ISSN 2692-3912

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Mujeres y poder: ¿Podemos hablar de igualdad?

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Abordar el tema de mujer y poder implica adentrarse en escenarios diversos y complejos ya que el asunto tiene muchas aristas. Desde hace muchos años, México entró en una corriente que promueve la igualdad de género, los derechos de las mujeres y las niñas, siguiendo los preceptos enunciados en los años setenta, después de las cumbres que se realizaron a partir de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, que se llevó a cabo precisamente en México en 1975, convocada por las Naciones Unidas. En ella se establecieron como objetivos primordiales promover la igualdad total de género y la eliminación de la discriminación, así como la integración plena de las mujeres al desarrollo social, económico, político y cultural de nuestro país. Esta primera conferencia mundial fue el punto de partida para integrar agendas de trabajo para las siguientes reuniones de las Conferencias Mundiales: Copenhague(1980), Nairobi (1985) y Beijing (1995).

En estas reuniones (Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, CEDAW, en 1992, y la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Beijing en 1995), México se comprometió a buscar los mecanismos para alentar la participación activa de las mujeres en las esferas pública y privada, buscando la igualdad en todos los procesos legislativos para la promulgación de leyes para eliminar la discriminación y las desigualdades que sufren las mujeres en nuestro país, como lo fueron la Ley del Instituto Nacional de las Mujeres, la Ley de Igualdad entre Hombres y Mujeres, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y la Ley sobre Trata de Personas.

Lo que es, es

Como sabemos, la discriminación de género se basa en la disparidad de condiciones entre hombres y mujeres por el solo hecho de pertenecer a uno u otro sexo. Hechos que experimentamos todos los días en los ámbitos en que nos desenvolvemos. La discriminación con base en género, raza, orientación sexual, clase social y apariencia física, siguen siendo preocupantes en nuestro entorno. Adicionalmente, esa disparidad de condiciones toma matices propios cuando se trata de mujeres trans, que es otra cuestión sobre la cual también se han hecho pronunciamientos desde las convenciones internacionales de derechos humanos y los Principios de Yogakarta.

Ahora bien, sin duda lo que se ha denominado el “empoderamiento” femenino es una tarea ineludible para lograr un verdadero desarrollo sostenible, sin embargo parece que estas metas están lejos de ser alcanzadas a pesar de que las estadísticas muestran avances en cuanto al acceso a la educación y a la incursión en el ámbito económico y político, que sin embargo no son representativos cuantitativa ni cualitativamente. Por mencionar solo un ámbito que implica también a otros más, las desigualdades de género para el acceso a la educación han afectado la participación de las mujeres en casi todos los espacios. Aún a pesar de que en algunas zonas del país más mujeres acceden a la educación superior, las costumbres y los prejuicios sobre la educación se perpetuán y se repiten e influyen sobre niños, adolescentes y personas adultas.

En este contexto, la matrícula en las escuelas de educación superior se ha incrementado alcanzando porcentajes inéditos. Carreras como de Administración de Empresas, Medicina, Arquitectura, Ciencias de la Educación, e inclusive las que han sido tradicionalmente elegidas por los hombres, como las ingenierías, tienen hoy más mujeres estudiantes que antes, según las últimas estadísticas de las universidades públicas en el estado, léase Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) y Universidad Autónoma de Chihuahua (UACh). En los dos últimos ciclos escolares, antes de la pandemia, claro, en la UACJ, se inscribieron un total de 18 mil 210 mujeres en las diferentes facultades para licenciatura y posgrados, en comparación con los 15 mil 805 varones inscritos, en edades comprendidas entre los 18 y los 22 años. En ese mismo periodo en la UACh, se inscribieron 16 mil 325 mujeres (licenciatura, maestría, posgrado), mientras que 13 mil 248 varones lo hicieron. Y si bien el acceso a la educación superior se ha facilitado por ese empoderamiento que las propias mujeres, sobre todo las jóvenes, al llegar al campo laboral el acceso a puestos de poder se ve restringido con argumentos caducos y llenos de prejuicios, sobre todo entre el empresariado, dejando a las mujeres en puestos inferiores y relegando a las que tienen mayor edad, e incluso si las mujeres acceden a puestos directivos, siempre lo harán con menor remuneración que los hombres. Así que la pregunta continúa: ¿igualdad? Y la famosa disparidad de género se diversifica y se extiende como el cabello de la Medusa, sin contar con otras intersecciones en las que las mujeres salen desfavorecidas con mucho, como la cuestión ineludible de las clases sociales, más aún en un medio tan conservador y elitista como la sociedad chihuahuense. Así que la discriminación de género tiene buen tiempo por delante para tratar de ponerse a mano, aunque es una cuestión de los derechos que hemos luchado, defendido y arrebatado las mujeres, no de las apuestas del patriarcado.

Es lo mismo que sucede en el área editorial y con respecto a la producción escrita de las mujeres, quienes son menos publicadas en comparación con escritores varones, pese a que muchas de ellas participan en talleres y realizan diversas actividades que documentan por escrito, desde la ciencia hasta la ciencia ficción. En el entorno en que me desenvuelvo, que es el de la promoción de la cultura, enfocada principalmente de la lectura y la escritura, es bastante elocuente. Por ejemplo, en los talleres de creación literaria un 75% de las personas que asisten son mujeres, y en algunos casos el cien por ciento, lo que indica el interés manifiesto de contar historias o simplemente expresarse por este medio. Sin embargo, a pesar de su amplia producción literaria, pocas mujeres encuentran editoriales que las publiquen.

¿Lo peor de la pandemia?

Todo lo anterior, sin contar aún los efectos que la pandemia ha tenido sobre la situación de mujeres, mujeres trans y niñas, que tanto nos han afectado y nos seguirán afectando, y que han sido diversos, profundos y algunos aparecieron de inmediato (como la violencia) y otros han ido apareciendo de manera paulatina y creciente (como la pauperización de muchas mujeres jefas de familia). En este periodo -como en tantos otros de nuestra historia- me atrevo a aseverar que la economía en nuestro país se ha visto sostenida por el trabajo de las mujeres. El soporte que ellas desempeñan ha sido notable. Dejando de lado el sector salud, en el cual nuestro papel ha sido preponderante (enfermeras, médicas, como cuidadoras, etc.), en el resto del esquema socioeconómico surgieron durante este tiempo miles de pequeñas empresarias que sostuvieron económicamente sus hogares, asumiendo casi cualquier tipo detareas, como venta de comida, equipos de limpieza, cuidado de personas enfermas, habilitación de pequeñas guarderías para madres trabajadoras, pastelería, costura, etc., que generaron una economía subterránea que sostuvo a miles de familias durante este largo periodo. Mujeres empoderadas, quizá sin proponérselo, y que por efectos de la pandemia emergieron como tales, claro: sin seguridad social, sin derechos laborales, sin vacaciones, sin aguinaldos, sin reconocimiento, sin solaz. Es admirable el papel que las madres han asumido para convertirse en maestras de sus hijos mientras toda la educación se volcaba hacia los medios digitales, pese a que -una vez más- esto implicó aumentar todavía más las ya aumentadas cargas de trabajo, en las que, como suele ocurrir, muchos varones se excluyeron voluntariamente de estas tareas, las famosas dobles y triples jornadas que derivaron en suprajornadas y subjornadas. Y pese a todo, la manera digna en que tantas mujeres fueron asumiendo la contingencia.

Pero quizá una de las caras más descarnadas de la pandemia que nos tocó en este inicio de siglo veintiuno sea la “otra” pandemia, muchísimo más grave que el virus mismo: la violencia y sus efectos devastadores. Las cifras de la mal llamada violencia doméstica aumentaron en forma brutal, casi tan brutales como las golpizas, los gritos, las mellas en niñas y niños, mientras veían cómo a sus madres o cuidadoras las maltrataba su violentador, las más veces su propio papá o padrastro, ¡qué dispareja también la marca de la violencia en mujeres y en hombres! Y qué normalización tan insoportable, que ha permeado incluso a las instituciones de las mujeres, niñas y niños que se espera que respondan de inmediato y aún no terminan siquiera de sensibilizarse, pierden las curvas de aprendizaje de años atrás y vuelven a revictimizar a las víctimas, una y otra y otra vez, sin darse cuenta siquiera, funcionarios y funcionarias sin la preparación ni la perspectiva de género, que con rosarios de por medio incluso se atreven a “aconsejar” a las mujeres para que no “rompan” sus hogares. Absurda violencia que por eso no es “doméstica”: es institucional, es patriarcal, es indolente y permanece como la humedad.

Todo esto afectó no solo a las mujeres, sino a las niñas y los niños. Las estadísticas indican que los casos de violencia familiar en Chihuahua se incrementaron en un cien por ciento. Ya de por sí este estado ocupaba el décimo primer lugar entre los estados con más delitos de violencia al seno familiar, y ahora se encuentra en el séptimo lugar a nivel nacional, es poco decir que esto es alarmante. Este incremento en los índices de violencia tiene por protagonistas perpetradores a hombres jóvenes, que tienden a participar en la “cultura del riesgo”, es decir que adoptan conductas que ponen en riesgo su vida y/o la de otras personas, porque repiten el modelo de masculinidad (Gramsci) que se distingue por imponerse sobre las mujeres y estar en competencia y búsqueda de dominio, con una manifestación de violencia que por lo general no dirigen hacia sus congéneres hombres, sino hacia las mujeres y las niñas. Entre tanto cada vez más varones adolescentes y jóvenes engrosan las filas de la delincuencia organizada, y en consecuencia se engrosa en Chihuahua el índice de feminicidios, que ahora no solamente están relacionados con la indolencia patriarcal y el absoluto desprecio por las mujeres y niñas que se manifestó desde finales de los ochentas del siglo pasado en Chihuahua, y con la militarización y los abusos de las policías que llegaban de otros estados a ciudades como Juárez y Chihuahua, a principios y hasta mediados de los noventa, sino que se ‘adosan’ con la despótica y nada silenciosa presencia del marido que pasa de los celos (siempre irracionales) al ahorcamiento o las cuchilladas, y las historias son incontables, pese a que una que otra también engrosa las páginas amarillistas, sin contar, por cierto tampoco, el crecimiento y el descaro del fenómeno de trata de personas (a lo que se sumaron fácilmente los grupos de delincuencia común y organizada, al amparo de instituciones policiales y militares). Apenas en la última semana del mes de marzo del 2022, se registraron once asesinatos de mujeres entre los 17 y 27 años, todas posiblemente de origen campesino, reclutadas con falsas promesas de trabajo para explotarlas sexualmente y tal vez también utilizadas como traficantes de drogas. (Diario de Chihuahua, marzo 31 de 2022).

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Realidades vemos, negaciones no sabemos

La realidad cambia en los estilos de los tiempos y en las clases sociales. Lo puedo recordar a la perfección. En el ámbito privado de clase media alta y alta, algunas mujeres (blancas, la enorme mayoría) se vanaglorian de nunca haber sido acosadas, son la excepción encarnada a la regla de la que tantas suelen quejarse ‘ahora’, nadie jamás llegó siquiera a osar dirigirles una mirada libidinosa, porque ellas “se daban a respetar”. Cada día (cada tiempo) se ha hecho más evidente que los casos de violación, de hostigamiento sexual y de acoso se dan en el círculo de primos, tíos, padres, padrastros y otros parientes cercanos, y no se diga en el entorno laboral y escolar (maestros, jefes, autoridades); pero eso se queda oculto, cuatro paredes. Es de “mal gusto” ventilarlo y ‘exponerse’ al “qué dirán”.

Ahora que están presentes las chicas del “pañuelo verde”, con toda su fuerza y parte de ellas con su juventud, con y sin permiso, reclamando sus derechos al aborto seguro y al derecho a decidir sobre su propio cuerpo, ya nadie recuerda –o voltean convenientemente la vista hacia otro lado–cómo las “niñas bien” de nuestra sociedad (en tiempos no tan lejanos) acudían ala ciudad de El Paso, Texas, pues sus recursos se los permitían, para realizarse un aborto con médicos que se dedicaban a esa labor, bajo todas las medidas de seguridad para las mujeres, mientras que las adultas y las jóvenes pobres morían en manos de personas de escasas entrañas morales o se iban a poner en manos de comadronas, de yerberas, o de las abuelas versadas en estas lides, para librarse de un embarazo no deseado. Estoy hablando de hace no menos de 50 años, hoy por hoy continuamos instalados en esos prejuicios y tachamos las manifestaciones públicas de las jóvenes que se atreven justamente a reclamar sus derechos, y en pleno siglo veintiuno la sociedad, la religión y sus sacerdotes, así como los grupos religiosos y políticos las criminalizan, se atreven a juzgarlas, a llamarlas “asesinas” y las confinan en cárceles por interrumpir un embarazo no deseado en forma segura. Seguimos siendo una sociedad de doble moral, influenciada por la iglesia católica y otras iglesias “cristianas”, en donde esas posturas siguen siendo la marca registrada de pertenecer a una clase social considerada “distinguida”: personas blancas, heterosexuales, que ‘trabajan’, que “no hacen mal”, y que por supuesto tienen de sobra privilegios socioeconómicos y pagan bien sus diezmos.

Todo esto aderezado por las partes más oscuras de la cultura nacional como lo son las percepciones y actitudes que esgrimimos hacia los grupos más vulnerables como son los “diferentes”: los pobres, los indígenas, los morenos, las personas homosexuales, migrantes y…las mujeres. En el discurso oficial hay una gran distancia entre el país que creemos ser y el que realmente somos, siendo las entidades en donde encontramos mayor rechazo, las iglesias, la policía y los servicios de salud. Estas actitudes que se reproducen de norte a sur.

Presencias de mujeres en espacios de poderes

En el entorno de la administración pública, llámese esto gobiernos estatales, municipales, poderes ejecutivo, legislativo y judicial, puede mencionarse también cómo se ha ido dando la aparición de las mujeres en terrenos políticos, ya sea en puestos de representación como en gabinetes u otros espacios de la vida gubernamental y del Estado. En 2014, se estableció la paridad de género como principio constitucional y se exigió este principio a los partidos políticos en la postulación de sus candidaturas para los órganos de elección popular. Esta reglamentación fue puesta en marcha por primera vez en el proceso electoral de 2014-2015, incluyendo a las mujeres en los espacios de decisión pública. Esto dio pie para que al seno de los partidos políticos se dieran a la tarea de proponer mujeres candidatas a ocupar puestos en la administración pública, pero los partidos -forma de patriarcas al fin y al cabo- no pudieron dar el ancho en este proceso y realizaron las cosas de manera emergente, a tal punto que en muchos casos impulsaron candidaturas de mujeres improvisadas, que estaban lejos de conocer lo que entraña el compromiso político. Al interior de los partidos políticos nunca se había dado siquiera la intención de formar cuadros de mujeres, eran casos aislados que se asemejaban a los hombres por la forma de ejercer el poder y por haberse colado prácticamente, a la vera del compadrazgo, al estilo de Elba Esther Gordillo o la propia Beatriz Paredes, que desde el ‘viejo’ PRI (si es que lo hay), dejaron una cierta estela de eso que se llama ‘mujeres y poder’ (otros nombres como Dulce María Sauri, Amalia García o ya en Chihuahua la que llegara a ser primera gobernadora por unas horas, la señora Marta Lara, secretaria de Gobierno en el sexenio del primer Baeza).

El caso es que los partidos fomentaron la llegada al poder legislativo de sus estereotipos de mujeres ‘adecuadas’: las hijas, hermanas, esposas, cuñadas, novias y secretarias de los varones de los partidos políticos, todas ellas sin preparación para asumir el compromiso que implica el servicio público (casi como propios los hombres que se desempeñan así, aunque nadie los escudriña tanto ni tan arteramente como a ellas), y, claro, que respondieran a sus mentores o pidieran después licencia para dejarle su lugar al hombre que el partido quería. El Congreso del Estado de Chihuahua, obedeciendo este “principio”, logró en esos primeros años que se integraran 14 diputadas mujeres en la LXVII Legislatura, de un total de 33 diputados de elección directa y de representación proporcional. La mayoría de ellas, quienes al llegar a la curul, se dedicó a embellecerse bajo la mirada de beneplácito de los hombres (porque para ellos, para eso son las mujeres: para lucir, para que se vean bonitas…y para usarlas) y se concentró en adecuar su vestuario para estar a la moda, sin preocuparse por adquirir conocimientos ni prepararse para asumir lo que significa el quehacer legislativo. En las siguientes legislaturas, se ha conservado el número de mujeres en el Congreso del Estado de Chihuahua, viéndose mayor preocupación por su preparación y participación activa en los procesos legislativos, y esto en buena medida es quehacer de las propias mujeres al interior de los partidos, donde ellas siguen sus luchas y buscan arrebatar los derechos que les corresponden, en justicia.

En cuanto a la inclusión en los puestos de la administración pública estatal y municipal en el Estado de Chihuahua, la presencia de las mujeres se vio incrementada en puestos como titulares de las diferentes Secretarías de Gobierno(eso sí, nunca en una que implique los temas de “seguridad”, hasta ahora, excepto por la procuradora Patricia González, en el sexenio del segundo Baeza), teniendo mayor eco en el Poder Ejecutivo, al que se incorporaron mujeres capacitadas y con mayor conocimiento de lo que significa el servicio público. No así ocurrió en el Poder Judicial, donde la participación mayoritariade los varones sigue siendo una constante, pese a haberse entrevisto un posible logro que fue fugaz y que ahora vuelve por sus fueros a reclamar su lugar patriarcal, vertical, insultante, y patéticamente por la vía de la primera mujer gobernadora, al reformar la Constitución local para permitirse la selección a modo de las magistraturas en el Poder Judicial.

Refiriéndome al Municipio, se dio el mismo fenómeno del Poder Legislativo, aquí con una participación menor de mujeres en puestos ejecutivos, y las que accedieron a esos puestos carecían de preparación, tanto académica como para el ejercicio del poder público. Sin embargo, hay una mayor presencia de mujeres en las diferentes Regidurías de los Ayuntamientos. En tiempos recientes, en estos espacios de los gobiernos estatales y municipales, se ha manifestado una regresión en el nivel estatal (no así en el municipal), y cada vez menos mujeres ejercen puestos directivos y de toma de decisiones en el ámbito público. De ahí la importancia de que en la administración municipal 2021-2024, las regidoras unidas (de todos los partidos) en el municipio de Chihuahua se pronunciaran por una reforma al Código Municipal para que el Congreso apruebe que sea obligatorio para los 67 municipios del estado de Chihuahua la selección de perfiles de mujeres y hombres para constituir gabinetes paritarios en todas las administraciones, y ojalá que ello permee al nivel estatal.

Doble y triple discriminación

La discriminación está tan normalizada, tan terriblemente normalizada, que se puede sumar y no pareciera pasar mucho: no solo ser mujer es una condición vulnerable, si se le suma el hecho de ser trans, o de ser menor de edad, o de ser migrante, o de ser indígena, se va aumentando una condición de tal marginación sociocultural, que resulta difícil sostener la esperanza en que se cumplan los derechos conquistados, las normas formuladas.

Antes de concluir, quiero tocar el tema de las mujeres pertenecientes a los grupos de los pueblos originarios en nuestro entorno. Ellas no solo enfrentan discriminación por su condición de mujeres, sino por su origen racial y étnico, el hecho de ser mujeres indígenas en un contexto por demás complicado, donde viven, además, la inseguridad que campea en las zonas serranas del Estado, en comunidades presas del narcotráfico, con características particulares del fenómeno de la violencia. Por si fuera poco, en estos días estamos viviendo los horrores que viven los migrantes que vienen de muchas partes del mundo. Los grupos de migrantes son aún más vulnerables, y en ellos por supuesto las más afectadas son las mujeres, las niñas y los niños. Los derechos de estas mujeres, no se respetan en nada y además de las carencias que enfrentan tienen que pasar por las trampas mortales que representa el crimen organizado en su paso para llegar a los Estados Unidos y cumplir con el aún anhelado “sueño americano”. Todo este fenómeno acompañado con el aderezo amargo de la discriminación de clase, por color de la piel, apariencia física, forma de vestir, edad, géneros, orígenes. Por eso -por discriminación- no paramos.

Todo esto nos lleva a reflexionar sobre la presencia del esquema patriarcal que lejos de haber cambiado y evolucionado en favor de las mujeres, parece estar registrando un retroceso significativo, no solo en nuestro ámbito, sino a nivel global. En Afganistán, se acaba de decretar que las mujeres deben portar en público el burka completo, que inclusive deben usar guantes y que las que trabajan en las televisoras deben cubrirse el rostro para salir a cámara. El otro fenómeno de vuelta atrás no menos de 50 años, es cómo están cambiando las leyes en relación al derecho que tenemos las mujeres de decidir sobre nuestro cuerpo. Es increíble cómo se pretende torcer los derechos y hacer leyes para castigar el aborto, representando con ello una regresión que de seguro será replicada y alentada en muchos países de Latinoamérica.

Creo que una de las vetas que pudiéramos aprovechar las mujeres para empoderarnos es la educación, que inicia desde el núcleo familiar-el que haya, no uno ideal- y continúa en la capacidad interna de tomar conciencia y tener oportunidades para manifestar lo que se piensa, lo que se vive y lo que se palpa de las realidades de otras mujeres y niñas, lo cual representa un gran esfuerzo ya que implica el cambio de paradigmas que parecen no evolucionar. El conocimiento puede ser una herramienta poderosa para cambiar la situación de las mujeres, de manera que permitan tomar decisiones informadas para su vida y les orienten en su toma de conciencia de su participación política, de su vocación histórica como parte de toda una mitad de la población mundial, que aún tiene mucho de dónde para avanzar y lograr conquistas arrebatándole el poder al poder, y haciéndolo un poder desde la experiencia de las otras, no desde lo conocido que se ejerce como patriarcado. Es un hecho que la educación es una forma de empoderar y dotarnos de conocimientos no solo teóricos sino prácticos, todo lo cual tiene una relación estrecha en las perspectivas de salud, trabajo, vivienda, esparcimiento, cultura, y, por ende, mejores condiciones para las comunidades, las familias y grupos humanos. La educación aún puede revertir a corto y mediano plazo las condiciones de las mujeres y la calidad de su participación en lugares desde donde se ejerce poder político, económico, cultural, de opinión, etcétera. Las mujeres y las niñas educadas e informadas, las mujeres y las adolescentes que luchan y defienden sus derechos, siguen significando la amenaza y la esperanza mayores para que caiga el patriarcado.

