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Reconocimiento apropiado

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Reconocimiento apropiado

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Siete de la tarde: bajarse del auto, dar cinco pasos, girar la perilla. Siete con cinco minutos: entrar a la casa, la cocina. Siete con diez minutos: Abrazar niños, sonreír, sonreír, sonreír. Siete con quince: Ir con esposo y preguntarle “¿cómo te fue amor?”. Besos.

Él sabe. Sonríe. Finge también. La farsa es buena, la tiene bien practicada y bajo control, es su única manera que tiene de no matar a nadie. No porque tenga sentimientos de cariño hacia ellos, sino porque son útiles para esconderse y poder vivir.

Es un teatro. Un cuento que se repite. Un circo, con todo y payasos, actores y animales. Y en el centro, la navaja fiel. La mano que la ciñe. La voluntad que la maneja.

A ella le gustaba hacer las cosas bien, ponía atención a esos detalles que a nadie parecen importarles. Al final se cansó de pretender y con un cuchillo, eliminó a su familia. Fue un lamentable accidente del cual nunca sospecharon de alguien. Su vida cambió a una solitaria.

Mataba de uno en uno, pero la adrenalina logró que el número de víctimas aumentara, quitándole la vida a cinco personas en un solo ataque. Su modus operandi era variado, no despreciaba ninguna herramienta, técnica o víctima, por lo que no se ajustaba a ningún perfil de asesina serial. Se le hacía una estupidez eso de elegir personas con ciertas características físicas, rango de edad, género o porque te recuerda a alguien. Le daba igual si eran chinos, mexicanos, blancos o negros. ¿Por qué limitarse cuando matar a cualquier persona le provoca placer? Todos tienen ojos. Y en todos los ojos, la mirada, y en cada mirada, la luz que se extingue.

Sin embargo, una noche, sentada frente al espejo tuvo un momento de reflexión planteándose su papel en la sociedad. Sin ella, el mundo no tendría miedo. Si tenía esa habilidad debía haber una razón. Había encontrado su función en el mundo. La vida la había hecho así, pero no debido a un evento traumático. Sus padres eran normales, la educaron con respeto y amor. Estudió, pero antes de graduarse, su historial criminal había comenzado.

Su momento reflexivo la había llevado a pensar que era momento de retirarse, buscar el placer en una actividad honrada, encontrar un trabajo, dejar su vida solitaria, hacer amistades. Después de un momento de analizar las cosas, se dio cuenta que aquella profesión no era como dejar de fumar.

Se sentía superior que las autoridades, ya que no habían podido atraparla después de sus víctimas, hasta el día de hoy. La autopsia de su última víctima reveló una pista que fue de ayuda para identificar a esta asesina. Su último deseo se cumplió: dejar de ser anónima.

 


Nohemí Corral Almada. Estudiante en la Licenciatura de Psicología. Integrante del Taller de Narrativa y Poesía, impartido por el Centro Cívico S-Mart, en el cual cuenta con una publicación de antología. También cuenta con una publicación del Taller de Minificciones, impartido por el profesor José Juan Aboytia. Colaboradora de la Revista CASA.

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