ISSN 2692-3912

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Los tiempos del Covid en Dinamarca

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          Mi agradecimiento a Julio Jensen por el interés en mi obra y sus consejos literarios y a Thierry Machet por el diseño del fotomontaje y el texto. Gracias a Robert Paddison y Lawrence Young por la revisión de la versión inglesa del poema. Gracias igualmente  a Tecla Lumbreras, Thora Vinther, Hans Lauge Hansen, Isabel Yordí Aguirre y Luka Lazovic por sus comentarios críticos.

           D.R

 

   Estimado lector “Los tiempos del Covid en Dinamarca” es un  poema que seguramente defraudará y molestará a algunos. El poema se gestó a partir de la realización de un pequeño video –  el cual filmé de modo improvisado sobre este motivo con mi teléfono móvil- y cuyas imágenes subrayé con algunas frases rimbombantes, en un inglés tosco e imperfecto. Me pareció que así se acentuaba el carácter burlesco y tragicómico que quería que éste tuviese.

Que el tema es conflictivo es seguro, porque envié un borrador a algunos amigos y coseché de inmediato un aluvión de críticas. La más llamativa de ellas fue la de una persona de la que obtuve una respuesta contundente e injusta: una foto, enviada por WhatsApp, de gran número de sarcófagos alineados acompañada por un pie de página, también en inglés, que rezaba “FYI”…o lo que es lo mismo “For your information”. Evidentemente dicha persona, que desde luego no debe de conocerme bien, daba a entender que yo no estaba informado de la situación, que era un irresponsable diciendo que no había que protegerse contra la pandemia y lo que es peor ¡qué me olvidaba del sufrimiento de la gente y de los muertos!

¡Cuánto se malinterpreta por causa del pánico y la histeria! Por ello quiero aclarar que no es mi intención ofender a nadie con el poema y el video, si no decir lo que pienso y siento. Quizás esto ayude a algunos a despertar de esta extraña pesadilla.

Así que, independientemente de mi opinión sobre el tema, aprovecho este prólogo para expresar mi empatía con las muchas personas que dan lo mejor de si mismos -incluidos ¡sí!  también algunos políticos-     y están tratando de minimizar los daños de esta trágica situación. Entiendo que puedan sentirse molestos y ofendidos por mi punto de vista. Es como si les dijesen que mientras reparan el presente agujero negro más urgente, abren otro en el futuro quizás más profundo. Eso es muy difícil de asimilar cuando se están haciendo las cosas con la mejor voluntad…y más difícil aún escuchar y rectificar si intuyen cierta razón en mis argumentos poéticos.

 

D.R

Self portrait with mask / Autoretrato con máscarilla Pencil on paper (6 cm by 8 cm) / Lapiz en papel
Self portrait with mask / Autoretrato con máscarilla Pencil on paper (6 cm by 8 cm) / Lapiz en papel

 

I.

Las nueve
la luna llena brilla loca
sobre la costa brumosa del mar Báltico
en la tierra del vacilante Reino de Dinamarca

El Reino
donde una vez Hamlet
el príncipe que dudaba se preguntó
sobre el sentido de ser y el sentido de no ser

La tierra
donde Søren Kierkegaard
paseaba por las calles de Copenhague
susurrando palabras en círculos concéntricos de pensamientos

La pequeña Dinamarca
donde Niels Bohr y su Escuela
reveló la dualidad de la luz punto u onda
y el principio de incertidumbre de posición y momento

¿Estoy aquí o no estoy aquí?

También dudando
profundamente pensando profundamente
meditando profundamente meditando profundamente
sobre el sentido de la vida en estos días locos de dolor y tristeza

Estos días locos
en los que el Coronavirus
está vaciando las calles de gente
y sembrando los campos de muerte y desolación

Estos días locos
de confusión y de caos
encrucijada donde nos jugamos el futuro
y donde nuestros valores éticos son puestos a prueba

 

 

II.

Y os advierto
compañeros os advierto
que se avecinan tiempos trágicos

Tiempos trágicos
donde el acero de nuestras almas
será fundido y forjado a fuego en la fragua del dolor

Un enemigo invisible
nos está rodeando silenciosamente
escondiéndose en todas partes escondiéndose en ninguna parte

Escondiéndose silenciosamente
en las rosas de nuestros jardines

Escondiéndose silenciosamente
en la miel de nuestros más dulces besos

Escondiéndose silenciosamente
en las honestas manos de nuestros amigos más queridos

Y entonces de repente
todos los regalos se convierten en Caballos de Troya
donde un virus agazapado acecha para destruir nuestra fe

¡Nuestra fe en la libertad que es lo que más amamos!

Y de ahora en adelante
todos serán sospechosos
y aquellos que una vez se amaron
se acusarán mutuamente de ser impuros y culpables

¡Ser culpables por amar la vida y repartir la muerte!

Así que os advierto
estad vigilantes y no tembléis compañeros míos
porque caer presa del pánico y del miedo sería el principio del final

¡El final de la inocencia de nuestras almas inmortales!

 

III.

Porque aquellos
que adoran al Becerro de Oro
y ocupan el poder y los gobiernos
sacarán provecho de nuestra debilidad
y del terror que nos ha invadido los corazones

En el nombre de nuestra seguridad y del bien común
cuestionarán los valores que nuestros mayores
generación tras generación
nos enseñaron

¡Oh sí cuestionaran los valores por los que vivieron y murieron!

En el nombre de nuestra seguridad y del bien común
nos robarán el fuego de nuestras acampadas
las noches bajo las estrellas
el polvo de los caminos

¡Oh sí también nos robarán la loca luna llena que ahora brilla!

En el nombre de nuestra seguridad y del bien común
controlarán la fiebre de nuestros pensamientos
el número de asiento que ocupamos
y nuestros deseos más secretos

¡Oh sí podrán saber hasta lo que cenamos!

En el nombre de nuestra seguridad y del bien común
reducirán nuestra identidad a un algoritmo
y encerrarán nuestra imagen
en una caja inteligente

¡Oh sí sacrificarán nuestras vírgenes sobre el teléfono del Minotauro!

En el nombre de nuestra seguridad y del bien común
los inocentes serán acusados de ser impuros
y los sofistas argumentarán
hasta condenarlos

¡Oh no habrá espacio libre para ellos sólo una prisión de tiempo!

En el nombre de nuestra seguridad y del bien común
en el nombre de una democracia falsa
condenarán a Sócrates
de nuevo a muerte

¡Oh no nunca aprendemos la lección y la historia se repetirá de nuevo!

 

IV.

Y el miedo y la envidia harán al hombre lobo del hombre

Y cientos de máscaras nos ocultarán los colmillos

Y miles de máscaras nos borrarán las sonrisas

Y millones de máscaras nos amordazarán las lenguas

Y se censurará la libertad de expresión como noticia falsa

Y se levantarán muros para dividir la esfera

Y la esfera del Mundo no rodará ya más

Y un profundo precipicio se abrirá entre nuestras sombras

Y dos metros de vacío impedirá el amor

Y lavaremos nuestras manos sangrientas y culpables una y otra vez

Y el pánico hará de nuestras cárceles dulces hogares

Y las cadenas y los carceleros serán bienvenidos

Y adoraremos a la Diosa Computadora para entrar al Paraíso

Y seremos fumigados en el Túnel de la Purificación

Y los impuros serán confinados en el Arca de Noé

Y a los impuros se les caerán las alas y ya no volarán más

Y quienes traten de escapar serán encarcelados y condenados

Y miraremos el mar azul azul azul desde cubos de plástico

Y los fariseos argumentarán que la libertad ofende a los que sufren

Y los hipócritas argumentarán que la libertad ofende a quienes mueren

Y sufrimiento y muerte se utilizarán para disimular la debilidad

Y no veremos los rostros de nuestros muertos

Y los cadáveres se amontonarán en el Palacio de Hielo

Y se cuantificará la vida por razones lógicas

Y a los más débiles se les dejará morir en favor de los más fuertes

Y a los mas viejos se les dejará morir en favor de los más jóvenes

Y sólo será un asunto de humana supervivencia

Y aquellos que decidan se considerarán a si mismos jueces justos

¡Ignorantes! ¿cómo pueden estar tan seguros de quién sobrevivirá
si no han inventado ellos la vida?

 

No saben que según la ciencia la vida es un Misterio
un misterio surgido desde el vacío potencial
y que las matemáticas ya no son exactas

No saben que según la ciencia la vida es un Milagro
y están seguros de que una mariposa pesa
menos que una tonelada de plomo

¡Ignorantes! no han superado a Newton
no saben física

 

V.

Así que compañeros Os aviso y os advierto
estad atentos al peligro ser astutos
uníos primero para resistir en vuestros castillos
y contraatacar después volviendo en su contra las armas tecnológicas

Sed cautelosos ser prudentes
pero pelead por cada centímetro de libertad
no dejéis que la arranquen de nuestras ciudades y plazas públicas

Porque si ellos nos la roban nunca nos la devolverán
¡ni en mil años!

Porque el fuego sagrado de la Humanidad está en peligro

Si no lo hacemos así
si huimos como escarabajos asustados
si permitimos que el aliento de la muerte y el terror nos paralicen
si rendimos nuestro deseo de libertad a la seguridad y a la comodidad

Entonces la oscuridad y la tristeza caerán sobre nosotros
y sólo alrededor nuestro oscuridad y tristeza
y solo dentro de nosotros oscuridad
y sólo tristeza

Y entonces el enemigo escondido detrás del Coronavirus
¡mucho más peligroso que el Coronavirus!
quizás no destruya
nuestros cuerpos

¡Pero poseerá nuestras almas!

Creedme el Mal pretende que las almas no existen
¡pero está tan hambriento
de ellas!

 

VI.

¿Acaso creéis
que no siento miedo y no tiemblo?
cada noche sueño pesadillas en que cuento el número de muertos

¡Muchos más murieron por la libertad a través de los siglos!

¿Acaso malentendéis
que canto que no debemos proteger a los nuestros?
no es cierto la paranoia y los fantasmas os hacen confundir mis versos

¡Pero nadie holla la nieve alta sin riesgo!

¿Acaso no veis a los traidores?
aquellos que cuidaban de las ovejas
y que nada hicieron cuando la fiera rondaba

¡Ahora pretenden velar por nuestro bienestar…y ponernos un
geolocalizador en el cuello!

¿Tanto vértigo nos causa admitir como en el cuento de H. C. Andersen
que el emperador está desnudo?

 

VII.

Recordad a nuestros héroes a nuestros iguales

Recordad la Ilíada
a Agamenón arengando a sus tropas atrapadas entre el mar y Troya

“Aqueos émulos de Ares en la batalla está nuestra única salvación”

Recordad a Pericles
derrotando a los Persas en Micala enfrentándose a una armada

Recordad a Churchill
caminando entre las ruinas de Londres desafiando a las bombas

“Sólo os prometo sangre esfuerzo sudor y lágrimas”

Recordad a los chavales
jugando al fútbol en Sarajevo ignorando a los francotiradores

…Y tantos y tantos y tantos ejemplos

 

VIII.

Así que compañeros hijos míos
estad preparados para la pelea afilad vuestras espadas
“sursum corda” reid alto celebrad alto vivid alto venced alto
y gritad conmigo el sonido de la Libertad el sonido de la Libertad

Sí gritad
el sonido de la Libertad
que el girar de las aspas de los molinos de viento canta

El canto de la Victoria

Porque he oído
ángeles vestidos de bomberos
tocar sus trompetas colgados de las nubes

Y su canto era el sonido de la Libertad el canto de la Victoria

Porque he oído
a los balcones llenos de flores
aplaudiendo a los héroes todos ellos gente sencilla

Y su canto era el sonido de la Libertad el canto de la Victoria

Porque he oído
el fuego que cura arder en los ojos de la compasión
en las caricias de quienes tocan la muerte y arriesgan sus vidas

Y su canto era el sonido de la Libertad el canto de la Victoria

Porque he oído
voces en todas las lenguas
convocando a la unidad ¡un mundo único un mundo libre!

Y su canto era el sonido de la Libertad el canto de la Victoria

Porque he oído
las campanas del mundo rebotando en el eco
llamando a la batalla llamando a la lucha y celebrando la victoria

La Victoria de la Vida

 

IX.

Y sí
compañeros míos hijos míos
amados míos no alberguéis ninguna duda
en la tierra del vacilante Reino de Dinamarca

El Reino
donde una vez Hamlet
el príncipe que dudaba se preguntó
por el sentido de ser y por el sentido de no ser

No dudéis
la victoria es nuestro destino

Está escrito en el Alma del Universo

 

Este poema se terminó de escribir el día 31 de mayo de 2020, en la ciudad de Copenhague.

 

El espacio simbólico en la crónica “Muxes de Juchitán”, de Martín Caparrós

 

Resumen: En este trabajo se analizaron los recursos literarios de la crónica intitulada “Muxes de Juchitán”, de Martín Caparrós, que aparece en la Antología de crónica latinoamericana actual, del editor Darío Jaramillo Agudelo (2012). De los recursos literarios estudiados, se privilegió la construcción verbal del espacio.  Para la base teórica de la investigación se retomaron,  principalmente,  los lineamientos de la narratología y la hermenéutica analógica. El examen de los espacios simbólicos develó, entre otras importantes aportaciones de carácter social, algunos aspectos poco conocidos de la economía cuyo origen se remonta a la fundación mítica del poblado. La economía de los juchitecos, con base en la tradición indígena, es única en todo México.

Palabras clave: crónica latinoamericana, periodismo narrativo, recursos literarios, narratología

 

El espacio simbólico en la crónica “Muxes de Juchitán”, de Martín Caparrós

          Es necesario indicar que en la crónica latinoamericana aparece, con bastante frecuencia, que el periodista escriba acerca de lugares distintos al de su país de origen. Tal es el caso del escritor argentino, Martín Caparrós (2012), quien escribe la crónica “Muxes de Juchitán” (publicada en Surcos en América Latina, abril de 2006), así como muchos otros textos de periodismo narrativo en los que trata acontecimientos que suceden en diversas partes del mundo.

          En algunos cronistas, la construcción que realizan de los lugares –rurales y urbanos; internos y externos-, representa uno de los elementos constitutivos literarios que se presta a un análisis en particular pues de otra manera no podría comprenderse la magnitud de su trabajo. Tal es el caso de esta crónica que se ubica en Juchitán, ciudad localizada en el estado de Oaxaca, México.

          El texto “Muxes de Juchitán” está dividido en trece fragmentos que se encuentran diferenciados por espacios en blanco y, además, se identifican por el recurso tipográfico del uso de mayúsculas al inicio de cada fragmento. Las frases en mayúsculas dan la apariencia de que Caparrós (2012) tratara de que fueran una especie de subtítulos: “AMARANTA TENÍA SIETE AÑOS . . . ” (p. 65); “SON LAS CINCO DEL ALBA . . .” (p. 65); “JUCHITÁN ES UN LUGAR SECO . . .” (p.67) ; “MUXE ES UNA PALABRA ZAPOTECA . . ” (p.68), por mencionar solo algunas frases iniciales.

          Cada una de los fragmentos se va alternando, con cierta regularidad, para relatar, principalmente, dos líneas narrativas: la historia del muxe Amaranta y un relato que trata de la vida cotidiana de Juchitán e incluye una breve reconstrucción histórica de la ciudad.

          El juego de alternancias, que propone la voz narrativa, permite una mayor comprensión del significado del término “muxe”. En otras palabras, contextualiza los datos biográficos del muxe Amaranta en su sociedad; debido a que los muxes solo pueden explicarse en su dimensión social.

          Entre las aproximaciones que realiza el narrador para explicar el concepto de “muxe”, se encuentra el de buscar posibles sinónimos más cercanos al lector común: “Muxe es una palabra zapoteca que quiere decir homosexual pero quiere decir mucho más que homosexual. Los muxes de Juchitán disfrutan desde siempre de una aceptación social que viene de la cultura indígena” (Caparrós, 2012a, p. 68). Al mismo tiempo que señala el posible sinónimo, también aclara la enorme diferencia. Y agrega que los muxes circulan por las calles, vestidos de mujeres, con la mayor naturalidad como lo hacen las demás señoras, sin que esto provoque un señalamiento por parte de los otros (Caparrós, 2012a).

          Otra de las variantes que utiliza Caparrós (2012a), para determinar el concepto social de muxe, es el de comparar a los muxes con los travestis: “Pero sobre todo: según la tradición, los muxes trasvestidos son chicas de su casa. Si los travestis occidentales suelen transformarse en hipermujeres, hipersexuales, los muxes son hiperhogareñas” (p. 68).

          Para fundamentar sus afirmaciones, cita de manera directa cómo se conciben a sí mismos los muxes. Recurre a la voz de Felina, un muxe, que anteriormente llevó por nombre Ángel, quien posee una tienda donde se dedica a cortar el pelo y, a su vez, a vender ropa. Felina habla de sí misma pero a nombre de los muxes:

Los muxes de Juchitán nos caracterizamos por ser gente muy trabajadora, muy unidos a la familia, sobre todo a la mamá. Muy con la idea de trabajar para el bienestar de los padres. Nosotros somos los últimos que nos quedamos en la casa con los papás cuando ya están viejitos, porque los hermanos y hermanas se casan, hacen su vida aparte… pero nosotros, como no nos casamos, siempre nos quedamos. Por eso a las mamás no les disgusta tener un hijo muxe. Y siempre hemos hecho esos trabajos de coser, bordar, cocinar, limpiar, hacer adornos para fiestas: todos los trabajos de mujer. (Caparrós, 2012a, p. 69)

Además de la función social de cuidar a los padres que señala el muxe en la cita anterior, también realizan otra función muy distinta. Caparrós (2012a) refiere que en su plática con Felina, esta le dijo que los muxes eran los encargados de la iniciación sexual de los jóvenes juchitecas. La iniciación sexual de los jóvenes adquiere mucha importancia en la comunidad dado el valor social de la virginidad femenina.

          Otro aspecto que los hace diferentes, señala el autor, es que los muxes juchitecas, por tradición, no se dedican a la prostitución. La posible explicación para ello radica en que no se les margina. Por supuesto, existen algunos muxes que sí se prostituyen por diversas razones como la de conseguir algún dinero extra.

          En términos generales, en las comunidades del sur de México, como Juchitán, el papel de la Iglesia sigue siendo un factor determinante. Desde la perspectiva religiosa, los muxes, hasta cierto punto, son tolerados. El cronista, en su afán por profundizar en la dimensión social del concepto de muxe, recurre al padre Paco, quien asume una posición ambivalente entre la visión religiosa y la visión indígena:

El cura quiere ser tolerante y a veces le sale: dice que la homosexualidad no es natural pero que en las sociedades indígenas, como son más maduras, cada quien es aceptado como es. Pero que ahora, en Juchitán, hay gente que deja de aceptar a algunos homosexuales porque se están “occidentalizando”.
-¿Qué significa occidentalizarse en este caso?
-Pues, por ejemplo meterse en la vida política, como se ha metido ahora Amaranta. (Caparrós, 2012a, p. 75)

Sobre la problemática de conseguir pareja, quizá la declaración más contundente sea la del propio muxe Amaranta. Es necesario señalar que las distintas voces de muxes que aparecen citadas en la crónica corresponden al muxe común. Y en términos generales, sumadas las voces, sí se reconoce que al muxe le cuesta mucho tener una relación sentimental más o menos duradera. En este sentido,   Amaranta es un muxe muy distinto al común: realizó estudios fuera de Juchitán; formó parte de un grupo, las New Les Femmes, que realizó presentaciones en diversos lugares; y, sobre todo, participó activamente en la política. Aun así, puede considerarse su apreciación como una síntesis contundente de lo que significa para el muxe conseguir y sostener una relación de pareja. Al ser considerado como un personaje público, el cronista le advierte que por ello le va a resultar mucho más difícil conseguir un novio. Amaranta asume una perspicaz respuesta:

Sí, se vuelve más complicado, pero el problema es más de fondo: si a los hombres les cuesta mucho trabajo estar con una mujer más inteligente que ellos, ¡pues imagínate lo que les puede costar estar con un muxe mucho más inteligente que ellos! ¡Ay, mamacita, qué difícil va a ser! (Caparrós, 2012a, pp. 76-77)

De entre todos los aspectos que distinguen a los muxes, quizá ninguno sea tan reiterativo, a lo largo de la crónica, y desde la perspectiva de diferentes voces, como el señalar que el origen de los muxes es un factor de nacimiento y no de determinantes culturales. Sobre ello, existe una convicción generalizada en la comunidad de Juchitán.

