionan sobre el presente y el futuro de la humanidad. Con tesón y paciencia la casa editorial ha explorado en las literaturas del mundo, siempre en pos de encontrar el poema que, como señala Jeannette L. Clariond en el prólogo a esta antología, recoja limaduras de luz y propicie la integración de los añicos en  el espíritu del lector. Porque si disperso es el caótico universo que habitamos, la poesía es un vaso que congrega lo disperso.

De la trascendencia que tienen para el mundo editorial en lengua española estos años de trabajo, queda constancia en este resumen del catálogo poético de Vaso Roto: ciento cuarenta y nueve libros que contienen las voces de poetas que originalmente escriben en lenguas como el árabe, el italiano, el rumano, el inglés y el portugués. Algunos de estos versos nunca habían sido conocidos en nuestra lengua. En otros casos, se han revisado las traducciones realizadas para lograr una expresión lo más cercana posible en español al original.

Muy importante es también la selección realizada para incorporar la voz de las mujeres y darla a conocer a los lectores de España e Hispanoamérica. Desgraciadamente, aún en nuestros días, el canon sigue siendo masculino, blanco y heterosexual en muchas literaturas. Por ello, cabe remarcar el trabajo de los editores para hacer visible la voz única de destacadas poetas contemporáneas como Alda Merini, Clara Janés o Joumana Haddad. Y siempre buscando nuevas rutas poéticas, también para dar a conocer en antologías los timbres más íntimos de jóvenes poetas colombianas, mexicanas, españolas y portuguesas.

Una muestra de cada uno de estos 149 libros dedicados a la poesía conforma este volumen, el número 150.  Y esta es una de las principales razones por las que ¡0h! Dejad que la palabra rompa el vaso…es un libro imprescindible para todo lector de poesía en cualquier país hispanoparlante. Porque en sus páginas se encierra una muestra de la mejor poesía escrita en el siglo XX y en estos albores del siglo XX. Su lectura nos lleva a conocer otras facetas del mundo que habitamos y sobre todo, nos conduce a un encuentro con nosotros mismo. Y es un rescate de la sensibilidad y la belleza en un mundo pragmático alienado por la tecnología.

En esta lucha de rescate y sensibilización, la editorial no olvida la importancia de un elemento fundamental, consubstancial con la poesía: la belleza del libro. Ante el auge del libro digital, que se impone en todas las sociedades por motivos económicos principalmente, Vaso Roto desde su origen apuesta por volver a la tradición del trabajo editorial que compagina el presentar la riqueza del pensamiento y los sentimientos con un formato de belleza física que hace de cada libro una pequeña obra de arte. Así, como lo ha hecho desde el primer volumen de la colección poética, esta antología está acompañada por las ilustraciones del artista chileno afincado en Barcelona Víctor Ramírez. De esta manera, cada poema encuentra su reflejo en una obra de arte plástico original que subraya la fuerza del verso y dota de belleza al placer de la lectura. Para dar un digno marco al trabajo de los artistas, tanto de la palabra como de la imagen, el libro se ha elaborado meticulosamente, atendiendo cada aspecto que permita enfatizar el placer de la lectura: diseño, tipografía, colores, papel, cubierta, guardas. La comunión de la presentación física trabajada con esmero y la profunda riqueza del contenido da como resultado una experiencia estética inolvidable para los lectores.

¡0h! Dejad que la palabra rompa el vaso. Y lo divino se convierta en cosa humana es una antología, una fusión de la palabra y la belleza plástica, una muestra de una labor de amor a los libros y a la poesía. Pero sobre todo, es un diálogo entre los poetas y los lectores. Un diálogo que no va dirigido a especialista o a críticos, sino que busca establecerse en la intimidad de cada hombre o mujer que lo tome en sus manos y se pierda en sus palabras. Un recorrido que nos lleva a los vericuetos de nuestra interioridad y nos expone la belleza y la complejidad de los tiempos que vivimos. Una conversación personal profunda, que nos transforma y nos humaniza, que nos sensibiliza y nos permite entender en toda su grandeza el milagro de la vida.

¡Oh! Dejad que la palabra rompa el vaso. Y lo divino se convierta en cosa humana. España, Vaso Roto Ediciones, 2020.

 

 

César Antonio Sotelo Gutiérrez es doctor en Filología Hispánica (Universitat de Barcelona), Master of Arts (University of Texas at El Paso) y Licenciado en Letras Españolas (Universidad Autónoma de Chihuahua). Trabajo crítico publicado en: Teatro Mexicano Reciente, Nueve poetas malogrados del Romanticismo Español, Gregorio Torres Quintero. Enseñanza e Historia, Nada es lo que parece. Estudios sobre la novela mexicana, 2000-2009, La sonrisa afilada. Enrique Serna ante la crítica y en artículos en revistas como Plural, Los Universitarios, La Palabra y el Hombre, Revista de la México y Revista de Literatura Mexicana Contemporánea entre otras. Autor de los textos dramáticos: La voz del corazón, El son del corazón, El palpitar de una canción, Réquiem a Federico Chopin, La feria y Van pasando mujeres, Mujeres al alba, Sinatra…la voz y Lucas Lucatero. Fundador y director de la Compañía Teatral Escena Seis 14. Académico Titular en la Licenciatura en Letras Españolas y en la Maestría en Investigación Humanística de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Miembro del Consejo Editorial de la RLMC y de la Revista Metamorfósis y Miembro del Consejo Asesor de Agradecidas Señas. A Journal of Literature, Culture & Critical Essays.

La patemización del narcotráfico en Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda

 

Felipe Armando Saavedra Montoya
Universidad Iberoamericana
fsaavedra@uach.mx

Marco Vladimir Guerrero Heredia
Universidad Autónoma de Chihuahua
mguerrero@uach.mx

Resumen

El presente trabajo articula los procesos de patemización del narcotráfico en el cuerpo a partir del análisis de la obra de teatro: Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda. La patemización ocurre como producto de la violencia que ejerce la intervención estatal en el pueblo de Yepachi y en Santa Rosa de Lima, Chihuahua. VHRB logra presentar como afecto y efecto la patemización del narcotráfico como somatización de la violencia por medio del artefacto teatral de manera fragmentaria. Esta patemización produce una mutilación corporal en sus personajes.

Palabras clave: Narcotráfico; Cuerpo; Patemización; Mutilación; Violencia.

 

Abstract

The present paper articulates the processes of drug trafficking in the body based on the analysis of the play: Contrabando by Víctor Hugo Rascón Banda. The patemization occurs as a product of the violence exercised by the state intervention in the town of Yepachi and in Santa Rosa de Lima, Chihuahua. VHRB manages to present as an affect and effect the patterization of drug trafficking as a somatization of violence through the theatrical artifact in a fragmentary manner. This pattemization produces a corporal mutilation in his characters.

Keywords: Drug Trafficking; Corps; Patemization; Mutilation; Violence.

 

 

 

Nadie sabe lo que un cuerpo puede (Spinoza 127)

 

La obra Contrabando aparece en el contexto de la prohibición de las drogas en Estados Unidos como medida política, y su posterior repercusión en la Operación Cóndor en México. Oswaldo Zavala en Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México hace el siguiente análisis:

Con la Operación Cóndor, […] el gobierno de México llevó a cabo la más grande movilización militar y policial antidrogas del siglo XX en el país que transformó radicalmente nuestra manera de imaginar el narco. […] con frecuencia se reduce la política mexicana antidrogas de dos maneras: o es entendida como una mera relación de subordinación ante la hegemonía de Estados Unidos, o bien es interpretada como resultado de una ineficaz contingencia política ante la amenaza del crimen organizado. Estas visiones pasan por alto que, hasta mediados de 1990, el PRI administró con eficiencia una red de soberanía que le permitió articular un juego geopolítico en el cual el narcotráfico fue objeto de la más rigurosa disciplina de los mecanismos policiales de Estado y su soberanía. Entiendo aquí el concepto de soberanía, con Carl Schmitt, como la facultad del Estado “para decidir [su curso de acción] en torno a [una situación] de excepción”. El estado de excepción implica para Schmitt conflictos políticos o económicos que requieren medidas extraordinarias y que, como en el caso mexicano, suscita acciones concretas que en poco o nada reflejan el marco de legalidad (75-76).

El análisis de Zavala se ocupa en explicar los caminos de interpretación del narco en México a partir de las dos posturas más reducidas del fenómeno: primero el de la hegemonía y su influencia por parte de los Estados Unidos y la ineficaz contingencia política ante la amenaza del crimen organizado vs la segunda explicación más compleja y aceptable, la que a mediados de 1990, se administró una red de soberanía y con ello el estado de excepción, lo que articularía acciones concretas fuera del marco de legalidad.

