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La percepción de lo maravilloso: del Preste Juan de Indias a Baudolino y los algoritmos

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La percepción de lo maravilloso:
del Preste Juan de Indias a
Baudolino y los algoritmos


¿Quién no ha deseado alguna vez escapar de la realidad, los problemas y la vida cotidiana, e ir en busca de algo más extraordinario? Desde el inicio de los tiempos, la humanidad ha tenido una fascinación por lo desconocido y una necesidad irresistible de creer en la idea de un Paraíso, un País de Jauja, una Atlántida, impulsando tanto la exploración física como la invención y transmisión de leyendas. Estos
loca ficta o lugares maravillosos ya sean legendarios o imaginarios, han servido no solo como avisos de lo que podría encontrarse más allá de las fronteras de lo que era conocido, sino sobre todo como refugios de esperanza, ejemplos de perfección acaso inalcanzables. Este anhelo por lo inexplorado y lo fantástico ha permeado las narrativas de cada época, anclándose en las creencias y circunstancias de las sociedades donde se crearon, pero convirtiéndose también en testimonio de las aspiraciones de sus lectores.

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La leyenda del Preste Juan de Indias configura uno de estos espacios maravillosos. La historia del Preste y su reino ha sido objeto de numerosas adaptaciones literarias, teológicas y artísticas a lo largo del tiempo, desde sus raíces en la Edad Media; y se destaca por su pervivencia en diferentes épocas, sobre todo como símbolo de un lugar de abundancia y bienestar. Sin embargo, esta pervivencia no solo es un reflejo de los ideales y creencias de una época, sino también un parámetro para ver cómo cambian nuestras percepciones de lo ideal en su enfrentamiento con la inescrutable realidad.

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Este ensayo busca explorar cómo la noción de lo maravilloso ha evolucionado a lo largo de la historia, desde la Edad Media hasta la era digital, utilizando la leyenda del Preste Juan como una constante literaria y cultural. Se argumentará que, a pesar de los cambiantes paisajes sociales y tecnológicos, el anhelo humano por lo maravilloso ha permanecido constante, manifestándose a través de nuevas formas que reflejan las aspiraciones y limitaciones de cada época.

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Maravillas medievales: el amanecer de la leyenda del Preste Juan de Indias

Desde la Edad Media, la idea del Preste Juan y su reino ha ocupado un lugar destacado en el imaginario europeo. Una parte significativa del espacio literario de la época estaba compuesta principalmente por historias orales, crónicas y cartas, que sirvieron, en sus constantes reelaboraciones, como caldo de cultivo para transmitir esta leyenda, alimentando la imaginación colectiva. Al Preste Juan ya se había mencionado en varios documentos medievales, como De adventu patriarchae Indorum ad Urbem sub Calisto papa secundo, del año 1122; el manuscrito Epistola ad Thomam comitem, atribuido a Odón de Reims; y un texto del historiador y obispo Otón de Freising en 1145 (Lalanda, 2004, p. 11-12). Pero fue durante las cruzadas de 1165 cuando se plasmó su fuente más importante, con una carta en latín que inesperadamente llegó al emperador bizantino Manuel I Comneno y que anunciaba a un poderoso aliado cristiano en oriente. Desde entonces este mito comenzó a ganar terreno y a expandirse por toda Europa (Chimeno del Campo, 2007, p. 424).

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En la carta, una persona nombrada Juan, que se proclamaba monarca de las Tres Indias y sacerdote, se presentaba como un ser de gran riqueza y poder, y aseguraba con la misiva una relación amistosa con el destinatario, el emperador Manuel. Como todo locus fictus, el documento sobre todo se centraba en describir la grandeza, riqueza y poder del reino del Preste Juan; así como las maravillas naturales, fauna, flora y aspectos religiosos y culturales de su imperio. Al Preste Juan se describe como el “Señor de Señores”, un cristiano devoto y protector de los fieles bajo su imperio, que abarcaba setenta y dos provincias con sus respectivos reyes vasallos.

Siguiendo también el modelo de los lugares maravillosos, el palacio del Preste Juan se describe como construido con los materiales más nobles que podía encontrarse y que incluía un espejo maravilloso, situado entre el palacio y la plaza, que le permitía ver todo lo que sucede en su reino y en las regiones adyacentes. El reino, según la carta, abarcaba las tres Indias, desde la India Ulterior hasta Babilonia la Desierta. En uno de aquellos reinos afirma la misiva la existencia de una isla donde caía maná del cielo y sus habitantes rejuvenecían bebiendo de una fuente milagrosa. Además, según la relación, existía una piedra prodigiosa que ofrecía curación a los cristianos y a quienes buscaban dicha fe. El reino albergaba una diversidad de animales tanto reales como míticos, incluyendo elefantes, dromedarios, camellos, hipopótamos, grifos, etc. Así también como seres semihumanos: lamias, pigmeos, cinocéfalos, gigantes y cíclopes. En el dicho reino, afirma el texto, fluían ríos con leche y miel; y el río Indo transportaba piedras preciosas. Se documenta también la existencia de una hierba que protegía de los malos espíritus, y piedras “midriosas” que fortalecían la vista y otorgaban el poder de la invisibilidad. En la sociedad del reino, señala la carta, prevalecían las buenas costumbres, los bienes eran comunitarios, y los vicios y la mentira se desconocían (La carta del preste Juan).

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El mensaje central de la carta atañe a la promesa de ayudar a los cristianos occidentales a recuperar las tierras santas ocupadas por los turcos. La carta fue compartida con el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico Barbarroja, reavivando así la idea de un posible triunfo definitivo de los cruzados. Alimentó los deseos y, lo que es más importante, la confianza de los cruzados que buscaban aliados en su lucha contra las fuerzas no cristianas (Chimeno del Campo, 2007, p. 424). La idea de un poderoso monarca cristiano en Oriente, dispuesto a unirse a los europeos, resultaba sumamente atractiva y fortalecía las esperanzas de victoria en la guerra santa (Chimeno del Campo, 2010, p. 117-118).

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No obstante, el impacto de la carta del Preste Juan no fue solo geopolítico. Más allá de su valor estratégico, la carta reflejaba los anhelos y carencias de una Europa medieval en constante cambio y sujeta a guerras, pobrezas, pestes, etc. A diferencia de un lejano Paraíso o el carnavalesco País de la Cucagna, como contraste de estos males, el reino del Preste Juan se presenta como real e incluía elementos más prácticos. Por ejemplo, frente a los males de la época ofrecía un contraste idealizado de lo que podría ser una sociedad perfecta. En ella, la humanidad encontraba un espacio idílico que prometía una confluencia de lo celestial y lo terrenal, donde las necesidades estaban satisfechas y los valores cristianos eran la norma y triunfaban inquebrantablemente (Chimeno del Campo, 2014, p. 429-430). El reino del Preste Juan se convirtió en un refugio donde la moral y la justicia reinaban, ya que se menciona en la carta que allí nadie mentía, cometía adulterio o robaba (Lalanda, 2004, p. 97).

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Si se compara la realidad de la época con la de este reino perfecto, se puede ver una crítica implícita a las sociedades europeas contemporáneas y sus deficiencias morales. Este efecto dual de la carta –servir tanto como un ideal y como una crítica– se extendió más allá de los documentos oficiales y las misivas. En efecto, la literatura de viajes medievales se convirtió en otro medio significativo para la difusión y evolución del mito del Preste Juan.

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A través de los ojos errantes: el Preste Juan en relatos de viajeros medievales

Los libros de viajes de la época actuaban como vectores culturales que no solo reflejaban la concepción geográfica de su tiempo, sino que también contribuían activamente a la perpetuación y ampliación de las historias míticas y los espacios maravillosos. Estos textos se convirtieron en espacios literarios en los que el mito del Preste Juan experimentó una evolución significativa en su contenido, al mismo tiempo que “aseguraba” como verdadera la creencia en la existencia de un reino oriental gobernado por un poderoso monarca cristiano y lleno de maravillas.


