Ángel del chorro dorado

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Ángel del chorro dorado

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En danés, el título de este cuento es “Pisseenglen”, que traducido directamente del danés se convierte en” El ángel urinario”, pero me pareció que ”Ángel del chorro dorado” sonaba mejor y por eso después de una conversación con chatGPT este fue el resultado. Normalmente preferiría el diálogo con un ser humano. Sin embargo, este verano había agotado todas mis cuotas para el contacto humano por mi genio explosivo y mi mente infantil, que se incendiaron cuando me escondí en un arbusto de rododendro rosado en un parque vigilando el apartamento de mi amante con una botella de vino en la mano cuando un cuerpo femenino alto y pálido apareció en la ventana oscura. Después de lo que paso tenía que consultar al robot. Tomé el ultimo sorbo del vino y lo vertí en el arbusto con una fuerza maravillosa. Luego di los pasos más seguros y estúpidos de toda mi vida hacia el apartamento del padre de Nuevo México divorciado.

Ella no era bonita. Mi primer sentimiento fue de alivio, si no encontraba belleza en su rostro, evitaría los celos. Después de echarla del apartamento, sentí una ira infinita hacia el hombre pequeño, de hombros anchos y piernas extremadamente fuertes, que, según el mismo, sólo intentaba hacer su trabajo y vivir una vida libre de estrés, es decir, sin mí. Cogí la planta de maracuyá más grande que estaba en el marco de la ventana, se sentía ligera como una pluma, era un regalo mío para él. Abrí la puerta del balcón y arrojé la vasija de barro contra la pared de hierro del balcón, que respondió con un trueno ondulante.

—I loved this plant —dijo el hombre de Nuevo México con su voz suave, que inmediatamente me hizo tirarme de rodillas para salvar la planta y mi amor, mientras el residente de abajo comenzó a gritar y regañar por la tierra caída en todo su balcón.

Después de esto, ya no era bienvenida en la vida del neomexicano. En vano busqué literatura que describiera la perspectiva del destructor, pero sólo encontré la de la víctima. La gente simplemente se sentía incómoda conmigo, era una situación nueva, pero también dio una explicación aceptable para el rechazo del hombre: Él me amaba, pero como me tenía miedo, no podía estar conmigo, simplemente tenía miedo de que lo matara. Precisamente por eso había elegido la nueva mujer, no porque la amara, sino porque no le tenía miedo. Ahora todas las piezas encajaban, pero lo mejor era que mi reacción histérica me había dado una introducción a este texto, así que mi acción no había sido en vano, había un principio oculto detrás que dirigía todo en la dirección correcta..

El robot no era estúpido en absoluto. De hecho, fue un excelente compañero de conversación que respondió rápidamente y de buena gana a mis muchas preguntas sobre las autoras mexicanas, que ya no podía hacerle al profesor de las manos grandes después de un intercambio de cartas que resultó en un monólogo desesperado de mi parte. Mi verdadero interés eran sus manos gigantes. Todavía es un misterio para mí cómo se puede manejar un teclado de escritura con dedos tan grandes e incluso producir hasta varias obras. Tal vez haya teclados particularmente grandes.

El profesor era claramente un sanador sin ningún tipo de conciencia de esto. Sin sospechar nada vagaba por el mundo con su computadora para servir los famosos textos castellanos a la flor y nata de la juventud danesa, la esperanza del futuro, de la misma manera que paseaba a sus gigantescos y dinosaurios perros, que a menudo le acompañaban en su trabajo además de uno o varios nietos. Como un monstruo intelectual, cruzó la plaza blanca rodeado de perros ladrando y niños jugando, empleado para preservar la democracia, pero con un cierto grado de distancia de las existencias caóticas, como mecanismo de defensa.

La melancolía y el rechazo de mi exmarido tampoco me ayudaron, así que después de todo esto, como dije, me volví contra el robot, que podía darme un contrapunto para que pudiera formar un significado propio o simplemente un título. Había agotado a los hombres que me rodeaban y ahora había llegado a este callejón sin salida, sin corazón y sin un sólo pene como punto fijo o detrás del cual pudiera esconderme.