En nuestro acercamiento utilizamos el concepto patemización, referido por Greimas y Fontanille en el libro Semiótica de las pasiones, como simulacro pasional, o recorrido pasional, indistintamente. En la constitución de los elementos pasionales en los actantes; la configuración patémica se emplea con doble eficacia: tanto el espectador, como el actante, cubren un mismo recorrido patémico (148) cuando este se enuncia en el discurso semiótico. La patemización según Greimas y Fontanille aparece en el discurso de manera desordenada y anárquica del contenido temático, en nuestro caso el de la violencia, y pone en evidencia la aparición del recorrido pasional del actor de manera reiterada y obsesiva, es decir, la pasión aparece desbordada en el discurso de manera temperamental, esta patemización es un rol que asume el actante o personaje. Este rol patémico se traslada al espectador, quien es el que recibe las formas semánticas y quien las patemiza. En el teatro este rol se extiende no solamente como forma semántica que se vierte en el cuerpo, sino también, a partir de su extensión corporal de manera completa e inmanente. La patemización es el estadio o los estadios corporales exacerbados en que el cuerpo recrudece la vivencia convulsa, esta vivencia convulsa se manifiesta en el actante/personaje como en el espectador.

El concepto de violencia es entendido en los términos de Georges Sorel: “Los términos fuerza y violencia […] la fuerza tiene por objeto imponer la organización de un cierto orden social en el cual una minoría es la que gobierna, en tanto que la violencia tiende a la destrucción de ese orden” (178) Sorel establece la diferencia entre fuerza y violencia, la primera es aquella que imprime el estado, que efectúa en su ejercicio de preservación del orden, mientras que el concepto de violencia se diferencia por ser aquella que lo destruye. El concepto de Sorel permite observar dos dimensiones de la violencia, por un lado, la violencia estatal como el uso de la fuerza y por otro, la violencia social. La violencia en Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda, (de aquí en adelante VHRB) se imprime desde estos dos órdenes, como fuerza estatal y su diseminación como violencia social. La violencia es la impresión de esta fuerza estatal diseminada y reproducida sobre los cuerpos en diferentes instancias: social, política, económica, psicológica y física. La violencia es una cuestión del cuerpo, del cuerpo sufriente, impuesta para articular cierto orden, un orden en el entramado de los cuerpos. Esta violencia se articula a través de los aparatos institucionales que el estado promueve: militarización, guerrilla, seguridad nacional, lucha contra el crimen organizado, soberanía. La patemización de la violencia es rearticulada en el artefacto Contrabando, en los cuerpos de sus personajes.

A VHRB se le ubica como uno de los dramaturgos mexicanos de la llamada nueva dramaturgia, fue alumno de Vicente Leñero, Emilio Carballido, Hugo Argüelles, entre otros. Donald H. Frischmann en su artículo Desarrollo y florecimiento del teatro mexicano: Siglo XX, explica su trayectoria:

La Nueva Dramaturgia […] cuyo desarrollo se remonta a las convulsiones políticas y sociales y a la masacre de Tlatelolco de 1968, […] Temas de protesta social y de conflictos generacionales dentro de un molde realista inicial, se volvieron una multiplicidad de estilos y géneros con la influencia marcada de Brecht, tanto al nivel estructural de las obras como en sus perspectivas políticas. Frecuentemente se busca y se cuestiona la realidad frente al peso de la hipocresía de la sociedad y una sensación de impotencia. (56)

Frischmann nos muestra las posturas políticas de esta generación de dramaturgos entre los que destacan: VHRB, Sabina Berman Abraham Oceransky, Oscar Liera (m. 1990), Jesús González Dávila, Dr. Guillermo Schmidhuber, Enrique Ballesté, por mencionar algunos. Además, evidencia la masacre de 1968 como parteaguas de sus preocupaciones. En el caso de VHRB anticipa el tema de la violencia estatal, social y el narcotráfico en obras como Guerrero negro (1989) y en Contrabando (1991), donde nítidamente toma de lleno la temática de manera profunda para el teatro y posteriormente en la novela del mismo nombre. En este sentido, afirmamos que su denuncia se esclarece desde el teatro y posteriormente a través de la novela. Rascón Banda, nacido en Uruachic, Chihuahua, autor del teatro del norte de México, trasciende las fronteras con su dramaturgia y genera una presencia necesaria a través de los planteamientos fundamentales de nuestro tiempo.

La trayectoria dramatúrgica de nuestro autor toca diversas temáticas, la clasificación de Enrique Mijares hace la siguiente división: La construcción de lo femenino, Mitos y Sueños, El teatro del crimen, La vocación social y Otras voces, otras fronteras. En esta última temática y contexto se enmarca Contrabando, estrenada en el Teatro Benito Juárez el 3 de agosto de 1991 en el IV Gran Festival de la Ciudad de México. Según las referencias cronológicas que aparecen en el libro Contrabando Ediciones El Milagro (1993), se trata de los mismos años en las que se desarrollan los sucesos en Yepachi y donde Santa Rosa de Lima se transforma de un poblado pacífico a una zona violenta a causa del narcotráfico. Gloria Harmony señala acerca del suceso acaecido a Damiana Caraveo: “Para Damiana, la que cuenta la historia más estremecedora – quizá́ porque está basada en un hecho real muy doloroso y publicitado-” (9). Según esta cita podríamos presumir que lo narrado por Damiana Caraveo se trata de un testimonio de la vida real que VHRB trae a la escena teatral.

La obra presenta una anécdota sencilla en apariencia que se gesta en la Presidencia Municipal de Santa Rosa de Lima (municipio de Uruachi, Chihuahua): un escritor, una operadora de radio, y dos mujeres más, aguardan los telefonemas recurrentes y distorsionados de un aparato caduco, roído y poco funcional (mismo que representa las relaciones políticas y sociales de Santa Rosa con la capital, Chihuahua). Allí el personaje de El Escritor espera respuesta y comunicado de la capital.

Los tres personajes mujeres constituyen cuerpos mutilados, cada personaje somatiza y patemiza un perfil de mutilación, entendida esta última como el grado de afección producto de la violencia que ha lacerado a cada uno de ellos: en Conrada, su grado de afección se articula tras la pérdida de su hijo El Candelo, de quien se presume fue abatido por las fuerzas castrenses desde un helicóptero, mientras se encontraba trabajando un plantío de marihuana, Conrada es la operadora de radio de la presidencia municipal de Santa Rosa de Lima; El personaje de Jacinta es el segundo personaje que articula una mutilación. Jacinta ha perdido a su esposo José Dolores de quien se presume fue un traficante que se hizo pasar por un ganadero. José Dolores conoció a Jacinta durante las fiestas del tercer Centenario de Santa Rosa, de donde Jacinta fue reina, José Dolores se presentó como ganadero y al poco tiempo le pidió matrimonio, la obra deja entrever las relaciones de José Dolores con el trasiego de drogas, así como el hecho de haber estado casado. José Dolores no regresó desde que una mujer lo sacara pistola en mano de su casa; El personaje de Damiana Caraveo es el tercer personaje en el que se articula la última mutilación. Damiana Caraveo, espera al Presidente Municipal de Santa Rosa, en ella se encuentra el mayor grado de afección, su familia entera, así como trabajadores del rancho de su propiedad, todos fueron acribillados por hombres armados en Los Táscates, Yepachi. Damiana escuchó las ráfagas de ametralladora desde Santa Rosa y acudió a una población cercana llamada el Madromo para pedir ayuda a policías Judiciales Estatales de Chihuahua, y así, acudir a su propiedad a revisar lo que sucedía, al momento de su llegada fueron embestidos a fuego abierto, ocasionando la muerte de una mujer embarazada que la acompañaba y la de los judiciales. Damiana fue capturada por sus agresores, golpeada, y llevada a la penitenciaría estatal, donde fue acusada de ser líder de una banda de narcotraficantes. Damiana acusa al presidente municipal de sembrar chutama, es decir, marihuana. Damiana cree que el presidente municipal estuvo involucrado en su captura, ya que en repetidas ocasiones le pidió venderle Los Táscates. En el desarrollo de estos encuentros, los personajes narran los episodios en torno a sus propias dolencias. Santa Rosa es el lugar en el que se deja ver de manera clara el cambio de las dinámicas sociales producto del cultivo y trasiego de marihuana. En Conrada encontramos la patemización, la primera mutilación, cuerpo violentado:

Damiana: Muchos dicen que no fue así. Que otros sembradores, enojados porque el Astolfo y el Candelo les habían ganado esa rinconada tan escondida, más allá de los Otates, lo venadearon desde la otra banda del río y amenazaron al Astolfo por si hablaba.