Seis obras, en particular, emergen como baluartes de este género, cada una dejando una huella indeleble en la narrativa medieval. Estas son: los
Viajes de Marco Polo (1299), Los viajes de Sir John Mandeville (apróx. 1347), el Libro del Conosgimiento (apróx. 1390), la Embajada a Tamorlán de Ruy González de Clavijo (1406), las Andanzas de Pero Tafur (1439), y la Historia del Infante don Pedro de Portugal, atribuida a Gómez de Santisteban (segunda mitad del siglo XV). Hay que destacar que de estas seis emblemáticas narrativas, solo tres (los Viajes de Marco Polo, las Andanzas de Tafur y la Embajada a Tamorlán de González de Clavijo) se basaban en viajes auténticamente realizados; aunque incluso en ellos puede constatarse la imaginación desbordante de sus autores, demostrando la fusión entre la realidad vivida, la fantasía y la manipulación evidente de la literatura de viajes medievales (Chimeno del Campo, 2007, p. 424).

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Dentro de estos relatos, las descripciones del Preste Juan y su reino variaban, debido a las influencias externas (otras fuentes) como a las interpretaciones personales de los autores. Marco Polo despojó al personaje de su idílica idiosincrasia, identificándolo con el rey turco-mongol Uncán y anclándolo más en la historia real que en la fantasía. Situó el reino del Preste Juan en Asia, estrechamente relacionado con el imperio mongol. Por otro lado, Sir John Mandeville presentó un reino ubicado en las Antípodas de Gran Bretaña, lleno de maravillas y prodigios, sugiriendo un “mundo al revés”. Contrariamente a estas visiones asiáticas, el autor del Libro del Conosgimiento situó al monarca en África, en Nubia y Etiopía, lo que revelaba las vacilaciones en la percepción geográfica de la época.

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Es más interesante el caso de Pero Tafur, como testimonio de la maleabilidad de estas fuentes. En sus Andanzas, Tafur menciona y describe el reino del Preste Juan, indirectamente, a través de su encuentro con el comerciante veneciano Nicolo de Conti, quien le aseguró que recién había llegado de la India y había sido huésped del Preste. Tafur reproduce el relato de Conti que, aunque vago en su geografía, sugiere un reino cristiano poderoso en algún lugar de Asia (Chimeno del Campo, 2007, p. 427). Se le presenta como un gran señor con veinticinco reyes a su servicio, un líder reverenciado y temido. Los habitantes del reino son descritos como católicos y buenos cristianos, aunque no seguían a la iglesia románica. Así mismo relata que había muchos animales exóticos, pero menciona en particular que había visto muchos unicornios, así como un elefante muy grande y blanco que adoraban como a un Dios (Andanzas, p.163-165).

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Ruy González de Clavijo y Gómez de Santisteban también ofrecen visiones adicionales del reino, basándose en interacciones reales o imaginadas con viajeros y locales. Estas representaciones diversas no solo ilustran la fluidez de la geografía medieval y la naturaleza evolutiva de los mitos, sino que también resaltan el papel crucial de los relatos de viaje en la construcción y perpetuación del mito del Preste Juan (Chimeno del Campo, 2007, p. 427-428). Es importante recordar que un relato de viaje llevaba implícito el peso de la experiencia propia del testigo; aunque no sea más que una miscelánea de fuentes diversas bajo la estructura de una relación, diario o bitácora.

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Los libros de viajes debieron de cautivar la imaginación de la sociedad medieval, y dada la alta estima y autoridad de la palabra escrita en ese tiempo, la línea entre realidad y fantasía podía desdibujarse fácilmente. Muchos aceptaban de buena fe que los autores habían viajado y atestiguado las maravillas que describían. Sin medios fiables para verificar estos “cuentos”, se consolidaban como reales. Esta creencia fue tan arraigada que impulsó a exploradores y aventureros a seguir emprendiendo expediciones durante aquella época en busca de confirmar la existencia de tales reinos y maravillas. Es lo que hizo Tafur, por ejemplo. Así, ya fueran narraciones basadas en hechos reales o invenciones, estos relatos moldearon las percepciones y creencias de una sociedad sedienta de conocimiento y de asombro. En este contexto, el Preste Juan no solo simbolizaba un enclave utópico de anhelos y esperanzas, sino que, junto con otros paraísos terrenales trataba de anular las carencias y necesidades de la sociedad europea (Chimeno del Campo, 2010, p. 129-131).

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Como se puede observar, los relatos de viaje trascendieron también la mera crónica de descubrimientos para convertirse en instrumentos de crítica de la sociedad. Por ejemplo, si vemos la representación de Tafur en el contexto de la famosa carta, observamos que el Preste Juan ha adquirido un poder más modesto, y que el énfasis en la grandeza, riqueza y poder del reino, incluyendo elementos maravillosos, se ha remplazado con aspectos más culturales y terrenales, como animales exóticos y prácticas locales concretas. Además, aunque todavía se presentaba como cristiano devoto, el Preste Juan y su pueblo no seguían a la iglesia católica, lo cual podría interpretarse como una resistencia frente al Papa, ofreciendo la imagen de un líder cristiano ideal, libre de las políticas de la Iglesia romana.

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En resumen, estos textos permitieron adaptar y redefinir la percepción de un mito o leyenda, evolucionando su lectura e interpretación a medida que cambiaban las circunstancias y se acumulaba nuevo conocimiento, todo ello en el contexto de una temprana expansión territorial y cultural, que juntaba el mundo conocido con lo desconocido. Pero en el que pervivía el deseo por lo maravilloso.


Maravillas doradas: espejismos literarios del Siglo de Oro

La expansión territorial de España y el descubrimiento de nuevas culturas marcaron el inicio de una nueva era. El Renacimiento proporcionó un nuevo tipo de espacio literario, más diverso y sofisticado, que permitió una exploración más matizada del mito. En este contexto de cambio y descubrimiento, la percepción del Preste Juan también experimentó una transformación. Ya no se le veía simplemente como un rey en tierras distantes: su reino se convirtió en un espejo literario en el que la sociedad española reflejaba sus creencias, valores y aspiraciones. Esta versatilidad no es única del mito del Preste Juan. De hecho, como señala Rueda (1993, p. 83-87), la representación del Preste Juan comparte rasgos característicos con otras narrativas de la época, subrayando cómo las historias populares y la literatura más formal pueden influenciarse mutuamente. En aquel momento se retomó y adaptó la leyenda, empleándola como un prisma para examinar y reflexionar sobre su propia sociedad. Los espacios maravillosos, plasmados en obras de este periodo, se erigieron como escenarios para explorar temas morales, espirituales y filosóficos.

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Dentro del paisaje literario del Siglo de Oro, el mito del Preste Juan se reinventa, encontrando su lugar con dos usos predominantes: 1) como término hiperbólico de comparación y 2) como ejemplo de riqueza proverbial. Bajo el primer uso, encontramos referencias en obras tan icónicas como El Quijote, así como en El celoso extremeño y La ilustre fregona, de Miguel de Cervantes. También autores como Tirso de Molina (Privar contra su gusto), Francisco de Leiva (Cuando no se aguarda), y José de Cañizares (Por acrisolar su honor), también integraron esta historia mítica en sus obras dramáticas. En cuanto al segundo uso, se resaltan obras como algunos poemas de Baltasar de Alcázar; el Romance del moro Calaínos; o la comedia El castigo de la miseria de Juan de la Hoz y Mota. Además, Lope de Vega, entre otros, lo emplea en contextos jocosos o a través de personajes que no están en su sano juicio. Esta variedad en su representación resalta la versatilidad y profundidad del cuento en la literatura española (Baranda, 1992, p. 362-363).

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No solo representaba un ideal lejano, sino que también se había arraigado como un símbolo cultural en un momento histórico decisivo para España (Baranda, 1992, p. 363). Se puede pensar que la razón por la cual el mito del Preste Juan fue un tema recurrente en la literatura del Siglo de Oro se debe a varios factores. Primero, encarnaba las aspiraciones imperiales de una España en rápida expansión, ofreciendo una visión idealizada de lo que podría encontrarse en los “nuevos mundos” que estaban siendo descubiertos. Segundo, se convirtió el Preste Juan en un símbolo de la fe cristiana en un momento en que la religión católica se enfrentaba a la avanzada protestante en Europa, que unos años más adelante propiciaría la Guerra de los Treinta Años. Finalmente, ofrecía una rica fuente de material simbólico y alegórico que los escritores barrocos podían utilizar para explorar temas complejos como la moralidad, la identidad y el poder.