          Como se podrá apreciar, el panorama centrado en el concepto de “muxe”  se plantea desde una amplia dimensión social sin la cual es imposible concebir la vida de los muxes.

          Aunque la crónica tiene por título “Muxes de Juchitán”, y por ello se profundiza en el concepto de “muxe”, es muy comprensible por qué el autor le dedica su principal atención –sin que signifique que se excluya a los otros muxes como Felina, Mística, Pilar, etc.-, a la figura de Amaranta. El cronista señala las posibilidades que tuvo el muxe en el ámbito nacional e internacional:

Empezó a recorrer el país buscando apoyos, hablando en público, agitando, organizando: su figura se estaba haciendo popular y tenía buenas chances de aprovechar el descrédito de los políticos tradicionales y su propia novedad para convertirse en la primera diputada travestida del país y –muy probablemente- del mundo. (Caparrós, 2012a, pp. 74-75)

Con la valoración expresada por el autor, están claras, pues, las razones de su elección para desarrollar la línea narrativa de Amaranta. Sus actividades de carácter social y político alcanzaron una notable popularidad.

          La línea narrativa del muxe Amaranta inicia desde que él tenía siete años de edad y aún conservaba su nombre inicial, Jorge. Desde su infancia, se apartaba de los niños y jugaba a las muñecas. Y también disfrutaba a jugar a cocinar. El seguimiento biográfico de Amaranta sigue un orden cronológico bastante regular pero alternado, como se ha dicho, con los fragmentos dedicados a la vida cotidiana de Juchitán.

          Enseguida, en otro fragmento, aparece el periodo que va de los ocho a los trece años; edad a la que decide abiertamente presentarse como un muxe ante su familia. Luego continúa cuando ya había alcanzado los catorce años y se llamaba Nayeli, que significa “te quiero”, en zapoteca. A esa edad se traslada a Veracruz a estudiar inglés y teatro. En la misma etapa es cuando lee Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y asume el nombre de uno de los personajes de la novela, Amaranta. Como parte de la toma de conciencia de crearse su propia identidad, se integra a un show travesti, llamado New Les Femmes, pues le gustaba figurar y ser conocido entre la gente. Con el grupo, integrado por cuatro travestis, Amaranta recorre el país durante un par de años con bastante éxito. Posteriormente, sobreviene la desintegración del show travesti tras la muerte de dos integrantes a causa del sida y otro más en cama por la misma causa. En este fragmento, Caparrós (2012a) apunta un enorme cambio en la vida de Amaranta: de la conciencia social a la participación política. El tema del VIH es el detonante del cambio:

Amaranta se especializó en el tema, consiguió becas, trabajó en Juchitán, en el resto de México y en países centroamericanos, dio cursos, talleres, estudió, organizó charlas, marchas, obras de teatro. Después Amaranta se incorporó a un partido político nuevo, México Posible, que venía de la confluencia de grupos feministas, ecologistas, indigenistas y de derechos humanos. Era una verdadera militante. (p. 71)

En la cita está muy claro que la transición de la actividad social a la política no representa para Amaranta un cambio radical. Se puede interpretar, más bien, que una actividad condujo a la otra. En el fragmento, Caparrós (2012a) suma muchas tareas de Amaranta, con gran velocidad narrativa, para concretar una imagen de ella como “militante”.

          Caparrós (2012a), en otro fragmento donde retoma la figura biográfica de Amaranta, se centra en la vida amorosa de la misma. A diferencia de otras etapas, en esta sí precisa la fecha, septiembre de 2002. El hombre con el que se une Amaranta es un técnico en refrigeración que trabaja dando mantenimiento a los hoteles del conocido pueblo turístico de Huatulco, ubicado al norte de Juchitán. El idilio terminó muy pronto. Tal vez alrededor de un mes o más. No se precisan los tiempos. El autor refiere que en septiembre, Amaranta sufre un accidente en la carretea hacia Oaxaca y debido a las consecuencias de este, le tienen que amputar completo el brazo izquierdo. Ante la situación, sobrevino la ruptura amorosa entre Amaranta y aquel hombre con el que había decidido ella formar una posible familia.

           En el último párrafo de la crónica –que, a su vez, coincide con el fragmento final de la misma-, el autor elige como subtema el resultado de la actividad política de Amaranta y su partido. De esta manera, conjunta el resultado de las elecciones políticas y el cierre de su texto periodístico:

Amaranta Gómez Regalado y su partido, México Posible, fueron derrotados. El resultado de las elecciones fue una sorpresa incluso para los analistas, que les auguraban mucho más que los 244.000 votos que consiguieron en todo el país. Según dijeron, el principal problema fue el crecimiento de la abstención electoral y las enormes sumas que gastaron en propaganda los tres partidos principales. Amaranta se deprimió un poco, trató de disimularlo y ahora dice que va a seguir adelante pese a todo. (Caparrós, 2012a, p. 77)

Todo lo anteriormente expuesto sobre la línea narrativa de Amaranta puede considerarse como una especie de síntesis con la finalidad de dar una idea general de la figura de Amaranta pues, como se ha expuesto, la biografía de Amaranta, sin duda, constituye la principal línea temática del texto. Y Amaranta, de una manera u otra, representa a los muxes en general.

          La visión de los hombres acerca de los muxes es una temática también tratada en la crónica. Son dos pasajes breves pero con una carga de significación muy marcada. La primera mención se da en un espacio que se caracteriza por su exclusividad masculina, la cantina. En el año en que se publica la crónica, 2006, en algunos lugares de México ya se permitía el acceso de las mujeres en las cantinas. Sin embargo, en la cantina de Juchitán, al parecer, aún permanecía la exclusividad pues así se infiere del único indicio textual sobre este punto: “En la cantina suena un fandango tehuano y solo hay hombres” (Caparrós, 2012a, p. 72).

          Al narrador lo invitan a compartir una mesa donde beben cerveza cinco hombres cuyas edades oscilan alrededor de los cuarenta. En un momento dado, les pregunta acerca de los muxes. La reacción de todos consiste en soltar carcajadas y en vacilar sobre el hecho de que cada quien tiene su mujercita o varias. Sin embargo, uno de ellos retoma la pregunta del narrador y propone un desafío basado en la respuesta honesta por parte de sus interlocutores: “-A ver quién de ustedes no se ha chingado nunca un muxe. A ver quién es el maricón que nunca se ha chingado un muxe” (Caparrós, 2012a, p. 72).

          El desafío resulta ser efectivo. Los hombres no responden pero intercambian sonrisas de complicidad. Finalmente, uno de ellos propone brindar por los muxes y se suman todos, incluyendo el narrador.

          Con la escena de la cantina, se resume no solo la aceptación generalizada de los muxes -sin que por ello se omitan las burlas-, sino la necesidad que tienen de ellos los hombres en alguna etapa de sus vidas. El pasaje se complementa con otro en el que se relata la vida de un hombre quien compartió una vida amorosa con un muxe.

          En sus recorridos por la ciudad, el narrador encuentra, en alguna calle del centro de Juchitán, un lugar dedicado para las reuniones de un grupo de neuróticos anónimos: “Adentro, reunidos, seis hombres y mujeres se cuentan sus historias; más tarde ese señor me explicará que lo hacen para dejar de sufrir…” (Caparrós, 2012a, p. 70).

          El autor se vale de la intertextualidad para evocar, en el pasaje anterior, un texto sumamente conocido, el Decamerón, de Giovanni Bocaccio. El concepto de intertextualidad es entendido aquí como lo propone Genette (1989), quien la define “. . . como una relación de copresencia entre dos o más textos, es decir, eidéticamente y frecuentemente, como la presencia efectiva de un texto en otro” (p. 10). Asimismo, distingue varias formas de intertextualidad. En este caso corresponde a lo que el crítico francés llama la alusión, en la cual “. . . un enunciado cuya plena comprensión supone la percepción de su relación con otro enunciado al que remite necesariamente tal o cual de sus inflexiones, no perceptible de otro modo…” (Genette, 1989, p. 10).

          En el enunciado de la crónica se alude al Decamerón al mencionar el número seis, de hombres y mujeres reunidos para relatar historias. En el Decamerón, como es sabido, siete mujeres y tres hombres -huyendo de la peste bubónica que azotaba Florencia-, se refugian en una villa donde, cada uno de ellos, van a relatar historias cuyo tema principal gira en torno al erotismo, sin descartar otros temas como el amor, la fortuna, etc.

          Los signos son opuestos entre las historias que se cuentan en el Decamerón pues lo hacen por divertimento para contrarrestar el aburrimiento, mientras que en el pasaje de la crónica, lo hacen para evadir el sufrimiento, según se lo cuentan al narrador. La explicación del sufrimiento humano se debe a los celos, la ira, la cólera, la soberbia, la lujuria. Que, a su vez, alude, hasta cierto punto a los pecados capitales. El mismo señor que explica lo del sufrimiento humano es el que relata una historia de amor entre un hombre y un muxe. La historia del hombre refiere que, ya casado, seguía extrañando al muxe. El hombre se encontraba en un gran conflicto de toma de decisiones entre formar una familia heterosexual, común, o dejar u olvidar al muxe. La esposa del hombre estaba enterada del conflicto de su marido. El hombre en cuestión asistía, desde hacía muchos meses a las reuniones del grupo, para tratar de olvidar al muxe.

          El narrador, en un momento dado, intuye o tiene la certeza de que el hombre cuenta, en realidad, su propia historia. Y no la de alguien más. Entonces, el narrador dirige una pregunta hacia el final de esa historia. Y el hombre sabe muy bien la respuesta: “-No, yo no creo que se cure nunca. Es que tienen algo [los muxes], mi amigo, tienen algo” (Caparrós, 2012a, p. 70).

          Con esta visión, breve y significativa, de la comunidad masculina acerca de los muxes, el texto presenta otro aspecto de la complejidad de una sociedad sumamente distinta a la del resto de México.

          Por lo que respecta a la línea narrativa referente a la vida cotidiana y alusiones históricas de Juchitán, esta se caracteriza, principalmente, por contener una serie de descripciones de los lugares más representativos de la ciudad; por tratar costumbres, tradiciones y leyendas; y  por incluir diversas notas de carácter histórico.

          La línea se inicia con el segundo fragmento, uno de los más extensos de toda la crónica, y está centrado en el mercado de Juchitán; después, se realiza un trazo histórico que va desde la fundación mítica hasta la actual ciudad de Juchitán; luego, se trata la tradición de los muxes en Juchitán. Posteriormente, aparece el fragmento más breve de la crónica: la imagen típica de la cantina (tema que ya se revisó); más adelante se trata el tema del aniversario número veinticinco de uno de los muxes, donde también se aborda el problema del sida. Finalmente, se recrea, de manera descriptiva, el ambiente festivo y ruidoso del zócalo de Juchitán.

 

 La voz narrativa

          El narrador de la crónica “Muxes de Juchitán” constituye una de las voces más interesantes debido a sus desplazamientos. El primer párrafo con el que se inicia la crónica evoca la infancia de Jorge-Amaranta cuando tenía siete años. Lo que llama la atención son los verbos que utiliza para expresar las sensaciones y las emociones del niño:

Amaranta tenía siete años cuando terminó de entender las razones de su malestar: estaba cansada de hacer lo que no quería hacer. Amaranta, entonces, se llamaba Jorge y sus padres la vestían de niño, sus compañeros de escuela le jugaban a pistolas, sus hermanos le hacían goles. Amaranta se escapaba cada vez que podía, jugaba a cocinar y a las muñecas, y pensaba que los niños eran una panda de animales. De a poco, Amaranta fue descubriendo que no era uno de ellos, pero todos la seguían llamando Jorge. Su cuerpo tampoco correspondía a sus sensaciones, a sus sentimientos: Amaranta lloraba, algunas veces, o hacía llorar a sus muñecas, y todavía no conocía su nombre. (Caparrós, 2012a, p. 65)

Lo reiterativo del nombre, cinco veces citado en el párrafo, cumple la función de imponerlo en la memoria del lector y de exaltar su importancia en el texto. El nombre oficial del niño, Jorge, aparece únicamente dos veces. Y serán muy contadas las ocasiones en que se le nombre así, Jorge,  en toda la crónica.

          Si el párrafo, únicamente con fines de análisis, se sustrae de su contexto, del resto de la crónica, y se estudia al narrador para determinar cuál es la relación que se establece entre él y el mundo narrado; y a partir de ello, especificar si se trata de un narrador homodiegético o heterodiegético, es muy posible que la decisión se inclinara hacia el narrador heterodiegético.

          En lo citado, el narrador da la impresión de que tiene acceso a la conciencia de Amaranta: “terminó de entender las razones de su malestar”, “pensaba que los niños”, “fue descubriendo”. El artificio usado por el narrador presenta una posible ambigüedad, entre un tipo de narrador y otro, debido, principalmente, a la cuidadosa selección de los verbos.

          En el siguiente fragmento de la crónica, el narrador describe el movimiento y los personajes anónimos que caracterizan el mercado de Juchitán. La voz narrativa inicia usando la tercera persona. Sin embargo, hacia el final del primer párrafo aparece, por primera vez, la primera persona: “Las señoras les gritan órdenes en un idioma que no entiendo: los van arreando hacia sus puestos. Los hombrecitos sudan bajo el peso de los productos y los gritos: Güero, cómprame unos huevos de tortuga, un tamalito” (Caparrós, 2012a, p. 65).

          El narrador especifica que describe desde la subjetividad de su voz. Asimismo, desde su postura testimonial, sostiene que no comprende el idioma que se usa en el mercado. Lo cual implica que puede tratarse de expresiones propias del zapoteco o tratarse de la jerga en español que comúnmente se usa en esos lugares. O una combinación de ambos usos del lenguaje. Por otra parte, también queda clara su condición étnica que lo distingue del resto. El mote de “Güero”, con el que lo nombra una de las vendedoras, sintetiza uno de los pocos rasgos descriptivos que aluden a la figura del narrador.

          Se trata, pues, de un narrador homodiegético, el cual puede tener una doble función, como se ha dicho: su función vocal, al momento de narrar, y su función diegética, cuando actúa lo que se narra.

          En el mismo fragmento, dedicado al mercado de Juchitán, unas líneas más adelante vuelve a repetirse otra escena muy similar a la anterior: “¿‘Qué va a llevar, blanco?’ ‘A usted, señora’ Y la desdentada empieza a gritar el güero me lleva, el güero me lleva, y arrecian las carcajadas” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          Además de reiterar lo de “güero”, se suma otro rasgo característico del narrador: su sentido del humor. Por medio del cual, logra integrarse al ambiente del mercado y ganarse la simpatía de las vendedoras.

          El uso del diálogo es otro de los recursos que utiliza la voz narrativa. Dado que la información que proporciona el narrador homodiegético depende exclusivamente de su propia visión, el uso de los diálogos o la citación de determinadas voces permiten que en el lector se cree una visión conformada por múltiples voces. Sin embargo, el narrador es el que selecciona esas voces y, a su vez, determina, hasta cierto punto, la configuración de su contenido. Para ilustrar la forma como aparecen los diálogos, sirva de ejemplo la entrevista entre el narrador y el muxe Felina. En una de las pláticas, el narrador retoma el tema de la tradición juchiteca sobre la idea de que el muxe no puede eludir su destino, en otros términos, el muxe nace como tal, no es producto de las circunstancias culturales:

La tradición juchiteca insiste en que un muxe no se hace –nace- y que no hay forma de ir en contra del destino.
-Los muxes sólo nos juntamos con hombres, no con otra persona igual. En otros lugares ves que la pareja son dos homosexuales. Acá en cambio los muxes buscan hombres para ser su pareja.
-¿Se ven más como mujeres?
-Sí, nos sentimos más mujeres. Pero yo no quiero ocupar el lugar de la mujer ni el del hombre. Yo me siento bien como soy, diferente: en el medio, ni acá ni allá, y asumir la responsabilidad que me corresponde como ser diferente. (Caparrós, 2012a, p. 69)

Los fragmentos de entrevistas, como el anterior, aparecen a lo largo de toda la crónica. En ellos, como se puede apreciar, la voz narrativa formula diversas preguntas y los entrevistados expresan abiertamente sus opiniones. La estrategia discursiva seguida por el narrador permite al lector deducir el trabajo periodístico que subyace en la crónica sin importar que el narrador no explicite su labor. El tratamiento que el narrador le da a su figura como periodista y a su labor está trazado con rasgos sumamente sutiles.

 

 La construcción del espacio simbólico: el mercado de Juchitán

          En el plano de la dimensión espacial, los modelos descriptivos del cronista representan uno de los recursos literarios que, a su vez, permiten establecer el carácter simbólico de Juchitán.

          El nombre de Juchitán constituye el tema descriptivo que el narrador-descriptor, por medio de una selección de detalles, conforma una imagen del lugar. O mejor dicho, de la ilusión de espacio donde se desarrollan las líneas narrativas.

          El segundo fragmento de la crónica “Muxes de Juchitán”, uno de los más extensos, presenta como tema descriptivo el mercado de Juchitán. El tema del mercado reviste una singular importancia, la cual se puede sintetizar en tres vertientes. Primera, el mercado constituye el núcleo de la actividad económica de Juchitán; segunda, a diferencia de los otros estados del país, los juchitecos, en su mayoría, no son asalariados ya que se dedican, por su propia cuenta, a la producción o a la comercialización; y tercera, está ligada al mito cultural de que en Juchitán existe y prevalece el matriarcado.

          En términos de descripción, el narrador-descriptor principia con la frase de “El mercado se arma” para indicar el inicio de la actividad comercial a partir de la salida del sol. Luego selecciona una lista enorme de los productos sin explicitar su ubicación desde la cual percibe los objetos:

. . . con el sol aparecen pirámides de piñas como sandías, mucho mango, plátanos ignotos, tomates, aguacates, hierbas brujas, guayabas y papayas, chiles en montaña, relojes de tres dólares, tortillas, más tortillas, pollos muertos, vivos, huevos, la cabeza de una vaca que ya no la precisa, perros muy flacos, ratas como perros, iguanas retorciéndose, trozos de venado, flores interminables, camisetas con la cara de Guevara, toneladas de cedés piratas, pulpos ensortijados, lisas, bagres, cangrejos moribundos, muy poco pez espada y las nubes de moscas. Músicas varias se mezclan en el aire y las cotorras. (Caparrós, 2012a, p. 64–65)

Por lo que respecta a la temporalidad, el narrador-descriptor, para enumerar los objetos, se instala temporalmente en simultaneidad con los mismos. De tal manera que se provoca una imagen en el lector donde el narrador-descriptor coexiste con los elementos que percibe.

          En la citada lista que va prefigurando la imagen del mercado, resalta lo cuantitativo con la utilización de los siguientes términos y expresiones: mucho, en montaña, más, muy, interminables, toneladas, muy poco, nubes y varias.