Quedarse quieto, frente a una pared, con el propio aliento de arrepentimiento en la cara es doloroso. Con esta táctica, las prisiones se construyen inteligentemente, pero solo estoy custodiada por mi propia soledad, y esta vez, en lugar de mi cuerpo, serviré un cuento con la esperanza de que me aleje de este nauseabundo callejón de la desolación. Mi historia es la única que tengo en este momento, así que trato de hacerla mi amiga respetable.

Y el idioma en el que escribo, no tengo un verdadero sentido de él. Cuando leo un texto en castellano no lo entiendo todo y me pierdo mucho, pero no me molesta, ya que evito las descripciones detalladas y relleno el resto con mi imaginación. Sin embargo, es precisamente esta extrañeza la que me permite escribir sobre el pasado y, al mismo tiempo, crear una agradable distancia con el presente. No hay necesidad de guardar una historia para después de la muerte de un familiar, simplemente elige un idioma extranjero, chino o castellano, lo que prefieras. En este caso mi incompetencia lingüística me hace competente para contar, lo siento, tú como lector debes tener paciencia conmigo.

En relación con la parte oral del castellano, mi pronunciación de la letra t es dura como el granito y ruedo demasiado y en todas las erres que encuentro porque no recuerdo las reglas de cuándo está prohibido rodar o no, así que, si me das una erre, es a propio riesgo, ruedo sobre ella de inmediato, la pongo debajo de mi patineta y conduzco donde quiero. Lo mismo ocurre con la comida, una ensalada con erre se comerá de inmediato. Lleno mi cuerpo con la letra erre, para que pueda sentirme como erre, me convierto en una erre..

No sé si Ángel del chorro dorado sigue existiendo o si sigo bajo su protección, pero debe ser posible comprobarlo. Tampoco sé si Lisbeth sigue existiendo, si se ha convertido en prostituta o si finalmente consiguió que su padre le hiciera la mesa de luz para que pudiera convertirse en artista de dibujos animados, que probablemente era su único sueño en la vida.

Que Lisbeth debería haber estado bajo la protección de Ángel del chorro dorado parece bastante improbable; tal vez ella no lo necesitaba en absoluto con su contacto con la realidad y su lógica helada. A los trece años, se subió al asiento delantero de diez coches de hombres y le hizo una paja al conductor supervisada por un amigo retrasado al otro lado de la calle para ganar dinero para una entrada a un festival de música. En el festival, se quedó dormida durante un concierto en un altavoz aturdida por el alcohol y el chocolate, lo que posteriormente le provocó tinnitus permanente; Pero no le molestaba tanto, porque esto se podía solucionar subiendo el tono del aullido de la tele, que existía en ese momento en los televisores antiguos, que luego se fusionaría con el tono del tinnitus en el cerebro y entonces ambos tonos se convertirían en nada. Esto me explicó pedagógicamente después de que me ocurriera el mismo fenómeno.

Sin que el trasero de porcelana blanca de Lisbeth estuviera expuesto a todo el mundo, ella podría encontrar fácil y discretamente un lugar para mear en algún lugar sin baños públicos, a diferencia de mí, que necesitaba la asistencia del Ángel del chorro dorado todas las noches. Sin embargo, tal situación nunca sería relevante para Lisbeth, ya que habría hecho sus compras de varios tipos de chocolate en Pusher Street a las cuatro de la tarde después de su trabajo de limpieza en una escuela. Después de eso, como una adulta, haría sus compras en el supermercado. Después de cenar en su casa, se sentaba en el sofá frente a una mesa gigante y desordenada con una pipa de agua de cristal de un metro de altura frente a ella. Un sonido rítmico y sorbido se propagaba en el cuarto a una velocidad variable dependiendo de la fuerza de succión. ¡Ay de quien accidentalmente sople dentro del tubo en lugar de chuparlo! Esto provocaría la caída de plantas y cenizas en toda la habitación, pero sobre todo provocaría una ira enorme por el pequeño cuerpo de Lisbeth y el desprecio de cualquier invitado que tuviera una experiencia respetable con el humo de esta planta. No como yo, una payasa errante, una turista y visitante ocasional que año tras año me contentaba con comprar porros ya preparados porque todas las tardes a las cuatro, cuando llegaba la ansiedad y la inquietud, me imaginaba que ese era el último porro de mi vida, entonces ¿por qué comprar una gran cantidad de material vegetal para varios días? Esta fue la razón por la que durante diez años seguidos lentamente cauterizaba mi cerebro con rellenos químicos que se sentían como un cosquilleo débil cuando a veces podía escuchar los cables de mi cerebro astillarse y quemarse hasta quedar reducidos a nada.