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Baudolino: entre las brumas del mito y la memoria del reino perdido

Mientras las generaciones anteriores buscaban dar sentido al mundo a través de estas narrativas, Umberto Eco, en su novela Baudolino (2000), hace algo más audaz: no solo revive el mito del Preste Juan a través de la tradición de los relatos de viajes medievales, sino que también interroga la naturaleza de la verdad usando la historia y el mito como punto de partida. Al igual que viajeros como Pero Tafur basaban sus crónicas tanto en sus observaciones directas como en los rumores y cuentos que escuchaban en sus viajes, Eco teje una narrativa que mezcla la historia con su propia interpretación de ella. En este sentido, su novela Baudolino se presenta casi en un estilo “documental” que refleja la naturaleza crédula y misteriosa de la sociedad medieval. Por lo tanto, la obra no solo puede considerarse una adaptación contemporánea del relato legendario, sino que también problematiza sobre cómo las leyendas influyen en nuestras percepciones de la realidad y decisiones sobre lo que es ficción y verdad histórica. La novela va más allá de una recreación narrativa de la búsqueda geográfica del Preste Juan y se convierte en una indagación sobre cómo las historias que contamos moldean nuestros deseos, transformando la percepción de la realidad.

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La historia, ambientada en la Edad Media, se cuenta a través del personaje principal Baudolino. Se trata de un mentiroso nato que contribuye a construir el reino del Preste Juan y lo que hay en él; además, es el genio (o uno de los de ellos) detrás de la legendaria carta del Preste. Increíblemente, y a pesar de que es consciente de que el Preste Juan es una invención, se embarca en su búsqueda para encontrar el legendario reino. Esta paradoja refuerza el tema del ensayo: el poder perdurable de lo maravilloso, incluso cuando sabemos que es una ilusión. La novela, por tanto, actúa como un microcosmos que refleja la eterna fascinación humana por lo desconocido y lo asombroso, al igual que los mapas y las crónicas de viaje de la Edad Media.

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La representación del espacio en Baudolino está llena de símbolos y temas recurrentes que interactúan con el mito original del Preste Juan. Estos símbolos no solo sirven para describir lugares, sino que también añaden capas de significado e interpretación. La búsqueda del Preste Juan y sus territorios míticos nos sumerge en el núcleo de una época en la que las creencias colectivas y la imaginación no solo moldeaban la percepción de la realidad, sino que podían manifestarse como una forma de realidad en sí misma. Como dice el propio Baudolino: “Sabes señor Nicetas, cuando tú dices una cosa que has imaginado, y los demás te dicen que es precisamente así, acabas por creértelo tú también” (Eco, 2011, p. 32). Hecho que se vuelve muy revelador cuando el narrador describe un encuentro con una criatura que Baudolino y sus compañeros habían inventado en la carta del Preste Juan: “Baudolino y sus amigos lo reconocieron enseguida, por haber leído y oído hablar tantas veces de él: era un esciápodo. Y, por otra parte, habían incluido esciápodos también en la carta del Preste.” (Eco, 2011, p. 348).

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La novela plantea una idea esencial sobre la creación de ideales y la necesidad de la ilusión en ellos, lo que se refleja en su referencia a la religión: “Nosotros pensamos que solo nosotros necesitamos a Dios, pero Dios también nos necesita a nosotros” (Eco, 2011, p. 270). Esta idea sugiere que no solo los hombres necesitan algo en qué creer, sino que también las creencias necesitan a las personas para existir. En este contexto, el entrelazado de historias actúa como una reflexión sobre la influencia de nuestras historias e ideales en la percepción del mundo. Con cada ficción que Baudolino conjura, no solo transforma su entorno inmediato, sino que también insufla vida en las leyendas y mitologías que fabrica. Él mismo se da cuenta de este poder al reflexionar: “Me decía: mientras inventabas, inventabas cosas que no eran verdaderas, pero verdaderas se volvían.” (Eco, 2011, p. 223).

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Baudolino sirve como un vívido retrato literario de la compleja relación entre historia y ficción en la Edad Media. En la novela, la realidad del Preste Juan trasciende un mero espacio físico, convirtiéndose en un constructo cultural mutable que se define y redefine a través de las narraciones. Este fenómeno es capturado por la idea de que el espacio es algo que no solo se explora, sino que también se lee y se escribe, lo que sugiere que el mapa no es solo el territorio.

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Más allá de su contexto histórico medieval, en Baudolino resuena el mundo contemporáneo. En una era de posverdad y noticias falsas, la novela destaca la constante lucha humana por discernir la verdad de la fantasía y enfatiza la eterna búsqueda de significado, maravilla y comprensión. Desde esta perspectiva es posible considerar esta novela de Eco como una continuación literaria de sus Apocalípticos e integrados (1964).

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Ciberutopías: la aparición de infinitos reinos de maravillas

Mientras que, en épocas anteriores, los mitos como los del Preste Juan se alojaba en cartas y libros, ahora encuentran un nuevo hogar en los espacios digitales, mundos virtuales y en plataformas diversas de internet. Las redes sociales se han convertido en los modernos “reinos del Preste Juan”, donde cada usuario es su propio rey o reina, gobernando un dominio cuidadosamente curado para reflejar una vida extraordinaria y un lugar maravilloso a su medida. Sin embargo, al igual que las antiguas cartas y relatos medievales, estos reinos digitales también están construidos mayormente sobre invenciones fantásticas.

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En estos ámbitos digitales, la noción de lo maravilloso se redefine sin cesar, influenciada por algoritmos que dictan lo que merece ser valorado o destacado. Lo sorprendente no se mide por su veracidad o realidad, sino por su popularidad o conformidad con normas estéticas o morales específicas creadas ad hoc. Por tanto, las plataformas de medios sociales y los entornos virtuales no solo proporcionan nuevas maneras de percibir lo extraordinario, sino que también nos desafían a considerar las implicaciones éticas y filosóficas de la autenticidad y el mérito de dichas experiencias. ¿Qué es verdad y qué es ficción? ¿Es el poder de estas ficciones tan gran para crear verdades, como apuntaba Baudolino?


En un mundo regido por algoritmos donde la digitalización ha borrado las fronteras entre lo real y lo virtual, nuestra percepción de lo maravilloso ha sufrido una transformación radical. En el pasado, las cartografías estaban incompletas, plagadas de territorios misteriosos y criaturas mitológicas. Ahora, esos vacíos ya se han completado con datos, pero la imaginación humana sigue forjando universos maravillosos en el ámbito digital. Las realidades virtuales nos muestran mundos creados desde cero, donde las leyes de la ciencia no se reconocen y donde lo extraordinario se manifiesta en formas antes inimaginables. En tiempos pasados, el anhelo por lo desconocido nos llevó a explorar nuevos continentes y descubrir civilizaciones. Hoy, ese mismo deseo impulsa a diseñar y habitar mundos virtuales en los cuales lo fantástico está limitado únicamente por nuestra imaginación. Por otro lado, el ciberespacio también permite “cambiar” la realidad. Las plataformas digitales como Facebook, Instagram o TikTok permiten presentar casas modernas, lugares exóticos, comidas deliciosas, cuerpos esculturales y eternos momentos felices. La cuidadosa selección de filtros y la edición de imágenes transforman la realidad en vidas perfectas. Así, a medida que la línea entre la realidad y la virtualidad se vuelve cada vez más borrosa, nos enfrentamos a nuevos desafíos éticos y filosóficos. ¿Qué significa realmente lo
real? ¿Puede una experiencia en un mundo virtual tener el mismo valor que una en el mundo físico?

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Estos medios digitales no solo ofrecen la oportunidad de presentar la realidad de manera idealizada, sino que también reflejan aspiraciones y deseos. Al igual que el Preste Juan y su reino representaban un espacio utópico de maravillas y esperanza, las redes sociales emergen como los nuevos “reinos” en los que las personas escapan a otros mundos totalmente imaginarios, o esculpen y exhiben versiones idealizadas de sus vidas, estableciendo, en el proceso, un estándar de lo que “debería ser” para los observadores. Pero, de manera similar al mito del Preste Juan, estas representaciones a menudo esconden más de lo que muestran a la luz.

