ISSN 2692-3912

Mujeres y poder: ¿Podemos hablar de igualdad?

 
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Abordar el tema de mujer y poder implica adentrarse en escenarios diversos y complejos ya que el asunto tiene muchas aristas. Desde hace muchos años, México entró en una corriente que promueve la igualdad de género, los derechos de las mujeres y las niñas, siguiendo los preceptos enunciados en los años setenta, después de las cumbres que se realizaron a partir de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, que se llevó a cabo precisamente en México en 1975, convocada por las Naciones Unidas. En ella se establecieron como objetivos primordiales promover la igualdad total de género y la eliminación de la discriminación, así como la integración plena de las mujeres al desarrollo social, económico, político y cultural de nuestro país. Esta primera conferencia mundial fue el punto de partida para integrar agendas de trabajo para las siguientes reuniones de las Conferencias Mundiales: Copenhague(1980), Nairobi (1985) y Beijing (1995).

En estas reuniones (Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, CEDAW, en 1992, y la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Beijing en 1995), México se comprometió a buscar los mecanismos para alentar la participación activa de las mujeres en las esferas pública y privada, buscando la igualdad en todos los procesos legislativos para la promulgación de leyes para eliminar la discriminación y las desigualdades que sufren las mujeres en nuestro país, como lo fueron la Ley del Instituto Nacional de las Mujeres, la Ley de Igualdad entre Hombres y Mujeres, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y la Ley sobre Trata de Personas.

Lo que es, es

Como sabemos, la discriminación de género se basa en la disparidad de condiciones entre hombres y mujeres por el solo hecho de pertenecer a uno u otro sexo. Hechos que experimentamos todos los días en los ámbitos en que nos desenvolvemos. La discriminación con base en género, raza, orientación sexual, clase social y apariencia física, siguen siendo preocupantes en nuestro entorno. Adicionalmente, esa disparidad de condiciones toma matices propios cuando se trata de mujeres trans, que es otra cuestión sobre la cual también se han hecho pronunciamientos desde las convenciones internacionales de derechos humanos y los Principios de Yogakarta.

Ahora bien, sin duda lo que se ha denominado el “empoderamiento” femenino es una tarea ineludible para lograr un verdadero desarrollo sostenible, sin embargo parece que estas metas están lejos de ser alcanzadas a pesar de que las estadísticas muestran avances en cuanto al acceso a la educación y a la incursión en el ámbito económico y político, que sin embargo no son representativos cuantitativa ni cualitativamente. Por mencionar solo un ámbito que implica también a otros más, las desigualdades de género para el acceso a la educación han afectado la participación de las mujeres en casi todos los espacios. Aún a pesar de que en algunas zonas del país más mujeres acceden a la educación superior, las costumbres y los prejuicios sobre la educación se perpetuán y se repiten e influyen sobre niños, adolescentes y personas adultas.

En este contexto, la matrícula en las escuelas de educación superior se ha incrementado alcanzando porcentajes inéditos. Carreras como de Administración de Empresas, Medicina, Arquitectura, Ciencias de la Educación, e inclusive las que han sido tradicionalmente elegidas por los hombres, como las ingenierías, tienen hoy más mujeres estudiantes que antes, según las últimas estadísticas de las universidades públicas en el estado, léase Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) y Universidad Autónoma de Chihuahua (UACh). En los dos últimos ciclos escolares, antes de la pandemia, claro, en la UACJ, se inscribieron un total de 18 mil 210 mujeres en las diferentes facultades para licenciatura y posgrados, en comparación con los 15 mil 805 varones inscritos, en edades comprendidas entre los 18 y los 22 años. En ese mismo periodo en la UACh, se inscribieron 16 mil 325 mujeres (licenciatura, maestría, posgrado), mientras que 13 mil 248 varones lo hicieron. Y si bien el acceso a la educación superior se ha facilitado por ese empoderamiento que las propias mujeres, sobre todo las jóvenes, al llegar al campo laboral el acceso a puestos de poder se ve restringido con argumentos caducos y llenos de prejuicios, sobre todo entre el empresariado, dejando a las mujeres en puestos inferiores y relegando a las que tienen mayor edad, e incluso si las mujeres acceden a puestos directivos, siempre lo harán con menor remuneración que los hombres. Así que la pregunta continúa: ¿igualdad? Y la famosa disparidad de género se diversifica y se extiende como el cabello de la Medusa, sin contar con otras intersecciones en las que las mujeres salen desfavorecidas con mucho, como la cuestión ineludible de las clases sociales, más aún en un medio tan conservador y elitista como la sociedad chihuahuense. Así que la discriminación de género tiene buen tiempo por delante para tratar de ponerse a mano, aunque es una cuestión de los derechos que hemos luchado, defendido y arrebatado las mujeres, no de las apuestas del patriarcado.

