ISSN 2692-3912

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Necromercados en la narconovela argentina: Rojo sangre de Rafael Bielsa y Cruz de Nicolás Ferraro

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Alejandro Soifer
University of Toronto
aj.soifer@mail.utoronto.ca

Resumen

La llamada “narconarrativa” tiene ya una larga trayectoria en las literaturas de países como México y Colombia. En la literatura Argentina, en cambio, el género todavía no se ha asentado pese a algunos antecedentes de narrativas relacionadas con el narco y el narcotráfico. Publicadas en 2017, dos novelas muy disímiles (Rojo sangre de Rafael Bielsa y Cruz de Nicolás Ferraro) han ocupado el lugar de pioneras en el género en la Argentina compartiendo la construcción de lo que aquí llamaremos “necromercado” como una característica propia típica de este tipo de narconarrativa.

Palabras clave: Narconarrativa; Necromercado; Capitalismo gore; Novela policial; Literatura Argentina

 

Abstract

So-called “narconarratives” have been a standard presence in the national literature of countries like Mexico and Colombia. In Argentina, however, the genre has not yet been fully developed, although some previous narratives surrounded the narco and narcotrafficking. Published in the year 2017, two very different novels (Rojo sangre by Rafael Bielsa and Cruz by Nicolás Ferraro) have become pioneer narconarratives in Argentina, sharing the construction of what we will be calling here “necromarkets” as a typical characteristic of the narconarrative genre.

Keywords: Narconarrative; Necromarket; Gore Capitalism; Mystery Fiction; Argentinian Literature

 

 

 

Introducción

La publicación en el año 2017 de las novelas Rojo sangre de Rafael Bielsa y Cruz de Nicolás Ferraro inauguraron el género de la “narconovela” en la literatura argentina[1]. Si bien, el país siempre tuvo y todavía mantiene un rol secundario en el tráfico y producción de drogas ilegales y es considerado mayormente “un país de tránsito” antes que de producción[2], una serie de hechos violentos y de alta visibilidad mediática impusieron las condiciones necesarias para que la cuestión narco ingresara en la discusión pública en el país.

El descubrimiento de un laboratorio de metanfetaminas en la provincia de Buenos Aires en el año 2008, la ejecución por parte de sicarios y apenas días más tarde de dos ciudadanos colombianos relacionados con el tráfico ilegal de efedrina (precursor químico de las metanfetaminas), el triple asesinato, menos de un mes más tarde de estos acontecimientos, de tres empresarios también relacionados con el tráfico ilegal de esta sustancia y la violenta guerra territorial que desató la banda de narcomenudeo conocida como “Los Monos” en la ciudad portuaria de Rosario (Provincia de Santa Fe) durante los años 2012 y 2013 y que sembró sus calles de cadáveres, propiciaron que el tema del narcotráfico recobrara interés en el discurso público y político argentino. Coincidiendo con estos antecedentes, el ascenso a la presidencia del país del partido político conservador Cambiemos en 2015, que se apropió de algunas de las consignas de la “Guerra contra las drogas” desarrollada en México a partir de la presidencia de Felipe Calderón y continuada por Peña Nieto, terminó de generar las condiciones propicias para el desarrollo, por ahora limitado, de una narconovela argentina.

Aun así, tanto Rojo sangre de Bielsa como Cruz de Ferraro comparten pocos puntos en común y son productos literarios netamente diferenciados, lo que las separa de ciertas (aunque no todas) características genéricas rígidas (Santos, Vásquez Mejías y Urgelles) que el género ha tomado en otras literaturas nacionales como la mexicana y la colombiana. Mientras que la novela de Bielsa fue publicada por uno de los conglomerados editoriales más poderosos del mundo hispánico, toma inspiración según el propio autor en la muerte de tres jóvenes rosarinos que se encontraron en medio de un tiroteo entre bandas rivales y se desarrolla como un relato realista a partir de la experiencia del autor como titular de la agencia nacional argentina de lucha contra el narcotráfico y la drogadicción, la novela de Ferraro es un relato policial negro publicado en una pequeña editorial especializada en dicho género. Más allá de estas diferencias sustanciales, Rojo sangre se propone como una caracterización de la guerra de bandas en Rosario durante los 2010 mientras que Cruz retrata el comercio de cocaína en el delta de la provincia noresteña de Misiones, limítrofe con Brasil y Paraguay.

Pese a las diferencias de enfoque, de temática, de marcas de género literario y también de público al que están dirigidas, ambas novelas comparten un aspecto que se encuentra frecuentemente en otras narconarrativas, aunque no le es exclusivo y es el de la descripción de necromercados (Soifer) como se explicará en detalle más adelante.

Comercios de dolor y muerte

En su ensayo Capitalismo Gore, Sayak Valencia propuso una serie de nociones críticas para analizar la violencia contemporánea del narco. De particular interés para este trabajo resulta la noción de necropoder que la autora define como “la apropiación y aplicación de las tecnologías gubernamentales de la biopolítica para subyugar los cuerpos y las poblaciones que integra como elemento fundamental la sobreespecialización de la violencia y tiene como fin comerciar con el proceso de dar muerte.” (147). La forma en la que este necropoder se ejerce es mediante las necroprácticas, de las que me interesa señalar que

han venido construyendo, en las últimas décadas, una nueva sensibilidad cultural del asesinato que lo hace más permisible, dado que se le espectaculariza a través de los medios de comunicación, posibilitando la ejecución de formas de crueldad más tajantes y más espeluznantes que pueden espectralizarse por medio de su consumo como ocio televisado. (Valencia 147)

Tanto en Rojo sangre como en Cruz no se observa una construcción de la violencia como objeto de fascinación morbosa (lo que Valencia llama tanatofilia) porque, si bien, sí es posible encontrar escenas de violencia extrema y ultraje aberrante a los cuerpos de las víctimas, esta violencia no está dispuesta como una marca identitaria de cierta banda o capo narco sino que se produce como una forma de comercio con el dolor de la víctima. No hay búsqueda de advertir al enemigo o de dejar una marca de autor en el cadáver sino provocar el mayor dolor posible a quien se mata o se tortura. El destino de cada víctima será según su valor. Valencia y Sepúlveda también han desarrollado la idea de “mercado gore”:

Con mercado gore nos referimos a un campo específico del capitalismo en el cual se comercializa, a manera de “mercancías” y “servicios”, productos vinculados con el necropoder y las necroprácticas, asociadas a técnicas de violencia extrema, como: venta de drogas ilegales, de órganos humanos, de violencia intimidatoria, de asesinatos por encargo, de esclavismo sexual o doméstico de personas, así como de imaginarios violentos en los cuales el derramamiento de sangre es el principal protagonista. (76-77)

Siguiendo esta aproximación crítica, aquí hablaremos no de “mercado gore” sino de necromercado porque me interesará resaltar el modo en el que en estas ficciones se articulará un mercado perfectamente libre donde las transacciones están asociadas con la tortura, el dar muerte, las formas de darla y el valor que después de la muerte posee lo abyecto. El énfasis en mi análisis entonces estará en la forma de funcionamiento de ese mercado de intercambio de bienes abyectos. Asimismo, mi análisis se focalizará en las construcciones narrativas, tomadas no por su valor mimético con la realidad, donde puede pensarse más claramente las permeabilidades del concepto proveniente de los horror films del “gore”[3], sino dentro de las propias estrategias narrativas de los textos. En definitiva, estos utilizarán recursos literarios originalmente establecidos en las Gothic fictions que florecieron con la segunda revolución industrial. La fascinación por los cadáveres y el comercio con lo abyecto formaron lo que críticos del gótico como Shapira llaman el “Gothic Corpse”[4] o los “Gothic Remains”[5].

En las dos novelas que se analizarán aquí es posible observar una conciencia de los personajes acerca del valor de cambio que poseen diferentes sujetos. Las transacciones que se ejercen con los cuerpos y las vidas están determinadas por un cálculo perfectamente racional. Los necromercados en estas narrativas incluso funcionan como núcleos narrativos: serán deudas (de sangre o de mercancía/dinero pero que se pagarán con sangre) las que pongan en funcionamiento los relatos. En el caso de Rojo sangre, la primera escena deja planteada de forma explícita que el comercio de deudas de sangre será lo que desate la acción con la descripción de cómo un sicario dispara desde una motocicleta al miembro de una banda rival mientras este se encuentra en un automóvil con su mujer. Ese primer crimen desatará una serie de respuestas y venganzas que se irán incrementando y alimentando de otras muertes y subsecuentes venganzas que en última instancia tendrán como objetivo compensar las deudas de sangre. Estas dirigirán la narrativa.

En el caso de Cruz, también en el centro de la narrativa se encuentra la idea de la deuda de sangre, aunque en otro sentido más amplio. Tomás Cruz deberá hacerse cargo de terminar un contrabando que su hermano, Sebastián Cruz, no ha podido, ya que ha sido arrestado por la policía. En caso de negarse a pagar la deuda de su hermano, los narcos amenazan con asesinar a su sobrina e hija de Sebastián. Es decir, allí también ingresa la lógica de un mercado donde los bienes de intercambio no se miden en dinero sino en cadáveres.

La cadena de deudas de los Cruz se extiende incluso más allá de la estructura fraternal ya que en una primera instancia Sebastián se había vinculado con el mundo criminal porque el padre de ambos, Samuel Cruz, también había dejado una deuda en el mundo criminal al ser encarcelado. Esta cadena de deudas que se cobran con Sebastián primero y Tomás después, viéndose obligados a trabajar en el mundo delictivo, será el núcleo narrativo alrededor del cual se organiza Cruz. Ya desde la primera línea se establece la importancia para el relato de la deuda de sangre: “El apellido es una enfermedad hereditaria.” (Ferraro 17) El lector entenderá luego que el apellido acarrea deudas que deben ser pagadas y que eso es lo que lo hace una “enfermedad”. Más precisamente una enfermedad que se transmite por sangre. Este aspecto que trae la novela hacia la larga tradición del naturalismo latinoamericano, es aquí, en cambio, el establecimiento temprano de la cuestión de la sangre como elemento de comercio que guiará la narrativa. Esa deuda en sangre que tienen los Cruz deberá ser pagada con cuerpos y otras sangres según se irá desarrollando la trama de la novela.

El necromercado funciona en estas narrativas de dos modos: estableciendo precisamente un mercado donde se producen intercambios libres entre “mercancías”, es decir, muertos, formas de dar muerte y torturas y mediante la puesta en valor de esas mercancías. Así se verá que para que este mercado de intercambios abyectos pueda funcionar, cada uno de estos debe adquirir un valor. Las vidas de los personajes no tienen un valor homogéneo sino que se asignan según el rango social en las jerarquías del mundo delincuencial que ocupan. La muerte de un familiar de uno de los capos narcos, por ejemplo, adquiere un valor mayor que la muerte de un sicario. La forma en que se produce el cobro tendrá relación con este valor asignado: la muerte del familiar del capo se cobra asesinando y torturando a varios miembros de la banda rival mientras que la del sicario puede resolverse quizás con una venganza más limitada y menos violenta. El nivel de tortura que se ejerce contra el cuerpo de aquel con quien se va a cobrar el intercambio también funciona como el valor agregado de la manufactura. Si el cadáver es la materia prima, será el trabajo invertido sobre el cuerpo, es decir la tortura y los modos de dar muerte, los que proveerán el valor agregado que permita que se produzca la transacción en el necromercado y que este continúe funcionando.

 

La venganza será terrible: comercio de y con cadáveres en Rojo sangre

Como he señalado, Rojo sangre se propone como un retrato semi realista acerca de la violencia desatada por una serie de venganzas internas que desencadenó la banda Los Monos en la ciudad de Rosario durante los 2010. La narrativa se estructura a partir de varias escenas, no siempre relacionadas entre sí, que en conjunto construyen un fresco de la violencia narco en la ciudad. Si bien la característica común a todas las escenas es la violencia explícita, la novela también despliega escenas donde se pueden observar la corrupción de la policía, arreglada con las bandas que se disputan el territorio y a las que deja hacer sin intervenir, así como el trabajo de un periodista de altos estándares morales que intenta retratar los hechos en un periódico donde no tienen interés por la verdad. Sin embargo, será el cobro de venganzas lo que unirá a todas las situaciones y permitirá el desarrollo de la trama.

Como consecuencia del crimen narrado en la primera escena, una guerra se desata entre dos bandas narco que se disputan el terreno en la ciudad: la banda de los Búnkeres y la banda de Pueblo Seco. La lógica transaccional queda establecida inmediatamente: por cada muerte de un bando debe haber un cobro equivalente. Mientras los muertos son los soldados de escalafones más bajos de las bandas, cierto equilibrio de mercado parece mantenerse. Más aún, los ciudadanos que no pertenecen a las bandas y sólo quieren vivir en paz, encuentran en la lógica transaccional de muertos entre bandas rivales cierto alivio.

La lógica de mercado en los asesinatos que se presentan asume la forma de una matemática simple tomada por la voz de los civiles ajenos a las guerras de bandas. Para ellos, que entre narcos se maten entra también en una cuestión que pertenece al mercado y por eso se sienten excluidos: si uno no es parte de ese mercado, no debería por qué tener que participar en el mismo.  Las muertes de los soldados de las bandas narco, entonces, son contadas por estas voces anónimas y ajenas a las transacciones que se realizan en las cadenas de venganzas y asesinatos como la eliminación de un problema. Esto, por supuesto, también los hace partícipes de la misma lógica del necromercado. Leemos por ejemplo esta escena donde el periodista moral se ve como observador ajeno a las transacciones:

El domingo, Riesi llegó a la redacción cerca de las ocho. Se sentó, encendió la computadora y se puso a leer los comentarios de los lectores de la versión digital sobre la muerte de Iguano. Excedían en número lo habitual y la mayoría podía sintetizarse en la frase: “Uno menos”. (Bielsa 310)

La expresión “uno menos” significa que hay un narco/sicario muerto. Por lo tanto, es uno menos en ese juego de mercado. Para una sociedad que contempla desde afuera del necromercado cómo se producen las transacciones en su interior poniendo de paso en riesgo su propia integridad, cada actor de este juego de intercambio que desaparece porque muere es uno menos para participar. La consecuencia final subsecuente sería la llegada eventual y mítica, un momento ideal, en el que ese necromercado terminaría por disolverse, ya sea porque uno de los actores alcance una posición monopólica luego de exterminar a los otros o porque desaparezcan todos los actores participantes luego de matarse entre sí.

Siguiendo también la racionalidad económica de este necromercado, cuando se asesina por fuera de este sistema de intercambios la forma en que se produce el cobro tiene que ser categórica para compensar el error. Es lo que sucede cuando alguien mata a un personaje secundario, ajeno a las bandas en guerra. Cuando muere asesinado El Frontón, un personaje que precisamente no pertenece a ninguna de las bandas que intercambian en el mercado de muertes, el asesino se sospecha es un soldado de la banda de Ronco, jefe de la Banda de los Búnkeres que lo mató en un estado de inconsciencia producto del consumo de drogas. El valor de Frontón entre sus compañeros y amigos era muy grande y por ende la muerte de su asesino debía poder cobrar ese valor. Leemos:

— ¿Quién mató al Frontón? — Riesi fijó la vista en Chamuyo…

— Todavía no se sabe su nombre — dijo Chamuyo —, pero el cuerpo del autor apareció esta madrugada en un camino rural de Alcácer detrás de un country, uno que tiene caballerizas y escuela de salto…

Con un alambre, le atravesaron la tráquea de lado a lado del cuello y juntaron los extremos formando una corona. Con un gancho carnicero en “ese” de acero inoxidable lo dejaron colgando, con los pies apoyados sobre el pasto. No sé si murió antes o después. Me parece que antes, porque de lo contrario el aparato respiratorio no hubiera resistido ni una contorsión de ese peso. Hay que ver si se involucran o no las masas musculares, el esternocleidomasteo, por ejemplo, o los escalenos -tenía una memoria espléndida, acompañada de una inteligencia insípida…

— Estaba cosido a puñaladas y desangrado. Le habían vaciado un ojo. Ya tenía el aviso, por Facebook, desde una cuenta que se llama “Los guachines sin alma” …

El primer mensaje decía: “Traidor, yo no voy a ir a tu casa, pedazo de salchicha, la gorra te revienta el rancho, yo no, no somos policías, pero cuando te crucemos vamos a ver si te da la sangre, ortiva.” Hoy, temprano, antes de venirme para acá, otro, junto con una foto tomada desde lejos del cadáver: “Fiambre de visitante, gil robado, te recabieron los cartuchos, gato bocón. No traicionamos; estabas avisado”. No te extrañe que haya sido el Ronco, eso es lo que dicen los muchachos. Lo ponen al Frontón, y el asesino es un soldadito de él; a un jefe, esas cosas no se le pueden pasar. Si no lo liquida, le iban a tirar el muerto a la Banda de los Búnkeres. (Bielsa 194-195)

Entonces, no sólo el valor de Frontón como un personaje querido en el barrio y ajeno a las matanzas entre bandas ameritó la tortura y muerte de su asesino, sino que las advertencias y amenazas funcionaron como un incremento en ese valor agregado del modo en el que fue asesinado y, además, el crimen se justifica porque tener entre sus líneas al asesino le resultaría al Ronco una pésima inversión, un mal negocio para el branding de su banda.