Conrada: Don Lauro piensa otra cosa. Cree que le dispararon desde un helicóptero, porque la bala no parecía de 22. Era de bala expansiva. […] En la bolsa de su camisa encontre unas semillitas de hierba que el inocente olvidó o que guardó, quién sabe. (23)

El diálogo hace evidente un primer momento en la obra donde se registra el drama en torno a la prohibición de la siembra de marihuana y los roces por las tierras más ocultas, presumiblemente el ejército hace su aparición y mata al Candelo. En Conrada encontramos la primera mutilación producida por la pérdida del Candelo, su hijo. Su hijo, extensión corporal desde su función materna y porqué no decirlo, la peor de las mutilaciones, mutilación corporal, toda vez que su hijo ha sido parte de su cuerpo. No hay palabra en nuestro idioma que signifique la condición de una madre que pierde a su hijo por muerte o extravío, esta condición no se semantiza en una palabra, solo se somatiza y/o patemiza. El pañuelo y semillas de marihuana llenan acaso, aquél hueco que atravesara la bala del corazón del Candelo:

Conrada: Al Candelo lo voy a seguir viendo como lo vi aquella noche. Fuerte, animoso. Como lo vi cuando me asomé a la trinchera y él se fue silbando con el Astolfo. Como lo vi subir por el Camino Ancho y perderse en el arroyo de Los Amoles. Como seguí viéndolo, ahí, hasta que amaneció y pegó el sol. (21)

En Conrada, la mutilación también se perpetúa en una imagen inconclusa. La repetición es su duelo. Para Greimas la pérdida se traduce en una suspensión tímica, esto se conceptualiza como el poder isotopante del sufrimiento. Es el poder isotopante la manifestación reiterada de la pérdida, ahí los ideolectos y sociolectos se reiteran, Conrada tras la pérdida de su hijo, articula la somatización de los celos, los celos se patemizan por una pérdida de lo que se cree le pertenece, esta pérdida acciona la función pasional de los celos a partir de la suspensión de la función tímica. Greimas y Fontanille explican: “[…] suspensión de la dimensión tímica: el cuerpo del celoso se tiene que callar y tomar prestadas otras vías diferentes de las del conflicto del viviente y del no viviente para manifestar, calladamente, su sufrimiento” (262).

Este silencio y repetición constituyen su afección, el lazo corporal o cuerda donde se articulan las resonancias de su recuerdo. Esto también se traduce en apego, ya que, al morir su hijo, el presidente municipal le ofrece trabajo, su necesidad no es solamente económica, sino que de alguna manera su permanencia a ese trabajo se liga al recuerdo de su hijo. Este cuerpo mutilado opera bajo la patemización de la violencia del narcotráfico. En ella también se articula el deseo, el deseo por tener a su hijo, su hijo arrebatado por aquella bala.

Su polifonía es también una figura poliédrica, sus fases aparecen como homotecias a lo largo de los diálogos. La atmósfera y ambientación ocurre a través de la intervención de diferentes piezas musicales, corridos, artefactos culturales que resuenan en las calles de Santa Rosa de Lima, fuera de la Presidencia Municipal; corridos que interpelan a generar la atmósfera y ambientación de la obra que sirven de catalizador ante la efervescencia de la escena. Los corridos aparecen obscenamente, intercalándose en la polifonía y creando cuadros intertextuales, que constituyen la columna vertebral de la composición teatral.

En la primera escena de la obra aparece en una de las acotaciones: “[…] De la calle llega la música de un conjunto norteño que toca Contrabando y traición […]” (14) Siguiendo esta acotación, Contrabando y traición, el primero de los corridos invocados por el autor, consideramos que se toma la primera parte del título para dar nombre a la obra, podemos decir, que el autor la intitula Contrabando, y entiéndase la traición como violencia, rescoldo de lo que esto implica, drama central de la obra: soberanía como situación de excepción, despojo de tierras, asesinatos, criminalización de ciudadanos, trasiego de armas, plantíos de marihuana. Los corridos aparecen de manera intermitente en la obra. No son puentes musicales: la inserción de estos, generan la atmósfera en la que se desarrolla la obra.

El turno pasa para hacer evidente la violencia en Jacinta, primera reina de las Fiestas del Tercer Centenario, quien, deslumbrada en su juventud por la ostentación de un joven traficante, pierde gracia, belleza y ve la pérdida de su amante. En el personaje de Jacinta se encuentra la segunda mutilación, este personaje sufre la ausencia de su esposo y padre de sus tres hijos. Una mujer va a la búsqueda de José Dolores, pistola en mano, a la cual conoce. Ella entra a casa del padre de Jacinta y sale con José:

Jacinta: Luego José Dolores se bajó y me gritó hacia el balcón que no me preocupara, que la iba a llevar hasta el tren de San Juanito para embarcarla a Culiacán. Y se fueron. Fue la última vez que vi a José Dolores. Que lo vi en persona, quiero decir, porque de día y de noche lo traigo aquí, metido en el pecho y en la frente, y oigo su voz gruesa que me dice: “No se desespere, mi reina, aguánteme un poco más” (Pausa). Y a veces siento sus manos aquí y acá que me tocan y sus brazos fuertes, apretándome, y su aliento aquí en la nuca y en el cuello. ¿Me estaré volviendo loca? (41).

La violencia que padece Jacinta es la del extravío o desaparición de su esposo, mismo que se encargaba de compraventa de ganado. No hace falta decir mucho al respecto: de inmediato el texto nos remite a la elucubración más recurrente y que hemos cristalizado la más obvia, la más obvia en escena y que también en el imaginario cotidiano es constante: al leer en los periódicos o enterarnos en el noticiero de algún vecino o pariente desaparecido es porque tiene un “vínculo con el narco”. Para Jacinta la desaparición ocurre como un lastre que le impide separarse de la imagen viva de su esposo; por eso lo materializa en sus alucinaciones, “lo traigo en el pecho y en la frente” lo escucha y lo siente literalmente, “a veces siento sus manos aquí y acá que me tocan y sus brazos fuertes, apretándome, y su aliento aquí en la nuca y en el cuello” al grado de cuestionarse su propia cordura. Hay ahí una mutilación corporal, neural. De eso da cuenta Judith Butler cuando dice que: “La pérdida y la vulnerabilidad parecen ser la consecuencia de nuestros cuerpos socialmente construidos, sujetos a otros, amenazados por la pérdida, expuestos a otros susceptibles de violencia a causa de esta exposición” (46).

Los cuerpos dejan ese hueco, esa entidad que al desaparecer vulnera los estadios que aún eran enlazados en una coordinación, cuerda y cordura de la presencia completa: “Jacinta: Ésta que ve aquí en persona es y no es la misma. Soy y no soy. Soy en parte (Jacinta se acerca al cartel de las fiestas del Tercer Centenario. Lo mira.) Todavía quedan por aquí algunos de esos carteles pegados en las tiendas y en el billar. Ni me parezco, ¿verdad? […]” (29). Para Jacinta, su cuerpo se quedó mutilado, se quedó en otra parte, se quedó petrificado o momificado en la imagen lejana del cartel publicitario, al no ser completada por la presencia de José Dolores.

La violencia va hilvanando los testimonios para dar cuenta del drama que se vive en Santa Rosa y en México por extensión. El personaje del Escritor coincide con el mismo VHRB, su indicio, como lo dijera Olga Harmony:

Al principio parecería que el escritor –llamado con malicia Víctor Banda– fuera el que manifestara ese punto de vista, pero la contradicción entre sus palabras y sus acciones le confiere una ambigüedad que lo descalifica como portavoz del dramaturgo. Puede ser o no un agente. Puede ser o no un poeta de regreso a su pueblo en este caso confirmaría la tesis Brechtiana de que no se puede escapar a una circunstancia social inmediata y sangrienta (8).

En este sentido el autor, juega con la ambigüedad acerca de si el personaje y él son o no la misma persona. Entendemos que el personaje ya no es el autor, sin embargo. Es evidente que los hechos en la ficción son la reelaboración de hechos reales. Así como lo enuncia Harmony, las injusticias que padecen los personajes y Rascón Banda no pueden escapar de una circunstancia social inmediata y sangrienta:

Damiana: Y tú, ¿eres narco?

Escritor: (Pausa. La mira sorprendido.) ¿Cómo dice?

Damiana: Sí. Narco.

Escritor: (Sonríe forzadamente.) No.

Damiana: Es que miras muy raro.

Escritor: Así veo yo. La vista es muy natural.

Damiana: También te veo facha de judicial.

Escritor: ¿También por la vista?

Damiana: Por la pistola (47).

Damiana es el personaje donde se concretizan el mayor peso de mutilaciones. Contrabando se construye como un texto fragmentado de cuatro testimonios donde descansa y patemiza la violencia en el cuerpo, cuerpo mutilado, sus personajes cuentan su historia. Damiana Caraveo pide que alguien cuente su trémula historia: la pérdida de toda su familia en la matanza de Yepachi, después de la cual ella misma termina torturada y encarcelada, injustamente acusada de ser cabecilla de una banda de narcotraficantes. La violencia a la que es sometida Damiana merece nuestro análisis:

DAMIANA: […] Al traspasar la puerta de atrás, […] se oyó la primera descarga.

[…]

Levanté la cabeza y alcancé a ver al chofer de la camioneta caído sobre el volante, con borbotones de sangre que le salían del cuello. Teófila quedó recargada en el asiento, muy derechita, con los ojos abiertos, tapándose el estómago con las manos y con una hilera de balazos que le atravesaba el pecho de lado a lado, como una lista roja.