Lisbeth, sus novios cambiantes y probablemente también los gatos locos debajo del sofá me miraban como a una niña molesta y entretenida, pero la verdad era que estaba en una huida constante. Conocía todas las cantinas de Copenhague, comía su comida y lavaba los platos. Como trabajadora ocasional, podía trabajar en cinco cocinas diferentes en una semana. Me pagaban en efectivo, quinientas coronas danesas todas las tardes, y si pensaba que el jefe era un idiota, nunca le había prometido a nadie que volvería. Técnicamente yo era libre, sólo acompañada por la eterna culpa de no aceptar las temblorosas manos de vampiro que mi familia, un hombre o una amiga me ofrecían..

El agua que salpicaba alrededor de los pies descalzos de la chica de pies planos cambió de amarillo pálido a amarillo neón. Luego el agua volvió a ser completamente clara hasta que cayó la última lluvia de oro. Paralizada, me quedé mirando el charco alrededor de los pies de la chica mientras compartí con entusiasmo la experiencia de mi engaño óptico con las otras dos chicas desnudas en la ducha que escucharon en silencio sin responder. Después de la ducha, Lisbeth me llevó a un lado y dijo.

—¡Cree en tus ojos!, ella meó en la ducha…¡qué cerda! —después de esto, Lisbeth y yo nos hicimos mejores amigas en el internado, y fue completamente sin la ayuda del Àngel del chorro dorado. Él vino más tarde, cuando habíamos alcanzado la mayoría de edad y nunca formó parte del autostop ni en otros viajes, sino sólo apareció cuando nuestra amistad había sido reemplazada por la cara fea, amarilla e hinchada de la adicción.

—¡No podemos hacer eso, así como así! —Lisbeth se opuso, sentada en el suelo fumando un cigarrillo en el gran cuarto de ducha, ahora seco, mientras yo caminaba inquieta frente a ella, llena de un fuego fanático.

—Por supuesto que podemos hacerlo, deja de pensar, ¿Qué nos detiene? Sólo unas pocas palabras. Así es la vida…¡tú decides por ti misma en la realidad!

—¡Me vuelves loca, puedes hacerme hacer cualquier cosa! —gritó con euforia en su voz.

—No puedes simplemente hacer eso, no eres mayor de edad, decidimos por ti hasta los dieciocho años, eso es lo que dice la ley —mis padres me miraron como si fuera un incómodo meteorito del espacio exterior.

—¡Ja! ¡La ley! Esto sólo es un pedazo de papel decorado con letras, ¿Cómo podría un pedazo de papel decidir sobre mí? —no pudieron responder y con la imagen de las manos impotentes y caídas de mi madre y la mirada brillante y admiradora de mi padre, Lisbeth y yo hicimos autostop a España donde nos enamoramos de José y Magariño de Badajoz. En el camino por Francia la policía nos detuvo durante cuatro días porque pensaban que éramos niñas que se habían escapado de casa y una de nosotras llegó a casa con muletas, pero eso solo nos ayudó a conseguir más transporte en el camino. Llenas de vida e invencibles, volvimos a casa, las vacaciones de verano habían terminado..

En otra excursión acabamos en Amsterdam. Aquí trabajábamos en la cafetería Machu Picchu y vivíamos en el apartamento del dueño en el sótano, donde también abría sus bolsas que contenían chocolate, en las que literalmente vadeábamos. Todo el tiempo teníamos un pedazo puntiagudo de la hierba procesada bajo nuestros pies, como el pequeño gatito agresivo en casa, que en cualquier momento saltaba sobre nuestro cuerpo y se aferraba con sus pequeñas garras afiladas.

Yo no tenía talento de llevar las cuentas de la cafetería. Rodeada por las montañas de Macchu Picchu en forma de la decoración pintada de las paredes, las alfombras tejidas y la música del CD de flauta de Pan en repetición, fue una experiencia vertiginosa para mí. Ni una sola vez fui capaz de poner la cantidad justa en la bolsa de papel blanco con una fresa y dársela al hombre que venía todos los días a las doce a recogerla.