Se va a caer, se va a caer…

 

 

Margarita Muñoz-Villalobos es poeta y promotora cultural independiente. Estudió Contaduría y Administración en la Universidad Autónoma de Chihuahua, en donde también cursó el postgrado Literatura y ensayo hispanoamericano del Siglo XX. Ha publicado diversos artículos culturales en los periódicos locales y publicaciones nacionales. Parte de su obra ha sido incluida en más de 15 antologías poéticas. Ha publicado cinco plaquettes y ha participado en numerosos encuentros y festivales de poesía en todo el país, además de algunos de carácter internacional. Ha participado en la organización del Primer Encuentro Estatal de Mujeres Poetas (1996) de los Encuentros Internacionales de Mujeres Poetas en el País de las Nubes en Oaxaca (2014-2018) ;  en el Encuentro Internacional de Mujeres Poetas en Tiempos de Contigencia (2020) y el Encuentro de Literatura Joven (2021). Pertenece a la empresa cultural Intelecta.

 

Liliana Poveda es escritora de origen colombiano. Se ha dedicado a la consultoría en temas de educación ciudadana, elaboración de materiales educativos, formación docente y comunicación. Reside en Chihuahua, México, desde hace más de 10 años.

 

Foto: @Arturo Rodríguez Torija

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La respuesta

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La puerta de cristal se abrió de golpe y amenazó con estallar en añicos. Una mujer joven bañada en lágrimas penetró en el vestíbulo del hotel y se dirigió hacia una pintura impresionista. Al llegar a su alcance, dobló a la izquierda e irrumpió en el restaurante donde una dama solitaria tomaba su aperitivo. Aún, no habían abierto para la cena. La mujer que acaso rebasó los cuarenta se mecía en la soledad, la punta de uno de sus zapatos se movía al compás de alguna cancioncilla grabada en su memoria. En el bar, el mesero estaba sumido en alguna labor de limpieza, pero sus sentidos permanecieron atentos a cualquier señal de la mujer.

Enjugando las lágrimas que embarraron su bonita cara, la joven se paró frente a la mesa ocupada por la dama. Dejó caer sus brazos y pidió atención conjugando el grito con llanto:

–¡Madre!

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La señora tomó su tiempo para levantar la mirada y observó la cara encendida de la joven.

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–¿Qué te pasa hija? No me digas que te peleaste de nuevo con tu fiancé, ese bueno para nada, salvo para ti y tu padre.

–No, madre. Eres tú.

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–¿Qué dices? –Los ojos de la señora se entrecerraron y las arrugas cruzaron sus sienes morenas. La joven pasó saliva, entreabrió la boca y su lengua se trabó en el intento de pronunciar varias palabras a la vez.

–¿Quieres decirme despacio lo que pretendes averiguar o necesito llamar al cerrajero para que abra tu boca? Lo vi hace un rato, unos turistas europeos olvidaron dejar la llave de su habitación en la recepción.

–Unas amigas… –una sacudida de las entrañas inhibió de nuevo el habla de la muchacha.

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–Ah, sí, tus amigas. Dime Jalila. ¿Qué pasó con tus buenas amigas?

–Madre, hablan de ti. Dicen… no puedo decirte.

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–Vaya, vaya, traje al mundo a esta mujer, pero no le enseñé a hablar. Tu padre tiene razón.

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Qué mala madre soy yo. ¿Qué te dijeron, mijita? Díselo a tu madre.

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–No puedo. Son unas mentirosas, envidiosas…

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La señora tomó un sorbo con delicadeza y colocó de nuevo la copa en el centro del portavaso. Antes de que las yemas de sus dedos soltaran el cristal, dio un ligero giro con la copa como si quisiera atornillarla al portavasos.

–A mí me toca decirte si son mentiras o verdades. Y tú, solo necesitas compartir conmigo sus historias.

Mientras Jalila raspaba el cutis del envés de su mano como si estuviera desenterrando las palabras de sus amigas, la señora lanzó una mirada hacia el mesero y movió los labios sin producir un sonido. Este salió despedido del bar para pedir entre jadeos que se apreste el coche de la Señora.

–No te lo puedes imaginar madre. Yo no puedo…

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–Sí puedes, mijita. Tú puedes porque yo pude y tú llevas mi sangre. Siéntate aquí y toma una copa. Sí, sé que no tomas en público, pero ya eres grande y no veo a nadie que no sea de confianza.

Ahorita viene el mesero para tomar tu pedido.

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Cuando Jalila dio un paso hacia la mesa, el mesero, surgido de la nada, estaba estirando la silla con la cabeza agachada para acomodar a la joven.

Entonces, ¿qué tomas Jalila? Sé que tomas en tus fiestas y con tus buenas amigas. Según los rumores, no fumas, qué bien, sino te ofrecería un cigarrillo. Ahora, puedes brindar con tu madre.

Tienes que aprovechar la ocasión, ya sabes que no te voy a durar mucho.

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–Una copa de vino tinto, por favor –musitó Jalila.

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–Que sea la Rioja, roja como la sangre mora –añadió la señora–. ¿Sabes que me sirvieron una copa de la Rioja la primera vez que tu padre me invitó a salir?

–Madre, yo no las puedo soportar más, a esas hipócritas rastreras.

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–Sí, puedes Jalila. Y mucho más que eso. Mira, yo voy a pasar al baño, aquí viene tu vino, ahorita vamos a platicar como madre e hija. –La señora inhaló una bocanada de humo de su cigarrillo café oscuro y se levantó al tiempo que el mesero deslizaba su silla hacia atrás.

Jalila se atragantó con el primer sorbo, limpió los labios con una servilleta. Respiró hondo.

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Quiso inclinarse contra el respaldo, pero un dolor de estómago la detuvo y se quedó observando por el ventanal el movimiento de los viandantes.

La señora regresó, se sentó, tomó un sorbo apenas tocando el borde del vaso y miró a su hija.

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–¿Estás lista para preguntarme si tus amigas son mentirosas o no? Si te tardas mucho, nunca lo sabrás –y sonrió.

Los ojos de la hija permanecieron fijos en el ventanal. Levantó su copa y la llevó a los labios sin voltearse hacia la madre. La señora cogió el cigarrillo con dos dedos, inhaló profundamente y dejó caer el pitillo con gracia en el cenicero.

–Muy bien. Ven acá. El coche nos espera en la entrada –comentó la señora.

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Sin mirarse, las damas se acomodaron en los asientos traseros. La señora dio la dirección con tal rapidez que las indicaciones se fusionaron en una palabra. Sobresaltado por la ubicación, el chofer se volteó hacia atrás y al toparse con los ojos negros de su jefa, se enderezó en el asiento y, mientras liberaba el freno de mano, rechinaron las llantas.

–Así me gusta que se hagan los cosas –dijo entre los dientes la señora–. Aquí Jalila, las cosas se hacen rápidamente o no se hacen. Ya lo sabías, ¿no? –La hija no respondió, miraba sus manos que descansaban en su regazo.

El coche subió una colina, siguió una hilera de árboles y, tras un buen trecho, empezó a bajar girando a la derecha. Con la cabeza agachada, Jalila empezó a fijarse en las casas que bordeaban la calle.

–¿A dónde vamos? –La pregunta de la muchacha quedó sin respuesta.

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Jalila pensó que había advertido el asomo de una sonrisa, pero no fue más que una sombra que cruzó la cara de su madre.

–Por allí –indicó la señora al chofer.

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–Como usted ordene, Señora.

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La señora se zafó del asiento con un giro a la derecha que la ubicó al lado del coche. Al fallar en su intento de atender a la dama, el chofer se precipitó hacia la puertezuela de Jalila. La abrió con tal violencia que casi rompió los goznes.

Sujetando la puerta abierta, el chofer se quedó observando a la joven que miraba su pantalón negro con motas blancas. Cuajados en la inmovilidad, parecían desafiar sin querer la paciencia de la señora. De improviso, un empellón desplazó al chofer y la nariz de la señora se ubicó a dos dedos de la sien de su hija. Esta pudo sentir el aliento cálido de su madre.

–Se lo puedes hacer a tu padre, día y noche, hasta que se muera, pero a mí, no. Te sales, o te arrastro de las greñas.

–Madre, no quiero salir aquí, en este vecindario.

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La señora tragó saliva, dobló tantito más las rodillas, su peso se distribuyó en las dos piernas y sus tacones se afirmaron en el charco de la calle.

–Jalila, mijita querida, escúchame bien. Te sales o te arrastro.

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–Jalila movió la rodilla izquierda hacia su madre y esta le concedió el espacio necesario para la salida.

De volada, la señora bajó por una calle estrecha y empinada, se paró en la esquina y esperó que su hija la alcanzara. Cuando terminó de bajar a tropiezos hasta su madre, esta la detuvo y la jaló callejón adentro.

A mediados de la cuadra, la madre se reparó ante una puerta cuya parte inferior estaba forrada de lámina. Resonaron sus nudillos en la madera seca.

–Fátima. ¿Se puede pasar? –preguntó la señora acercando la oreja al intersticio de la puerta.

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–Señora, no la esperaba… el día de hoy –se escuchó una voz afónica–. La llave…

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–La tengo, Fátima. Descansa.

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Tras dos golpes de la chapa, la puerta giró sola y la señora se adentró en la oscuridad.

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–No la esperaba hoy, señora. No es viernes, ¿verdad? –Las palabras de Fátima se mezclaron con el ruido de la colcha removida.

–No te levantes, descansa. Pasábamos por aquí y quise que mi hija te conociera.

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–Oh, su hija está aquí. Permítame que le bese la mano.

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–No te levantes Fátima. Ella se acercará a ti.

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–Jalila, ven mijita. Te presento a Fátima. Cuando yo era niña, me cuidaba y, cuando era más joven que tú, me curaba.

–No veo nada madre. No puedo caminar por allá.

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–A veces, una no puede ver por dónde camina y, en ocasiones, es mejor no verlo. Pero acércate. Escucha la voz de Fátima, te guiará como me guio a mí cuando era niña. –Se escuchaba el murmullo de la mujer acostada y sus disculpas sonaban como rezos distantes y automáticos.

–¿Qué estás haciendo madre? –tembló con enojo la voz de Jalila.

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–Nada, te voy a ayudar a entrar, no creo que vayas a perderte. Yo vigilaré tus pasos. –Jalila sintió el apretón de la mano de su madre que le ocasionó una sensación de quemadura y, luego, un jalón.

–Discúlpeme señorita por no atenderles mejor. Ya estoy revieja. Muchas gracias por venir a esta humilde casa, su casa de siempre –apenas se escuchó la voz de Fátima.

Jalila sintió unos dedos colmados de uñas filosas que buscaron, encontraron y manipularon su mano. Quiso retirarla, pero tuvo miedo de cortarse. Luego, Jalila sintió unos besos cálidos que humedecieron su mano justo donde ella se había rasgado en el hotel.

–¡Madre! –gritó Jalila.

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–Aquí estoy Jalila, a tu lado, como siempre, aunque a veces no podías verme. A veces es difícil orientarse en la oscuridad, pero no te preocupes. Si haces un paso o dos a tu izquierda tocarás una pared.

–Madre, no quiero tocar ninguna pared. Quiero irme de aquí.

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–No es cualquier pared Jalila, es la primera pared que tu madre ha tocado.

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–¿Aquí madre?

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–No, en la luna, Jalila.

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El silencio de la calle fue roto por la gritería de un hombre que alababa las cualidades de una frazada. Sus gritos reconfirmaban la calidad indiscutible de la prenda, pero no acertaron en dar un precio.

–Señorita Jalila.

.

–Sí, Fátima –respondió la señora en lugar de su hija.

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–Su madre tuvo la bondad de regalarme esta casa. Que dios se la pague.

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–No es nada Fátima. Te dije que iba a regalártela si me casaba como tú lo predijiste. Lo prometido es deuda, ¿no?

–Sin usted…

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–Qué bien que te haya servido, me da gusto. Pero dime, ¿se te ofrece algo en este momento

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Fátima?

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–No, señora, nada.

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–Los que menos tienen, menos piden –suspiró la señora.

–Y tú, Jalila, ¿tienes alguna pregunta para mí o Fátima?

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–No madre.

.

Las dos mujeres se despidieron de Fátima y salieron de la casa. Descaminaron el codo de callejones como si no existiera la pendiente y se subieron al coche de puertezuelas abiertas. Mientras este rodaba por la calle que apenas permitía a los espejos librar las paredes, Jalila se acostó sobre los asientos y puso su cabeza en el regazo de su madre.

 

 

Pol Popovic Karic es profesor investigador en el Tecnológico de Monterrey. Publicó cuarenta artículos y cuatro libros académicos. Editó nueve antologías monográficas. Ha sido integrante de ocho comités editoriales. Organizó doce coloquios y nueve “Encuentros con autores”. Es miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias y miembro correspondiente de las academias de la lengua española de Venezuela, Estados Unidos y Paraguay. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores de México (nivel II).

La danza de la vida de Patrícia Galvão

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“E eu dancei

a dança da vida”

 
P.G. 
Microcosmos

 
Patrícia Rehder Galvão (nace el 9 de junio de 1910) es una de las escritoras brasileñas más importantes de la primera mitad del siglo XX. Conocida también como “Pagú”, apodada así por Raúl Bopp, entre sus obras más reconocidas está 
Parque Industrial (1933). Esta novela toma lugar en el barrio industrial de Brás en la entonces naciente megalópolis de São Paulo donde la autora vivió. Recientemente el académico David William Foster le ha dedicado dos importantes capítulos a la obra de Pagú desde la perspectiva de la feminización del espacio social subrayando su “anomalía textual” y destaca la falta de interés académico en su trabajo tanto en Brasil como fuera de su país natal. En el caso de México, su obra es prácticamente desconocida y no se ha traducido antes su obra al castellano. La frase central de la novela “Brás de Brasil, Brás de todo el mundo” denuncia la extensión del capitalismo salvaje y la deshumanización de la industria y el proyecto capitalista que arrancaba en ese entonces en un Brasil en vías de industrialización, como lo expresa en el capítulo diez con una metáfora: “El capitalismo naciente de São Paulo estira sus piernas finas y peludas”.
El libro 
Parque industrial apareció en 1993 en traducción al inglés de Elizabeth y K. David Jackson con un magnífico posfacio que ilustra las múltiples migraciones que forjaron la ciudad de São Paulo: italianos, portugueses, españoles donde muchos se ocupaban en la industria textil que transformó la ciudad. En efecto, el estilo de Pagú “projects vanguardist poetics into a proletarian world” (147). El proyecto vanguardista en Brasil estuvo marcado por la Semana de Arte Moderna, del 11 al 18 de febrero de 1922, que se llevó a cabo en el teatro municipal de la ciudad y fue el parteaguas cultural en Brasil que marcó el inicio del modernismo brasileño y significó una búsqueda de renovación del lenguaje, experimentación, un salto al vacío de la creatividad. Los nombres asociados con este impulso hacia adelante fueron: Oswald de Andrade, Mário de Andrade, Anita Malfatti, Heitor Villa Lobos, Di Cavalcanti, Menoti Del Picchia, entre otros. Aunque Pagú tenía apenas 12 años durante este importante evento, sin duda el ambiente generado por esta ebullición de las artes influyó terminantemente en su obra. Pagú desde muy joven, a los 15 años, escribió para el periódico de Brás, bajo el seudónimo de “Patsy”. Se graduó de la escuela normal en 1928 y se sumó al movimiento Antropofágico. En 1930 se casó con Oswald de Andrade que dejó a su entonces esposa, la pintora Tarsila do Amaral. Ese mismo año nació Rudá de Andrade, el primogénito de Pagú y el segundo hijo para Andrade.


Pagú fue arrestada después de una huelga de trabajadores en la ciudad portuaria de Santos y publicó su novela
Parque Industrial con el seudónimo de Mara Lobo por exigencia del partido comunista, del cual era miembro activo. Patrícia sería arrestada más de una veintena de veces después, también en París en 1935 por usar una identidad falsa y fue repatriada a Brasil. Bajo el régimen de Getúlio Vargas sería torturada y encarcelada por cinco años, después de salir de prisión abandonó el partido comunista y siguió una línea ideológica trotskista. K. David Jackson consultó el archivo de su arresto y reportó que se le describió como “una persona extremadamente peligrosa que sabía varias lenguas y era una oradora intelectual de ideología roja” (120). Se casó una segunda vez, en esta ocasión con Geraldo Ferraz y tendrían un niño, Geraldo Galvão Ferraz. Viajó a China y trajo las primeras semillas de soya para sembrar en Brasil. En 1945 apareció su segunda novela A Famosa Revista, escrita con su nuevo esposo donde critican la cultura brasileña a través de la historia de la filósofa marxista Rosa Luxemburgo. Pagú fue promotora de teatro, traductora y se lanzó sin éxito como representante política de su estado. En sus últimos años sufrió de cáncer e intentó el suicidio sin éxito y murió el diciembre 12 de 1962. Jackson reporta que en su funeral uno de sus amigos accidentalmente tiró su féretro en un último abrazo de despedida (123).

 

Patrícia Galvão y Oswaldo de Andrade


Pagú era sin duda una musa para los escritores del movimiento de “Antropofagia” y fue dibujada por pintores como Cavalcanti, Portinari, de Carvalho, con un vestido corto y cigarros largos “é uma menina de cabelos malucos que ela nunca penteia” (una mujer de cabellos rebeldes que ella nunca peina) una mujer que cuando pasa la gente se detiene, es para Álvaro Moreyra el “último producto de São Paulo” y el “luminoso anuncio” de la Antropofagia (
Revista para Todos 21). Se le conoce así por el poema que le dedicó Raúl Bopp titulado “Coco de Pagú” donde dice: “Pagú tem os olhos moles / olhos de não sei o qué / Si a gente está perto delles / A alma começa a doer” (Pagú tiene los ojos suaves / ojos de no sé qué / si la gente está cerca de ellos / el alma comienza a doler) y la describe con un cuerpo de cobra onduladito. En efecto, Pagú era de una belleza distinta y con una personalidad poco convencional. El sobrenombre dejaría de gustarle con el tiempo, como refiere su hijo (Viva Pagú 14) porque era un sobrenombre que correspondía a otro tiempo, cuando buscaba otros ideales.[1] Vicky Unruh escribe sobre la paradójica relación de las mujeres con las vanguardias latinoamericanas (compuestas por lo general por hombres) y cómo navegaban su papel como “musas” para escribir también sus obras. Ellas “abrazaron con energía y aparente entusiasmo el asignado rol, especialmente en el aspecto performativo y corporal que constituía la figura femenina como una manifestación visual de los deseos de un implícito público masculino” (272). En este mismo orden de ideas, Pagú se intenta alejar de la imagen pública que se concentraba en su cuerpo, como ha escrito Laura Kanost con respecto a la política corporal en la novela, que se centra en actividades como el sexo o de trabajo: “El sistema de clases en la novela está construido para dañar los cuerpos de la clase trabajadora y mantenerlos en su lugar para el beneficio de cuerpos burgueses parásitos” [2] (92).
La familia de Patrícia vivió en el barrio trabajador de Brás por los problemas financieros que afrontaba la familia, vivió en una casa modesta, espacio donde se desarrolló su novela 
Parque Industrial. Patrícia se  tituló de la escuela Normal después de algunos romances fallidos y un embarazo con el actor Olympo Guilherme. Sin embargo, Patrícia nunca dio clases; las familias en ese tiempo deseaban que sus hijas fueran maestras mientras se casaban. Pero Patrícia quería algo más y conoció a Oswald de Andrade que tenía 38 años entonces y ella 18. Oswald estaba casado con la artista Tarsila do Amaral, matrimonio que eventualmente se disolvió por el amorío extramarital entre Oswald y Patrícia. En 1929 Patrícia comienza algunas colaboraciones para la Revista de Antropofagia, que era el vehículo del movimiento vanguardista brasileño que adoptó las tendencias vigentes de otros movimientos en Europa.
Parque industrial se publica en 1933 cuando ya se han asentado las secuelas de la crisis económica del 29, la caída de los precios del café y el desmoronamiento bursátil de Nueva York con sus repercusiones mundiales. En este mismo año termina la primera etapa del Modernismo brasileño y el matrimonio de Tarsila y Oswald.  En 1930 había irrumpido la revolución de Getúlio Vargas y Pagú inicia su participación militante sobre todo con la publicación A Mulher do Povo donde colabora con cartones políticos y editoriales y llama a las normalistas a convertirse en “auténticas pioneras del tiempo nuevo” (Viva Pagú 94). Pagú es encarcelada e incomunicada y se le considera la primera presa política de Brasil.


