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Entre letras y reflexiones: Un análisis del cuento Hacia la alegre civilización, de Samanta Schweblin

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Entre letras y reflexiones: Un análisis del cuento Hacia la alegre civilización, de Samanta Scweblin

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La narrativa de Samanta Schweblin encapsula magistralmente la alienación y la desorientación del protagonista, Gruner, en su intento de abordar el tren destinado al título del cuento, la alegre civilización. Gruner ha perdido su pasaje y tras las rejas blancas de la boletería se le ha negado la compra de otro por falta de cambio. Pronto la escena se convierte en un enfrentamiento satírico donde Gruner ensaya diversas estrategias para persuadir al hombre de la boletería, Pe, y lograr que detenga el tren. Sin embargo, todas sus aproximaciones son rechazadas debido a una ‘ética ferroviaria’ (p. 50).

Oscura y a veces surrealista, la lucha de Gruner nos trae a la memoria su doppelgänger literario, el agrimensor K, de la novela El Castillo de F. Kafka (1971 [1926]). Ambos personajes están entrelazados por la intrincada trama de sus respectivas narrativas, donde la lucha contra fuerzas inescrutables y la búsqueda incansable de comprensión y pertenencia revelan un vínculo simbiótico que trasciende las páginas de sus historias individuales. Se trata sobre la alienación, la burocracia insensible, la frustración de intentar realizar transacciones con sistemas de control no transparentes y aparentemente arbitrarios, y la búsqueda fútil de una meta inalcanzable. Schweblin presenta una situación absurda, ilógica o simplemente extraña de manera tan sobria y humorística que adquiere su propia abrumadora fuerza persuasiva.

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La vida en la estación no solo simboliza el poder estatal sobre los oficinistas atrapados o abandonados en el campo argentino, sino también la dificultad de establecer conexiones significativas de un entorno marcado por la opacidad y la arbitrariedad. Schweblin, al igual que J. Cortázar, invita al lector a ser co-autor de la narrativa al brindarle la libertad de interpretar el cuento de diversas maneras, convirtiéndolo en un participante activo en la construcción del significado[1].

En una entrevista Schweblin cita a Rebecca Solnit: ‘Un libro es un corazón que palpita en el pecho del otro’ (La Semana, 02.11.2016). La cita enfatiza la colaboración entre autor y lector tratada en Rayuela de Cortázar (1963), implicando que el libro, como un órgano vital, encuentra su vida y su pulso en la interpretación personal del lector. El lector no solo absorbe la historia, sino también le otorga significado mediante su propia lectura, convirtiéndose en una parte esencial de la experiencia literaria. La frase citada subraya la relación recíproca y la dependencia mutua entre el autor y el lector, destacando que la letra adquiere una vida auténtica cuando es leída con empatía y dedicación[2].

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Este aspecto se revela en los personajes que desempeñan papeles diferentes. Todo es ambiguo, y según la perspectiva analítica del lector adquieren una subjetividad e intencionalidad propia. Pe p.ej. puede representar el estado, el padre y luego también el campesino de buen corazón. La vida en la estación se convierte en una intersección definida por la constante lucha y negociación entre lo civilizado y lo bárbaro, fuerzas inherentes en cada personaje – y lector – en sus enfrentamientos con la realidad. Los personajes, como viajeros en esta estación de dualidad, experimentan las tensiones y los desafíos de habitar este microcosmos inconcluso, donde los rieles del progreso y la modernidad se entrecruzan con las sendas más primitivas. La imaginaria civilización alegre persiste en los oficinistas como la quimera de Domingo Sarmiento al que nunca llegamos, figura fuera de vista, esperando ser descubierta más allá de los confines de nuestro conocimiento, tan evasiva como las puertas del misterioso Castillo que se erige en la penumbra de lo inalcanzable.

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En línea con J. L. Borges, Schweblin cuestiona nuestra compresión racional, lógica de la realidad. Basada en un ambiente cotidiano reconocible, la narración tiene lugar entre un universo fantástico y uno verosímil y realista, llevando al lector a la perturbadora percepción de que algo inusual, lo cual no significa irreal, está sucediendo. El cuento destaca la complejidad que implica traducir la ficción a la realidad, o tal vez destaca cómo la realidad misma puede parecer tan compleja como la trama de un cuento surrealista. La complejidad surge no solo de los eventos disparatados que rodean la estación, sino también de la respuesta de los personajes a estos eventos, que refleja la ambigüedad de su propia existencia y la naturaleza escurridiza de la realidad que intenta comprender.

Hacia la alegre civilización refleja el sinsentido de ciertos afanes en nuestra propia vida, y a través de la trama, nos hace ver que hay cosas que sobrepasan nuestra razón, o sea, nuestra razón no nos proporciona la clave para comprender el mundo. Creemos entender y explicar todo, pero es una ilusión. El desgaste emocional y la sensación de desorientación resuenan con temas más amplias del existencialismo, proporcionando a los lectores una ventana a la complejidad de la experiencia humana frente a sistemas sociales aparentemente incomprensibles y distantes.

