ISSN 2692-3912

Inicio Blog Página 7

Face to Face

0

 

Face to Face

.

Alfredo realizó la llamada habitual de las siete de la noche. El ruido blanco es la constante ante cada una de sus intervenciones. El número telefónico es el mismo, lo ha memorizado y lo tiene presente a la hora de marcar.

–¡Ring, ring!… ¡Hola! ¡Hola!

–Shxcxchcxs.

El lazo emocional es la estática, la cual se encuentra presente de forma indefinida; es un factor que coadyuva en calmar su hostilidad.

–¿Sabes? Me abrumoría desde hace años entre el tedio, impotencia, y la frustración, Me siento inconredo y encabronado. ¡Sí, tal como lo oyes! ¡Totalmente encabronado! Sigo al pie del absurdo que termisucede.

– Shxcxchcxs.

–He dormido mal, apenas unas horas, aunque tomo varios ordopenos durante el día. Estoy cansado. Todo es un desbestia habitado por espíritus que deambulaban entre las cuatro paredes. Dormiré, dormiré un poco. Intentaré ignorar cuan absurda es esta carga perdiencia, pero ya sabes que perdí la noción de este fenostudio.

– Shxcxchcxs.

–¿Sabes? Tengo todo la teninción de hablarte mañana, por teléfono, como lo he hecho hoy, ayer, antier, anteantier y tantos otros días.

– Shxcxchcxs.

¿Separarme de ti? ¡No, nunca haría eso! Créeme me causaría angustia.

– Me voy. Voy a casa. Mañana hablaré a la misma hora.

– Shxcxchcxs.

–Leonardo Reyes el psicólogo leyó la transcripción de la décima grabación del paciente fechada el diecinueve de julio de dos mil dieciocho, revisó también la Anamnesis para valorar los factores previos que desencadenaron la condición actual.

Informantes: Ninguno.

Episodios previos: Se desconocen.

Enfermedad actual: Insomnio, dificultad para hablar. Algunas de sus palabras resultan confusas. Presenta una conmoción cerebral debido a una caída reciente según informó a su ingreso. Frecuencia cardiaca y respiración estable.

Habilidades especiales: Atención, memoria, razonamiento, fuerza.

Hábitos y empleo del tiempo: Fascinación por objetos inanimados (los botones, instrumentos de limpieza, ordenadores, el ruido blanco y el viento). Tiende a contemplar las cosas y quedarse ensimismado por largo tiempo.

Estado de ánimo habitual: Inestable, pierde la calma, ríe, llora, y regresa después a un patrón de comportamiento considerado dentro de lo normal. Se muestra impaciente ante la falta del ruido blanco.

Rasgos dominantes: Temperamento reservado o tímido. Frío, distante, con cierta resistencia a la frustración.

Relaciones con otras personas: Rara vez se encuentra presente, tiende a aislarse.

Diagnóstico tentativo: El paciente presenta un patrón de pensamiento, desempeño y comportamiento marcado y poco saludable. Trastorno esquizoide. Aunado a ello la paramnesia ha alterado su memoria

Tipo de tratamiento: Ambulatorio. Tiempo máximo de estadía: veintiún días.

Leonardo escribió en el registro clínico: Alfredo B., continúa con su ritual y pensamiento obsesivo, el cual consiste en hablar a través del teléfono de la oficina cuando cree que nadie lo observa. El estado de latencia generado a partir de la llamada y el estímulo que recibe del ruido blanco produce en el paciente un estado de calma hasta por quince horas, mostrando una modificación de su conducta habitual en relación con el medio.

Guardó el expediente en el archivero, ajusto sus lentes y salió de aquel hospital psiquiátrico con toda la seriedad profesional que le caracterizaba. Al llegar a su casa, realizó la peculiar rutina que desde hace años había efectuado. Estacionó su auto frente a su domicilio. Aplaudió dos veces, Puso gel antibacterial en sus manos, salió de su auto con lentitud, también se dispuso a revisar su cremallera y que todos los botones de su camisa estuvieran correctamente cerrados. Después caminó con cautela hasta la puerta de su hogar, colocó la llave giró la perilla, y lo recibió el sonido inconfundible y relajante de la estática de su televisor: Shxcxchcxs. Sonrió pensando en cómo un experto en salud mental enfrentaba face to face la locura.

 


Demetrio Navarro del Ángel. (San Luis Potosí, México, 1976). Forma parte de varias antologías entre ellas, plaquette de brevedades. “Dos veces bueno” (2022), “Poetry without borders of peace” (2021), Antología de poesía erótica “Trazos tórridos” (2020). Narrativa y poesía del autor puede encontrarse en publicaciones nacionales e internacionales.

.

Rufus “El Chiflado”

0

 

Rufus “El Chiflado”

.

Nera y Litu fueron notificadas por Euren, como las siguientes en iniciar su servicio el próximo año. En cuanto supieron no dudaron en ir volando a la madriguera de Rufus en busca de información más allá de la que dan en la escuela. Cuando estuvieron cerca de su destino desaceleraron pues las ganas de saber sobre esos seres a los que les facilitarían la vida, no sobrepasaba el miedo o exceso de respeto que le tenían por ese viejo ermitaño.

Rufus había quedado relegado de la sociedad al regresar con prácticas del otro mundo pues no era común hacerlo. Éste delimitaba su casa con plantíos no endémicos del lugar y solo eran reconocidos por un selecto grupo que también convivieron con aquellos seres. Sembraba a prueba y error una y mil variantes de alimentos a los que no entendía del todo. Tenía mutaciones de frutos como cebollines color morado, lechugas con manchas rojas, sandías que sabían a melón podrido y hasta ajos de múltiples colores.