En el mismo año de la publicación de 
Parque Industrial, Pagú conoce transitoriamente al intelectual mexicano Alfonso Reyes en Rio de Janeiro. El libro es subvencionado por Oswald de Andrade y fue la primera novela proletaria social y política con tema urbano que criticaba la hipocresía de la sociedad de la época utilizando una perspectiva marxista leninista. Los personajes son en su mayoría mujeres proletarias y trabajadoras de las industrias del tejido en São Paulo. La cubierta fue diseñada por la autora y la edición fue clandestina. La autora tiene también una obra de teatro basada en este libro, pero los apuntes que inició en 1931 se mantienen inéditos. Los años posteriores a la publicación, la autora los dedica a varios viajes a Estados Unidos, Japón y China en cuyos barcos entrevista a varias personalidades, como Sigmund Freud. En China adquiere unas semillas de soya que son enviadas a Brasil e inician la cultura de la soya en su país. Pagú viaja a Moscú por el tren transiberiano y se desilusiona con el contraste del hambre de la gente bajo el régimen comunista. Vive en París donde es detenida en tres ocasiones y regresa a Brasil en 1935, cuando se está gestando la guerra en Europa. A su regreso es arrestada y presa por casi cinco años en varias prisiones.
En 1937 inicia su relación con Geraldo Ferraz con quien publica 
A famosa revista donde critica satíricamente al partido comunista y sus métodos totalitarios con la historia de amor entre Rosa y Mosci.[3] En 1940 sale demacrada de la cárcel (pesando 44 kilos) y se casa con Geraldo Ferraz. En 1944 colabora en la revista Detective con el seudónimo de “King Shelter” y cuyos cuentos son recopilados después con el título de Safra Macabra (1998). Patrícia estuvo acostumbrada a los seudónimos (Mara Lobo, Ariel, Gim, Pagú) para ocultarse de la dictadura de Vargas. Utiliza también el seudónimo de “Solange Sohl” con el cual publica algunos poemas.  En 1950 incursiona en la política y se lanza infructuosamente como diputada estatal de Partido Socialista Brasileiro en São Paulo. En 1954 traduce la obra “Cantora Careca” de Eugene Ionesco (con quien se reúne en 1960 en Rio de Janeiro) y fue la primera vez que fue traducido el dramaturgo rumano-francés y representado en Brasil. El 23 de octubre del mismo año muere Oswald de Andrade.


Pagú hizo varios esfuerzos pioneros en la publicación y traducción de escritores como el poeta Fernando Pessoa y Fernando Arrabal, el dramaturgo español. Su trabajo por solidificar el teatro en la ciudad de Santos fue sobresaliente. Patrícia formó parte del establecimiento del Teatro Estudiantil de Vanguardia. De Octavio Paz traduce y pone en escena 
La hija de Rappacini (A Filha de Rappacini). Dice sobre el autor mexicano: “Parece que no le interesa la propaganda, sino su obra literaria que corresponde con la tensión delante de los problemas del hombre en la vida” (Viva Pagú 269).
            En 1960 intenta suicidarse por segunda vez en París (la primera vez fue en 1949) pero la bala que se dirigía al corazón se desvía a una pierna. En el hospital, sin embargo le localizan un tumor cancerígeno en el pulmón y muere el 12 de diciembre de 1962 en Santos, la ciudad donde eligió vivir por muchos años e impulsó la cultura a través de traducciones, el ejercicio periodístico cultural y sobre todo el teatro, por ser un género contestatario que se ajustaba con su tren de vida reaccionario y polémico.

 
“Pagús de Brasil, Pagús del mundo”

 
Indudablemente el estilo modernista brasileño se trasmina en la obra de Pagú con el coloquialismo, la fragmentación de la historia en postales o montajes. La novela se hermana con obras de la época como 
Cacau (1933) de Jorge Amado o novelas mexicanas como: La señorita etcétera (1922) del estridentista Arqueles Vela, Margarita de niebla (1927) de Jaime Torres Bodet, Novela como nube (1928) de Gilberto Owen, o La rueca del aire (1930) de José Martínez Sotomayor. En estas novelas de prosa neumática, aparece el automóvil y el tren como símbolos importantes de la modernización de la ciudad y elementos vanguardistas para hablar de la velocidad, del cambio y la mecanización de la nueva era de la tecnología. Dice por ejemplo en Parque Industrial: “La calle se va escurriendo por las ventanas del tranvía”—una imagen futurista, de velocidad típica de los movimientos pictóricos italianos que desvanecían la realidad en sus lienzos. Aunque en cuanto al tema comunista, la obra de Pagú estaría más cercana de obras como las de José Mancisidor en La ciudad roja (1932) o en cuanto a la estructura en viñetas y la preeminencia de la voz femenina en la novela: Cartucho (1931) de Nellie Campobello, única narrativa revolucionaria desde la perspectiva de una mujer. En Argentina están las novelas de realismo social: ¡Quiero trabajo! (1933) de María Luisa Carnelli, así como 44 horas semanales (1936) de Josefina Marpons.
Los personajes de 
Parque Industrial son: Corina, la prostituta, Otávia y Rosinha Lituania las militantes socialistas, Matilde la operadora, Pepe el cajero, Alfredo el traidor burgués, la normalista Eleonora y Alexandre el aguerrido militante. Parque Industrial describe el lugar de trabajo como una “penitenciaria social”, un lugar para la deshumanización de las trabajadoras y recrea asimismo las condiciones de las trabajadoras de las industrias alrededor del mundo que son explotadas por la maquinaria de la globalización. Por ejemplo, las maquiladoras de la frontera entre México y Estados Unidos son una actualización de las condiciones deplorables en las que vivían las trabajadoras en Brasil a principios de siglo. Es común el acoso de los supervisores, el abuso y el impedimento a que se organicen para negociar mejores condiciones laborales. Carlos Fuentes retrató los ambientes de las mujeres trabajadoras en esta zona en La frontera de cristal (1995). Sin embargo, en Parque Industrial se presenta un lenguaje revolucionario, por ejemplo, en la voz de Rosinha Lituana que expresa como una zapatista brasileña: “¡Más vale morir a balazos que morir de hambre!”.
La novela inicia con una larga cita con estadísticas industriales de São Paulo. Se utiliza un lenguaje numérico sobrio que habla del movimiento revolucionario de 1924 y que desemboca con la repercusión mundial de la crisis de 1929 o el fallo mundial del sistema capitalista. A este epígrafe mecánico y distante, la autora lo contrasta con un rótulo más humano que corresponde al parque industrial de São Paulo que “habla la lengua de este libro” y que se encuentra en las prisiones, las vecindades y las morgues. La novela es
entonces una tentativa por dar voz a los desterrados del capitalismo, a los que se han perdido entre las cifras exactas y frías de la estadística mundial.
El capítulo inicial sitúa la novela en el parque industrial, con las trabajadoras de tejeduría en el barrio de Brás. Hay un tono de reclamo, de incitar a la reflexión sobre las condiciones de trabajo y sobre la doble moral de la burguesía: “La burguesía siempre tiene hijos legítimos. Sin importar que las esposas virtuosas sean adúlteras comunes”. Estos lugares de trabajo o “penitenciarías sociales” sirven los intereses de los poderosos, escuchamos en la novela las máquinas que se mueven con desespero y el silbato que llama a las trabajadoras para que vuelvan a sus puestos. Las trabajadoras están agotadas, dice una voz: “Los ricos pueden dormir todo lo que quieren” son los que tienen el tiempo para gastar en el ocio.  Las trabajadoras adquieren conciencia de clase al conversar con sus compañeras, dice otra operaria: “¿No ves los carros de las personas que no trabajan, comparados con nuestra miseria?”.

La novela también habla del desamparo de los niños que deben esperar a que sus madres salgan de la fábrica: “Las madres corren a buscar a los niños maltratados en el hogar que ningún ladrón quiere robar” y relata la falta de tiempo para disfrutar de sus propios hijos. Este fragmento se puede rastrear con la propia experiencia de la autora que se tuvo que separar de su hijo primero para un viaje sola por el mundo y después, por haber estado encarcelada, dice una mujer en la novela: “¡No podemos conocer a nuestros hijos! ¡Salimos de casa a las seis de la mañana!” Más adelante, un albañil grita: “Nosotros construimos palacios y vivimos peor que los perros de los burgueses.”

 

Patrícia Galvão, alias Pagú.


En la novela se hace referencia a los espacios del ocio, como el cine Mafalda que fue inaugurado en 1912 en el barrio de Brás y se habla de una cinta con Ricardo Bartélemes. Esta referencia nos habla del crecimiento del cine en São Paulo y posiblemente fue un vehículo de entretenimiento para Patrícia Galvão que incorpora en su narrativa imágenes de factura fílmica. La autora imita una técnica cinematográfica visual dado que se compuso en una época crucial del desarrollo de la imagen con movimiento, la utilización de pequeñas secuencias o viñetas visuales que componen un todo visual que muestra las condiciones de las trabajadoras textiles a principios del siglo XX y se convirtieron en los purgatorios de progreso. La imagen de la ciudad híper industrializada aparece en una película de ciencia ficción del expresionismo alemán en la década del veinte: 
Metropolis (1927) de Fritz Lang, de curiosa similitud con la novela dado que habla de un grupo de obreros en el hipotético año del 2026 que trabajan para una clase de élite que vive en la opulencia de rascacielos (el autor de la novela se inspiró después de una visita a Nueva York). María, la protagonista de la película, incita a una insurrección pacífica, pero es suplantada por un robot que en cambio incita a la violencia para generar una respuesta atroz del Estado.
Mas aun, el cine representa en 
Parque industrial uno de los aparatos ideológicos del estado para vender las ideas del imperialismo, dice en el capítulo once: “En la puerta, el enigma claro de Greta Garbo en los colores mal hechos de un poster. Pelo revuelto. La sonrisa amarga. Una prostituta alimentando al padrote imperialista de Estados Unidos para distraer a las masas.” Más adelante, en el capítulo catorce aparece de nuevo el cinematógrafo: “Van al cine Mafalda para ver una película rusa basada en Gorki. Los asientos populares están en demanda.” El cine se lee como una estrategia internacional para adormecer las mentes jóvenes, según la novela: “Estados Unidos envía cine. Inglaterra, el fútbol. Italia, curas. Francia, envía la prostitución”.
En los últimos capítulos de la novela hay un choque violento entre los manifestantes y la policía, como en la película de Fritz Lang, aunque entre los subversivos están sus propias familias, sus esposas que trabajan como operarias, ellas les piden que apunten sus armas en contra de los funcionarios, no de ellos. Es la manifestación directa de la fricción de la lucha de clases que tomaba lugar a principios del siglo XX y que de alguna forma continúa en las calles del mundo contemporáneo. Dicen los trabajadores en el capítulo cuarto: “‘¡Queremos pan y trabajo!’ Son los desempleados que en todas las calles del mundo capitalista se manifiestan”. En contraste, la autora exhibe la decadencia de la burguesía: “El caviar brota de los dientes repletos.”
En el capítulo “Mujer de la vida…” deja claro que las prostitutas hacen su labor porque no tienen dinero, porque “el dolor de los pobres es el dinero” dice una de las prostitutas, porque al menos ellas no lo ocultan, lo hacen por necesidad. Las trabajadoras, desde la infancia son separadas de sus padres para poder unirse a la producción de las industrias, dice: “Las indigentes preparan a los hijos para la separación futura que el trabajo exige. Los bebés burgueses son protegidos desde temprano, unidos por el cordón umbilical económico.” Los niños que crecen con sus padres son únicamente los hijos de los ricos, los que no tienen que trabajar y se encuentran en la cúspide de la pirámide laboral.

Corina, da a luz a un niño sin piel, como un exabrupto de su condición económica, un bebé que asusta a los doctores, el niño está vivo, dice una de las enfermeras: “Esta mujer está podrida”. En varias partes de la novela se habla de las condiciones de la vida en la cárcel, como las que tuvo que sufrir en repetidas ocasiones Pagú, habla de la amistad y el desprecio entre las presas, la comida horripilante, las pulgas, la preocupación de morir sola en la cárcel. Estos pasajes sombríos de la novela están muy bien construidos porque se cimentan en la dolorosa experiencia de la autora.

En el orden que establece el capitalismo, la justicia está reservada únicamente para las clases pudientes, dice: “¿Cuándo se ha visto que la policía persiga al hijo de un político?”. Asimismo, las mujeres trabajadoras no pueden atender a sus propios hijos, pero deben hacerlo para ganar dinero: “¡Tengo que dejarlo para cuidar de los hijos de los demás! Seré la nana de los hijos de los ricos y no sé cómo podrán salir adelante los míos.” La paradoja del capitalismo que destina a otros a cuidar de los hijos de otros para sobrevivir. La novela describe también la experiencia de una madre del barrio de Brás que piensa que su hija tiene un trabajo honesto, pero las vecinas se dan cuenta que es una prostituta. El vecindario está marcado por la presencia de la fábrica, cuyo silbato los llama al trabajo: “El silbido se escapa por la chimenea gigante, liberando toda una humanidad que fluye hacia las calles de la miseria”.

Pero la voz que une e incita a los trabajadores es la voz de Rosinha Lituana y hace que el barrio de Brás despierte de la opresión:

 
¡La burguesía tiene a sus secuaces armados para defenderlos! Si nosotros mismos no defendemos nuestros derechos, ¿quién vendrá en nuestro auxilio? La respuesta de la policía es una incitación a pelear, porque solo demuestra que somos esclavos de la burguesía y la policía está de su lado!

 
La policía no concibe que haya sido una niña inmigrante la que incitó la rebelión. Una mujer que había llegado a trabajar en los cafetales, como muchos otros inmigrantes.

En efecto, en la lógica que propugna el capitalismo “¡Quién no tiene patrimonio no tiene
patria!” y más adelante: “Los hombres pobres no tienen patria.” La burguesía está en decadencia, interesada en aficiones triviales: “Cualquier militante entiende y estudia las cuestiones económicas con la misma facilidad con que la burguesía hojea un número idiota de la revista Femina”. En el capítulo que cierra el libro, aparece nuevamente Corina que se gana la vida como prostituta, buscando algo para comer, se acerca a una iglesia pero el cura le pide que se marche porque su asiento está reservado. Se encuentra por coincidencia con Pepe en un café de la esquina y ambos deciden irse a la cama mientras comen palomitas de maíz.
Parque industrial es una novela que exhibe las contradicciones de la burguesía y que muestra el poder de la mujer como agente de cambio, por ejemplo en la figura subversiva de Rosinha Lituana que dirige el discurso de cambio en la novela y es la que incita a tomar conciencia. Podemos decir que ella encarna algunos aspectos de la vida de Pagú, su compromiso, su encarcelamiento político y defensa de los trabajadores, un compromiso social que continuó a lo largo de su vida como promotora cultural, mujer de letras y de acciones políticas radicales. Parque industrial es una novela que sigue vigente a 83 años de su publicación, para denunciar las condiciones de las mujeres trabajadoras de la industria y llamar a la organización y la defensa de sus derechos laborales y humanos.

 
Bibliografía

 
Campos, Augusto de. 
Pagú –Vida – Obra. São Paulo: Brasiliense, 1982.

 
Foster, David William. São Paulo: 
Perspectives on the City and Cultural Production. Gainesville: UP of Florida, 2011.

 
Galvão, Patrícia. 
Industrial Park. Trans. Elizabeth Jackson and K. David Jackson. Lincoln: U Nebraska P, 1993.

 
Jackson, K. David. “Alienation and Ideology in A Famosa Revista (1945)”. 
Hispania. 74. 2. (1991): 298-304.

 
Kanost, Laura M. “Body Politics in Patrícia Galvão’s Parque industrial”. 
Luso-Brazilian Review. 43.2. (2006): 90-102.

 
Revista para Todos. Rio de Janeiro. 27 Julho de (1929): 21.

 
Teixeira Furlani, Lúcia Maria y Geraldo Galvão Ferraz. 
Viva Pagú: Fotobiografia de Patrícia Galvão. Santos: UNISANTA, 2010.

 
Unruh, Vicky. “Las ágiles musas de las modernidad: Patrícia Galvão y Norah Lange”. 
Revista Iberoamericana. LXIV.182-183. (1998): 271-286.

 

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[1] Una nota biográfica curiosa que refieren Lúcia M. Teixeira Furlani y Rudá de Andrade, es que uno de sus antepasados fue Antonio de Sant’Ana Galvão que fue el primer santo brasileño de la iglesia católica. Con respecto a su apellido, Leda Rita Cintra me precisó que “Pagu é descendente de alemães, (lado materno Rehder); pelo lado paterno, entretanto, os Galvão de França são uma familia muito brasileira e fazem parte dos chamados quatrocentões paulistas, ou seja, daqueles portugueses que se fixaram no Brasil há mais de 450 anos em terras de São Paulo, logo Patricia Galvão (de França). (Correo electrónico de 8/15/2018)
[2] The entire class system in the novel is set up to injure working-class bodies and keep them in their place to the benefit of parasitic bourgeois bodies.

[3] Para un ensayo sobre la ideología en esta novela ver el ensayo de K. David Jackson “Alienation and Ideology in A Famosa Revista” (1945).

 

 

Martín Camps es profesor de la University of the Pacific en Stockton, California, donde es también Director de Estudios Latinoamericanos. Sus dos últimas ediciones de ensayos son La sonrisa afilada: Enrique Serna ante la crítica (UNAM, 2017) y Transpacific Literary and Cultural Connections: Latin American Influence over Asia (Palgrave, 2020). También ha publicado cinco libros de poesía, entre los que se encuentran Extinción de los atardeceres y Los días baldíos. También es autor de la novela Horas de oficina.

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Lerae y Martha

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Era desde la ventana de la cocina donde Martha podía percibir todo lo bueno y todo lo malo que sucedía en el mundo. Se encontraba lavando una cazuela donde había guardado los restos del menudo que había recalentado en el microondas para el almuerzo de Vicente —su marido—, y. aún quedaban más trastos por lavar. En eso estaba, cuando Lerae entró a la casa, por la puerta de enfrente, como bólido —directo hacia el baño— con una velocidad tal, que, entre el portazo de la puerta de malla de alambre del frente de la casa y el azotón de la puerta del baño, sólo transcurrieron un par de segundos. 

—¡Sí llegooooooo! —gritó Lerae, produciendo su propio efecto Doppler.

          «¿Y esta que se traerá?», pensó Martha, cuando instintivamente dejó la cazuela y se dirigió a la puerta de la entrada. A través de la malla mosquitera pudo ver a Chupi, vestido en pañal y botas vaqueras, sentadito en el pasto, dándole de golpes a una de las Barbies, descabezadas de Lerae, con un mazo de madera de juguete, absorbiendo, como cactácea, el sol de ese día de verano en Las Cruces, Nuevo México, en medio del desierto Chihuahuense, exactamente a setenta kilómetros al norte de la frontera con México.

 * * *

 Llevaban dos años ya de vivir en las Cruces. Vicente había obtenido una beca del gobierno de México para realizar sus estudios de posgrado en fisiología vegetal en el cultivo de algodón. Se habían instalado en una casita del married student housing, que proporcionaba la universidad estatal de Nuevo México a un costo bastante razonable que incluía sala, cocina, baño y dos minúsculas recámaras. Una recámara para Martha y Vicente y la otra para los escuincles: Marthita, Lerae y Chupi. La quietud de las noches atiborradas de estrellas eran una perenne invitación a todo tipo de ovnis —como en el legendario Roswell, a unas horas hacia el oriente de Las Cruces—, que solo era quebrantada por el ruido de los frenos de aire y los escapes de los trailers, que pasaban a unos cientos de metros de la casa, rumbo al noroeste, en este particular tramo de la carretera interestatal número diez.

 * * *

Martha se sentó en el diminuto escalón de la entrada para echarle un ojo a Chupi en lo que Lerae salía del baño. Inesperadamente, con el rabillo del ojo, Martha advirtió una silueta que se perfilaba en la esquina de la cuadra. Era un hombre menudo, delgado y calvo, pero de gran y tupido bigote. Súbitamente, Martha asoció esa figura con la de un Billy The Kid fantasmal que venía a fajarse en un duelo bajo el sol desértico, como los habían llevado a cabo unos cien años atrás en ese mismo terreno. El hombre llevaba un paso apresurado y parecía venir hablando consigo mismo. Un instante después, apareció detrás del hombre un niño —un pequeño clon del hombre— cuyo lloriqueo Martha percibió. De repente, el hombre se volteó y le gritó unas palabras ininteligibles al niño. Este se detuvo al instante y se regresó corriendo de donde venía, aullando. Martha por fin reconoció a Majmud —pakistaní, el papá de Hadid, quien era el niño que se había regresado a su casa llorando—. Su intuición la hizo conectar en su mente que algo debió haber pasado entre Lerae y Hadid, quienes eran compañeros en el kindergarten. Hadid y Lerae tenían la costumbre de saltar la pequeña barda que demarcaba el límite entre los jardines traseros de la casa de Lerae y la de Hadid, para ponerse a jugar. En innumerables ocasiones, Martha, desde su ventana, había visto platicar a Vicente y a Majmud mientras ambos hacían labores de jardinería.

Martha era buenísima para leer lo que la gente traía atascado por dentro, para ella era obvio que este día, mientras esperaba a Lerae a que saliera del baño, Majmud cargaba consigo un humor de perros. Al acercarse a Martha, Majmud comenzó a exclamar con un inglés entrecortado:

—¡Su hija pegarle en las pelotas a mi hijo! ¡Su hija pegarle en las pelotas! 

Martha, en respuesta —colocando sus dedos en su barbilla y labios, como en reflexión— se tragó una de las carcajadas más grandes que pudo haberse echado en la cara de Majmud. Pero, al momento de pasarse por la garganta la última gota de la carcajada ahogada, también puso en alerta todos sus sentidos para hacer uso de cualquier tipo de defensa que llegara a exigir la situación. Se levantó del escalón, lo cual hizo que Majmud se detuviera en seco y guardara silencio. Ella era alta, fornida de dimensiones redondas pero fuertes, mexicana norteña, de la más buena ralea de los Pico de Saltillo, un mujerón, entrona pues’n, llevaba el cabello sujeto con un paliacate, vestía de camiseta blanca y pantalones de mezclilla, además de zapatos tenis. Miró a Majmud en detalle y notó que este tenía un abdomen de contrabandista de sandías: todo plano hasta llegar a una protuberancia alegórica a dicho fruto que se desbordaba sobre el cinturón que sujetaba contra la gravedad sus pantalones de gabardina.

Sin pensarlo mucho, Martha, aplicó la utilísima enseñanza que había adquirido de su amiga Maruca, cuando ésta le metía freno a cualquier gringo que se le quería subir al cuello en el supermercado o en alguna oficina administrativa de la universidad:

Wait, wait, wait, wait, wait, wait, wait, wait, wait, wait, wait, wait, waitespetó.

Sí, la palabra wait, espere, dicha trece veces como ametralladora. Este ardid era mágico —que abracadabra ni que las hilachas—, los gringos se quedaban pasmados y no se les hacía tan fácil querer joder a una mexicana, sobre todo en el área fronteriza; claro para pronunciar trece veces la palabra a una velocidad relampagueante había que comerse —o sea, no pronunciar— la letra «t», para que la lengua no se atorara.