La muerte no solo se plantea como un valor de intercambio sino que cada muerto tiene un valor específico asignado. Cuando muere asesinado Cuca, otro personaje que sólo aparece referido y que sirve al narrador para construir el clima de continuas muertes que se suceden en el relato, el entierro se convierte también en una situación de mercado donde la muerte desencadena una serie de transacciones que son a la vez comerciales y destinadas a darle honra al fallecido. Leemos:

El ataúd era de cartón reciclado, que unía al precio la ventaja de “ser biodegradable” -según explicó el dueño de la cochería-, además “por supuesto”, de cumplir con los requisitos del reglamento de la policía sanitaria mortuoria. Las monedas recolectadas se dividieron entre el cajón y una dosis equilibrada de merca y alcohol; las gaseosas las proveyó sin costo la compañía donde trabajaba Cuca. (322)

Cuca tampoco pertenecía a una de las bandas en disputa y su muerte tiene que ver con otra cadena de venganzas. Borracho y drogado, se había peleado con un boliviano que en venganza lo apuñaló. Los amigos de Cuca a su vez, en venganza, saquearon la casa del asesino y le pegaron a su mujer. De nuevo, al no tratarse de personajes que integren la disputa de las bandas el valor de intercambio es menor y se puede resolver sin llegar a la tortura y la muerte.

Distinto será el caso de la muerte narrada apenas unas escenas antes de Iguano, hermano de Ronco y, por ende, uno de los jefes de la Banda de los Búnkeres. Por empezar, su muerte es inmediatamente asociada con un valor en dinero: “El baldaquín estaba a su derecha y el ataúd con el cuerpo de su hermano, sobre la mesa en la que cuenta el dinero.” (319). A continuación, un personaje de la misma banda reflexiona acerca del valor en el necromercado que tiene el asesinato de Iguano y cómo debe hacerse el cobro: “[…] hoy al mediodía lo pusieron al Tuerto, el dueño de la Eslóter[6]; de los putos estos no va a quedar ni uno, hasta el perro le vamos a matar a esos hijos de puta.” (320) Efectivamente, todos los involucrados directos, y aún los indirectos, en el asesinato de Iguano son a su vez asesinados por la banda de Ronco. Cuando la banda de Ronco logra dar con Pikachu, uno de los últimos involucrados en la muerte de Iguano que le quedaba encontrar, el relato de su muerte es elidido pero la lógica transaccional de esta queda claramente resaltada en el sintagma con el que la policía explica el caso: “Al día siguiente, el muchacho apareció muerto de nueve balazos a un costado de Desaguadero, en el sur de la ciudad. Fuentes cercanas a la investigación afirmaron que se trataba de un previsible ‘ajuste de cuentas’.” (383).

Eventualmente, la cadena de venganzas y muertes llega a un final cuando todos los líderes de las bandas están muertos y nuevas generaciones asumen el liderazgo. Pero esto resulta claramente ilusorio. Una vez que todos los participantes terminen exterminándose, una nueva producción comenzará en la forma de nuevos líderes. Así, el comercio de bienes mortuorios nunca concluirá.

 

Trabajos en sangre: lógicas de intercambio de necromercado en Cruz de Nicolás Ferraro

Si hasta ahora vimos cómo se establece un necromercado de intercambios de bienes abyectos en Rojo sangre de Rafael Bielsa, en Cruz de Nicolás Ferraro vamos a encontrar el mismo mecanismo de funcionamiento narrativo, pero incluso profundizado. Nuevamente señalo que mientras que la novela de Bielsa se propone como un relato realista, la novela de Ferraro interviene en el campo de la novela negra por lo cual sostiene y expande las marcas genéricas de este tipo de narrativa. En Cruz veremos que el valor de los personajes se construye no ya en relación a las estructuras de poder de organizaciones narco sino sobre la base de la propia fama personal. Los hermanos Cruz y el padre de la familia están configurados desde la perspectiva de los “tipos duros” que se enfrentan y sobreponen por fuerza, astucia y violencia, asociados al modelo del héroe del Western que está en los orígenes del policial estadounidense (Giardinelli).

Como señalé anteriormente, ya en el comienzo de la novela se establece el valor de la sangre en el sentido que el apellido Cruz, la pertenencia a esta familia, acarrea una serie de deudas por el sólo hecho de tener esa sangre. En el comercio que se establecerá dentro de la narrativa dicha deuda deberá ser saldada derramando otras sangres. A su vez, el lugar que estos personajes ocuparán en la trama está relacionado con el renombre adquirido: “Samuel no tenía documentos, pero fama sí. Decían que lo habían fichado en varias provincias.” (Ferraro 18). Nuevamente, Tomás Cruz es reconocido por tener la sangre de su padre, lo que lo hace acreedor de su fama, que a su vez su padre consiguió derramando la sangre de otros. Cuando dos policías van a buscar a Tomás, uno de ellos no conoce nada acerca de los Cruz y el otro le explica de dónde proviene la notoriedad que consiguió Samuel:

Esa noche lo trajimos porque había fajado a un tal Leiva, un testigo en un juicio en contra de unos chamigos de Samuel. A Leiva lo encontramos tirado en el piso del garaje. Las muñecas atadas con alambre, el ojo izquierdo reventado y toda la carne arrancada alrededor. Cuando abrió la boca para pedir ayuda… No me olvido más, nene… Los tres dientes que le quedaban le colgaban de las encías. (Ferraro 17)

El renombre que consiguió Samuel por el modo en el que ejerce la violencia y la tortura le permiten ser conocido y respetado en varias provincias y ese es su valor de mercado. Un asociado criminal de Samuel Cruz, Alvarenga, también construyó su valor de mercado sobre la base de la violencia que ejerció: “Él y su bendita riñonera. […] Algunos decían que ahí guardaba los dientes que había bajado. La mayoría decía que eso era mentira, que hubiera necesitado una mochila para guardarlos a todos.” (Ferraro 23) Como se ve aquí, no sólo se trata del valor de mercado criminal que tiene Alvarenga sino que este puede incluso ser medido a partir de la cantidad de dientes que le extrajo a sus víctimas y que, al menos en la mitología popular, lleva siempre consigo. Como si se tratase de un valor monetario o en mercancía, los dientes de sus víctimas son mensurables y otorgan un valor. Tanto es así que algunos sostienen que es imposible que los lleve en una riñonera porque es tal la cantidad que requeriría una mochila entera, mostrando la posibilidad de que en realidad su valor de mercado se encuentre sobrevalorado.

La creatividad en la tortura y la cantidad de víctimas son los principales aspectos que otorgan el valor que estos personajes poseen en el interior de la narrativa. Por el contrario, los personajes que fallen en las misiones delictivas encomendadas también deberán pagar el costo de la operación. Esto queda perfectamente explícito cuando uno de los pequeños narcotraficantes recibe a dos de sus hombres que han perdido parte de un cargamento:

Sherman arrastra una mesa con rueditas. Arriba, una sábana tapa algo de forma cuadrada. Centurión se para y la saca. Una balanza de dos platillos asoma. La que está más abajo tiene un par de pesitas. A los costados, balas y platillos.

—  Sesenta gramos por todo el laburo -dice Centurión-. Soto me dijo que nada más le llevaron la mitad, así que… -Saca dos pesas-. Treinta gramos de plata.

Empieza a poner billetes en el otro platillo. Pesos y guaraníes se apilan unos con otros. El Ponja resopla y el pecho le mide la mitad cuando larga el aire. Centurión agrega un toco más y los dos platillos quedan a la par. Los saca y los pone a un costado.

— Los otros treinta van a tener que ser en plomo -dice y apoya tres balas. (99)

La escena devela de forma explícita el modo en el que el necromercado funciona poniendo en un plano de igualdad, mediante una balanza para más precisión, el dinero y la violencia. Los secuaces de Centurión perdieron la mitad del cargamento y por lo tanto su pago será en el equivalente de dinero y disparos. A continuación, Ponja recibe dos de los tres disparos que estaban destinados a él y a Mateo, su socio y con quien perdieron la mitad del cargamento. Entonces Centurión se acerca hasta este y le ofrece un nuevo negocio, demostrando nuevamente cómo funciona el mercado de intercambio de necrobienes: “Voy a ser generoso con vos. Te voy a hacer una oferta que podés rechazar pero no te lo recomiendo. Si querés que yo me guarde esta bala, vos, en vez de brazos, vas a tener remos. Y vas a elegir a una de tus nenas para que labure conmigo.” (100) La oferta es entonces que Mateo haga otro contrabando y que entregue a una de sus hijas para que Centurión la prostituya a cambio de no recibir un disparo en la cabeza. Continúa su oferta Centurión, explicando por qué es un negocio conveniente para Mateo:

—Para un padre es jodido elegir entre sus hijos, pero también es jodido llevar un negocio adelante cuando tus empleados son una manga de inútiles. […] La ecuación es simple. Dos Docabo van a laburar para mí. Gamarra te va a acompañar hasta tu mesa y vos le vas a pasar la que elijas. Si te negás, te comés un corchazo y ahí las dos van a terminar laburando para mí. (100)

La escena resume así el modo en el que el comercio al interior de la narrativa se cumple a través de cuerpos, violencia y sangre. Ricardo Piglia en “Sobre el género policial”, su clásico análisis sobre la forma del género policial negro, sostuvo que el motivo pecuniario es el núcleo en este tipo de narrativas. Como vemos aquí, y si bien hay una relación con el dinero en el sentido que Centurión se está cobrando una deuda impaga, el comercio se plantea en términos de cuerpos: quién vive y quién muere en el caso de Centurión que mata a Ponja y le ofrece un trato a Mateo y el cuerpo de cuál de sus dos hijas le entregará al capo para que prostituya a cambio de perdonarle la vida. La esencia de necromercado por la que guía sus acciones Centurión aparece explícita, una vez más, apenas unos instantes después de esta escena, cuando le explica a Tomás qué deuda que dejó su hermano debe saldar:

El tipo con el que estuve charlando antes de que llegaras, aparte de largar dos litros de sangre, batió dónde tienen sus campamentos la gente esta. Y les vamos a enseñar que los Centurión-Cuera no trabajan en pesos o dólares. Trabajan en sangre. Y es la hora de cobrar. Ese es tu laburo, Cruz.[7] (102)

Centurión entiende perfectamente bien el necromercado y ejerce su negocio en él. Sus intercambios son en cuerpos y comercia dando muerte, permitiendo vivir, prostituyendo mujeres o haciéndolas cargar droga en el interior de su cuerpo. No es solo una intuición sino un plan de negocios perfectamente pensado y meditado como veremos en la siguiente escena, cuando lo lleva a Tomás a una cabaña donde mantiene cautivas a unas mujeres:

— En los negocios de hoy, nene –dice-, tenés que estar siempre un paso adelante. Hay que pensar en las energías renovables. Eólicas, solar y todas esas boludeces son espejitos de colores. El faso lo vendés, se consume y listo. Un agujero tiene vida ilimitada, Cruz. Tres ni te cuento. -Abre la puerta-. Te presento a tu carga.

Contra un rincón, dos minas amordazadas y atadas con sogas una a la otra. […]

—¿Qué es esto, la concha de tu madre?

—Energía renovable. (126)

Cuando Tomás le reclama que el trato que le está proponiendo es terrible, Centurión justifica la situación como conveniente para esas mujeres porque “trabajo no les va a faltar.” (126) Luego articula su plan de negocios: la cuestión de conseguir documentos falsificados para las menores de edad que serán prostituidas por él en Paraguay se lo deja a otros: “Tercerizar, esa es la otra clave de la economía.” (126) explica el proxeneta y narco. Por último, termina de explicar la lógica comercial de su negocio con cuerpos:

Y esperá que no te mostré la mejor parte. Tercer concepto de la economía. Aprovechamiento. Pasá por acá. […]

— Si me acusan de trata de negras, me la banco, pero estos insisten. […]  Así que, como ves, tuvimos que aprovechar esos agujeros y darles algo para que sean blancas.

Abre y se mete. Agarra una cosa de arriba de la mesa […]

—Abrí la trompa, nena -dice Centurión-. Cuerpo de Cristo.

Y le mete un forro lleno de falopa a Anyelén que, de rodillas y con los ojos cerrados, hace fuerza y se lo traga. (127)

Cuando Tomás le pregunta a Anyelén cómo fue que terminó aceptando hacer de mula de drogas, esta le contesta: “El barbudo se me apareció esta mañana y me dijo que había dos maneras de saldar la deuda y que eso dependía de qué me tragara: si un kilo de merca o mil de leche.” (132) Nuevamente queda explícito cómo en esta narrativa el valor de intercambio está asociado al cuerpo y al uso del cuerpo. La deuda que tiene Anyelén con Centurión no se salda con dinero sino con el uso de su cuerpo, ya sea que acepte ser mula de droga o que acepte prostituirse para él.

Luego de una emboscada donde muere Anyelén, Tomás recupera la carga de droga abriéndole el estómago con un cuchillo para realizar la entrega y saldar la deuda de su hermano. Pero habiendo desarrollado cariño por Anyelén y enterándose luego que fue Centurión el que delató a su hermano, decide que tiene que a su vez cobrarse esas deudas con la vida del capo narco. Alista a su padre y luego de varias situaciones logran cercar al capo, aunque Samuel queda herido. Ante la disyuntiva de si terminar la venganza matando a Centurión o ayudar a su padre para que no muera, el propio Samuel le pide que le lleve la cabeza del capo, convirtiéndola en una mercancía. Tomás no le lleva la cabeza como su padre le pide, pero cuando logra cercar a Centurión igualmente se cobra con su cuerpo:

Cuando levanta el arma para dispararme le hundo el cuchillo arriba de la garcha y empiezo a tajearlo. El filo sube. La pistola se la cae de las manos, las tripas empiezan a vomitarme encima a medida que lo abro, hasta que la hoja rebota contra el esternón. Saco el cuchillo y lo vuelvo a hundir.

Una vez y otra.

Y otra.

Solo cuando pienso que Anyelén hubiera dicho que ya fue suficiente dejo de hacerlo. Hay más Centurión encima de mí que adentro suyo. (214)

Aún después de haberse asegurado que Centurión ya estaba muerto, Tomás continuó acuchillándolo y desparramando su cadáver hasta el momento en que sintió que el saldo de la muerte de Anyelén ya estaba pagado. De este modo vemos cómo el motivo que guía las acciones de Tomás son pura y exclusivamente la de destruir el cuerpo de su enemigo. No sigue una finalidad económica, después de todo no va a ganar nada matando y destripando el cadáver de Centurión, sino la necesidad de cobrarse la deuda de sangre con más sangre, tal como aprendió del mismo Centurión que ellos no trabajan en un mercado de dinero sino de sangre.

 

El peso de la sangre

Tanto Rojo sangre de Rafael Bielsa como Cruz de Nicolás Ferraro pueden ser considerados como los primeros emergentes netos y claros del género de la narconovela en la Argentina, más allá de algunas narrativas previas que también abarcaban el tema, pero sin las características propias que el género ha adquirido en literaturas como la colombiana o la mexicana. A pesar de que el mercado editorial argentino cuenta con una sostenida tradición de literatura policial y de misterio y que la narconovela puede considerarse en la mayoría de los casos como un subgénero de estos (Zavala) es recién con la publicación de estas narrativas que puede empezar a pensarse en una vertiente netamente argentina de este género.