Eterna odisea: la búsqueda de la maravilla perfecta

La eterna búsqueda de lo maravilloso se ha adaptado y transformado, pero nunca ha desaparecido. Es esta necesidad intrínseca de explorar y descubrir lo que continúa impulsándonos más allá de las fronteras conocidas, ya sea geográficas, literarias o digitales. En la era de las redes sociales, no dejamos de hacer scrol en la búsqueda constante de algo mejor. Al igual que el mito del Preste Juan sirvió como un faro de esperanza y curiosidad en la Edad Media, y como un reflejo de la crítica de la sociedad durante el Siglo de Oro, hoy día, las redes sociales y los mundos virtuales representan los nuevos “reinos del Preste Juan”. Estos espacios, aunque ofrecen inmensas oportunidades para la autorrepresentación y la exploración de nuevas formas de maravilla, también nos confrontan con preguntas cruciales sobre la autenticidad y el valor de estas experiencias en un mundo cada vez más confuso. En este punto de la historia cabe preguntarse: ¿es esta creación digital una forma de resignación? ¿Hemos acaso renunciado a la búsqueda de una vida genuinamente mejor para conformarnos con ilusiones digitales, o es que simplemente estamos adaptando nuestros deseos eternos a las “nuevas realidades” de nuestro tiempo?

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Obras citadas:

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Anónimo del siglo XII. La carta del Preste Juan, edición de Javier M. Lalanda. Siruela, 2004.

Baranda, Nieves. “El espejismo del Preste Juan de las Indias en su reflejo literario en España.”  Actas del X Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, edición de A. Vilanova, PPU, 1992, Vol. 1, pp. 359-364.

Chimeno del Campo, Ana B. “El reino del preste Juan y los viajeros de la alta edad media.” Actas del XI Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, coordinación de A. López Castro y M. L. Cuesta Torre. Universidad de León, 2007, Vol. 1, pp. 423-429.

Chimeno del Campo, Ana. B. “La “Carta del Preste Juan” y la literatura utópica”,

Hesperia, Vol. 13, núm. 2, 2010, pp. 117-136.

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Chimeno del Campo, Ana B. “El mito a través de sus textos. Antología de la leyenda del Preste Juan.”, Cuadernos para investigación de la literatura hispánica, 2014, vol. 39, pp. 429–524.

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Eco, Umberto. Baudolino. Traducción de Helena Lozano Miralles. Lumen-Círculo de Lectores, 2001.

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Lalanda, Javier M. “Introducción”, La carta del Preste Juan, edición de Javier M. Lalanda. Siruela, 2004, pp. 9-86.

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Rueda, Sofía M. “Los libros de viajes medievales y su influencia en la narrativa áurea.” Studia Aurea. Actas del III Congreso de la Asociación de Investigadores del Siglo de Oro, editado por I. Arellano, C. Pinillos, M. Vitse y F. Serralta, Universidad de Navarra, Vol. 3, 1996, pp. 81-88.

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Tafur, Pedro, Andanzas y viajes, edición de Miguel Á. Pérez Priego, Cátedra, 2018. pp. 155-172

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Carina Lia es estudiante en el programa de máster de español y estudios latinoamericanos en la Universidad de Tromsø, Noruega. Actualmente, trabaja en su proyecto de tesis, donde investiga la efectividad de una herramienta didáctica que ha creado. Le fascina cómo la lengua, más allá de ser un medio de comunicación, juega un papel fundamental en la creación y transformación de la cultura, moldeando así nuestra percepción y comprensión del mundo.

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Poco después del mediodía, Romualdo se detuvo calladamente en la puerta abierta de la oficina del ingeniero Zaragoza. El umbral enmarcaba su fuerte y tatemado cuerpo, vestía botas y pantalones vaqueros, camisa a cuadros desfajada, su pelo —un greñero— descansaba en sus hombros, su cara semejaba un moreno y tosco Gerónimo en la flor de la vida, cual descendiente de algún apache perdido, atrapado, en esa región entre Coahuila y Durango: La Laguna.

—Oiga inge —se dirigió con voz tosca, pero discreta a Zaragoza.

—Sí Ruma, ¿pa que soy bueno? —giró en su silla Zaragoza, dando la espalda a su escritorio.

—Pues fíjese que vengo a ver si está bien que me quede a dormir esta noche en el catre.

—¿Está noche? —pregunto Zaragoza frunciendo el entrecejo—. ¿Está todo bien?

—Es que me andan buscando los Villalongo —explicó Romualdo.

—¿Los Villalongo? —exclamó Zaragoza preocupado—. ¿Pues qué hiciste, Ruma?

—Nada inge, mi mujer me estaba gritando y la tuve que calmar.

—No me digas que le pusiste una golpiza.

—No, inge, nomás le di un puñetazo y se quedó ahí tirada. Ni aguanta nada.

—Pero ¡cómo se te ocurre Ruma! —lo regañó Zaragoza e inquirió—: ¿Y qué tienen que ver los Villalongo? Son los de la gavilla de bandoleros del pueblo, ¿verdad?

—Es que mi vieja es pariente de ellos y ya sabe cómo son —dijo Romualdo con calma—. ¿Cómo la ve?

—Ay Ruma —dijo Zaragoza, pensativo—. Pues ni modo. ¿La dejaste ahí desmayada nomás?

—Pos dejarla, lo que se dice dejarla. no —aclaró Romualdo, y agregó—: Cuando agarré pa ca, vi que mi cuñada iba rumbo a nuestra casa. De seguro le ha de haber ido con el chisme a los Villalongo.

—Ya tienes la llave, nomás deja todo ordenado cuando te levantes en la mañana.

—Si inge, nomás me voy a buscar algo pa comer y me vengo a acomodar después de la salida.

—Órale, suerte. Y ya no le des de catorrazos a tu señora, ¿eh?

—Ta bueno.

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Después de cambiarse en el baño, Santa se aproximó a la troca estacionada detrás de la destartalada canasta de básquetbol, cuyo tablero de desvencijada madera se iban comiendo los años, ubicada al oriente de su contraparte, en el único lado del patio de cemento —que hacía las veces de cancha— que no estaba rodeado por la veranda de los cuartos de trabajo. La Pili y Manuel, recargados en el mueble, platicaban.

  —Pos pa mí que el canijo perro se comió una rata muerta —dijo Santa con disgusto—. Le huele a madres el hocico, a puro cadáver. Tírenle una piedra invisible para que se vaya lejos.

Checo llegó en camiseta interior que le hacía resaltar su modesto abdomen, pantalones de oficina, con botas que no le levantaban mucho la estatura, lucía bigote y un copete abultado, salpicado de canas, advirtió:

—Nomás que no los vea el Pichón, ya ves que le tiene fe al can.

—Quihubo, Checo —saludó La Pili con su morena y correosa mano derecha, a la que le faltaba medio índice—, ¿ya se te compuso la muñeca?

—No —respondió sobándose—, ya llevo una semana y todavía no se me acaba de bajar lo hinchado.

—Pos ni modo Checo, seguirás de marcador oficial.

—¿Y ora tú? ¿Qué? —se dirigió Santa al Perrín.

Este venía del campo, con sus pelos relamidos hacia atrás, la aguileña nariz a la vanguardia de su ser, sin rasurar y en camiseta de los Algodoneros del Unión Laguna.

—No pos nada, mi Santa —respondió el Perrín con voz cascada, una sonrisa intentó adornar su rostro acartonado por el sol—: Aquí nomás, listo pa entrarle.

—¿Y la llave? —insistió Santa, el estadístico de la estación, su cuerpo era el de Hitchcock, pero, a diferencia del director de cine, tenía abundante y lacio pelo negro. La otra característica hollywoodense que tenía era su nariz: idéntica a la de Karl Malden, el teniente del programa televisivo Las calles de San Francisco.

—La traen el Pichón o Chemo —contestó el Perrín—. Ya sabes que al Pichón no le gusta que empecemos antes de que él llegue.

—Pos ya tenía rato que debíamos haberles escondido la pelotita en otro cuarto —exclamó el Fazote, un hombrón de uno noventa de estatura, que se acercó rodeando la troca.

El Perrín dijo lo que ya todos sabían:

—Es que el Pichón siempre viene a jugar y abre su cuarto de trabajo. Si guardamos el balón en otro de los cuartos, no vamos a tener llave, y luego, ¿con qué jugamos?

Chemo, el técnico de algodón, quien trabajaba con Palomo, llegó caminando desde el taller mecánico, con su andar entre Charlie Chaplin y vaquero desmontado, la piel curtida por el sol, los pelos, un poco güeros, espolvoreados con las finas partículas que el desierto compartía de manera populista con todo objeto vivo e inerte de la región. Preguntó, sonriendo, en tono de burla:

Quihubo, rostros, ¿ya dejaron de hacer como que trabajan?

—Ora, Chemo, deja de curártela y abre el cuarto, pa sacar el balón, ¿no? —dijo La Pili.