Es lo mismo que sucede en el área editorial y con respecto a la producción escrita de las mujeres, quienes son menos publicadas en comparación con escritores varones, pese a que muchas de ellas participan en talleres y realizan diversas actividades que documentan por escrito, desde la ciencia hasta la ciencia ficción. En el entorno en que me desenvuelvo, que es el de la promoción de la cultura, enfocada principalmente de la lectura y la escritura, es bastante elocuente. Por ejemplo, en los talleres de creación literaria un 75% de las personas que asisten son mujeres, y en algunos casos el cien por ciento, lo que indica el interés manifiesto de contar historias o simplemente expresarse por este medio. Sin embargo, a pesar de su amplia producción literaria, pocas mujeres encuentran editoriales que las publiquen.

¿Lo peor de la pandemia?

Todo lo anterior, sin contar aún los efectos que la pandemia ha tenido sobre la situación de mujeres, mujeres trans y niñas, que tanto nos han afectado y nos seguirán afectando, y que han sido diversos, profundos y algunos aparecieron de inmediato (como la violencia) y otros han ido apareciendo de manera paulatina y creciente (como la pauperización de muchas mujeres jefas de familia). En este periodo -como en tantos otros de nuestra historia- me atrevo a aseverar que la economía en nuestro país se ha visto sostenida por el trabajo de las mujeres. El soporte que ellas desempeñan ha sido notable. Dejando de lado el sector salud, en el cual nuestro papel ha sido preponderante (enfermeras, médicas, como cuidadoras, etc.), en el resto del esquema socioeconómico surgieron durante este tiempo miles de pequeñas empresarias que sostuvieron económicamente sus hogares, asumiendo casi cualquier tipo detareas, como venta de comida, equipos de limpieza, cuidado de personas enfermas, habilitación de pequeñas guarderías para madres trabajadoras, pastelería, costura, etc., que generaron una economía subterránea que sostuvo a miles de familias durante este largo periodo. Mujeres empoderadas, quizá sin proponérselo, y que por efectos de la pandemia emergieron como tales, claro: sin seguridad social, sin derechos laborales, sin vacaciones, sin aguinaldos, sin reconocimiento, sin solaz. Es admirable el papel que las madres han asumido para convertirse en maestras de sus hijos mientras toda la educación se volcaba hacia los medios digitales, pese a que -una vez más- esto implicó aumentar todavía más las ya aumentadas cargas de trabajo, en las que, como suele ocurrir, muchos varones se excluyeron voluntariamente de estas tareas, las famosas dobles y triples jornadas que derivaron en suprajornadas y subjornadas. Y pese a todo, la manera digna en que tantas mujeres fueron asumiendo la contingencia.

Pero quizá una de las caras más descarnadas de la pandemia que nos tocó en este inicio de siglo veintiuno sea la “otra” pandemia, muchísimo más grave que el virus mismo: la violencia y sus efectos devastadores. Las cifras de la mal llamada violencia doméstica aumentaron en forma brutal, casi tan brutales como las golpizas, los gritos, las mellas en niñas y niños, mientras veían cómo a sus madres o cuidadoras las maltrataba su violentador, las más veces su propio papá o padrastro, ¡qué dispareja también la marca de la violencia en mujeres y en hombres! Y qué normalización tan insoportable, que ha permeado incluso a las instituciones de las mujeres, niñas y niños que se espera que respondan de inmediato y aún no terminan siquiera de sensibilizarse, pierden las curvas de aprendizaje de años atrás y vuelven a revictimizar a las víctimas, una y otra y otra vez, sin darse cuenta siquiera, funcionarios y funcionarias sin la preparación ni la perspectiva de género, que con rosarios de por medio incluso se atreven a “aconsejar” a las mujeres para que no “rompan” sus hogares. Absurda violencia que por eso no es “doméstica”: es institucional, es patriarcal, es indolente y permanece como la humedad.