[…]

Me levanté para tirarla al piso, pero en eso, de una ventana de la casa, salió una ráfaga como de ametralladora y rompió los vidrios de la camioneta. Sentí un ardor en el hombro izquierdo. Apenas si podía creerlo. ¿Estaré soñando?, pensaba. ¿Será una pesadilla? (56-57).

Así, la primera “descarga”, su descripción y disposición de la escena narrada ofrece una suerte de cuadro visual y sonoro: imágenes que reconfiguran su atmósfera como proceso de contemplación, estupor. ¿Será una pesadilla?, dice Damiana.

La repetición secuencial mutila las relaciones paradigmáticas que producen la significación, como se presenta en el diálogo: “la hilera de balazos que le atravesaba el pecho, de lado a lado, como una lista roja”, o bien: “alcancé a ver al chofer de la camioneta caído sobre el volante, con borbotones de sangre que le salían del cuello” ahí la afección llega anticipadamente a través de lo que Vittorio Gallese llama simulación encarnada: “La simulación encarnada hace exactamente eso. Además, lo más importante, la simulación encarnada y el sistema de neuronas espejo, apuntalan la idea de compartir los deseos o intenciones comunicativas, significado y referencia, así como conceder las condiciones necesarias de paridad en la comunicación social[1]” (en línea).

Este proceso permite que lo que sucede en el cuerpo de quien es visto se reproduzca en el cuerpo de quien presencia visualmente el acto en otro cuerpo. La relación metonímica impide estar en el plano consciente, instalando un vínculo semiótico al cuerpo de espectador-lector. La representación se quiebra, se esquiva la mirada del espectador para acudir al plano de lo irrepresentable.

Estas imágenes albergan el desplazamiento producido por una narración de objetos ya deshumanizados. Contemplación o estupor, aquí Damiana, actante, lo patemiza, aunque lo hace a partir de estados de estupor o contemplativos. Damiana sufre una condensación donde el cuerpo, al sentir anula al sentir mismo. Greimas y Fontanille lo explica a partir de Spinoza:

De acuerdo a Spinoza, la pasión nace de cierta dimensión de la articulación de la dimensión pragmática, sobre todo del campo somático, con la dimensión cognoscitiva: la competencia del sujeto pragmático es un espectáculo para el sujeto cognoscitivo, y es este espectáculo, organizado como “pasión”, el que entonces afecta a la competencia del sujeto cognoscitivo mismo. […]

Por un lado un funcionamiento como este se encuentra fundado en el principio pasional más universal que existe, aquel que postula la unidad del sujeto mismo, la interdependencia de las diferentes instancias que lo componen; además, el mismo mecanismo de engendramiento de las pasiones –y en consecuencia, los algoritmos deductivos que las construyen– tiene su origen en el proceso que, de acuerdo a nosotros, homogeniza lo exteroceptivo y lo interoceptivo por la mediación de lo propioceptivo, proceso creador de la existencia semiótica misma: por ello, lo que afecta […] al cuerpo, y la afectación del cuerpo puede convertirse en un espectáculo pasional […]. (91)

Es decir, los planos de afección forman una secuencia, los actantes patemizan lo narrado en primer plano, para después patemizarlo en el espectador.

La narración continúa con cierta incredulidad por parte de El Escritor:

Escritor: ¿Y las demás? ¿En qué llegó tanta gente?

Damiana: Cuando la camioneta se movía escuché los motores de varias más, no sé cuántas, que se nos iban juntando, siguiéndonos.

Escritor: ¿Adónde la llevaron?

Damiana: No sé. No sé ni cuánto caminaríamos. Hubo ratos en que me quedé dormida, hecha bola en el piso, para no pensar y para despertar en mi casa. ¿Tú nunca has estado a punto de morir?

Escritor: (Piensa un poco. Pausa.) No. Nunca (60-61).

El Escritor cumple aquí una doble función: primero, es el tirabuzón de las historias que han sido calladas, pero también traslada al espectador la desconfianza ante lo narrado. El estado de excepción genera esta condición donde cualquiera es el enemigo.

La violencia hacia Damiana no cesa aquí:

Damiana: […] Me hacían preguntas. ¿Cuánta gente andaba conmigo? ¿Cuál era mi verdadero nombre? ¿Cuántos campos teníamos? ¿En qué ciudades teníamos propiedades? ¿Dónde estaba el dinero y las armas? ¿Quién nos controlaba? ¿A quién conocíamos en la policía y en el gobierno? ¿Desde cuándo era yo jefa de la banda? ¿Dónde escondíamos la droga? ¿Si conocía al procurador y al gobernador y al jefe de la zona militar? ¿Si nos visitaban muchas personas?

[…]

Me dieron toques… […] No sé. Qué de cosas me hicieron… […] Mi fotografía salió en los periódicos (62-63).

Esta narración muestra la articulación de un discurso compuesto por las autoridades inscrito en el cuerpo de Damiana, en él se manifiesta la fuerza estatal evidente en la obra, ella es convertida en el chivo expiatorio, que articula el discurso del estado a través de la violencia y su exposición pública.

La violencia del narcotráfico y fuerza estatal es patemizada, semiotizada y somatizada en el cuerpo; es el cuerpo-arpa del que habla Vezio Ruggieri, al respecto en Gabrielle:

El cuerpo, con sus músculos es como un instrumento musical, por ejemplo, un gran arpa [sic]. Del movimiento de las cuerdas de diversa longitud y diverso espesor puede hacer nacer una variedad infinita de sonidos y melodías. El cuerpo tiene más músculos que el arpa de cuerda. Los músculos del cuerpo suenan por su autor. La música corresponde a las vivencias objetivas generadas a partir del juego de tensiones de los músculos (173-174).

En este sentido, es la violencia una forma sonora, una resonancia, que suena y resuena en el cuerpo, en los cuerpos: de Víctor Banda, de Conrada, de Jacinta, de Damiana, en el lector, en el espectador. La violencia es articulada como injusticia semiotizada, somatizada y patemizada, como cuerpo mutilado, la afección llega a producir sus propios terrenos ineluctables, marca su impronta y se alberga como injusticia en el cuerpo.

 

Bibliografía

Butler, Judith. Vida precaria: El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós, 2006.

Frischmann, Donald. “Desarrollo y florecimiento del teatro mexicano: Siglo XX”. Teatro: Revista de estudios culturales, no. 2, 1992, pp. 53-59.

Gabrielle, Sofia. Diálogos entre teatro y neurociencias. Bilbao: Artez Blai, 2010.

Gallese, Vittorio. “Before and below ‘the theory of mind’: embodied simulation and the neural correlates of social cognition”. Philosophical Transaction of The Royal Society, vol. 362, no. 1480, 2007, https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2346524/

Greimas, Algirdas Julien y Fontanille, Jacques. Semiótica, de las pasiones de los estados de cosas a los estados de ánimo. (Raúl Dorra, Trad.) 2a. ed. México: Siglo XXI Editores, 2002.

Mijares, Enrique. Umbral de la memoria: Teatro completo de Víctor Hugo Rascón Banda. México: Instituto Chihuahuense de la Cultura, 2010.

Rascón Banda, Víctor Hugo. Contrabando. México: Ediciones El Milagro, 1993.

Sorel, Georges. Reflexiones sobre la violencia. Buenos Aires: Pléyade, 1978.

Spinoza, Baruch. Ética demostrada según el orden geométrico. (Vidal Peña, Trad.) Madrid. Ediciones Orbis. S. A. Hyspamerica. Editora Nacional, 1980.

Zavala, Oswaldo. Los carteles no existen: narcotráfico y cultura en México. Barcelona: Malpaso Ediciones, 2018.

[1] Embodied simulation does exactly that. Furthermore, and most importantly, embodied simulation and the mirror neuron system underpinning it provide the means to share communicative intentions, meaning and reference, thus granting the parity requirements of social communication […] (La traducción es nuestra).

 

 

Felipe A. Saavedra Montoya: Doctor (c) en Letras Modernas, Universidad Iberoamericana, Santa Fe, CD de México. Estudió Letras Españolas y Maestría en Educación Superior en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Director de teatro, actor, dramaturgo y promotor cultural. Sus áreas de investigación apuntan a la violencia social y política, dramaturgia contemporánea y teatralidad. Profesor de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha publicado los libros: “La cena de los dramaturgos” en 2011 y “Máscara de Psique” en 2015. Es miembro del Grupo de Investigación: “Literatura y cultura en el norte de México” UACH y del “Grupo Internacional de Investigación de la Violencia”  Facultad de Humanidades de la Universidad de Playa Ancha, en Valparaíso, Chile.

Los espacios y la reescritura desacralizada de obras literarias españolas en La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo

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Raquel Villalobos-Lara
Universidad Andrés Bello
villalobos.raquel@gmail.com

Resumen

Este ensayo tiene como objetivo analizar e interpretar la diégesis sobre la cual está construida la obra de Fernando Vallejos, La virgen de los sicarios. Este análisis parte del supuesto de que esta obra se construye a partir de las siguientes oposiciones narratológicas de los espacios: ciudad de arriba y ciudad de abajo; espacio exterior y espacio interior. Más aún estas operan sobre la base de las reescrituras procedentes de la tradición española, tales como Las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique y la Familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela las que aparecen transfiguradas mediante la carnavalización en la obra de Vallejo.