—Aquí está —dijo Chemo agitando su llavero en la mano mientras se dirigía al cuarto de trabajo de algodón.

Después de que Chemo entró al cuarto, de la puerta abierta de este salió rebotando un balón de básquetbol.

—Vamos a calentar pa empezar a tirar, aunque todavía no llegue el Pichón —se quejó Santa, recogiendo el balón.

Como era costumbre, empezaron a tirar con la idea de encestar, cosa que solo quedaba en buenas intenciones.

El Nachote —casi clon del Fazote, pero más joven y menos feo— y otros más también habían llegado para jugar.

—Ese Manuel, es el único que tiene idea —le dijo Nacho al Máster.

—Mira, mira, mira —dijo el Máster escéptico, con el acento que parían sus mejillas de mastín—. Ese güey no tiene idea, todos se la creen que sí sabe de básquet. Lo único que pasa es que tiene más estilacho, pero es igual de bestia que los demás.

Como Checo iba a ser el marcador oficial, se puso a tratar de meter un poco de orden

para que empezara el juego:

—¡Quihubo, quihubo, quihubo! —gritó y, con más calma, agregó—: Dejen ver quiénes están: el Chapingote, la Pili, Lalo, el Máster, el Perrín, las Abejitas (Gera y Luis), el Nachote, Manuel, Tony, la Cachetada. el Chato, el Santa y el Fazote. ¡Chingao! ¡Ya son catorce!

—Y todavía falta el Pichón —comentó el Chapingote, quien era el qué más sabía de informática en el campo, macizo, de piel cobriza, una pulida calva coronaba su ser—, ya se está tardando, ya ves que es bien picado.

—¡A tirar! ¡Orale! ¡Reta los cinco primeros que la fallen! —ordenó Checo.

Sin mediar más palabra, todos los que querían jugar hicieron una fila detrás de la línea de tiro libre a esperar su turno para intentar encestar. Los primeros cinco que encestaran formarían el primer equipo, los segundos cinco, el equipo contrario y los terceros cinco, la reta, es decir, los que confrontarían al ganador entre el primer y segundo equipo. Si faltaba o sobraba algún jugador, se harían cambios y ajustes a los equipos por cansancio, lesión o berrinche. Obviamente, todos querían ser los primeros en encestar.

—¡Hijo de su pinche madre! —maldijo Santa al tirar.

—¡Está pisando la raya! —le señaló la Pili al Pichón, que ya había llegado.

El doctor Palomo, el Pichón, el líder de investigación en algodón, era bajo de estatura, correoso y gran corredor de fondo, con todas las canas del mundo y una nariz que en ocasiones representaba a su apellido. Se había incorporado apresuradamente a la fila para tirar, todavía con las botas puestas, para de todas formas fallar. Se fue, pegando brinquitos mientras se quitaba una bota, para ir a cambiarse bajo la sombra de la veranda.

—¡Chingada madre! —mentó el Perrín al fallar.

—¡A que no la echa! —se burlaba el Gera del Fazote.

—¡Ni se moleste en tirar! —ciscó el Perrín a Nacho, mientras este tiraba y fallaba—. ¿No le dije Nacho?

—¡Pinche Perrín, no me hables cuando estoy tirando! —le reclamó Nacho.

—¡Órale, callense! ¡Nomás están distrayendo! —los metió al orden el Pichón.

—Hey, Perrín —le susurró el Nacho, todo descolorido de los hombros, a la Pili—, se me hace que mejor escogemos equipos, ya llevamos cinco minutos tirándole a la canasta y nadie la ha echado.

—Razón de más pa no escoger mi Nachín —aconsejó el Perrín.

—¡Uno, uno! —gritó agradecido Checo, y comentó con nadie—: Vaya, hasta que alguien la echó, por fin empezaron a calentarse, y eso que el sol está en su punto, como para freír un huevo en la cancha.

—¡Dos! —dijo Gera, levantando con seguridad dos dedos al momento de encestar, pelando los dientes que descansaban en la enorme hamaca de su sonrisa techada por su bien cuidado bigote.

—Ande, váyase a la cola y deje de estar averiguando —le recomendó Tony a la Cachetada, quien, siempre inquieto, parecía buscapiés.

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—¡Ay, gente! Por fin —dijo aliviado el Pichón, después de ser el décimo en encestar, dirigiéndose a Checo—: ¿Ya anotaste los equipos?

—Sí, doctor Pich… digo Palomo —respondió Checo mostrando un papelito en el que había anotado los nombres de cada integrante de los dos equipos—. En el primer equipo quedaron Manuel, La Pili, El Gera, El Santa y el Nachote y en el segundo el Pichón, el Perrín, Luis, el Máster y el Fazote.

La reta —todos ya sentados donde mejor se acomodaban a la sombra de la veranda— la formaron el Chapingote, Lalo, Tony, la Cachetada y el Chato.

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«No está tan peor nuestro equipillo», pensó Manuel y procedió a organizarlos:

—Nacho, tú agárrate al Faz, pues están del mismo vuelo. Tú, Gera, a Luis. —«Pues están igual de minúsculos», pensó—. Yo me cuido al Pichón. Del Máster ni se apuren, él y el Santa se neutralizan solos.

—¡Órale, ya dejen de averiguar! ¡No se vale ponerse de acuerdo cabrones! —gritó el Máster.

—¡Sale pues! ¡Ándale Checo! ¿Listo? —confirmó Nacho.

—¡Sin faules! —advirtió, en vano, Santa.

—¡Que conste en el acta! —remató Luis, desde el inframundo de su chaparrez, misma que compensaba con su ágil y delgado ser.

—Ya parece…—se interrumpio a sí mismo Checo.

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—¡Faul! ¡Faul! ¡Faul! —gritó el Máster.

—¡Cómo será chillón! ¿Cuál? —se quejó la Pili.

—¡Si se oyó el manotazo hasta Torreón! —reclamó el Máster tratando de recoger el balón.

—¡No, no, no! —se encabritó la Pili—¡Yo solo le tiré el manotazo al balón!

—¡Al balón! —dijo con sarcasmo el Máster, apuntando a su antebrazo—: ¿Y esto rojo qué es?

—¡Sí fue faul, no te dejes Máster! —se la curaba la Cachetada parado detrás de la canasta, tratando de calentarlos.

—¡Lo que pasa es que usted es bien chillón! —protestó la Pili.

—¡Ya párenle de averiguar y echen el balón pa ca! —los conminó el Pichón.

—¡Es que me fauleó La Pili! —por enésima vez se quejó el Máster.

—¡Usted nomás está marque y marque faules, apenas lo rocé! —volvió a alegar la Pili.

—¡Que fue faul, hasta acá se oyó el chingadazo, no te dejes Máster! —dijo Lalo desde la sombra de la veranda, sentado en unos sacos de algodón, con las manos entrelazadas descansando sobre su panza de mariachi.

—¡Hey, ustedes ni se metan que ni están jugando! —se dirigió el Máster a Lalo.

—¡Ni sangre le salió! —continuó la Pili con su diatriba—. ¡Ya saben que aquí hasta que no corra la sangre no hay faul!

«¡Ya empezaron a marcar faules!» pensó Checo, frustrado.

Todos presenciaban la tragedia griega que se llevaba a cabo entre el Máster y la Pili, cosa de lo más natural en este tipo de encuentros.

—No, si yo lo vi que fue faul —dijo Santa.

—¿Cuál vio?, si está usted aquí paradote en este lado de la cancha —lo criticó Luis.

—Pos yo lo vi —insistió Santa.

—Mejor bájese a defender para apoyar a su equipo y deje de estar de cazagoles.

—Lo que pasa es que es nuestra estrategia —explicó Santa—, así yo los pongo nerviosos…

—¡Pero por lo feo que está! —se burló Luis y lo espoleó—: ¡Ándele, bájese a ayudarle a los suyos!

—¡Ese Santa, hasta que te vimos bajar! ¡Un aplauso al Santa! —gritó la Cachetada.

—¡Pero si fue faul! —seguía insistiendo el Máster.

—¡Ya, dales la bola! —le ordenó Checo a la Pili.

Mientras esperaban que la Pili soltara el balón, Manuel agarró a Santa del brazo para conferenciar:

—Mira Santa, tienes que bajar, nos estás dejando un huecote, pues tienes la anchura de dos de nosotros. Por ahí se nos están colando para anotar.