Las novatas se adentraron en uno de los coloridos sembradíos. Nera arrancó de raíz un fruto anaranjado, lo mordió y escupió de inmediato “¿Cómo pueden comer esto?” Litu no contestó pues lamía con vehemencia su hallazgo triangular. “¿Quién anda ahí?” Refunfuño el entusiasta agricultor. Las jóvenes revolotearon algunos segundos y no les quedó de otra que presentarse ante él, después de todo a eso iban.

Luego de un discurso desaprobatorio en donde las chicas aceptaron su falta de educación por invadir su propiedad, ellas se animaron a hacer algunas preguntas. El viejo lanzó un largo gruñido y manoteos inquietantes pues hablar de aquellos seres lo ponían irritable. “Esas criaturas no tienen ni pies, ni cabeza” las chicas se voltearon a ver con los ojos aún más saltados de lo que los tenían, pues eso no lo habían escuchado, “viven como si fueran a estar en la tierra miles de años, pero cuando se percatan de su pronta mortandad ahora si empiezan a poner atención a los detalles importantes”.

—Háblanos de su aspecto físico—interrumpió Nera.

—Múltiples variables, depende la región, algunos muy similares y hay lugares donde se encuentran de todos sus derivados.

—¿De qué color son? —preguntó Litu con impaciencia

—¡Niña! ¿Qué no escuchas? Son múltiples variables.

Nera jaló de una de las orejas puntiagudas de Litu y le susurró el apodo del viejo. Volaron a la salida y a su vez le agradecían el tiempo que les dedicó. Rufus las acompañó y les señaló los cultivos una vez afuera de su casa.

—Miren las cosas que son capaces de hacer, y son actividades que ustedes tendrán que apoyar. El cultivo de alimentos. Ellos siembran y siembran millones de frutos, pero su avaricia es tan grande qué prefieren que se echen a perder si otros no lo intercambian por una moneda que inventaron, muchos mueren de hambre y no les importa. Yo mataría a todos sin excepción.

— ¿Son malvados? Pregunta Litu temerosa. Nera vuelve a jalarla, pero esta vez de una de sus alas.

—Sádicos, irracionales, egoístas… Aunque hay algunos muy decentes, pero están los peores, los que no hacen nada. Imagínense que aquí en el Páramo tuviéramos de esos. Las chicas negaron con la cabeza, de manera desaprobatoria.

  Rufus arrancó una especie de cebollín del suelo, se los dio a probar, pero ninguna extendió el brazo para tomarlo, así que lo hizo, apenas lo masticó y lo devolvió a su mano, luego entre carcajadas les dijo que nunca probaran nada de lo que tenía sembrado él. Nera se elevó unos metros afirmando que este ser estaba chiflado. Litu sin inmutarse contestó que más bien parecía obsesionado con sus experimentos.

Una luz incandescente cegó a las tres criaturas en medio del sembradío de zanahorias. Euren descendió con lentitud hasta ellos. Rufus hizo una reverencia corta mientras que las jóvenes la hicieron hasta el suelo y ahí se quedaron.

—Niñas, si querían saber algo sobre los humanos solo tenían que esperar al solsticio de verano para ver con sus propios ojos su mundo. Ellos no son más que una raza menos dotada que nosotros, pero igual de compleja. Y Rufus deja de intentar dejarlos como locos irracionales. Nosotros no fuimos mejores en su tiempo.

—Lo siento, mi Reina, y eso que no les conté lo peor.

 


Nancy Durán. (Cd. Juárez, Chihuahua, 1990) Comunicóloga, Gozo leer y escribir sobre futuros distopicos, dentro de los géneros de fantasía y ciencia ficción. Cuento con un par de novelas pendientes de publicar que contienen estas características. También tuve la oportunidad de realizar un corto documental apegado a la realidad llamado ¨Club Victoria¨ para el IMCINE.

.

.

Reconocimiento apropiado

0

Reconocimiento apropiado

.

Siete de la tarde: bajarse del auto, dar cinco pasos, girar la perilla. Siete con cinco minutos: entrar a la casa, la cocina. Siete con diez minutos: Abrazar niños, sonreír, sonreír, sonreír. Siete con quince: Ir con esposo y preguntarle “¿cómo te fue amor?”. Besos.

Él sabe. Sonríe. Finge también. La farsa es buena, la tiene bien practicada y bajo control, es su única manera que tiene de no matar a nadie. No porque tenga sentimientos de cariño hacia ellos, sino porque son útiles para esconderse y poder vivir.

Es un teatro. Un cuento que se repite. Un circo, con todo y payasos, actores y animales. Y en el centro, la navaja fiel. La mano que la ciñe. La voluntad que la maneja.

A ella le gustaba hacer las cosas bien, ponía atención a esos detalles que a nadie parecen importarles. Al final se cansó de pretender y con un cuchillo, eliminó a su familia. Fue un lamentable accidente del cual nunca sospecharon de alguien. Su vida cambió a una solitaria.

Mataba de uno en uno, pero la adrenalina logró que el número de víctimas aumentara, quitándole la vida a cinco personas en un solo ataque. Su modus operandi era variado, no despreciaba ninguna herramienta, técnica o víctima, por lo que no se ajustaba a ningún perfil de asesina serial. Se le hacía una estupidez eso de elegir personas con ciertas características físicas, rango de edad, género o porque te recuerda a alguien. Le daba igual si eran chinos, mexicanos, blancos o negros. ¿Por qué limitarse cuando matar a cualquier persona le provoca placer? Todos tienen ojos. Y en todos los ojos, la mirada, y en cada mirada, la luz que se extingue.