Por otra parte, ambas novelas parten de diferentes planteos genéricos, siendo Rojo sangre un intento de fresco realista y de denuncia acerca de la situación del narco en la ciudad de Rosario durante la primera década del siglo, mientras que Cruz tiene como horizonte estético el policial negro de escuela estadounidense. A pesar de sus puntos de partida diferentes, sus planteos y búsquedas narrativas también divergentes, ambas novelas comparten un realismo descarnado, la violencia explícita y el protagonismo de narcos. Aun así, el tema específico del narco está ajustado a la realidad Argentina donde no es posible hablar de organizaciones delictivas con acceso a armamento bélico, poder territorial extendido ni poderío económico a nivel de otras organizaciones delictivas en el resto del mundo y América Latina. Sin embargo, lo que define a estas novelas es la preeminencia de los necromercados como instancias donde se comercia con cuerpos, cadáveres y formas de infligir dolor físico. Por necromercado me refiero a un tropo literario de comercio con lo abyecto. Al hacer de este el núcleo narrativo, las dos novelas analizadas rechazan los motivos pecuniarios que, como señala Piglia, guiaron y todavía guían las narrativas de tipo policial. Estas novelas entonces se establecen sobre los bordes de la horror fiction, el motivo gótico del comercio con los restos mortales, el realismo y el género hardboiled[8].

No es entonces el dinero lo que guía estas narrativas sino, como lo dice explícitamente Centurión en la novela de Ferraro, la sangre. Esta funciona en Cruz como deuda, como herencia y como método de pago mientras que en Rojo sangre se plantea del mismo modo como enlace familiar que otorga diferente valor al cuerpo y la vida de los personajes. No será en esta novela lo mismo el valor que tiene el hermano de uno de los capos de las bandas en guerra que el valor de un vecino del barrio. Sus muertes serán retribuidas acorde a esos valores y mientras que la vida del hermano del narco se cobrará la vida del ejecutor, su familia y hasta su perro, la del vecino del barrio apenas se cobrará la de quien lo ejecutó. También en esta novela el modo en el que se ejecutará a las víctimas estará relacionado con el valor de “mercado” dentro de este mercado de bienes mortuorios. La tortura antes de la ejecución se reservará para determinados casos de cobro y no estará presente en otros casos.

De este modo, las novelas analizadas plantean la base para el desarrollo de la narconovela argentina en el contexto de un país que de momento se mantiene mayoritariamente por fuera del sistema de producción y tan solo como país de paso y consumo de drogas ilegales.

 

Bibliografía

Bielsa, Rafael. Rojo sangre. Buenos Aires: Planeta, 2017.

Federico, Mauro. País narco. Buenos Aires: Sudamericana, 2011.

Ferraro, Nicolás. Cruz. Buenos Aires: Revólver Editorial, 2017.

Giardinelli, Mempo. El género negro: orígenes y evolución de la literatura policial y su

influencia en Latinoamérica. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2013.

Piglia, Ricardo. «Sobre el género policial.» Piglia, Ricardo. Crítica y ficción. Barcelona:

Anagrama, 2001.

Santos, Danilo, Ainhoa Vásquez Mejías e Ingrid Urgelles. “Introducción Lo narco como modelo cultural. Una apropiación transcontinental.” Mitologías hoy, no. 14, 2016, pp. 9-23.

Shapira, Yael. Inventing the Gothic Corpse: The Thrill of Human Remains in the Eighteenth-Century Novel. Cham: Palgrave Macmillan, 2018.

Soifer, Alejandro. “Una economía de la crueldad: Estado, organizaciones sociales marginales y necromercado en Trabajos del reino y La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera.” Latin American Literary Review, vol. 46, no. 92, 2019, pp. 34-43.

Talairach, Laurence. Gothic Remains: Corpses, Terror and Anatomical Culture, 1764-1897. Cardiff: University of Wales Press, 2019.

Valencia, Sayak. Capitalismo Gore. Tenerife: Melusina, 2010.

Valencia, Sayak y Sepúlveda, Katia. “Del fascinante fascismo a la fascinante violencia: psico/bio/necro/política y mercado gore.” Mitologías hoy, no. 14, 2016, pp. 75-91.

Zavala, Oswaldo. Los cárteles no existen. Barcelona: Malpaso Editores, 2018.

[1] Si bien es cierto que ya existían en la literatura argentina ejemplos previos de narrativas acerca del narcotráfico (El otro Gómez de Diego Paszkowski publicada en el año 2001, Delivery de Alejandro Parisi publicada en el año 2002 y el libro de cuentos de Ariel Urquiza No hay risas en el cielo publicada en 2017 pero ganadora en 2016 del Premio Casa de las Américas serían acaso precedentes valiosos) y trabajo periodístico y crónicas acerca de pequeños vendedores (transas) de droga, no sería hasta la aparición de las novelas de Bielsa y Ferraro que las formas y temas de la narconovela, tomando como antecedente las narco narrativas mexicanas y colombianas, con su carga de violencia extrema, sicarios, ritmo y formas de la novela policial, se adaptarían a las particularidades y experiencias argentinas.

[2] Dado que se producen localmente escasas cantidades de drogas ilícitas y no se cultivan grandes extensiones de hojas de coca, amapola o marihuana. Sin embargo, sí ha sucedido durante las últimas décadas que el país se ha convertido en sitio donde se terminan de sintetizar drogas ilícitas a partir de materia prima proveniente de Perú, Bolivia, Paraguay y Brasil y que luego se exportan a España y al resto de Europa (Federico).

[3] Por cine “gore” o “splatter” entendemos un subgénero de los “horror films” o cine de terror cuya búsqueda estética y narrativa está basada en la explotación del cuerpo humano, la exhibición de excesos de violencia, sangre, desmembramientos, órganos vitales expuestos y tortura.

[4] “an image of the dead body rendered with deliberate graphic bluntness in order to excite and entertain.” (Shapira 1) [una imagen del cadáver deliberada y explícitamente reproducida para excitar y entretener.] (Traducción propia)

[5]“Indeed, throughout the eighteenth and nineteenth centuries, the human body, dismembered, sold or exchanged and put on display in the growing medical collections, reflected the objectification of nature […]” (Talairach 134)  [Efectivamente, a través de los siglos dieciocho y diecinueve, el cuerpo humano, desmembrado, vendido o cambiado, exhibido en las crecientes colecciones médicas reflejó la objetivación de la naturaleza] (Traducción propia)

[6] El bar donde mataron a Iguano.

[7] El énfasis me pertenece.

[8] El hardboiled o “novela negra americana” se plantea en contraposición con la narrativa policial clásica de un misterio y un detective que lo resuelve utilizando el pensamiento lógico. En el hardboiled por el contrario se presenta o no un misterio a resolver y un detective o protagonista en función narrativa similar. A diferencia del detective del policial clásico, en el hardboiled el protagonista resolverá las situaciones empleando la violencia física y a los disparos. La lógica no será relevante y en cambio se reemplaza por la acción trepidante, las persecuciones, las situaciones límites que eventualmente incluso pueden llevar a la muerte del protagonista.

 

 

Alejandro Soifer (Buenos Aires, 1983) es Licenciado en Letras y Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es maestro en Estudios Hispánicos por la Universidad de Toronto, donde actualmente también es candidato al doctorado en Literatura Latinoamericana. Su trabajo académico se centra en las representaciones literarias de la violencia y el cambio social en México durante los últimos cincuenta años. Ha publicado, además, tres novelas de género policíaco y dos libros de ensayos periodísticos en prestigiosos sellos editoriales.

 

 

 

 

“Nadie era libre ante los ojos de Dios”. Voces hegemónicas en dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico

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“Nadie era libre ante los ojos de Dios”. Voces hegemónicas en dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico[1]

“Nobody Was Free Before God’s Eyes”. Hegemonic Voices in Two Chilean Novels About Delinquency and Drug Trafficking

 

 

Silvana D’Ottone Campana
Pontificia Universidad Católica de Chile
sadotton@uc.cl

 

Resumen

Gran parte de las producciones culturales en torno a la delincuencia y el narcotráfico se han caracterizado por la construcción de un mundo disputado entre héroes y villanos en que no hay espacio para profundizar en las causas de estos fenómenos, reduciendo su complejidad a una versión maniquea de la realidad. El presente análisis busca indagar en la construcción de las voces y visiones de mundo de dos novelas chilenas cuyas temáticas se asocian al narcotráfico y a la delincuencia. Para ello, presentamos el análisis de I) el tipo de narrador que construye los relatos y algunas caracterizaciones relevantes sobre el mismo y II) recursos lingüísticos asociados a la valoración de los personajes y eventos de la novela. El análisis de sus narradores, que comentan y realizan juicios de valor respecto al actuar y devenir de los personajes, y el análisis de los recursos lingüísticos que constituyen dichas evaluaciones, arrojan algunas luces respecto a cómo el discurso oficial en torno a la violencia y el narcotráfico, que representa el mundo desde una lógica binaria, está presente en la narrativa chilena contemporánea.

Palabras clave: Narcotráfico; Narrador autoritario; Discurso hegemónico; Valoración; Delincuencia

 

Abstract:

Most of the cultural productions regarding drug trafficking and crime are characterized by the construction of a world disputed among heroes and rogues, in which there is no place to go into the causes of these phenomena in any depth, reducing its complexity to a manichean version of reality. The current analysis seeks to assess the construction of the voices and world views in two Chilean novels related to drug trafficking and crime. In order to perform this study we analyze I) the type of narrator building the stories and some of its relevant characteristics and II) the linguistic resources linked to the appraisal of the characters and events of the novel. The analysis of the narrators, who comment and make judgments about the acting and becoming of the characters, and the analysis of linguistic resources that constitute those evaluations, shed some light regarding how the official discourse on drug trafficking and crime, that represents the world from a binary world view, is present in the contemporary Chilean literature.

Keywords: Drug Trafficking; Authoritarian Narrator; Hegemonic Discourse; Appraisal; Crime

 

 

Introducción. El reduccionismo de los fenómenos sociales en los discursos oficiales y los discursos culturales

En noviembre de 2020 agentes de las fuerzas de orden de Chile balearon a dos menores de edad en un hogar del servicio nacional de menores (SENAME). El hecho desató controversia en el mundo político y social, con algunos actores condenando la acción de los uniformados, mientras otros la defendían. Estos últimos aludían principalmente a una supuesta agresividad de los jóvenes heridos y a su condición de delincuentes. Incluso un ex ministro de Estado declaró: “es fundamental que hagamos una separación entre los niños y niñas que están en situación de protección y los niños y niñas infractores de ley”[1].

El caso anterior refleja una práctica discursiva habitual en el discurso político, en el discurso mediático y otras formas de discurso masivo: reducir el carácter multiforme y complejo del entramado social a dos realidades opuestas y en permanente tensión. Una de ellas habitada por aquellos sujetos que se ajustan a los mandatos establecidos en el contrato social, mientras que la otra contiene a quienes han sido expulsados por violar dicho contrato. De este modo, los discursos oficiales han instalado una representación binaria de la sociedad en que podemos identificar fácilmente quiénes están con nosotros y quiénes contra nosotros; o bien, entre buenos y malos ciudadanos (Wodak).

Adicionalmente, la división de la sociedad en dos polos contrarios cumple un rol estratégico, dado que permite instalar representaciones sobre aquellos sujetos que merecen ser castigados y excluidos. Esta práctica discursiva tiene como finalidad justificar las medidas de represión y control tomadas por las autoridades en contra de aquellos que se desvían de las normas impuestas en una sociedad (Barbour & Jones; De Castella, McGarty y Musgrove).

Estas formas de discurso son ampliamente utilizadas en el discurso político debido a que constituyen un mecanismo simple y eficiente para instalar una representación del mundo que es fácil de asimilar y reproducir. Ahora bien, el discurso político no es el único portador de estas representaciones; también los medios y la cultura de masas juegan un rol fundamental en la reproducción de aquellos discursos. Muchos productos de consumo masivo como las series, las películas y otro tipo de productos culturales, han ayudado a promover una visión maniquea del mundo, en que héroes y villanos son fácilmente diferenciables, recurriendo muchas veces al cliché para su caracterización.

Fenómenos como el consumo y tráfico de drogas o la delincuencia han estado ampliamente presentes en los productos culturales de este siglo. La plataforma Netflix ostenta un catálogo importante de series y películas vinculadas al narcotráfico. No obstante, una revisión rápida de estas narrativas basta para levantar sospechas sobre el carácter reduccionista de estos relatos y la representación facilista de un fenómeno complejo que merece mayor detención:

El narcotráfico es un problema tremendamente complejo, que en ningún sentido puede ser reducido a una lógica de opuestos. Tal como argumenta Luis Astorga, no existen fenómenos buenos o malos en sí mismos, sino fenómenos que requieren una interpretación moral contextualizada: “No hay pues plantas ni agentes sociales intrínsecamente malos o perversos. Lo malo, lo perverso, lo criminal, etc., son juicios éticos creados socialmente, más o menos incorporados e institucionalizados. Son juicios relacionales e históricos” (25). (Vásquez Mejías 228)

Ya sea por una resistencia a enfrentar la complejidad que se esconde detrás de ellos, o bien, por un afán reduccionista que permita una comunicación más rápida y eficiente de los fenómenos sociales, los productos culturales han contribuido a la escenificación del mundo del narcotráfico como un terreno disputado entre dos grandes bandos de buenos y malos, justicieros y ajusticiados. Esto se traduce en la difusión de un discurso dominante y autoritario que transforma la complejidad de la trama social en un artificio maniqueo, en el que una versión simplificada de la realidad niega la posibilidad de comprender los fenómenos sociales.

El presente estudio ofrece un análisis narratológico y discursivo de dos novelas chilenas sobre narcotráfico y delincuencia. Nuestro interés principal consiste en revelar la visión o visiones de mundo que permean estos relatos con el fin de identificar en qué medida reproducen un discurso binario sobre el bien y el mal o, por el contrario, problematizan el fenómeno haciéndose cargo de las complejidades que supone.

Las novelas analizadas: Matadero Franklin de Simón Soto (2018) e Hijo de Traficante de Carlos Leiva (2015), constituyen relatos contemporáneos que abordan de manera más o menos directa el narcotráfico y la violencia. Ambas novelas presentan un tipo de narrador omnisciente. Las características de estos narradores serán analizadas a partir de la caracterización del nivel psicológico de Uspensky. Adicionalmente, presentamos el análisis de fragmentos seleccionados de las obras que nos permiten estudiar el posicionamiento de los narradores o los personajes respecto a los temas de violencia y narcotráfico, junto con otros tópicos afines. Este último análisis será realizado a partir del estudio de recursos lingüísticos, tomando como referencia la teoría de la valoración de Martin y White.

La conjunción de técnicas analíticas extraídas de la narratología y la lingüística puede resultar útil para estudiar con mayor profundidad las voces de la novela. En el caso de los narradores externos al relato, podemos estudiar recursos de aproximación o distanciamiento respecto a la voz de los personajes. En el caso del narrador personaje y particularmente del protagonista, podemos analizar de qué modo la visión de mundo dominante en torno a las drogas y la delincuencia se filtra (o no) en la novela a través de la voz de estos narradores y mediante valoraciones o juicios más o menos evidentes. De este modo, podemos determinar si el discurso en que se sustenta la novela es uno que se ajusta a un discurso oficial, externo al relato, o bien, uno que dialoga y desafía el discurso dominante.

 

El análisis discursivo en textos de ficción

Son variadas las formas en que podemos acceder a la visión de mundo que sostiene la novela. Entendemos aquí la visión de mundo que se expresa en la novela como la manifestación literaria de una ideología; esto es, un sistema de creencias y prácticas sociales que se negocian en la novela. En este sentido, “the discourse of a narrative only has meaning in the context of the other discourses, and the prevailing ideologies of its society” (Fowler 220). El discurso de las novelas está inserto en un plano ideológico mayor con el que inevitablemente dialoga, independientemente del tipo de narración (e.g., realista o fantástica). Nuestro trabajo es, por tanto, encontrar formas de revelar este diálogo que se da dentro de la novela mediante el análisis de sus narradores y de determinados recursos lingüísticos que nos den acceso a las visiones de mundo que ellos transportan.

Para el análisis de narradores tomamos las categorías del plano psicológico de Uspensky. A partir de este marco consideramos que la manera en que el narrador nos otorga acceso a sus personajes, ya sea desde un punto de vista interno o externo, condiciona el modo en que conocemos su realidad. Además del tipo de narrador, consideramos que las realizaciones (instanciaciones) lingüísticas utilizadas nos permiten ver a través del lenguaje de la novela (Fowler). Algunos de los recursos que nos permiten acercarnos a la ideología del texto desde un análisis discursivo son: la deixis, la modalidad, la transitividad y el registro léxico. La elección de recursos lingüísticos dentro del sistema del que dispone el autor refleja, en última instancia, un marco ideológico en el que se desarrolla la obra.