          El efecto de sentido general es la abundancia pues de las ocho expresiones usadas, siete de ellas apuntan hacia una cantidad mayor y solo una de ellas se refiere a una cantidad menor. También, en algunos productos no se hace ninguna referencia en particular, solo se pluralizan los objetos. La pluralización pudiera interpretarse como una cantidad intermedia entre lo de mayor cantidad y lo de menor cantidad. Pero aun así, en su conjunto, prevalece la sensación de la abundancia.

          Además, el orden de la lista es interesante: se inicia con el sol como punto de partida temporal y luego sigue con una serie de elementos propios del reino vegetal: piñas, mango, plátano, tomate, aguacate, hierbas, guayaba, papaya, chile. Para calificar a las piñas, el descriptor las compara con las sandías para tratar de precisar su tamaño. Sobre los plátanos, agrega el calificativo de “ignotos”. Dada la variedad de plátanos que existen en el sur de México, el descriptor apela a sus limitaciones. Por lo que respecta a las hierbas, las califica el descriptor con el término de “brujas”. Con lo cual se evoca, posiblemente a esos usos de sanación que tradicionalmente se le atribuyen a las plantas y a esas prácticas llamadas comúnmente “limpias”, las cuales se encuentran muy arraigadas en determinadas regiones del sur de México. Sobre los chiles, exalta el enorme acopio al decir que se encuentran apilados en montaña. Como es sabido, el chile es uno de los elementos más abundantes en la gastronomía mexicana.

         Después de los elementos propios del reino vegetal, de pronto, irrumpen en la lista “los relojes de tres dólares”. El brusco rompimiento con el orden inicial va a prefigurar otro efecto de sentido, el de contraste. Se contrastan los elementos propios del reino vegetal con los elementos culturales de lo popular.

          En seguida, el descriptor cita a las tortillas. El narrador-descriptor realiza un juego dinámico con la repetición “tortillas, más tortillas” (Caparrós, 2012a, p. 65); con lo que recrea, con más intensidad, la ilusión de un recorrido por el mercado. En términos generales esa parece ser la forma desde donde se describe. Sobre “las tortillas”, es el único elemento que se repite en el enlistado de la descripción. Lo reiterativo obedece, seguramente, a la gran cantidad de tortillas en los mercados, y en particular en los puestos, ya que con ellas, en la gastronomía mexicana, se preparan muchísimos platillos como tacos, enchiladas, quesadillas, totopos, chilaquiles, flautas, entomatadas, por citar algunos.

          Después de las tortillas, se sigue con una lista del reino animal terrestre: pollos, huevos, vacas, perros, ratas, iguanas, venado. Acerca de la lista, se puede señalar la observación del narrador-descriptor, que los pollos se pueden conseguir vivos o muertos.

          La referencia a los perros concierne a la manera desde donde se realiza la descripción. Quiere decir, a la sensación de recorrido por el mercado que hace el descriptor. Sin duda, alude a los perros “callejeros” que deambulan por el mercado.

          Por otra parte, compara a las ratas, para dar una idea de su tamaño, con los perros. En los mercados, estas alcanzan proporciones desconocidas para el común de la gente.

          La lista con elementos propios del reino animal terrestre,  se contrasta, de nueva cuenta,  con tres términos que corresponden a otro orden: flores, camisetas y cedés.

          Sobre las flores, el calificativo de “interminables” puede evocar no únicamente a la cantidad sino también a la variedad. Las flores, también, son muy representativas de los mercados del sur de México.

          Tanto las camisetas como los cedés refuerzan el efecto de sentido de contraste. Las camisetas con el estampado del rostro del “Che” Guevara se refieren a una cuestión cultural; es un producto cuya venta es permanente en una gran mayoría de los mercados mexicanos. En cuanto a los cedés “piratas”, como invasión de la tecnología a bajo costo, constituyen otro elemento de contraste pero mucho más reciente que el estampado del “Che”. Sin duda, la elección hecha por el descriptor es sumamente provocativa al colocar un referente simbólico junto a otro referente banal pero muy propio de la sociedad que recrea el descriptor.

          Luego, continúa con una lista que alude al reino animal marítimo: pulpos, lisas, bagres, cangrejos, pez espada. La descripción termina con una alusión a las moscas, a las que compara con las nubes debido a su gran cantidad. Finalmente, agrega una frase para cambiar del sentido de la vista al del oído. Menciona lo que escucha: diversos temas musicales y las cotorras.

          Con todo lo expuesto, el narrador-descriptor ha construido una imagen del mercado de Juchitán a partir de su perspectiva. Inicialmente, lo que pudiera sintetizarse como una lista caótica descriptiva, y cuya finalidad sería dar una idea del ambiente del mercado, con la aproximación analítica del modelo descriptivo usado se muestra que el descriptor impone al lector una imagen que conlleva un efecto de sentido de abundancia y de contrastes.

          Después de desarrollar el tema descriptivo del mercado, el narrador-descriptor prepondera un dato cuantitativo que apuntala su afirmación sobre considerar al mercado como la principal dinámica económica de la ciudad: “El mercado de Juchitán tiene más de dos mil puestos y en casi todos hay mujeres: tienen que ser capaces de espantar bichos, charlar en zapoteco, ofrecer sus productos, abanicarse y carcajear al mismo tiempo todo el tiempo” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          En términos de la dimensión espacial y sus narrativas, el mercado de Juchitán y sus más de dos mil puestos constituyen un aspecto de lo urbano, de lo físico de una ciudad.

          El narrador-descriptor a partir de una parte de la ciudad, o sea, el mercado, totaliza su apreciación para determinar que Juchitán es una ciudad comercial. Según Aragón (2014), el proceso parte de lo urbano, de lo físico, del cual se estructura el texto para después ser narrado o vivido por el observador. En este caso, el narrador-descriptor percibe lo urbano, el espacio físico del mercado, como un ícono donde se desarrollan las actividades económicas de la ciudad. A partir de lo físico de la ciudad, construye un sintagma, un primer orden significativo, lo cual conlleva a representar la ciudad como un paradigma, es decir, Juchitán como una ciudad comercial.

          Sobre la segunda vertiente, en el tercer fragmento de la crónica, el narrador centra su atención en un hecho sumamente importante de la vida económica de Juchitán: a diferencia de los otros estados del país, los juchitecos, en su mayoría, no son asalariados ya que trabajan por su propia cuenta. Se dedican a las labores del campo o a la pesca. Es necesario hacer notar que, en toda la crónica, el narrador  no relata desde estos dos posibles espacios donde se desarrollan dichas actividades. En otras palabras, en las narrativas de la ciudad que realiza el narrador, no recorre dichos lugares o, al menos, no figura en la crónica una descripción desde tales perspectivas. El narrador afirma que “En la economía tradicional de Juchitán los hombres salen a laborar los campos o a pescar, y las mujeres transforman esos productos y los venden” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          Así como la comercialización ocupa un lugar preponderante en la narrativa de la ciudad, la producción representa otra vertiente similar. Producción y comercialización constituyen una dualidad que se remonta a la misma fundación de Juchitán. Para ello, el narrador, primero, califica a Juchitán como un lugar “seco” y “difícil” y luego refiere la creación mítica de Juchitán:

Cuentan que cuando Dios le ordenó a San Vicente que hiciera un pueblo para los zapotecos, el santo bajó a la tierra y encontró un paraje encantador, con agua, verde, tierra fértil. Pero dijo que no: aquí los hombres van a ser perezosos. Entonces siguió buscando y encontró el sitio donde está Juchitán: éste es el lugar que hará a sus hijos valientes, trabajadores, bravos, dijo San Vicente, y lo fundó. (Caparrós, 2012a, p. 67)

La referencia a San Vicente Ferrer Goola, venerado como el santo patrono de Juchitán, constituye un relato mítico. El narrador omite el tema histórico de las dos figuras relativas al Santo, o sea, los dos San Vicente. La problemática histórica de las dos figuras concluye en la reinstalación de San Vicente, el fundacional, y de su continua conmemoración actual. Sin embargo, la omisión no tiene una relevancia importante ya que el narrador se aboca al Santo fundador del poblado de Juchitán.

          El relato mítico constituye uno de los símbolos más representativos de la cultura de los juchitecos. Sobre todo si se considera las múltiples alusiones a lo “tradicional” que el narrador recopila en sus recorridos y entrevistas, tanto las anónimas como las de personajes plenamente identificados.

          Ante la única referencia al relato mítico en toda la crónica y dada la complejidad interpretativa del mismo como símbolo, se puede comentar que los vínculos entre el espacio físico y los pobladores provienen desde su mismo origen. En este sentido, el espacio elegido por San Vicente se basa en su intención de dotar de ciertas cualidades a los zapotecos: “valientes”, “trabajadores”, “bravos”.

          La cualidad de “trabajadores” permeará la vida de los zapotecos: desde sus orígenes en Juchitán hasta las coordenadas espacio temporales desde las que narra el cronista. De acuerdo con Aragón (2014), las transmisiones orales –entre las que se ubica el relato mítico fundacional referido-, pueden determinar ciertos patrones de conducta o “. . . reglas latentes de la forma de vida urbana” (Aragón, 2014, p. 39). Es muy posible que, por ello, los juchitecos se consideran a sí mismos como gente muy laboriosa.

          Dicha cualidad de gente laboriosa, se encuentra, a su vez, íntimamente ligada con el tema de la productividad y de la comercialización. Asimismo, el lugar también constituye un factor determinante de la actividad económica de los juchitecos; es evidente que el narrador-descriptor ubica a Juchitán, en el contexto del país, como un lugar propicio para la comercialización:

Ahora Juchitán es una ciudad ni grande ni chica, ni rica ni pobre, ni linda ni fea, en el Istmo de Tehuantepec, al sur de México: el sitio donde el continente se estrecha y deja, entre Pacífico y Atlántico, sólo doscientos kilómetros de tierra. El Itsmo siempre ha sido tierra de paso y de comercio: un espacio abierto donde muy variados forasteros se fueron asentando sobre la base de la cultura zapoteca. (Caparrós, 2012a, p. 67)

El narrador-descriptor califica a Juchitán con términos que la posicionan entre puntos intermedios. Primero alude a su externsión territorial, refiriendo a los dos extremos “grande” y “chica” para que el lector deduzca que se trata de una ciudad de extensión intermedia. De esta manera involucra al lector a realizar simples deducciones. Su estrategia discursiva es la misma para continuar con lo referente a la riqueza y finaliza con la apreciación estética. En toda la valoración de la ciudad, el narrador la realiza considerando las coordenadas espacio temporales en que ha hecho su recorrido y desde el cual concreta su narrativa de la ciudad, es decir, un “ahora” que corresponde a la simultaneidad temporal en que el descriptor ha hecho su trayecto. Por otra parte, el narrador-descriptor contextrualiza a Juchitán en el plano territorial del país, México. Su consideración “emotiva” consiste en señalar que en el Itsmo existe muy poco espacio de tierra. Y luego, califica al Istmo, en términos generales, como un lugar propicio para el comercio y para el asentamiento de individuos extraños que se integran a la cultura zapoteca.

          En seguida de la cita anteior, el narrador-descriptor continúa con lo relativo a la productividad:

Y su tradición económica de siglos le permitió mantener una economía tradicional: en Juchitán la mayoría de la población vive de su producción o de su comercio, no del sueldo en una fábrica: la penetración de las grandes empresas y del mercado globalizado es mucho menor que en el resto del país. (Caparrós, 2012a, p. 67)

La concepción previa de Juchitán como una ciudad comercial adquiere una dimensión que pudiera calificarse como complementaria. Esto significa, la estrecha relación entre productividad y comercialización. La base de la economía, que ha permanecido a través de los siglos, es el arraigo cultural en sus tradiciones.

          Por lo tanto, se tiene un paradigma de Juchitán como ciudad comercial. En este contexto, el narrador-descriptor resignifica lo “comercial” con base en la “producción” y, sobre todo, con la importancia que indica acerca de la “economía tradicional”. Para ello, el narrador-descriptor refiere una resultante esencial de la práctica heredada: no depender de un salario. Dicha resultante singulariza a Juchitán en todo México. En términos simbólicos, Juchitán es una ciudad comercial en el imaginario de quienes la habitan y la viven. Y, por extensión, de quienes la visitan, como en este caso, el narrador-descriptor. Sin embargo, el narrador-descriptor resignifica el sentido de “ciudad comercial” pues si se le compara con otra ciudad comercial de México, Juchitán seguiría distinguiéndose por sus bajos índices de ciudadanos asalariados.

          El narrador-descriptor continúa con su narrativa de la ciudad a partir de la expresión de una mujer del mercado:

-Acá no vivimos para trabajar. Acá trabajamos para vivir, no más.
Me dice una señorona en el mercado. Alrededor, Juchitán es un pueblo de siglos que no ha guardado rastros de su historia, que ha crecido de golpe. En menos de veinte años, Juchitán pasó de pueblo polvoriento campesino a ciudad de trópico caótico, y ahora son cien mil habitantes en un damero de calles asfaltadas, casas bajas, flamboyanes naranjas, buganvillas moradas; hay colores pastel en las paredes, jeeps brutales y carros de caballos. Hay pobreza pero no miseria, y cierto saber vivir de la tierra caliente. Algunos negocios tienen guardias armados con winchester “pajera”; muchos no. (Caparrós, 2012a, p. 67)

Entre la expresión de la mujer y el recuento temporal de las transformaciones que ha sufrido Juchitán, da la impresión de que sigue siendo la “mujerona” quien relata los cambios, tal como si estuviera platicando lo vivido por ella en Juchitán en los últimos veinte años. Luego, se reafirma la distancia entre el narrador-descriptor y la ciudad que visita al señalar la cantidad de habitantes y de los cuales él no forma parte. La imagen de un damero le permite al narrador-descriptor imponer una visualización en el lector donde están trazadas las calles asfaltadas, las casas, las plantas de ornato. Así como el contraste entre los carros de tracción animal y los modernos vehículos. La frase que contrapone a la pobreza con la miseria enfatiza indirectamente la valoración que ya antes había hecho el narrador-descriptor sobre esa peculiar economía de Juchitán. Un rasgo que sobresale en la descripción citada es el relativo a la violencia simbólica, la que se vive cotidianamente en la ciudades, pues en toda la crónica son mínimas las alusiones directas a la misma. La violencia latente está indicada con una cantidad menor, “algunos”, de los establecimientos que tienen guardias armados en comparación con los “muchos” que no tienen guardias.

Como se había mencionado, el tema del mercado reviste una singular importancia no únicamente por ser el centro económico más importante de la ciudad, sino, también, y es la tercera vertiente, por la relación entre el mercado y el mito cultural de la existencia del matriarcado en Juchitán.

          En una cita textual anterior, el narrador-descriptor señala un dato cuantitativo evidente a partir de lo que ha percibido en el mercado, siguiendo un modelo descriptivo de “recorrido”, en los más de dos mil puestos: en su mayoría, están atendidos por mujeres. Además del dato cuantitativo, el narrador-descriptor señala la serie de habilidades que ellas muestran al estar al frente de los puestos.

          El dato de los más de dos mil puestos atendidos, en su mayoría, por mujeres es contundente y representa, la idea central, para considerar a Juchitán, entre otros aspectos, como una ciudad predominantemente matriarcal. Así como Juchitán es una ciudad comercial, también simboliza el matriarcado. En otras palabras, se da la convergencia de múltiples narrativas de la ciudad donde, en un momento dado, se van “. . . provocando la emergencia de diversas ciudades en donde sólo se encuentra una físicamente” (Caparrós, 2012a, p. 13).

          Desde la primera alusión al matriarcado, el narrador, entre líneas, advierte que se trata de una apreciación compartida por muchos pero no una certeza. El origen del mito cultural del matriarcado se debe, según refiere el narrador, a que el mercado, donde predominan las mujeres, constituye, como ya se dijo, el centro económico de Juchitán. Debido a lo anterior es bastante comprensible suponer que “. . . por eso, entre otras cosas, muchos dijeron que aquí regía el matriarcado” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          En una cantina, un personaje anónimo entrado en los sesenta –y seguramente seleccionado por la confianza y experiencia debido a su madurez-, contestará a la pregunta del narrador de la siguiente manera: “. . . -¿Por qué decimos que hay matriarcado acá? Porque las mujeres predominan, siempre tienen la última palabra. Acá la que manda es la mamá, mi amigo. Y después la señora” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          El narrador deja entrever su labor periodística de manera muy sutil. El entrevistado repite la pregunta que el entrevistador le ha hecho. La respuesta conlleva dos razones esenciales acerca de las mujeres: el predominio y la autoridad. También, y lo más importante, la respuesta habla desde un “nosotros”,  quienes habitan y recorren la ciudad cotidianamente. Existe, pues, una construcción dual del imaginario de la ciudad que es individual, en este caso el entrevistado, y a la vez colectivo, o sea, ese “nosotros” que sí consideran que en ese “acá”, en esa ciudad, hay un matriarcado. La consideración interna, propia de quienes habitan la ciudad,  se suma al trabajo de los antropólogos que concluyen, desde el estudio académico y su visión externa, que en Juchitán existe el matriarcado.

          Ante tal simbolización, también coexisten otros personajes quienes significan de manera muy distinta su vivencia y recorridos por la ciudad. Uno de ellos corresponde a la influyente voz del padre Francisco Herrero –conocido como cura Paco– quien explica los equívocos de los antropólogos cuando realizan sus investigaciones de campo. La importancia del padre Paco resalta muchísimo debido a que es el párroco de la iglesia de San Vicente Ferrer, el patrono de Juchitán.

          El padre Paco asegura que en Juchitán no existe el matriarcado.  Su aseveración se basa en la cercanía que tiene con la gente de su comunidad y, sobre todo, en la experiencia de su confesionario: “Yo conozco la vida íntima, secreta, de las familias y te puedo decir que allí tampoco existe el matriarcado” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          El padre Paco desacredita el trabajo de los investigadores que visitan Juchitán debido a que solo permanecen unos días realizando su labor. Para el párroco, el matriarcado es un “invento” de los antropólogos porque únicamente basan sus conclusiones a partir de la primera impresión que observan en el mercado. El padre usa términos muy coloquiales para sintetizar esa impresión tan determinante de los observadores externos: “Aquí, dicen, el hombre es un huevón y su mujer los mantiene…” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          En seguida, el párroco explica los tiempos laborales -en los que están involucrados los hombres y las mujeres-, que pasan desapercibidos para los investigadores:

Pero el hombre se levanta muy temprano porque a las doce del día ya está el sol incandescente y no se puede. Entonces, cuando llegan los antropólogos ven al hombre dormido y dicen ah, es una sociedad matriarcal. No, ésta es una sociedad muy comercial y la mujer es la que vende, todo el día; pero el hombre ha trabajado la noche, la madrugada. (Caparrós, 2012a, p. 66)

Ante la argumentación del padre Paco, el narrador asume que el matriarcado no existe en Juchitán como algunos investigadores y gente de ahí mismo suponen. Sin embargo, el narrador asegura que si no existe el matriarcado como tal, “. . . el papel de las mujeres es mucho más lúcido que en el resto de México” (Caparrós, 2012a, p. 66). Con la afirmación, el narrador resignifica el papel de la mujer en Juchitán y, por extensión, en todo el país. La comparación entre las mujeres de Juchitán y las mujeres del resto del país es en extremo significativa. Y se comprende mucho más cuando el narrador cita las palabras de una de ellas: “. . . -Aquí somos valoradas por todo lo que hacemos. Aquí es valioso tener hijos, manejar un hogar, ganar nuestro dinero: sentimos el apoyo de la comunidad y eso nos permite vivir con mucha felicidad y con mucha seguridad” (Caparrós, 2012a, p. 67).