Todo esto afectó no solo a las mujeres, sino a las niñas y los niños. Las estadísticas indican que los casos de violencia familiar en Chihuahua se incrementaron en un cien por ciento. Ya de por sí este estado ocupaba el décimo primer lugar entre los estados con más delitos de violencia al seno familiar, y ahora se encuentra en el séptimo lugar a nivel nacional, es poco decir que esto es alarmante. Este incremento en los índices de violencia tiene por protagonistas perpetradores a hombres jóvenes, que tienden a participar en la “cultura del riesgo”, es decir que adoptan conductas que ponen en riesgo su vida y/o la de otras personas, porque repiten el modelo de masculinidad (Gramsci) que se distingue por imponerse sobre las mujeres y estar en competencia y búsqueda de dominio, con una manifestación de violencia que por lo general no dirigen hacia sus congéneres hombres, sino hacia las mujeres y las niñas. Entre tanto cada vez más varones adolescentes y jóvenes engrosan las filas de la delincuencia organizada, y en consecuencia se engrosa en Chihuahua el índice de feminicidios, que ahora no solamente están relacionados con la indolencia patriarcal y el absoluto desprecio por las mujeres y niñas que se manifestó desde finales de los ochentas del siglo pasado en Chihuahua, y con la militarización y los abusos de las policías que llegaban de otros estados a ciudades como Juárez y Chihuahua, a principios y hasta mediados de los noventa, sino que se ‘adosan’ con la despótica y nada silenciosa presencia del marido que pasa de los celos (siempre irracionales) al ahorcamiento o las cuchilladas, y las historias son incontables, pese a que una que otra también engrosa las páginas amarillistas, sin contar, por cierto tampoco, el crecimiento y el descaro del fenómeno de trata de personas (a lo que se sumaron fácilmente los grupos de delincuencia común y organizada, al amparo de instituciones policiales y militares). Apenas en la última semana del mes de marzo del 2022, se registraron once asesinatos de mujeres entre los 17 y 27 años, todas posiblemente de origen campesino, reclutadas con falsas promesas de trabajo para explotarlas sexualmente y tal vez también utilizadas como traficantes de drogas. (Diario de Chihuahua, marzo 31 de 2022).

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Realidades vemos, negaciones no sabemos

La realidad cambia en los estilos de los tiempos y en las clases sociales. Lo puedo recordar a la perfección. En el ámbito privado de clase media alta y alta, algunas mujeres (blancas, la enorme mayoría) se vanaglorian de nunca haber sido acosadas, son la excepción encarnada a la regla de la que tantas suelen quejarse ‘ahora’, nadie jamás llegó siquiera a osar dirigirles una mirada libidinosa, porque ellas “se daban a respetar”. Cada día (cada tiempo) se ha hecho más evidente que los casos de violación, de hostigamiento sexual y de acoso se dan en el círculo de primos, tíos, padres, padrastros y otros parientes cercanos, y no se diga en el entorno laboral y escolar (maestros, jefes, autoridades); pero eso se queda oculto, cuatro paredes. Es de “mal gusto” ventilarlo y ‘exponerse’ al “qué dirán”.