¡Pos yo les estoy mandando pase tras pase y nada que anotan! —se quejó Santa—. Es frustrante, después de todo el esfuerzo que hago y, ¡nada! Ya le eché cuatro pases al Nacho cuando estaba solito y no anota nada el cabrón. ¡Pinche Nacho, sin idea!

Mientras tanto, en el centro de la cancha, terminaba el drama:

¡Mire Máster, ahí está su faul, sáquele y deje de estar alegando! —exclamó la Pili, enojado, tirándole el balón al de manera que rebotara para atinarle a los sagrados güevos del Máster.

El Máster, ya se sabía el tiro y metió las manos a tiempo para protegerse y apuntar, acusador:

—¡Fue faul Pili, no te hagas!

Al lado de la cancha Tony le dijo a la Cachetada:

—Ya se calentó La Pili, orita lo hacemos enojar más.

Los dos empezaron a gritar animadamente:

—¡Be-so! ¡Be-so! ¡Be-so!

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«Pinche Nacho, otra vez la falló», maldijo Santa tras aventarle el balón. «Lo que tiene de grandote lo tiene de menso. Total, el chiste es correr un poco y quemar llanta», se consoló.

Manuel trataba inútilmente de poner orden en sus tropas:

—¡Ponte abajo, Nacho! ¡Abajo!

—¡Me están cuidando dos, uno de ustedes debe estar libre! —caminaba hacia atrás Nacho, lejos de ponerse abajo.

—¡Tírele, tírele! ¡Eso, buena! —se animó Gera, cuando Santa tomó la iniciativa de correr para encestar.

—¿Cómo vamos Checo? —indagó el Pichón.

— Trrreinta y trrreees.

—¿Apenas tres-tres? —dijo Santa jadeando con las manos en las rodillas y agregó —: ¡Si ya llevamos como media hora jugando!

—¡Ya les vamos a cobrar por tiempo, cabrones! —gritó Lalo.

—¡A ver si ya empiezan a jugar! —le hizo segunda la Cachetada, otro con cachetes de mastín, delimitados por un bigote rubio que hacía cascadas en las comisuras de sus labios, que no ocultaban sus dientes de roedor, rechoncho, con peinado estilo mullet.

Tony, muy quitado de la pena, les comentó:

—Que sigan así, orita que entremos a jugar vamos a agarrar a los ganadores bien cansados. El sol está a todo mecate y el cemento les ha de estar empollando las patotas.

—¡Esos mis lakers de cuarta! ¡A ver si es cierto que aguantan la calor lagunera! —se burló el Chapingote.

Un tiro hacia la canasta del Nachote, pasó volando como a dos metros de la canasta y fue a perderse más allá de las trocas hasta el cobertizo en el que se encontraban los tractores. Mientras esperaban a Gera, que lo fue a buscar, el Nachote, empapado de sudor, se detuvo junto a Checo:

—Ora que me acuerdo, cuando tomé la clase de fisiología vegetal, nos enseñaron que el calor más fuerte no es merito al mediodía, sino unas dos o tres horas después.

¡Ora si que me enseñó ingeniero! —contestó con sarcasmo Checo. —¡Si nosotros aprendimos eso sin necesidad de ir a la facultad de agronomía! Nomás es cuestión de que pase más rato trabajando en el campo.

Un segundo después de reanudarse el juego:

—¡Fuera, fuera! —marcó el Máster. —¡Estás pisando la raya!

—¿Quién, yo? —preguntó inocentemente la Pili mientras arrastraba el pie discretamente hacia dentro de la cancha.

—¡Fuera, fuera, fuera! —gritaron los otros cuatro compañeros del Máster.

—¡Cuanto pinche árbitro pues, tengan su pinche balón! —azotó la Pili el balón contra el piso, en dirección al Perrín, pero este se cubrió como defensa de fútbol en tiro libre directo y también logró proteger su unidad reproductiva.

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—¡Faul del doc! ¡Faul del doc! —exclamó Gera.

—¿Cuál faul! —preguntó como si nada Palomo.

—No se haga —dijo molesto Gera—, bien que me encajó el codo.

—No, no, y no —ametralló Palomo—, yo ni siquiera te vi, tú entraste corriendo cuando yo me di la vuelta.

—¡No se haga doc! —se entrometió la Pili y añadió—: Bien que sabe atizar codazos y, además, como está usted bien huesudo, ¡pues duele más!

—¡Ese Pichón, eres un faul andando! —gritó el Santa.

—¡Faul por definición! —se rió el Nachote.

—¡Velociraptor! —remató la Pili, haciendo que todos se rieran.

Tony le comentaba al Chapingote, mientras descansaban sobre una paca de alfalfa henificada:

—Bueno, no es que el Pichón sea faulero; lo que pasa es que ya no ve muy bien y tiene que ubicar a los del otro equipo a punta de codazos.

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Checo, emocionado, hizo una nueva anotación en su papelito:

—¡Eres el único, Abejita! —sonrió y, le informó a la reta—: Ya lleva seis canastas él solito, y eso que es una madrecita.

—¡Parece que estás jugando en la alameda de Torreón! —lo animó Tony.

—¿Cómo va, Checo? —preguntó Palomo.

—Ochenta y nueve.

—¿Favor?

—Los que llevan nueve.

—¡Ya, en serio! —reclamó Palomo.

—¡Ustedes, hombre!

—¡No es cierto Checo —se quejó Manuel, el ceño fruncido, enfatizando la abundancia de su barba—, vamos nueve-nueve, no contaste la que yo metí, llevo dos!

—¡Aquí está señor, aquí las voy anotando! —Checo apuntó con el lápiz al papelito que llevaba en la mano.

—¡Nos estás transando! —lo regañó Gera.

—¡Lo que pasa es que ya les afectó el sol y la corredera! —se entrometió la Cachetada.

—¡Sí, es cierto, vamos ocho-nueve! —concluyó el Pichón.

—¡Hey! —los calló a todos Lalo—. Checo es el que va marcando, no retoben. Síganle jugando, porque se hace tarde, pero cánsense pa que les ganemos fácil.

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—¡Faul, faul de Santa! —se quejó el Fazote.

—¡Ora yo! —se paró Santa en seco, disgustado, cruzando los brazos.

—No te hagas, bien que me agarraste los brazos por detrás cuando estaba brincando por la bola —dijo el Fazote.

—¡Ora sí que me salió bueno este cabrón! —respingó Santa.

Manuel se acercó a Checo:

— ¿Cómo vamos?

—Diez-diez… ¡Sube a doce!

—¡Sube a tu abuelita! —exclamó el Perrín, y añadió—: ¡Ganan el juego los primeros que lleguen a once!

—¡A ver si acaban hoy! —vociferó Tony, el único jugador de ojos grises, bigote casi a la Hitler, aunque era un alma de dios, y sólido cuerpo de pera.

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—¡Eso, eso Abejita! —lo animó El Perrín — ¡Buena!

—¿Cómo es posible que estando tan grandote te haya anotado el chaparrito? —regañó el Máster al Fazote.

—Es que por más que me agaché para alcanzarlo, no lo pude contener —se rió el Fazote.

—No, ¡pos con esa barrigona está fatal que te agaches! —reviró el Máster.

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—¿Quién tiene agua? —preguntó Santa, y añadió—: Está durísimo el sol.

—Oiga doc —le dijo Manuel al Pichón—, ya se le empezaron a hacer sus salinas en la frente, échese un traguito de agua.

—No, gracias, al ratito me echo mi cheve —respondió el Pichón.

—¡Mi cheve! Si no se va a echar menos de ocho. —dijo la Cachetada, y añadió—: Parece que no los conociera uno.

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El primer equipo obtuvo la codiciada victoria, los diez jugadores del primer juego se metieron bajo la sombra, jadeando. Algunos tomaron agua del garrafón que había al lado del baño. El nuevo equipo calentaba tirando a la canasta, mientras los ganadores intentaban recobrar el aliento.

—¡Esos que ganaron! ¡Órale, ya! ¡Aquí está su reta para bajarles lo tiraceite! —desafió la Cachetada.

—Sale pues. íralos. ya están cansados y deshidratados, la reta se los va a poner parejos —comentó Checo.

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—¡Voltéate Chapi… güey! —Se frustró Lalo.

La pelota fue a dar hasta la canaleta de riego al lado del cobertizo. Y, como si el director de una orquesta les hubiera dado la entrada con su batuta, todos al unísono le gritaron al Chapingote:

—¡Muerto!