Sin embargo, una noche, sentada frente al espejo tuvo un momento de reflexión planteándose su papel en la sociedad. Sin ella, el mundo no tendría miedo. Si tenía esa habilidad debía haber una razón. Había encontrado su función en el mundo. La vida la había hecho así, pero no debido a un evento traumático. Sus padres eran normales, la educaron con respeto y amor. Estudió, pero antes de graduarse, su historial criminal había comenzado.

Su momento reflexivo la había llevado a pensar que era momento de retirarse, buscar el placer en una actividad honrada, encontrar un trabajo, dejar su vida solitaria, hacer amistades. Después de un momento de analizar las cosas, se dio cuenta que aquella profesión no era como dejar de fumar.

Se sentía superior que las autoridades, ya que no habían podido atraparla después de sus víctimas, hasta el día de hoy. La autopsia de su última víctima reveló una pista que fue de ayuda para identificar a esta asesina. Su último deseo se cumplió: dejar de ser anónima.

 


Nohemí Corral Almada. Estudiante en la Licenciatura de Psicología. Integrante del Taller de Narrativa y Poesía, impartido por el Centro Cívico S-Mart, en el cual cuenta con una publicación de antología. También cuenta con una publicación del Taller de Minificciones, impartido por el profesor José Juan Aboytia. Colaboradora de la Revista CASA.

.

A salvo en casa

0

 

A salvo en casa

.

Absorto ve un horizonte desolador, la incertidumbre es un umbral espeso que se interpone en su memoria, duda en cruzar la sólida cerca de palos sucios, al fondo su casa de campo en ruinas. Un torrente de preguntas le asalta: “¿Qué es esto? ¿Me habré equivocado?”

Aquí vivió con María, su rubia esposa. La dejó embarazada antes de firmar el contrato. Incrédulo, saca otro cigarrillo de su mochila. Aspira profundo, lo disfruta, su mirada fija en el contorno gris. Se decide, explora sigiloso por los terrenos. Busca pistas y recuerdos.

Llegó oculto para encontrarse a sí mismo, sin saber en realidad si es y pertenece a éste lugar. No reconoce del todo por olvido o sin razón la luz interna de los cerrojos, a los campos por donde corrió junto a ella. Allá, un columpio caído, en el otro, cuelgan trozos de sogas. Las tierras fértiles que abandonó, las cubren montículos de hojas muertas, sueños de los esqueletos en pie, un nido al menos quizá dos con alfileres entre ellos, le dan la espalda.

Va a paso lento con sus delirios, al preguntarles por los ausentes, callan sus sombras. Espacio lleno de ojos abiertos entre las noches con estrellas sin brillo, pobladas de cuervos que vuelan entre nubes de vacíos. Mecen su memoria como un péndulo estático en un reloj de pared en medio de una roca oculta entre atardeceres y el roció.

Se acerca con cautela al granero en tapias, escudriña, por experiencia sospecha una trampa del enemigo. Una granja en abandono es un camuflaje, lo recuerda bien. Le silva dos tres veces a su amada. Escucha ruidos extraños. No hay luces, la obscuridad se mezcla con las pausas de murmullos lejanos color sepia. El “María” desesperado se pierde en el vacío.

Prepara el rescate a oscuras, cara pintada y arma en mano, patea el “se vende”. Pecho a tierra se arrastra a la principal. Hace una señal de inicio de combate a las sombras que lo siguen, dos al flanco derecho, uno por la izquierda, todo en silencio, avanza cojeando. De pie, en posición de asalto a un lado de la puerta, ve junto a su hombro un adorno, el hogar de los abuelos, número y calle. Revisa con su lámpara, respira hondo, está en casa y a salvo.

Le da la bienvenida en la sala una rata gorda, explota en pedazos por las expansivas 357 mágnum, cuatro, cinco más salpican con bazofia la oscuridad de la cocina. El resto huye al campo, tras ellas, su risa siniestra. Pone más balas para abatir al pelotón, cree, lo persiguen.

Detecta un extraño brillo por la cornisa de las ventanas. Se tira al piso, apunta hacia al cielo, la amenaza viene por los aires. Inmóvil un instante, abre fuego. En zigzag como serpiente de inmediato para no ser blanco fijo. Lo han encontrado. Busca su arsenal a tientas. El sudor del estrés diluye el añejo olor a pay de manzanas. Una madeja de telarañas cubre el tesoro de los violines de la cajita musical, regalo de aniversario al celebrar que eran el uno para el otro y por siempre. Al roce de su mano al protegerse, desata el canto de los dioses en sincronía con el destello de las luciérnagas que confundió con luces de bengala.

Un golpe esparce la partitura rota, entre astillas color caoba. Otro símbolo de aquella promesa de amor que, echó por la borda, al tomar los remos disfrazado de héroe inmaculado.

La pesadez del silencio avala su victoria. ¡No! la que entre los abismos reales tejió entresueños, en sus insomnios de noches inciertas en otros países; nunca la alcanzó en el fondo. Llegó el viento arrogante de ayer y le ordena, irás a otro frente, a donde van las tortugas a desovar en playas que no conoces, transcritas en el rollo mil doscientos de un escrito en papiro que se deshizo, en un siglo desconocido, junto a la sangre de quienes lo guardaron en un cesto tejido de luz; recuerdos estériles en una casa apolillada y vidrios rotos.

Abre otra puerta, entre el canto de los grillos y rechinidos, fluye el balanceo de la cuerda de un gato negro colgado en el tejado, sus cuencas, rincón de ecos, últimos maullidos de su querida Mimí, unidos con la serenidad de la luna. Llena de sonrisas, le da los ramos marchitos sobre la almohada rota, donde soñaron juntos un proyecto de vida. La carta de quien no le espera, es raíz y tallo seco. Las semillas de sus palabras florecieron en los días de su aventura militar; el amor o dolor quedó junto a la madera carcomida del marco, donde se recarga.