          Las palabras de la mujer juchiteca –cuyo nombre, Marta, señala el narrador-, constituyen una narrativa de la ciudad desde la perspectiva de la mujer. Marta habla desde su experiencia individual pero también como mujer que representa a todas las mujeres de su comunidad. En términos de interpretación, el imaginario que Marta realiza de la ciudad de Juchitán, se construye desde esa unidad dual que es lo individual-colectivo.

          Sobre esa “felicidad” y esa “seguridad” de las que refiere Marta, el narrador, como visitante extranjero, reafirma las palabras de ella y generaliza sobre las mujeres juchitecas que “Y se les nota, incluso, en su manera de llevar el cuerpo: orgullosas, potentes, el mentón bien alzado, el hombre –si lo hay– un paso atrás” (Caparrós, 2012a, p. 67). Es evidente que en sus recorridos por la ciudad, el narrador ha observado la manera de caminar de las mujeres solas y acompañadas por sus hombres.

          La aseveración tan significativa de la función de la mujer juchiteca, se suma a otra aseveración anterior. Conjuntando las dos valoraciones: Juchitán es muy diferente al resto de México debido a dos razones principales; primera, porque las funciones de las mujeres son muy valoradas y consideradas por su comunidad; y, segunda, porque un mayor porcentaje de juchitecos vive de su producción o del comercio y no del salario. En resumen, Juchitán, ante el autor extranjero de la crónica, representa una ciudad que se distingue de las demás ciudades de México no únicamente por las dos razones anteriores, sino por sus muxes y porque uno de ellos estuvo muy cerca de ser la primera diputada trasvestida del país y, quizá, del mundo.

 

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César Antonio Sotelo Gutiérrez nació en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua, México. Doctor en Filología Hispánica por la Universitat de Barcelona, Master of Arts  por The University of Texas at El Paso y Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Su trabajo como crítico literario se ha publicado en libros y revistas en México, Estados Unidos y España. Dramaturgo y director de escena, ha publicado la comedia Van pasando mujeres (UACH, 2012). Actualmente se desempeña como catedrático de Literatura Mexicana e Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

 

Humberto Payán Fierro nació en Chihuahua, Chih. Estudió la Licenciatura en Letras Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Realizó estudios de maestría, Literatura Hispanoamericana, en New Mexico State University y de doctorado en la Universidad de Sevilla.  Escribe cuento, ensayo y guiones de video. Ha publicado en revistas nacionales y extranjeras. Es autor del libro de cuentos El oficio de pensarte (Colección Flor de Arena, UACH, 2008).
Actualmente se desempeña como catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

God I Love This Country

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1

My name is Pete. Pedro. Peter.
My record code is R-7C-B/USMC/63.
Charles gave me this apostle’s name.
Why a traitor’s name?, I asked several times.
Why not, he answered with pride, he was the best of them all.
I would’ve liked to be called a different way.
Even though I can’t really think of another name.

2

          We arrived at the U. S. on 44, during the climax of the second great war. In those days, Anaheim was an uninviting ranch and not this city engulfed by riches and idiotic tourists. Our first days were spent with my father’s uncle. The old man had a large family, a chubby wife and several children full of shit due to the days spent working the fields. Within a week we moved to the beach into a hovel made from rotten wood, where my mom, my dad and three brothers fit to perfection. Two weeks later we were going to a school for children of illegal immigrants that was ran by Christian pastors. It was an ample classroom where all the grades were stuffed together; we learned slowly, sometimes I think we didn’t even learn. The sunset on that virgin beach was different than those I had seen before. In Tampico the sun never fell, it was born from the water. On this side of the world the sun sank already tired from its long journey.

          My father was the first to change his name: from Carlos to Charles, to make things easier he said, then my mother and brothers followed suit. Now, after so many years, I guess it was amusing for the rednecks to see our brown skin with saxon names and a marked mexican accent when we said: Mom and Dad. Mi father spoke about dollars and not about pesos, of seasons and not of temporadas. Most times he didn’t even hang out with the rest of the mexicans that worked at the plant where he did, he said that most of them where beasts maladjusted to society. We are not beasts, he screamed, we are not.

          We didn’t get amnesty of the second war. This worried Charles because, as illegal immigrants, we couldn’t aspire to a good life. He and my mother worked a couple of weeks harvesting grapes. Months later my dad found a job at a factory where they sealed tin cans in which they sent food to the soldiers in Europe. My mother, eternally engrossed in everything, besides the harvest, didn’t take care of anything, she left the worries to the man of the house. Charles earned 17 cents an hour, it didn’t go very far, he said he felt proud; never, he said, would I have felt so much pride being a farmhand collecting sorghum in Tamaulipas. For several weeks he saved to buy himself a cap with USA stitched on. Then he got an olive green jacket with his name sown to his breast and he learned to say: God I love this country, phrase that he would repeat on and on. God I love this country.

3

          I was nineteen when JFK was murdered, I turned twenty at the ARMY barracks. You remember that the gringos where inflamed by the death of their president and the Vietnam war. People scattered everywhere worried by an alleged nuclear attack or the sudden invasion of the commies. Neither thing happened, but it was necessary to discipline us, give us fear. A couple of days after the president’s murder, there was a news bulletin that said that all of the illegal residents that enlisted voluntarily would be naturalized US Citizens, after finishing their tour. My father went crazy with the news and a day later he ordered me to enlist. It isn’t even my country, I said. We argued and after a kick in the kidneys, I enrolled in the Army. Next morning he helped me pack some of my clothes; walked me to the doors of the military base where he hugged me and then he left. The MP’s welcomed me with supposed happiness; they opened the doors of the barracks, let me in and immediately led me to the barber. Dinner was fun, there was everything except caucasians, those, they said, are faggs.

          A week later I was at Fort Pol, Louisiana. They called this patch of dead forests brimming with small rivers <<Tigerland>>; the closest thing to Nam, used to say the infantry instructors. Here we all had labels: the latinos were dogs, the african-american shit and one or two orientals were yellows. They made us go hungry, humiliated us with screams, we fought amongst ourselves, there were days that ended with us kneeling with a rifle in our hands without knowing what to do.; tears trickled down leaving a trace on our faces. Not even the battles where as miserable as the training on that field. During my stay in tigerland I couldn’t stop thinking that my brothers were home, eating just fine, planning on where to go on the weekend with Mon and Dad. Two months later they sent us to the war.

4

          I was the only one with a light skin in that universe of blacks and latinos trained like common dogs. There wasn’t an order we couldn’t carry out. Our company captain was a Jew that had survived the extermination camps in Poland. He was a freckled blonde, racist in every way, he always used sunglasses because he said he had delicate eyes, full of times gone by. I never knew what he meant with that. We’re going to win, he bellowed at us, win, win. Yes, yes, yes, we answered yelling back and laughing. The jungle was wet and pungent. In the sky the birds had given way to helicopters that flew dropping off infantry platoons on the heart of the jungle. As long as there was no battle, we seemed to be having a party covered in sweat and drowsiness.

          There was no set time for the offensives. We could spend weeks listening to far of explosives that didn’t have specific targets. Shoot to kill, anything that moves, was our order. We could see how the companies became smaller with the weeks going by. It was normal to hear the yells of the men that had fallen in the skirmishes. Even the Jew cried in the middle of all the shit. He ended up dying tied to a palm tree close to the beach. While I ate, after an encounter, I imagined Charles sitting after his work shift talking with his friends about my job in Vietnam; surely he told stories about my supposed engagement with the enemy, always closing with his imbecile phrase. God, god, god… I love this country.

Battles make you vile.
With a single shot they blew away my member and my balls.
You lose your bearings, and listen to your body forfeit air.
You stop hearing noises.
Then you loose consciousness.

          I felt a blow between my thighs, I fell in the helicopter’s floor. The tactics used by Charlie was to let the hawks land to shoot them down easier.

          It didn’t hurt, at least that’s what I think now.

          When I tried to touch my wound I couldn’t find anything, only blood, and blood clots that went down my pants until they smeared the floor.

          I woke up in Saigon.

5

          My first days at the clinic I kept my eyes shut, I could only hear voices that got lost along the hallways of the place, voices of those who cared for me, yells of the other wounded.

Each morning the doctor asked me to open my eyes.
I said no. He didn’t insist.
I learned how deaf people dream.

          The sounds that made it to me during daytime, were the same as the ones at night. The screams always mingling with the sweet nurse’s words.

Dreaming with sounds, but no images.
Dreaming echoes, only.

          After a week of being in this place I raised my head a little, opened my eyes and saw my toes, then the legs and lastly the bandages that were covering my abdomen. I didn’t give the tears time. I dropped my eyelids. A month later I got the courage to see the light again

          I was hospitalized six months.

          The fucking war didn’t end. On the contrary, the ranks of the privates got bigger because of the draft. New wounded arrived. They gave me a plastic member, excuse me, a yellowish tube which my piss used to exit, and some cellulose testicles that they put in a plastic bag inside the little that was left of my scrotum. The doctor said that I wouldn’t go crazy that way. You have a long life ahead of you and you should make the most of it, he commented like any protestant pastor in his Sunday TV show. With the help of two black nurses I sat up on bed and they washed my body being careful not to hurt me. They pretended not to pay attention to my wounds, but they couldn’t deny that they had a castrated body in front of them. I turned my head, saw the rest of the wounded, a great valley of mutilateds I thought. I stood up and walked slowly till I reached the immense windows to the street. The day’s smells brought back the longing to go back to my old town, that faraway place lost in memory.

          On the evenings the nurses were called by those that said to be feeling bad. Later you would hear the screams of pleasure. When this happened, they gave us the tiniest amount of morphine, smiling at us saying that we were in luck. Laying on the stretcher I could imagine myself as a dog on the sidewalk waiting for someone to drop some food. The smells that came into the clinic lost their way between the sheets of the stricken. As well as those the stench of patriotism that the jeeps brought with them. The smells reminded you that you were still alive.

          It was usual to read somebody else’s letters. They left them on the floor or every which way. In those pages you could read their mother’s petitions: take care son; I love you. Come back soon, we miss you. The boy is already walking. In my case letters were few and far apart. And when they got here, I never read them. I let their envelope turn yellowish before giving them back to the postman to return to the sender. I just wished to stay looking at the light that came through the windows; I dreamt in turning into a ray that crossed the plain and never returned. I missed the small pain that you feel in your member when it begins to wake up. No I just felt how that draining tube froze my crotch. The cold forever there.

6

Army Commendation Medal.
Purple Heart.
From Corporal to Sergeant.
A tourist class flight home.
Spit from activists.
Beautiful women at my side.
I didn’t tell anybody that I was coming back.

          When I got back to LA I stayed a couple of days at a dingy hotel. I went down to the street to eat anything. Then I took in a matinee. Afternoons were spent at the beach in Santa Monica, seeing people on the sand resting. Neither the Jew or the others were with me. I don’t know what happened to them.

          The sand burns, but the cold doesn’t leave me.

          I can’t complain, they made me a citizen and in direct line all of my family became US citizens.

          They give me twelve hundred dollars a month.

          We are all very happy, right, son, said Charles in front of the family when I finally got home. I kept quiet, then I grimaced and everybody took it as a frustrated smile. They made a large party in my honor full of people that I didn’t know. They congratulated me. Gave me gifts and hugs. They introduced me to Ursula, a whale of a woman that looked like an idiot, daughter of the uncle that took us in when we first arrived to this country. God I love this country, Charles yells and urges the party onward. Minutes later he takes me by the arm and walks me to the front porch. The evening is hot, Charles looks at me steadfast, he approaches and gives me a hug; it’s your turn to be happy, he whispers in my ear. Ursula is a good woman, he continued saying, it has been arranged, wedding in three months. You can’t say no, he said bluntly, after all your uncle welcomed with open arms when we first arrived to this country, you can’t deny him this favor, then after a while, you may even fall in love. My mother was looking at me from through the windows from the other side of the house. She smiled, raising her hand with a little fright and waved at me.

          Three months later I married the walrus.

7

It was a great wedding, I can’t deny it.
There was beer and good food.

          Before the party ended Charles took me to the bedroom and left me sitting on the bed. Good luck, he said and left. Minutes later Ursula walked in with a salmon colored bathrobe that appeared smeared on her bulging body. She undressed me ceremoniously, then she laid by my side, we stayed still. I fell on my chest her large sweated tits. The closest I had ever been to a woman had been back at the hospital; the nurses would let us touch their ass for a couple of dollars. Ursula bit one of my nipples, took my hand, stretched my fingers and plunged deep within her. I heard her whisper that she loved me. Minutes later she gave squeals similar to those of a pig caught in a trench. When she was done, she kneeled at my side, she said sweetly that it was my turn. She looked for my penis with desperation until she found the draining tube, there were a couple of seconds of silence, then she began tugging on that piece of latex. When she got tired she didn’t say speak, she sat at the edge of the bed and then she said she was sorry. I didn’t hear anything else, I fell asleep.

          Next, morning, when I woke up, she had left already. I dressed slowly and came out of the room to find Charles sitting in front of the TV. Everybody went to have breakfast at the beach, he said before I asked anything. I sat beside him, he gave me a beer: drink it, Pete, it tastes better if you haven’t had any breakfast, he said. The people on TV think we are idiots, don’t you agree, he commented without any real interest. I don’t know, I answered, maybe. Have you picked up your immigration papers? I asked. No, he answered and took another drink. The beach’s sounds came softly form outside.

          At least it was a good lay that chick I got for you, right? He repeated, a good lay. He took another drink from his beer, the he turned to look at me and echoed, a good lay. He finish by saying that I shouldn’t worry, Ursula was not going to come back. That’s ok, I said. I stood up and went to the bathroom, I emptied my pissed-filled bag. I look at myself in the mirror, my face is spoiled due to the long insomniac nights. The screams from the people swimming can be heard far off, but screams after all. I could go back to my father and cross examine him as to why he sent me over to hell, but I now he won’t say anything, he won’t even utter an apology. He is an idiot, I think, a word so week that it seems to be used in a couple’s squabble. An idiot. I went back to the living room, he was still sitting there without paying any attention to anything. I went out of the house, I’ll come back later, I yelled back.

8

          I went to the veteran’s psychiatric ward that is in Long Beach, I walked in alleging post-war schizophrenia. They admitted me with no problems. Now I spend my afternoons sitting on the patio watching the sun go down. I imagine myself in the sea, feeling waves coming over me; I think in the arrival of my father to this country, then I see myself next to him jumping around and asking for things that he can’t give me. Then he transforms into an old man sitting alone in his house. When the surf finally finishes devouring me I can still see some words coming out of his mouth that I can’t understand. God I love this country.

          The other day I dreamt about Ursula. I imagined her naked on the beach. In the dream Ron Jeremy, the porn actor, arrived and fucked her until she cried. I felt happy for her.

          Most of the people here with me are idiots. They spend most of the time crying because they didn’t make anything out of their lives and now they are a bunch of mediocre people locked away in a sanitarium. I tell them not to worry, after all, we have somebody that nobody else has. When they ask what is that thing that nobody else has, I smile, and touch my chin. Figure it out, God I love this country, I finish saying.

9

It’s time to empty my piss bag, I wonder where is that obese woman.
I haven’t gotten a divorce.
I don’t think it matters.
I’m going to change my name.
I love teasing that crazy woman in front… she loves oral sex.

          I’m going to give my father a huge drain tube with its proper piss bag so that he doesn’t have to stand up to go to the bathroom on Sundays.

          I can’t believe they killed the other Kennedy, I hope that Charles doesn’t hear that news.

 

 

Hugo Alfredo Hinojosa is a playwright, fiction writer and essayist, he won the National Fine Arts Award for Literature, in Mexico; his dramatic work has been performed in the United States, India, Mexico, New Zealand and Chile. He was a member of the Royal Court Theatre in London, and was a scholarship holder of the Foundation for Mexican Writers as a playwright. He is currently preparing his first book of short stories.

Ciudad líquida

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Si tuviera que definir a la Ciudad de México primero lo haría por lo lacustre, con sus dos temporadas, la de lluvia y la de no lluvia, de seis meses cada una,  ya que fue para mí siempre un lugar lacustre y lleno de áreas de vegetación silvestre, minas de arena, pedregales, lagunas de temporal, arroyos y bosques y, sólo después, el área alrededor al Valle del Anáhuac, empezando en el círculo de la ciudad misma y expandiéndose en círculos concéntricos cada vez más amplios, y, sólo después, por el centro, su mezcla de pasado virreinal y realidad moderna, y los restaurantes donde nos llevaban mis dos abuelos, tradicionales y de comida criolla (criolla supongo por virreinal e hispanomexicana, aunque nada más mestizo, más mexicano, que esta comida, tan distinta, por otra parte, a las fritangas), los dos por separado aunque coincidían en buena medida en cuanto a sus gustos.

          En los primeros años de primaria, tenía un amigo que vivía en Pedregal. Tengo la idea de que caminábamos—es posible que nos haya acercado en el coche su mamá pero estoy casi seguro que no, que el trayecto entero lo hacíamos a pie, esa era la libertad y la seguridad de la que gozábamos—desde su casa para llegar a un enorme cuerpo de agua que nos llegaba hasta la cintura en la temporada de lluvias. Era, lo pienso ahora, tenía que ser, parte de la antigua cuenca de México, hacia el lago de Chalco y, más allá, de Xochimilco. Eran los humedales, el agua dulce, a diferencia del agua salobre, y recuerdo, lo de siempre y siempre inagotable,  una enorme extensión de agua reflejando el cielo y las nubes y al fondo el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. ¡Imagen que me ha conmovido siempre! Con pequeñas redes sacábamos pececillos y renacuajos y volvíamos con ellos en frascos a la casa de mi amigo. Yo también me llevaba estas criaturas a mi casa. Me fascinaba ver la metamorfosis de los renacuajos. Siempre me han encantado las ranas. De niño y adolescente siempre tuve acuario.

          Lo lacustre también eran las tiendas de animales y de peces como la que se encontraba sobre la pequeña plaza  justo calle arriba del Parque de San Patricio en San Ángel (ahí también compramos los camaleones cornudos que de lacustre no tenían nada, también serían mascota muchos años, con su extraña mezcla entre criatura prehistórica y de ciencia ficción, dragón y caballero medieval, una de mis mascotas preferidas muchos años; los soltábamos—hablo en plural porque otro amigo que vivía en la cerrada de Las Flores también tenía uno—en  los predios o lotes baldíos donde había hormigas para luego llevarlos de vuelta a casa), o la pequeña tienda de acuarios y todo lo relacionado con los peces, incluyendo lombriz pequeñísima y larva viva de mosquito, en un local diminuto sobre Av. Revolución justo pasando el mercado de flores. También íbamos a la Merced a buscar ranas, y a ver diferentes criaturas, entre ellas los ajolotes, que me llamaban enormemente la atención, pero nunca tuve uno en casa, en el acuario u otro acuario. Llegamos a pescarlos alguna vez, rastreando las lagunas cerca de las orillas con red de mano en busca de renacuajos y acociles, pero los devolvíamos al agua cuidando no lastimarlos.

          De niño, mi abuelo materno nos llevaba a picnics al Parque Nacional El Chico, pasando Pachuca, donde comprábamos pastees y mi mamá los agregaba como un complemento a lo que ya llevaba en la canasta. Le encantaban los mapas, sus instrumentos de ingeniero, todo lo relacionado con el automóvil. Casi llegué a sospechar que anticipaba con entusiasmo algún problema mecánico para aplicar su know how. Era Ingeniero geólogo, así que nos hablaba de la topografía, de las capas y tipo de piedra cuando pasábamos un cerro cercenado por la construcción de la carretera, de las eras geológicas. Mientras los adultos platicaban sobre el mantel puesto en algún sitio agradable de algún prado y bajo un árbol, mis hermanos y yo íbamos a los arroyos, donde nos metíamos hasta las rodillas y procurábamos atrapar renacuajos. Recuerdo el brillo verde eléctrico o azul turquesa de las libélulas.