—¡Pues cómo la echas, individuo! —contratacó el Chapingote a Lalo—. ¿De cuándo acá tan bueno?

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—¡Fuera, fuera! —señaló el Nachote. Tomó el balón y lo aventó, frustrado, fuera de la cancha.

Tony se echó a correr por el balón:

—¡No se mande, inge! Ya casi pierde el balón en la viña.

—¡Ya sáquele hombre! —se quejaba la Pili, impaciente.

— Tranquilitos rostros —explicaba Tony con el balón entre el antebrazo y el costado—. Si les estoy dando chanza a estos de que agarren aire; miren cómo andan todos bofos. Nadie les mandó echarse una hora en el primer juego.

—¡Ya sácale, Tony! —hizo segunda Gera.

—Ora pues —le envió un pase perfecto al Chato, que se había escabullido cerca de la canasta por detrás de todos.

—¡Chato! —lo alentó el Chapingote—: ¡Tírale, tírale, que aquí la remato!

—¡Pos ni que fueras el Jordan! —se burló el Master, y corrigió—: Bueno, eso sí, con lo pelochas que estás, sí que te pareces, eso ni negarlo.

El Chato realizó su clásico tiro, desdoblando el codo derecho, el rostro en estado de pura concentración, las cejas enarcadas, haciendo segunda a sus bigotes de Pedro Armendáriz. La canasta fue perfecta, sin tocar el aro.

—¡Buena Chato! —gritó la Cachetada.

—¡Esa vale tres puntos Chato! —agregó el Máster.

—¡De a cartón! —terció el Perrín.

«¡Jijos!» pensó Tony, «con esa canasta ya ganamos espiritualmente, no le hace que perdamos.»

La pasmosa anotación inspiró a todos.

—¡Vámonos, vámonos! —Manuel dirigió a su escuadrón al fondo de la cancha enemiga, alistándose para arrojar el balón.

El Nachote se puso en excelente posición y se dio maña para apenas atraparlo con la punta de los dedos tras un sorprendente salto.

¡Te llegan por atrás! —le advirtió el Gera.

Al escucharlo, el Nachote se hizo a un lado en el momento en que el Chapingote se abalanzaba sobre él y tiró con una actitud de «a ver qué pasa». Encestó.

—¡Mucho mi Nacho! —celebró Gera.

—¡Eso! —se unió la Pili.

«Hasta que la metió el Nacho, después de como quince tiros», concluyó Santa, para después preocuparse:

¡Hey, ya bájale, ni que hubieras ganado el pleyoff! —gritó Santa, mientras Nacho continuaba celebrando por todos los rincones del universo.

Habiendo notado esto, Tony le dijo discretamente a Lalo:

—Pásame el balón, orita que todavía está celebrando el Nachote.

—¡Hey, volteénse, buzos! —advirtió Manuel.

Era demasiado tarde, Tony había encestado.

—¡Chingao! —gritó frustrado el Santa, y añadió—: ¡Pinche Nacho, por andar celebrando!

——————————

¡Checo! ¿Cómo va? —preguntó Manuel

—Seises.

—Ya se cansaron —dijo la Cachetada, alentando a su equipo—. Están bien cansadotes, ¡orita nos los fregamos!

—Nomás con que todos nos bajemos a defender —señaló Tony.

——————————

—¡Eres el único Santa! —gritó Checo, mientras la Pili sonreía y chocaba la palma de su mano con la de Manuel.

«¡Charros! Ya metió tres seguidas el Santa, lo están dejando solo», se preocupó Lalo y se quejó con la Cachetada:

—¿Pos no que ya estaban asoleados? —exclamó Lalo, levantando los brazos al cielo en desesperación, y concluyó—: ¡Nos estamos confiando, creyendo que el Santa no corre nada!

—Ándale Chapis, ponte a marcarlo —instruyó Tony al Chapingote.

—No te apures, Tony. Santa se llamaba.

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—¡Ay carajo, faul, faul! —rugió la Pili, pegando un brinco y agitando el brazo—. ¿A ver las uñas? ¿Chapis, Chato, Lalo? Ándele, si ahí trae mi pellejo, ¡ya córteselas! ¡Señores, es fául! ¡Aquí Lalo trae mi moronga en sus uñas!

—No fue adrede Pili —se medio disculpó Lalo, quitándose el pellejo que tenía atorado bajo la uña de su índice, para, acto seguido, ofrecérselo, sonriendo, a la Pili.

—No te apures Lalito —la Pili se secó el sudor de la frente con la parte desfajada de la camiseta y agregó—: Luego me pongo a mano.

——————————

—Ora si se les está acabando el aceite, se van a desbielar. A ver si ya acaban —opinó el Pichón acercándose a Checo para preguntar—: ¿Cómo van?

—Nueve a ocho, todavía van ganando los de Manuel.

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—¡Viola! —exclamó la Cachetada.

—¿Cuál viola? —reviró el Nachote.

—¿Cómo que cuál! ¡Ya lleva cinco pasos con el balón! —respondió la Cachetada, mientras daba saltos tratando de quitarle el balón al Nachote, quien lo levantaba como a medio metro fuera del alcance del chaparro.

—¡Llevaba dos pasos y un brinco! —se sonreía el Nachote sin soltar el balón.

—No, si mañana mismo le traigo su computadora personal pa que aprenda a contar —le picó las costillas con los pulgares al Nachote, cosa que hizo que este soltara la pelota.

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—¡Ande, ande! —reclamó Gera con su calma chicha, cuando lo faulearon.

La pelota fue a dar a los pies del Máster.

—Bueno, sáquenle —jadeó Lalo, tranquilizado por el cansancio.

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—¿Otro faul? —expresó el Fazote aburrido, y concluyó, dirigiéndose a Nacho—: Si anotaran canastas como hacen faules, ya los habrían contratado en la NBA.

—¿Y ora qué pasó pues? —preguntó el Perrín, fajándose la camiseta mientras salía del baño.

—Le acaban de componer la cara a Manuel —explicó Luis—. Ya se puso bien serio. Por lo menos ya se ahorró lo de la cirugía plástica.

—Hombre, de veras que le debería agradecer a Lalo en lugar de reclamarle —dijo el Máster, curándosela, y anunció—: ¡Ya quedaste guapo Manuel!

Manuel se sonrió, negando con la cabeza mientras miraba hacia el suelo, donde una gota de su propia sangre de inmediato dejó una mancha seca sobre el cemento.

Mientras observaba la acción, Checo empezó un soliloquio:

—Ay, veinte años de jugar todos los martes y jueves en la tarde y todavía no aprenden a jugar. Lo bueno es que todos estamos en el mismo nivel de ignorancia y avejentamiento. Se me hace que a estas alturas ya no nos compusimos. —se dirigió a Palomo—. ¿Recuerda cuando…

Inesperadamente, Ruma apareció por el extremo oriente de la cancha, a paso veloz, con una cara que sugería que las contracciones de su colon iban a triunfar en su empeño antes de que el hombre llegara a la ansiada meta del baño.

Checo, quien era uno de los que sabía todo lo que pasaba en la estación, le dio el lápiz y el papelito con las canastas anotadas al Pichón:

—Anótele usted doctor —ahí le encargo.

Con el índice le indicó al Ruma que se acercara a la puerta de uno de los cuartos de trabajo que rodeaban la cancha. El Perrín, quien pescaba todo al vuelo, pidió que lo sustituyeran —entró Gera por él— y de inmediato se metió al cuarto de trabajo de calabacita y salió con un traje tyvek —de los que usaba en el campo para protegerse al asperjar plaguicida en las parcelas de los experimentos de hortalizas—, además de unas botas de hule y una máscara antigás.

Los que habían perdido el primer juego: el Pichón, Luis, el Máster y el Fazote, además de unos dos o tres espectadores espontáneos, dejaron de prestar atención al circo romano de la cancha. Fascinados, observaron a Checo, al Perrín y a Ruma. Este se quitaba sus botas de volada para de inmediato ponerse el tyvek, las botas de hule y la máscara —ayudado por Checo y el Perrín— con lo que quedó en calidad de extraterrestre en traje espacial listo para aniquilar a la raza humana.

Para fortuna de Ruma, ese día casi terminaba el periodo de fumigación —con fosfano, un químico nada amigable— del cuarto de trabajo de semillas, mismo que se encontraba sellado por todos lados, hasta las ventanas, con plástico negro. Un imponente letrero en la puerta prohibía el paso a dicho cuarto, a menos que uno quisiera morir.