Las líneas agonizaron lentas, sus cenizas, esferas de polvo, rodaron al ritmo de las campanadas, al bostezo ocho de cada mañana. Bendecidas por el de la sotana negra, el mismo que le dio la venia divina cuando se hincó para ir, a imponer armado, valores que no práctica.

Levanta una nube de polvo al ver su foto de soldado ojo azul, corpulento y orgulloso boina verde. Sobre su cristal, ella con lápiz labial dibujó un payaso sonrisa triste que llora. En otra, María abraza un bebé, le dispara. Suspira satisfecho, liberado el sector de enemigos y fantasmas, descansa. Las botas sobre la mesa de centro. Abre las fundas de las armas largas, desliza lento sobre el reluciente acero sus dedos. Revisa mecanismos, las carga. Saca mapas, ubica escuelas, iglesias y centros comerciales. Recuerda rutinas y horarios, enciende otro cigarro, diseña el plan de ataque. Marca al celular de María, escucha la voz de un niño. Le cuelga. Listo, corta cartucho. La cannabis lo duerme. Sueña tranquilo con otra masacre, en pro de la libertad y la seguridad amenazada de su nación. Al mínimo ruido, apunta. Cabecea.

 


Humberto Salas Benavides. (Hidalgo del Parral, Chih., 1954). Inquieto, irreverente, curioso y aspirante a trotar Chihuahua, a México, Latinoamérica. No me intimida el desafío o reto de la naturaleza de donde provenga. Tallerista en narrativa que intenta escribir una vasta experiencia de vida, más la que experimento al día, por observación o en forma indirecta. Publicaciones en Cuadernos Fronterizos – UACJ.

Un PERO en la cara

0

 

Un PERO en la cara

.

“Tienes un PERO en la cara.” Mi madre me mira con asombro mezclado con cierto dejo de incertidumbre. Hasta eso que la entiendo, a lo mejor se lo solté muy brusco, para ese momento ya estaba cansado, no tenía tiempo para delicadezas. Llevaba horas buscando.

“Ok, tienes un PERO en la cara, justo en tu mejilla derecha no muy lejos de tu ojo. Necesito que me lo devuelvas.” Le repetí, tratando esta vez de ser un poco más especificó a la vez que condescendiente con ella, me desespera que no me entienda la mayoría de las veces. No hubo respuesta. Bueno, sí hubo: me planto una cachetada justo después de que le pellizqué la mejilla para tratar de quitárselo. Lo peor del caso es que el condenado PERO se me escapó.

Regresé a mi cuarto. No fue porque mi madre me lo hubiera pedido de forma tan vehemente, amenazándome no solo con dejarme sin cenar sino también decirle a mi padre cuando volviera. Si como no, si ella supiera… Bueno, el hecho es que yo necesitaba volver a mi escritorio lo antes posible para checar que todavía siguieran allí el resto de las palabras. O con un poco de suerte que hubieran ya regresado las ausentes. No fue así. Aquel papel seguía casi tan blanco como cuando salí de la habitación. Apenas unas breves e inconclusas líneas a lo largo, llenas de agujeros, cargadas de palabras desaparecidas. Me culpo por ello.

Cuando desperté descubriendo aquella hoja en mi mesita de noche me embargo la curiosidad, aquella caligrafía tan familiar me emocionó. Solo la alcancé a leer una vez, sacudirla tan fuerte fue una reacción involuntaria. Nunca habría imaginado que aquellas palabras saldrían volando y una vez liberadas correrían a esconderse. Bueno, supongo que, si lo pudiera imaginar, mi madre siempre me ha culpado de estar loco. “Eso lo sacaste del lado de tu padre”, me repite en cada oportunidad.

Busco por todos lados, en un cajón descubro lo más importante. La mentira esta sobre el vidrio de la ventana, yo creo trataba de escapar. Debajo de la alfombra: vida, seguir, feliz, así. Poco a poco las voy encontrando, las dejo sobre el papel, van tomando su lugar. Falta una. Luego la busco, estoy cansado. Me recuesto en la cama, me quedo dormido. No por mucho tiempo.

El sonido de la puerta me despierta. Mi madre entra a mi cuarto, deja una charola con la cena sobre el escritorio. Descubre la hoja. La sujeta. Comienza a leerla. Allí está el PERO de nuevo, esta vez lo descubro en su mirada: se ha encapsulado en una lágrima que se escurre por su mejilla, puedo verlo aferrándose a su rostro. La gravedad al fin lo vence, cae estrellándose sobre el papel que mi madre sostiene entre sus manos. La última palabra ha vuelto a su lugar, la carta al fin esta completa… mi familia está hecha pedazos. Mi madre termina de leerla, la estruja, la arroja, sale corriendo de la habitación. Congelado desde mi cama lo único que puedo pensar es: “Malditas palabras, no debí de haberlas buscado”. Me levanto, la recojo. Leo de nuevo:

Querido hijo, quiero que sepas que eres lo más importante para mí y esto no tiene nada que ver contigo o tu condición. Cuando encuentres estas líneas ya me abre ido. Ojalá algún día cuando lo entiendas sepas perdonarme.

Por favor oculta esta carta de tu madre, ya hablaré yo con ella. Mi vida ha sido una mentira, no puedo seguir así. No quiero terminar odiándola. Ella es una buena mujer, he sido feliz a su lado… PERO NO LA AMO.

Cuídate mucho, sigue tomando tus medicamentos. Ya regresaré por ti.

Con amor, papá.

 


Eugenio Abraham Puente. Tampiqueño por nacimiento, jarocho por ascendencia y juarense por decisión. Asiduo de los comics, la fantasía y comer tacos. Le fascina crear y compartir ideas en la escritura. Estudió para hacerlo en lenguajes de programación que es de lo que trabaja como ingeniero. También lo hace con luz como fotógrafo, actividad que apoya movimientos y causas sociales con énfasis en la diversidad LGBTTQI+.