Palabras clave: Reescrituras; Literatura española y colombiana; Tremendismo; Narcotremendismo

 

Abstract

This essay aims to analyze and interpret the diegesis composition of Fernando Vallejos’ La virgen de los sicarios (Our Lady of the Assassins). Part of this work is based on the assumption that this essay is constructed on the following opposing narratologies: uptown and downtown; interior and exterior spaces. These operate within a base of rewriting from the Spanish literary tradition, such as Las Coplas a la muerte de su padre (Coplas on the Death of his Father), by Jorge Manrique, La Familia de Pascual Duarte (The Family of Pascual Duarte) by Camilo José Cela, and are as well altered by the carnivalesque characteristic of Vallejo’s work.

Keywords: Rewriting; Spanish and Colombian Literature; Tremendism; Narcotremendism.

 

 

 

A la memoria de mi maestro, don Eduardo Godoy,
cuya última conversación versó sobre los narcocorridos.

Introducción

La Virgen de los Sicarios (1994) del colombiano Fernando Vallejo muestra una imagen descarnada de Medellín y ha sido considerada como la iniciadora del boom de la narcoliteratura (Vásquez Mejías). Desde su publicación ha sido objeto de variados estudios que abordan desde la violencia del lenguaje, como proyección de la violencia callejera, hostil y permanente (Torres), hasta la disciplinada dedicada a su estudio, la “violentología” (Von Der Walde 222). Es una novela en la que impera el clima velado de una guerra disimulada (Ospina; Salazar; Camacho) y las descripciones de sus escenas son propias de los infiernos dantescos (Fernández), puesto que el mundo descrito y vivido desde su normalidad es el propio infierno (Onell). Se trata de una obra donde impera la desacralización (Jaramillo; Camacho) y en la que el autor, maldito y transgresor (Diaz), fusiona lo demoníaco con lo sagrado, logrando instalarlo en la reproducción del espectáculo melodramático (Hoyos).

Frente a este panorama de los estudios ya realizados sobre la novela de Vallejo, este ensayo pretende contribuir a la discusión desde la reescritura que la novela colombiana realiza de obras literarias españolas, tales como las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique y el tremendismo presente en la Familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela. Para efectos de este ensayo, la reescritura la entenderé como un diálogo voluntario, que se realiza exprofeso y que establece una dependencia entre dos textos: el original y el texto con el cual dialoga. Este último complejiza la relación con su modelo original, al incluir y variar elementos constitutivos del primero, pero en el caso que se analizará, el resultado tiende a la desacralización y carnavalización del modelo, es decir, elimina su carácter sagrado para degradarlo hasta reducir al mínimo sus cualidades.

 

Desacralización y reescritura de las obras literarias españolas

El narrador de esta novela se ha convertido en un verdadero cronista de la ciudad que describe la vida y las costumbres de sus habitantes. Critica, cuestiona y provoca con la experiencia de un hombre maduro que regresa después de treinta años a esta ciudad en la que impera la violencia como un nuevo orden social.  En extenso, la novela de Vallejo nos presenta un espacio literario y social dominado por categorías subvertidas, que rigen tanto el hacer y quehacer de la vida de los habitantes de Medellín, como también la propia estética narcoliteraria impuesta en la novela. La desacralización toma cuerpo y forma a través de la carnavalización: profana los rituales católicos y litúrgicos; los antivalores más bajos salen a la luz y se normalizan en el diario vivir. Además, une lo sagrado y lo profano en un acto religioso y piadoso al unísono.

El narrador protagonista, Fernando, recorre las calles de una ciudad que ya no le pertenece- según sus palabras- pues él es un extraño en su país; la pobreza, los asesinatos y la muerte adquieren el estatus de leiv motiv en la obra y se constituyen en la cotidianeidad del vivir. Con un lenguaje arrogante y soberbio, el narrador interpela al lector, aludiendo a que este no sabe nada, por lo tanto, él deberá explicarle todo. En este sentido, el narrador, Fernando, se convierte en el guía y los lectores en los turistas que lo acompañan en el tour por la violencia y por la ciudad. Sin embargo, pese a que el narrador se convierte en un guía, este siempre se reconoce como un extranjero en su país. Por lo tanto, este guía tendrá más bien un rol limitado en el recorrido por la ciudad, porque los verdaderos guías son los jóvenes sicarios, Andrés y Wilmar.

La obra tiene como su epicentro geográfico la ciudad de Medellín. En este escenario se establece desde ya una relación directa con la tradición literaria española. La denominación de la ‘falda de la ciudad’ de Medellín, como “Manrique Oriental” (107), hace recordar lo que el poeta español del siglo XV, Jorge Manrique, escribía en su elegía a su padre: la fugacidad de la vida a través del tópico Ubi Sunt. ¿Dónde están …? Se pregunta por quienes la muerte a invitado a danzar. El tópico medieval de la Danza de la Muerte que aparece en las Coplas de Manrique confirma que la muerte es una instancia democratizadora: todos, sin excepción, son llamados a danzar. Del mismo modo, Vallejo enumera a varios personajes para que integren esta danza y lo hace de la misma forma que en el poema medieval: “Basuqueros, buseros, mendigos, policías, ladrones, médicos y abogados, evangélicos y católicos, niños y niñas, hombres y mujeres, públicas y privadas, de todo probó el Ángel, todos fueron cayendo fulminados por la mano bendita, por la espada de fuego” (103).

La muerte es inminente y la fugacidad de la vida aparece en ambas obras. Sin embargo, la nueva lectura que impone Vallejo de la obra de Manrique, lo separa considerable de la elegía escrita al padre del soldado: Vallejo ríe, desacraliza y profana esta imagen de la fugacidad de la vida, pues a él no le inquieta: “…me inquieta la fugacidad de la muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar” (39). En un ambiente como Medellín, la muerte ya se vuelve una cotidianidad: existen carteles que prohíben tirar cadáveres y al saludo tradicional ‘Hola ¿cómo estás?’, le sigue “Yo ya te hacía muerto” (106).

Entonces, para seguir viviendo hay que avivarse. Así lo señala Jorge Manrique en el inicio de las Coplas a la muerte de su padre: “Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte / contemplando/ cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando […]” (Godoy 37). Pareciera ser una máxima obvia: avivarse para vivir. Obviedad que pierde todo sentido en una sociedad que está en permanente agonía y en la que se ha vuelto normal convivir y danzar con la muerte.

La ubicación geográfica y espacial adquiere una nueva resignificación a la luz de la reescritura que establece con obras españolas con las que dialoga. Así se evidencia en los espacios y sus denominaciones y la situación en la que se ubican la ciudad de arriba y la de abajo, los espacios interiores y los exteriores.

 

Ciudad arriba y ciudad abajo; espacios exteriores e interiores

La configuración de los espacios en la novela se evidencia en la distribución de la ciudad de Medellín: la ciudad de arriba y la ciudad de abajo. Bajo la denominación de un mismo nombre, se encuentran en la obra dos ciudades muy diferentes:

la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas, rodeándola. Es el abrazo de Judas. Esas barriadas circundantes levantadas sobre las laderas de las montañas son las comunas, la chispa y leña que mantienen encendido el fogón del matadero. La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a robar, a atracar, a matar. Quiero decir bajan los que quedan vivos, porque la mayoría allá arriba, allá mismo, tan cerquita de las nubes y del cielo, antes de que alcancen a bajar en su propio matadero los matan. (82)

El narrador denomina a la ciudad de abajo Medellín y la de arriba, Medallo[1]. Contrariamente, los barrios altos (desde el punto de vista geográfico) son los barrios más bajos (socialmente hablando), como por ejemplo Aranjuez: “un barrio alto pero muy bajo: alto en la montaña y bajo en mi consideración social” (43). Ni siquiera estar cerca del cielo da certeza ni posibilidad de acercarse a la divinidad, pero si así fuera, es preciso recordar que Dios, en este mundo carnavalesco, es el mayor gestor de la maldad de la tierra.

El narrador se mantiene en la ciudad de abajo, salvo en la escena cuando sube a ver a la madre de Alexis, después de ser asesinado. Así describe la miseria que ve a su alrededor: “Vi al subir los “graneros”, esas tienduchas donde venden yucas y plátanos, enrejados ¿para que no les fueran a robar la miseria? Vi las canchas de fútbol voladas sobre los rodaderos. Vi el laberinto de las calles y las empinadas escaleras. Vi abajo la otra ciudad, en el valle rumorosa” (86). La ciudad de arriba es la ciudad infernal. Cuando Fernando sube al infierno, el autor subvierte el tópico del descenso a los infiernos de Dante. Pues acá, el infierno está arriba, cerca del cielo, cerca de Dios y, por lo tanto, lo que hace Fernando es ascender al infierno.