La burocracia, maestra en la manipulación, convierte la identidad en una herramienta maleable en su coreografía administrativa. En su teoría sobre el panóptico y la biopolítica, M. Foucault describe cómo las instituciones políticas y sociales regulan y controlan no solo los cuerpos, también participan activamente en la creación y configuración de los propios sujetos (1991). En esta danza de control, la reflexión de Gruner cobra vida, surgiendo que:

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‘[…]los perros del mundo son el resultado de hombres cuyos objetivos de desplazamiento han fracasado. Hombres alimentados y retenidos a puro caldo humeante, a los que los pelos les crecen y las orejas se les caen y la cola se les estira, un sentimiento de terror y frío que incita a todos al silencio, a permanecer acurrucados bajo algún banco de estación, contemplando a los nuevos fracasados que, como él, aún con esperanza, aguardan impávidos la oportunidad de su viaje’ (p. 47).

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Hay una identificación curiosa, cuasi simbiótica entre el hombre y el perro, que se desarrolla en un tipo de hermandad implícito. Schweblin establece una postura paródica frente al animal, pero al encontrarse con los otros oficinistas, Cho, Gill y Gong, reconocemos la semejanza independiente de Gruner. No solo llevan nombres “telegráficos” aptos para mascotas, también realizan simbólicamente el gesto de menear la cola como el perro huérfano mencionado anteriormente. Siempre listos para cumplir con los órdenes en un abrir y cerrar de ojos, los oficinistas perrunos se asemejan a sus dueños, Pe y Fi, en una bizarra farsa familiar.

No es exactamente una recreación de La Metamorfosis de F. Kafka (2011 [1915]) o de Axototl de J. Cortázar (1956), sin embargo, nos vemos seducidos a especular sobre la posibilidad de una transición y los distintos “estados evolutivos” de los oficinistas que llegan a la estación. La letra solo insinúa la conexión entre perro y hombre en un flujo de consciencia, pero pronto aceptamos la transformación en carne vivo como si fuéramos testigos directos de otro Gregor Samsa. Y eso sin otro soporte que la idea espontánea de Gruner y el comportamiento de sumiso de los otros oficinistas. Para entender lo fantástico en Schweblin, Tzvetan Todorov define lo fantástico como el género que ‘ocupa el tiempo de le incertidumbre […]. Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural’ (1981: 19). Scweblin, a su vez, admite que la vacilación entre lo real e irreal permanece irresuelta, sumergiendo al lector en un terreno ambiguo donde la frontera entre lo natural y lo sobrenatural se difumina, dejando espacio para la interpretación y el misterio.

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La extraña comedia encarnada por Pe y Fi, quienes respectivamente asumen los papeles de padre y madre, conduce a los oficinistas a una etapa infantil donde se involucran en representaciones afectuosas por parte de sus cariñosos “progenitores” y de repente se ven sometidos a la autoridad paternal. Detrás de la puerilidad, sin embargo, se experimenta cómo la resistencia siempre acecha detrás de la máscara, aguardando su momento para desafiar la imposición autoritaria.

La escena donde Gong y Gill escupen en las sábanas de la cama matrimonial de Pe y Fi es el punto de inflexión: ‘Es el momento en que están rebelándose y Gruner lo sabe, tanto amor no podía ser real’ (p. 50). La cama simboliza el huerto de los sueños; un espacio donde cultivamos y nutrimos los frutos de nuestra imaginación y esperanza durante el viaje nocturno. Así, los oficinistas desprecian a los sueños de sus anfitriones que no les dejan subir al tren, pero también es el momento en que se unen para armar un plan de fuga.

Hasta entonces, Gruner se pensaba solo en la batalla por su libertad; incluso su propia mano había conspirado en su contra al aceptar la carnada ofrecida por Pe y Fi. No entraré en detalles sobre la escena, pero el estilo narrativo en las páginas 47-50 es cuasi cinemática, evocando la intensidad de la primera escena de Once upon a time in the west de Sergio Leone (1968). Aquí, las manos son vehículos de la comunicación, transcendiendo las limitaciones del discurso verbal, y al mismo tiempo son las manos que actúan. En el vasto lenguaje de las palabras, las emociones se deslizan entre las grietas, buscando un hogar más allá de las letras. Como en una película muda, leemos en imágenes como ‘la mano ofendida cierra la ventana’ (p. 47). En este silencio visual, las acciones hablan más allá de lo que las palabras podrían articular.