.

.

.

.

Pérdida vital

0

 

Pérdida vital

.

Svetlana abre la puerta. Cuando sus ojos se reponen de recibir el sol de frente, distingue a un soldado. Lleva el uniforme rasgado, mugroso. A través de la suciedad de su piel se pueden ver heridas recientes y cicatrices. Tiene los labios hinchados, con costras, gotas de sangre salen de la nariz, una oreja partida en dos por una herida de bala. Su cabeza está apenas cubierta de mechones de cabello corto. Un olor nauseabundo marea a la mujer, una viuda sola. Conteniendo el llanto, lo empuja de los hombros hacia atrás.

—No me queda nada para darte, sigue tu camino— dice la mujer, con toda la energía que es capaz de recobrar.

—Esta es mi casa, volví —contesta con voz tenue la persona recién llegada, sin moverse.

“Uno más que perdió la razón, más valía que hubiera muerto” reflexiona ella, suspirando. Resiste el vómito ante el olor fétido que distingue con la cercanía del cuerpo andrajoso. Al agachar la cabeza y tratar de ocultar las náuseas, observa las botas sucias, las piernas heridas a través de los jirones del pantalón, y de pronto, en la rodilla derecha, descubre la cicatriz de aquella hija que vio salir cuatro años antes.

—Hija, hija mía, ¡volviste, volviste! — dice tomándola en los brazos. Al verla a la cara reconoce los ojos color miel de la chiquilla que se aferró a luchar por la patria. Entran, la joven se desmaya de cansancio, de hambre, de sed. Regresa a punto de cumplir veinte años.

La joven duerme por días. Los lapsos en que despierta, solo pide agua, pero Svetlana le da también sorbos de caldo de papas; de la única planta que logró salvar del huerto. Cuando sale de la casa y camina alrededor, siempre lo hace tocando las paredes con un dedo, un pie, la cabeza. Con las manos se aprieta el abdomen, tapa su boca, sus ojos, sus oídos. Repite una palabra constantemente: “sangre.” No es una queja, no hay mueca de asco, es apenas audible, pero no hay duda, todos entienden que eso es lo que dice. Busca al acostarse, cuando ve entre las grietas de las paredes, al mover las ramas, siempre en el mismo tono quedito, se escucha, lo dice: “sangre.” Hurga dentro de la casa, “sangre” sigue diciendo, al mover objetos, al quitarse la ropa del padre para alternarla con la ropa del hermano. La madre ha suplicado que vuelva a usar vestidos, los que pudo conservar en buen estado, con flores, de colores vivos. Eka se niega rotundamente. “No puedo, no son para mí, son para la que era, la que estuvo” dice llorando al pasar los vestidos sobre su cabeza, casi con violencia contra la madre que intenta vestirla como cuando fue pequeña. Su paso genera miedo, asco, pero pocas veces da pena.

Las autoridades se han enterado del caso de la joven. Vienen a cumplir consignas, no se sabe si buenas o malas. El capitán entra a la casa de la joven y su madre. Varios vecinos han dado la queja de que está mal de la cabeza, es huraña, asusta. Los guardias evitan que se acerquen.

—En descanso, soldado. —indica el médico con firmeza— Dígame el motivo por el que no quiere llevar vestido. La guerra terminó, ganamos, sobrevivió. Su madre está viva y su casa no está completamente en ruinas.

Ekaterina respira profundo, rígida, sin moverse un centímetro, comienza a hablar.

—En el escuadrón fuimos doscientas, salíamos siempre al frente. Al principio, los soldados pensaron que era agua sucia, lodo, incluso aceite. En ocasiones, cuando dormíamos, hacíamos a un lado nuestra ropa, no podíamos lavarla. Algunas de mis compañeras murieron en un lago al que entramos a pesar de los bombardeos, ¡queríamos estar limpias, de su olor, de las costras, de la vergüenza con los otros! El capitán nos puso bajo arresto cuando descubrió lo que hicimos. Yo era la encargada, tuve que explicarle. Me gritó en el oído: ¡es lo que las hace mujeres, son unas tontas! ¿Con qué dignidad podrán regresar a ser madres y esposas? Yo, la perdí, capitán, y otras, pero ellas murieron. Reviso dentro y fuera, todos los días, capitán. La voy a encontrar. Permiso para romper filas, capitán.

No espera respuesta, sale a mover piedras y escombros con los pies, mete los brazos en los huecos de las bardas, en agujeros de la tierra. Y bajito, dice “sangre, mi sangre, la sangre.”

.

INFORME 3042/5000 – CASO 3042

General Jefe de Brigada Heroica, Unidad de Reconocimientos.

P r e s e n t e.

Inútil entregar medalla de VALOR E INTELIGENCIA. La soldado ha tenido una pérdida vital, que la afectó mentalmente. Nos movemos al siguiente poblado.

 


Y. Zavarro Docente de profesión y por vocación. Lectora voraz con más de 40 años de experiencia en el disfrute de historias de casi todo tipo. Alumna novata en talleres de narrativa, con el propósito de experimentar con el lenguaje para comunicar ideas a manera de catarsis.

.

Fascíname

0

 

Fascíname

.

Isabel, vive en Sintra Portugal, en una casa de mosaicos azules, la fachada es semejante a la de un castillo. En este lugar, moran mujeres ancianas que se quedaron solas. Ella se niega a no ver realizado su deseo. Sus padres se conocieron en Porto en un hospital de la ceguera; ellos eran ciegos, por este motivo nunca se pudo casar y tener hijos, aunque fue algo que siempre soñó.