Ahora que están presentes las chicas del “pañuelo verde”, con toda su fuerza y parte de ellas con su juventud, con y sin permiso, reclamando sus derechos al aborto seguro y al derecho a decidir sobre su propio cuerpo, ya nadie recuerda –o voltean convenientemente la vista hacia otro lado–cómo las “niñas bien” de nuestra sociedad (en tiempos no tan lejanos) acudían ala ciudad de El Paso, Texas, pues sus recursos se los permitían, para realizarse un aborto con médicos que se dedicaban a esa labor, bajo todas las medidas de seguridad para las mujeres, mientras que las adultas y las jóvenes pobres morían en manos de personas de escasas entrañas morales o se iban a poner en manos de comadronas, de yerberas, o de las abuelas versadas en estas lides, para librarse de un embarazo no deseado. Estoy hablando de hace no menos de 50 años, hoy por hoy continuamos instalados en esos prejuicios y tachamos las manifestaciones públicas de las jóvenes que se atreven justamente a reclamar sus derechos, y en pleno siglo veintiuno la sociedad, la religión y sus sacerdotes, así como los grupos religiosos y políticos las criminalizan, se atreven a juzgarlas, a llamarlas “asesinas” y las confinan en cárceles por interrumpir un embarazo no deseado en forma segura. Seguimos siendo una sociedad de doble moral, influenciada por la iglesia católica y otras iglesias “cristianas”, en donde esas posturas siguen siendo la marca registrada de pertenecer a una clase social considerada “distinguida”: personas blancas, heterosexuales, que ‘trabajan’, que “no hacen mal”, y que por supuesto tienen de sobra privilegios socioeconómicos y pagan bien sus diezmos.

Todo esto aderezado por las partes más oscuras de la cultura nacional como lo son las percepciones y actitudes que esgrimimos hacia los grupos más vulnerables como son los “diferentes”: los pobres, los indígenas, los morenos, las personas homosexuales, migrantes y…las mujeres. En el discurso oficial hay una gran distancia entre el país que creemos ser y el que realmente somos, siendo las entidades en donde encontramos mayor rechazo, las iglesias, la policía y los servicios de salud. Estas actitudes que se reproducen de norte a sur.

Presencias de mujeres en espacios de poderes

En el entorno de la administración pública, llámese esto gobiernos estatales, municipales, poderes ejecutivo, legislativo y judicial, puede mencionarse también cómo se ha ido dando la aparición de las mujeres en terrenos políticos, ya sea en puestos de representación como en gabinetes u otros espacios de la vida gubernamental y del Estado. En 2014, se estableció la paridad de género como principio constitucional y se exigió este principio a los partidos políticos en la postulación de sus candidaturas para los órganos de elección popular. Esta reglamentación fue puesta en marcha por primera vez en el proceso electoral de 2014-2015, incluyendo a las mujeres en los espacios de decisión pública. Esto dio pie para que al seno de los partidos políticos se dieran a la tarea de proponer mujeres candidatas a ocupar puestos en la administración pública, pero los partidos -forma de patriarcas al fin y al cabo- no pudieron dar el ancho en este proceso y realizaron las cosas de manera emergente, a tal punto que en muchos casos impulsaron candidaturas de mujeres improvisadas, que estaban lejos de conocer lo que entraña el compromiso político. Al interior de los partidos políticos nunca se había dado siquiera la intención de formar cuadros de mujeres, eran casos aislados que se asemejaban a los hombres por la forma de ejercer el poder y por haberse colado prácticamente, a la vera del compadrazgo, al estilo de Elba Esther Gordillo o la propia Beatriz Paredes, que desde el ‘viejo’ PRI (si es que lo hay), dejaron una cierta estela de eso que se llama ‘mujeres y poder’ (otros nombres como Dulce María Sauri, Amalia García o ya en Chihuahua la que llegara a ser primera gobernadora por unas horas, la señora Marta Lara, secretaria de Gobierno en el sexenio del primer Baeza).