Si regresamos al plan de fuga, la tarea es detener el tren, una premisa singular y, a la vez cómica, que persiste en el cuento. A elaborar el plan, Gruner señala: ‘hay que ser realista, la objetividad es la base de todo buen plan (p. 52). La solución que proponen los oficinistas no solo me parece curiosa sino también sumamente divertida: ‘[…] contar con la no señal. Permanecer junto a las vías sin hacer nada, solo rezar, como dijo Gill, porque quizá esa sea la señal de Dios para que el tren se detenga’ (p. 53). La paradoja de rezar por la no señal desafía nuestras expectativas, y otra vez, son las manos, o más bien la falta de manos, que ponen las cosas en movimiento. Este pasaje sugiere una mezcla de resignación y esperanza, destacando la peculiaridad de la situación, pero también podría ser interpretado como una crítica sutil de la autoridad que se atribuyen a la iglesia católica en Argentina durante la dictatura militar.

Al final, el tren se detiene, y para nuestra sorpresa sale una multitud de: ‘Gente que se abraza y exclama: pensé que nunca podríamos bajar […]. Hace años que viajo en este tren, pero hoy al fin he logrado llegar’ (p. 53). Todos viven en tránsito, todos se inclinan hacia una meta inalcanzable, y todo se repite como un cicle natural o como una pesadilla en circuito cerrado. En el eterno tránsito de la vida, nos encontramos en una encrucijada entre la urgencia del presente y la incertidumbre del futuro. Nuestros oficinistas se salvan – Gruner, Cho, Gill, Gong y el perro gris -, pero a bordo del tren se percibe una intuición compartida: no habrá nada al llegar a destino. En este viaje, la reflexión sobre la ficción de Piglia cobra vida: “la escritura de ficción siempre se ubica en el futuro, trabaja con lo que aún no es. Construye lo nuevo a partir de los restos del presente” (2006: 14). Así, mientras los personajes enfrentan la incertidumbre, la escritura misma se erige como un acto de anticipación, tejiendo lo novedoso con los vestigios del ahora.

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En conclusión, el cuento la alegre civilización sigue una estructura narrativa que cobra sentido mediante la participación del lector, ya que es este quien actualiza y da vida a las angustias y aspiraciones de los personajes. De manera deliberada, Samanta Schweblin, mantiene ocultas ciertas premisas sobre el mundo que ha creado, revelándolas estratégicamente hacia el final. Esta estrategia narrativa confirma que la ficción permite explorar nuevas posibilidades ominosas de sentimiento que no se encuentran en la experiencia directa en la denominada realidad.

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Bibliografía:

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Cortázar, J. (1956). Axototl, en Final del Juego, México: Los Presentes.

Cortázar, J. (1963). Rayuela, Buenos Aires: Sudamérica.

Foucault, M. (1991). Discipline and Punish: the birth of a prison. London: Penguin.

Kafka, F. (2011 [1915]). La Metamórfosis, Trad. A. H. García, Madrid: Alianza Editorial.

Kafka, F. (1971 [1926]). El castillo, Trad. D. J. Vogelmann, Madrid: Alianza Editorial.

Leone, S. (1968). Once upon a time in the West, Paramount Pictures.

  https://www.youtube.com/watch?v=LRAK0CTiOX0

Malagón Llano, S. (02.11.2016). Un libro es un corazón que palpita en el pecho del otro, La Semana.

https://www.semana.com/agenda/articulo/samanta-schweblin-entrevista-premio-cuento-garcia-marquez-siete-casas-vacias/60469/

Piglia, R. (2006). Crítica y ficción, Barcelona: Anagrama.

Schweblin, S. (2009). Hacia la alegre civilización, en Pájaros en la boca, Editor digital: Titivillus.

Todorov, T. (1981). Introducción a la literatura fantástica, Trad. Silvia Delpy, Editions du Seuil.

 


  1. Sobre el lector cómplice, Cortázar dice: “Mejor, le da como una fachada, con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento). Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se repetirá (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice” (1963: 454).

  2. Para otra perspectiva teórica, el espectador emancipado de J. Rancière (2008), abre nuevas perspectivas al lector cómplice al derribar las estructuras convencionales que separan al público de la obra de arte. Rancière proclama la capacidad intrínseca de cada individuo para participar activamente en el acto estético, erigiéndose como un faro de democratización cultural que desafía jerarquías preestablecidas. En sintonía con el lector cómplice, el espectador emancipado no solo contempla, también crea, interpreta y contribuye al diálogo entre arte, política y percepción. .


Ørne Trygve Voetmann nació en Dinamarca en 1991. Con dos títulos universitarios de pregrado – uno en Relaciones Internacionales y en Geografía Humana, de la Universidad de Roskilde (2019); y otro en Lengua y Cultura del Mundo Hispanohablante, de la Universidad de Copenhague (2024) – Voetmann actualmente realiza un intercambio de posgrado en Bogotá, Colombia. En la Universidad de los Andes, se sumerge en el estudio de la Construcción de Paz, buscando encontrar la poesía en lo incomprensible y explorar las intersecciones entre la resolución de conflictos y la expresión humana.

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