Y se la pasa ahí, sacudiéndose el polvo de los años. Hoy la escuché hablar sola; me asomé por su ventana. ¡Esta vestida de novia, se puso mi bata blanca y se hizo el velo con el mantel de encaje! ¡Hasta sé maquilló con mis pinturas!

Isabel, es una mujer que siempre habla del deseo que tuvo de formar una familia, pero por cuidar de sus padres no pudo lograrlo. Las veces que el amor toco a su puerta fueron varias. Ahora esta tratando de realizar ese anhelo. Y ya arreglada habla para sí:

Hoy me caso con Juan de Castilla rey de España; y a partir de ahora seré la reina de Castilla, dejare de ser Isabel de Portugal. Alfonso mi hermano me llevará a la iglesia; llamaré a mi hermana para que me ayude a terminar de vestir: —¡Juana María! —Ya estoy aquí hermana, ¿que se te ofrece? —Mira, ayúdame a ponerme las zapatillas; después vas a ver si ya está listo el carruaje por favor. —¡Espérate! Dime, ¿Ya está vuestra hermana Catalina? Ya ves que ella va a cantar en mi ceremonia, —Si, está en la catedral esperándote. Hace dos horas la trajeron de Cascáis.

  Salió de la habitación, ahora camina rumbo al jardín; las burlas de sus compañeras podrían arrancarle su deleite. Pero ella está absorta disfrutando su momento, no sé ha dado cuenta que desde lejos yo la estoy viendo. ¡Que bella se ve! Aún con sus noventa años; resalta su tez blanca y sus facciones finas que a pesar de los años todavía conserva, los rizos de cabello plateado hasta los hombros, combinan con su arreglo de novia.

Todos han enmudecido, viéndola recorrer el jardín hablando sola: pero ahí viene, simulando caminar del brazo del rey.

Ahora, entró a su cuarto y cerró la puerta, imaginando que con ella está su marido el rey Juan de Castilla. Y aunque nunca conoció varón, hizo lo que algunas veces leyó que se hace en las noches de amor:

—Mi señor: ¡qué gran dicha la mía, por fin seré su mujer!

—¡Sí, mi amada! Ven pequeña, embriaguémonos de amores; déjame sentir la fragilidad de tu ser junto al mío, hagamos de los dos una sola carne.

—¡Fascíname, cariño, toma mi cuerpo y desahoguemos nuestra pasión!

         Ayer tuvo su noche de amor, y hoy dice que está embarazada de Juan II de Castilla, por lo tanto, se prepara para recibir al príncipe Fernando.

      Hoy, amaneció más cansada que de costumbre, pero no deja de sonreír, se frota el vientre; ya lo tiene algo abultado, le pregunté si se siente bien y sólo dijo que muy pronto dará a luz. Quiere ir a caminar. Tiene una sonrisa muy ingenua me hace pensar que en verdad disfruta de su fantasía.

—Querido, ya te quiero conocer; presiento que serás muy parecido a tu padre, espero que él regrese pronto y este aquí para cuando tu nazcas, te prometo bautizarte en Lisboa, sí, ahí donde Juan me propuso matrimonio.

¡Que bárbara! ¡No puedo creer lo que estoy escuchando! Pero sí, cada día yo la veo muy mal; sé queja de dolor en la cadera y respira con dificultad.

—¡Tengo mucho calor, me estoy ahogando! ¡Por favor!… ¡Corran por la partera que ya voy a dar a luz! ¡Anaaa, apúrate que me muero, ya no aguanto más, va a nacer mi hijo el príncipe!

  Sí, ha fallecido. No sé dio cuenta, pero estaba con ella, quitándole dos almohadas del vientre; pero bueno, en medio de su locura, logro irse de esta vida cómo siempre lo soñó. Ser madre.

 


Ana María Hernández Herrera. Enfermera de profesión desde 1979. Sus escritos han sido publicados en la revista Selecciones, Aposento Alto y el Diario de Juárez.

.

.

Corregüelas moradas

0

 

Corregüelas moradas

.

Cuando cumplí ocho, mamá me compró una Vagabundo, la usé por varios años, a veces nos montábamos tres en ella y recorríamos toda la cuadra hasta que terminaba el pavimento. Me esperaba tejiendo con su aguja de ganchillo, sentada en la silla verde que hasta hace poco seguía en el pórtico. Todo el tiempo me estaba echando un ojo. A la hora de cenar platicábamos o contaba historias.

Había una vez un extraño lugar donde el agua potable se acababa por las tardes. Pero tenía una llave pública y cualquiera llenaba cubetas para llevar a su casa. Ahi vivía una chica, la persona más feliz que se hubiera conocido. Se llamaba Reynalda. A diario la veíamos hablando consigo misma o con quién solo ella sabía, esas charlas le provocaban risotadas. A los hombres lanzaba palabras ofensivas que aprendió escuchando a los vagos de la esquina; solo uno salía librado de insultos, don Fernando el tendero, quien no dudaba en compartirle una fruta o golosina cuando se acercaba a la tienda. Solía corretear a las mujeres, por alguna razón no les repartía insultos, pero intentaba espantarlas.

Era bonita, tenía un diminuto rostro, a pesar de la resequedad que el clima dejó en sus mejillas cambiando unas chapas rosadas por unas manchas marrón, su cabello mal cortado, un fleco disparejo encima de las cejas. Se suponía que era una mujer porque llevaba varios años merodeando, pero su aspecto era más parecido al de una niña. Usaba zapatos azules de plástico, que hacían un ruido peculiar al arrastrar los pies sobre la banqueta, la falda de un tono que alguna vez fue negro alcanzaba a cubrir sus rodillas y un suéter holgado, aunque no hiciera frío.