 

Los narradores en las novelas

El estudio de las voces en la novela nos conduce al estudio de sus narradores. Si bien existe una amplia gama de clasificaciones y desarrollos en el estudio de las formas de narración, para el análisis propuesto nos remitimos a las categorías o casos descritos por Uspensky sobre el nivel psicológico de los narradores. Uspensky distingue entre dos grandes formas de descripción: una forma más consecuente o verosímil, puesto que se asemeja a cómo se haría la narración de la propia historia o de la de otro en una situación cotidiana. En estos casos (I y II), el autor está en el mismo nivel que sus personajes y no se destaca. Por el contrario, las formas menos consecuentes de descripción o menos verosímiles son aquellas en que el narrador se distingue de un observador cotidiano en cuanto a sus posibilidades de conocer. En estos casos (III y IV), existe una multiplicidad de puntos de vista en la narración que además se pueden ir intercalando. De este modo, adaptamos algunas ideas de la clasificación de Uspensky:

Caso I: la narración se realiza completamente desde un punto de vista externo, sin referencia a la interioridad de los personajes. El mundo interior de los personajes permanece oculto para los lectores.

Caso II: la narración se realiza desde un único punto de vista de un personaje. Solo conocemos la interioridad de este personaje. El Icherzählung es el ejemplo más prototípico de esta forma de narración, i. e., en primera persona, aunque también podría ocurrir que se relate el punto de vista de un tercero. Esta persona, cuyo punto de vista, se mantiene a lo largo del relato, constituye el héroe de la trama. Incluso si es mostrado desde afuera, el relato puede ser construido de manera tal que podamos imaginarnos la interioridad de este personaje.

Caso III: A cada escena le corresponde un punto de vista de alguno de los personajes. Así, el relato es construido a partir de distintas escenas narradas desde distintos puntos de vistas de diversos héroes en la novela. Existe en este caso una polifonía más evidente, en tanto que accedemos al relato desde distintos lugares o desde “descripciones aisladas” (82). Incluso estas voces pueden ocurrir junto a un “yo” autoral. El autor, a su vez, se compenetra con los héroes o personajes de la novela, a quienes podemos conocer desde el interior.

Caso IV: En este último caso, podemos encontrar simultáneamente los puntos de vista de diversos personajes en una misma escena, i. e., lo que hacen, piensan o sienten. La conjunción de estas distintas perspectivas ocurre como una síntesis de las mismas. El autor aquí se sitúa por encima de la acción y no participa activamente en ella. Se trata de la forma más irreal de narración, puesto que el autor tiene acceso a diversos puntos de vista. Estamos, entonces, ante un narrador omnividente y omnisciente. Además, a diferencia del caso III, la narración aquí es más dinámica, difuminando las barreras entre los distintos puntos de vista con que se narra una escena o microescena.

A partir de esta categorización revisaremos las dos novelas seleccionadas. No obstante, advertimos que estas clasificaciones pueden no ser ni muy exactas ni muy estables al trasladarlas a las novelas contemporáneas. A pesar de ello nos parece que constituyen un punto de partida adecuado para estudiar la singularidad o multiplicidad de puntos de vista en la narración. Por otro lado, creemos importante considerar que la existencia de múltiples puntos de vista en una novela no necesariamente indica que estemos en presencia de un relato que efectivamente abra el espacio dialógico para dar lugar a esas distintas voces, ya que podríamos estar ante un juego puramente estético; o bien, podríamos encontrar que por sobre esta multiplicidad de voces se puede reconocer la voz autoral como un marco ideológico que engloba la obra y que tiende a anular las voces de sus personajes.

 

Análisis de valoración

Para el análisis de recursos lingüísticos, nos basamos en los métodos de análisis propuestos en la teoría de la valoración (Martin & White). La teoría de la valoración estudia los recursos utilizados por los hablantes para expresar, negociar y naturalizar sus posiciones intersubjetivas e ideológicas. En el análisis propuesto revisamos algunos recursos asociados a la actitud, mediante los cuales los autores construyen juicios valóricos (éticos o estéticos) de los sujetos u objetos del relato. Al realizar este tipo de valoraciones, el autor puede asumir un lector que está alineado con él, o bien, buscar alinear al lector con su forma de presentar el mundo, sus valores o creencias. Por otro lado, revisamos también algunas marcas de compromiso, lo que permitirá dilucidar, a grandes rasgos, la manera en que los autores negocian significados con sus interlocutores potenciales y reales. A través de este análisis, buscamos identificar las formas en que los autores naturalizan ciertas creencias, supuestos o posturas que se desprenden de las obras. Entre algunos de los recursos lingüísticos asociados a este sistema se encuentran los modalizadores de probabilidad y la atribución.

Si bien la teoría de la valoración no fue desarrollada para el análisis de textos ficcionales, creemos que guarda un enorme potencial para analizar la manera en que las obras literarias funcionan como lugares de disputa ideológica. A través del narrador y de sus personajes, el autor puede posicionarse frente al mundo narrado y buscar que su audiencia adopte la visión de mundo construida en el texto; o bien, puede buscar solidarizar con su potencial audiencia, anteponiéndose a sus creencias y opiniones. Así, la novela puede ser entendida como un espacio en que se negocian visiones de mundo y en el que se configuran comunidades de pensamiento, ideas y valores (Alsina, Espunya & Wirf Naro).

Una parte importante de esta teoría, asociada al sistema de compromiso antes descrito, tiene que ver con los conceptos de monoglosia y heteroglosia inspirados en el trabajo de Bakhtin (The Dialogic Imagination y Problems of Dostoyevsky’s Poetics). Si bien la novela contemporánea suele considerarse polifónica, creemos que es posible observar bastante variedad en la manera en que los autores se hacen cargo de la representación de voces coincidentes o disidentes dentro de la novela. Así, es posible encontrar novelas con narradores más autoritarios en que aquello que ven y hacen los personajes, así como el diálogo de voces en el texto, están teñidos por la ideología y los juicios del narrador (Reyes). En este tipo de novela encontramos también que la voz del discurso oficial o hegemónico, la voz autoritaria del lugar común, aparece como verdad hecha e inmodificable. Este discurso de tendencia monológica niega una verdadera representación del sentir de los personajes y de sus experiencias. El relato está sujeto al escrutinio de una voz hegemónica que evalúa y juzga a los personajes o los eventos del mundo representado.

De ahí, entonces, la relevancia de estudiar estos productos culturales. Las novelas tienen un rol fundamental en la construcción de comunidades de pensamientos, ideas y valores compartidos. El posicionamiento del autor frente a los discursos dominantes en una sociedad es fundamental para la reproducción o contestación de dichos discursos. A continuación, presentamos el análisis de las dos novelas chilenas seleccionadas.

 

Análisis de dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico

Matadero Franklin (Simón Soto, 2018)

La novela Matadero Franklin de Simón Soto presenta un tipo de narrador “omnividente y omnisciente” que parece estar “por encima de la acción” (caso IV). Conoce el pasado de los personajes, relata su presente e incluso advierte sobre la forma en que se irá desarrollando el relato (función premonitora). El relato se produce desde el interior y el exterior de múltiples personajes, aunque las narraciones internas se concentran especialmente en los personajes principales: El Lobo Mardones, El Cabro, María Luisa y, en menor medida, Torcuato. Aun así, encontramos un estilo de narración en que las escenas de la novela van cambiando el foco desde donde se relata la historia, por lo que en algunos casos el narrador se posiciona desde la subjetividad de personajes secundarios, como el Oscaro y el Toto.

Para Uspensky, la narración en primera persona favorece la construcción de un héroe que el lector puede llegar a conocer en profundidad y, consecuentemente, empatizar con él o ella. No obstante, también reconoce que esto puede lograrse en una narración en tercera persona que nos muestra la interioridad del personaje. Con ello, el lector puede solidarizar con el personaje cuya interioridad es desarrollada a lo largo de la obra. En Matadero Franklin, a pesar de que nos encontramos con una multiplicidad de personajes narrados desde “adentro”, es posible constatar que las referencias a los pensamientos y sentimientos de los personajes villanos, como Torcuato Cisternas, van disminuyendo a lo largo de la novela. Por el contrario, las referencias a la interioridad de los personajes más heroicos, como el lobo Mardones, irán tomando fuerza. Si en la primera parte de la novela se nos describe un Torcuato apesadumbrado y desafortunado, a medida que se desarrolla el argumento encontramos menos descripciones de la interioridad de este personaje y más referencias a los diálogos en que participa y caracterizaciones de sus acciones, gestos, miradas, etc[2] .

Torcuato Cisternas confía en su buena estrella, pese a que la buena estrella no ha iluminado su camino en el último tiempo. Algo tendrá que pasar, piensa, no puede seguir así está cuestión, se dice, ningún hombre puede soportar tanta lluvia sin techo […] Un hombre no puede perder los estribos, se dice a sí mismo, un hombre tiene que mantener la calma sin hacer escándalos, piensa, por dura que sea la pelea que le están ofreciendo (22).

Empleando procesos verbales (decir) y mentales (pensar) el narrador nos da acceso directo a la conciencia del personaje en esta primera parte de la novela. Gracias a ello podemos conocer las tribulaciones de Torcuato, producto de su afición a las apuestas en carreras de caballos. Luego de su partida a Buenos Aires, en donde se enriquecerá ilegalmente, volverá a Santiago a ostentar y diversificar su fortuna. El patético personaje que conocimos se va transformando en un personaje cada vez más desconocido y lejano para el lector, a quien iremos descifrando desde afuera:

No puede dejar de mirar de reojo hacia la mesa de Torcuato. El Cabro se siente atraído por la abundancia y por el aspecto de aquellos hombres. Ve la cicatriz, gruesa y larga, en la mejilla de Torcuato. Se dice que una marca así solo la pueden tener los guapos, los choros de verdad, alguien que cruzó la línea y volvió pero tuvo que pagar por eso (91-92).

Aquí, mediante una descripción de las percepciones del Cabro (se siente, ve) es que logramos tener un atisbo respecto a la verdadera naturaleza de quien será el villano de la novela. Al mismo tiempo, vamos conociendo las motivaciones del Cabro para entrar en el mundo delictual.

Por el contrario, el Lobo Mardones, a quien conocimos solo desde el exterior en la primera parte de la novela, lo iremos conociendo cada vez más en el resto del relato. El amor por su familia y el trabajo, su defensa del honor y la rectitud, los conoceremos principalmente a partir de las descripciones que el narrador nos entrega desde el interior del personaje, principalmente mediante la técnica de monólogo narrado, entendido como el discurso del personaje disperso en la narración (Uspensky):

Es un trabajo al cual no están acostumbrados, un trabajo, de hecho, que jamás han realizado. El clima, la cantidad de animales, las condiciones contra el tiempo, todo aquello ronda por la cabeza del Lobo Mardones. Pero es un hombre de trabajo, un hombre de esfuerzo, y no ha rechazado jamás un encargo (187).

El narrador se compenetra a tal punto con el personaje que podemos suponer que las caracterizaciones “hombre de trabajo”, “hombre de esfuerzo”, demuestran la cercanía y simpatía del narrador/autor con el Lobo Mardones. Bien podría el narrador haber hecho referencia a los peligros a los que el Lobo iba a exponer a sus hombres; no obstante, el corolario positivo da cuenta de una constante a lo largo de la novela: el Lobo Mardones es construido como la antítesis de Torcuato; un hombre que se gana la vida honesta y esforzadamente y que respeta los códigos o normas establecidas, incluso en el mundo a ratos hostil y violento en que se desenvuelve. Esta contraposición de figuras se hace aún más evidente cuando se hace referencia al modo en que el Lobo y Torcuato se comportan con sus víctimas, ya sea animales u hombres:

Por un instante, el Lobo piensa en cavar un hoyo en la tierra para enterrarlo, pero comprende que no tienen tiempo. El crepúsculo se acerca y deben reanudar la marcha. Deciden dejar los tres cuerpos juntos, tal vez como un sencillo acto fúnebre. Antes de regresar al camino, el Lobo pasa la mano sobre el rostro de Cortés, y le cierra los ojos (232).

 

El Lobo Mardones le cierra los ojos a Torcuato Cisternas y luego se persigna (308).

 

Torcuato lo apunta con el rifle y dispara. La cabeza del Pájaro Acuña estalla y el cuerpo se sacude en estertores que a Torcuato le parecen ridículos.

Y escupe, por fin, después de tantos años, sobre el cadáver deforme del Pájaro Acuña (251).

De esta forma, Torcuato irá ostentando cada vez más las formas de un villano tradicional, como si lo viésemos en escena, descrito en sus diálogos, movimientos y gestos. Esto va construyendo un aura de incertidumbre alrededor del personaje que lo vuelve impredecible y, por ello, más temible. En un momento en que se hace evidente la tensión entre Torcuato y el Cabro, luego de que el primero descubriese una aventura romántica entre su pareja y el Cabro, Torcuato obliga al Cabro a traicionar a su padrino. La escena termina con la siguiente descripción del narrador:

Torcuato se queda mirando al Cabro con una enorme sonrisa en los labios. El Cabro asiente, sonriendo a la fuerza. Torcuato le da un par de palmadas en el hombro.

-Vaya a divertirse nomás, Mario.

-Permiso, patrón.

El Cabro se retira. Torcuato y el Loco Placencia se miran en silencio. El Gesto de Torcuato cambia de forma abrupta. Ya no sonríe; su semblante ahora es serio, gris, amargo (266).

Este tipo de descripciones de gestualidades y acciones son comunes a lo largo de la novela y permiten al narrador caracterizar a los personajes sin tener que narrarlos desde el interior. Ello permite que descubramos sus intenciones y sentimientos, pero manteniendo una distancia como lectores que evitan cualquier tipo de solidaridad o empatía hacia el personaje. Es la construcción clásica del villano y que en cierta medida recuerda la creación de personajes antagonistas en las teleseries. Dicha forma de relato junto con el uso de recursos actitudinales (enorme sonrisa; a la fuerza; serio, gris amargo) revelan una visión maniquea de la realidad, en que buenos y malos son claramente identificables.

Tanto Torcuato como el Cabro aparecen en la novela marcados por un destino trágico que se hace presente en varios momentos del relato a través de otros personajes, en especial a partir de la visión del Lobo Mardones:

Pero el mundo del Matadero no fue capaz de ejercer esa poderosa atracción que tenía sobre el resto de los niños y muchachos que vivían en el barrio; el Cabro estaba hecho de otra materia y pronto la calle lo llamó y ya no regresó jamás a esas faenas (142).

 

Conoce al que alguna vez, hace muchos años, fue su amigo. Sabe que anida el resentimiento y la venganza en el corazón oscuro de Torcuato Cisternas. Teme que Torcuato involucre al Cabro en algo que pueda crecer con descontrol y que esa marea violenta arrastre a su ahijado […] En lo que respecta al Lobo Mardones, está tranquilo, piensa, porque intentó ayudar al Cabro de todas las formas posibles. Con dinero, con oportunidades, con trabajo en el Matadero, con techo y comida. Sin embargo, una pulsión irresistible y poderosa, una esencia que ha anidado siempre en el ser del Cabro, ha sido más fuerte y lo ha llevado a actuar en el borde del peligro, como si una ansiedad gigantesca y un impulso irrefrenable lo empujara al lado sombrío del camino (188).

El Lobo Mardones aparece como portador de una visión determinista del mundo, que el Cabro es presa de una fuerza externa a él que lo empuja a actuar mal. Los recursos evaluativos de este pasaje (marea violenta; pulsión irresistible y poderosa; ansiedad gigantesca; impulso irrefrenable) que culminan con la alusión al “lado sombrío del camino” revelan nuevamente la construcción binaria de las dos realidades que habitan los personajes.

Sin embargo, el Cabro no aparece completamente corrompido desde el comienzo del relato, sino que se va corrompiendo a medida que este avanza. En la parte final de la novela conocemos su destino: luego de que su padrino matara a Torcuato en un duelo, el Cabro se hace cargo del negocio de cartillas y decide quedarse en el matadero. En las páginas finales lo vemos inmerso “en el mundo delictual capitalino” (316) y asesinando a su primera víctima. El relato culmina con la compra de la casa que pertenecía a su madre:

Ahora, que compró la casa que arrendó su madre durante años, con el duro esfuerzo del trabajo en la fábrica de cristales, siente un vacío, una ausencia inexplicable. ¿Esto era? ¿A esto tenía que llegar? ¿Y ahora qué?, piensa el Cabro (142).

A diferencia de Torcuato, el Cabro no es construido como un villano, sino como la víctima de un destino fatalista. A pesar de que la novela se nos presenta como la historia del Cabro, gran parte del protagonismo se lo lleva la historia de Torcuato y el Lobo Mardones. El Cabro aparece en parte como una víctima de las circunstancias, pero también como marcado por un sino trágico del que no puede huir.