El caso es que los partidos fomentaron la llegada al poder legislativo de sus estereotipos de mujeres ‘adecuadas’: las hijas, hermanas, esposas, cuñadas, novias y secretarias de los varones de los partidos políticos, todas ellas sin preparación para asumir el compromiso que implica el servicio público (casi como propios los hombres que se desempeñan así, aunque nadie los escudriña tanto ni tan arteramente como a ellas), y, claro, que respondieran a sus mentores o pidieran después licencia para dejarle su lugar al hombre que el partido quería. El Congreso del Estado de Chihuahua, obedeciendo este “principio”, logró en esos primeros años que se integraran 14 diputadas mujeres en la LXVII Legislatura, de un total de 33 diputados de elección directa y de representación proporcional. La mayoría de ellas, quienes al llegar a la curul, se dedicó a embellecerse bajo la mirada de beneplácito de los hombres (porque para ellos, para eso son las mujeres: para lucir, para que se vean bonitas…y para usarlas) y se concentró en adecuar su vestuario para estar a la moda, sin preocuparse por adquirir conocimientos ni prepararse para asumir lo que significa el quehacer legislativo. En las siguientes legislaturas, se ha conservado el número de mujeres en el Congreso del Estado de Chihuahua, viéndose mayor preocupación por su preparación y participación activa en los procesos legislativos, y esto en buena medida es quehacer de las propias mujeres al interior de los partidos, donde ellas siguen sus luchas y buscan arrebatar los derechos que les corresponden, en justicia.

En cuanto a la inclusión en los puestos de la administración pública estatal y municipal en el Estado de Chihuahua, la presencia de las mujeres se vio incrementada en puestos como titulares de las diferentes Secretarías de Gobierno(eso sí, nunca en una que implique los temas de “seguridad”, hasta ahora, excepto por la procuradora Patricia González, en el sexenio del segundo Baeza), teniendo mayor eco en el Poder Ejecutivo, al que se incorporaron mujeres capacitadas y con mayor conocimiento de lo que significa el servicio público. No así ocurrió en el Poder Judicial, donde la participación mayoritariade los varones sigue siendo una constante, pese a haberse entrevisto un posible logro que fue fugaz y que ahora vuelve por sus fueros a reclamar su lugar patriarcal, vertical, insultante, y patéticamente por la vía de la primera mujer gobernadora, al reformar la Constitución local para permitirse la selección a modo de las magistraturas en el Poder Judicial.

Refiriéndome al Municipio, se dio el mismo fenómeno del Poder Legislativo, aquí con una participación menor de mujeres en puestos ejecutivos, y las que accedieron a esos puestos carecían de preparación, tanto académica como para el ejercicio del poder público. Sin embargo, hay una mayor presencia de mujeres en las diferentes Regidurías de los Ayuntamientos. En tiempos recientes, en estos espacios de los gobiernos estatales y municipales, se ha manifestado una regresión en el nivel estatal (no así en el municipal), y cada vez menos mujeres ejercen puestos directivos y de toma de decisiones en el ámbito público. De ahí la importancia de que en la administración municipal 2021-2024, las regidoras unidas (de todos los partidos) en el municipio de Chihuahua se pronunciaran por una reforma al Código Municipal para que el Congreso apruebe que sea obligatorio para los 67 municipios del estado de Chihuahua la selección de perfiles de mujeres y hombres para constituir gabinetes paritarios en todas las administraciones, y ojalá que ello permee al nivel estatal.

Doble y triple discriminación

La discriminación está tan normalizada, tan terriblemente normalizada, que se puede sumar y no pareciera pasar mucho: no solo ser mujer es una condición vulnerable, si se le suma el hecho de ser trans, o de ser menor de edad, o de ser migrante, o de ser indígena, se va aumentando una condición de tal marginación sociocultural, que resulta difícil sostener la esperanza en que se cumplan los derechos conquistados, las normas formuladas.

Antes de concluir, quiero tocar el tema de las mujeres pertenecientes a los grupos de los pueblos originarios en nuestro entorno. Ellas no solo enfrentan discriminación por su condición de mujeres, sino por su origen racial y étnico, el hecho de ser mujeres indígenas en un contexto por demás complicado, donde viven, además, la inseguridad que campea en las zonas serranas del Estado, en comunidades presas del narcotráfico, con características particulares del fenómeno de la violencia. Por si fuera poco, en estos días estamos viviendo los horrores que viven los migrantes que vienen de muchas partes del mundo. Los grupos de migrantes son aún más vulnerables, y en ellos por supuesto las más afectadas son las mujeres, las niñas y los niños. Los derechos de estas mujeres, no se respetan en nada y además de las carencias que enfrentan tienen que pasar por las trampas mortales que representa el crimen organizado en su paso para llegar a los Estados Unidos y cumplir con el aún anhelado “sueño americano”. Todo este fenómeno acompañado con el aderezo amargo de la discriminación de clase, por color de la piel, apariencia física, forma de vestir, edad, géneros, orígenes. Por eso -por discriminación- no paramos.