La llave se encontraba al final de la calle, que bien podría ser el final del mundo, pues más allá de eso solo se avizoraban enormes ramas de un espeso follaje que no dejaba pasar ni la luz, había un túnel tenebroso en el que se dijo, se perdieron varios niños desobedientes. Antes de llegar se encontraba un sendero polvoriento adornado por las campanillas violeta que se enredaban a las piedras del camino. A quien se quedara quieto unos minutos se le trepaban por los pies con sus traviesas ramitas que parecían frágiles, pero podían cortar los dedos si intentaban arrancarlas de tajo. Los dientes de león se balanceaban para atraer a los niños, hipnóticos se adentraban en las pupilas hasta lograr un soplo sobre la efímera silueta, liberándola del tallo y esparciendo destellos tan alto como fuera posible antes de caer con gracia.

Una tarde Reynalda se acercó a otra chica que cargaba su cubeta. Ella confió en que solo pasaría de largo, la miraba de reojo y no le presto mayor atención, se limitaba a escucharla reír. En un descuido, las risas ya estaban muy cerca y entonces cayó dentro de la pileta. Tremendo chapuzón la hizo gritar y a la garganta fueron a parar los dientes de león. La desconsiderada aplaudió contenta por su hazaña, mientras la otra refunfuñaba.

El llanto de mamá interrumpía la historia, yo pensaba que era a propósito para agregar drama. Ahora recuerdo como un rompecabezas esas cosas extrañas que hacía, como encender una vela cada diez de febrero, disque porque se avecinaba el día del amor. O cuando se dio un tiro con una ruca desconocida en una tienda de juguetes solo por decir que me parecía a mi madre, aunque ni al caso, estaba en la creencia de parecerme a mi padre, el pleito no era para tanto. Nos salimos y tuvimos que volver después. No me quiso dar explicación, pero nunca la vi más emperrada. Y eso de que no visitábamos a los abuelos, eran ellos quienes venían a vernos, así que por mucho tiempo no conocí el lugar donde creció. Era muy reservada.

El día que me gradué de la prepa, ya solas, se puso sentimental y quiso terminar la historia de Reynalda. Lo que me dejó perpleja. Ahora siento que la amo y la admiro más que antes.

  Estuve molesta por algún tiempo después de que me empujó en la pileta. Pero cuando la barriga le empezó a crecer y todos en el barrio hablaban del abuso y la injusticia cometidos, la perdoné. La criatura quedó en orfandad unas horas después de nacer, destinada a vivir con la única pariente que tenía, la tía anciana que no la podría cuidar. Apoyada por mi familia y la tuya hice todo lo legal para quedarme contigo. Desde entonces pongo un altar sin foto cada febrero por el aniversario de la mujer que te trajo al mundo.

Esas flores moradas que crecen como un bordado sobre la orilla de la banqueta, emergiendo con terquedad entre rendijas, logran asirse a un árbol, trepan inquietas por mostrar su centro encendido como luciérnaga al arribo de la noche, espero que aparezcan, con esmero las trasplanto al pequeño jardín de la casa, guiándolas sobre la pared, me gusta que en pocos días tengamos tupido de campanitas titilando con cualquier vientecillo, porque me recuerdan a Reynalda sonriente, colocando sobre su cabeza una guirnalda de corregüelas.

 


Liliana Macías. Contador Público de profesión. Originaria de Durango.  Radica en Ciudad Juárez, Chihuahua. Ha sido participante de los talleres de Poesía y Narrativa que se imparten en Centro Cívico Smart, donde ha colaborado en dos Antologías.

.

Diagnóstico

0

 

Diagnóstico

.

Hace meses presento un cuadro repetitivo de síntomas, he conversado con varios especialistas espero seas el último y me des un resultado diferente.

  Con el primero que hable fue con el que siempre comparto la mitad de mis responsabilidades. Estaba cansada, no podía realizar otra vez mis actividades diarias como antes. Sentía tristeza porque mi cerebro las planeó y anhelaba, pero el resto del cuerpo no correspondía de manera recíproca. El no hacer actividades físicas me dejó sola con mi mente, pasaba el tiempo y solo hacía la mitad de lo que programé. Después la culpa apareció. Además de no poder bajar de peso, todo esto atribuido al desajuste hormonal y al diagnóstico colectivo.

  Cuando parecía que todo iba encaminándose hacia la tranquilidad, llegaron las madrugadas, cambios de hábitos por mi hijo. El desarrollo constante solo hizo que las actividades y sensaciones no lo fueran. Como las prisas de tener la nueva comida lista, que fuera la adecuada y llegó el miedo. Esa ansiedad por un fracaso o accidente imaginario. Que solo conllevó a la contracción muscular y el llanto por la impotencia. Además de los síntomas antes mencionados. Todo esto lo expuse al “especialista” que me conoce desde que nací y solo se dispuso a decirme que es normal, hay mujeres peores que yo, debería de estar agradecida porque toda mi familia y en especial mi bebé tenía salud. Que no podía estar así y menos si con el tiempo tenía un segundo hijo.

  Al último dejé a un par de “especialistas” que conocí en la universidad, pero por más que traté de agendar cita nunca coincidíamos así que desistí y esperaré a que tengan un espacio para mí.

  Volví a la meditación antes de dormir. La dejé después de la pandemia porque ya no la necesitaba. Recordé lo que me dijiste: cada alteración en mi vida lo viera como una temporada de la serie sobre mí.

He sido autodidacta con respecto a la maternidad y busqué grupos de apoyo, tomé como reto las transiciones de rutinas de mi bebé. Asisto a clases de literatura, algunos conocidos me han hablado para realizar trabajos y tener un ingreso extra, empecé hacer ejercicio.

Saqué cita contigo de nuevo porque en algunas ocasiones recaigo en algunos de los síntomas y me gustaría escuchar otro diagnóstico, no necesito solo que me sigan diciendo: “estás loca”.