 

Hijo de Traficante (Carlos Leiva, 2015)

En la novela Hijo de traficante de Carlos Leiva encontramos también un narrador que se sitúa por sobre la acción, solo que en este caso se trata de una voz más monológica y uniforme a lo largo de la novela que desde las primeras páginas deja en evidencia una forma de narración no problematizadora, que se ajusta a las descripciones del mundo de la droga que podríamos obtener de un melodrama:

Kevin tenía 15 ó 16 años. No estaba claro: nunca le habían celebrado un cumpleaños. Porque a sus padres no les interesaban estas celebraciones, sus vicios siempre eran más importantes que estos festejos. Para él era normal consumir drogas y alcohol en la esquina del pasaje. Además sus padres lo hacían todos los días en la casa […] El poco dinero que ganaban se lo disputaban entre los deseos de su madre por seguir consumiendo y los de su padre, por comprar otra caja de vino. (11)

Pronto también tenemos acceso a una descripción de Kevin desde el interior a través del uso del monólogo narrado. Cuando un asistente social del colegio de Kevin ordena trasladarlo a un hogar de menores, sabemos que en el trayecto “Kevin pensó en arrancarse donde unos familiares” (12) y que luego de llegar al hogar “No tenía la certeza que sus padres volvieran por él” (13). De este modo, parte de la narración será relatada desde el punto de vista de Kevin, aunque con una evidente influencia del autor sobre el discurso del personaje (Uspenky). En general, podríamos considerar que estamos ante el caso II en la nomenclatura de Uspensky, dado que gran parte de la acción se narra desde el punto de vista de un personaje; no obstante, a ratos el narrador parece tener acceso, aunque limitado, a las percepciones o intenciones de otros personajes, por lo que esta narración tiene también rasgos del caso IV.

La voz autoritaria y hegemonizante del autor se hace mucho más evidente en esta novela. La vida de Kevin, el “samaritano chico”, conducido al mundo de la droga y la delincuencia por sus padres, se presenta también como marcada por un destino trágico. La evolución del personaje es representada como un espiral de degradación que lo va alejando del hogar de menores que lo acoge en la primera parte de la novela y donde Kevin “encontraba todo lo que necesitaba: cariño, entretención y bienestar” (15) para llevarlo al barrio en donde se erigirá la mansión de su familia desde donde

veía como algunos vecinos y amigos acuclillados relampagueaban encendedores como luciérnagas atrapadas, quemando sus vidas cadavéricas, sus noches cadavéricas, sus cuerpos cadavéricos y sus mentes de mierda cadavéricas (18).

Si bien en esta novela la voz del narrador aparece compenetrada a ratos con la conciencia de Kevin, se observa un claro distanciamiento de la voz autoral que evalúa negativamente el estilo de vida de sus personajes:

Esta era la vida que llevaban gracias a quienes les vendían las sustancias que los habían convertido en ratas y cucarachas. Quizás, era este el motivo por el cual no deseaban participar de los boy scout ni ser voluntarios en el servicio militar: porque según ellos eso era para los perkins (33).

La atribución directa que hace el narrador evidencia un desalineamiento con la ideología de los personajes. Asimismo, los recursos utilizados para caracterizar a los jóvenes drogadictos muestran una fuerte valoración negativa. El uso de metáforas o comparaciones con animales para representar a los personajes es común a lo largo de la obra y van usualmente cargadas de juicios negativos. Nayareth, una ex pareja de Kevin y actual pareja de su amigo Michel, es caracterizada como “una quiltra callejera” (33), debido a su desmejorada fisonomía en el momento presente del relato, o como “una perra aguerrida” (37) por su insistencia en ir a robar al centro a pesar de encontrarse en un delicado estado de salud. Josefina, la madre de Kevin, es caracterizada como un animal en diversas ocasiones:

Dominaba a su marido, tanto así que le había exigido le comprara un sofá de cuero rojo en una gran tienda del mall, en el que dormitaba como una ballena varada. (38)

 

Su hijo la miraba sorprendido, porque la droga la tenía más rayada que una cebra (38)

 

Ella se enfurecía como leona circense obligada por el látigo de su amo a saltar el arco de fuego. (39)

Respecto a una amiga de Josefina con la que Kevin tiene relaciones sexuales se dice que “a ratos Kevin sentía miedo porque, al mirarla en el acto, parecía una perra hambrienta” (47). Los juicios del narrador hacia las mujeres de la novela parecen reproducir un discurso patriarcal y descalificador que no es fácilmente atribuible a alguno de los personajes, sino que parece reflejar una voz acusatoria externa, del narrador o autor. Ante la desaparición de la madre de Josefina, Kevin y Ramón sospechan que esta hubiese huido con un amante. En dicha escena el narrador relata:

Se apresuraron en registrar su habitación por si faltaba ropa o había dejado alguna carta de despedida, porque era típico de algunas mujeres que cuando se les calentaba la pajarilla con otro hombre, se iban sin valorar nada, aunque después el amante las desechara. (50)

Más adelante se revela que Josefina había sido secuestrada por una banda rival. En esta ocasión el narrador indica que “la situación estaba abochornada y todo por la incorregible de Josefina” (50).

Ocasionalmente se nos presentan algunos atisbos de la interioridad de otros personajes como Josefina, la madre de Kevin. Tras la muerte de su amante se nos describe de la siguiente manera:

Josefina siempre había sido depresiva. No se podía zafar de esa nube, se le había pagado como la sarna que arrastraban los perros callejeros. Había días en que solo deseaba cortarse la cabeza, los brazos o la yugular para no sentirse tan tensa. (39)

Sin embargo, más adelante encontramos una modalización del narrador que nos deja entrever que su acceso a la conciencia de estos otros personajes de la novela no es total, lo que evidencia nuevamente un distanciamiento del narrador:

Andaba mal de su cabeza, si hasta parecía que deseaba irse a dormir al cementerio para estar más cerca del cafiche que la hacía tan feliz en la cama. (39)

El narrador de Hijo de Traficante podría considerarse entonces como un narrador omnividente que nos conduce por distintas acciones del presente y pasado del relato, que tiene acceso limitado a la interioridad de sus personajes, excepto por Kevin con quien parece compenetrarse más. Sin embargo, la caracterización que obtenemos de la interioridad de Kevin es de una conciencia que a ratos se vuelve excesivamente castigadora hacia el mismo protagonista, lo que levanta suspicacias respecto a que la voz narrada corresponda efectivamente a la de Kevin. Pareciera más bien que el narrador se apropia de la conciencia de Kevin para introducir sus juicios y valoraciones:

Reflexionaba que a su edad era demasiado para él, y todo porque era unos puros giles, ya que cuando hablaban abanicaban sus manos como los sordomudos, o porque fumigaban sus ropas con desodorantes spray […] Eran solo unos títeres de la sociedad.

Por eso los llamaban inadaptados, pungas de poca clase y de malas costumbres. Quizás, eso había llevado a una radioemisora tiempo atrás a promocionar el eslogan “pitéate un flaite”. Y era culpa de ellos no querer ver más allá de sus narices. (112)

Si bien el pasaje se construye como una reflexión de Kevin, a ratos se diluye la presencia del protagonista y parecemos estar más ante una crítica del narrador hacia los jóvenes que están inmersos en el mundo de la droga y la delincuencia y hacia sus costumbres. Esta ambivalencia en la narración, con el distanciamiento que parece haber entre el narrador y Kevin, impide que al protagonista se le pueda construir de forma heroica o que podamos empatizar con él como audiencia.

Como mencionamos antes, la vida de Kevin está marcada por un destino trágico. Luego de pasar un tiempo largo en prisión, Kevin se une a un grupo de evangélicos dentro de la cárcel de Arica y comienza su rehabilitación. Hacia el final de la novela, el narrador nos retrata un personaje que “ya no pensaba ni siquiera en salir para vengarse de nadie. Comprendía mucho mejor la vida y no sentía rencores” (126). Encomendado a dios, el nuevo Kevin “tendría un futuro más optimista porque estaba siendo el mejor ejemplo de superación” (127). Incluso logra cambiar su comportamiento y forma de hablar “no abanicando las manos como los inadaptados” (127). Sin embargo, un crimen cometido años antes llegaría a truncar su intento de obtener una rebaja carcelaria y a echar por tierra todo su progreso:

A los meses después, llegaron a la cárcel de Arica para aumentar la condena de Kevin: las pruebas lo condenaban […].

Kevin reconoció ese crimen cometido años atrás. Ahora, aparecía esta otra represión, aumentando así sus años detrás de las rejas. Nadie era libre ante los ojos de Dios. (129).

La visión moralizante que atraviesa el relato obliga a que los criminales sean ajusticiados. El destino de Kevin no puede ser de otra forma, dado que “sus vicios no le habían permitido construir nada en su vida, sólo su sombra que merodeaba entre pasillos en las distintas cárceles donde había estado” (129). Al final de la novela, Kevin recibe la visita de su hijo Bastián y consigue permiso para salir con él a la calle.

Estaban sólo a unos metros de ingresar al complejo carcelario cuando, desde una moto todo terreno, una balacera los envolvió absolutamente. Ninguno de los dos supo el porqué del atentado. Ninguno de los dos tuvo tiempo para proteger al otro.

Los dos cuerpos quedaron demolidos en el suelo, sin vida. (131)

Así concluye la novela.

Las novelas de Simón Soto y Carlos Leiva nos presentan el mundo del narcotráfico y la delincuencia desde una perspectiva moralizante y fatalista en que los villanos deben ser ajusticiados. En ambas novelas vemos dos personajes que no parecen tener libre albedrío sobre sus destinos: Kevin y el Cabro son víctimas de las circunstancias, del abandono y de estar expuestos a la influencia de hombres viles. A pesar de su calidad de víctimas, ninguno de ellos puede zafarse de la soledad y el desamparo en que culminan sus vidas. Al mismo tiempo, los personajes villanos como Torcuato, la madre de Kevin o los otros personajes que consumen o trafican drogas, son severamente representados desde el exterior, sin espacio para la problematización. Lo anterior contribuye a la construcción de un mundo de héroes y villanos, nosotros y ellos, que reproduce una lógica reduccionista de los fenómenos abordados.

 

 

Conclusión

Las declaraciones del ex ministro de Sebastián Piñera respecto a los jóvenes del SENAME, haciendo una separación entre los niños que necesitan protección y los infractores de ley, es un reflejo de un discurso que busca dividir a las sociedades entre aquellos que se apegan a las normas y aquellos que se desvían de ellas, promoviendo la existencia de un nosotros y un ellos y, a la vez, construyendo una separación que puede ser irreparable. Los discursos políticos y la cultura de masas cooperan en la difusión de una visión de mundo maniquea, donde no hay espacio para la complejidad de los fenómenos sociales y donde se encasilla a las personas en bandos opuestos, es una especie de escenificación melodramática de la realidad con héroes y villanos (Vásquez Mejías).

El análisis de estas dos novelas chilenas sobre narcotráfico y delincuencia nos muestra que el discurso hegemónico en torno a estos fenómenos parece filtrarse en los relatos a través de la voz de sus narradores. En ambos casos, pero especialmente en Hijo de traficante, encontramos una voz narrativa autoritaria que ejerce gran influencia sobre sus personajes. Los narradores, de manera más o menos evidente, juzgan la vida de Kevin o el Cabro, y más aún la del resto de los personajes que se van conformando como villanos en las novelas. A través de estas narraciones escuchamos la voz más o menos nítida de la autoridad que nos recuerda que el destino de estos jóvenes, atrapados por la droga y la delincuencia, está trazado por fuerzas misteriosas que los condenan a un sino trágico.

Si bien es evidente que una sociedad debe prevenir y combatir fenómenos como la delincuencia y el narcotráfico, también es cierto que el reduccionismo extremo de los discursos oficiales es peligroso para los ciudadanos, puesto que invita a reproducir una narrativa y una visión de mundo poco realista que no empatiza ni considera las diversas realidades que se esconden tras estos fenómenos. Parece inevitable que parte de las producciones culturales masivas apelen a una narrativa de héroes y villanos por la familiaridad que esta tiene para el espectador; no obstante, es fundamental desarrollar una mirada crítica frente a estos relatos que, por un lado, pueden caer en la lógica de glorificar a quienes han sido protagonistas del crimen organizado y han ostentado conductas violentas y machistas, poniendo en peligro a la sociedad, o por el contrario, pueden y muchas veces, como hemos visto, terminan por mostrar a los jóvenes y niños que entran en el mundo de la delincuencia y el narcotráfico como inherentemente malignos, como marcados por la violencia y un destino ineludible.

Así, la lógica de los niños que requieren protección y los niños infractores se reproduce en estos relatos y nosotros, como audiencia, corremos el peligro de seguir reproduciéndola. De ahí que nos parece fundamental cuestionar y contestar estas producciones culturales, con el fin de evitar la propagación de la narrativa de héroes y villanos. Asimismo, es fundamental no desviar la mirada de las complejidades del entramado social que están en la base de estos fenómenos, como también de los potenciales verdaderos villanos que quedan enmascarados por estos relatos.

[1] https://www.cnnchile.com/pais/teodoro-ribera-polemica-derechos-ninos-protegidos_20201120/

[2] En los fragmentos analizados de las novelas, subrayamos aquellas partes del texto en que se verifica el análisis de los narradores o de los recursos lingüísticos identificados.

 

Bibliografía

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Bakhtin, Mikhail. The dialogic imagination (C. Emerson & M. Holquist, Trans.) Austin: University of Texas Press, 1981.

—. Problems of Dostoyevsky’s poetics (C. Emerson, Trans.). Minneapolis: University of Minnesota Press, 1984.

Brandon Barbour & Reece Jones. “Criminals, Terrorists, and Outside Agitators: Representational Tropes of the ‘Other’ in the 5 July Xinjiang, China Riots”. Geopolitics, vol. 18, no. 1, 2013, pp. 95-114.

De Castella, Krista, Craig McGarty y Luke Musgrove. “Fear Appeals in Political Rhetoric about Terrorism: An Analysis of Speeches by Australian Prime Minister Howard”. Political Psychology, vol. 30, no. 1, 2009, pp. 1-26.

Fowler, Roger. “How to see through language: Perspective in fiction”. Poetics, vol. 2, no. 3, 1982, pp. 213-235.

Leiva, Carlos. Hijo de traficante. Santiago de Chile: Caronte, 2015.

Martin, J.R. & White, P.R.R. The Language of Evaluation. Appraisal in English. London & New York: Palgrave Macmillan, 2005.

Soto, Simón. Matadero Franklin. Santiago de Chile: Planeta, 2018.

Reyes, Graciela. Polifonía textual. La citación en el relato literario. Madrid: Gredos, 1984.

Uspensky, Boris. A poetics of composition. Berkeley: University of California Press, 1973.

Vásquez Mejías, Ainhoa. “Esas difusas fronteras éticas. El Zurdo Mendieta en la narco-literatura de Élmer Mendoza”. Visitas al Patio, no. 12, 2018, pp. 227-240.

Wodak, Ruth. “Discrimination via Discourse: Theories, methodologies and examples”.  Zeitgeschichte, no. 6, 2012, pp. 403-421.

[1] Este artículo forma parte del proyecto FONDECYT N° 1190745 Narcorrelatos chilenos a punta de balas y exceso: un código de lectura periférico para visibilizar la marginalidad socioliteraria en la nación triunfalista del siglo XXI, a cargo del Dr. Danilo Santos López y en el cual trabajo como colaboradora.

[2] https://www.cnnchile.com/pais/teodoro-ribera-polemica-derechos-ninos-protegidos_20201120/

[3] En los fragmentos analizados de las novelas, subrayamos aquellas partes del texto en que se verifica el análisis de los narradores o de los recursos lingüísticos identificados.

 

 

 

Silvana Andrea D’Ottone Campana. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánicas y Magíster en Lingüsítica de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En la actualidad es candidata a Doctora en Psicología en la misma casa de estudios. Ha participado en diversas investigaciones como asesora de investigación, específicamente en el ámbito de análisis del discurso. Su más reciente contribución en esta materia se enmarca en el proyecto FONDECYT 1190745 “Narcorrelatos chilenos: A punta de balas y excesos”. En el contexto de esta investigación ha participado en la construcción del corpus literario y en el análisis crítico de la literatura chilena asociada al narcotráfico y la delincuencia, así como en la organización de congresos y la difusión de nuestros hallazgos.

 

 

 

 

 

THE ROBERT REDFORD HORROR SHOW

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THE ROBERT REDFORD HORROR SHOW

Los instrumentos de la responsabilidad fueron abandonados en beneficio de las primicias no confirmadas

  1. R.R

Llegará el día en que una persona cercana

nos tome por sorpresa, obtenga una foto

y al verla diga: “Perdón, creí que era otro”.