Existe una evidente relación con Dante y su Divina Comedia (Fernández). Vallejo, a través de motivos escatológicos, ha logrado crear una interesante estética en donde la muerte y el odio se transforman en los entes principales de la acción. La ciudad descompuesta y degradada de Medellín responde al también carácter escatológico planteado por Dante en el capítulo del Infierno. En el dintel de la entrada al Infierno (Canto III) está escrito:

Por mí se va la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se llega al lugar en donde moran los que no tienen salvación; la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo a la Divina Potestad, la Suprema Sabiduría y el primer Amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! (Canto III).

Cabe preguntarse, entonces, ¿no sería esta la inscripción más apropiada que debería estar también en la puerta del infierno de Medellín, en Manrique? Pues así lo describe Fernando: “En Manrique (y lo digo por mis lectores japoneses y servo-cróatas) es donde se acaba Medellín y donde empiezan las comunas o viceversa. Es como quien dice la puerta del infierno aunque no se sepa si es de entrada o de salida, si el infierno es el que está p’allá o el que está p’acá, subiendo o bajando” (108).

Emulando el río por el que navega Caronte, que lleva y cruza las almas a sus respectivos círculos, en la novela de Vallejo se menciona al Cauca. Es el río más importante de Colombia y tiene una simbología que va de acuerdo con la temática del narcotráfico: felizmente (y eso lo hace saber el narrador) tiene una ‘u’ en medio de ‘Ca – ca’. Felizmente, porque de lo contrario sería, escatológicamente hablando, el río de los excrementos y las deposiciones. Asimismo, el río también podría tener otra lectura a la luz de las Coplas de Jorge Manrique: la imagen de un río que va a dar a la mar, que es el morir, pero en la imagen del Colombia adquiera otro cariz, para nada épico: “[…] el Cauca sigue fluyendo, fluyendo, fluyendo hacia el ancho mar que es el gran vertedero de desagües […] Lo estoy pensando en versos de arte mayor, en alejandrinos de catorce sílabas que me salen tan bien” (35-36). Jorge Manrique escribió su recordada elegía en sextillas de pie quebrado, octosilábicas. Vallejo intenta utilizar esta compleja versificación para dar a conocer las muertes acaecidas como consecuencias del ambiente narco.

El narrador habla del Cauca a propósito de la imposibilidad de subir a los barrios sin escoltas porque lo matan o lo ‘bajan’:

Y bajado el fierro le bajan los pantalones, el reloj, los tenis, la billetera y los calzoncillos si tiene o trusa. Y si opone resistencia porque éste es un país libre y democrático y aquí lo primero es el respeto a los derechos humanos, con su mismo fierro lo mandan a la otra ribera: a cruzar en pelota la laguna en la barca de Caronte. Usted verá si sube (31).

Otra irónica paradoja que responde al mundo al revés que impera en aquella sociedad: el respeto a los derechos humanos. En la sociedad en decadencia que nos presenta Vallejo, la barca de Caronte, que cruza el Cauca, está en una profunda degradación y desacralización.

Siguiendo los nueve círculos del Infierno de la Divina Comedia, pareciera que Fernando está siempre en el segundo círculo del Infierno, bajo el yugo de Minos, el cual impone como castigo perpetuo mantenerse errantes a aquellos que están en este círculo. Fernando y los sicarios son transeúntes que insoslayablemente están deambulando por la ciudad / infierno.

El eje de análisis en cuestión, arriba – abajo, también es posible aplicarlo en los espacios en los que se mueve Fernando: el apartamento y la calle. Dicotomías opuestas que también están en correlación con el arriba y el abajo. Desde las alturas de su departamento el narrador contempla la ciudad “como si fuera un dios. Cuando desciende a la calle, sin embargo, se mezcla con la multitud y readquiere su cuerpo” (Corbatta 697). Cuando está en la calle y con los pies en la tierra, vuelve a las prácticas cotidianas de la acción.

Mirar o situarse en lo alto, en una especie de atalaya, es un recurso que permite una cierta distancia, tal como lo utilizó el escritor español Mateo Alemán en su obra Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana (1604). El Guzmán es un personaje de bajeza moral que sigue la senda de los pícaros. Él ve, desde su metafórica atalaya, los vicios y la cruda e irremediable maldad humana. El situarse en la altura y mirar hacia abajo, le permiten describir el mundo hostil del pueblo y de los que habitan en él desde una posición de superioridad. El narrador de esta novela pícara posee una visión ácida y crítica de la sociedad, provocando, además, un desolador vacío en el lector sin dejar opción alguna de redención de los sujetos. Lo mismo sucede en la obra de Vallejo. Ni Fernando, ni los sicarios, tienen alguna opción. Situándose arriba o abajo, el único camino es la muerte, esa la única alternativa que se ofrece como futuro y, paradojalmente, como opción de vida.

Siguiendo con Guzmán de Alfarache es posible establecer un diálogo en torno a la visión pesimista que igualmente existe en la novela colombiana. Así describe el pícaro Guzmán el mundo que lo rodea, imagen que se proyecta perfectamente casi 400 años después en la obra de Vallejo: “Todo anda suelto, todo a priesa, todo marañado. No hallarás hombre con hombre; todos vivimos en asechanza los unos de los otros, como el gato para el ratón y la araña para la culebra, que hallándola descuidada se deja colgar de un hilo y, asiéndola de la cerviz la aprieta fuertemente, no apartándose de ella hasta que con su ponzoña la mata” (Cap. IV; I parte; Libro II). El narrador lo confirma: “Colombia es un serpentario. Aquí se arrastran venganza casadas desde generaciones […]” (35); y “a las serpientes venenosas hay que quebrarles la cabeza: o ellas o uno, así lo dispuso mi Dios…” (50).

Frente a los espacios de la dicotomía arriba – abajo aparecen los espacios exteriores e interiores. El primero es el espacio público que está plagado de muertes, de asesinatos, de ruidos provenientes de los íconos de los mass media y de las balas que zumban constantemente hasta crear una atmósfera incomprensible. Frente al espacio exterior, se encuentra el espacio interior, en el que aparentemente se anida cierta paz. Cuando el espacio interior de su departamento es invadido por la casetera, Fernando no encuentra más remedio que tirarla por el balcón. Simbólicamente lanza el ruido al exterior, porque el ruido tradicionalmente les corresponde a los espacios exteriores. Fernando trata imperiosamente de seguir este supuesto orden. Sin embargo, el ruido finalmente lo invade y termina expulsándolo metafóricamente al exterior, “el televisor de Alexis me acabó de echar a la calle” (23).

Su espacio interior (tanto físico como espiritual) termina siendo invadido por el ruido estridente del exterior: “Brisa no entraba porque brisa no había, pero sí la música, el estrépito, del hippie de al lado y sus compinches, los mamarrachos” (25). A pesar de todo, a ratos su apartamento logra convertirse en un espacio atemporal, una especie de isla en medio de la ciudad: “En lo alto de mi edificio, en las noches, mi apartamento es una isla oscura en un mar de luces” (31). Los espacios interiores de los recintos que componen la urbe aparecen recurrentemente en la obra: el interior de los taxis, los cuartos/ dormitorios, las iglesias y, como no, la morgue.

En el interior de los taxis el narrador exige a los choferes bajar el volumen de la música, de lo contrario son asesinados. Su placer es viajar en silencio entre medio del ruido: “¡Qué delicia viajar entre el ruido en el silencio! El suave ruido de afuera entraba por una ventanilla del taxi y salía por la otra purificado de agresiones personales, como filtrado por el silencio” (50). Detesta el ruido, porque “es la quemazón de las almas” (57). La música no es admitida, pues interrumpe incluso a la muerte, ejemplo de ello es cuando el ángel exterminador asesina al guardia del mausoleo-discoteca, aquél que custodiaba la casetera que tocaba los vallenatos. No obstante, la principal justificación para darle muerte no fue la música, sino que por haberlo mirado sin ninguna intención. Sea cual fuese el caso, esa mirada también invadió su íntimo espacio, su espacio interior. Es también en un cuarto, en un espacio cerrado, donde conoce e inicia las relaciones con su amante: “el cuarto de las mariposas” (10). No es casual utilizar esta denominación: el uso de las mariposas proviene el concepto eufemístico mariposón, palabra despectiva para individualizar al homosexual.

El interior de las iglesias, por su parte, otorga una aparente pasividad. A estas recurre para encontrar “paz, silencio en la penumbra” (52). Pero, en este mundo al revés, son las iglesias el lugar preferido por los delincuentes, ahí se encuentran amparados en la paz del lugar que les permite fumar marihuana, comercializar drogas, armas y tranzar sus delitos amparados bajo la atenta mirada del Señor Caído y María Auxiliadora. Si se comparan con el nombre de estas imágenes propias de la cristiandad, los sicarios caen y son auxiliados por estas manos santas.

Otro espacio interior en el que la calma impera es la morgue. En efecto, en el espacio de los muertos se encuentra la verdadera calma, ahí nadie entra a violarla ni a alterarla. Esta tranquilidad y serenidad llega incluso a la voz del propio narrador, puesto que es el único momento que Fernando narra en tercera persona, distanciándose del relato porque “necesita ser narrado” (Isola 294), al contrario de lo que sucede en el resto de la novela.