 


Beatriz Márquez Gutiérrez. (Cd Juárez, Chihuahua, 1991). Bióloga de profesión. Fanática de los géneros de terror, suspenso, novela histórica y científica. Apasionada también por los insectos y la cultura egipcia. Cuenta con publicaciones de otros talleres, además de participaciones en antologías mexicanas e internacionales.

War Hero

0

.

War Hero

El encuentro ocurrió un domingo en que visitaba a mi padre. La verdad, no solía procurarlo. Mucho menos cuando supe que regresó a ese lugar. Para mí, aquel barrio fue superado al mudarnos. Sin embargo, él volvió a ese escondrijo carente de drenaje y pavimento; lo hizo después del divorcio causado por su fidelidad a los vicios. Por añoranza o degradación—lo desconocía—, él pasaba los años en el peor nido de decadencia y notas rojas de la ciudad; donde el pan de cada día eran asesinatos, narcomantas, balaceras, picaderos, placazos y perros sorbiendo aguas negras de los charcos. Por eso rechacé tanto sus invitaciones; hasta que la enfermedad me obligó a prestarle apoyo. Fue ahí que me reencontré con Medrano.

A él lo había visto por última vez al terminar la secundaria. Cuando lo conocí, acababa de llegar a la colonia y era un raquítico enano al que tiro por viaje aporreaban. Por simpatía o pesar, lo protegí de la salvajada en la escuela. Nos hicimos amigos. En mis memorias, Medrano era un niño inocente y acomodado; uno que sus padres trataban con crueldad y el barrio maltrató por ser hijo de migrados. Insisto, él era un pequeñín, totalmente ajeno al gigante fornido en camisa de resaque que, con voz gruesa, me saludó desde la calle justo cuando iba entrando al cuartito que rentaba mi padre.

—¡Hey, Migue!, ¿dont know me, bro? —su voz era ronca.

—¿Medrano?, ¡no manches!, ¿cómo estás? —me acerqué a él mientras mi papá, receloso, cerró la puerta. Atribuí esa reacción a su mal carácter y la interrupción del plan.

So, ese bato de ahí, ¿es tu jefe? —me preguntó Medrano en tono tosco.

—Sí, creo que nunca los presenté cuando éramos morros, ¿verdad?

Francamente, me extrañó la pregunta; sobre todo la forma, sin embargo, habían pasado veinte años y no sabíamos nada el uno del otro. Ese día, mi padre tenía un pendiente con llamadas a farmacias por medicamento y decidí ponerme al día con el amigo.

Por mi parte, estaba en planes de casarme. A Medrano le antecedían dos divorcios y hartos enredos con chicanas. Actualmente, me dijo, andaba happily free.

—También estuve en el Army. Ahora soy War Hero —me aclaró.

Sorprendido, le compartí que estudié psicología.

—¡Oh right!, so ¿tú sabes de los borderline? —me preguntó interesado.

—Mmm… pues te diré… no es mi fuerte. Es que ese diagnóstico sí está jodido: emociones intensas, violencia, impulsos, estrés; esa raza está a un pasito de la locura.

—Simón… eso me diagnosticaron después de Afganistán.

—¡Chin!, entiendo…—intente reparar —en lo que pueda ayudarte…

Dont worry, bato.

Siguió con la puesta al día: cambio de residencia a Chula Vista-ingreso a Highschool-inscripción al Army-reclutamiento-Guerra de Afganistán-misiones-Oriente-armas-muertos…

Justo en ese punto paró. Se hizo un extraño silencio y no explicó más.

En cuanto a mí, no cabía de la sorpresa. Todo rastro del chico miedoso, con voz chillona, golpeado por cholos y maltratado por sus padres, había desaparecido. Se lo comenté.

—Tuve que matar a ese cabrón, bro. Ese Medrano ya no existe, ahora está el Poison. Soy veterano, aunque me impusieron conditional liberty por chingarme a un cabrón, y ya sabes, tengo que visitar a un shrink por el treatment.

Quise ahondar en detalles y, justo cuando estaba por abrir los labios, me frenó de tajo.

—No preguntes. Tampoco me gusta contarlo. Además, tú fuiste nice conmigo. Es mejor que cada quien siga con sus business.

Asentí, pero experimenté una extraña imposición, preguntándome por la lejana inocencia de Medrano ahora sepultada bajo la frialdad del Poison.

—Okey… see you bronice —me dijo dándome el cortón.

—¡Me dio gusto verte, canijo! —lo quise abrazar, pero se plantó y solo estiró el puño. Fue incómodo. En ese momento entendí que era cierto, mi amigo Medrano había muerto.

It´s okey —respondió seco.

Justo estaba por darse la vuelta, cuando clavó su mirada en el suelo y se acarició el mentón.

You know… dile a tu bato que, nomás por ser de tu family, no hay pedo, está clean conmigo, que le caiga al rato.

—¿De qué hab…

—¡Tú dile así, bro!

Quedé chocado.

Nice… —asintió relajando el tono. Después regresó a su casa y azotó la reja.

Cuando volví al cuartito, mi padre me recibió lívido. Pelando los ojos me preguntó:

—¡¿Qué pasó-qué pasó?!, ¡dime qué te dijo el Poison!

 


Ángel Luna. Tijuana, México. Psicoanalista y doctor en estudios de migración. Su propuesta narrativa ha sido publicada en las revistas electrónicas El Comité 1973 y Erizo media. Su relato Mil y una, aparece en la antología Letras Peregrinas bajo la editorial Desliz. Asimismo, En el otro lado, Yo sí soy de México y el poema Migrar, conforman la publicación Laberintos de la migración, editada por El Colegio de la Frontera Norte.