         El rincón nororiente de la casa de mis papás, donde estaba el cobertizo para la leña y el rectángulo de ladrillo para la composta, a un lado de los cuartos de servicio y su baño, comenzaba el terreno enorme de una quinta abandonada años antes de que nosotros llegáramos a vivir ahí. No era la única, pero era la más cercana y la más bella. Tenía una casa de dos pisos que daba a la avenida del otro lado, Calzada de los Leones, así como su reja. A un lado de la casa estaba la alberca que en temporada de lluvias se llenaba y se daba toda clase de vida acuática. El resto de la propiedad, unos dos mil o tres mil metros cuadrados, eran un jardín botánico silvestre, cuyos únicos transgresores, ya que no cultivadores, aquello se daba solo, éramos nosotros. Lo del rifle era un pretexto. Lo que más nos gustaba era hallar y atrapar distintos animales, para después soltarlos. Un hallazgo muy especial, y no difícil, eran las preciosas culebras, que encontrábamos en el pasto, debajo de las rocas, tomando el sol o en el agua de la alberca. Eran de distintas tonalidades de verde, no más grandes que un lápiz, con pequeños ojos negros un poco saltones. Las traíamos, mi hermano yo, a veces junto con otro amigo, enredadas en los dedos o en el bolsillo de la camisa y, a cierta edad, era común que llevara una a la escuela. Era un lugar misterioso, en potencia peligroso por las posibles serpientes o ratas, pero llegamos a sentirlo como nuestra patria chica, por decirlo de algún modo, la otra cara de la moneda de lo que era nuestra propia casa, ordenada al extremo, con los jardines bellos y trabajados, donde lo único silvestre era de lo que también nos encargábamos, o me encargaba, subiendo a las tejas y canelones de los techos de dos aguas para desenraizar los pastos y pequeños árboles que comenzaban a crecer ahí, o llevar en un frasco a los caracoles con mi mamá para que los contara y luego darles yo muerte no recuerdo bien de qué manera. Me pagaba cinco centavos por x, o veinte centavos por y, no recuerdo el pago a mis servicios, a nuestros servicios con respecto a los caracoles, ya que sí recuerdo a mi hermano en esa actividad, pero era un tabulario establecido de antemano. Los mismos caracoles que luego comeríamos en el restaurante francés en la Nápoles donde íbamos con cierta frecuencia. No se me escapó la ironía ni siquiera a esa edad. Tiempo después, mi mamá compraría conchas de caracoles, recuerdo el recipiente tubular transparente, para prepararlos en casa, no sé con qué fin ya que los caracoles ya venían con su propia concha y no nos comíamos las babosas, pero también contaban en nuestro trabajo como exterminadores de pestes, aunque a un menor precio.

          La Tasqueña, casa de mis abuelos, era una casa de campo inglesa en un terreno de unos siete mil metros cuadrados cuyo dueño y constructor había partido del país a fines del porfiriato y frente a la revuelta social que se veía venir para volver a Inglaterra. Mi abuelo se la compró a él o a sus herederos en los años veinte. Yo la recuerdo, y fui cada semana hasta los doce años, todavía en despoblado, rodeada por tres lados por campos de maíz y de alfalfa. Había acequias y la parte oriente del Río Churubusco no se había entubado aún y estaba bordeado por grandes eucaliptos. Tlalpan era una avenida amplia pero mucho menos transitada que diez años después, en cuyo camellón central corría el tranvía doble Tlalpan-Centro Histórico de la Ciudad de México. Fue trazada y construida por los mexicas en el siglo XIII, y era una de las tres calzadas que unían el islote México-Tenochtitlán con los, en aquel entonces, pobladores de tierra firme, y solución a como transportar mediante un acueducto el agua potable de los manantiales de Huitzilopochco y Coyoacán. También servía para separar las aguas dulces de las salobres. Sobre la misma entraron los conquistadores españoles por vez primera a la ciudad, dándose ahí el encuentro entre Moctezuma Xocoyotzin y Hernán Cortés, el 8 de noviembre de 1519. Lo más cercano a la casa de mis abuelos era el Club Campestre Churubusco.

          Un poco más grande y durante años salíamos de la casa para andar en bicis por toda la zona al occidente de Las Siete Chimeneas, en un extremo el Panteón Jardín, en la parte alta las minas de arena y una que otra presa, así como el inicio del bosque, y del otro extremo Barranca del Muerto, Plateros y el recién inaugurado Aurrera donde comprábamos pingüinos y latas de root beer, me parece con la figura de un oso, para refrescarnos. Yo tenía una bicicleta para la cual había trabajado y ahorrado y que le había comprado a un compañero del colegio. Fue mi primera pertenencia mayor y que yo había adquirido. Estaba casi nueva. Era casi como tener un caballo, tal era mi orgullo, y una combinación ideal para usarla campo a través, para trucos, o para andar en la calle. Tenía un asiento tipo banana, llanta trasera más grande y ancha que la delantera, lisa, frenos de pedal para la trasera y frenos de mano para la delantera, y la delantera era todo lo contrario a lisa, off road, para tener buen agarre. Podía hacer bastantes trucos con ella, levantarme sobre la llanta trasera, recorrer distancias de esa manera, como montarla a toda velocidad y luego aplicar los frenos traseros para patinar, pero lo que más me gustaba era llevarla a esos sitios donde uno tenía que hacerse su propio camino, y cruzar de una parte a otra con uno o dos amigos. Era dorada y plateada y del todo inaceptable, a mi parecer, ponerle calcomanía alguna.

          En la preparatoria, nos fuimos de pinta dos o tres veces a la Avenida Observatorio a tomar el camión a Toluca para bajarnos en La Marquesa. En una ocasión, incluso pesqué una pequeña trucha en la presa y nos la prepararon en unos de los puestos de quesadillas, junto con lo demás que almorzamos. Íbamos al Ajusco, a los Dinamos, donde también pescábamos, adrede pocas, y pequeñas ya que las truchas sólo se dan de cierto tamaño en esas aguas, casi sólo para probarlas y por la emoción de pescar, en el río Magdalena que era el mismo que pasaba frente al Altillo y a la casa de mis primos en Coyacán. Los papás de un amigo que vivía en Lomas, nos llevaban a las lagunas de Zempoala. Más grandes, cuando comenzamos a acampar, regresaríamos por nuestra cuenta e iríamos a muchos otros sitios preciosos,  la Sierra de las Cruces y la Presa Iturbide rumbo al Centro Ceremonial Otomí y, del otro lado, los pueblos de San Pedro Arriba y San Pedro Abajo, así como a La Marquesa y a Jajalpa y, un poco más grandes, a lugares más remotos como Pucuato Sabaneta y Mata de Pinos en Michoacán o a la Sierra de Puebla; todo esto en la secundaria y en la preparatoria. Un lugar que se volvió de nuestros favoritos y fuimos unas cinco veces a lo largo de esos años, fue al volcán Nevado de Toluca o Xinantécatl (Señor Desnudo). Subíamos hasta la cima, desde donde se veían los alrededores pero también los dos cráteres con sus lagunas, la del Sol y la de la Luna, en su interior. También pescábamos trucha ahí o no pescábamos trucha y comíamos sólo lo que habíamos llevado para alimentarnos. Nunca he pasado fríos como en la madrugada de algunas de aquellas ocasiones, esperando a que el sol librara el labio altísimo del volcán para darnos directamente y calentarnos. Pescamos una vez en el Río Tenancingo, muy cerca del Nevado, y de ahí fuimos a Ixtapan de la Sal a las aguas termales y al calor. Y lo anterior sólo para hablar de las aguas frías y limpias del altiplano mexicano y de los bosques del Estado de México, Puebla y  Michoacán. Mata de Pinos, Pucuato, Sabaneta, Zempoala, Río Frío, Laguna del Sol en el volcan Xinantécatl, Zacapoaxtla. Los lugares donde habita la trucha arcoíris siempre son de aguas frías y cristalinas, en bosques de coníferas y otros árboles de clima templado.

          La impresión sigue muy fuerte. Era otro día de campo. Tendría más o menos ocho o nueve años. Tomó bastante tiempo llegar ya que estaba en el nororiente de la ciudad, lo cual ya incrementaba la emoción así como la impaciencia. Cuando llegamos era como hacerlo a un sitio que ya no era la ciudad misma. Creo que era donde iban a dar todos los grandes ríos, ahora de aguas negras, el Río Churubusco, el Río de la Piedad, el Río Consulado, y más al norte el Río de los Remedios, para desembocar cada uno en el Gran Canal de Desagüe. Muchos de ellos habían sido entubados y ahora pasaban por debajo de avenidas con su mismo nombre. No sé en qué sitio desde el Gran Canal de Deasgüe y su confluencia con el Río Remedios, desde donde parten otras tres corrientes, entre ellas, el Río Tula, estábamos nosotros aquel día. Tampoco sé en qué punto de la construcción del drenaje profundo realizado entre los años de 1967 y 1975, pero si más o menos el año, 1970, ya que yo tendría unos 10 años, los años de Echeverría.

          No sé bien con qué fin nos llevaron ahí. Era una estructura muy grande, con oficinas y distintas áreas de operación. Recuerdo que estábamos parados sobre un piso de parrilla de muchos metros cuadrados y justo encima de las aguas.  El líquido potente y profundo parecía correr a escasos metros bajo nosotros aunque la distancia real era mayor. Había barandales a los lados y si uno veía hacia abajo lo único que lo separaba del agua que corría, potente y amenazadora, extraña ya que no se parecía a nada que hubiéramos visto antes, clara y negra, espumosa y café, con basura, y lo que nos separaba de ellas, la cuadrícula de hierro, parecía frágil y de un tejido demasiado abierto. Con decir que nos llegaba la brizna, levísima ¿o imaginada?, y el gesto era taparse la boca con la mano o la camiseta. Pero lo que más nos impresionó eran los cadáveres inflados, sobre todo de perros, aunque sí vimos una vaca, que pasaban por debajo con cierta  periodicidad, como en una estrafalaria coreografía. Si en épocas pasadas los ríos y las lagunas del Valle de México habían sido navegables, incluso por un barco de vapor, no eran navegables esas aguas que pasaban por debajo de nosotros, como tampoco nosotros éramos una nave o estábamos suspendidos en una nave; al contrario, la sensación era de gran peligro y caminábamos sobre aquella superficie que nos separaba de ellas como si fuera vidrio.

          No recuerdo que fuera tanto el olor que desprendían, o que fuera lo que más nos impresionó. El hedor venía por rachas, venía y se iba, como todo lo demás. Eran las aguas residuales de todo tipo de la ciudad de México y sus ríos y arroyos, entubados o no, que incluían el agua copiosa de las lluvias. Aquello fue mi primera experiencia de lo sublime. No lo sabía a esa edad pero lo sé ahora. ¿Me sirve de algo? No, no lo creo. Rara manera de vivirlo, pero así fue, como también lo fue de una estética muy distante a la de lo bello y armónico, la de lo feo y de lo grotesco, (el brazo del general Obregón, “mi general”, en su monumento en Chimalistac, aportó algo, supongo, pero era más absurdo que grotesco). Volvimos a la escuela casi todo el largo trayecto en silencio, cada quien ensimismado en sus propias cavilaciones. Habíamos conocido lo terrible y le habíamos dado otro rostro a la ciudad.

          Años después, ya en la prepa, fuimos a acampar a la presa Endhó, construida en los años 1947-1952 con el fin de contener toda el agua de lluvia que ingresaba al distrito de riego y almacenarla, cuerpo de agua limpia, para el Distrito de Riego 03 de Mixquiahuala y para abrevadero de animales de libre pastoreo, se convertiría por decreto del presidente en recipiente de las aguas negras del Distrito Federal y del área metropolitana. El Río Tula nace así en estas aguas negras. También quisimos pescar ahí. No dábamos con el lugar porque sólo se veía una extensión enorme de verde desde el camino de terracería. Cuando llegaron los vientos, desplazaron en muy poco tiempo las plantas acuáticas a la otra mitad de la enorme presa, abriendo un cuerpo enorme de agua. Creo que todos gritamos ante el espectáculo. No pescamos nada, también hicimos intentos, en el Río Tula, pero ya se notaba algún grado de contaminación, del cual se quejaban los lugareños.

          En 2010, para hablar por un momento de fechas mucho más recientes, la presa Endhó, ubicada al sur del Valle del Mezquital, a 20 minutos de donde se encuentran los Atlantes de la cultura Tolteca, recibe alrededor de 3 465 millones de litros de aguas negras diariamente. El hedor es insoportable y sus aguas matan a los animales que abrevan ahí. También existieron las arboledas de ahuejotes en el Valle de México, una especie endémica a los lagos de México.

          El agua es más mi medio que la tierra, o eso llegué a sentir en muchos momentos. Las albercas me encantan y son otro de esos sitios memorables de la niñez, alrededor del cual se sitúa lo demás. Pero también el espacio de la regadera, sentado en un rincón y envuelto con la toalla, con sus canceles verdes, también acuáticos. Espacio interior lo más cercano a estar sentado en la rama de un árbol, supongo, así que árbol y alberca se encuentran. Las tinas también siempre me han gustado, pero eran pocas las veces que usaba la tina en el baño de mi hermana. La alberca de la Casa Azul, de Mamá Tití en Cuautla y en Revolcadero, del hotel venido a menos y llena de gardenias en San Fortín de las Flores, con su mesa de billar pandeada, así como la de ping pong, y los colchones, lo cual nos divirtió, y luego estaba la hija de los amigos de mis papás, un poco mayor que yo, y el café y el pan dulce, de agua friísima en Cuernavaca y Villa Guerrero.

         Había sido tapada la alberca que estaba en el jardín principal de Las siete chimeneas por el dueño anterior, el señor Charlie Jagou, porque el hijo de sus vecinos se había ahogado y eso los había impresionado mucho. Cuando nosotros vivimos en la casa, aquello funcionaba como aljibe, como reserva de agua. Era extraño levantar una tapadera pesada de hierro y percibir, más que ver, el agua abajo, todo en lo que parecía sólo ser un jardín con césped. Había muchas historias de aparecidos, sobre todo entre las personas que vivían con nosotros como servidumbre. No era poca la ayuda: una cocinera, una muchacha, a veces dos, el chofer, que también era multichambas, y el jardinero, que era de entrada por salida. Siempre supuse que a quien veían era el niño ahogado, pero seguido hablaban de una niña o de una parejita, niño y niña; sólo de adulto supe que eso había sido en la casa de los vecinos.

          También íbamos a Tequesquitengo, pero a esquiar. Mi madre de niña iba seguido los fines de semana a una cabaña que había construido mi abuelo. Los adultos jugaban cartas, platicaban, tomaban y comían. Mi mamá se paseaba por el lago en su lancha de remos con su perro Cocky, sobre todo para ir a una resbaladilla de concreto del otro lado que daba al agua. También limpiaba por una tarifa la lobina que pescaban los señores, y jugaba con algunas amistades del pueblo. En una ocasión se trepó en un guayabo y comió mucho fruto que no había madurado. Se enfermó y hasta la fecha no aguanta el olor de la guayaba.

          Agua Hedionda en Cuautla era otro de nuestros lugares preferidos.

           Los Water Boatman o Hidrómetra, del abrevadero para los caballos en Jajalpa, se volverían presagio del remo en mi último año y meses de preparatoria. También me regresaría al deporte que practiqué tres o cuatro horas diarias de los diez a los trece años, la natación, en el Club Pedregal. Posiblemente era más water spider sobre el skiff, que nadando. Uno de las emociones más memorables para mí es justo  sentirse uno con la madera y el metal de aquel artefacto, la sensación de sincronía, de extensión y velocidad, de una capa sobre otra capa, tanto de la mano y el remo, como del esquife y el agua, asunto de contiguidad pero no de indiferenciación excepto por momentos, más de intersticios. Dos de mis compañeros de clase practicaban dicho deporte y uno de ellos, S A, el más cercano en ese momento, me invitó a su club, el Club Alemán. El otro amigo, A G, remaba en el Club España. La casa de  remo del club estaba en Xochimilco. La separaba un canal de la plataforma del extremo sur de Cuemanco. La casa club estaba casi en ruinas. Era una construcción de dos pisos y el piso de arriba estaba agujerado y se podía ver hacia la planta de abajo, donde estaban las pesas y algunos de los barcos. Los demás estaban en el hangar, al otro extremo de la pista olímpica de remo y canotaje Cuemanco y su entrada principal. Practiqué y concursé primero, como todo mundo, en el  ocho con timonel, en la punta por ser el más novato y más ligero. Luego me concentraría en el esquife y doble skull remo corto. Pero antes había que aprender a remar en un esquife gordo y ancho que habían apodado, si no mal recuerdo, la “madrina”. Por los madrazos, creo, y no por la policía judicial. Era difícil voltearlo, aun cuando uno perdiera los remos, pero aparte de eso los mecanismos, el asiento que se deslizaba, el largo de los remos, eran lo mismo. ¡Remé semanas por los canales del viejo Xochimilco, por las casas, bajo los cipreses, ahuejotes y otros árboles, entre las chinampas! Era una realidad insólita, lo urbano junto con lo laboral y, éste, a su vez, inseparable de lo natural. Veía las actividades en los patios traseros de las casas. Era limpia el agua, incluso me sorprendió lo mismo, con vegetación pero no como para impedir el remo o el transporte de cualquier tipo, que para los habitantes del área seguía siendo principalmente por agua. Veía así, conocía, el Xochimilco más íntimo que el que conocen los turistas, y no por eso me volví habitante, lo cual sería falso y presuntuoso, me miraban pasar, sobre todo los niños de modo abierto, intercambiábamos saludos, a veces una breve conversación, seguido algo que llevara a la risa. Estaban acostumbrados a ver fauna como yo y creo que les parecía gracioso y un poco incomprensible lo que hacíamos. Aunque los mejores entrenadores y algunos de los mejores remeros, sobre todo en las canoas, eran nativos de Xochimilco, así que también era parte de su tradición. Luego me pasé a la pista olímpica, sin dejar de ir a la vieja casa club, ya que ahí me cambiaba, bajaba el esquife, a solas, o el skull, con algún compañero, lo metíamos al agua, cruzábamos los tres metros de aquel canal, desembarcábamos en la plataforma del otro lado y cargábamos el skull por encima de nuestras cabezas, los cinco o siete escalones para subir al nivel de la pista olímpica y luego nos introducíamos en ese amplísimo cuerpo de agua, como alberca fantástica,  para entrenar en su extremo sur o en toda su longitud. Nada como esas mañanas, esos amaneceres ahí, en el suroeste del valle de México, seguido visibles los volcanes, el sonido de los remos entrando en el agua, el aire fresco y el lugar límpido y diáfano. El entrenador nos acompañaba desde tierra firme, en el camino lateral, donde también entrenábamos corriendo, en su bici y con el megáfono en mano. Dejábamos los barcos en uno de los muelles en el extremo de los hangares y corríamos o subíamos y bajábamos las escaleras de las gradas. Los entrenamientos eran extremos, de tres o cuatro vueltas completas, y acabábamos exhaustos. Disfrutaba mucho después ir a una heladería en el centro del pueblo o a los licuados de alfalfa. Participé en varias regatas nacionales. En doble skull remo corto obtuvimos cuarto lugar. No hay deporte que he gozado más, pero nunca lo he vuelto a practicar. No hay sensación que se parezca a estar sobre el agua en una embarcación tan ligera y en apariencia frágil, inmersos en el líquido y a la vez no, el poder y el sonido de los remos, el movimiento sobre el banco en sincronía con el leve hundimiento seguido por el aligeramiento de la nave, esquife o skull.