Sería como caer en la cuenta de que a partir

de ese momento no debiera dedicarme

tanto a descubrir los hechos, como supe

hacerlo, porque nadie quiere levantar

entre los suyos una muralla de hostilidad.

“¿Hay variedad en el dinero? ¿Y cuánta

en el hambre?” Un estertor, en principio

aullidos, sonaba como música educada

por el aliento que concluye apenas está

siendo exhalado. Pronto quedó la duda

de que ese alboroto posterior viniese

de una escuela con bandera a media

asta, en honor a cierta república perdida.

De la misma manera que te desconocen,

captan como si nada el rostro de los individuos

que besan monedas en la calle. Son extranjeros

que no pertenecen al reino de sus palabras.

Sin embargo, las echaban al aire y enseguida

las recogen para después pesarlas en la mano,

como los alimentos en el plato de la balanza

de la tienda de ramos generales de la esquina

de 44 y 27, aunque ya no haya cartas

en el buzón ni uvas en la parra; lo mismo

si hubiera comprado macetas elegantes

y plantara en ellas nombres propios

en consignación. Que te hayan reconocido

al pasar, forma parte de una circunstancia

tan pequeña como la sociedad que la contiene.

Me lo dijeron miles de veces: la posibilidad

de escuchar también elige quedarse

con la parte que le toca. Lo demás se disuelve

en vidas muy diferentes, que ni bien toman

contacto con la capa de ozono desaparecen

como burbujas de detergente; así de rápido.

Nada puede decirse, en definitiva, pero

al menos se puede disimular hablando de todo.

De cualquier manera, gracias por interesarse,

gracias por el olvido. Hay en toda cumbre

de poder con el pasado una rabia infinita,

aunque nada se iguala al momento de elegir

uno de los caminos. Si un hombre se detiene

en la calle y me pregunta una dirección,

¿está interrogándome o está perdido?

 

 

DESTINO FINAL: SAN MICHELE

Veniva nel mondo la luce vera, quella che illumina ogni uomo

Fragmento del Evangelio según san Juan

Tomarse un vaporetto desde Fondamenta Nuove

y llegar, en pocos minutos, a la Isla de los Muertos.

Las líneas 41 y 42 también alcanzan a la Isla

de Murano. “En invierno y en verano, / y cerca

y lejos, / mientras viva y más allá”, reza la frase

tallada en piedra caliza, o bien cualquier versión

más pulida hasta encontrarle sentido al relieve.

Y porque la educación “no es llenar un balde,

sino encender un fuego”, donde nunca tuvo

problemas que no haya aliviado una hora

de lectura. “Los peores esperpentos se vuelven

pálidos y sonrosados”, diría Isabelle, mientras

juraba que “si es bueno ser pareja, cuando quieras”;

esa moneda maleable en un mundo sin alternativas,

pero activo, como la infección que lo corroe.

Siempre podemos negar lo que está vivo,

basta con esperar algunos siglos para tener razón,

¿no? Y si bien ella afirma: “Sabes cómo vivir solo;

es tan triste como puedas imaginar”, no advierte

la existencia de culpa si el sentido de la salud

te obliga a ver. Pero los cuatro prismas de única

entidad volumétrica de David Chipperfield,

insisten: “¿cuánto tiempo llevan viviendo solos?”

De todos modos, estás mirando y yo también,

así que tenemos que conocernos, ¿qué dices?

Ahora que están muy amables conmigo,

se han disipado todas las prevenciones

contra mí. El tiempo pasa. Dejemos trabajar

a nuestro amigo y al tiempo. Nada más delicado

y peligroso que la defensa de un inocente,

cuando somos inválidos absolutos del intestino

para abajo. Hablemos de otros órganos, entonces.

Y si sólo queda cerca tuyo una mujer que se reconoce

como pájaro, o un amigo que enloquece, ninguna

cosa más te será permitida. Ni siquiera Dios -dice

Mirabeau- consigue hacer justa una ley retroactiva.

 

 

LOS FANTASMAS

Entonces ahí, las imágenes llegan, es la huelga del fantasma

Gilles Deleuze, en diálogo con Raymond Bellour

Empezaría por el final para contarlo

después, por orden de llegada.

No es sencillo, porque eso queda ahí,

como un regalo envenenado. El problema

es borrar la foto y que se abra el libro,

el que nunca quisiste leer y, sin embargo,

se contó solo y lejos de la asistencia real

de otras manos. La imagen de un niño

que roba el reloj de su padre para convertirlo

de nuevo en sus mismas partes inútiles,

más allá de cualquier reconstrucción,

y para que nadie le eche incienso

a un secreto con comentarios plagados

de tarjetas vírgenes y mudas. ¿Desde

cuándo creés en ese tipo de palabras,

si lo que ocurre es lo que no se puede

anticipar? La existencia de una recámara,

como en las armas de fuego, o de las otras,

que vence al cambio. Parece sencillo,

de una manera poco elegante, aunque no.

“Caminá en el aire, contra tu mejor juicio”,

decías en piedra, en tu lugar de descanso.

El más extraño de los invitados es un parásito

que está fuera de la puerta, pero aún mira

por dentro. Todo se vuelve un gran archivo,

la idea de que aquello sabe cómo vivir

sin mí cuando en verdad pertenece

a la experiencia de la acumulación,

y porque necesito cada vez más cosas

que no me necesitan, amontonadas

y destruyéndose, hasta hacerse cenizas.

 

 

Mario Arteca (La Plata, 1960) ha publicado más de una docena de de libros, entre ellos se cuentan Nevermore, Los poemas de Arno Wolica y Deja un mensaje después del tono.

Bench Medley

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Bench Medley

 

I couldn’t get the world off of me,

so I tucked myself under a park bench somewhere

around Broadway and sober,

but the days looked the same as they did at home

seeing half-life and life-half—

questioning if the whole of things were really there

or if truth-splintered sat waiting for someone, anyone

to take a seat long enough to carry a piece away;

seeing bands of sky and clouds, rain coming down in pauses

until the sun touched my brow and sections

of flesh from chin to toe.

 

And I wondered if it was any better here or if I should go back

into number sixteen and one across the way.

 

 

The Wailing of Maureen

 

She met the walls, she met the floors, and windows in between.

She met the sounds in hallowed halls—

The wailing of Maureen.

 

A staircase led beyond the known, she climbed so she could see,

the doors blown wide, the smokestack gone—

The wailing of Maureen.

 

She smelled the stench of memories, she smelled the lasting dread,

the taste of birth upon her tongue—

The wailing of Maureen.

 

A gable stretched into the sky, one step then liberty.

Unremembered but for her mother’s womb—

Oh, the wailing of Maureen!

 

 

Krysta Mayfield was born in Texas, and spent her childhood on the plains of North Dakota and in the woods of Virginia. She attended college in Lynchburg, Virginia, and is currently an undergraduate studying English Literature at the University of Texas Permian Basin. She writes both poetry and fiction. Ms. Mayfield currently lives in West Texas.

Man Sleeping in a Painting by Chagall

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She is a voice in the clouds
over the prairie windy and wordless,

over the wheat that shivers.
I clear a path to follow as I drift
and bring flowers to keep her company
because she is alone

except when I dream her
and then
she brushes away my attention
as simply as autumn leaves

and calls for deep lugubrious snow
to mix with ashes from the past,

a past that bends
like the whistle of a train,

the breath that holds the memories.
and I walk deserted streets
with an urge for light.

We are only passing through a night.
It is not dark. Light emblazons the numinous portals
that were eyes

and we find ourselves in China
with a cup of Jazmin tea
and mandarins

among those islands touched by rain.
Castaways
cipher a diary of dreams.

Wind combs the tangles
out of childhood.

The old knife shines with the past.

 

And yet, I am the woman in my dream,
the music that trails away.

She touches me awake—
girl with a vague face, changing before us,
a shred of cloud
turning the borders into mist—that’s why
her features are ambiguous,
her nightgown white.

There is no life upon waking,
a pallor of dawn,
a radio with echoes of the day before…

We cannot say
we see the very thing
or that we depend
or that we may be certain of uncertainty
or know nothing or of nothing.

But I have a violent wonder,
the lightning tearing at her gown
to find the secrets she has kept—

her body, unsheathed,
swells, sings out
in transfiguration—like a body, holy body.

It radiates the twilight still
and black hair
drapes across her nakedness.

Wake inside me!
Walk barefoot.
Blue, remote and trembling…

Come—the word, a small white stone,
ripples, wave on wave toward waking,
drawing on calligraphy of ships…

through the French doors
to the sirens through the fog—
figures of ivy, shadows, shawls, and sea—
not a figure but a figment,

a wisp,
ghost ghosting a photo,

or the morning
inflaming a bowl of fruit.

Close your eyes,
eclipse
what was one day.

Say your litany of sheep until we meet again.
Make nonsense of the nebula,
feathers of anonymous birds,
faces brightened by a dying star.

And let lips to dazzling shadows cast
in the chalice silhouette
that holds you.

This is where the serpent lives.
He lives!

De Innsbruck, el fervor y la nieve

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I

En cierto lugar de Europa los cielos están abiertos. Por ellos he visto cruzar la vaga precisión del mundo en fugaces siluetas. Son altas, como sus árboles que combaten en leyendas de boca en boca. Son grises, como el otoño junto a sus ríos de niebla y sueño. Son raudos, como el destino, que cuando nos damos cuenta ya está sobre nosotros. Qué motivos, me pregunto, abrigan el paso de tales perfiles por estos cielos abiertos de Europa. Raudos, como el destino, que cuando nos damos cuenta ya está sobre nosotros.

 

XXVII

Cuál de todas las lunas es la de Innsbruck. La del aro gigante engarzada en tu aguda pupila. La de media semana cremosa en un tazón. La de olvido puro agendada sobre una taberna. La que viene y vuelve al cabo de una pregunta. Cuál de todas las lunas es la que miro. La que sabe del miedo que subsiste en lo perdido. La que no reconoce la respuesta del héroe. La que llama a mi puerta cuando yo ya no estoy. La que insiste en contarme cada filo de Innsbruck con el aro gigante de tu aguda pupila.

 

De París, el viento y la adarga

V

Lo he dicho varias veces este día. Se vuelca de sonidos la distancia. El paso de ese transporte que llega por mí a las 8:40 en esa calle de Poitiers que a nada suena. Hay piedras que redimen la cubierta de mis plantas cuando apuro, y hay hombres y mujeres que miran al cielo mientras escuchan el punto de su respiro. Lo he dicho varias veces. Me culpo y me disculpo que todo suene adentro: la calle que a nada suena, las piedras redentoras, los hombres y las mujeres y su punto de respiro. Yo cruzo por los jardines, por el patio del monasterio, por las sillas del café que aún no abre, por la plaza que en cada pisada se hace más ancha. Lo he dicho varias veces este día. Me cabe una supernova en cada tímpano. En esta calle de Poitiers que a nada suena.

 

X

Le pregunté a qué hora parte el último barco de este muelle. Como Celan oí decir que hay en el agua una piedra y un círculo y sobre el agua una palabra que tiende el círculo en torno a la piedra. Por más que uno se atreva en este río, las aguas siempre salen a tu paso. Son un cruce de piedra, un vuelco de algo, un círculo de todo. El río siempre ha sabido de Celan. El río es un capítulo de ascensos y caídas, de caídas y ascensos, de ascensos en caída, de caída en ascenso. Es la octava estación que marca este recorrido. Puede bajar, si gusta, me advierte el timonel. Y yo miro esos puentes mientras recuerdo: Por más que uno se atreva en este río, las aguas siempre salen a tu paso.

 

Tomado de:
Ruiz Pascacio, Gustavo. Cuaderno de Innsbruck, Coneculta-Chiapas, México, 2020, 94 pp.

 

 

 

Gustavo Ruiz Pascacio nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1963. Maestro en Ciencias Sociales y Humanísticas por el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (CESMECA-UNICACH) y Licenciado en Letras Latinoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).

Becario del Centro Chiapaneco de Escritores 1993-1994, en poesía, y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (FOESCA) en 1996 y 1998, en ensayo. Premio Estatal de Poesía Rodulfo Figueroa 2001, convocado por el Gobierno del Estado de Chiapas, con el libro: El amplio broquel de la melancolía, y Premio Nacional Bellas Artes de Literatura (Premio Nacional de Ensayo para Crítica de Artes Plásticas Luis Cardoza y Aragón 2003), convocado por CONACULTA-Instituto Nacional de Bellas Artes, el Consejo de Cultura de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Nuevo León, con el ensayo: La plástica en Chiapas: el tránsito del color y la explosión de la forma.

Es autor de los libros de poesía: Cualquier día del siglo, 1994; El equilibrista y otros actos de fe, 2000; El amplio broquel de la melancolía, 2001; Escenarios y destinos, 2008, y No viene la primavera en las líneas de mi mano, 2013, y Cuaderno de Innsbruck, 2020; así como de los libros de ensayo: Los fantasmas de la carne (las vanguardias poéticas del siglo XX en Chiapas), 2000; Los designios de la Diosa (la poética de Efraín Bartolomé), 2000; La plástica en Chiapas: el tránsito del color y la explosión de la forma, 2011, y Los andenes de la voz: ensayos de poesía mexicana contemporánea, 2015.

Fusibles y bujías

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Luego luego las ánimas vinieran a sorber la caldosa parafina que empoza el candelero escurridizo, si les tomáramos palabra para darles alojo en una gruta que por las mañanas gélidas en pabellón de hidrógeno se torne. Adentro quedaría una mezcolanza de jugos y gases provenientes de vísceras en descomposición inodora, hecatombe invisible de la que sólo se sabría por una estela de aire entibiado a la cónica luz de una lámpara atornillada en el vacío etéreo que dejan las volutas de su vaho rupestre, su anilina rociada. Manos al negativo repintadas con sangre y barro querrían tentalear tras cortina rocosa. En las afueras pernoctaron los adentros, repuso al otro día, tocándose las sienes con las yemas de sus dedos, un viejo expedicionario, para en seguida golpetear su palma con mango de vistosa gubia para cortar linóleo. En lo sucesivo pensará en cavernas cuando programe el campamento inédito de cada lustro, pese a calamitosa estalactita en serie; no sólo por vejez rugosas ubres, sino además por corrosiva gota incesante. Volverán a apagarse las bujías del acceso. Ya que vas de retorno a la taquilla, te dice, ¿no pudieras reconectar esos fusibles?

 

Extremar el descuido

Apresado en las aspas, al desorden, y en ese giro helicoidal trebolado arrebol resurgiría. Por vía del ensueño alcance a restituir su desnudez aquella endiosada presencia que me hablara desde las sombras azuladas de un manglar… Esas de abajo: autófagas raíces al vacío, savia crepuscular ambivalente. Un brote lumínico de corales al paso de la luz auroral cursa vegetativa conmoción de los agónicos que dejarán la huella de su costado en el mutante cieno. Cuentas impagas que alguien hace pasar debajo de la puerta, la luz oblicua intermitente cesa y un instante después aparece un altar cuyas velas con flamas solferinas desdicen la modestia de su rito. Por la trabalingual aldaba del ensueño intemporal, es imposible trasponer umbilical orden anfibio; de un arrecife a otro existe tanta distancia de por medio, para nunca llegar a nado, pero a serio desorden, atávico manglar, traspié, semblante azul de los caídos buzos. Habrá consecuencias, permítaseme decirlo en lenguaje gráfico, a ras de superficie, aspavientos de dron mediante, patadas de ahogado inclusive.

 

Dividual

Money is a kind of poetry
Wallace Stevens

Que no sólo el dinero constituye metáfora, que también el recibo de la Luz y la comprobación del Tiempo Aire consumido nos hacen vivir dentro de la palabra y sus inmediaciones clorofílicas. Hable por mí tan apreciado sosias, experto en el oficio de trajinar lo mismo en los mercados donde los jueves compro miel virgen para avisparme, que en los museos de cera donde me despabilo por efecto contrastante. Vean que se aproxima a preguntar cómo compense su molestia por hacerlo aguardar bajo rayos solares de las once cuarenta y cinco. Nunca pide monedas, y eso no deja de inquietarme. Bueno, pasó de largo ahora, vio que yo hablaba con ustedes y no quiso interrumpirnos. O tal vez ya lo esperan en otro lugar y se le ha hecho tarde; suerte de su enigmático anfitrión la de así retardar, unos segundos siquiera, la llegada no por prevista no sorprendente. Siempre sucede igual con ese sujeto divisible, para qué asombrarme, sombra de la que no me fío ni de la que me escondo; no tan equívoca al buscarme, acomedida, en otra sombra.