Fui la primera en volver a Copenhague, Lisbeth llegó seis meses después. Ella ya no era la novia del dueño de la cafetería y su cara estaba amarilla y llena de odio..

Me han dado la llave. La llave de La Torre Óptica. Lo encontré primero, lo vi primero. Me encanta la torre.

          Puedo estar aquí tres horas, luego tengo que irme. Escribiré toda la historia hoy, en este espacio que conozco tan bien. No he estado aquí en veinte años, pero rápidamente me siento como en casa en lo alto del astillero Burmeister and Wain, que tiene 175 años y está fuera de servicio, con vistas a todos los lados más allá de Copenhague. Estoy sola aquí arriba. Está tranquilo, sólo con un leve zumbido de los barcos grandes y pequeños del puerto. Debajo de mí, en el gigantesco hangar naval, hay una actividad de hormigueo de los muchos escaladores que con manos y pies entrenados se aferran a los bultos de colores en las paredes artificiales de la montaña. Esta es buena gente, la del club de escalada. Como dije, me acaban de dar la llave, así sin más. Por supuesto, después ellos van a leer el artículo sobre La Torre Óptica.

Hace veinticinco años en mi bolso siempre llevaba el pasaporte, en caso de viajes impulsivos al extranjero, además de crema solar, agua, cartera, llaves, mi primer teléfono móvil y probablemente también algo de comida. Tal vez acababa de salir de mi trabajo en la cocina o tal vez no había habido trabajo para mí ese día en la agencia de trabajadores ocasionales. En todo caso, mi manejo de la ansiedad siempre fue el movimiento, que en este día me llevó por primera vez al viejo astillero en la península de la capital, Refshaleøen, con una vista de Suecia por un lado y del castillo de la reina danesa por el otro.

Con el objetivo de encontrar una combinación común de vivienda y taller de pintura, ahora me movía por el astillero desierto y abandonado como un gatito, donde los últimos 1350 empleados habían sido despedidos hace aproximadamente un año, cuando el astillero finalmente quebró después de veinte años de conflictos caóticos. Loncheras, gorras azules y ropa de trabajo estaban por todas partes mezcladas con herramientas dejadas en el suelo. Las colillas de cigarrillos aún brillaban; tal vez un rastro de los pocos artesanos despedidos que seguían desempolvando como fantasmas solitarios que utilizaban las máquinas aún funcionales del astillero para proyectos privados. De vez en cuando se escuchaba brevemente un sonido fuerte y metálico o saltaban chispas a la vuelta de una esquina, pero por lo demás todo estaba tranquilo, grande y luminoso, como después de un accidente. El aire se sentía radiactivo.

Ninguna puerta estaba cerrada con llave, pero todas podían abrirse con una patada o un golpe con el hombro seguido de un fuerte sonido lastimero. Detrás de las puertas había pasillos sinuosos y habitaciones con montajes misteriosos salpicados de herramientas desconocidas y chismes metálicos. Como mujeres vacías dando a luz, los cinco hangares navales yacían abandonados y expuestos a la intrusión. El hangar naval más grande era casi aterrador por su cantidad de nada, con un poco de incomprensibilidad del universo en su interior; sin embargo, el espacio del hangar se caracterizaba por una soledad gris que resonaba profundamente en el alma.

Con esta sensación en mi cuerpo, vagué por el astillero en desuso durante muchos días. Entre medias, me fumaba un porro, miraba el ritmo del agua del puerto o me echaba una siesta al sol si encontraba un lugar particularmente bueno donde me sentía segura..

Un día estaba dentro de un almacén en que todo estaba construido con tablones fuertes e impregnado con mordiente oscuro. Estaba cálido y seco y el lugar me parecía adecuado para taller y alojamiento. De repente, un hombre apareció al pie de la escalera mientras yo bajaba. Con su cabello medio largo y decolorado por el sol y los collares de perlas amarillas, verdes y naranjas cerca del cuello, parecía un tipo de surfista con un poco de sobrepeso.

—Hey, what´s up? —dijo como si fuéramos viejos amigos. Tal vez esta era mi oportunidad y le conté sobre mi misión como buscador de taller.