         Los árboles han tenido una enorme importancia en mi vida, algo que también inició en mi primera niñez y en mi adolescencia y que, para mí, es inseparable del agua.  Los árboles, como ya he mencionado, de la Tasqueña, pero también de la casa grande y vieja en la que crecí, llena de escondites y lugares divertidos, como la torre alta con el tinaco verde o los techos de dos aguas  y teja con sus múltiples nichos. Las chimeneas, reales y falsas, que subían al cielo y, más, desde la azotea, y le daban su nombre a la casa. No The House of the Seven Gables, pero sí Las siete chimeneas. Había sitios donde uno podía pasar del techo directo a las ramas de un gran fresno, procurando no cuartear una de las tejas, pero, a veces, aunque uno hiciera todo por impedirlo, se oía y a la vez se sentía algo que cedía, de modo sonoro y táctil y, en un instante, bajo el peso del pie, un fracaso pero también una sensación placentera. También había muchos otros fresnos, un tejocote, una palma ancha que creció con nosotros, varias trepaderas como la frambuesa y el plúmbago, setos de pirocanto, una higuera, un pino y dos oyameles altísimos y más viejos que la casa, de uno colgaba el mecate y la vieja llanta que usábamos para treparnos y también para girar hasta marearnos.

          Cuando mi abuelo vendió La Tasqueña al Sindicato de Músicos, especificó en el contrato que se respetaría la casa y los árboles. Pero lo anterior no era obligatorio legalmente y la nueva obra destruyó del todo la anterior, como si nunca hubiese existido. Como ha sido el caso una y otra vez a lo largo de los siglos en México. Mi padre durante años, décadas, no tomaba el paso a desnivel en el cruce de Miguel Ángel de Quevedo y Tlalpan con tal de no ver aquel cambio. Nunca he estado en los interiores, pero el edificio cuadrado y enorme que se ve no tiene gracia alguna. Posiblemente el derrumbamiento de La Tasqueña sea el símbolo más fuerte y doloroso para mí de la ciudad de mi niñez.

          Donde estaba la casa y sus jardines, rodeada por tres costados de los sembradíos de alfalfa y maíz que, en mi mente de niño, parecían no tener fin, ahora, que escribo estas memorias, está la Central Camionera, la estación Taxqueña del Metro, un enorme supermercado; en breve, es una de las áreas más transitadas y congestionadas de esa tremenda megalópolis. San Ángel, Tlacopac y Coyoacán en mi niñez seguían siendo pueblos con sus barrios, ni se diga Tlalpan, e ir a Xochimilco era una excursión para un sábado o domingo, lo cual es aún más cierto de Milpa Alta que ya era medio camino a Oaxtepec (y quiera Dios que jamás se conurbe Milpa Alta).

          Cuando, de joven, universitario digamos y, después recién casado, le describía a otros los cambios de la Ciudad de México que me había tocado presenciar, me decían que lo que yo platicaba no era posible, eran palabras de un hombre de setenta u ochenta años, y no de veinte o treinta y pocos. Pero es la verdad. Para varios amigos míos muy queridos, también chilangos o capitalinos, más jóvenes que yo pero no por mucho, cinco o diez años, pero también amigos de mi misma edad o cinco años mayores, el que yo describa así la ciudad de mi niñez y adolescencia, que también fue la suya, les extrañaría sobremanera. La mayoría, ya adultos, huyeron del DF en cuanto tuvieron la oportunidad de hacerlo.

          El crecimiento desmedido de la ciudad y de la zona metropolitana, la urbanización de las zonas agrícolas y lacustres que aún existían, fue brutal en los setentas y ochentas, sobre todo después de las olimpiadas del ’68 y del mundial del ’70. Lo que cambió de modo violentísimo a la Ciudad de México, equiparable sólo al sismo del ’85, fueron los ejes viales dejados caer sobre la fisonomía del DF por su regente el “professor” Hank González, Gengis Hank, 1976-1982, obviando barrios y pueblos, incluso colonias más recientes, trazando una red de ejes rectos que pretendían ignorar siglos de historia. El Valle de Anáhuac ya no como una conurbación de distintos pueblos y ciudades, incluida la Ciudad de México, sino como una sola mancha urbana. Ese proyecto “modernizador”, que en realidad es expresión de barbarie y de una visión muy corta y seguido filistea, que ha acabado con cuadras enteras de los barrios históricos de tantas de nuestras ciudades. Esas nociones de “progreso” que nos han llevado al borde de tantos abismos.

          Habría que tomar en cuenta que la ciudad que me tocó es un poco insólita dadas las casas y las partes del valle en las que viví o más frecuenté, incluido el Centro Histórico, donde mi abuelo materno tenía su oficina, en la calle Dolores en el Barrio Chino, pequeño pero real. Décadas después también dejaría de existir Las siete chimeneas. En su lugar hay un edificio de veinte pisos sobre la lateral del Periférico.

Debo decir que, con todo y el increíble cambio, cada vez que vuelvo a la Ciudad de México, lo que más me emociona y llena de sensaciones gozosas, es esto mismo que amé de niño y preparatoriano: el brillo de la cantera, de la piedra, después de una lluvia; la ahora extraordinaria pero no menos magnífica transparencia; las montañas, y un poco más lejos, los volcanes, que la anidan; su cielo; ciertos olores, ciertos sonidos; sus mercados y restoranes; sus parques y algunas avenidas arboladas; su Zócalo y los edificios circundantes muchas calles a la redonda; la plaza central de cada pueblo que se conurbó; incluso, su caos y, sobre todo, su gente.

          En una ocasión, no sé a qué íbamos, de dónde veníamos o hacia dónde nos dirigíamos mi mamá y yo, sí recuerdo que era asunto de matar el tiempo, kill time, concepto extraño si los hay. Nos detuvimos en algún sitio entre la mancha urbana, en aquel espacio enormemente abierto y plano, el lecho del antiguo lago de Texcoco, y los volcanes. ¿Cómo describirlo? Creo que llegamos entre los dos a la frase panteón de árboles. Eran ahuehuetes en su mayoría, algunos de pie, esculturas fantásticas, casi metálicas, de hierro, mineralizadas por las sales y la intemperie, mi memoria los tiene como en parte fosilizados o en proceso de fosilización, quizá porque yo los relacionaba con los dinosaurios. Los demás tumbados y o trozados. Eso parecían, el esqueleto de una enorme criatura mitad árbol mitad dinosaurio, cada vertebra del ancho de una casa, con ramas del grosor de un vocho. Anduve trepándome por aquellos restos un par de horas. Me alejé con tristeza, consciente que dejaba atrás un lugar mágico pero también fúnebre. Pude imaginarme aquellos ahuehuetes enormes con vida, alzándose de la tierra humeda, a un lado de un río o del lago, hacia el cielo del altiplano.

         He visto la desaparición, destrucción o muerte de muchos grandes árboles en mi vida, un buen número de ellos en esta autobiografía que escribo y que sólo es sobre mi niñez y adolescencia. Ya adulto, he  tenido el proyecto durante décadas de fotografiar los grandes árboles vivos que restan en el país y escribir poemas sobre ellos. Sería el cuaderno de un testigo.

Fragmento de la obra en proceso, Ciudad líquida: una educación sentimental y política, que es una autobiografía sobre mi niñez y adolescencia.

Roberto Ransom Carty es narrador, ensayista y poeta. Es autor de más de una quincena de libros, entre ellos: En esa otra tierra (novela, Alianza, 1991); Historia de dos leones (fábula/capricho, El Aduanero, 1994): A Tale of Two Lions (trad. Jasper Reid, W. W. Norton, 2007); La línea de agua (novela, Joaquín Mortiz, 1999); Desaparecidos, animales y artistas (cuento, El guardagujas/Conaculta, 1999): Missing Persons, Animals, and Artists, (trad. Dan Shapiro, Swan Isle Press/University of Chicago, 2018); Te guardaré la espalda (novela, Joaquín Mortiz, 2003); Regiones de desemejanza (ensayo (Solar/Conaculta, 2007); Árbol de corazones (poesía, El tucán de Virginia, 2009); Vidas Colapsadas (cuento, El guardagujas/Conaculta, 2012) y La casa desertada: Graham Greene en México (ensayo, Aldus, 2017). Realizó sus estudios de licenciatura en literatura dramática y teatro, letras modernas, en la UNAM y se doctoró en la Universidad de Virginia como becario Fulbright-García Robles en el programa de Teología, Ética y Cultura. Dedicado más de treinta años a la enseñanza, ha sido catedrático en la Escuela de Arte Teatral del INBA, en la Universidad Autónoma del Estado de México y en la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde actualmente labora.

La ciudad del fin de la historia

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El papa Francisco llega al estadio Benito Juárez, sitio donde celebrará misa para más de 200 mil personas en Ciudad Juárez. Febrero 17, 2016. Foto: Julián Cardona.

Ciudad Juárez-La guerra comenzó con una ráfaga de fusil, la madrugada del 20 de enero de 2008. Un capitán de policía fue acribillado a bordo de su patrulla y a partir de entonces más de 13 mil personas han muerto asesinadas. Hay decenas de desaparecidos y miles más con las secuelas de la tortura y la extorsión. La era violenta golpeó como nunca a infantes y mujeres, cuya incidencia de homicidio y desaparición se elevó 500 por ciento. La impunidad prevalece en 97 de cada 100 casos.

Pero la desgracia se fraguó mucho antes. En 1984, con la firma de intención de México ante el Fondo Monetario Internacional, la ciudad fue uno de los escenarios en los que se experimentó el nuevo modelo de economía, que apostó a la captación de divisas mediante la instalación de multinacionales a lo largo de la frontera y desatendió el mercado interno. Se vivió entonces un primer estallido del sector maquilador, que terminó por afianzarse en 1995, al año de firmarse el  TLCAN.

Cientos de miles de mexicanos huyendo de la pobreza llegaron en busca de trabajo y garantías sociales. La industria se los daba a cambio de salarios que en principio promediaban el equivalente a tres mínimos. Juárez duplicó su población en 30 años, al mismo tiempo que ensanchó su población en condiciones de miseria. De los tres salarios mínimos se pasó a uno y medio, después de la crisis que siguió al tratado comercial con Estados Unidos y Canadá.

“Para el 1997 la ciudad ya había agotado no solamente la mano de obra femenina y masculina disponible en la ciudad y sus alrededores”, dice Hugo Almada, profesor investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, quien ha seguido el fenómeno desde la década de los 80. “Entonces se produce la gran migración de veracruzanos, orquestada por las mismas maquiladoras, que enviaban camiones por ellos”.

Un puñado de familias, de no más de diez, fomenta hasta la fecha el modelo para beneficiarse. El fundo legal del municipio ha crecido para su conveniencia. Cada alcalde desde 1979 proyectó la mancha urbana hacia las tierras yermas que poseen esos empresarios. En 1995 el Instituto Municipal de Investigación y Planeación concluyó que la inmensidad de territorio abierto dentro de la zona urbana –producto de la forma en que se especuló con la tierra- bastaba para construir otra ciudad de millón y medio de habitantes.

Juárez dispone hoy de un límite en el que cabrían tres ciudades iguales, pero en los linderos del sur, a 60 kilómetros del centro, se construyó la Ciudad Universitaria, en medio de la nada, sobre predios inmensos que pertenecen al principal artífice del modelo, Jaime Bermúdez Cuarón, quien también fue alcalde a mediados de los 80. Lo que se genera con ello es una ciudad desprovista de servicios de seguridad pública, transporte, limpia, con falta de espacios educativos, hospitalarios y recreativos. Un trozo de mancha en donde se han suscitado más de la mitad de los asesinatos y desapariciones de la última década.

“El crecimiento de Juárez es miserable, fuera de toda congruencia”, resume Miguel Fernández Iturriza, un millonario que poseyó la embotelladora de refrescos más grande de la ciudad y que en 1999 se propuso generar un cambio a la vocación económica consagrada a la maquila, para lo cual fundó una asociación civil llamada Plan Estratégico de Juárez. “La venta de terrenos y la construcción de vivienda generaron enormes cantidades de dinero a los dueños de la ciudad. Pero hablamos de un modelo sin respeto a la ley”.

En 2008, el año en que convergió la crisis financiera provocada por la estampida de maquilas hacia China, y la violencia extraordinaria a partir de la ocupación de siete mil soldados y cinco mil agentes federales, el abandono histórico de la agenda social provocó la peor de las devastaciones urbanas vistas hasta hoy en el país. Un estudio de la UACJ en 2012, estimó que una quinta parte de la población huyó entre 2008 y 2011. Y un municipio adyacente, Guadalupe Distrito Bravos, registró el más notable de los destierros: 90 por ciento de sus habitantes escaparon para sobrevivir.

Parte de esa jerarquía creadora del sistema juarense tomará asiento frente al Papa, que con su arribo, el miércoles 17 de febrero, cerrará su primera visita en México. El sumo pontífice llega en un año crucial, en el que habrán de renovarse gubernatura, congreso y alcaldías. Los candidatos del PRI, el partido que ha mantenido el poder 90 por ciento del tiempo, son parte de la misma clase empresarial que hizo de Juárez lo que hoy es, el gran referente de las atrocidades del mundo global, como sanciona en su sentencia final el Tribunal Permanente de los Pueblos.

“Hay dos palabras para definir la situación actual de la ciudad: amnesia y deuda. Y con esta última va ligada la ausencia. Cuando vez a una sociedad que se apropia el discurso gubernamental, en el sentido de que ya nos hemos recuperado, sin que se haya dado información contundente sobre lo que pasó, ocurre este proceso de amnesia. La deuda es por la impunidad, que es enorme y la ausencia porque no existen actores capaces de provocar el cambio”, dice Héctor Padilla, jefe del Departamento de Ciencias Sociales de la UACJ.

En julio pasado, en el marco del Encuentro Mundial de los Movimientos Populares celebrado en Bolivia, el Papa proclamó la Tierra, el Trabajo y el Techo como derechos sagrados. Juárez está lleno de obreros socavados y sin capacidad de mantener sus viviendas y de una legión entera despojada de sus propiedades en medio de amenazas, asesinatos y secuestros. Ninguno de ellos tendrá oportunidad siquiera de proclamarse, porque gobierno, empresarios y la misma Iglesia maniobran para negarles ese derecho.

 

LOS DE ABAJO

En 1994 se avecinaba un crecimiento desmedido de la maquila. El entonces gobernador del PAN, Francisco Barrio Terrazas, concibió junto con su gabinete y empresarios afines un modelo de ciudad en el que existieran parques industriales, plazas comerciales y casas para obreros y supervisores. Se ordenó entonces la expropiación de miles de hectáreas de un polígono conocido como Lote Bravo. Sus propietarios eran tres de las familias beneficiadas con ese modelo de economía: Bermúdez, Quevedo, Verdes.

Sobre ellas se construyó el entramado en el que se asientan los migrantes del sur traídos en los 90 por la maquiladora.

Francisca Rivera Antúnez es una de ellos. Llegó procedente de Huarache, Durango, en 2002. A pesar de su pobreza extrema, la Dirección de Asentamientos Urbanos del municipio le cedió un terreno de siete por 22 metros en una de las colonias concebidas para los trabajadores, llamada Simona Barba. Aún debe la mitad de los 30 mil pesos que se comprometió a pagar. Los primeros cuatro años los vivió en un cuarto de cartón, hasta que en 2006 un grupo de misioneros estadounidenses le construyó tres cuartos de madera con una sola ventana.

El viento gélido que se cuela por las ranuras de la choza hizo que ella y sus cuatro hijos se mantuvieran enfermos desde que comenzó el invierno. Francisca es una de las 76 personas despedidas por la multinacional Lexmark, que en 2015 reportó ganancias por tres mil 700 millones de dólares. Francisca y sus compañeros pretendieron constituir un sindicato independiente después de que les fue negado un aumento salarial de nueve pesos diarios. Hoy está en lucha con todos ellos. Levantaron frente a la planta un cuarto de madera y cartón, en el que realizan guardias permanentes desde el nueve de diciembre, cuando fueron despedidos. Nadie los escucha.

“Desde hace como tres o cuatro años tengo tendinitis por estirar tanto el brazo”, dice entre tosidos, sentada sobre una de dos sillas que tiene en su pequeña cocina, donde esa mañana hierve algo de verduras marchitas para comer.

Francisca mide 1.45 metros. Se destrozó el rotador del brazo derecho tras 10 años de laborar en Lexmark. Cada jornada estiraba el brazo 1,200 veces para jalar una caja en las que debía colocar los cartuchos de impresora, que es lo que fabrica la firma. El Seguro Social no le paga incapacidad. La razón es que autoridades federales, del trabajo, del estado y el municipio se confabulan para facilitarle a las empresas el desecho permanente de humanos enfermos, dice Susana Prieto, la abogada laborista que defiende su causa.

“Este trato es inhumano. Los trabajadores sufren violaciones a sus derechos humanos y nadie se entera en la sociedad. Tenemos entre 318 mil y 400 mil trabajadores en la industria maquiladora a quienes se les paga una miseria, un salario de 650 pesos semanales que no es siquiera la mitad de lo que el Inegi establece como mínimo para la canasta básica de una familia de cuatro, que es de 5,800 pesos al mes- dice. Hay un maridaje, un pacto establecido de cero concesión o apertura a los derechos de los trabajadores. El gobierno trabaja como perro para que en Juárez no haya sindicalismo libre”.

Los 76 trabajadores despedidos sobreviven con 200 o 300 pesos semanales. Reciben donativos de comida de unos cuantos ciudadanos de uno y otro lado de la frontera que se han enterado de lo que sucede por redes sociales. La prensa local también los confina a la invisibilidad. La abogada les dijo que posiblemente perderán el caso, pero ninguno piensa abandonar la lucha.

“Voy a seguir hasta el final, porque estoy en mi derecho”, dice Francisca, quien solo cursó hasta tercer año de primaria. “Me puedo morir de hambre, pero no pienso renunciar porque tenemos la razón”.

Ella y sus compañeros de causa saben que el Papa sostendrá un encuentro con trabajadores de Juárez y otras regiones del país. Tomaron el acuerdo de no acercarse siquiera a su paso porque lo consideran inútil. Ninguna autoridad eclesial los invitó, y menos los representantes del poder público. Susana Prieto tampoco hizo el esfuerzo para convencerlos de lo contrario. “Si vamos nos pueden matar -dice. Pero al menos ya le echamos un chingo al sistema y el Papa dice que no vendrá a hacerles el caldo gordo. Veremos”.

El 27 de agosto, después de ganar la demanda de 122 trabajadores contra la multinacional Foxconn, por trato indigno y acoso sexual, la abogada sufrió un atentado brutal en su despacho. Cuatro sujetos armados llegaron para despojarla de sus honorarios. Su esposo fue golpeado por el sujeto que dirigía la operación. Lo dejó bañado en sangre. Un día después lo identificaron ante la fiscalía, ellos dos y los 13 empleados de la oficina. Lo dejaron libre porque les dijeron que seguían otra línea de investigación. El caso sigue impune.

“Esta vez tengo mucho miedo. Sé de lo que son capaces en este gobierno y sé que una vez terminada la visita del Papa vendrán por nosotros”, confiesa la abogada.

 

IMPOSICIÓN DEL SILENCIO

El párroco de catedral, Eduardo Hayen Cuarón, cuya familia pertenece a las elites empresariales, justificó el gasto oneroso impulsado por la propia Iglesia, de cara a la visita de Francisco I. Para ello aludió un pasaje bíblico en el que Jesús ataja el cuestionamiento de Judas Iscariote al momento en el que María Magdalena perfuma sus pies con 300 gramos de nardo puro, equivalentes a un año de salario. “Déjala, estaba guardando el perfume para mí”, le dijo Jesús. “A los pobres siempre los tendrán entre ustedes, a mí no siempre me tendrán”.