La técnica funcionó pues Majmud, sorprendido, continuó guardando silencio. Martha respiró profundo y, también con un inglés entrecortado, preguntó:

—¿Qué decir usted Lerae hacer a Hadid?

En un tono un poco más calmado, Majmud reiteró:

—Su hija patear Hadid en pelotas.

—Un momento, espere aquí —contestó Martha, y tomó al Chupi en brazos para entrar a la casa y dirigirse a la puerta cerrada del baño, tras la cual aún se encontraba Lerae, en una situación por demás silenciosa.

—¡Lerae, abre por favor! —gritó Martha, mientras tocaba la puerta del baño, después de haber puesto al Chupi en la cuna.

—No me vas a regañar, ¿verdad? —dijo Lerae en el baño, con un tono muy dulce. 

—No escuincla —contestó Martha pensativa—. Pero tenemos que hablar, sal por favor. 

Lerae reconoció ese tono de sinceridad que sólo ella sabía detectar en su madre, abrió la puerta. Sentadas en la orilla de la bañera y Martha le dijo:

—Ahí afuera está, Majmud, el papá de Hadid dice que le pegaste a Hadid en los güevitos, ¿es cierto? —inquirió Martha.

Lerae comenzó a llorar, y con un aullido típico Leraesco, a la vez que se le saltaban las lágrimas, contestó:

Síííííí —sollozó, incontrolable. 

—Pero a ver, dime, ¿por qué le pegaste? ¿Te hizo algo? —le preguntó Martha mientras cortaba unos cuantos cuadritos del papel de baño para limpiarle las lágrimas y los mocos a Lerae, quien respondió:

—Es que me pegó en la cara con una de mis Barbies descabezadas —explicó Lerae

—¿Y así nomás te pegó sin más ni más? ¿Sin decirte ni agua va? –insistió Martha.

 —Bueno, no —abundó Lerae—. Es que estábamos jugando a la casita y yo le dije que esta vez le tocaba a él hacerse cargo de nuestra hija, la Barbie, mientras yo me iba a trabajar a la universidad. Él dijo que no, que el que se tenía que ir a trabajar a la universidad era él, porque él era el hombre de la casa y porque las mujeres eran unas tontas que no sabían nada de universidades y que sólo entendían las cosas a golpes Yo le dije que no, que las mujeres no eran tontas. Pero, que, sí lo eran, entonces que me explicara por qué él dejaba que una mujer, Mrs. Moore, le diera clases a él en el kindergarten. Entonces, Hadid dijo que no importaba, que las mujeres eran tontas y que lo mejor que podían hacer era limpiar la casa y que lo hicieran bien, si no, se merecían unos golpes. Yo le dije, «No lo son». Y él dijo, «Sí lo son». Y empezamos a decir «» y «No» y «» y «No». Hadid se iba enojando cada vez más y fue entonces cuando me pegó en la cara con la Barbie que yo le había puesto en la mano. Mira, aquí me pegó —dijo Lerae, mostrándole el pómulo derecho que se veía enrojecido—.  Ahí fue cuando me acordé de ti y le pegué justo en medio de las piernas. Se tiró al piso llorando y fue cuando yo me vine corriendo a la casa, porque me di cuenta de que tenía ganas de hacer del uno.

Martha se tragó otra carcajada, pero inmediatamente se puso pensativa y muy seria.

 * * *

Había sido hace poco tiempo, era uno de esos domingos que invitan a la siesta inducida por esa calma chicha del atardecer la víspera de la semana de trabajo que está por venir. Se acercaba la noche. Martha se encontraba lavando una taza de Chupi para darle un poco de jugo de naranja antes de ponerlo a dormir en su cuna. Aún no había encendido la luz, era suficiente la que quedaba antes de extinguirse el día. En ese momento, Martha sintió que algo no estaba bien, miró hacia afuera por la ventana de la cocina. Notó cierta actividad en la iluminada recámara de los vecinos. Por alguna razón, la ventana de la recámara no tenía totalmente corridas las cortinas. Majmud, caminaba de un lado a otro de la habitación mientras su esposa, Aiza, se mantenía inmóvil en una posición sumisa, cabizbaja. De repente Majmud levantó el brazo y le asestó un tremendo golpe a la cabeza de su mujer. Ella no se movió ni un ápice. Él, con el revés de su mano, le asestó otro bofetón. Martha cerró los ojos, sin creer lo que veía. Salió rápidamente de la cocina para buscar a Vicente, quien estaba tomando una siesta en la sala. 

—¡Vicente, ven a ver, el vecino está golpeando a su esposa, tenemos que hacer algo! —exclamó Martha, desesperada. 

Pero, ¿cómo? ¿Majmud? Pero si es de lo más tranquilo —respondió Vicente.

Martha lo tomó del brazo y lo hizo que viera por la ventana de la cocina. En efecto, la golpiza continuaba. 

—Tenemos que llamar a la policía Vicente, si no, ¡la va a matar! —dijo Martha, mientras descolgaba el auricular del viejo teléfono de pared de la cocina. 

Vicente se quedó pensativo unos segundos y dijo:

—No, si llamamos a la policía, entonces le va a ir mucho peor a ella. No creo que sea lo más indicado ahora, lo siento —señaló—. Mira, parece que ya terminó el castigo. 

La luz de la habitación se había apagado. Todo estaba en calma. Martha estaba desolada, quería hacer algo, se sentía impotente.

—¡Pero cómo castigo! ¡No creo que haya ninguna razón para que alguien se merezca semejante castigo! ¡Esto es un abuso! ¡Es un desgraciado machista hijo de su chingada madre! ¡Tenemos que hacer algo Vicente! ¡Haz algo! —gritó Martha indignada.

Vicente recordó cómo le gustaba que llegaran visitas inesperadas a su casa cuando su madre se encontraba en el acto de regañarlo. Así que decidió ir de improviso a la casa de Majmud pretextando una herramienta perdida. Nomás para asegurarse de que las cosas estuvieran bien, o por lo menos no tan peor. Vicente se fue y regresó. Le dijo a Martha que Majmud tenía el rostro endurecido cuando abrió la puerta, pero que inmediatamente le había cambiado cuando vio que era Vicente. «Buscaron» una pequeña pala de Vicente que pudieron haber dejado los niños en el césped de Majmud. Vicente agregó que, al entrar a la casa de Majmud, observó que Hadid estaba viendo la televisión, y que Aiza le había ofrecido una taza de té, misma que Vicente rechazó con amabilidad. Ella tenía el rostro algo cubierto con una mascada, pero no se veía alterada. 

—La próxima vez voy a llamar a la policía Vicente —dijo Martha, nada convencida.

—Está bien, de acuerdo —replicó Vicente.

 *  *  *

   —¿Cuándo me escuchaste decir que a los niños hay que patearlos entre las piernas Lerae? —preguntó Martha. 

Lerae, un poco más tranquila, aclaró:

—La otra noche . Maruca y Víctor estaban en la casa. Yo no podía dormir y me puse a escucharlos a ustedes desde el pasillo. Tu dijiste que el día que mi papá te golpeara tú le ibas a dar una buena patada entre las piernas y que con eso le ibas a dar una buena lección. Además, dijiste que nos ibas a enseñar a Marthita y a mí que eso era lo mínimo que teníamos que hacer cuando un hombre nos pegara. Entonces todos se rieron. Por eso me acordé de ti.

Martha, enternecida, expresó:

Lerae, eso está bien para cuando estés sola y la situación sea desesperada. Pero, para eso me tienes a mí ahora. Soy tu madre y mi deber es protegerte. Lo que debiste hacer fue venir a decirme que Hadid te pegó y yo me hubiera hecho cargo. Ese es mi trabajo y el de tu papá también. ¿De acuerdo? —y agregó—: ya sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad?

Lerae se quedó un poco pensativa:

—¿Pedir disculpas?

—Sí —confirmó Martha—. Pero sólo si Hadid se disculpa también. ¿Y qué más?

—¿Lavar los platos durante una semana? —dijo Lerae con pesadumbre.

—Muy bien m’hija —dijo Martha, dándole unas palmaditas a Lerae en la espalda, y añadió—: pero primero vamos a hablar con Majmud para que le expliques lo que me has dicho. ¿Okey?

—Okey —contestó Lerae.

En ese preciso momento tocaban a la puerta, era Majmud. Salieron. Lerae, en inglés mucho mejor que el de Martha y Majmud, explicó a Majmud todo lo que había sucedido. Majmud concluyó:

—Esto no ser correcto. 

Martha, un tanto sorprendida, y otro tanto no, envió a Lerae hacia adentro de la casa y le preguntó a Majmud

—¿Qué quiere decir? —inquirió Martha, sintiendo que algo se le estaba encendiendo en el ánimo.

—No ser correcto que las niñas pegar a los niños —afirmó Majmud.

Martha empezó a calcular la fuerza y la distancia necesarias para pegarle en la entrepierna a Majmud, porque se estaba vislumbrando la posibilidad de tener que hacerlo. 

Hadid no tener que disculpar con su niña. No haber razón para eso. Ella tener que disculpar con Hadid, es lo correcto —concluyó Majmud, con su inglés de Tarzán.

Martha, también tarzanesca, le soltó otros trece wait:

—Yo sentirlo, pero Lerae no pedir disculpas a Hadid hasta que Hadid disculpar con Lerae. El pegar primero, sin razón. Los dos disculpar uno con otro. Eso es lo correcto —dijo Martha.

Majmud se estaba irritando más cuando explicó:

—No ser así en Pakistán, mujer debe respetar siempre al hombre.

Nosotros no estar en Pakistán, estar en Estados Unidos —reviró Martha—. Mujer poder llamar policía si hombre pega. En México, de donde yo ser, a mujer no tocar ni con rosa pétalo. Hombre que pegar mujer ser cobarde; muy, muy malo. Mujer devolver golpe, es bueno.

Majmud empezó a temblar de ira, pero nada podía hacer; sabía que no estaba en Pakistán y corría el riesgo de ser arrestado si llegaba a tocar a Martha.

—Hombre que pegar mujer ser cobarde —repitió Martha, con su mejor inglés entrecortado, serena, con la frente en alto y sus ojos fijos en los centelleantes ojos de Majmud—. Si Hadid pedir disculpa, Lerae disculpar también —ofreció.

  Lo que menos esperaba Martha es que Majmud cayera de rodillas para quedar finalmente boca abajo —a los pies de ella— en perfecta posición de decúbito prono, con el rostro sumido en el césped. El hombre no se movía, ni siquiera para respirar. Martha se agachó de inmediato y sacudió un poco con la mano a Majmud —como si quisiera despertarlo— sin obtener respuesta alguna. Preocupada, apretó sus dedos contra la yugular en el cuello de Majmud y no encontró ningún pulso. Rápidamente volteó el cuerpo inerte mientras gritaba:

  —¡Lerae, Lerae! ¡Llama al 911 y diles que tenemos una urgencia, creo que se le paró el corazón! 

  Martha confiaba en la habilidad de Lerae con el teléfono, pues la nena en varias ocasiones había provocado que la factura del teléfono incluyera cargos inesperados y exorbitantes cuando respondía a las invitaciones de comerciales de televisión para aprovechar la oferta de adquirir desde un juguete hasta una piscina desarmable.

  Dado que Martha de vez en cuando cuidaba niños de parejas que trabajaban, había tenido que tomar un curso de primeros auxilios. Así que, una vez que se cercioró de que no había ningún indicio de actividad cardiorrespiratoria, comenzó a bombear el pecho de Majmud con ambas manos —una sobre la otra con los dedos entrelazados— al ritmo de los Bee Gees:

  Ah, ah, ah, ah, staying alive, staying alive —cantaba como le habían sugerido en la clase de primeros auxilios.

  Tras contar treinta compresiones, llegó el momento de dar dos respiraciones de boca a boca. Martha sujetó la nariz de Mahmud, tomó aire y, al intentar expeler su aliento —conectando sus bocas— para regalárselo al hombre, el aparato digestivo del menudo cascarrabias reaccionó y vomitó un poco en los heroicos labios de Martha, quien, asqueada, instintivamente colocó a Majmud de costado para que no se ahogara y, mientras lo sostenía con una mano, con la otra se quitó el paliacate que traía amarrado en la cabeza con el fin de limpiarse un poco y también al pakistaní. Juntó toda su fuerza de voluntad para darle las dos respiraciones y volvió a iniciar las compresiones. Lerae, parada en el escalón de la entrada de la casa, comentaba al margen, en inglés perfecto:

Yuk! That is so gross! 

A lo lejos, se comenzó a escuchar el aullido de una sirena, cosa que reconfortó a Martha y le hizo no cejar en su esfuerzo por hacer que le circulara la sangre a su paciente. Los paramédicos arribaron segundos después de la tercera tanda de respiración boca a boca. Martha se hizo hacia atrás para dejar que los paramédicos se hicieran cargo, a la vez que exclamaba:

I think is a heart attack!

Un tanto aliviada por la llegada de los paramédicos, Martha dio unos pasos más hacia atrás y se recostó sobre el césped para descansar un poco, cerrando los ojos. En ese momento, se acordó de la vez que su tío Leonardo, neurólogo, le había contado de la ocasión en que a él le tocó reanimar a un paciente durante un turno de guardia en sus tiempos de internado y como quedó agotado, tanto así que hasta perdió un kilo de peso por el esfuerzo. Al abrir los ojos, el rostro de uno de los paramédicos observaba a Martha expectante, por lo que Martha profirió:

I am fine! I don’t need help! I decline your services, please leave me alone!

Era el mejor inglés que había pronunciado en su vida, pues quería dejar bien claro que no le prestaran ningún servicio de urgencias, ya que sabía de sobra el enorme gasto que conllevaría aceptar hasta un hisopo en esa situación. Cerró los ojos otra vez por un momento y los volvió a abrir al sentirse un poco más calmada. Descubrió las figuras recortadas contra el cielo de tres zopilotes que volaban en círculos. Riéndose apaciblemente, les susurró:

—Espérense desgraciados, todavía no me muero.

Minutos más tarde, los paramédicos habían estabilizado a Majmud —quien todavía permanecía inconsciente— y lo estaban colocando en una camilla para llevarlo en la ambulancia al hospital. Fue ahí cuando llegó Aiza, quien apenas tuvo tiempo para subirse en la ambulancia para acompañar a Majmud mientras Martha intentaba relatarle lo que había pasado con su marido. Después, Lerae le explicó a Martha que ella había ido rápidamente a avisarle a Hadid y a Aiza que Majmud estaba en problemas. Aiza había dejado a Hadid con otra vecina. Con el estrés de la resucitación y mientras se recuperaba, a Martha se le había olvidado por completo avisar a la familia de Majmud.

Mientras el ulular de la ambulancia se perdía en las calles de Las Cruces rumbo al hospital. Martha ni siquiera sospechaba que, días después, Vicente, Lerae y ella visitarían a Majmud en su casa, quien se mostraría muy agradecido con ella y hasta le pediría disculpas por su conducta, además de hacer que Hadid se disculpara con Lerae. Ignoraba también que, semanas después, Martha encontraría un paquete, sin porte, en el buzón de su casa. El paquete contendría un chal pakistaní exquisitamente bordado, acompañado de una nota en inglés. En esta, Aiza agradecería profusamente a Lerae y a Martha no solo haber salvado la vida de Majmud, sino haber gestado en él un transformación un tanto radical en cuanto a su actitud (cosa que sucedió no tanto por bondad inherente al corazón de su marido, sino, fortuitamente, por cierta combinación entre el cambio conductual que en ocasiones presentan quienes han tenido un roce con la muerte y la advertencia de los médicos de que —si Majmud quería seguir con vida— evitara tanto hacer corajes como situaciones violentas). «Nuestra cultura es muy dura con las mujeres», expresaría la nota de Aiza, «y cualquier cambio positivo, aunque sea en la vida de una sola mujer, siempre es bien recibido».

Esa misma tarde, tras los acontecimientos del día —cuando la calma había vuelto al hogar, mientras esperaban que Maruca pasara a dejar a Marthita a casa después de trabajar en un proyecto de la escuela, y Vicente todavía se encontraba tomando datos de temperaturas de doseles de plantas de algodón en la estación experimental de la universidad—, Lerae se encontraba en la cocina lavando los platos, parada en un banquito. A espaldas de ella, Martha se había recargado, cruzada de brazos, en el marco de la puerta —en silencio— para contemplarla. Lerae había comenzado a cantar suavemente mientras lavaba. 

Diariamente —a pesar de estar consciente del estereotipo de la abnegada madre mexicana, que, por su experiencia con amigas de otros países, ahora se le había revelado como algo universal—, Martha dudaba de su propia capacidad como madre, y cargaba con distintos grados de culpa según los eventos del día. Se cuestionaba que no tenía todas las respuestas, lamentaba darse cuenta de que en ocasiones actuaba exactamente como su propia madre lo había hecho con ella cuando era joven —cosa que se había jurado no hacer— y se frustraba con la incertidumbre e improvisación, así como con el aprendizaje sobre la marcha, inherentes a la crianza de sus hijos. Aún recargada en el marco de la puerta, sin pensarlo, se dio una leve palmada en la espalda. Por hoy, se perdonaría. Sutilmente, sonrió.

 

 

José de Jesús Márquez Ortiz (Culiacán, Sinaloa, 1962). Creció en Texcoco, Estado de México. Estudió y trabajó en el área de investigación de cultivo y mejoramiento de alfalfa hasta 1998 en México y Estados Unidos. Amo de casa y cuidador de niño con capacidades diferentes hasta 2001. Analista de datos de investigación gerontológica y de mercadotecnia en Kansas City hasta 2007. Empezó a traducir del inglés al español desde los 13 años, ayudando a su madre. Actualmente lleva 14 años ganándose el sustento como traductor de software y documentación para sistemas de salud en una empresa de Kansas City. Escribe cuando puede, para compartir sus “rollos” con familia y amigos. La mayoría de sus publicaciones son científicas. Escritor en ciernes. Su objetivo es compartir sus escritos a un nivel literario. Totalmente empírico en lo que se refiere a ser padre de familia, tocar el piano y la guitarra, y hornear pan con harina de trigo cultivado en Kansas, aunque también en ocasiones ha llegado a hacer tortillas de maíz con sus hijas.

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Escena y poder: la subversión de un cuerpo que puede

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Para la actriz argentina María Onetto la actuación es “un cuerpo que decide atravesar una experiencia”. La actuación como cuerpo. Cuerpo que confluye con otros cuerpos y conforman materialidad escénica. A su vez, el orden de los cuerpos que actúan se encuentra mediado por un ojo que mira, que organiza. Cuando los cuerpos, en latencia autónomos, de la escena se fijan y encorsetan en una mirada centralista, predecible y hegemónica esa escena pierde sentido crítico, suspende su capacidad de reflexión. Una de las vías para pensar acerca de la producción de pensamiento desde las prácticas artísticas es la pregunta acerca de ¿quién piensa la praxis? Al estudiar al sujeto que piensa y se piensa en las prácticas artísticas dentro del campo teatral argentino contemporáneo no sorprende que sean siempre más accesibles las voces del hacer masculino. Siguiendo esta idea, en este breve trabajo se buscará problematizar la soberanía del decir en las prácticas escénicas de un territorio.

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Durante algunos años me dediqué a localizar qué decían lxs artistas escénicxs acerca de sus praxis. Praxis actorales, directoriales, subjetividades poéticas que portaban los saberes de la escena y que solían “ser dichos”, recurrentemente, por la academia. En ese camino me encomendé a la tarea de visibilizar una serie de decires que, a mi entender, portan las claves para comprender las concepciones sobre un tipo de praxis de actuación en el teatro de Buenos Aires (Pessolano, 2020).

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Al comienzo de esa búsqueda me pareció necesario saldar la enorme vacancia que se ubicaba en el relevamiento de esos decires que provienen de las praxis de actuación. Se trataba de discursos muy específicos con la extraña capacidad de describir las materialidades tan singulares de lo inasible. Ese tránsito me permitió encontrar léxicos peculiares, ligazones conceptuales e incluso la posibilidad de crear un glosario que permitió ver los oleajes y mareas de los saberes discursivos en escenas con poéticas manifiestamente diversas.

 

No obstante, ese relevamiento de materiales lexicales contaba con la complejidad del acceso. En general se puede acceder a lo que dicen las y los creadores cuando hay intervención de la crítica especializada, entrevistas periodísticas y -eventualmente- cuando unx artista recibe la posibilidad de ser grabado, desgrabado y publicado. Es decir, por más que haya una búsqueda concreta de ir tras terminología productiva y operante en el campo de las praxis, en el tránsito de aquella sistematización se volvió evidente que el relevamiento de esos discursos no logra escapar -ni lejanamente- a la lógica legitimante de la academia y del campo editorial.

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La teoría del discurso subalterno de Gayatri Spivak, (tomado en contraposición al discurso legitimado) es propiciadora para pensar algunas de las capas que traen estas complejidades. Si bien la especialista en estudios poscoloniales analiza este tipo de discursividades desde un marco lejano al escénico, puesto que se ocupa de pensar las diversas construcciones de lo subalterno en contextos colonialistas o post-colonialistas (Giraldo&Spivak, 2003), las conclusiones a las que llega con su investigación podrían ser trasladables al campo disciplinar desde el cual se piensan estos fenómenos. La autora constata con su investigación que la construcción de discursos (modos de narración) delinean la percepción de un sujeto social específico (en su caso mujer-apropiada-colonizada). Esta subjetividad prefijada suele ser prácticamente incuestionable porque no responde únicamente a las posibilidades que tenga ese discurso de trascender un campo delimitado (legitimado) sino que esa fijación en un marco específico (en este caso la crítica, la academia, etc.) suele responder a lógicas heredadas que difícilmente puedan quebrarse. Por lo tanto, si el discurso acerca de la práctica ha sido históricamente producido por una parte del campo que no es la que genera esas prácticas, difícilmente podremos acceder a aquellos insumos teóricos generados por aquellxs creadorxs al pensar su propio quehacer. Aun más complejo se vuelve esto cuando lo que se busca es acceder a publicaciones que contengas las metarreflexiones de mujeres. En general, los discursos de espesor acerca de sus prácticas se suelen encontrar únicamente vía entrevistas personales o en medios periodísticos, la mayoría de las veces, en el marco de estrenos o publicidad de obras.