 

El tercer hombre

El encargado de pasar las páginas va de un atril al otro, piano a violín, violín a piano, Richter, Oistrakh. Sabe que en este movimiento próximo habrá que andarse con pizzicaterías; tres o cuatro, no más, pero cumplidas en forma inexorable, agio en adagio. Del estero al estuario, del estuario al estero, quién desde allá lo viera, largavistas en mano, lo mismo desde un palco oscuro que desde una dársena, debajo de un dosel arbóreo o en la parte más alta de una inservible torre de microondas… El encargado de pasar las páginas, pasante aventajado del Conservatorio, emplea su mejor olfativo recurso para matar el intervalo que precede al andante, arruga la nariz, una encostrada diminuta tilde de mucosa le amenaza con un picor hasta el gañote umbrío, se le desprenden unas cuantas lágrimas por amagar un tímido tosido y apaga el crótalo nasal con su pañuelo finamente bordado, que de sándalo se impregna esta noche. Va de un atril al otro, viene, va, viene del violín al piano y se detiene ahí, junto al tronco ahuecado, recarga en él todo sombrío anhelo. De alguna sviatoslávica manera vuelve a sentir ese envolvente frescor bajo un dosel de fresnos o en la altitud mayor de una esplendente torre de microondas. Por quién si no por Bartók el ruido de las hojas cuando son dobladas se incorpora al rumor apenas audible del bosque, luego a la sala, al bosque, a la hojarasca, al aplauso en cascada.

 

Reloj chino /Avenida Bucareli

Una encarnada ciruela haré rodar con el pulgar sobre la palma semiabierta de la mano, por cuanto ofrece como mecánica acción ilustrativa de mi quietud indecidida a todo. Puede agregarse aquí como color y música de fondo el estridor lejano de máquinas rotativas en esa etapa de entintar las planas; así será como me otorgue licencia gráfica para describir como cilíndrico el espeso conflicto de mis sensaciones cuando atraviese Reforma y me dirija (es un decir) al mejor punto de observación, inhallable en días comunes. Debo esbozar alguna idea firme durante un lapso mínimo de treinta segundos, o perderé de lo contrario la exactitud del rumbo a que concentro la amnesia temporal o desorden pindárico (¡yo ya quisiera!) en que me libro de objeto alguno, a no ser algún libro-objeto esa resolutoria piedra de tropiezo en cuyas agujas los gatos del vecindario (e incluso los de China, mon semblable Charles, los gatos que habitaran en platea y gayola del Palacio Chino por la madrugada) ven la hora. Completaré una tarde en ese cuarto que ocupo en la segunda planta del edificio Gaona. No anotaré ya nada sino la certidumbre olfativa de que hay felino encerrado en esa torre de la avenida Bucareli que desde hace más de un siglo permanece montada en un islote al que circundan curvas de hierro subsumidas en asfalto, sendos paréntesis tranviarios que en la glorieta se vanaglorian por mecer el tiempo, al tiempo de recargar las tintas de los puntos cardinales.

 

 

Roberto Rico (1960) es originario de Cintalapa de Figueroa, Chiapas. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es autor de los siguientes volúmenes de poesía: Varia optometría, Reloj de malvarena, Nutrimento de Lázaro, La escenográfica virtud del sepia, Parlamas (título que reúne las obras anteriormente mencionadas), De aquellos meses que no llevan ere y Ars vitraria. Varios textos suyos han sido recogidos en diversas antologías y publicaciones periódicas de circulación nacional, así como en el volumen Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos, editado en Barcelona, España por Galaxia Gutenberg.

 

Primavera

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          A las afueras del pueblo, a través de un camino de tierra escoltado por cañaverales, los bañistas concurríamos a la cita semanal de una versión líquida, mundana y voluptuosa del Paraíso mientras las lavanderas, que acudían también con su chiquihuite de ropa sucia, las aguardaba una variante bucólica de la esclavitud doméstica. Para la mayoría de los visitantes, el nombre arcádico del lugar evocaba diversión, liviandad de espíritu, promesa de una vita nova y, por qué no decirlo, concupiscencia de cuerpos mojados y jóvenes dispuestos en una bandeja solar por las sacerdotisas de la luna.

          En la entrada del balneario había una parota categórica y misántropa cuya sombra cubría las ruinas de adobe de lo que pudo haber sido el casco de una hacienda productora de alcohol de caña. Pero luego, como si cruzáramos la línea del Trópico de Cáncer, tras rebasar un portón de mezquite nos encontrábamos frente al verdor sinfónico de una nogalera de varias hectáreas; los follajes de sus árboles se tocaban unos a otros, situación ideal para encaminarse hasta el bosque del cerro de Tequila —viaje de quince kilómetros sin tocar el suelo— siguiendo el ejemplo de las escaramuzas sexuales de las ardillas, esas sobrinas políticas del barón Cósimo Piovasco.

          Alimentadas por un pozo artesiano conectado, tal vez a un glaciar, había dos albercas frías como los labios azules de la Parca: la chica, dedicada a los niños de salvavidas y a los que no sabíamos nadar ni siquiera “de perrito” y la grande, auténtica fosa abisal donde nadadores y clavadista expertos se disputaban en cada lance el cuadro de medallas de Moscú 1980.

          Estaba además un corredor de lavaderos montado sobre un canal de agua —a modo de una pileta cambiante y única— donde la jícara se hundía una y otra vez sin lograr agotarlo. Yo, curioso irredento, con el pretexto de recolectar nueces caídas entre los hierbajos, me asomaba a sus conversaciones de espuma. Con las notas del agua corriente, algunas cantaban boleros de Los Tres Ases o rancheras de Lucha Villa mientras tallaban, enjuagaban y exprimían culpas, arrepentimientos, ilusiones, venganzas, hastíos, llantos, nostalgias, cobardías…

         Una tarde de verano con diablos borrachos y pendencieros, los empleados de La Primavera osaron abrir el portón de mezquite a las muchachas del Flamingos Night Club. Mientras se reponían del soponcio y la vergüenza, un grupo de señoras y señores, representantes espontáneos de la Liga de la Decencia, comenzaron a insultar a las meretrices que ya flotaban en paños menores con gracia de toninas de ríos amazónicos, de serpientes de agua y de ninfas asediadas por todos nuestros ojos. Con un bikini a punto de desbordarse de lonjas y celulitis, el dedo gordo del pie probando la temperatura de la alberca, Heidi, una mulatona llegada de tierra caliente, con sólo un gesto desarmó a los detractores iracundos y mojigatos. De un tirón procaz, sus dedos índice y pulgar desataron el nudo del sostén liberando, como golpe de magia, sus pechos de nodriza —delfines inquietos y papayas rotundas— de los que brotaron chorros de leche salpicando a toda la concurrencia.

 

 

*Del libro inédito y de próxima publicación, Ábaco de granizo.

 

 

Ernesto lumbreras (México, 1966) es, sobre todo, poeta y ensayista. Entre sus libros se cuentan Espuela para demorar el viaje (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1992), La ciudad imantada, Oro líquido en cuenco de obsidiana. Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry y La mano siniestra de José Clemente Orozco. 

La nekyia de Rulfo

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A Rocío

La imagen de la orfandad

 

La orfandad es uno de los temas medulares de Pedro Páramo.[1] A partir de una prosa concebida desde la poesía, de una estructura narrativa combinatoria y de un estilo literario de gran poder suscitante, Juan Rulfo logró pulsar las cuerdas de la orfandad —y la búsqueda por redimirse de esa condición de falta originaria, no obstante que dicha búsqueda desemboca en una forma de abismamiento—. En el mundo de Pedro Páramo percibimos una orfandad que ni siquiera concluye en la ficticia región de los muertos; al contrario, desde esa región sombría podemos vislumbrar que la orfandad es irredimible y sin límites.

Hallamos el tema de la orfandad en uno de los poemas más antiguos de Occidente: La epopeya de Gilgamesh. El héroe mítico de Babilonia se siente desamparado cuando descubre que morirá de manera definitiva y, transido por la angustia, decide ir en busca del secreto que le otorgue la inmortalidad. Cruza el reino de la noche y llega a los confines del mundo pero, como no pertenece al orbe de los dioses, no tiene derecho a la inmortalidad y sólo le indican dónde hallar una hierba que hace recuperar la juventud; sin embargo, una vez obtenida, ésta le es robada por una serpiente. Con ese conocimiento y en esa pérdida, Gilgamesh asume su condición mortal, su plenitud humana, pero queda herido para siempre por un sentimiento de hondo desamparo. Y este sentimiento de orfandad lo hereda a toda la literatura occidental.

          Sería fatigoso enumerar las obras que abordan los diversos tópicos de la orfandad que incluye el descenso a la región de la oscuridad —al mundo de los muertos, al hades, al sheol, al infierno, al mictlán o al inframundo— en busca de un conocimiento, de un padre, de un pacto o de algo mágico que logre absolver al personaje de su condición órfica, de su caída, de su falta, de su exilio, etcétera. De la Odisea a la Eneida, de la Divina comedia al Fausto y del Quijote a Pedro Páramo, sus autores nos muestran a héroes y antihéroes que descienden a las fronteras donde el hombre no tiene ya ningún asidero y busca asirse a algo que lo religue o lo devuelva a un posible estado de plenitud. Sin embargo, en el caso de Pedro Páramo, los personajes ni siquiera hallan asidero en la región de la muerte.

          Cuando Juan Preciado va en busca de su padre, busca su origen, pero esa búsqueda es, en realidad y sin saberlo, un descenso a la región de los muertos, pues el edén originario evocado por su madre se ha convertido en un purgatorio donde las almas yerran sin sosiego, corroídas por sus culpas y remordimientos. El camino hacia el padre está sembrado de incertidumbre, miedo, muerte y, por si esto fuera poco, la orfandad alcanza su límite cuando Preciado se descubre alma en pena, un murmullo más en ese concierto de murmullos que lo han matado de miedo.[2]

          Y aún más, como ha señalado Rodríguez Monegal, la novela empieza con la búsqueda del padre y termina con la muerte de ese padre a manos de uno de sus hijos.[3] Ahora bien, si consideramos la novela desde la cronología de sucesos, cuando Juan Preciado emprende la búsqueda del padre, éste ya ha sido asesinado muchos años atrás; y si de alguna manera Preciado es simbólicamente todos los hijos de Pedro Páramo, entonces concluiremos que el hijo decide buscar al padre después de haberlo matado; por eso no puede buscarlo sino en la región de los muertos y para ello es conducido por varios psicopompos: Abundio, Eduviges Dyada, Damiana Cisneros y, en la sepultura, por Dorotea. En este extremo, la orfandad es trágica porque, primero, es producto del abandono y, después, consecuencia del parricidio. La búsqueda del origen, el viaje iniciático en busca de la tierra de promisión, no podría desembocar sino en la muerte.

 

Dorotea dirige la orquesta de murmullos

 

En el fragmento 36,[4] cerca de la mitad de la novela, los lectores descubrimos que desde el principio Juan Preciado ha estado conversando con Dorotea y que los fragmentos sobre la infancia, adolescencia y ascenso del cacique Pedro Páramo son “murmullos” de otros tiempos que, a modo de contrapunto, se han integrado al relato de Juan Preciado. Y se han intercalado en su narración porque el mismo Preciado, a petición de Dorotea, le ha contado qué dicen los muertos de las tumbas vecinas.

          En ese punto, cuando Juan Preciado y Dorotea conversan, abrazados en la misma tumba, los lectores descubrimos que la novela completa está articulada por murmullos, que ese archipiélago textual es una polifonía de ultratumba, que la historia de Comala y sus habitantes es contada por las almas en pena y que, en última instancia y como un nigromante, Rulfo ha invocado a los muertos y sólo ha sido un escucha, un amanuense de ese concierto de voces dolientes.[5] Los diversos tiempos narrativos convergen de pronto en un presente perpetuo, pues el tiempo de los muertos es vertical y sin orillas.

          Dorotea, una mujer perturbada de sus facultades mentales y con una pierna tullida —le apodan La Cuarraca—, es quizá el personaje más complejo, profundo y lúcido de la novela, pues se revela como la memoria y la conciencia de un pueblo. Y es ella la que da origen a Pedro Páramo, pues en el fragmento 36 interpela a Juan Preciado: “Mejor no hubieras salido de tu tierra. ¿Qué viniste a hacer aquí?”, y esta pregunta nos remite al principio de la novela, a la apertura del texto y a la respuesta de Juan Preciado: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.

          En vida, Dorotea es una mujer marginada, es la loca del pueblo, no tiene familia, vive de la caridad pública y va siempre con un molote en el rebozo y lo trata como si fuera su bebé. Sin embargo, ya muerta se magnifica: dirige, a modo de directora de orquesta, la polifonía de voces. Además de dar pie a la narración, podemos decir incluso que es un personaje que inventa a su autor, pues inventa a Juan Rulfo para que éste escriba una historia cuyos hilos va tejiendo gracias a la mediación de Juan Preciado. Cuando Dorotea le pide a Preciado que le cuente qué dicen los muertos de las tumbas contiguas, está en realidad pidiéndole a Rulfo que escriba lo que dicen los muertos. En este sentido, Juan Preciado es una de las máscaras narrativas de Juan Rulfo. La novela Pedro Páramo es así una gran polifonía de ultratumba, y Rulfo es un nigromante que ha convocado a los muertos en ese espacio de la imaginación que llamamos creación literaria, un espacio donde Rulfo se diluye en el concierto de murmullos; es decir, el autor es devorado por su propia creación.

 

Demiurgo mediante la desaparición

 

El mundo de la novela es un mundo en ruinas, calcinado y de almas en pena, es decir, el apocalipsis ha sucedido, por eso es justo decir que el ambiente es post-apocalíptico. Cabe entonces preguntar: si todos están muertos,[6] si el narrador en tercera persona es incluso una voz fantasma en el coro de murmullos, ¿quién escribe la novela?

          Sabemos, por supuesto, que Rulfo la ha escrito, pero hago esta pregunta retórica para señalar que el poeta-narrador Juan Rulfo no aparece en ninguna parte del texto que ha escrito.[7] A diferencia de los autores que son personajes, presencias, sombras o enunciados de autoridad en sus obras, el escriba de Pedro Páramo logró desaparecer de su novela, como actor y autor, y consiguió la proeza de crear un mundo regido por sus propias leyes. Mediante la escritura, Rulfo creó un mundo autosuficiente, un mundo que se reinventa a sí mismo a partir de la voz de sus personajes, un mundo que se impone a nuestra conciencia lectora como si nadie lo hubiese inventado, como si existiera más allá de un posible autor.

          Y lo paradójico consiste en que Rulfo desapareció de su escritura porque logró elevar su orfandad a la condición de ley universal y, desde la poesía, nos impuso su desamparada visión del mundo.

 

Las dos vidas después de la muerte

 

Aunque el mundo narrativo de Rulfo parte de la cosmovisión cristiana y se comprende en ella, en los fragmentos 36 y 38, además de contener la clave de los hilos narrativos, hay un motivo que contradice a la escatología cristiana: aparte del alma, los restos mortales —la carroña, los huesos, el polvo— tienen conciencia del ser que han sido en vida y mantienen una forma de vida en la muerte —este tópico recuerda, por cierto, el soneto “Amor constante más allá de la muerte” de Francisco de Quevedo—. Ambos fragmentos, correspondientes a un mismo pasaje de la novela, han provocado equívocos diversos entre los críticos debido a su ambigüedad, pues la novela no explica cómo Juan Preciado abraza a Dorotea en la misma tumba, si ella y Donis, según lo dicho por la misma Dorotea, entierran a Juan Preciado. Citaré dos pasajes de cada uno de los fragmentos para exponer luego mis hipótesis:

 

[Fragmento 36, habla Dorotea:]

Y de remate, el pueblo se fue quedando solo; todos largaron camino para otros rumbos y con ellos se fue también la caridad de la que yo vivía. Me senté a esperar la muerte. Después que te encontramos a ti, se resolvieron mis huesos a quedarse quietos. “Nadie me hará caso”, pensé. Soy algo que no le estorba a nadie. Ya ves, ni siquiera le robé el espacio a la tierra. Me enterraron en tu misma sepultura y cupe muy bien en el hueco de tus brazos. Aquí en este rincón donde me tienes ahora. Sólo se me ocurre que debería ser yo la que te tuviera abrazado a ti.

 

[Fragmento 38, Juan Preciado y Dorotea conversan:]

—¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?