En Juárez siempre estarán los pobres, de acuerdo con Hayen, pero “La visita del Papa Francisco es otra cosa, es la única oportunidad en su vida para muchos católicos de verlo”.

Basados en la idea, empresarios y autoridades, tanto públicas como eclesiásticas, han hecho lo posible por darle lustre a la ciudad y acallar sus males. Por las avenidas principales se colocaron panorámicos desde que se confirmó la visita del sumo pontífice. En ellas aparece el rostro de Francisco I, invariablemente rematado con un eslogan concebido para el giro de imagen que se busca: “Ciudad Juárez, la ciudad del amor”.

Para el acto principal, la misa que realizará el Papa al borde del río Bravo, la Diócesis local dispondrá de 21 mil sillas para invitados especiales. De ellas, solo 200 están previstas para madres de desaparecidos, tanto de Juárez como del resto de México. La forma en la que se les eligió es un misterio. Al menos lo es para José Luis Castillo, padre de Esmeralda Castillo Rincón, desaparecida desde 2009. Ni a él ni a cientos de madres y padres en la misma situación les fue extendida invitación.

“Lo que sé, es que a las que sí irán les prohibieron llevar pancartas y pronunciarse”, dice. En síntesis, solo asistirán a una misa.

De 2010 a la fecha, la fiscalía local recibió 2,505 reportes por desaparición de mujeres y lleva el registro de 775 homicidios, la inmensa mayoría impunes.

En una carta que le fue enviada en enero al Papa, los integrantes de El Barzón en Chihuahua resumen su lucha de 20 años, apelando a su mensaje de la triple T ofrecido en Bolivia.

“Como Tú, Padre Francisco, nosotros mantenemos una lucha constante contra la economía del descarte, que desecha a los seres humanos y a nuestra madre naturaleza en aras de la idolatría del dinero. Una lucha indeclinable por la justicia.  Por ello, con la franqueza y la sencillez que caracteriza a las mujeres y los hombres del campo te solicitamos  nos recibas en audiencia durante tu próxima visita a Ciudad Juárez, para compartirte nuestras luchas, sueños y esperanzas y escuchar tu palabra”, le dicen.

No hubo respuesta. Por lo tanto se organizan para por lo menos ser visibles. Piensan arribar con 250 tractores y hombres a caballo, pero ya sufrieron una primera advertencia de las autoridades. No se les permitirá llegar con ellos bajo el argumento de que entre todos concentrarán diésel en una cantidad que puede constituir una amenaza para el sumo pontífice. La Diócesis les ofreció 900 metros lineales para que se sumen a la valla humana preparada para la visita. El tramo concedido, sin embargo, ha sido bardeado con malla ciclónica por empresarios y autoridades, dice Martín Solís, uno de los líderes de El Barzón.

“Tenemos un plan B-anticipa. Francisco debe saber lo que pasa, de la realidad que se quiere ocultar. No tendremos otra oportunidad. Aunque él sabe ya la sentencia final del Tribunal Permanente de los Pueblos”.

El obispo de Saltillo, Raúl Vera, fue integrante del capítulo México del Tribunal. Fue él quien entregó en mano propia la sentencia final al Papa, en diciembre pasado. A días del arribo, reitera su molestia por la forma en la que el poder delegado a los gobernantes consolidó el modelo de economía para beneficio de unos cuantos, que se prestan para la instalación de las multinacionales y el amasamiento de los grandes capitales. “México es hoy el país más destruido del mundo, gracias a esta política”, dice.

Vera será uno de los pocos miembros de la Iglesia que acompañará a Francisco I en su recorrido por el país. Está convencido de que el Papa no solo traerá esperanza, sino que dejará a la Iglesia el peso de la enorme responsabilidad que supone el trabajo de la defensa de la justicia y derecho sociales.

“El Santo Padre nos anima a dejar nuestros templos y nos ha colocado con su mensaje en medio de los planteamientos que hace la sociedad, de la injusticia, de la terrible indiferencia hacia el sufrimiento humano. En su mensaje de paz el Papa nos dice que cuando la indiferencia toca al espacio público, la indiferencia entonces se ha globalizado. Y esa es la situación que estamos viviendo en México”, dice el obispo.

 

*Esta crónica fue publicada el 12 de febrero de 2016 en la revista Newsweek en Español. El autor autorizó su publicación en este número.

 

Ignacio Alvarado Álvarez ejerce como periodista desde 1989. Fue reportero de investigación de El Diario de Juárez y El Universal. Ha colaborado en revistas nacionales, así como en la agencia Al Jazeera y ARD Televisión Pública Alemana. Entre 2014 y 2018 co-dirigió Newsweek en Español. Ha dictado conferencias y coordinado talleres sobre periodismo, violencia y sistemas criminales en universidades de México, Estados Unidos y Europa.

El gran domingo

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Cuando empezó el gran domingo, nadie vaticinó que duraría toda una vida.

          El gran domingo comenzó apenas como un asueto hiperbólico, alargado por una fiesta nacional o por alguna conmemoración desconocida. El tiempo todavía conservaba su antiguo significado.

          Cuando empezó el gran domingo, todos nos orientábamos en las horas con facilidad, apegados aún a la costumbre inocente de los días breves.

          El gran domingo fue creciendo, al principio, sin que nadie lo advirtiera, y cuando las palabras “día” y “semana” se volvieron insuficientes alguien confirmó, asomándose a la calle, que los edificios más próximos parecían deshabitados y desprovistos de profundidad, tan planos como un dibujo elaborado por un principiante. Mientras el tiempo se dilataba, el espacio se reducía.

          Cuando empezó el gran domingo, la extensión del mundo era inobjetable y del norte asomaban toscos nubarrones que teñían de gris los restos del sábado anterior, abandonados en las esquinas.

          El gran domingo estaba hecho de periódicos acumulados y abuelos durmiendo la siesta, como cualquier domingo, pero al cabo de algunas horas los insectos cruzaban las habitaciones y propagaban un temor visionario. Nadie cerraba entonces las cortinas ni soltaba la mano de sus hijos.

           Cuando empezó el gran domingo, pedir la hora o darle señas a un peatón extraviado eran actividades inofensivas.

          El gran domingo fue obligándonos a trazar las partes del tiempo en papeles fortuitos, luego en hojas de cuaderno y al fin en pliegos cada vez más extendidos. El oeste del gran domingo era la promesa rutinariamente postergada de un crepúsculo sereno y vacío, que contrastaba en la realidad con la multiplicación inevitable de ropa sucia, cubiertos usados y minutos largos como kilómetros.

          Cuando empezó el gran domingo, los mapas de las horas no existían, y los que se trazaron después registraron esa ignorancia original bajo el signo de una piedra que no sabe hacer preguntas.

           El gran domingo terminó abruptamente, sin que supiéramos cómo. Mientras anochecía, pusimos orden en las cocinas y secamos los restos de cerveza con el papel de los mapas, tachándolos de inservibles más por superstición que por sensatez.

           Cuando llegó el final, nadie atinó a decir que no sólo había terminado el gran domingo, sino la vida entera que, de saberlo, nos habría servido para medirlo.

 

Luis Vicente de Aguinaga es poeta, ensayista y traductor mexicano nacido en 1971. Es doctor en letras románicas por la Universidad Paul Valéry de Montpellier y profesor titular del Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado once libros de investigación literaria, crítica y ensayo, entre los cuales figuran De la intimidad (2016) y La luz dentro del ojo (2018). Es, además, autor de trece poemarios, el más reciente de los cuales, Qué fue de mí, apareció en 2017.

Londres: Sin mensajes para la eternidad

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Llegué a Londres el jueves 25 de julio de 2019. A los pocos días cayó del cielo un migrante keniano. Los periódicos dicen que venía en un avión procedente de Nairobi. También afirman que era un “polizonte”; la noticia se concentró en el testimonio del propietario del jardín donde cayó el cuerpo, en Offerton Road: “Miré atentamente y vi que había sangre en todos los muros del jardín, fue cuando comprendí que aquel hombre había caído, estaba como un bloque de hielo”. La línea aérea Kenya Airways simplemente emitió un boletín en el que aseguró que el “polizonte” viajaba en el tren de aterrizaje del avión y que esto era muy peligroso por la falta de oxígeno y el frío extremo que se generan cuando el avión alcanza la altitud de crucero, finalmente especuló que el migrante pudo haber muerto antes de que cayera su cuerpo sobre la ciudad de Londres.

          El cuerpo siempre solo del migrante keniano, un “bloque de hielo” en los informativos; un cuerpo espectral cayendo sobre algún jardín privado de Londres; un cuerpo en la soledad de una caída que es interpretada como desesperación inservible, suicida, inexplicable.  Ningún refugio de vida para los muertos que cruzan desde las ex colonias inglesas; cuerpos ininteligibles de otros mundos a los que nunca se les deja preguntar, responder, decir, significar su propia caída. ¿Saben dónde queda Kenia? ¿Qué es Londres cuando los migrantes desesperados caen de los aviones en su soledad tenebrosa de “bloques de hielo”?

           Ninguna pregunta de algún agente del Home Department (Ministerio del Interior del Reino Unido): ¿Cuál es tu nombre? ¿Dónde naciste? ¿Cómo y cuándo entró tu cadáver a Inglaterra? ¿Qué responsabilidad crees que tiene nuestro país y su protectorado decimonónico en la miseria de tu pueblo, de tu familia, de tu barrio? ¿Tu caída es culpa de tus padres o de tu familia o de tus amigos o de tu novia o de tu gobierno o del capitalismo financiero que sonríe candorosamente desde Canary Wharf? ¿Pensabas colocar una bomba en Liverpool Street o en Charing Cross? ¿Perteneces a alguna célula terrorista? ¿Es verdad que en Mathare, tu barrio, viven 600 mil personas en ocho kilómetros cuadrados? ¿Sabías que tu país tiene un bajísimo nivel de vida en relación a los 196 países del ranking de PIB per cápita?

          En octubre de 2015, el viceministro de Inmigración británico, James Brokenshire, miembro también del Partido Conservador, afirmó lo siguiente: “A cualquiera que pensara que el Reino Unido es blando, no deberían quedarle dudas: si usted está aquí ilegalmente, vamos a tomar medidas para impedir que trabaje, alquile un piso, abra una cuenta bancaria o conduzca un automóvil”. Seguramente algo de epitafio había ya en estas palabras para el migrante keniano que cayó del avión en Londres; una lápida de palabras que siguen buscando que esos cuerpos como “bloques de hielo” que vienen de lugares remotos no se atrevan a viajar de “polizontes” a Londres.

          La muerte del migrante keniano sucedió el domingo 29 de julio. En otra nota perdida en internet se comenta que hace poco tiempo dos hombres peruanos, también “polizontes” para la prensa y las autoridades, sufrieron la misma suerte en un avión que iba de Guayaquil a Nueva York; murieron al caer del tren de aterrizaje. Quizás Londres y Nueva York son esas réplicas de algo que no conocemos pero que añoramos en sueños que vamos heredando sin darnos cuenta. No es ninguna casualidad que Inglaterra sea también el lugar que se replica en las investigaciones de Marx sobre el capitalismo; la “sede clásica” de un “modo de producción”, la ensoñación concreta, la imagen imposible de algo que nunca seremos: “El país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro”, dice Marx. Y el futuro del siglo XIX es también este siglo en el que caen del cielo de Londres migrantes cuya metáfora siniestra es la del “bloque de hielo”.

          Llegué a pensar todo esto porque es probable que haya una relación entre la lectura del periódico y los sueños; más bien, entre las pesadillas ajenas y las propias. Lo que en realidad quería decir es que cuando llegue a Londres yo también traía mis propias perturbaciones. Me veía obligado a encuadrar mi vida digamos que en una nueva conversación amarga e indeseada con la muerte. Y en el miedo que dejan las muertes al pasar. En menos de dos meses habían muerto mi tío Jorge, que vivía en Monterrey; mi sobrino Juan, al que poco conocía, pero con el que había conversado amenamente unos días antes de que cayera en el elevador de una construcción. Juan me había contado de su trabajo como ingeniero en la previsión de accidentes en el megaproyecto de un complejo de rascacielos que hoy dominan el sur de la Ciudad de México, con su imagen en la que se mezclan el asombro y la soberbia de la última modernización urbana. El día que viajé a Londres, el esposo de mi hermana mayor moriría de un infarto fulminante.

          El olvido y la memoria a veces también caen del cielo.

II

Quizás escuché que alguien decía que Charing Cross era su estación favorita. Sus ventanas de hotel del siglo XIX y esa columna como torpedo antiguo a punto de despegar…ningún recuerdo me lleva por este río imperial; el Támesis que es más río cuando se llega por el costado de piedras que es la boca de ese viejo barco, el Cutty Sark, enaltecido en su cuna de asfalto… decía que ninguna corriente de ríos desconocidos me había llevado a explicarme la dificultad para aceptar el encanto de estas calles que se cruzan de manera perpetua en un hacerse de añoranzas que van del presente a los infinitos pasados de mármol y de bronce; por este centro del mundo que en realidad también es la suma larguísima de historias de guerras y de conquistas en la que desfilan los nombres de almirantes, reyes y reinas acostumbrados a defender desde las columnas de hierro el pasado de esta amarga monarquía. Pero también es probable que cierto murmullo de palabras aflautadas por la prisa de pasar de una estación otra, simplemente me hayan confundido en mi torpe entender esa lengua flemática y Charing Cross regrese a ser en mí una simple referencia del transbordo.

           Salir de Charing Cross… cruzar las breves calles en las que también se doblan casi por el estómago dos o tres réplicas de los célebres doble decker bus… mirar Trafalgar Square que es reconstruida una vez más: placas de cemento, alambradas de protección, trabajadores contemporáneos vestidos de naranja y de amarillo con los cascos protectores a manera de hormigas incansables y que siguen las órdenes de la restauración, esa voz espectral que dicta los sueños reiterativos de la especie… en fin, los murmullos de acentos británicos, que se confunden con las otras lenguas de mundos coloniales, se suspenden en Trafalgar Square y en los cuatro leones de bronce que son cubiertos por esa capa finísima y sin respiro que es el polvo de hoy. Y en lo más alto de esa civilización a veces sin entrañas y de una columna, el almirante Nelson es ya indiferente a todas las batallas; con sus ojos de piedra y su espada inmóvil por los siglos de los siglos… en su dureza también se ha quedado quieto el otro bronce de los cañones y una furia de palomas desarmadas de odios y compasiones. Si algo espera el almirante Nelson, en ese abismo de nubes que es su tumba verdadera, es que cada quien muera por su lado; los ingleses y las nuevas guerras globales en nombre de la paz y los derechos humanos, pero también en el nombre oculto de la riqueza especulativa de este hedonismo del capital también sin entrañas; los demás en la triste lejanía de su idealización de Londres. Todas y todos enterrados también en el aire y en la nostalgia de nuestra propia lengua… sin mensaje alguno para la eternidad. Esa seguramente será su venganza.

 

Gustavo Ogarrio nació en la Ciudad de México, en 1970. Ha escrito crónica, ensayo y poesía. Es profesor de literatura latinoamericana en el Colegio de Estudios Latinoamericanos (FFyL / UNAM). Colaborador de La Jornada Semanal y de Luvina, entre otras publicaciones. Ganó el XXXIV Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés (2005), obtuvo el XXII Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción (2006), y ganó el Premio “Letras Muertas”, Cuarto Concurso Universitario de Cuento sobre la Muerte (UNAM, 2004). Además, ganó la quinta edición del Concurso de Crónica Urbana Salvador Novo (2006) con el libro La mirada de los estropeados (FCE, colección Centzontle, 2010). Ha publicado también los libros Épicas menores (UNAM / SCDF / EÓN, 2011), Breve historia de la transición y el olvido (CIALC-UNAM, 2013), Bajo la misma noche. Ensayos políticos sobre literatura latinoamericana (FFyL / UNAM, 2014), el libro de cuentos Nunca seremos poetas (Dirección de Literatura / UNAM, 2018). En 2020 publicó el libro de crónicas ¿En qué país estamos, Agripina? (Nitro Press) y el de poesía Ningún país es mi país (Silla Vacía).

México

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Espejo de extravío

Botellas rotas en lugar

de ojos, la ciudad nos mira

a cada paso, flores

de fisuras nos ofrece

y todos huyen por las grietas.

En la calle sólo vagan

los que no hallan su casa y al mirarme

algo preguntan a la niebla.

 

*

 

Como caerse de sí mismo,

vine: la ciudad

en fuga de su cuerpo, ajena

al ombligo de la luna

y nudo de fronteras

cada calle, sin embargo

aún espejo de extravío, hogar

del que huye de sí mismo, incluso

espacio errante al sino de mis pasos.

 

*

 

Café de azar en cada puerta

y pan de ajenjo, la ciudad

iba a tientas por la calle, daba

un extraño a cada espejo, aún

despierta en ruinas cada día

y las ciudades fantasma cada noche

me habitaban, no sé cómo

llegar a México es salir

del ser que somos: en mis pasos

oigo siempre el eco de otros pasos.

 

Errante raíz

De ajenjo un caracol

en vez de pregunta

daba el padre, en sesgo

por mi sangre

en otras venas vino

a resonar, en la angostura

suben los caballos por el río, no son

viga al naufragio de mi voz.

 

*

 

En este vaso tu respuesta

se curva contra sí, la casa

en espejo sobre el agua

daba cobras a la tarde, octubre

recala siempre en otro siglo

y en tu trenza de fronteras

un vaso de sed me respondía.

 

*

 

Nublados por el yerro y la sequía

no vieron la dorada

transparencia; errante

raíz, a la caverna

ataron el sueño del que ahora

taja el mecate de sus muertos; da,

contra sí, a las vértebras del verso

un silencio de sombras y extravío.

 

*

 

Ni canto de isla ni cantar, la casa

halla muros en la pira, los caballos

no eran sino puente, fuga

de navajas en mi sangre, te sabía

errante en la fijeza de mis días,

azogue en los vasos de mi carne, azar

donde el hacha duda de su canto y luego

la ciudad donde mis pasos eran de otro.

 

 

El canto de la sed

Abre en sí la puerta

y sale de su nombre,

el sol no brega ni

el caballo cruza el día,

la lluvia en mi desierto

no da vid, nos erosiona

el canto de la sed, en ti

estoy fuera de mis venas.

 

*

 

No hay regreso, a la raíz

llegan mis cenizas

pese al río, no cruzan

a caballo los vitrales, ni

albas de turquesa a bayas

dan caída, en el mezquite

son la savia que taja de raíz.

 

*

 

Ara y no halla tierra

donde tierra sea

ni siquiera es tumba

de sí mismo; en fuga

al filo del sería, pernocta

a orillas del ser, no dice:

arde en su voz y se deslíe.

 

Felipe Vázquez ha publicado tres libros de poesía: Tokonoma (1997), Signo a-signo (2001) y El naufragio vertical (2017); cuatro de crítica literaria: Archipiélago de signos. Ensayos de literatura mexicana (1999), Juan José Arreola: la tragedia de lo imposible (2003), Rulfo y Arreola: desde los márgenes del texto (2010) y Cazadores de invisible (2013); y dos de varia invención: De apocrypha ratio (1997) y Vitrina del anticuario (1998). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía CREA en 1987, el Premio Universitario de Poesía (unam) en 1988, el Premio Nacional de Poesía Miguel N. Lira en 1991, el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen en 1999 y el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas en 2002.