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En la búsqueda de reivindicar los decires provenientes de la creación se vuelve más simple el acceso a las voces masculinas. Al buscar libros de ensayos, entrevistas, artículos siempre ha sido más sencillo dar con materiales producidos por varones, lo cual, evidentemente reafirma y difunde la dinámica escénica directorial como una máquina de reproducción de lógicas patriarcales que en la mayoría de los casos se encuentran tan naturalizadas que se vuelven invisibles.

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Agregado a esto, si, indefectiblemente todo cuerpo es dicho, los cuerpos de actuación producen en un campo de enunciación que será mediado. En esa mediación es tradicional que la dirección se imponga como una práctica concentradora de poder fomentando lo que Linda Nochlin llama las “mitologías sobre el logro artístico” (Nochlin). Estas mitologías son base y centro de otro constructo legitimador y otorgador de poder que es el de los grandes maestros. Esto no quiere decir obviamente que no haya grandes directoras que hayan sido formadoras excepcionales dentro del campo teatral, pero en un listado de imprescindibles podrían ser discretamente olvidadas.

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Entonces, nuevamente me pregunto, si yo relevo -lo más metódicamente posible- los discursos de creadorxs, relevo sus pensamientos y estos pensamientos contienen sus concepciones de teatro y de mundo. Por el recorte de artistas que trabajo, en muchos casos esos discursos son eminentemente resistenciales (ya que presentan lo que en su momento fueron innovadores abordajes desde el cuestionamiento a las técnicas de actuación extranjeras como hegemónicas, la instalación de noción de micropolítica para pensar las praxis escénicas y la idea de jerarquización del cuerpo de actuación). Sin embargo, en esas resistencias es muy difícil rastrear los discursos resistenciales de lo femenino manifiestos en concepciones de teatro y en lecturas críticas de su contexto. Derivado de esto se imponen las preguntas: ¿Qué sucede cuando lo resistencial se vuelve hegemónico? ¿qué vías hay para llegar a las concepciones de escena y de mundo de creadoras por fuera de las legitimadoras citas y premios? ¿Qué sucede cuándo las programaciones y antologías insisten en subrayar el rol de maestro a quien esté dispuesto a tomarlo y los espacios de prueba escénica se utilizan para replicar subjetividades egocéntricas y omnipotentes?

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Repensar en el campo de la escena en las praxis de poder centralizadas en el varón blanco heterosexual permitirá, quizá, delinear nuevas tramas que podrían llevar a la circulación de otras afectividades. La búsqueda de estrategias alternativas para aspirar a la suspensión de las predecibles “marcas del poder” (Lopes Louro) podría ser la vía para redefinir aquello que tan “naturalmente” damos por hecho.

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“En la crisis de palabras en la que nos encontramos, ensordecida por el rumor incesante de la comunicación, poner el cuerpo se convierte en la condición imprescindible, primera, para empezar a pensar” dice Marina Garcés (49) y muy probablemente ese repensar el espacio desde el cual se produce escena sea poner el cuerpo. Cuerpos pensantes y deseantes que se apoyan en una red de interdependencias para cuestionar la herencia (Garcés): hoy en Argentina se ven agrupaciones de mujeres dispuestas a revisar los vicios que plagan las propias praxis de creación (el movimiento Una escena propia surge para dimensionar la invisibilización de mujeres y disidencias que existe en el campo de la cultura); productivas direcciones colaborativas (con sus particularidades, como lo que el grupo de creadoras Piel de Lava denomina “la inteligencia grupal” o “el pulpo” para hacer referencia a la toma de decisiones colectiva y horizontal en la dirección); la búsqueda de dispositivos para la producción de una afectividad otra emanada de esos cuerpos de la escena (la actriz María Onetto habla de la actuación como actividad “ampliadora de la existencia”); un compromiso con la visibilización de la problemática de género en espacios teatrales (como la puesta en evidencia de las microviolencias traslucidas en la carta abierta de Analía Couceyro cuando a menos de un mes de estrenar en el teatro Complejo Teatral de Buenos Aires se le informa que por una cláusula contractual no podrá actuar en una obra de Beckett por ser mujer, o el relevamiento que lleva adelante Mina Bevacqua de mujeres y trans en el campo teatral independiente y oficial de la Ciudad de Buenos Aires); entre otras varias acciones individuales o colectivas que irrumpen frente a los discursos naturalizados e implantan una mirada crítica sobre los mismos.

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Evidentemente, una escena crítica y autocrítica requiere una apertura hacia nuevas definiciones. En los espacios del ensayo, de la clase, del entrenamiento teatral los modos de fricción que producen las subjetividades poéticas de las personas que forman parte de un proceso creativo se entrelazan en un vínculo de impacto mutuo ineludible. Sin embargo, es habitual que los atractivos discursos de los grandes insistan en anular las redes de afectividad y bloquear la horizontalidad que aparece al suspender al rol directorial como un rol patriarcal dentro de los procesos de creación. Si, por el contrario, los movimientos deseantes siguen su cauce, si se sostiene la polinización de la creación desde el armado de redes, si se sigue arriesgando a la permanente apertura de sentidos en los procesos quizá pueda finalmente implementarse en las praxis y sus discursos una verdadera lógica de trama. Si a los cuerpos que actúan se les permite atravesar la experiencia de los afectos, sin dudas, se podrá llegar a nuevas configuraciones del hacer que, sin concentrar poder, pueden.

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Bibliografía

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Garcés, Marina (2013). “Poner el cuerpo”. Un mundo común. Barcelona: Edicions Bellaterra.

Cruz, Alejandro (28 de agosto de 2018) “Corre peligro la puesta de Esperando a Godot del San Martín por incluir actrices en roles masculinos” La Nación [fecha de Consulta 25 de Abril de 2022]. Disponible en: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/teatro/corre-peligro-puesta-esperando-godot-del-san-nid2166187/

Giraldo, Santiago, & Chakravorty Spivak, Gayatri (2003). “¿Puede hablar el subalterno?”. Revista Colombiana de Antropología, 39 [fecha de Consulta 25 de Abril de 2022]. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105018181010

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González, Soledad (16 de noviembre de 2021) “María Onetto: la actuación es una actividad existencial” Diario 10 [fecha de Consulta 25 de Abril de 2022]. Disponible en: https://diario10.com.ar/2021/11/16/maria-onetto-la-actuacion-es-una-actividad-existencial/

Lopes Lourom, Guacira (2004) “Marcas del cuerpo, marcas del poder” Un cuerpo extraño. Ensayos sobre sexualidad y teoría queer. Sao Pablo: Ed. Auténtica.

Nochlin, Linda (2001)”¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?” en Cordero Reiman, Carmen & Saénz Irma (Comps.) Critica Feminista en la Teoria e Historia del Arte. Ciudad de México: Universidad Iberoamericana

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Paredes, Laura (2018). “Un cuerpo solo. Apuntes sobre la creación grupal”. La llave universal [fecha de Consulta 25 de Abril de 2022]. Disponible en: http://llaveuniversal.com/2018/06/05/un-cuerpo-soloapuntes-sobre-la-creacion-grupal/

Pessolano, Carla (2020) “Saberes escénicos y Actuación: las bases de los discursos sobre la praxis en el teatro argentino” Revista Acotaciones, 45 [fecha de Consulta 25 de Abril de 2022]. Disponible en: https://www.resad.com/Acotaciones.new/index.php/ACT/article/view/408

 

 

 

 

Carla Pessolano es artista escénica e investigadora teatral. Doctora en Historia y Teoría de las Artes por la Universidad de Buenos Aires y Doctora en Théâtre et Arts de la Scène por l’Université de Franche-Comté (Francia). También Licenciada en Actuación por la Universidad Nacional de las Artes y Magister en Théâtres et Cultures du Monde por l’UFC. Como actriz trabajó en diversas obras de teatro independiente, realizando funciones en Argentina y en el exterior. En Francia permaneció durante cuatro años trabajando con diversas compañías. En 2016 formó parte del primer Foro de Artistas Jóvenes, para artistas y gestores de las artes escénicas de todo el país, en el marco del XI FIBA. Como investigadora, forma parte del Instituto de Investigación en Teatro del Departamento de Artes Dramáticas de la Universidad Nacional de las Artes. Ha dictado conferencias y presentado su trabajo en diversas universidades. En 2018 ganó una beca de formadores del Fondo Nacional de las Artes para impartir formaciones teórico-prácticas en diversas universidades e instituciones de arte a lo largo de la Argentina. En la actualidad dicta junto a Martín Rodriguez el seminario “Dramaturgia, cultura y sociedad en América Latina” en el marco de la Maestría en Estudios de Teatro y Cine Latinoamericano y Argentino. La investigación que lleva a cabo desde hace años contó con una beca doctoral de CONICET y como parte de la misma ha realizado una estadía de investigación con el Grupo PEEK de la University of Applied Arts Vienna, en Austria. En 2019 obtuvo una Beca de investigación del Instituto Nacional del Teatro para la elaboración de un Glosario de la Praxis Teatral. Actualmente lleva a cabo su investigación Postdoctoral con Beca de CONICET y forma parte del Programa Postdoctoral en Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Buenos Aires.

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Las musas de Enrique Cortazar

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ELLAS (Fragmentos)

 

Porque la palabra me celebra
en su júbilo inestable.
CARMEN BOULLOSA

I

De mil formas:

verticales, aromosas,

idealistas, abrumadas, pasajeras,

jugosas, anónimas, avirginadas,

arrepentidas, mágicas, dependientes,

cálidas, frígidas y obscenas.

A todas las unía

el ansia simple de vivir,

el hábito de ser luz.

Algunas jamás llegaron al umbral,

vida sin vida y sin luz;

otras, en cambio,

fueron advenimiento, paraíso y esplendor.

 

V

Íbamos con ellas a vivirnos,

en los parques buscábamos

las bocas, las manos,

todos los poros hasta bebernos

nuestra propia intimidad.

Refugiados en la tarde

las veíamos pasar alegres y desnudas

llevando con santo egoísmo

piernas, caderas y pudor.

Allí se consumía –hálito de luz—el instante

se prolongaba alimentándose

de un frágil esplendor.

 

 

TÚ (Fragmentos)

Te daré pan y besos
y nuestra casa
será cualquier lugar.

ALEJANDRO AURA

 

…en la humedad de este
cuerpo vivirá la aurora.

IRMA ROMERO

 

IV

 

Si lo pides

levantaré las lápidas del tiempo,

y el nido vuelto amanecer

será nuestro único refugio.

Ahí construiremos

lo que en la oscura profundidad de los deseos

cobra de pronto urgencia de mano frente al fuego.

Allí donde la vida surge

con naturalidad de viento,

donde tu paso

                     tu risa

                     tu boca

                     tus caderas

                     tu indomable brío

                     tu locura

nos lanzan a la muerte

transitoria, fascinante, viva,

de sentirte en el tráfico vertiginoso de la tarde.

 

 

VIII

En la lluvia

los amantes se descubren

deletreando sus nombres

silenciosos se esconden

preservando la libertad y la luz.

 

En ese rincón de besos

y antiguos aromas

a humedad y libreros

la noche los toca

con su silente inmensidad.

 

POSDATA  (Fragmentos)

III

Premura

puesta al azar

mirada atrapada en su propia obsesión.

Todo esto somos

y al jugar se nos estrella la risa

contra el tedio.

Somos prórroga fija

injuria gastada

cuenta pendiente.

Somos el canto después del incendio.

 

 

Enrique Cortazar estudió una maestría en educación y literatura en la Universidad de Harvard. Hizo estudios en el programa doctoral en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque. Fue promotor cultural y director de museos en Chihuahua y Ciudad Juárez. Ha publicado varios poemarios, entre ellos:  Otras cosas y el otoño (Diana, 1978), La vida escribe con mala ortografía (Ediciones de Cultura Popular, 1987), Ventana abierta (UNAM, 1993), Suicidio aplazado (Claves Latinoamericanas, 1994), Variaciones sobre una nostalgia (UNAM, 1998), Crépuscule sur les pavés/Crepúsculo en las calles (Edición bilingüe, Écrites des Forges y Mantis Editores, Quebec, Canadá 2008), Don de la tarde (Mantis Editores, 2014). Algunos de sus poemas han sido publicados en libros de texto de secundaria en Estados Unidos, así como en antologías en Japón, Estados Unidos y España.

Gasper

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            I woke up later than I had planned that Mardi Gras morning. The night before had been quite enjoyable since the current year has brought females from all over the world. I suspect they were seeking to be as liberated as they possibly could during carnival in New Orleans—an example of the benefits for men that stemmed from women’s sexual liberation. The result was a large number of females available in the Quarter lounges to the male with the ideal characteristics. Last night I was the specific male for the women in the Quarter because I brought to my apartment two gorgeous females: one at ten and the other at midnight. What a night! But that is another story without the horrifying consequences I am about to tell you that this story brings. I hope, dear reader, you will not rush to the New Orleans Police Department with the information I am about to give you. I am Fred Peters, a prolific writer of fifty short stories, four novels, two monographs, and several articles on Southern literature: Faulkner and Robert Penn Warren. Unfortunately, I am a prolific writer at the age of twenty-four with very few, if any, readers: the horror of it! And I go on and on, and I shall go on writing until I get my fifteen minutes.

            I was giving the last touches to my pirate make-up while puffing on a joint a la Bogart, and the quantity of smoke the doobie was emitting was out of the ordinary. I continued retouching the patch on my right eye and my pencil mustache. I flashed back to those females who had told me I had a resemblance to Errol Flynn as he appears in “Captain Blood” and “The Sea Hawk.” The eye patch was my idea to give it an exotic touch which is not present in the films above. At this time, I realized the smoke was making a sort of figure in my bedroom ceiling. Bona had told me that in addition to water, fire, and other means to see the future, the voodoo visions also materialized in the smoke. I could now see, hanging from a noose, between whirls and twirls that faded and recomposed as if goaded by unknown air currents that I was unaware existed in my old apartment, a human head with reddish hair formed. The ceiling fan was turned off in my bedroom, where I was at that moment, so that there were no air currents. The image faded from the air and from my mind, and I continued working on my make-up.

            When I went out of the building, on Saint Ann Street, I was greeted with the usual shouting, instrument playing, glasses breaking that one would expect from Fat Tuesday. I walked down Bourbon toward Canal Street with a great deal of difficulty since the crowd was everywhere like ants in a disturbed anthill. It was evident that the number of drunks was already very high: some were sleeping, others vomiting standing against some of the houses, the singing groups were everywhere, women showing their breasts abounded, and some men were urinating in public. Again, it was the usual scene in the streets of the Quarter on Fat Tuesday. At a distance, I could hear Louis Prima singing “Black Magic” and decided to follow the music, which took me to the “La Casa de Los Marinos” a block away. It was filled to capacity: it was a sausage ready to explode. I managed to shove in, and some of the familiar patrons greeted me as I squeezed through towards the bar. The bar occupied the entire east wall, with a myriad of bottles resting on the shelves between mirrors. One of the barmaids saw me and immediately brought me a can of Dixie beer—my favorite. I gave her $2.00, with difficulty because of the number of people at the counter, and began to move around looking for out of town women. Barbie, the barmaid, knew me from my frequent visits to “La Casa” and my remaining until closing time, and she knew, as well, I was a good tipper—the beer’s price was only a quarter. It was February 27, 1968, and I had yet to win the Pulitzer. It was a recurring thought that flashed through my conscious: it usually appeared when I was enjoying myself, and the idea of writing had been evacuated from my mind. The weed helped me set aside that quilt complex for not working hard enough–perhaps the result of belonging to a family of Tulane physicians going back to the early 19th century. Barbie was another story I had already written with an explanation for her moniker. I moved, with difficulty, to the backroom: it was enormous with a stage where they usually had spontaneous locals playing—at this moment a trio of guitar, sax and trumpet were playing. The room was semi dark to allow for quite a bit of contact to take place. In the past I had seeing gay man get broken noses when they made a mistake in the dimness of the room–darkness that incited depravity. Since this was Fat Tuesday, there was a that boisterous trio playing, and the people watching were dancing—but it was more like jumping. As a result, there was a lot of frotteurism taking place.

            I managed to stand behind a female somewhat shorter than me so that her rear was almost to the high of the fly of my silk pirate’s pants. I began to jump following the rhythm of the redhead female, and after a minute or so, she turned her head and said, “I am Katie.” I responded immediately with my moniker for Fat Tuesday: “My name is Jesse.” She had a beautiful behind I could feel it moving against me, stirring my penis into a prompt erection. The noisy place did not allow for many conversations, so I asked her with my lips touching her ears if she would like to go someplace else. She turned around, gave me a quick kiss on the lips, and said yes as she informed one of her friends she would see them at the hotel. There were other three females with the same outfit: a black beret, a mini red dress, black tights, and one of them has a “Santa Muerte” mask. As we went outside, the sun was going down with a blood-colored effusion that made everything around red. Her face was flushed, perhaps the sun’s reflection, which made me fantasize she had an orgasm while we were engaging in frotteurism. She did not seem older than seventeen: I wondered how she was allowed to enter “La Casa.” Then I remembered that they did not have anyone at the door examining identifications for age. There was an important item I had not noticed inside: it was a black leather dog collar around her neck with a solid gold tiny padlock: it went well with her neck—it was so flushed. She had the sort of skin red heads tend to have, and the black choker, about an inch wide, with the petite gold padlock, gave her a decadent appearance.

            As we moved on Decatur toward St. Philip, where another well-known tavern, “The Seven Seas,” was located, I gathered information about her as we walked along. She was a first-year coed at L.S.U., majoring in English. Her family had some farmland around Shreveport–I had noted the twang prominent among those from that area. She told me how much she enjoyed the University, Baton Rouge, and now Mardi Gras. Katie and some of her sorority sisters had come to New Orleans and stayed at the Monteleone Hotel, and were having the time of their lives. She was a chatterbox, and then I realized she was speeding. I was curious, so I listened to her tell me about her first year in school and the idiotic hoops she had to go through to join Alpha Omega. When we arrived at the “Morning Call,” half a block from “The Seas,” I was considering coffee and beignets, but the crowd waiting dissuaded me from trying. When we arrived at “The Seas,” one of the undercover cops was playing doorman and examining identifications. Katie suggested we go somewhere else since she was only eighteen and had been told (erroneously) the authorities did not enforce the age for drinking. We kept on walking until we arrived at Bourbon, where we turned left toward my place.

            At the corner of Bourbon and Dumaine, a block from my house, was the Drag Queen Beauty Pageant site. The platform had not been removed, and a couple of drag queens were parading across the stage before a crowd of drooling drunks. On the corner opposite the venue was “Laffite in Exile,” one of the oldest gay bars in the Quarter. We went in without anyone asking for identification. We sat in a booth; she ordered a martini, and I asked for a Dixie. It was usually dark in the booths-area of “Laffite,” and she pulled what looked like a snuff box and dipped her finger took some of the white substance, and inhaled. She then offered the box, but I refused: grass and beer are as far as I go– a little cognac on holidays when I spent time with my father. Since he is very fond of cognac, we greeted the New Year by sipping the best cognac he could find. She began to talk very fast again about the English classes she was taking, which allowed her to expand her reading of American writers she had started in High School. The writers who had spent time in the Quarter fascinated her: she told how she was impacted by Walker Percy’s The Moviegoer. At this time, I took the opportunity to inform her that I had an excellent cognac in my place, a block away, and that I would like her to give me her opinion on some of the short stories I was writing. While I was telling her about my stories and the cognac, her hand was squeezing my penis. When I suggested going to my apartment, Katie squeezed so hard that I cried out. We got up and proceeded to my pad.

            As soon as we entered my apartment, she began to undress as she looked at the paintings and posters that adorn my apartment’s walls. Some of them, together with the building, I inherited from my uncle (a gay man who was killed during Mardi Gras a couple of years ago). She recognized Angelow’s “Sawkill Reflection” and surprised me that she knew more about the artist than I did. When we arrived at my bedroom, she was nude, leaving all her clothes on the furniture that led to the bedroom. She jumped into my bed, and I could see her radiant pussy; her labia, both majora and minora, were engorged with blood because of her arousal, and they were very moist as well: her pussy was ready for my entering. Her nipples were like cherries decorating her small breasts, and very stiff. We started making love and Katie had at least five orgasms in twenty minutes, and then she fell asleep. She had the typical redhead skin: her skin was flushed all over. Her pubic area was as bald as an infant’s head, and her engorged clitoris was visible between her labia. Her feet were tiny, with her toenails painted burgundy red. I also discovered that under the black velvet choker was a dark mark on her neck, which I was too naïve to realize what caused it. Since I did not have time to orgasm before she fell at asleep, I was still very erect. I launched an appraisal of her beautiful body, and I wondered about the causes for her bruised neck. I got up and rolled a joint to smoke while I studied her. I noticed that the small purse she was carrying was open, and there was a folded rubber mask of “La Santa Muerte.” She opened her eyes and smiled with the most perfect teeth I have ever seen. She asked for a drag and I went back to bed. She saw my erection, at which point she grabbed my penis and began kissing it: talking to it as if it were alive or as one talks to a favorite pet. She then proceeded to ask me if I wanted to sodomize her: I was very startled. Since I had never been asked to do that, I thought the size of my penis would not allow me to enter her. She got up and pick-up her dog collar from the floor, and I realized it was a strange device. The two sides that came to a full circle around her neck, connected with the little solid gold padlock that tied the collar on front, had two hooks to insert one’s fingers. Then one would use it to put pressure across the throat and deprive the person of oxygen. Katie wanted me to asphyxiate her with her black velvet choker as she had orgasms (she used plural). She told me she was in Paradise as she gasped for air while having an orgasm; the deprivation of oxygen did something to her pleasure centers. It was called erotic asphyxiation, and it was practiced quite a bit by students at L.S.U. It should be noted that the four years I spent at L.S.U., I never heard of such games. She showed me how to do it after I entered her anus. I used some Vaseline, and it was an easy entry, to my surprise. One important rule was that “Yes” meant continue squeezing, and “No” meant stop. While I was riding her she, would be masturbating so that she would have two penetrations—twice the pleasure? I remembered Juvenal writing: “lassata sed non satiata”

            It was like riding a horse with reigns around her throat: I was galloping on a wild mare into unknown regions. The orgasm I was about to have had been unimaginable before this moment—so I tried to postpone it as long as I could. Suddenly, she went limp, and I thought she had fainted because of her orgasmic frenzy. I withdrew trying to ascertain what was wrong. I was shocked to discover she seemed dead. Katie’s body was releasing stool from her rectum and urine from her bladder. I was horrified. What to do?   The garbage trucks were on the streets collecting Mardi Gras trash. I immediately called Bonuta for she had her own room and phone, and explained to her what was happening. My parents were out of town so she got into her VW and came to my place. Bonuta had been with my family since I was a little boy. In addition to cooking she also managed the household. There was a long story about her origins and how she came to work for our family. She had taking my virginity at fourteen at my father’s request since he feared that my hyper sensitivity was a sign that I was going to be homosexual like my maternal uncle.