 

Narcotremendismo: Camilo José Cela y Fernando Vallejo

“Es que la sangre parece como el abono de tu vida…

Aquellas palabras se me quedaron grabadas en la cabeza como son fuego, y con fuego grabas conmigo morirá”

(Cap. 15. La Familia de Pascual Duarte)

La aplicación del tremendismo a la realidad del narcotráfico colombiano ya ha sido estudiada ampliamente por Camacho, por lo tanto, me limitaré a establecer un diálogo entre una de las obras más representativa del tremendismo español La familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela y La Virgen de los sicarios.

Para el crítico José Ortega la corriente del tremendismo pudo nacer a la luz de las circunstancias históricas literarias de la postguerra civil española. Se trataba de una época en el que el ambiente general estaba muy familiarizado con las tragedias, los horrores y la brutalidad de la vida española. Un ambiente crudo que se ve expuesto de una manera exagerada e irracional, en donde la muerte, trágica y despiadada, impera en ese nuevo orden social y moral de la postguerra. En consecuencia, los receptores y lectores de este periodo fueron los “idóneos para absorber relatos sangrientos, y Cela se los proporcionó” (Ortega 27).

El tremendismo, señala Camacho, permitió abordar los horrores y “la podredumbre física y moral de una sociedad que seguía mostrando a sus muertos como un botín de guerra” (211). El tremendismo describió a una sociedad desquiciada, ahí los muertos eran el resultado de la violencia gratuita. Situación que no dista de lo que sucede en las descripciones de las innumerables muertes en la obra colombiana.

En el contexto del tremendismo y la narcoliteratura, las relaciones hipertextuales y el diálogo entre Cela y Vallejo son evidentes: Cela narra la brutalidad experimentada durante la Guerra Civil Española en un ambiente que, por las circunstancias vividas durante este período, era posible desarrollar. Vallejo, por su parte, crea una novela que se genera también a consecuencia del conflicto social del narcotráfico y de las muertes igualmente injustificadas. En consecuencia, frente al tremendismo español, es factible hablar de narcotremendismo (Camacho) para referirse a la literatura que indaga las complejas formas del narcotráfico.

El ambiente tremendista en la novela de Cela se evidencia por “el reflejo de la violencia de la que habían sido testigos los personajes de la novela en los inmediatos años de la Guerra Civil” (Ortega 2). El narrador protagonista de la novela española, Pascual Duarte, describe de esta manera el escenario tremendista: “Se mata sin pensar, bien probado lo tengo; a veces, sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente, y se abre la navaja, y con ella bien abierta se llega, descalzo, hasta la cama donde duerme el enemigo […] Sobre la cama está echado el muerto, el que va a ser el muerto” (Cap. 12). La anterior cita bien podría corresponder al escenario en el que se mueve Fernando en Colombia, casi medio siglo después.

Para entender la obra de Cela se debe poner especial atención a los paratextos de la novela, ya que estos son los que colaboran en la construcción de la interpretación de la obra. Su protagonista, Pascual Duarte, narra desde un presente el pasado con el propósito de justificar su estado actual: está detenido y condenado a muerte por haber asesinado a un patricio, dato que se explicita exclusivamente en el epígrafe de la novela. Aparentemente es un detalle, ya que solo se le menciona en esta ocasión y en una oración. El protagonista no está condenado por todas las otras muertes directas en las que estuvo involucrado. ¿Cómo se explica aquello? Simple, más vale la muerte de un patricio que todas las de la plebe.

En el primer capítulo de la obra española, Pascual Duarte describe la situación vivida con su mascota, la Chispa, una perra perdiguera. Un día cualquiera, la conducta de su mascota cambió. Ya no se comportaba como era su naturaleza, su mirada tierna y fiel había cambiado a una mirada inquisidora. Esto le provocó una pesadumbre, pues esta misma mirada le recordaba la recriminación que había recibido de las mujeres (su madre, su mujer, Lola, y su hermana, Rosario) que lo culparon por la muerte de su hijo Pascualillo, hecho narrado posteriormente en el capítulo X:

La perra volvió a echarse frente a mí y volvió a mirarme; ahora me doy cuenta de que tenía la mirada de los confesores, escrutadora y fría […] un temblor recorrió todo mi cuerpo […] La perra seguía mirándome fija, como si no me hubiera visto nunca, como si fuese a culparme de algo de un momento a otro, y su mirada me calentaba la sangre de las venas […] Cogí la escopeta y disparé; volví a cargar y volví a disparar. La perra tenía una sangre oscura y pegajosa que se extendía poco a poco por la tierra (Cap. 1).

Por su parte, Fernando también siente la mirada inocente, pero en este caso, de un perro: “El perro me miraba. La mirada implorante de ojos dulces, inocentes, me acompañarán mientras viva, hasta el supremo instante en la que Muerte, compasiva, decida borrármela” (77). Frente a la mirada del perro, Pascual es violento, en cambio Fernando siente compasión cuando los animales son las víctimas. Las únicas almas que parecieran irse al cielo son los perros. Cuando encuentra a un perro moribundo en la quebrada y luego de dispararle, para que no sufriera, reflexiona: “[el perro] cuya almita limpia y pura se fue elevando, elevando rumbo al cielo de los perros que es al que no entraré yo porque soy parte de la porquería humana” (77). Esta es la sentencia de Fernando: los únicos que merecen su respeto son los animales; no los humanos.

La mirada del cuerpo inerte es un tema recurrente en la obra de Vallejo. A propósito de los muertos a los que se les quedan los ojos abiertos, el narrador nombra al poeta Antonio Machado “el profundo” (41) y explica que, aunque uno vea ojos, no son ojos porque el muerto ya no puede ver. Por misericordia, a uno intentó cerrarle los ojos, no obstante, se le volvían a abrir como a los muñecos. Los versos de Machado a los que hace alusión son los que pertenecen a Proverbios y Cantares CLXI: “El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas. / Es ojo porque te ve” (CLXI); y “Los ojos porque suspiras / sábelo bien / los ojos en que te miras / son ojos porque te ven” (XL).

Hay una simpatía en la obra de Vallejo hacia los animales, especialmente hacia los caballos de Medellín. Fernando se exaspera cuando ve a un carretillero que es tirado por su caballo: “Los caballos no tienen por qué trabajar, el trabajo lo hizo Dios para el hombre, hijueputa” (75). Y por el disparo de Alexis, el caballo fue libre porque su dueño cayó muerto. De esta manera Fernando reconoce el aprecio por los animales: “[…] los animales son el amor de mi vida, son mi prójimo, no tengo otro, y su sufrimiento es mi sufrimiento y no lo puedo resistir” (75).

En cambio, en el tremendismo puro, la relación con los animales es cruel y despiadada. Tremendistamente actúo Pascual contra la yegua que descabalgó a su mujer y provocó la muerte de su hijo. Pascual no dudó en hacerle pagar a la yegua la muerte de su hijo: “[…] Me eché sobre ella y la clavé; la clavé lo menos veinte veces…Tenía la piel dura […] Cuando de allí salí saqué el brazo dolido; la sangre me llegaba hasta el codo. El animalito no dijo ni pío; se limitaba a respirar más hondo y más de prisa, como cuando la echaban al macho” (Cap. 9).

El tremendismo de Cela nos presenta a personajes inhumanos e indiferentes frente a las desgracias y el dolor ajeno; el narcotremendismo de Vallejo también, aunque las muertes derivadas de los asesinatos cometidos por el propio Pascual van aumentando progresivamente en crueldad. Así termina la escena cuando inquiere a su esposa, Lola, por un hijo que no es suyo: “Estaba muerta, con la cabeza caída sobre el pecho y el pelo sobre la cara…Quedó un momento en equilibrio, sentada sobre estaba, para caer al pronto contra el suelo de la cocina, todo de guijarrillos muy pisados…” (Cap. 15).

Asimismo, describe la muerte del Estirao, sobrenombre del personaje Paco López, quien deshonró a su hermana y dejó preñada a su esposa, Lola: “Era demasiada chulería. Pisé un poco más fuerte … La carne del pecho hacía el mismo ruido que si estuviera en el asado… Empezó a arrojar sangre por la boca. Cuando me levanté, se le fue la cabeza –sin fuerza- para un lado…” (Cap. 16).

Y el asesinato contra su propia madre lo narra de esta manera: “Fue el momento mismo en que pude clavarle la hoja en la garganta… La sangre corría como desbocada y me golpeó la cara. Estaba caliente como un vientre y sabía lo mismo que la sangre de los corderos” (Cap. 19). El sacrificio del cordero. De ahí el título de la obra, La Familia de Pascual Duarte: solo se pude llamar familia por los lazos sanguíneos entre sus integrantes; la muerte de Jesús coincide con el sacrificio de los corderos pascuales; la muerte de la madre se expone como sacrificio o también cabe preguntarse si el propio Pascual se sacrifica en el mundo tremendista.