Mujer que sabe latín… tiene buen fin

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          Desde el momento en que aceptamos la noción del patriarcado y la ponemos en práctica, indudablemente una miríada de ideologías anti-feministas le siguen. Estas ideologías incluyen creencias como las de encapsular a la mujer entre las cuatro paredes de su hogar o la de solo verla como un receptáculo para la procreación; desafortunadamente estas creencias acaban perpetuando esa bendita idea sobre “el lugar” de la mujer. Mujer que sabe latín, obra escrita por Rosario Castellanos es un libro que no solo reconoce las diferentes ideologías existentes a cuestas de la mujer si no también es un libro que ingeniosamente reta estas ideologías usando argumentos lógicos y proveyendo ejemplos encarnados en un compendio de trabajos por distintas escritoras que recalcan la importancia de la mujer en la literatura. Entre las ideas patriarcales que reta Rosario Castellanos están las que tienen que ver con la belleza de la mujer, el “lugar” de la mujer y el valor de mujer; en torno a estas ideas es que este papel centrará su exposición, explicación y análisis, culminando con el uso de la epistemología feminista y la voz de Sor Juana como herramientas analíticas.

          ¿Que significa ser bella como mujer? y ¿De donde se deriva esta definición? Estas son preguntas que contemporáneamente demandan más indagación y seriedad; pero sobre todo, ahora la propia mujer es libre de responder estas preguntas e interpretar su propia belleza. Sin embargo en el siglo XX (1973), siglo en el que Castellanos público Mujer que sabe latín, estas preguntas todavía eran mayormente respondidas por el hombre. “Supongamos, por ejemplo, que se exalta a la mujer por su belleza. No olvidemos, entonces, que la belleza es un ideal que compone y que impone el hombre…”(Castellanos, 10). No es ninguna sorpresa que en los años setenta (y antes de estos) el protocolo fuera que el hombre determinara lo que una mujer bella fuese o no fuese, ya que este protocolo dictaba que el hombre definiera el mundo a su alrededor. Aun con este “protocolo” socialmente establecido, Castellanos no titubea en su crítica hacia las ideas proyectadas hacia la mujer. Rosario Castellanos se rehúsa a aceptar que la belleza de una mujer es contingente con la interpretación arbitraria y patriarcal del hombre. Primeramente, esta interpretación es arbitraria porque la belleza de la mujer es relativa a lo largo del mundo y depende de ciertos epistemes culturales, ya que por ejemplo en la China el pie pequeño es símbolo de belleza y en Holanda y ciertos países Latinoamericanos la mujer “llenita” es una mujer bella. Segundo, la belleza de la mujer es definida patriarcalmente ya que los pies pequeños son forzados a ser de esta manera con el mismo fin con el cual se le robustece a la mujer: para la admiración masculina y su deseo. Castellanos advierte que si aceptamos que la mujer es bella en torno a su relación con el hombre, consecuentemente aceptamos la reducción de la mujer como un adorno sin capacidades cognitivas o intelectuales que valgan la pena reconocer. Aún más triste es que cuando la mujer finalmente reúne todos los requisitos (que el hombre demanda de ella) para ser bella, esta se convierte en una inválida, ya que toda una vida ella solo ha aprendido a complacer la mirada del hombre ya sea asfixiándose con fajas reductoras, dejándose las uñas largas que le impiden “el uso de las manos en el trabajo”, maquillándose o haciéndose el pelo. Siempre se le enfatiza la importancia de su cuerpo pero nunca la de su mente y es así es como el hombre y la sociedad logran que la mujer sea bella e inútil simultáneamente y esta paradoja acaba encaminando a la mujer a su “debido lugar”.

          Es entendible y se reconoce que alrededor de los años setenta, México se vuelve un país con más oportunidades para las mujeres sobre todo en los círculos profesionales, educativos, intelectuales (e.g. Rosario Castellanos) y hasta políticos, sin embargo pensar que estas oportunidades se extendían a lo largo del país entero sería tomar una posición ingenua. ¿A qué se debe esto? Porque, el mayor progreso siempre ocurre en las metrópolis pero no en los pueblitos rurales que usualmente son pobres, marginados y olvidados. De esta manera volvemos a una realidad con muy pocos ámbitos en los cuales la mayoría de las mujeres (Mexicanas o no) del siglo XX se desenvolvieran; es así que una vez más la mujer vuelve a “su lugar”. ¿Pero de qué lugar hablamos? Hablamos del lugar que tiene que ver con el matrimonio y la preñez y todo lo que estos dos estados físico-psicológicos confieren.

          Más allá de la función del matrimonio como instrumento moral y oficial para la procreación, el matrimonio sirve para “salvar” a la mujer de la soltería. Porque, quedarse solterona no tiene ninguna cabida en el lugar propio de una mujer. “Quedarse soltera significa que ningún hombre considero a la susodicha digna de llevar su nombre ni de remendar sus calcetines” (Castellanos, 27). Esta cita revela varios problemas adscritos a la soltería femenina. En primera, la soltería se vuelve sinónimo de la incapacidad femenina para atraer a un hombre y si hay incapacidad para atraer a un hombre quiere decir que la mujer nunca llegó a reunir los requisitos para ser bella y digna de ser contemplada. Segundo, si ella ni siquiera es considerada o escogida para ser esposa entonces ni siquiera es mujer, es solamente una “susodicha”. De cualquier ángulo que escojamos para observar, la mujer nunca escoge estar soltera, ni tiene la suerte de serlo. De ninguna manera. Por lo contrario, si nunca llega a casarse, su deber es arrimarse ya sea con sus padres, hermanos, tíos, primos o cualquier núcleo familiar. Porque solo un núcleo familiar podrá sustituir  la falta de un esposo, “el respaldo que le falta y el respeto que no merece por sí misma”(Castellanos, 27). Si una mujer no es capaz de ser esposa no puede ser capaz de cumplir con su propósito biológico, hogareño ni social, y si no cumple con estos preceptos socio-culturales pues entonces esta , estará traicionando su “honorable” lugar.

          La estrecha interpretación de lo que significa ser mujer y en donde es que ella pertenece, forzosamente nos lleva a creer que el valor de la mujer está en lo que ella puede hacer por la futura especie y por el hombre, sin apreciarla a ella como una entidad independiente. Por eso es que naturalmente para cumplir con el cometido de la procreación, la mujer no necesita “elocuencia, ni bien hablar, grandes primores de ingenio ni administración de ciudades, memoria o liberalidad. Basta un buen funcionamiento de las hormonas, una resistencia física y una buena salud” (Castellanos, 23). Y si acaso la mujer no posee la mejor salud y si por alguna razón trágica se encuentran en juego la vida de la madre y el primogénito, “la ley manda salvar la vida del niño y sacrificar la otra” (Castellanos, 20). Después de todo, ¿por qué le daríamos preferencia al medio que transporta la perpetuación de la especie? Al fin y al cabo la vida que importa más es la el ser humano naciente. ¿Pero que no también la mujer es una persona, un ser humano? Lo es. Entonces, ¿por qué no se le valora como tal? Porque tanto hombres como mujeres han aceptado que la mujer debe sacrificarse por la humanidad y anhelar las deformaciones de su cuerpo a causa de tal sacrificio, con orgullo. La madre debe “marchitarse sin melancolía ni reniego,” al contrario debería sentirse feliz de haber servido este propósito, porque recordemos que este es su lugar determinado. Y así es como el cuerpo de la mujer es usado generación tras generación y en este cuerpo ajeno y lejano a ella misma es que se posiciona su valor como mujer.

          En un cuerpo que la mujer jamás llega a explorar por sí misma, sino sólo a través de su preñez y a través de su mediador masculino es que de alguna manera ella tiene que aceptar su valor y virtud que están en su pureza y castidad corporal. Sobre todo pronostico, la mujer debe proteger a toda costa su virtud y honor, aunque no tenga idea qué es lo que está protegiendo tan celosamente. Esta ignorancia sobre su propio cuerpo es una de las más grandes críticas de Rosario Castellanos. En especial porque para preservar la virtud, a las mujeres “no se les enseña a discernir entre el bien y el mal, ni se le instruye acerca de la mecánica de las pasiones para que adquieran la posibilidad de manejarlas y dominarlas” (Castellanos, 21). Al contrario, a la mujer se le mantiene en la cueva de la ignorancia y para controlar las pasiones que la devoran se le inculca una práctica obsesiva de rezos compuestos por frases irónicamente endemoniadas y sin sentido. Así, bajo estos incomprensibles y anticuados regímenes patriarcales y religiosos es que la pureza de la mujer “es considerada como su más alto mérito y sus rubores como su mayor gracia” (Castellanos, 13). De esta manera la palabra pureza se vuelve sinónimo de la ignorancia y alrededor de esta ignorancia se desarrolla aún otra idea mas ignorante: la moral patriarcal.  Esta moral se compone alrededor del completo desconocimiento por la mujer sobre su feminidad, su cuerpo, su sexualidad y sensualidad. Más allá, esta moral redefine el sustantivo mujer, ya que este incita perversión y en su lugar se usan términos muchos más “decentes” como: dama, señora, señorita y hasta ama de casa. Esta renomenclatura del término mujer deja en claro que una dama o señora no debe conocer su cuerpo a través de su propias manos o de su propia vista. La señorita solo conoce su cuerpo a tientas y lo poco que conoce de él la llevan a establecer nociones equívocas y misteriosas. En fin, la exploración sensual y natural del cuerpo de la mujer debe ser llevada a cabo por un hombre, pero no cualquier hombre si no por su esposo, y ni por un instante se le debe ocurrir a ella misma causarse placer o entender su cuerpo, al menos que no le importe perder su pureza y virtud.

          Después de haber expuesto estas tres ideologías sobre la mujer, discutidas por Castellanos, se puede empezar a analizar más a fondo y validar sus argumentos haciendo uso de la epistemología feminista. La epistemología feminista concierne con las formas en las cuales los roles de género influencian o afectan nuestras concepciones del conocimiento y la verdad sobre cierta materia o tema, al igual que se preocupa por entender las prácticas de investigación y justificación usadas para llegar a las verdades sobre estas. Las epistemologas feministas como Maria Baghramian, afirman que las virtudes de la objetividad y racionalidad “son a menudo medios para fomentar los intereses patriarcales a costa de las mujeres y otros grupos en desventaja” (Baghramian, 238). En específico la doctrina filosófica que Baghramian usa para desacreditar al patriarcado es la del relativismo. El relativismo es una rama filosófica que postula que el “conocimiento científico y la verdad son el producto de condiciones específicas sociales, económicas y culturales” y que la verdad nunca es universal, completa o absoluta. Por eso en Relativismo sobre la Ciencia, Maria Baghramian se vale del relativismo epistémico para defender la interpretación de que la verdad que la ciencia o ciertos grupos parecen defender es meramente relativa en torno “a sus particulares marcos culturales e históricos” (Baghramian, 236). Con esta misma rama epistémica, yo también pretendo apoyar el trabajo de Rosario Castellanos presentado en Mujer que sabe latín.

          Al aplicar la epistemología feminista a las diferentes ideas que Rosario Castellanos desafía, no es difícil darnos cuenta que efectivamente el género masculino logra afectar las concepciones sociales sobre la verdadera definición de lo que significa ser mujer y en donde es que esta pertenece. Si tomamos en cuenta las ideas que el patriarcado forzó ante la sociedad sobre la mujer, podemos darnos cuenta de que estas fueron postuladas sin ninguna práctica investigativa que justifique su validez. El poder que el patriarcado ejerce es la justificación “suficiente” que el hombre necesita para validar sus definiciones y entendimientos sobre la mujer. Tristemente el patriarcado también le otorga al hombre el poder suficiente para promulgar estas ideologías por la sociedad entera como verdades. Sin embargo y pese a esto lo que debemos hacer es comprender que estas “verdades” que el patriarcado convenientemente adscribe hacia la mujer no son ni universales ni completas, más bien son relativas; relativas en cuanto a sus marcos culturales e históricos. Castellanos nos da un ejemplo de estos marcos culturales e históricos cuando menciona las prácticas culturales de la China y de Holanda. Ella también incluye otro ejemplo que personifica el relativismo: el ideal femenino de Occidente– del cual en gran parte somos herederos. El ideal femenino de la cultura Occidental está compuesto por la mujer que es fuerte, virtuosa y que demuestra su virtud siendo “leal, paciente, casta, sumisa, humilde, recatada, y abnegada” (Castellanos, 19). Ahora más que nunca nos podemos dar cuenta de la relatividad de estas virtudes porque contemporáneamente, al menos en las ciudades del mundo más cosmopolitas, por ejemplo, se espera que la mujer tenga confianza en sí misma y hasta presuma de ciertos talentos si quiere ser notada; antes la humildad era lo que llamaba la atención. Otro ejemplo contemporáneo es la lealtad o falta de ella, sin duda alguna esta era una de las grandes virtudes de la mujer, ahora se empieza a aceptar que la mujer participe en relaciones poliamorosas en las cuales ella es libre de “perder” su pureza cuantas veces quiera y con quien quiera. A la mujer poliamorosa se le considera moderna y abierta de mente. La mujer sumisa solía ser la epítome de una buena mujer y una buena esposa pero ahora una mujer sumisa es vista como débil. Por último una mujer recatada era aquella que por ejemplo se vestía decentemente, dejando todo a la imaginación y nada a la intemperie, ahora, si una mujer viste tan seriamente se le considera aburrida, tradicional, anticuada y hasta prejuiciosa en contra de otras mujeres. Todas estas virtudes eran requisitos vitales para la moralidad pero poco a poco y relativamente estos requisitos se han ido desprendiendo y se ha empezado a comprender que la moralidad es un concepto que no debe ser definido por modas cosmopolitas o comportamientos sexuales. No obstante y pese a que las definiciones sobre la mujer cambien relativamente, basta con que un hombre condene alguna de estas ideas para que se vuelva a cuestionar la belleza, el lugar y el valor de la mujer.

          Al analizar el patriarcado y la ignorancia en la cual este sistema deja a la mujer en torno a su sexualidad, consideremos el poema multicitado de Sor Juana: Hombres Necios. El poema de Sor Juana Inés de la Cruz es un poema satírico-filosófico que critica la manera en que el hombre incita a la mujer a la sexualidad y la expresión de esta, para luego condenarla y juzgarla por esta misma expresión. Sus primeras dos estrofas dejan esto muy en claro: “Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis:/ si con ansia sin igual/ solicitáis su desdén/¿por qué queréis que obren bien/ si las incitáis al mal?” (De la Cruz, 109). Aun cuando el hombre orquesta este encuentro, la mujer es la culpable y la indecente porque la mujer o bien es pura o bien es puta pero de ninguna manera puede ser decente y apasionada o lujuriosa a la misma vez; a esto se le conoce como el síndrome de la madonna y la puta. La madonna y la puta es un síndrome que se desarrolla en el psique de los hombres al no saber reconciliar lo que viven o ven en casa y lo que la sociedad patriarcal les enseña. El patriarcado irónicamente le enseña al hombre que todas las mujeres son perversas y putas, menos su madre o su mujer. Sor Juana captura exquisitamente esta complejidad en su quinto verso: “Queréis, con presunción necia,/ hallar a la que buscáis,/ para pretendida, Thais/ y en la posesión, Lucrecia” (De la Cruz, 109). De cualquier manera la mujer no acierta una, porque “Opinión, ninguna gana;/ pues la que más se recata,/ si no os admite, es ingrata,/ y si os admite, es liviana” (109). Sin embargo, hay un dilema aún más grande con este complejo y este es que, la mujer no sabe si ser sumisa y mojigata arriesgando ser aburrida o ser candente y apasionada aunque este comportamiento probablemente la lleve a ganarse el título de puta. Sea el título de puta o sea el título de pura, el punto es que el hombre es el único proporcionador del título y de la identidad de la mujer y en ningún momento es la mujer la que se identifica como tal o define su propia sexualidad.

          A lo largo de este ensayo se ha expuesto, explicado y pugnado tres diferentes ideologías patriarcales sobre la mujer, con la escritura propia de Rosario Castellanos. Además, se hizo uso de la epistemología feminista y el poema filosófico de Sor Juana Inés de la Cruz para analizar y criticar aún más las ideas presentadas a lo largo de este pieza. Al exponer, explicar y analizar la primera parte (narrativa) del trabajo de Rosario Castellanos de cierta manera cumplo con la segunda parte del libro: el celebrar la mente de la mujer y no solo su cuerpo. Mujer que sabe latín no es solo una crítica del patriarcado sino también es un compendio de trabajos reunidos y presentados por Castellanos que prueban la importancia de la mujer en diferentes ámbitos como la educación, su propio conocimiento, la religión, la sociedad, la filosofía y la literatura. La propia narrativa de Castellanos y los diferentes ensayos escritos por todas las mujeres incluidas en este libro son la manifestación física que representan la refutación del patriarcado. Sobre todo, este compendio literario reunido por Rosario Castellanos prueba que aunque el patriarcado o cualquier otro sistema o institución le pongan trabas a la mujer y la intenten dejar en la obscuridad, le recuerden de su “lugar” o reduzcan su valor, aquella que sabe latín tiene buen fin y aunque no supiese latín con su resiliencia de mujer basta.

 

Bibliografía:

Castellanos, Rosario. Mujer Que Sabe latín .. México: Fondo de Cultura Económica, 2015.

Maria Baghramian. Relativism About Science. Philosophy of Science, UOP, 2017.

Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas. México: Porrúa, 1997

 

Moraima Arias es oriunda de Jalisco, México pero creció en Manteca, California. Moraima obtuvo su licenciatura en filosofía en University of the Pacific, Stockton, CA. Anteriormente, fue reconocida como la Estudiante del Año por el Departamento de Filosofía en la misma institución y también fue nombrada como miembro de la sociedad intelectual Phi Betta Kappa. Actualmente es una estudiante de posgrado en San Jose State University donde comenzó su programa de Maestría en Filosofía. Moraima estuvo en la Marina de los Estados Unidos desde el 2011 hasta el 2015 y recientemente fue nombrada ganadora de la beca Fulbright-García Robles para estudiar en México.

Postal de Helsinki

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Postal de Helsinki

El barco rompe hielo en la mañana soleada.

Sube el vapor de una alberca en Allas Spa,

su vaho se eleva como una oración inútil.

Camino feliz por estos hielos

que el sol convierte en un campo de diamantes.

Mujeres de la claridad de Helena,

de tan perfectas, desencadenan guerras.

Cielo cerrado,

la nieve no cesa sobre Helsinki,

mis pasos no se oyen,

me desplazo como un fantasma.

 

 

 Playa el faro, Ensenada.

La tormenta se acercó como dos murallas grises.

La lluvia hería la arena y ahuyentaba a los bañantes.

Una ola lisa y espumosa llegaba hasta mis pies

como una carta que se desliza bajo la puerta.

Los niños brincan en el oleaje

y el mar que se ríe con ellos.

A lo lejos dos barcos inmóviles gozan

de un pacto secreto con el piélago.

La ensenada es un seno de agua

metido en la tierra.

Un accidente geológico

como un cuerpo de redonda calma.

¿Es la tierra quien lo abraza o es el mar?

 

Gis de luz

Un rayo pinta el mapa de África

en cielo nublado

sobre unas vacas pastando

que cuidan cuatro hombres

con sus respectivas varas,

de la tribu Masai Mara.

 

 

El mundo es un pañuelo

Cae la hoja

para ver el árbol

cae el árbol

para ver el bosque

cae el bosque

para ver el horizonte

cae el horizonte

para ver el mundo.

 

 

Martín Camps es profesor de la University of the Pacific en Stockton, California, donde es también Director de Estudios Latinoamericanos. Sus dos últimas ediciones de ensayos son La sonrisa afilada: Enrique Serna ante la crítica (UNAM, 2017) y Transpacific Literary and Cultural Connections: Latin American Influence over Asia (Palgrave, 2020). También ha publicado cinco libros de poesía, entre los que se encuentran Extinción de los atardeceres y Los días baldíos. También es autor de la novela Horas de oficina.