—Sí, es un lugar genial, ¿verdad?, Soy el responsable de todos los contratos de arrendamiento aquí como persona de contacto de la administración del municipio; Llámame si encuentras algo que te guste, ¿de acuerdo? —me dio una tarjeta con sus datos y nos seguimos a través de una plaza, mientras habló con gran pasión de la presión de jóvenes que habían abierto los ojos al potencial de la zona.

—Todo el mundo quiere un pedazo del pastel, ¡Esto iba a ser grande, muy grande!

Como un vagón de tren de setenta metros de altura, La Torre Óptica se construyó sobre un hangar naval como una mano que agarra. En el pulgar o a un lado estaba la escalera que conducía a la única habitación de la torre, que estaba en la parte superior del hangar con el vacío debajo. Había evitado durante mucho tiempo este edificio porque su interior tenebroso y su silbido me habían sacado de sí varias veces. Pero hoy sería y caminé con pasos insistentes y temblorosos por la estrecha escalera tapizada con un material gris y áspero. Junto con el viento un poco de luz entraba por las ventanas viejas y polvorientas. Mi miedo a las alturas no me ayudó y forcé la mirada hacia arriba mientras me agarraba con fuerza a la delgada barandilla de hierro. El ascenso se sintió como una eternidad, y supuse que esta era la cantidad exacta de tiempo que me llevaría a escribir una novela – es decir, escribirla dentro de mi cabeza.

Dentro de mí ahora existe una gran biblioteca sólo con libros producidos en esta escalera y hoy se agregaron dos nuevos a la colección. Ahora estoy en casa, es de noche, mi hija está durmiendo. No terminé el cuento y sigo escribiéndolo con el poder que saqué de la torre.         .

Como caracoles después de una noche lluviosa, el suelo de madera del cuarto de la torre estaba cubierto de placas de vidrio que se rompían bajo mis suelas. Estudié una de las placas cuadradas, que eran del tamaño de media postal, y vi el contorno de un barco desde arriba en forma de líneas transparentes sobre el vidrio negro. Una segunda y tercera placa mostraba otras variantes de los esqueletos de barcos. En el centro del cuarto había tres cajas en forma de ataúd con una distancia de unos pocos metros montadas en el suelo. Encima de cada caja había un instrumento de hierro negro que parecía un microscopio gigante. Me acerqué a una caja y sentí una succión en mi diafragma mientras mi mirada caía a través de un portillo abierto y directamente hasta el fondo del hangar naval vacío abajo. La conciencia de la cantidad de nada que había entre el suelo bajo mis pies y el plano del hangar me mareaba y necesitaba orinar constantemente, pero después de unos días llegó una sensación más constante de estar en un avión o en un barco con el mundo del mar debajo de mí.

Una noche llevé una gran linterna a la torre. Había logrado montar una placa de vidrio en el instrumento, por encima de la abertura que daba al hangar naval. Se había cortado la energía de la torre, por lo que quise reemplazar la fuente de luz del instrumento por la linterna y así revivir el antiguo astillero. Cuando oscureciera por completo se podría ver la nave iluminarse desde el fondo del hangar como un barco fantasma. Sin embargo, mi fuente de luz no era lo suficientemente fuerte ni precisa, sino que arrojó sólo un brillo difuso y lanudo en el hangar sin capturar los detalles del dibujo del barco.

Al día siguiente estaba buscando una lámpara más fuerte, pero nunca la encontré hasta que me ofrecieron un taller en el centro de la ciudad con un alquiler muy bajo, que acepté de inmediato. Los primeros días trabajé sola en el taller rodeada de pinturas de caracoles de una persona desconocida. Un sacerdote de la iglesia local compró una pintura mía, un paisaje largo y cambiante. Después de eso, conocí a los novios Tomêk de Polonia y Ole, que también frecuentaban el taller. Ole hizo algunos dibujos enérgicos y tribales con un lápiz. Sólo una vez vi a Tomêk en acción creativa, concretamente el día que entré por la puerta del taller y él estaba parado, frente a mi pintura de Cristo, con el brazo levantado con un pincel con pintura negra en la mano. Lo detuve inmediatamente. Su explicación fue que siempre había querido trabajar con un artista loco y que había querido poner una corona de espinas en la cabeza de Cristo. Yo no compartía el deseo de cooperación de Tomêk, pero a pesar de su comportamiento ilimitado y su diagnóstico de VIH, me quedé hechizada y profundamente enamorada de él. Con sus dos ojos verdes, su pelo corto y rizado y decolorado, parecía David Bowie o cualquier otra persona parecida a un elfo con su cuerpo largo y estrecho. Lisbeth pensó que ser gay era sólo una obsesión artificial por parte de Tomêk, porque ella podía sentir que él quería agarrar su cabello largo, liso y rubio y atraerla hacia él. Sin embargo, Tomêk sugirió que él y yo comenzáramos una relación mientras fingíamos que Lisbeth y Ole eran nuestros hijos discapacitados. Debido al creciente número de porros en el taller y junto con la constante música de Tuxedomoon, mi enfoque en la pintura bajó.          .