Las muertes siempre están presentes en el acontecer de Pascual Duarte y en la narcoliteratura. Cuando nació su hermano menor, Mario, su padre estaba encerrado porque había sido mordido por un perro contagiado con rabia.  Cuando fueron a sacarlo lo encontraron

arrimado contra el suelo y con un miedo en la cara que mismo parecía haber entrado en los infiernos. A mí me asustó un tanto que mi madre en vez de llorar, como esperaba, se riese, y no tuve más remedio que ahogar las lágrimas que quisieron asomarme cuando vi el cadáver, que tenía los ojos abiertos y llenos de sangre y la boca entreabierta con la lengua morada medio fuera (Cap. 4).

En la obra tremendista el ser humano aparece degradado hasta la animalización. Caso extremo que no se identifica con las descripciones explícitas de las muertes que ocurren en la cotidianidad de la obra de Vallejo. No obstante, el ambiente sigue siendo de pesadumbre y ruindad humana. La nula humanidad entre ambas obras queda patente en la idea del nulo concepto positivo de la maternidad. Vallejo describe con frialdad cuando un taxista, herido de muerte, choca con un poste llevándose a su paso a una “señora embarazada y con sus dos niñitos, la cual ya no tuvo más, truncándose así la que prometía ser una larga carrera de maternidad” (48).

El diálogo con la obra de Cela queda patente: aquí también se truncan la maternidad de su propia madre, de su hermana y de su esposa. La madre de Pascual nunca cumplió con su rol maternal.  Así se describe la corta vida del hermano menor de Pascual, Mario, que “tonto había nacido, tonto había de morir” (Cap. 4). Tenía 10 años, se arrastraba por el suelo como culebra y hacia ruidos cono rata. En sus últimos días, le salió un sarpullido en el trasero que le dejó las carnes vivas y, como si fuese poco, le devoró las orejas un guarro. Pasaba sus días por el suelo y comiendo lo que le tiraban. Su vida termina cuando el amante de su madre le da una patada por haberlo mordido. Después de esta escena “la criatura se quedó tirada todo lo larga que era y mi madre – le aseguro que me asusté en aquel momento que la vi tan ruin – no lo cogía y se reía haciéndole coro al señor Rafael” (Cap. 4).  Lo que se esperaría de una madre, queda degrada en la obra tremendista. Solo existe un haz de ilusión positivo cuando su hermana recoge del suelo al pequeño Mario, “aquel día me pareció más hermosa que nunca […]” (Cap. 4), decía Pascual. Acto seguido, la madre retoma su rol y lo acunó en su regazo “y le estuvo lamiendo la herida toda la noche, como una perra parida a los cachorros” (Cap. 4).  Este es el único momento de esperanza, cuando la humanidad sale a flote y permitió, en el caso del personaje tremendista, sonreír en el último instante antes de su muerte.

En ambas obras, pareciera que los pobres no tiene cabida ni mucho menos oportunidad de seguir existiendo, se procura que no se sigan reproduciendo, por eso la animadversión hacia las parturientas. Pascual Duarte señala: “¿Estar siempre pariendo por parir, criando estiércol?” (Cap. 15). Precisamente, esta es la justificación que tiene Fernando para apoyar el asesinato de las mujeres embarazadas: “estas putas perras paridas que pululan por todas partes con sus impúdicas barrigas en la impunidad más monstruosa” (64). Para Fernando, la única razón para dejar preñada a las mujeres es con el fin de tener un hijo que pueda vengar al padre.

En consecuencia, Fernando anula a las mujeres en una posible relación y sostiene que “la relación carnal con las mujeres es el pecado de la bestialidad” (18), por eso prefiere la relación homosexual, ya que, por un lado, evitaría la reproducción de la especie, pero por el otro, lo dejaría sin descendencia para vengar su muerte. Las mujeres (o más bien, su rol maternal) son repudiadas en ambas novelas. Basta recordar el primer encuentro sexual entre Pascual y Lola: fue en la sepultura, sobre la tierra aún blanda en la que habían enterrado recién a su hermano.

Los niños tampoco tienen lugar ni en el tremendismo ni en el narcotremendismo; para terminar con la delincuencia es preciso exterminar la niñez: Mario muere después de la patada; mueren también los dos hijos de Pascual, uno abortado y el otro, Pascualillo, a los pocos meses de vida. En la novela de Vallejo, los niños tampoco logran sobrevivir por mucho tiempo y los que sí lo hacen, ya a los doce años son considerados viejos, quedándoles “tan poquito de vida…” (28).

Finalmente, la sangre tiñe y se escurre en cada escena de la obra española. Frente a los crímenes cometidos por Pascual, su esposa le recrimina: “Es que la sangre parece como el abono de tu vida” (Cap. 15). Sentencia que pareciera ser el grito de batalla del narcotremendismo de Vallejo. El sicario vive para asesinar; la sangre vertida se transforma en el acicate que permite las acciones cotidianas del diario vivir. El morir y el matar, sin importar a quién (sean estos niños, mujeres, taxistas, delincuentes, policías, sicarios, etc.), se convierten en el hilo conductor de la diégesis de la novela.  Matar y morir gratuitamente es la bandera de lucha de estos “héroes revesados” (Salinas).

En la novela colombiana se describe “Parir y pedir, matar y morar, tal su miserable sino” (84); y la española el narrador confiesa: “Empezamos a sentir el odio que nos mata; ya no aguantamos el mirar; nos duele la conciencia, pero ¡no importa!, ¡más vale que duela! Nos escuecen los ojos, que se llenan de un agua venenosa cuando miramos fuerte […]” (Cap. 19).

Una y otra, hablan de la degradación con cruda irreverencia. ¿Por qué se llegó a esto?  Tratando de responder a esta pregunta, Pascual Duarte inicia su novela, cual confesión, con la siguiente justificación: “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo” (Cap. 1). Es decir, el sujeto no es malo solo por su naturaleza, sino que responde a lo que sociedad hizo de él. En cambio, en la novela colombiana, el narrador sentencia al sujeto por el solo hecho de haber nacido, sin la oportunidad de redimirse: “Aquí nadie es inocente, cerdos. Lo matamos por chichipato, por bazofia, por basura, por existir” (28). En resumen, paradojalmente la muerte es la justificación su existencia.

 

Aparente cierre (o para seguir discutiendo)

El autor, Fernando Vallejo, baja del pedestal a las figuras canónicas para vestirlos y travestirlos con otros ropajes. Este procedimiento le permite ser coherente con la descomposición del lugar. Como en un carnaval, subvierte los órdenes y entroniza al sicario como el verdadero rey que gobierna la ciudad, un monarca que es custodiado por su séquito y por sus damas de honor: la muerte y la violencia.

La novela se convierte en un desafío permanente al lector desde el principio hasta el final. El autor provoca al receptor puesto que intencionalmente establece relaciones y diálogos con otras obras literarias de las que se nutre y desacraliza constantemente. El narrador pretende que el lector despeje las incógnitas de estas relaciones, para eso necesita que esté atento y activo. Incluso pretende que, nosotros, los lectores nos pongamos de su lado, seamos sus cómplices o sus camaradas.  Esta obra no es para el receptor pasivo, ese que se limita a contemplar sentado en un cómodo sillón el devenir del relato. No, la obra ataca y ‘dispara’ con sus hipertextos y obliga a que el lector interprete y esté atento para esquivar ‘las balas’, metafórica y simbólicamente hablando, claro está.

 

Bibliografía

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[1] Es importante advertir que el mismo narrador expone una degeneración del lenguaje: Medellín, Medallo y Metrallo (46). Por extensión a ‘Metrallo’ se propone la expresión ‘metralla’. Esta última es definida por el DRAE como la “munición menuda con que se cargan las piezas de artillería, proyectiles y bombas, y actualmente otros explosivos; el conjunto de cosas inútiles o desechadas; conjunto de pedazos menudos de hierro colocado que saltan fuera de los moldes al hacer los lingotes” [https://dle.rae.es/?id=P81LtAD]. Así es, la ciudad está integrada por personas ya cosificadas, inútiles y por individuos desechados y desechables. Y en este contexto, son las municiones las que alimentan las armas de estos personajes también desplazados e inservibles.

 

 

Raquel Villalobos Lara. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánica, Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Doctora en Literatura Chilena e Hispanoamericana de la U. de Chile (becaria Conicyt). Profesora asociada de Literatura en el Departamento de Castellano de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Imparte docencia en pregrado y postgrado en diversas universidades en los cursos de lenguaje y didáctica del lenguaje, metodología, seminario y guía de tesis de pre y posgrado. Responsable del proyecto de investigación en torno al libro, la lectura y/o escritura del Fondo del Libro y la Lectura del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio del Gobierno de Chile., folio 537370. Ha participado en diversos congresos nacionales e internacionales sobre sus temáticas en estudio. Actualmente, sus líneas de investigación son innovación y estrategias interculturales en el área de lenguaje.