            I had a small garage–big enough for two cars. I would get there through a small passage between the two apartments that were on the ground floor across from the stairs that was located in the middle of the building. I opened the garage door, Bonuta parked her VW and we went upstairs to my apartment—she was holding a small case. I was in a state of shock and she was able to calm me down as I told her more details about my experience with K. She examined the bed and went to the bathroom and filled my bathtub (it had four beautiful silver tiger paws holding it), with warm water and poured a liquid. Bona lit some black candles with a picture of the Archangel St. Michael, and began a chant in some strange language (I could hear a name repeated frequently: Baron Samedi), as she cleaned K’s body. We then proceeded to dry her and put all her clothes back on. We took her body downstairs, to the garage, holding her between the two of us as if she were a drunk we were taking home. We put her in the back seat of her “bug” and drove about half a block from the St. Louis Cathedral where we were able to find parking space. We could not park any closer, so we carry her again between the two of us, entered St. Louis, and placed her on her knees on one of the pews. Fortunately, there was no one around, and we left her there as if she were a devout catholic praying.

            Bona took me back to my place and she explained to me that K had been possessed by a Loa/Lwa and it came alive only when she was been strangled. I thought of a succubus as she was explaining to me what K was. She left me and told me to get enough sleep and to call her to talk about the next steps I should take—my building was cursed.

            I am writing these pages immediately after the events took place because I cannot sleep, and I fear the police could track her corpse to me . . .

 

 

Genaro J. Pérez tiene el doctorado en filosofía y letras de Tulane University (New Orleans) y es profesor de literatura Hispanoamericana y Peninsular siglo XX y XXI. Sus libros de crítica incluyen: Formalist Elements in the Novels of Juan Goytisolo; La novelística de J. Leyva; La novela como burla/juego: siete experimentos novelescos de Gonzalo Torrente Ballester; La narrativa de Concha Alós: Texto, pretexto y contexto; Ortodoxia y heterodoxia de la novela policiaca hispana: Variaciones sobre el género negro; Rabelais, Bajtin, y formalismo en la narrativa de Sergio Pitol; Subversion y de(s)construcción de subgéneros en la narrativa de Rosa Montero. Sus poemarios incluyen: Prosapoemas; Spanish Quarter Notes; French Quarter Cantos; Ten Lepers and Other Poems: Exorcising Academic Demons, Estelas en la mar: Cantos sentimentales, and Pandemic Prater: Pastel Palliatives. Narrativa: The Memoirs of John Conde and French Quarter Tales. Es Co-Director de Monographic Review/Revista monográfica (Volumes I-XXVIII) y co-director de la revista Dura.

La voz de la mujer intelectual en un cuento de Nadia Villafuerte

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            La subjetividad femenina no se ha librado del dominio patriarcal, donde el mito del falo androcéntrico se erige como metáfora que le otorga poder sobre su contraparte en el binario social occidental. Dentro de las dimensiones de marginalidad femenina destaca la que está vinculada con la capacidad intelectual. La voz que emana de la mujer educada es la que más peligro le representa a dicho modelo. Es importante para este trabajo descubrir si la intelectualidad femenina tiene la suficiente habilidad para exhibir los mecanismos de este dominio que ya se antoja anacrónico y poco edificante. Es claro que en la construcción de personajes dentro de la prosa basta alguna anécdota de la realidad para crear una historia porque como afirma Hochman, “literature reflects life with regard character as in other respects” (Character 13). Desde ese planteamiento se analizan aquí los mensajes de la heroína de “¡Ay Nina!” (2005), de Nadia Villafuerte (1978). Los personajes de Villafuerte son atractivos porque encarnan vicisitudes inmediatas y aunque provienen, en su mayoría, de un estratos social vulnerable, el cuento proyecta la visión de un personaje intelectual femenino desde diferentes aristas, no sólo con las pretensiones del personaje que desea ser poeta, sino también porque pone en perspectiva los conflictos del contexto político de la frontera sur y las tensiones migratorias.

            La narrativa femenina “have produced a significant body of fictional writing which can be paralleled, because of its aesthetic and social maturity of the texts by Latin American (masculine only) boom of the 1960s” (Medeiros-Lichen 1). Nadia Villafuerte, que forma parte de las nueves voces de las letras mexicanas, descuella con una prosa provocadora mediante una temática en la que destaca el personaje femenino en contextos radicales. Muestra personajes femeninos en situaciones de sometimiento, que, aunque viven alrededor del agobio, proponen estrategias de escape. Villafuerte logra otorgarle a sus personajes cierta capacidad intelectual que les genera poder de agencia, para dosificar la violencia física que sufren las mujeres en la frontera sur. El lector distingue personajes en tránsito que provienen de Centroamérica, con la intención de cruzar el río y alcanzar los Estados Unidos.

            Nadia Villafuerte establece desde el principio un acercamiento  emocional en el contexto de la frontera del sur de México.  Particularmente, en la vida de Nina, que es el personaje que se analizará en este presente trabajo.  Es un personaje perspicaz, fabuladora y dueña de la palabra. Por lo tanto, disruptivo y diferenciador en el modo de caracterizar el mundo de las mujeres. Esta manera de representar un personaje así está a tono con las propuestas de los estudios de género en la que “se cuestiona la aproximación a la mujer desde una visión centrada en la subordinación, se analizan las relaciones entre distintas categorías de mujeres” (Arango 21); que tiene como consecuencia la propuesta de “nuevas aproximaciones a la subjetividad y a la construcción de sujetos femeninos, diferenciando los discursos dominantes sobre la feminidad y las experiencias históricas concretas de las mujeres reales” (Arango 21). Una de las aristas del cuento “¡Ay Nina!” radica precisamente en la mirada hacia la migración en la frontera sur de México. La voz narrativa expone su frustración ante la forma de vida que la migración genera, especialmente la violencia en diferentes niveles que dista mucho de su ideal de vida. Esa frontera sur “es un territorio de vida móvil, regular y de tránsito, donde se configuran relaciones de poder y de fuga, de dominio, y de resistencia o conflicto” (García 83). Esta dinámica la focaliza la protagonista del cuento, en el marco de una frontera sur donde se “modula un orden social dislocado y una vida cotidiana disforme y múltiple, pero cuyo sentido está definido por la lucha de la subsistencia y donde los poderes se reconfigura” (García 83).  De modo que los cuentos de Barcos en Houston (2005) son de corte realista que proyectan la crisis social y humana que padecen los inmigrantes centroamericanos en la frontera sur.

            La simbología de la línea imaginaria de una frontera no tiene igual significado para el migrante. La búsqueda de un mejor futuro en el norte opacaba la situación de la frontera sur en México, que no interesaba mucho para los grandes proyectos. Había una constante vigilancia  por los problemas internos de los países centroamericanos, y más aún, importaba el hallazgo y explotación de los grandes yacimientos petroleros en la costa campechana y se buscaba crear un ambicioso desarrollo turístico en el área que representara competencia a los intereses de Miami y los del Caribe (Fábregas 9). En consecuencia, la violencia en la frontera sur se incrementaba también debido al aumento de armas y la vigilancia relajada daba pauta a la corrupción, mientras los proyectos más prometedores acaparaban la atención del gobierno.

            En cuanto a la línea imaginaria de la frontera sur, tiene una representación simbólica diferente, pues los migrantes no buscan permanencia en México y los representantes del Departamento de Migración son fácilmente corruptibles. Las políticas y acuerdos fronterizos diseñados desde niveles del poder central tienen disparidades en situaciones específicas como el flujo de trabajadores centroamericanos creado por la globalización; esto a su vez detona la movilidad humana como “resultado de los procesos de acentuación de la desigualdad, el deterioro de los niveles de desarrollo socioeconómico y la precarización de las condiciones de vida de diversos países del sur (Castillo 16). Al hablar de desigualdad, es preciso mencionar también que la que toca a la mujer se recrudece y se añade al sometimiento que el discurso patriarcal impone.

            La narrativa de violencia que las migrantes centroamericanas sufren, adquiere un valor épico. Pese a los obstáculos y riesgos, no impide la movilidad de estas. En este punto, la línea fronteriza se convierte en una línea que separa la vida de la muerte, simbolizando el pobre valor de la existencia que tienen tanto el que sale de los países centroamericanos como en el país de paso y el de destino. Se les ha identificado como “sujetos que realizan múltiples desplazamientos geográficos, geopolíticos y conceptuales o metafóricos en una suerte de movimiento multidimensional” (Cortes 40). Por tal tazón, las hace susceptibles a la discriminación, pero también con esa movilidad, las muejres tienen la oportunidad de encontrar mejores condiciones de vida.  Se enfrentan al riesgo de ser detenidas y deportadas, en el mejor de los casos; explotadas sexualmente o asesinadas, en el peor de los casos. Dentro del imaginario patriarcal, ellas están supuestas a estar seguras en el hogar al cuidado de las familias, pero el tiempo y los hechos muestran que son los mismos protectores quienes las violentan física y psicológicamente. “Las mujeres deciden migrar hacia los EE. UU. para salvaguardar sus vidas, hijos e hijas, buscar una vida más segura y libre de violencia lo que las lleva a asumir nuevos riesgos en un recorrido migratorio” ( Cortes 46), que no siempre consiguen. La movilidad les deja huellas físicas y mentales porque “las mujeres migrantes portan en sus cuerpos físicos marcas sociológicas, culturales y políticas que los convierten en cuerpos generizados, racializaados, etnizados, deterritorializados” (Cortes 51), marcas difíciles de ocultar en una sociedad consumista ávida de esas marcas de diferenciación.

            La necesidad de reflexionar sobre las mujeres centroamericanas que migran a México autoriza plantear enfoques de análisis en la autoconstrucción de sus vidas. La manera de ellas de encarar los  problemas tensan “la frontera entre ambos modelos de dominación, la patriarcal y la estructural” (García 82), donde el discurso de cada caso está en constante presencia. De acuerdo con las etapas del movimiento feminista, se ha avanzado en la cantidad de mujeres que se han concientizado respecto del modelo patriarcal, que no sólo afecta a una o dos, sino que es una normatividad social que ancla al género femenino en la subalternidad. También, la educación ha contribuido a que se propaguen teorías al respecto desde diferentes áreas de estudio. Marcela Lagarde ofrece una mirada antropológica de la mujer cautiva en un número creciente de situaciones de subalternidad. Para Lagarde, el “cautiverio es una categoría antropológica que sintetiza el hecho cultural que define el estado de las mujeres en el mundo patriarcal: se concreta políticamente en la relación específica de las mujeres y se caracteriza por la privación de la libertad” (Los cautiverios 137). Bajo este enfoque, queda clara la dependencia y el sometimiento de la mujer, que se traduce en violencia. En la dinámica que resulta del mecanismo del poder, puede vislumbrarse una salida a través del significado de la misma palabra poder; entender que cada individuo puede encarar lo que lo somete, lo empodera y la liberación, no queda sujeta a un deseo, puede ser una realidad. Para enfrentar al tirano:

las mujeres pueden detectar tres fuentes de poder: la primera es entendiendo que quien ejerce dicho poder requiere del subyugado, la segunda es que se puede obtener poder a partir de su especialización, por la realización de hechos que solo ellas pueden hacer y la última se encuentra en cuanto se afirman, en cuanto satisfacen necesidades y trascienden a los demás (139-140).

Los personajes femeninos de Barcos en Houston se enfrentan con situaciones complicadas, generadas por un sistema patriarcal que las oprime; las excluye y las cosifica. Son mujeres que tratan de huir de la pobreza crónica. Sobreviven los efectos de la migración porque creen en sus sueños; por estos, lidian con enteraza las frustraciones,  la violencia verbal, el acecho de los depredadores en el camino largo y peligro de la migración. Por tanto,  la educación es otro foco de atención dentro de la dinámica migratoria. Es evidente que la búsqueda de un mejor bienestar de los migrantes, en general, está vinculada a las habilidades, pero también a los conocimientos adquiridos. Los informes sobre el nivel educativo muestran que “aunque las mujeres poseen un mayor nivel que los hombres, ese nivel por lo general no pasa de estudios primarios y secundarios, siendo los primeros los que ocupas el primer lugar” (Monreal-Gimeno 66). Estos datos revelan que la violencia predomina; el desconocimiento de derechos y falta de información promueve abusos de poder. Cada mujer migrante va construyendo su propia historia de sufrimiento, crecimiento, y, en el mejor de los casos, de liberación de situaciones opresoras patriarcales.

            El factor educativo es importante en el desarrollo del individuo, pero puede ser un elemento de supervivencia para el género femenino.  En Barcos en Houston, Villafuerte proyecta escenarios  que aluden a la realidad de la frontera sur de México. Cada vez más, “we see a surge in women migrating, often leaving their children in their country of origin with family members” (Rodríguez v); y la autora muestra desde la ficción esos accidentes sociales, ocasionados por la pobreza, la desigualdad, que son a su vez efectos de la idelogía neoliberal: “In the context of neoliberal globalization , traditional gender norms are negotiated and transformed within the family and across national borders” (Rodríguez v). Los mecanismos utilizados para manejar la sociedad con el modelo occidental en los social, económico, religioso y político enfrentan retos de construcción desde sus cimientos porque el otrora proveedor no alcanza suficientes recursos para sostener a su familia y/o ya ni siquiera sigue los valores que dictaban utilizar su fuerza física para hacerlo, quedando claro que la supuesta ´fragilidad femenina´ era el mito para manejar una superioridad que ha dejado su vigencia parcialmente porque la familia como institución pierde sus funciones básicas. Este libro de cuentos de Villafuerte evidencia los efectos del modelo neoliberal. Ha trastocado el orden social en todos sentidos, por otro más violento y caótico, especialmente en las fronteras.

            La frontera sur de México se representa cruel, insensible, decadente, una zona que no ha alcanzado la modernidad. “Las voces narrativas de Villafuerte ejemplifican las pugnas que propician conflicto entre los habitantes de Tapachula y los migrantes ´desnacionalizados que transitan por ella” (Rodríguez 124). La movilidad humana es tema de los cuentos de Villafuerte y alientan una narrativa expresada en el poder efímero de quienes son los nacionales al despreciar a los migrantes que llegan sin nada más que el sueño de encontrar mejores condiciones de vida. En otros casos, la prosa de Villafuerte muestra que” cuando alude al otro, enfatiza—siempre con un tono mordaz—las similitudes de rasgos culturales o del lenguaje: “Siempre es inconveniente lo del acento. Porque por lo demás, el mismo color, la estatura, el rostro de jodidez inconfundible” (125). Denota que ese otro bien puede ser quien discrimina. Es de resaltar entonces que “el discurso migrante encuentra una serie de conflictos múltiples. El rechazo al otro se vuelve endémico y hay una clara visión de la interseccionalidad de género, clase social y nacionalidad” (125). La apariencia o imagen se vuelve también punto clave en la convivencia fronteriza.

            El constante movimiento, ya sea real o imaginario, de los personajes de los cuentos de Nadia Villafuerte, en Barcos en Houston, muestra transiciones por las que pasan sus heroínas en escenarios fronterizos. Además, como ella misma dice, el género del cuento “es la poética del instante” que “permite abrirla [a la realidad] y de un solo golpe, como si te asomaras” (Rodríguez 126). Las historias que cuenta son precisamente eso, instantes que emergen como anécdotas femeninas que, en el caso de Nina, juegan un papel importante, cuando se trata de vivir en diferentes cuerpos, su subjetividad lo transforma en literatura. En los relatos de Villafuerte: “la narración parece tener la misma prisa que los personajes” (126), utiliza flashbacks para comunicar un deseo de futuro a la medida de la protagonista, aunque sea producto de su imaginación. En cuanto al estilo de la autora y, especialmente el tono de las voces narrativas, “como en muchos de los trabajos de los autores de la ´generación de los 70’s, es irreverente, irónico. cínico y retador frente a la autoridad y las instituciones, pero también ante un sistema social” (127) que refleja su decadencia. La prosa de Villafuerte denota transgresión en diferentes espacios. No sólo se trata de romper el movimiento migratorio legal, también resulta interesante el cambio de posición de poder de género cuando, en el caso de Nina, es ella la que tiene resuelta su situación mientras el personaje masculino extranjero resulta ser el otro en los dominios de ella.

            Los cuentos de Nadia Villafuerte exploran la frontera mexicana de Chiapas. Pone en primer plano la situación de las migrantes centroamericanas: “the term literatura de la frontera was coined to denote literature about the northerm border” (Ward 61), dejando excluida la frontera sur hasta décadas recientes en la que la región se complica y ella contribuye a escribir historias que revelan lo que ahí sucede. “Villafuerte offers a perspective on migration that has long been ignored in both U. S. and Mexican letters” (62). De modo que Barcos en Houston “is a bold proposal to expand both the conception of border studies within the literary field and the notion of border in the political field” (62). En estos breves relatos, la autora aborda los conflictos desde diferentes ángulos que van desde la mirada de las actividades de los estudiantes que para ganar dinero cruzan ilegalmente a migrantes centroamericanos, la de bailarinas exóticas y hasta la de la hija del presidente municipal, dando oportunidad a diferentes voces narrativas que van desde la primera persona cuyo vocabulario no es de alguien educado hasta el narrador omnipresente, todos contando historias realistas, exhibiendo una pertinaz lucha de clases, racismo y discriminación hacia los inmigrantes bajo la sombra del anhelo tanto franco como velado por salir de ahí para alcanzar la frontera norte y escapar a los Estados Unidos (64). La actividad del sur de México siempre está vinculada a la del norte en una comparación siempre negativa para el sur. Un ejemplo claro de esto lo expone “¡Ay Nina!”, un cuento donde “the narrator is the mayor´s daughter, who falls in love with a mysterious stranger across the café from where she sits. She romantically decides that he must be a poet” (Ward 62); cuando se da cuenta de que es otro inmigrante centroamericano más, llenando una solicitud de empleo, entonces le encuentra todos los rasgos opuestos a la altura que piensa se merece una intelectual como ella. En su imaginario, ella termina diciéndole que se aparte de ella; como hija de un político y esposa de un militar, lo único que ella quiere es dejar ese espacio fronterizo lleno de gente sucia y de cadáveres que va abandonado el tren que usan como vehículo en su camino al norte. Para Nina, los símbolos del uniforme que su esposo usa para representar fuerza, poder y estatus social le dan la protección que requiere para sobrevivir en ese oscuro ambiente. Por eso se escuda en él y en su padre, cuyo cargo político incrementa su seguridad hasta cierto nivel porque su verdadera seguridad está fuera de México, lejos de su esposo y de su padre. La imagen de ellos es para uso local porque es de esa protección a la que ella quiere escapar.

            Nina describe su cuerpo como desordenado; ofrece con ello una metáfora de la frontera en la que ella vive; refleja su deseo interno de no pertenencia. En su mente, Nina ve “The poet/job seeker is objectified by the mayor´s daughter and exploited by the system of temporary, unofficial labor for migrants passing through town on their way northward” (Ward 65). Es una situación opuesta a la suya con ciertos privilegios, que, en comparación con los del extranjero, le dan el poder para utilizar el lenguaje prepotente y discriminatorio. La escena imaginaria en la que “the idea of taking her lover to a black neighborhood in Paris represents sheer chaos for Nina, and yet simultaneously the epitomic of subversion. It would undo her body desordenado, to take the poet-worker as a lover” (65). El significado de la representación habla de la transgresión al tradicional discurso racial en la que el color oscuro de piel es asociado a la violencia y criminalidad, como si el individuo de piel blanca nunca cometiera crímenes. En la construcción mental de Nina “her desire erodes the racial hierarchy that would prevent such attraction from her position of supposed superiority (65), dado el poder que le confiere el ser la hija del político de más alto rango local y la esposa de un militar. De esa forma, Nina puede usar la violencia simbólica hacia quien está sin estatus legal, por lo que el extranjero ajeno al rol protagonista de que es objeto en los deseos de ella, queda sin voz; por lo tanto, este personaje se convierte en el otro (66). La desigualdad es invertida en el binario androcéntrico de los personajes en este cuento y pone de manifiesto el estilo de nuevos acercamientos que Villafuerte adopta para problemáticas reales que crecen diariamente en la frontera sur de México. Al final del cuento, Nina revela sus íntimos deseos de huir a Estados Unidos o a Europa en donde pasaría a ser una migrante en igual posición de quienes tanto ella discrimina. El humor negro deriva del realismo que se vive en la frontera sur, que se convierte en una extensión de la del norte por las políticas migratoria negativas (71) y que Villafuerte muestra en los relatos de Barcos en Houston.