Un día, Ole entró en taller y nos dijo que había encontrado un nuevo y mejor taller.

—¡Un taller fantástico! —Él ya había firmado el contrato, y su novia, por supuesto, también me invitó a trabajar en el nuevo lugar.

Estábamos en lo alto, había una gran caída hacia abajo. Como de costumbre, sentí el terror en mi abdomen, en mi coño para ser exacta. Habíamos salido por una de las pequeñas y estrechas ventanas de la parte superior de La Torre Òptica y ahora estábamos sentados en el techo negro y curvo que cubría el enorme hangar naval debajo de nosotros. Tomêk me ofreció el porro de bienvenida y posó la vista en la central nuclear de la costa sueca, a nueve kilómetros de la capital danesa y luego dijo.

—No puedo creer que esta torre sea ahora nuestra, y luego ese nombre ¡Me encanta! ….¡Mira! Ahí va Danni elfo, el puntito, ahí —a lo lejos, vi a una persona vestida toda de morado y con rastas en la espalda desaparecer en un almacén.

—Do you enjoy the view?! —la voz sonó pequeña y lejana y el punto rojo ondeó desde la plaza. Fue el surfista, la persona de contacto de la administración municipal.

—Yeah, it´s so cool! Thanks a lot! —gritó Ole, devolviéndole el saludo alegremente.

Nunca pinté ningún cuadro en la torre, sino que la utilicé como un punto de fijación física en mi vida. Tomêk siempre estuvo ahí. Sin duda, allí podría encontrarlo, en la cima de la torre con un porro, después de haberme arrastrado por la ciudad y mi propio caos interior. Una vez escribió un cuento sobre mí, en la que yo era una reina. Con su látigo restallando sobre los lomos de los ciervos corrió a través del paisaje helado del amanecer en su trineo, el cielo era rosa y dorado. Las ramas se rompieron, las plantas y los arbustos fueron arrancados de raíz mientras los pájaros aliviados, asustados y chillando, los zorros y los animales pequeños huyeron despavoridos por todos lados mientras la reina perseguía el paisaje con una fuerza temible e impaciente en su camino hacia La Torre Óptica.

De camino a casa por la noche, Àngel del chorro dorado siempre me cuidaba. A veces estaba tan torcida y cansada que literalmente me quedaba dormida en la bicicleta y me desviaba del rumbo. Los conductores y los otros ciclistas me maldecían y me gritaban, pero siempre lograba encontrar el camino de nuevo antes de que alguien me golpeara.

Otras veces andaba a pie toda la noche después de la torre o Pusher Street. Conocía todos los quioscos de Copenhague; a menudo entraba para comprar un cigarrillo, es decir, solo un cigarrillo en vez de todo el paquete. Porque cada vez, como con el porro, estaba convencida de que ese sería el último cigarrillo de mi vida; mañana limpiaría mi cuerpo para siempre. No como Lisbeth, que, con los dos pies bien plantados en la tierra, quería comprar tres paquetes de Cecil Rojo de una vez porque era práctico. Los dueños siempre me miraban con una mirada inexpresiva e hipnotizada, nunca sexualmente, mientras me entregaban mi pedido. A veces no entendían lo que quería comprar, y tenía que explicarme en lenguaje de señas o inglés. Eran hombres árabes o indios. Siempre había varios de ellos juntos en el quiosco, dos, tres o cuatro de ellos, era obvio que estaban pasando un buen rato. Sin embargo, siempre se quedaban perplejos por mi llegada y su charla era silenciada. ¿Qué pasó con esa chica?