Todo esto nos lleva a reflexionar sobre la presencia del esquema patriarcal que lejos de haber cambiado y evolucionado en favor de las mujeres, parece estar registrando un retroceso significativo, no solo en nuestro ámbito, sino a nivel global. En Afganistán, se acaba de decretar que las mujeres deben portar en público el burka completo, que inclusive deben usar guantes y que las que trabajan en las televisoras deben cubrirse el rostro para salir a cámara. El otro fenómeno de vuelta atrás no menos de 50 años, es cómo están cambiando las leyes en relación al derecho que tenemos las mujeres de decidir sobre nuestro cuerpo. Es increíble cómo se pretende torcer los derechos y hacer leyes para castigar el aborto, representando con ello una regresión que de seguro será replicada y alentada en muchos países de Latinoamérica.

Creo que una de las vetas que pudiéramos aprovechar las mujeres para empoderarnos es la educación, que inicia desde el núcleo familiar-el que haya, no uno ideal- y continúa en la capacidad interna de tomar conciencia y tener oportunidades para manifestar lo que se piensa, lo que se vive y lo que se palpa de las realidades de otras mujeres y niñas, lo cual representa un gran esfuerzo ya que implica el cambio de paradigmas que parecen no evolucionar. El conocimiento puede ser una herramienta poderosa para cambiar la situación de las mujeres, de manera que permitan tomar decisiones informadas para su vida y les orienten en su toma de conciencia de su participación política, de su vocación histórica como parte de toda una mitad de la población mundial, que aún tiene mucho de dónde para avanzar y lograr conquistas arrebatándole el poder al poder, y haciéndolo un poder desde la experiencia de las otras, no desde lo conocido que se ejerce como patriarcado. Es un hecho que la educación es una forma de empoderar y dotarnos de conocimientos no solo teóricos sino prácticos, todo lo cual tiene una relación estrecha en las perspectivas de salud, trabajo, vivienda, esparcimiento, cultura, y, por ende, mejores condiciones para las comunidades, las familias y grupos humanos. La educación aún puede revertir a corto y mediano plazo las condiciones de las mujeres y la calidad de su participación en lugares desde donde se ejerce poder político, económico, cultural, de opinión, etcétera. Las mujeres y las niñas educadas e informadas, las mujeres y las adolescentes que luchan y defienden sus derechos, siguen significando la amenaza y la esperanza mayores para que caiga el patriarcado.

Se va a caer, se va a caer…

 

 

Margarita Muñoz-Villalobos es poeta y promotora cultural independiente. Estudió Contaduría y Administración en la Universidad Autónoma de Chihuahua, en donde también cursó el postgrado Literatura y ensayo hispanoamericano del Siglo XX. Ha publicado diversos artículos culturales en los periódicos locales y publicaciones nacionales. Parte de su obra ha sido incluida en más de 15 antologías poéticas. Ha publicado cinco plaquettes y ha participado en numerosos encuentros y festivales de poesía en todo el país, además de algunos de carácter internacional. Ha participado en la organización del Primer Encuentro Estatal de Mujeres Poetas (1996) de los Encuentros Internacionales de Mujeres Poetas en el País de las Nubes en Oaxaca (2014-2018) ;  en el Encuentro Internacional de Mujeres Poetas en Tiempos de Contigencia (2020) y el Encuentro de Literatura Joven (2021). Pertenece a la empresa cultural Intelecta.

 

Liliana Poveda es escritora de origen colombiano. Se ha dedicado a la consultoría en temas de educación ciudadana, elaboración de materiales educativos, formación docente y comunicación. Reside en Chihuahua, México, desde hace más de 10 años.

 

Foto: @Arturo Rodríguez Torija

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