—Debe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen por ella. Tal vez me odie por el mal trato que le di; pero eso ya no me preocupa. He descansado del vicio de sus remordimientos. Me amargaba hasta lo poco que comía, y me hacía insoportables las noches llenándomelas de pensamientos intranquilos con figuras de condenados y cosas de ésas. Cuando me senté a morir, ella me rogó que me levantara y que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: “Aquí se acaba el camino —le dije—. Ya no me quedan fuerzas para más”. Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.

 

Pese a la ambigüedad y lo fragmentario de la novela, podemos conjeturar que Dorotea y Donis hallan muerto a Juan Preciado en la plaza de Comala y se disponen a enterrarlo; una vez que Preciado yace al fondo de la sepultura, Dorotea “decide” morir al pie de la tumba abierta; suponemos entonces que Donis la arroja sobre Juan Preciado y entierra a ambos. Esta conjetura explicaría las palabras de Dorotea citadas líneas arriba: “Me enterraron en tu misma sepultura y cupe muy bien en el hueco de tus brazos”.

           En la tradición cristiana, el cuerpo es considerado cárcel del alma y en él radican las posibilidades de salvación o pérdida de aquélla. La religión es entonces una guía moral para salvarse, pues para el cristiano la vida verdadera no está en el más acá sino en el más allá y tiene que apegarse a los preceptos religiosos si quiere gozar de una supuesta vida eterna. Si la vida en la tierra es insoportable, el cuerpo debe prevalecer en los tormentos, pues su misión consiste en salvar esa “porción divina” del ser humano que se denomina “alma”. Sin embargo, en el caso de Dorotea, el alma y el cuerpo se enemistan y luchan; el cuerpo se rebela contra todos los preceptos cristianos y decide aniquilarse para dar fin a sus sufrimientos; es decir, opta por una forma de suicidio.

           En esa lucha, el cuerpo vence porque la vida ha sido para él un dolor continuo, una carga inhumana; decide cuándo morir, cuándo renunciar a sí mismo para dar fin a sus padecimientos, y no le importa ya si esa renuncia significa, para el alma, la errancia sin sosiego y la pérdida de la salvación eterna. Camus escribe que “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.[8] Los personajes de Pedro Páramo no filosofan, viven y, en las orillas extremas de la vida, responden a la pregunta fundamental de la existencia. En este contexto, Dorotea descubre en un momento límite de miseria que la vida ha sido absurda y que es absurdo seguir “arrastrando la vida” en un mundo desolado y hostil, y decide que en esa frontera de lo insoportable “se acaba el camino”.

          En esta perspectiva, si los huesos de Dorotea se resuelven “a quedarse quietos” a pesar de los ruegos del alma; si la lucha interior de Dorotea en sus últimos momentos, su agonía, es de una intensidad desoladora, pues decide abismarse para dar fin a su desesperación, esta lucha y esta renuncia a la vida es un sí a la creación literaria. Su suicidio engendra a un autor llamado Juan Rulfo. En vida habla poco (“parece ser que le sucedió una desgracia allá en sus tiempos; pero, como nunca habla, nadie sabe lo que le pasó”, dice Damiana Cisneros)[9] pero en la muerte, en esa condición de ser donde ni siquiera es alma sino cuerpo en estado de descomposición, es una psicopompa: una guía de almas en el más allá,[10] pues conduce las voces de los muertos de tal modo que logra una de las polifonías narrativas más originales y abismales de la narrativa moderna.

 

La conciencia separada

 

La doctrina cristiana considera que, en el acto de morir, el alma se separa del cuerpo, y que en el alma prevalece la memoria y la conciencia —esto explica el tormento de las almas en el Infierno de Dante, por ejemplo—. A su vez, considera que en cuanto el alma abandona al cuerpo, éste es sólo materia, carne para los gusanos, polvo en el polvo. Sin embargo, en la novela de Rulfo, la memoria y la conciencia permanecen en los restos del cuerpo inerte, en la cruda materialidad de lo que fue una persona; y los huesos guardan tantos recuerdos, tantas emociones, tantas pasiones y culpas como el alma misma. Aquí la visión de Rulfo entronca con el poema de Quevedo.

           En “Amor constante más allá de la muerte” el alma, que sólo obedece a la ley del amor, pierde el respeto a la “ley severa”, y afirma que los amantes, aunque mueran, seguirán unidos en la región de la muerte, pero no sólo como almas sino que sus restos físicos seguirán ardiendo de amor, pues “polvo serán, mas polvo enamorado”. En el soneto, pues, los enamorados están juntos en cuerpo y alma, se aman incluso cuando los cuerpos son ya sólo ceniza y polvo, desafían todos los preceptos de la doctrina cristiana porque consideran que el amor no sólo vence a la muerte sino que vence a la ley del dios.[11]

           Del mismo modo pero de signo contrario, los personajes de Pedro Páramo, tanto las almas errantes como los muertos en sus tumbas, recuerdan su vida —incluso pareciera que algunos de ellos no saben que están muertos y hablan como si estuviesen vivos—. En todo caso, como nos lo muestra Dorotea, cuando una persona muere, se divide radicalmente y se vuelve dos conciencias por completo ajenas entre sí, y cada una vive su muerte: el alma, en la pena sin fin; el cuerpo, en la rememoración plácida mientras se pulveriza su carne. En Quevedo, el alma se reúne con el cuerpo —aunque éste ya sea sólo polvo— con la única finalidad de eternizar la pasión amorosa; en Rulfo, el cuerpo se enemista y se divorcia del alma, y se condenan a un mutuo extravío.

           El alma en pena ansía ser redimida: continúa sufriendo, se halla en condición de pérdida debido a los pecados cometidos por su cuerpo, de algún modo debe expiar sus faltas y, cuando encuentra a una persona viva, le pide que rece por ella, pues sólo mediante las oraciones de los vivos podría redimirse. (Este ruego de las almas en pena es lo que aterra a Juan Preciado cuando camina por las calles de Comala y estos “murmullos” son los que lo matan de miedo). Por lo contrario, los muertos en su tumba consideran su condición de materia inerte como algo mucho menos penoso que la vida, pues duermen buena parte del tiempo, incluso quizá sueñan en su muerte.

          Para Dorotea, por ejemplo, estar en la tumba significa estar en el paraíso, pues ha dado fin a sus humillaciones, a su sufrimiento y a su miseria: “cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es nomás la del Infierno, más vale no haber nacido… El Cielo para mí, Juan Preciado, está aquí donde estoy ahora”.[12] Dorotea considera que yacer en esa tumba —donde ya no padece ni carga con la responsabilidad de salvar su alma— es una de las formas de la redención. Dorotea significa “donada por dios”, ¿es recurso literario, paradoja o ironía que Rulfo haya escogido ese nombre para un personaje que, con discapacidad mental y física, subvierte de manera radical la visión del mundo cristiana?

 

Conclusión

Pedro Paramo se inscribe en una tradición que vertebra toda la literatura occidental. En la nekyia de Juan Preciado resuena, con la particularidad de cada caso, la poderosa nekyia de Gilgamesh, la de Odiseo, la de Eneas, la de Dante, la de Fausto, la de don Quijote. Una resonancia cuya música, cuya poesía, nos abandona en la orilla de una orfandad inapelable.

 

Bibliografía citada

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Camus, Albert, El mito de Sísifo. El hombre rebelde, trad. de Luis Echávarri. Buenos Aires: Losada, 1957.

Lee Masters, Edgar, Antología de Spoon River, edición bilingüe, trad. de Jaime Priede. Madrid: Bartleby, 2012.

Moreno-Durán, R.H., “La sublimación y la expresión del mito”, en De la barbarie a la imaginación. La experiencia leída. México: Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 367-375

Quevedo, Francisco de, “Amor constante más allá de la muerte”, en Obra poética, vol. I, edición de José Manuel Blecua. Madrid: Castalia, 1969, p. 657.

Rodríguez Monegal, Emir, “Relectura de Pedro Páramo”, en Narradores de esta América, t. II. Buenos Aires: Alfa Argentina, 1974, pp. 174-191.

Rulfo, Juan, Los murmullos [mecanuscrito: pre-texto de Pedro Páramo]. México: Centro Mexicano de Escritores, 1954, 127 pp. [Depositado en el Fondo Reservado de la Hemeroteca Nacional].

Rulfo, Juan, Pedro Páramo, edición de José Carlos González Boixo, 16a. ed. Madrid: Cátedra, 2002.

 

 

 

[1] Es también un tema cardinal en varios cuentos de El Llano en llamas y de la novela disfrazada de guion para cine titulada El gallo de oro; puedo afirmar incluso que la orfandad es quizá el tema primordial de la obra y la vida de Rulfo.

[2] Uno de los títulos previos de la novela fue Los murmullos, pues el autor llama, en el discurso de la novela, “murmullos” a las voces de los muertos.

[3] Emir Rodríguez Monegal, “Relectura de Pedro Páramo”, p. 186.

[4] El fragmento 36 empieza: “—¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado?” En este ensayo me baso en la 16ª. edición de Pedro Páramo preparada por José Carlos González Boixo (véase bibliografía) en la que establece de manera definitiva que la novela consta de 69 fragmentos. Recomiendo al lector esa notable edición crítica.

[5] Ya varios críticos han señalado las coincidencias entre Pedro Páramo y Spoon River Anthology de Edgar Lee Masters. Véanse, por ejemplo, los comentarios de R.H. Moreno-Durán en su ensayo “La sublimación y la expresión del mito”, pp. 367-375.

[6] Durante varias décadas hubo cierta controversia respecto de los personajes. Si nos basamos en la perspectiva del diálogo de ultratumba entre Dorotea y Preciado —que es el punto de vista que retomo en este ensayo—, todos los personajes están muertos. Si nos basamos en la lectura lineal de la novela, por supuesto que Juan Preciado llega vivo a Comala, asimismo están vivos los hermanos incestuosos y Dorotea; pero Preciado no sabe que Abundio, Eduviges Dyada, Damiana Cisneros y otros están muertos. Hago este deslinde sólo para evitar equívocos en este pasaje.

[7] Hay detalles que nos permiten establecer una relación entre la novela y la biografía de Rulfo; pero no me refiero a eso.

[8] Albert Camus, El mito de Sísifo, p. 13.

[9] Fragmento 37: “Al amanecer, gruesas gotas de lluvia…”

[10] Abundio, Eduviges Dyada y Damiana Cisneros son también psicopompos, pero sólo Dorotea alcanza el estatuto de guía polifónica al tomar como médium a Preciado-Rulfo.

[11] Quevedo, Obra poética, vol. I, p. 657.

[12] Fragmento 38: “Allá afuera debe estar…”

 

 

 

Felipe Vázquez ha publicado tres libros de poesía: Tokonoma (1997), Signo a-signo (2001) y El naufragio vertical (2017); cuatro de crítica literaria: Archipiélago de signos. Ensayos de literatura mexicana (1999), Juan José Arreola: la tragedia de lo imposible (2003), Rulfo y Arreola: desde los márgenes del texto (2010) y Cazadores de invisible (2013); y dos de varia invención: De apocrypha ratio (1997) y Vitrina del anticuario (1998). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía CREA en 1987, el Premio Universitario de Poesía (unam) en 1988, el Premio Nacional de Poesía Miguel N. Lira en 1991, el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen en 1999 y el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas en 2002.

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The Birth and Development of “Minority” Communities in Odessa/Midland, TX: Beyond the Railroad Tracks

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Shortly after I arrived in Odessa, from Boston, MA, I started trying to understand the social fabric of the society in the town where I had accepted a job as a Sociology professor at the University of Texas and was going to bring up my two little children.  My academic research until then included global divisions of labor issues, with a concentration on inequalities, especially relating to racial, class and gender disparities, the development of shantytowns and of the informal economy.  Thus, I began looking and soon discovered that there was very little information in the library about the “minority” communities in the area. The term minority is used here in the sociological sense of people who do not hold the economic and political power, since the Latinx or Hispanic population numerically exceeded the Anglo population.   I also soon discovered that what I had read in the book “Friday Night Lights” (Buzz Bissinger, 1990) a published account on race relations in Odessa was not far from the truth.  Indeed, as noted in the book, there was a physical separation of communities by race. Latinx (typically referred to as Hispanic in West Texas) families predominantly inhabited the West Side, while the railroad tracks marked the boundaries to the South side of town, the Black community. Shortly after that, I attended the funeral of one of the most respected doctors in the South Side, and indeed the entire community, Dr. Stewart.  He single-handedly with the unmatched assistance of his wife Mrs. Emma Jo Stewart, during the period of segregation served for about 40 years as the sole doctor of the entire Black and Latinx community.  Many noteworthy events were forever gone with the loss of Dr. Stewart, like many more people before him. evidently, there were few written accounts documenting significant developments of social progress affecting the growth of Odessa’s African-American, Latinx and indigenous communities. Details of noteworthy events may be forever lost with the passing of members by not documenting their experiences. I, at that point, felt the urgency of critically examining the history of the early development of the communities through the mouths of the people who really could tell it best, its members.

 

In order to capture a sense of what life was like for individuals migrating to Odessa from other parts of Texas, a sociology project was undertaken to collect oral histories from long time Odessa residents of the African-American community and subsequently the Latinx and Indigenous communities. Oral histories provide an opportunity for interviewees to tell about life from their own perspective or worldview (Baum, 1987).

             The project was established, and students who were interested and committed were trained as assistants.  Thus, often the interviews were conducted by two assistants at the same time, but more often than not, I also participated, to fulfill my fascination with the intriguing stories told.  The participants we interviewed shared “birthmarks” of ascribed race and ethnicity. For example, they all were born from African American families who were already established in Texas. They and their families came to Odessa with the expectation of finding work. However, their histories reveal dimensions of development, which include the influence of background, particular people and events, uniqueness and commonalties, to experiences of minority status. These interviews were not meant to be biographies, but instead a glimpse of their values, some noteworthy life experiences/decisions and their future perspectives.

More information about the regional economic development can be found in my article (2014). “Historical Growth of the African American Community in Odessa/Midland, Texas” National Forum of Multicultural Issues Journal. 11(1):1-18

 

The following interviews with elders of the Black community show the complexity and multiple dimensions of individual and social development of the community.

 

 

Mr. Winfred U. Richmond: 1927 – 2017

Mr. Richmond was born in Axtell, Texas.

He attended the following colleges: Prairie View A&M, Colorado State University, San Francisco State and Texas Southern.

He was valued Assistant principle and mentor at Blackshear Jr. High and later a principle at Ector High School (1982-87).

Mr. Richmond believed in helping others and he and his wife set the example for others to follow for many years. He was a good Christian,  a patient educator, and an honest man with a great heart and mind, and he left behind a legacy of community cooperation.

 

 

Mrs. Arlene M. Campbell: 1915-2010

Longtime educator and civic leader of Odessa, Texas, formerly of Austin.

“We did not come on the same ship but we are on the same boat”

“want to know about Black History? I am it!!!!”

“There is nothing you really can’t do”

“if you don’t work you don’t eat”

She was a member of several Boards including the Gertrude Bruce

 

 

Mrs. Emma Penny: 1911 – 2008

She was a longtime resident of Odessa, Texas, moving to the city in 1935 from east Texas with her husband, the late E.P. Penny. Following a brief illness in 2001, she moved to live with her son James in Ruston.

The E.P. and Emma Home is recognized as a landmark by the Heritage of Odessa Foundation for opening their home to African-American travelers during a period of segregation. Mrs. Penny was a long-time member of Parks Memorial Church of God in Christ, where she served as church mother and district missionary until her retirement in 1997.

She is recognized as a Minority Trailblazer by The Castanettes Social Civic and Arts Club of Odessa.

 

 

Joanna Hadjicostandi, Ph.D.

Born in Alexandria Egypt of Greek parents, Dr. Joanna Hadjicostandi, is an Associate
Professor of Sociology at the University of Texas Permian Basin (UTPB) in Odessa, TX,
USA. She has earned her BA in Sociology at Greenwich University, London, England,
and her M.A. and Ph.D. in Sociology at Northeastern University, Boston, Massachusetts.
Her multifaceted research interests in International Development and Migration, Gender,
Race, Ethnicity, Social Class and Drug Use and Abuse has been published in many
prestigious journals and presented in numerous national and international conferences.
Her working knowledge of Arabic, Greek, English, Italian and French, and progressive
learning of Spanish has helped her through her extensive travels and research. Her
research in progress includes oral histories of the Black community in Odessa/Midland
and the influx of refugees in Europe and especially Greece.
Dr. Hadjicostandi was the recipient of several awards including, the UTPB President’s
Outstanding Service Award, the UT System Chancellor's Council Outstanding Teacher
Award, the UTPB President’s Award for Student Success and the UTPB La Mancha
Research Award. She is also involved in professional, student and community
organizations locally, nationally and internationally.