A mí me gustaban especialmente los indios, pero eran raros. Eran como gatos cerrados y amistosos, medio dormidos o retraídos en sus propios mundos interiores. Érase una vez uno de los indios que trató de enseñarme a tocar el tabla en su habitación trasera ya que ya yo estaba estudiando el sistema de música indio konnakol. Pero sólo fui allí una o dos veces. No sé por qué lo dejé, era un buen tipo.

El nombre del Àngel del chorro dorado estaba relacionado con su función, que sólo yo utilizaba después del anochecer. De hecho, no sabía si él trabajaba a la luz del día. Pero se trataba simplemente de si yo tenía que mear y no importaba dónde estuviera, siempre podría ponerme de cuclillas como lo hacemos las mujeres y nadie me vería ni me sorprendería en esta situación intima, ni siquiera un perro. Simplemente, nunca sucedió que estuviera expuesta durante los diez años que deambulé por las calles como un habitante de Marte, lo cual es estadísticamente ilógico. Cada vez que se posaba la campana de cristal sobre mí y todos los sonidos y luces se atenuaban durante cuarenta segundos, me quedaba impresionada. Después de eso la noche volvía a su forma acostumbrada.          .

No fuimos sólo nosotros los engañados, todos fueron engañados: Danni Elfo, los artistas del cristal, la banda de samba, los peluqueros, los trompetistas, los ceramistas, los DJs, en fin, todos los que habían firmado un contrato de arrendamiento con el surfista, para conseguir un pedazo del viejo astillero. Se había ido a Brasil con los depósitos y los ingresos del alquiler y nadie lo ha visto desde entonces.           .

—¿Qué haces? —Lisbeth me mira con sus penetrantes ojos azul claro y su largo cabello rubio de hada. He intentado olvidarla durante veinte años, pero ahora está aquí de nuevo. El tiempo no la ha cambiado, las mismas mejillas redondas, la misma cutis clara y aterciopelada. —Lisbeth, ¿qué haces aquí? —ella no responde, sino que se queda quieta y me mira desde la puerta de la sala de estar. Luego viene la conocida línea de escepticismo entre las cejas y se acerca a mí. Instintivamente pongo mis manos frente a mi cara, tal vez ella quiera pegarme. Yo había dejado de contestar a sus llamadas, de escuchar sus mensajes, como una cobarde.

—Mamá, ¿Por qué me llamas Lisbeth?, ¿Estás despierta? —me sacude con ambas manos, la computadora está a punto de caer al suelo. Ahora me doy cuenta de mi absurda equivocación.           —¡Mi hija!, lo siento, cariño. Estoy escribiendo un cuento sobre una chica que se llama Lisbeth y se parece mucho a ti, por eso…. pero es de noche, ven, te acostaré otra vez.             —¿Quién es Lisbeth? —mi hija parece muy despierta.

—una amiga que tuve una vez, pero ya no la conozco.

—¿Puedo ver? ¡Léemelo! –—se estrecha contra mí en el sofá y se cubre con una manta, lista para escuchar.

—Está escrito en español, no suele ser tu favorito… —normalmente, el idioma español es el enemigo de mi hija porque le roba a su madre, pero esta noche no es así.

—Entonces cuéntalo en danés, venga, por favor —dudo un poco, buscando las palabras.

—Lisbeth tenía una vida difícil, pero sobre todo aburrida. Realmente aburrida, de hecho, tenía una vida extremadamente aburrida.

— Pero ¿Por qué escribes sobre eso si fue TAN aburrido? — pregunta.

— Para no olvidarlo, si lo escribo, no tengo que recordarlo, inteligente ¿verdad?

— No lo entiendo, no tiene sentido—mi hija tiene razón, se me empañan los ojos.

—¿Por qué lloras, mamá? —toma mi mano entre las suyas.

— Sólo estoy cansada, pero también porque nunca ayudé a Lisbeth; ella era una persona realmente perdida.

—Pero tú no eras así, mamá. Me alegro de que no seas como ella.

—Yo también, mi amor. Muy feliz.

 


Trine Kestner nació y creció en Dinamarca. Ahora es estudiante de lengua y cultura españolas y latinoamericanas en la Universidad de Copenhague. Escribe cuentos para la revista Hendes Verden y trabaja como terapeuta de jóvenes y adultos con diversos tipos de adicciones. Anteriormente, producía y vivía de su cerámica.

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