            Es interesante también el acercamiento que la autora ofrece a rancios temas sociales como el de la violencia simbólica, la imagen como base de estereotipos para discriminar al otro, la falsa superioridad masculina, entre otros; ya que interpela a cada uno desde la posición de personajes femeninos que se sacuden su posición subalterna en cada cuento. Si hay un tema ineludible en la frontera es la violencia de todo tipo porque la línea imaginaria de una frontera se presta para el abuso en varios frentes, especialmente en situaciones de movilidad ilegal. En las fronteras es casi imposible escapar de la violencia, no importa si son  hombres, mujeres o niños; todos la padecen de una u otra forma. Sin embargo, es el género femenino el más castigado por llevar a sus espaldas el resultado del adoctrinamiento social de su debilidad e incapacidad para subsistir, condición que requeriría la protección masculina.

            Las teorías alrededor de la cosmovisión binaria han tenido también diversos acercamientos que irremediablemente se conectan al ejercicio del poder y a la invisibilidad, u otredad de la contraparte. Pierre Bourdieu hace hincapié en la parte simbólica de la violencia, porque ésta deja una huella indeleble difícil de detectar gracias al discurso que conlleva; la violencia simbólica representa la reproducción biológica y social desde la visión androcéntrica (La dominación 49); y crea la dominación del hombre sobre la mujer. Aunque Bourdieu identifica ese tipo de violencia en un contexto diferente, el mecanismo de la reproducción se manifiesta en todo lugar y a diferentes niveles hasta que la normalización la coloca en la posición continua del subalterno, cuyos derechos son manipulados siempre para mantenerla sometida mediante instituciones sociales como  la familia, la iglesia, la escuela y el Estado (50). Cuando se habla de mecanismo de reproducción es importante voltear la mirada a la distribución que los medios de comunicación utilizan para propagar el mensaje de violencia simbólica aceptada a través de todo tipo de producto consumido por la sociedad. Raymond Williams pone en evidencia el aleccionamiento propagado por la televisión a través de programas y venta de productos de consumo en donde se normaliza la violencia en forma simbólica (La cultura 25-39), creando la estructura de la división de trabajo que se consume mediante imágenes mayormente. Es por eso que George L. Mosse advierte que las sociedades modernas son propicias para recibir la interpretación cultural del simbolismo de la imagen para las normas y reproducirlas masivamente (La imagen 14), haciendo más difícil cualquier intento de deconstrucción de la violencia simbólica mientras favorece la reproducción de estereotipos. En este sentido, la asignación de estereotipos grupales que menciona Mosse hace posible la restricción de ciertas libertades individuales de género porque al legitimarse, afecta por igual y condiciona la vida de sus integrantes. La apariencia social es un factor que puede resultar negativo porque segrega al individuo (21), y prueba de ello se ve en el cuento de Villafuerte cuando se habla de feminicidio. La imagen se ha transformado también con el tiempo y ahora es posible interpelar la normativa desde la plataforma literaria, donde la ficción puede memitizarse con la denuncia en Barcos en Houston. Con personajes como Nina, que coloca al migrante masculino en la posición de subalterno. La transferencia de la pasividad del género femenino al masculino es posible, lo que Gayatri Chakravorty Spivak pone a prueba al preguntarse si el subalterno del paternalismo, la mujer, puede invertir el rol al ser quien maneje situaciones y no él (Puede hablar 36), y que la alternancia del poder se logra utilizando la subjetividad femenina. En este espacio cabe revisar el análisis teórico de Spivak como lo plantea Marcelo Topuzian, refiriéndose a la pregunta que da nombre al texto, de si puede hablar el subalterno, porque resulta interesante ver cómo ella logra llamar la atención de los críticos de la teoría poscolonial con ese tipo de “apertura a reflexiones e impugnaciones capaces de conmoverla o dislocarla en sus mismos cimientos” (Topuzian 112). El alcance de la concientización de hechos de dominio es solo un ejemplo que genera reacción femenina como respuesta a lo que se establece desde el enfoque masculino.

            La capacidad de entender el mensaje real del discurso androcéntrico y actuar en consecuencia es lo que Judith Butler encuentra como posible intersticio para deconstruirlo, mediante la reinterpretación lingüística (El género 31), con el propósito de ejercer una posición más justa; en una situación de subalternidad es claro que el subalterno es indispensable y causa dependencia a quien ostenta el poder. En el modelo occidental de ordenamiento social, cada institución conecta con su discurso a todos sus miembros mediante la aceptación tácita que se da al pertenecer a ella; desde el nacimiento, el individuo tiene marcado su posición mediante el manejo del género. La politización de los cuerpos propicia la subalternidad femenina al organizar las sociedades mediante la definición del individuo sobre la base de su género.

            Es un hecho que la subjetividad femenina también tiene altos alcances, pero es también cierto que el género no es garantía de ello. El problema que ha enfrentado la mujer por mucho tiempo ha sido el estar siempre sometida a cuidar a la familia, sin acceso a la educación. Cuando la transformación laboral se va imponiendo, también lo hace la necesidad de ella de participar en esa evolución, y el aprendizaje adicional de habilidades para la producción de bienes de consumo, la ayuda a buscar el entendimiento de otras áreas diferentes al hogar, origina la inserción del intelecto femenino al estudio y propone innovaciones. Con ello el nacimiento de teorías feministas vislumbran opciones de liberación del modelo androcéntrico. Sin embargo, Toril Moi encuentra que la generación de intelectuales que toman el discurso paternalista con base en la politización del cuerpo para someter a la mujer entra en conflicto con las teorías feministas en el lenguaje de sus textos porque no refleja la realidad. En las obras que Moi revisa, descubre que, aunque los argumentos interpelativos al discurso imperante no faltan, también se da cuenta que no aportan suficiente a la causa femenina. La crítica literaria que presenta Moi da muestra de dicho conflicto y se distancia en el aspecto del uso del lenguaje proponiendo nuevos términos para definir el concepto político y la política social y así poder reivindicar la posición femenina en la sociedad (Sexual/Textual 26). En Barcos en Houston, la subjetividad de Nina hace posible que el discurso femenino navegue a su conveniencia, situación que bien podría ser la respuesta a la pregunta que Moi se hace: “why some women writers reluctant to aknowledge that they are women writers?” (I am not a woman writer), porque el papel que juega el lenguaje en las obras literarias debe conectarse con las mujeres que consumen las historias. En la aproximación que hace Moi a la obra de Kate Millet en su enfoque feminista, concluye que “social and cultural contexts must be studied if literature must be properly understood” (24), lo cual permitiría la reflexión activa del lector. La narrativa de Nina muestra la sensibilidad femenina desde su percepción de la crudeza del mundo tal como la vive el migrante centroamericano.

            La ficción de Nadia Villafuerte pone en perspectiva un realismo que es inmediato e identificable para el lector, por lo que puede ser agresivo y sucio. Los personajes sortean esas dificultades desde posiciones subalternas y marginales. Los relatos de la autora son predominantemente de personajes y de atmósteras. Por lo que los personajes son producto de los conflictos sociales que sobrellevan. Si volvemos la mirada a la obra de Hochman sobre el análisis de personajes, se puede apreciar que estos enfoques pueden resultar entendibles:  “Whatever the problems conceptualizing and interpreting character, literary characters are generated by the texts in which they subsist and participate in whatever reality literature itself generate and participate in” (Character 30), en tanto que sean presentados mediante el uso de un lenguaje efectivo. En este sentido, Hochman abunda: “character in literature, as we ordinarily think of it, is generated by de words that point to structured sequences of events within the work” (31). Además, no hay que dejar de lado que “the means of generating images of characters do not in themselves constitute character, they signify it. Character does not exist unless it is retrieved from the text by our consciousness” (32). Las suposiciones o elucubraciones del personaje de Nina, permiten por su ambigüedad una mayor participación por parte del lector. El enfoque de este trabajo tiene que ver con los tonos y niveles discursivos de la protagonista; Nina toma la palabra para construir su particular universo ficticio en el interior de la cafetería; no obstante, y de manera irónica, proyecta evidentes posiciones de la marginalidad en la que vive, por su condición de mujer, incapaz de tomar decisiones radicales que la coloquen fuera de sus ensoñaciones.

            En la articulación de la mujer con aspiraciones intelectuales como personaje central del relato se puede validar la caracterización de la heroína desde el enfoque feminista. Nina se reconoce como intelectual y escritora. No espera que nadie más la califique y acepte. El personaje busca de algún modo el empoderamiento discursivo. Es válido retomar la posición concluyente de Toril Moi relativa a los conceptos y el uso del lenguaje común. Como observa Ida Bergstrøm: “The very foundation for feminism and feminist theory is the wish to make the experiences and lives of women intelligible” (26). Por un lado, Nina, con el uso de su imaginación, traspasa el cerco patriarcal. Por el otro, vive sometida. Es un dilema opresivo que padece el sexo femenino, de acuerdo con Moi: “sexual politics: “the process whereby the ruling sex seeks to mantain and extend its power over the subordinate sex” (26). Las mujeres luchan por una liberación, misma que, según Millet, “can no longer be seen solely as the logical consequence of a rational exposure of the false beliefs on which pathriarcal rule is bases” (29). Respecto de Nina, su matrimonio es la continuación opresiva del patriarcado que creyó podía sacudirse al salir de la protección dominante del padre.

            La anécdota de la joven Nina en el café es utilizada por Villafuerte para construir el ambiente propicio para proponer la historia del cuento que ya desde su título sugiere que el final puede resultar contrario a los deseos de la protagonista. Nadia Villafuerte es conocedora del ambiente en la frontera, dado que es oriunda de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Nacida en 1978, la autora se destaca como narradora y articulista. En 2003 resultó becaria en el programa Jóvenes Creadores y en 2006 obtiene la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas. Su obra ha aparecido en la Antología de series de la noche (2006); Muestra de literatura joven de México (2008), y La novela en Chiapas (2018). Ha publicado la novela Por el lado Salvaje (2012). Villafuerte ha ambientado sus historias en los espacios de la miseria, la migración y la prostitución; ha mostrado el proceso de aculturación centroamericana y, sobre todo, ha desarrollado el tema de la frontera como sinónimo de dolor” (Bustamante s/n). La línea imaginaria que ofrece la frontera da margen a la transgresión en muchos sentidos, pero en el caso de la mujer, Nina toma el tema intelectual para cruzar por su cuenta las normas impuestas a su género. Además, “Los conceptos de frontera y territorio están desprovistos de la romántica definición de Estado en el sentido de identidad, patria, cultura y geografía. Villafuerte utiliza el término frontera de forma polisémica” (Bustamante s/n), dando oportunidad a Nina a la transgresión; aunque ésta sea imaginaria y temporal, es posible.

            Nina es una joven chiapaneca casada con un militar cuyo prototipo androcentrista cae a la perfección del que ejerce el poder sobre los otros, justificado por su rango burocrático; también, despliega su dominio sobre ella con un contrato matrimonial; por la manera de emplear el lenguaje referencial, el personaje femenino da a entender que ella  es un objeto de su propiedad. Como hija, por un lado, Nina está bajo el control masculino en la representación no sólo familiar, sino también social y político;  por el otro, esa dependencia es también privilegio de clase, puesto que le otorga a ella la investidura del poder de su padre como alcalde de la ciudad (“¡Ay Nina!” 32). La construcción de las instituciones políticas y familiares la hacen sentirse sometida, aunque disfruta de ciertos privilegios sociales dentro de los estándares que dictan los niveles de poder en esa ciudad fronteriza. El encuentro de Nina, dentro de “una más de las mujeres que me gusta habitar” (“¡Ay Nina!” 31), con un desconocido es lo que desencadena la historia narrada en primera persona. Esa parte de su presentación le concede permiso al lector de descubrir, bajo su experiencia y conocimiento, el significado de esas palabras para identificar la personalidad de Nina. Sin preámbulos, la voz narradora introduce al desconocido –objeto de su cuento— con una serie de detalles que insinúan un interés de conquista sexual. El comportamiento y la vestimenta del sujeto, el de la mesera, el de ella misma y del café donde se encuentran todos los personajes, sitúan la historia en tiempos recientes; y todo ocurren en tan solo unas horas. Nina percibe al extraño como una persona interesante por la actitud con la que él se desenvuelve, mientras observa con interés el movimiento de las personas al otro lado de los vidrios. Ella advierte en el hombre la longitud de su cabello, el juego de la pluma con la que escribe sobre una sección del periódico local; Nina asume que el hombre escribe versos. Ella idealiza al hombre que mira. Un aire intelectual es asociado por ella debido a “los lentes de armazón metálica” (“¡Ay Nina!” 29). En la descripción del extraño, Nina manipula el lenguaje para que la relación de los elementos del signo cumpla su propósito individual en su creación del hombre perfecto.

            Nina lo idealiza como un ser sensible, un hombre de letras, un poeta refinado. El crítico Michael Ryan, basándose en F. de Saussure, sostiene que el significado paradigmático de la construcción de personajes puede variar y provocar que el lector lo interprete posiblemente desde una perspectiva diferente (Teoría 40). La idealización de Nina incluye también las descripciones del pueblo y el río por el que cruzan cientos de migrantes.  La imaginación de Nina la lleva al exterior del café en claro avance de un acercamiento entre ella y el desconocido. Desea que pasen otras cosas, un acercamiento fortuito, quizá un posible diálogo en el que revelan intereses comunes por la literatura. Pero nada de eso ocurre.  En ese punto de imaginación creativa, Nina llega a pensar en “un beso turístico”, ante un panorama sombrío como lo es el vagón del tren al que llaman la “bestia” (“¡Ay Nina!” 31). La oposición binaria (Ryan 41) de ese momento se aprecia en lo agradable de un maravilloso y ansiado momento de carga romántica contra un entorno pueril y ruidoso que podría desalentar al más enamorado. La lógica patriarcal de la caracterización del personaje femenino se altera radicalmente, en vista de que Nina, en lugar de ocuparse de las labores domésticas, tiene como único vínculo activo el cultivo de la lectura de textos literarios, principalmente los de Octavio Paz, porque este poeta significa para ella un modelo a imitar y así poder explotar sus habilidades creativas y poéticas. El problema es que sus necesidades físicas de placer la dominan. El ritmo emocional de Nina crece desde que su mirada se encuentra con la del desconocido cuyo aspecto físico corresponde al de su ideal (“¡Ay Nina!”  29). Se inicia entonces una lucha mental; el inconsciente da rienda suelta a los instintos, mientras el consciente trata de controlarlos (Ryan 49), porque en su situación familiar y social no son aceptables: “Si no fuera porque soy la hija del presidente municipal y porque éstos me conocen” (“¡Ay Nina!”  32). Esto muestra que Nina está condicionada a guardar ciertas reglas sociales. Al personaje se le percibe una inmensa soledad. El vínculo emocional más fuerte lo representa su padre. Es la figura que controla su comportamiento desde la distancia. La figura paterna representa la relación de su mente con la realidad. La historia deja al lector la tarea de interpretar la ausencia de la figura femenina en la evolución de Nina desde la niñez a la juventud, siendo ella quien, guiada por su padre, toma la decisión de casarse con el militar involucrado en la política local. El contexto que rodea la historia es caótico y desesperanzador, Nina lo enfrenta constantemente, y bordea los límites convencionales de las pasiones que la carcomen.  Para decirlo junto con Ryan, su inconsciente lucha por cruzar en la búsqueda de la satisfacción de los instintos, alterando la representación mental de los significantes (56).

            La represión de Nina le genera más energía contenida, por lo que busca salidas continuas e intentos de liberación mediante las constantes fantasías de habitar en otras mujeres. En su diálogo interior, Nina divide su identidad, la de un yo real y la de un yo ficticio. Esto representa la separación y configuración de lo que es y lo que tiene significado para ella. La fricción alredor del yo narrador se debe a una insatisfacción sexual y distanciamiento de su pareja: “la profesión de los militares que hace que la vida de sus esposas se vaya directito al carajo” (“¡Ay Nina!”  32). Aquí resalta el uso de imágenes que acentúan el incremento libidinal, aunada a la descripción exótico de la naturaleza y la temperatura volcánica del ambiente. Por ejemplo, el dibujo mental de las montañas, que puede ser también un límite geográfico de dos entidades, representa también un símbolo del límite que no ha podido derribar y con ello liberar la poeta que Nina lleva escondida. La transformación de sus anhelos artísticos en narraciones internas, le permite en forma indirecta subjetivar sus objetivos para presentarse ante su entorno, ocupando un rol más independiente. Cuando Nina revela su gusto por la poesía, transfiere por un lado su dependencia a la figura patriarcal de Octavio Paz (“¡Ay Nina!” 31), pero, por el otro, la conecta con su habilidad artística. La distinción de profesiones tiene especial importancia para Nina. En cuanto detecta que el desconocido está llenando solicitudes de empleo para compañías anunciadas en el periódico, el significado mental se transforma, la ubica en la realidad y su lenguaje cambia también. Para describir al personaje que ha llegado allí a la cafetería y que ella cree es un escritor, Nina utiliza palabras cuidadosamente elegidas para otorgarle verosimilitud (“¡Ay Nina!” 29-30); sin embargo, cuando la realidad la enfrenta, su lenguaje se vuelve vulgarmente cotidiano: “¡Y es que sigue mirándome el jodidísimo hombre salido de quién sabe dónde!” (“¡Ay Nina!” 32), evidenciando, por contraste, el dificil dilema que tiene que sobrellevar entre su fantasía interior y la repugnante realidad de la migración, la pobreza y los efectos poco edificantes del sistema patriarcal, y que no puede soslayar.

            La voz narrativa sitúa la historia en un contexto sociopolítico fronterizo entre México y Guatemala, donde la dinámica muestra no sólo el comercio en calles y mercados, sino también los vínculos con el tren y el río que huele a muerte (“¡Ay Nina!”  30). Justo en el centro de ese contexto, Nina sitúa el gravísimo problema que padecen las mujeres en ambas fronteras, donde muchas han sido violentadas y asesinadas.  Nina reprocha falta de compromiso por los problemas contras las mujeres en la frontera sur, como si los invisibilizaran. Y añade: en Juárez se conoce de esa realidad porque hacen escándalo (“¡Ay Nina!”  31). En el norte hay denuncia y en el sur hay ausencia de ella. El claro mensaje del interés de Nina lo muestra con sus coqueteos al extraño, quien se acerca y el monólogo mental cambia con registros opuestos. Ese cambio lingüístico al final del cuento denota la diferencia de estatus social entre ellos. Cuando compara los niveles sociales, las palabras para informar los beneficios de ser hija del presidente municipal, esposa de un oficial de Migración y proclive al pensamiento literario, difieren del lenguaje utilizado cuando abandona su interés por el hombre desconocido. Entonces, se percibe “despoblada de ti y tan sostenida en creencias, en insinuaciones, en pura imaginación. Bien dicen que todos somos perfectos actores representando a cada momento, distintos personajes” (“¡Ay Nina!” 35), dejando claro que su imaginación literaria es, en efecto, su posibilidad de escape y liberación.

            En “¡Ay, Nina!”, Nadia Villafuerte enfatiza en los dilemas de la depedencia emocional de las mujeres, sometidas en el marco de un sistema patriarcal aún dominante. Al tiempo que propone la imaginación como un recurso para romperlo. Marli Camargo menciona que, en la obra de Villafuerte, se aprecia la dependencia por la figura masculina y “despertarán la consciencia y la emancipación de las protagonistas. Ellos, los hombres, siguen dominando las acciones y la transformación de las protagonistas” (Escritora 6). En este cuento se marca esa dominación subliminal puesto que los personajes creados en su imaginario no reúnen el prototipo aceptado para la hija de un político ni la de la esposa de un oficial. La adjetivación de Villafuerte para describir el ambiente y los cuerpos cobra significado; facilita que el personaje pase de la fantasía a los deseos, basados en una historia romántica con el inmigrante que ha llegado a la cafetería a llenar una solicitud de empleo. La forma de autoconstruirse la realidad que desea como mujer intelectual en ese corto tiempo, libera a Nina del cautiverio en la que ella se encuentra, en cada mujer que su imaginación le permite habitar. Es un manera de interpelar el dominio patriarcal. La voz que la autora le concede es la escrita. Es la voz que produce reacciones no sólo en la protagonista, sino también en el lector.

            Los acercamientos que estudiosos han desarrollado mediante teorías planteadas en tiempos y situaciones históricamente importantes han contribuido al avance femenino en la búsqueda de equidad. Los periodos de recrudecimiento de la violencia continúan presentándose, los mecanismos de reproducción no se detienen. Las denuncias están ahí, articuladas en todos los tonos. El dominio patriarcal lejos de otorgar alguna tregua para reinventarse en pos de una alternancia de poder que libere la parte oprimida, genera una guerra sin tregua. El feminicidio pareciera ser su carta bajo la manga cuando el reto individual se inclina hacia el género estereotipado como débil. Es la evidencia de su dominio para certificarlo. En este trabajo se ha tratado de articular un diálogo crítico y teórico que proyecte la posibilidad de deconstruir el discurso misógino del patriarcado. Una subjetividad desafiante emerge de Barcos en Houston, sensible, inteperladora y marginal, encarnada en personajes femeninos que comunican realidades violentas. En conclusión, en este trabajo se considera importante modificar las estrategias de lectura que politizan los cuerpos y los deseos femeninos; mientras eso ocurre, que se mantengan alejados los prejuicios y los estereotipos de cualquier cuño.

 

 

 

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Williams, Raymond. “Culture is Ordinary.” Resources of Hope: Culture, Democracy, Socialism. Londres; Verso, 1989,

          pp. 3-14.

          https://www.estudioscultura.wordpress.com/2012/11/06/la-cultura-es-algo-ordinario-de-raymond-williams/

 

 

María Armendáriz obtuvo la Maestría en Artes y Español por la Universidad de Texas—Permian Basin.

Estos días

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—¿Ya oíste cómo está todo?, me dijo hoy en la mañana cuando hablamos por teléfono. Pensé que se refería al enfrentamiento que hubo ayer en San Cristóbal de Las Casas, en donde los balazos salieron a relucir, y la gente tuvo que correr en busca de un lugar dónde resguardarse. Sin más, agregó: —Ayer, cerca de acá, un muchacho que era albañil fue asesinado. Un hombre llegó a la obra en la que trabajaba, y preguntó por él. En cuanto se identificó, le disparó a quemarropa.

            La voz de ella, por medio de la línea telefónica, me llegaba con la cadencia que me hacía suponer que se encontraba bien, luego de que días atrás se le había instalado la angustia al imaginar las consecuencias de la caída que sufrió sin que hubiera tenido conciencia en qué momento estuvo en el suelo, boca arriba.  Ahora, me transmitía su desconcierto por el asesinato del joven trabajador de la construcción. Y como siempre, pasó a hablar de otra cosa. Así es, está en su natural: va de una conversación a otra para recaer en la que ha sido su eterna preocupación: ¿tienen qué comer?

            Pronto cumplirá ochenta y cuatro años. “Ya estoy robando aire”, le gusta decir a la menor provocación. “Nada más nos amenaza”, le responde una de sus nueras. Ella y su esposo son una pareja que se ha ganado un lugar en el pueblo. Ella no nació ahí, tampoco él. Ella era muy pequeña cuando su padre decidió ir a buscar fortuna a ese pueblo; confió en que su oficio de talabartero le proveería lo necesario para el sustento de su esposa y sus cuatro hijos: dos mujeres y dos hombres. Él llegó al pueblo como profesor de primaria; se instaló ahí, sin querer buscar otros horizontes que el ascenso laboral pudiera brindarle. Encontró el terreno seguro que quizá estaba buscando.

            Cuando llamo por teléfono, sé que ella me va a contestar. Él habrá ido al mercado por las verduras, la carne con las que ella hará la comida del día. Cuando se decretó la emergencia sanitaria, en marzo de 2020, con el fin de evitar la propagación del virus SARS-Cov-2, de inmediato pensé en ellos. ¿Cómo habrían de recibir las disposiciones gubernamentales: “abstenerse de realizar actividades fuera de casa, mantener la sana distancia y las medidas básicas de higiene”? ¿Qué tan definitorias las habrían de ver? Ante mi insistencia de que habrían de reducir las salidas en busca de alimentos, ella, sin más, lanzó la que ha sido su expresión para enfrentar la pandemia: “Cuando te toca, te toca”.

            El que me hubiera referido el asesinato del joven abonaba a su posición que ha defendido a partir de que dio inicio “esta pendejada”, como le gusta decir a él, a quien se le ha aminorado el coraje que le produjo el sentirse encerrado, sin tener la libertad de convocar a quienes quiere. Cualquier deceso no relacionado con la Covid-19 es un punto que ella se anota a su favor. También ha hecho suyas las historias de quienes con hierbas lograron ahuyentar los efectos letales del virus: “Cuando te toca, te toca”.

            El jueves 26 de marzo de 2020, cuando con la incertidumbre a cuestas debí viajar al pueblo, era perceptible que ahí la gente ignoraba las indicaciones sanitarias. Los negocios permanecían abiertos. Frontera Comalapa aún mantenía la movilidad que lo ha caracterizado: personas de poblaciones de la Sierra, de la zona de la presa de La Angostura y del distrito de riego San Gregorio Chamic acuden a las oficinas gubernamentales a realizar algún trámite, a cobrar las remesas que reciben de sus parientes que están en Estados Unidos y a comprar en las tiendas que abundan en el lugar; de Guatemala también ingresan personas para adquirir productos diversos. En ese país se había impuesto el toque de queda. La frontera en el lado de La Mesilla había sido cerrada por decisión del gobierno guatemalteco.

            Los trabajadores del transporte público no sabían si continuarían con sus labores; se había reducido el número de viajeros. El desconcierto se dejaba sentir en el lugar. Cuando volví a San Cristóbal de Las Casas ese mismo día jueves, el chofer de la Urvan que me llevó de Frontera Comalapa a Comitán me preguntó: “¿Y si todo es una mentira?” Y de inmediato dijo: “No sé si el patrón me va a recibir la cuenta”.

            Las noticias sobre los contagios en Chiapas empezaron a darse a conocer a finales de marzo de 2020. La Secretaría de Salud del estado confirmó la existencia de dos casos de coronavirus en San Cristóbal de Las Casas. En la entidad existían, para el 30 de marzo, once casos en total. En la tarde del 3 de abril se informó que una persona del municipio de La Independencia había enfermado a causa del virus SARS-Cov-2; esa persona trabajaba en Tijuana. Para el 6 de abril, se supo que el joven falleció. En un comunicado, el ayuntamiento de La Independencia fue el encargado de exponer que “los familiares se negaron a que fuera entubado a pesar de las peticiones de los médicos del hospital, según su religión no lo permitía”.

            Mientras llegaban a mí las noticias por medio de la radio local, de las consultas que hacía a través de Internet, ella, la mujer quien pronto cumplirá ochenta y cuatro años, me decía por teléfono que en Frontera Comalapa no se estaban respetando las medidas sanitarias. Y cada vez que hablamos, dos años después de la emergencia de salud provocada por el virus, me pregunta de manera insistente: “¿Tenés miedo?” No espera mi respuesta. Pronto, me dice: “Aunque me meta debajo de la cama, si me va a tocar, me va a tocar”.

            El 4 de abril de 2020, en la noche, me llamó por teléfono para comentarme que le dijeron que al mercado dejarán de llegar quienes ahí venden. “¿Y qué vamos a hacer?”, preguntó. Ella misma lanzó la respuesta: “Vamos a esperar”. Cuando tres días después viajaron a una localidad cercana en la que habría una fiesta familiar, me dijo, como una manera de mostrarme su ausencia de miedo: “Vamos al matadero”.

            El día 7 de abril de 2020, el esposo de ella me habló de un joven de Agua Zarca, barrio del pueblo, que murió en Estados Unidos por la COVID-19. La gente del barrio se oponía a que el cuerpo fuera repatriado. No se le dejaría entrar. Ese mismo día, en la radio local, en San Cristóbal de Las Casas, se transmitió la nota de que, en Tapachula, en la esquina de la terminal de autobuses ADO, una persona se había desmayado. Quienes presenciaron lo sucedido no se acercaron a ver qué le ocurría. Dos policías de seguridad privada fueron los únicos que se animaron a aproximarse a la persona desmayada, sin siquiera auxiliarla.

            Hubo localidades, ubicadas a la orilla de la carretera que va de Frontera Comalapa a Motozintla, en las que se cerraron las entradas y se colocaron vigilantes. En el muro del Facebook de “Comalapa Chiapas”, el 11 de abril de 2020, encontré lo siguiente: “Ya hay varias colonias y ejidos de Comalapa cerrados completamente por el COVID-19… Si sabes de alguno menciónalo aquí”. Días después, en ese mismo muro, se escribió esto: “Instalan filtros sanitarios en las entradas a Frontera Comalapa, revisan transporte público y atienden a personas que traigan síntomas del COVID-19”. Lo que dijo al final de una reunión de trabajo uno de mis compañeros puede ser la clara expresión de lo que se dejaba venir: “Esto se va a poner cabrón”. La reunión había sido por medio de la plataforma de Zoom: cada uno en su casa.

            El 16 de abril, en la conferencia del secretario de salud de Chiapas, se habló del primer caso de contagio en el municipio de Frontera Comalapa. Él, esposo de ella, trató de averiguar dónde se encontraba esa persona. No hubo noticias en el pueblo de ese hecho. Era probable que la persona hubiera enfermado en ese lugar, y que luego se le trasladara a la capital del estado, en donde el gobierno había instalado áreas especiales para la atención de quienes estuvieran contagiados con el virus.

            “El gobierno no debió haber hecho esto”, dijo una vecina cuya familia da rentados locales en el centro de San Cristóbal de Las Casas. “El efecto sobre la economía va a ser más fuerte que el mismo virus. Ya dijo la OMS que todos nos vamos a infectar. El tenernos encerrados es una prueba de que se nos puede controlar. A nosotros, este mes, ya no nos pagaron la renta de los locales. Ese es nuestro principal ingreso. A mis suegros tampoco les pagaron. ¿De qué vamos a vivir? No se debió detener la economía”, sentenció dos días antes de que el subsecretario de salud del gobierno federal, el 21 de abril de 2020, declarara que se estaba en la etapa tres de la emergencia sanitaria, con lo que las restricciones debían ser severas. En Frontera Comalapa, me dijeron las dos personas mayores, se actuaba como si el virus no existiera.

            A principios de mayo, el ayuntamiento de San Cristóbal de Las Casas estableció la ley seca, un buen momento para que los acaparadores aumentaran el precio de la cerveza. En los primeros días de la crisis de salud, había conseguido con los vecinos en ciento veinte pesos las seis latas de cerveza Modelo; en mayo, las vendían en ciento sesenta. Los amigos de una tienda de productos artesanales me dijeron de un señor que había empezado a vender cervezas Corona; me pasaron el número de su celular. Me dijo que las seis latas de Corona tenían un precio de ciento cincuenta pesos. Con doce que comprara, gastaría trescientos pesos. Me contuve. Mis incursiones en las librerías en línea me mostraron que los libros habían bajado de precio. Hacía tiempo que quería comprar dos de Vivian Gornick. Una de esas primeras mañanas de mayo, luego de haber decidido que invertiría mi dinero en algo mejor, entré en la página de la librería Gandhi. Me dio gusto ver que Apegos feroces, que había costado trescientos pesos, se ofrecía en ciento noventa y cinco; y La mujer singular y la ciudad, en ciento cuarenta y seis; su precio anterior era de doscientos veinticinco pesos. El sábado 9 de mayo recibí el paquete con los libros. Al abrir la puerta, el trabajador de Estafeta me dijo: “Don Carlitos, acá está su paquete”; lo llevé hacia la parte de atrás de la casa, como si en verdad estuviera infectado, como si adentro se albergara el virus. Se había apoderado de nosotros, en la casa, esa manía de desinfectar todo lo que, por alguna u otra razón, se nos entregaba. Al dejarlo en un lugar lejano, con el temor de que el virus pudiera escapar del paquete, pensé en la actuación de la mujer que cumplirá pronto ochenta y cuatro años, en su esposo. Vi los libros al día siguiente.

            Movimiento perpetuo fue un libro que me gustó desde la primera vez que lo tuve conmigo. Conseguí un ejemplar que me costó, si recuerdo bien, diez pesos en una feria de libro, no sé dónde. Lo tenía a la mano. Hubo el terremoto en 2017. Dos de mis libreros se vinieron para abajo. Poco a poco, depuré mis libros. Según yo, el de Monterroso había quedado a la vista. No lo encontré. Esa edición era de una colección de pasta dura, color azul. A finales de abril de 2020, vi anunciada en Gandhi la edición de ERA, con la portada de Vicente Rojo. La compré en ciento cincuenta y nueve pesos. Quise pagar por medio de la banca móvil. No lo logré. Busqué un cajero. Salí, me vi obligado a salir con tal de comprar el libro. Lo recibí siete días después, antes de que llegaran los de Vivian Gornick. Desinfecté el paquete. Lo tuve lejos de mí. No me animaba a abrirlo. Lo hice al día siguiente. Dos separadores en forma de lobo vinieron de regalo. ¿Los habrán hecho por el lobo de Coita?, preguntó mi hijo.

            A principios de abril de 2020, se difundió que en Coita, localidad llamada también Ocozocoautla, cercana a Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas, se había visto a un hombre lobo. La noticia se colocó en las redes, en los noticieros de medios nacionales. Con el propósito de capturarlo, hubo gente que salió en su búsqueda durante dos noches seguidas. El 11 de abril, a la una de la mañana con nueve minutos, según se consigna en la página de Unotv.com, Saúl Zenteno-Bueno colocó un tuit en el que definió el hecho de la siguiente manera: “El #COVID 19 nos traerá mal pero el hombre lobo en Coita es otro nivel”. En la nota de Unotv.com se aclaró lo sucedido: “Ante la expectación creada por estos rumores del avistamiento del hombre lobo en el municipio de Ocozocoautla, en Chiapas, el cantante y actor conocido como Luis Comander contó que el rumor empezó cuando él se encontraba en Ocuilapa, donde una vecina le refirió sentir miedo ante el avistamiento de lo que pensaba era un hombre lobo. El actor indicó que fue él quien se lo comentó a una persona que trabaja en Seguridad Pública, y esta persona, a su vez, se encargó de contárselo a otro, por lo que el rumor del hombre lobo creció, como un teléfono descompuesto. ‘No hay hombre lobo… Téngale miedo a los vivos, porque los muertos y los hombres lobo no hacen nada’, finalizó Luis Comander en un video que subió a sus redes sociales para aclarar este rumor” (https://www.unotv.com/noticias/estados/chiapas/detalle/chiapas-aclaran-rumores-de-hombre-lobo-en-coita-chiapas-071279/).

            Un rumor de otra índole provocó que, a principios de mayo, según consignó Isaín Mandujano en su muro de Facebook, en Motozintla, ciudad que se encuentra a cuarenta y cinco kilómetros de Frontera Comalapa, hacia el sur, “al enterarse del tercer caso de coronavirus —uno de ellos fallecido—, los pobladores se rebelaron en contra [sic] la pandemia al señalar que el COVID 19 no existe. Por lo que usuarios de redes sociales y otros vía WhatsApp llamaron a toda la población a salir de sus casas y ocupar los espacios públicos, pues han vivido ‘engañados’”.

             “Esto es un asunto político”, me dijo de manera insistente ella, la mujer que pronto cumplirá ochenta y cuatro años, una idea que transmití a un grupo de estudiantes, con quienes tuve una sesión por medio de la plataforma de Zoom, sistema de comunicación con el que empezaron a tenerse sesiones de trabajo, a impartirse las clases. Al principio de la pandemia, como se hacía uso, quizá, del servicio gratuito, los proveedores de este mecanismo no tenían controles que evitaran la incursión de personas que se dedicaban a lanzar insultos o ráfagas de videos en los que se mostraban escenas pornográficas, así ocurrió en la segunda sesión del seminario “El teatro y la peste”, conducido por Enrique Flores, investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Durante tres, cuatro segundos, se insertó una imagen con contenido sexual. Los profesores de la Universidad debieron reconocer que la Coordinación de la Universidad Abierta era la mejor garantía de que las sesiones no serían interrumpidas por medio de esas imágenes. El confinamiento dio la posibilidad de que la oferta académica de la Universidad estuviera disponible para los interesados en temas diversos, en los que la pandemia era un punto de análisis, de acuerdo con la formación de quienes los proponían. Dejó de ser inconcebible que en un curso impartido en línea hubiera entre cien y ciento veinte asistentes. De las nuevas acciones que provocó la pandemia estuvo que, por ejemplo, Mangos de Hacha, editorial fundada por José Luis Bobadilla, que en paz descanse, y Ricardo Cázares, dejara en la plataforma de Issuu libros de su catálogo.

            Cuando ella, la mujer octogenaria, volvió a decirme que la pandemia era un invento, yo había terminado de leer Los sueños de un cisne en el pantano, escrito por Leo Zavaleta, mujer que estuvo presa en el penal en el que mi madrina ofrece ayuda antropológica y en el que impulsa, junto con otras personas, un taller de escritura. Para Leo Zavaleta, leer y escribir con la ayuda de las promotoras del taller le dio la gran oportunidad de verse como mujer, como alguien que podía sobreponerse a las adversidades, que tuvo muchas. Estuvo cuatro años en prisión, en el estado de Morelos. Mi madrina me envió el libro por medio del WhatsApp, con un recado: “Leo murió la semana pasada, víctima de la COVID-19”.

            La posición de ella, la mujer de los casi ochenta y cuatro años, quizá se veía impulsada por los recados que circulaban en grupos de WhatsApp, en los que estaba incluido uno de sus hijos, como el que se propagó el domingo 10 de mayo de 2020, sobre un ejido de Frontera Comalapa: “En Paso Hondo no hay ningún caso de COVID-19 no anden alarmado [sic] a la gente. Utoridades [sic] y centro de salud informe [sic] cosas reales no falsedades. Pura falsedad, Del supuesto [sic] Joven que tenía síntomas de COVID-19 en Sus [sic] demostraron que tiene dengue y piedras en el páncreas, y que ya está mejor… Según investigaciones médicas a fuerza querían meterlo con COVID-19, incluso les ofrecieron dinero $ a familiares, para tener derecho a trasladarlo a la Ciudad [sic] a [sic] Comitán Chiapas, pero sólo al Joven [sic] sin que ningún familiar lo acompañara. El padre evitó que no [sic] se lo llevarán [sic]. Palabras que narra el Señor Padre del Joven [sic]. Amigos, amigas compartan esta información ya que eso están [sic] pasando en muchos lugares”.

            Ahí mismo, en Paso Hondo, municipio de Frontera Comalapa, el viernes 15 de mayo, según recado que se distribuyó por WhatsApp, hacia las diez de la noche, hubo “un feroz enfrentamiento”, el cual se explicó en ese mismo recado de la siguiente manera: “El caso es que un grupo de habitantes del lugar cerraron los accesos que conducen a Comalapa y otro grupo del mismo lugar, comerciantes pretendía [sic] abrir las vías de acceso. En ese ínter ambos grupos se enfrascaron [sic] con palos, machetes y armas de fuego con la [sic] que han hecho detonaciones y muchos disparos. Hasta las 8:40 de la noche no se sabe de heridos pero la gente corre despavorida por las calles. Los vecinos cerraron el lugar por protegerse de la pandemia del COVID-19, pero están bloqueando el paso que conduce a todos los Municipios de la sierra y la costa, incluso, la misma cabecera municipal. Ya intervino el ejército, en estos momentos, las fuerzas militares empiezan a timar el cintro [sic] de las turbas desbordadas. Hay pánico en el lugar de ver tanta gente armada y golpeandose [sic] unos con otros”.

            Dos meses después de que el gobierno federal dispuso, en 2020, el aislamiento como una medida sanitaria, con la figura de la heroína Susana distancia, ella, la mujer mayor fue al mercado, un sábado antes de que terminara mayo. Frontera Comalapa seguía con su movimiento de siempre. Se le había dicho a ella que la señora con quien compra la verdura había enfermado porque se contagió con el virus. Al verla, le preguntó por qué no había llegado a vender. Le contó que había ido a ver a una de sus hijas, quien vive en Lázaro Cárdenas, por Chicomuselo, a quien se le reventaron las várices. Después, le dijo que sí, que sí se había sentido mal: malestar en la garganta, temperatura, dolor de cabeza. Quien vende el pollo le platicó que la necesidad la había hecho ir a abrir su local. Un señor que estaba sentado en la banqueta le dijo que no podía respirar. Supo también que fallecieron dos mujeres de la familia Roblero; una de ellas era persona de edad avanzada; la otra murió de un paro cardiaco al ver que su mamá había muerto. El mercado se había convertido en un foco de infección.

            El 1 de junio de 2020, el gobierno federal dio por concluida la jornada nacional de sana distancia. A partir de ese momento, cada estado de la república sería el responsable de la puesta en marcha de la nueva normalidad. El presidente de la república, el sábado 30 de mayo, había viajado por tierra hacia su rancho, que está en Palenque, Chiapas. Y el lunes se trasladó en vehículo a Cancún, en donde puso en marcha la construcción del tren maya. Los contagios y los decesos provocados por el SARS-Cov-2 iban en aumento.

            En el reporte de la Secretaría de Salud dado a conocer el 21 de marzo de 2022, en el que se consignó la existencia de 48 casos de COVID 19, uno de los cuales correspondía a un bebé menor de un año, se notificó que en Frontera Comalapa sólo había un caso.

            El 16 de marzo de 2022, cuando hablamos por teléfono y ella me contó cómo mataron al joven albañil, estaban por cumplirse dos años de que el virus SARS-Cov-2 había provocado el cierre de actividades en México Esa jovialidad que había reconocido en su voz, a pesar de la noticia que me había transmitido, la atribuyo a que nos veremos el próximo fin de semana. Me encontraré con ella, con su esposo, en un lugar cercano a Chiapa de Corzo, en donde se celebrará el cumpleaños de él, gracias a la generosidad de una de sus primas hermanas, quien también cumple años por estos días, en que los enfrentamientos entre grupos de delincuentes son cada vez más habituales en la región de Frontera Comalapa. Ella tendrá la oportunidad de preguntarme: “¿Todavía tenés miedo?”.

 

San Cristóbal de Las Casas, Chiapas
23 de marzo de 2022

 

Carlos Gutiérrez Alfonzo (Frontera Comalapa, Chiapas, 29 de febrero de 1964), poeta y ensayista, fue becario del Centro Chiapaneco de Escritores y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas. Poemas suyos fueron publicados en las revistas Poesía y Poética, Tierra Adentro, alforja, El poeta y su trabajo, Periódico de poesía, Netwriters, red mundial de escritores, Prometeo digital y Mula Blanca. Fue incluido en el Anuario de poesía mexicana 2006, coordinado por Pura López Colomé y editado por el Fondo de Cultura Económica. De su autoría son los siguientes volúmenes de poemas: Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018). Ha publicado los libros de ensayos Ascenso y precisión. Tres poemas de autores chiapanecos (2016) y Tiempo y espacio. Experiencia estética (2020). Doctor en Humanidades y Artes. Es investigador del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

@Foto por Alma Flor

Lullaby for a Haunted Night

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With ghostly light

Sits on the porch

Still, with a knife

Right on the nose

 

Flame, light, and shine

Round lid and hollows

The pumpkin lamp

The children will follow

 

It hopes to breath

Fire and glow

As children will come

For candy tomorrow

 

Orangy dance

Hallowee’ horror

A clear, bright night

Bringing explorers

 

A wizard, a tiger

A minion, a swallow

The Jack-O’-Lantern

The children will follow

 

Deep-carved eyes

And no ears, oh no

Guiding their steps

To the candy-land world

 

With the cap removed

And two teeth in black

Spirits and witches

Start to come back

 

Right at the door

Guarded by pumpkins

An angel and demons

A spider and clown twins

 

Ghostly moon light

Counting the sheep

To the candy-land world

It’s time to sleep

 

 

Haydeé Espino is a poet and translator from Ciudad Juárez, México.  She is currently studying for her PhD in Translation Studies at Kent State University, and splits her time between Cleveland, Ohio, and Chicago, Illinois.