No había necesidad de palabras, los tres protagonistas entendían todo lo que tenían que hacer. Checo se aseguró de que todo Ruma estuviera bien protegido. El Perrín abrió la puerta del cuarto de trabajo de semillas con su llave y se apartó rápidamente —para que Ruma, ahora un vil extraterrestre, se pudiera deslizar por la puerta entreabierta— tras lo cual le volvió a echar llave de inmediato.

—¡Sigan jugando! ¡No paren! —apremiaron nerviosos el Perrín y Checo.

El juego continuó, pues los equipos en la cancha ya querían que se terminara el encuentro para recuperarse de la sudada con unas cervezas.

—¡Faul! —gritó el Chato, doblándose, pues le habían acomodado un codazo en el estómago.

Todos voltearon a ver al Chato, sorprendidos, ya que él nunca marcaba faul. Algo no estaba bien en el universo.

Unos segundos después se escuchó como se aproximaban dos vehículos a gran velocidad que derraparon en la grava suelta al frenar para detenerse junto a la cancha. La atención de todos viró hacia las dos sendas trocas negras que resplandecían bajo el sol implacable de la tarde. De ellas se apearon cuatro hombres, todos de botas vaqueras negras, vestidos de pantalón de mezclilla, camisa a cuadros, anteojos oscuros y sombrero tejano. Dos de ellos portaban pistola al cinturón, los otros dos llevaban pequeñas metralletas al hombro.

Eran los Villalongo.

El Nachote y el Fazote, los jugadores de mayor envergadura de esa deportiva tarde, levantaron las manos como si los estuvieran asaltando.

Todos se quedaron inmóviles mientras los hombres armados empezaron a tratar de abrir los cuartos o mirar por las ventanas para inspeccionarlos.

Uno de ellos caminó tranquilamente hacia los deportistas, no sin antes indicar al Nachote y al Fazote:

—Bajen las manos, no es necesario —y, dirigiéndose a todos, explicó—: Disculpen, estamos buscando al Ruma, ¿no lo han visto? Vimos que estaba corriendo para este rumbo.

—No, no lo hemos visto —respondió el Pichón, que era uno de los investigadores más antiguos de la estación agrícola experimental, por lo tanto, la persona de mayor autoridad en ese momento, y declaró—: Ustedes no deberían estar aquí, pues nos encontramos en terreno federal. ¿Cómo los dejaron entrar?

—No se preocupe Don —dijo el de los Villalongo—: Nomás que encontremos a Ruma, nos vamos.

Checo vio cómo uno de los hombres con metralleta se acercaba a la puerta del cuarto de trabajo sellado, en el que habían ocultado a Ruma.

—¡Hey! —advirtió—: ¡No abran esa puerta, el cuarto está lleno de veneno, pues lo estamos fumigando!

Con esto, el hombre se detuvo y retrocedió con temor.

El Perrín, secundó a Checo:

—Si lo abren, nos van a fumigar a todos. Es fosfano, un gas muy peligroso.

El de los Villalongo, con la cabeza les dio a entender a sus hombres que dejaran esa puerta en paz.

—¿Seguros que no vieron a Ruma?

—No —respondió la Cachetada, todos estábamos concentrados en el partido. Tal vez se dirigió al hoyo.

—¿Al hoyo?

—Sí —terció el Chato y aclaró—: La cerca que rodea a la estación está abierta un poco más allá del cuarto de secado, da la impresión de que está cerrada, pero uno puede abrirla y salir por ahí sin que se de cuenta Oliverio, el guardia de la caseta de la entrada.

  —¡Ah, cabrón! —se sorprendió el Santa, sonriendo. Pero de inmediato se calló.

  Detrás del líder de los Villalongo, los jugadores vieron llegar Esteban —a quien nadie se atrevía a llamar de frente por su apodo: “Tebanote”—, escoba en mano, uno de los encargados de la limpieza. Esteban era lo que se dice un gigante gentil: uno noventa y cinco de estatura, corpulento, bíceps tan gruesos como los muslos del Nachote —quién siempre se jactaba que se le habían puesto bien buenos cuando practicaba zapateado en la universidad— y espaldas que el mismo Atlas envidiaría. Lo único que no cuadraba con su físico era su voz de soprano con ronquera, pero nadie se había aventurado jamás a burlarse ante él al respecto.

  —¿Qué pasó mi Quique? ¿qué andan haciendo por aquí? —dijo Esteban al de los Villalongo con su característica voz.

  —¿Esteban? —volteó Quique, algo apenado con el hecho de que su infantil apelativo fuera exhibido ante todos los presentes—: Nada, nomás andamos buscando al Ruma.

  —Qué, ¿le volvió a pegar a Flor?

  —Sí, la dejó sin sentido en el suelo.

  —Ay, Ruma —dijo decepcionado—. Y ella, ¿está bien?

  —Sí, nomás fue el golpe, no pasó a mayores.

  —Oye, ustedes no deberían meterse aquí, está requete prohibido. Miren, si yo veo al Ruma, yo mismo se los llevo, pero tampoco me lo vayan a maltratar mucho, ya saben que es mi compadre.

  —¡No está aquí! —sentenció uno de los hombres armados.

  Quique, frustrado, echó un resoplido, para dirigirse a sus hombres:

  —¡Vámonos! ¡Seguro se escapó por el mentao hoyo! —se lamentó, para dirigirse a Esteban—: Ahí te encargo al Ruma, si lo ves, por favor.

  —No tengas cuidado Quique, y ya váyanse, porque la cosa se va a poner mal si siguen aquí. Les pueden echar a la tropa.

  —Nos vemos Esteban.

  —Se me van por la sombrita.

  Una vez que los Villalongo dejaron el lugar, todos los presentes se desengarrotaron y les volvió la sangre al cuerpo. El Perrín se apresuró a sacar a Ruma de su encierro, aún estaba consciente. Lo desvistieron de inmediato, el hombre estaba hecho un guiñapo. Esteban, sin sorprenderse, caminó lentamente hacia Ruma y le dijo:

  —Compa, véngase conmigo, vamos con los Villalongo, no me le voy a despegar y veré que le den un castigo justo.

  Ruma, como condenado, pero sintiendo que iba a estar seguro con su compadre al lado, asintió. Mientras se vestía, le dio las gracias a Checo y al Perrín. Partieron.

  Cuando los compadres desaparecieron tras la esquina de la edificación, el Máster preguntó:

  —¿Quién necesita una cheve para el susto?

  Todos levantaron la mano y empezaron a pasar el sombrero con la finalidad de enviar a Chemo al expendio, a la entrada de Matamoros, por un par de cartones de cerveza —veinte botellas por cartón— para curarse los nervios, nomás para empezar.

  —¡Órale, a seguirle! —invitó Manuel.

  —¡No! —dijo tajante el Pichón, dirigiéndose a la sombra donde, como era costumbre después de jugar, todos se sentaban para lamerse las heridas y refrescarse, ayudados por el helado y preciado brebaje, y proclamó—: El jueves nos desquitamos.

  Nadie retobó.

 


José de Jesús Márquez Ortiz(Culiacán, Sinaloa, 1962).

Creció en Texcoco, Estado de México. Estudió y trabajó en el área de investigación de cultivo y mejoramiento de alfalfa hasta 1998 en México y Estados Unidos. Amo de casa y cuidador de niño con capacidades diferentes hasta 2001. Analista de datos de investigación gerontológica y de mercadotecnia en Kansas City hasta 2007. Empezó a traducir del inglés al español desde los 13 años, ayudando a su madre. Actualmente lleva 14 años ganándose el sustento como traductor de software y documentación para sistemas de salud en una empresa de Kansas City. Escribe cuando puede, para compartir sus “rollos” con familia y amigos. La mayoría de sus publicaciones son científicas. Escritor en ciernes. Su objetivo es compartir sus escritos a un nivel literario. Totalmente empírico en lo que se refiere a ser padre de familia, tocar el piano y la guitarra, y hornear pan con harina de trigo cultivado en Kansas, aunque también en ocasiones ha llegado a hacer tortillas de maíz con sus hijas.

Solito, de Javier Zamora, viaje por el infierno de la mano de un niño

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Solito, de Javier Zamora, viaje por el infierno de la mano de un niño

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Solito (Penguin, 2022), de Javier Zamora, es una desgarradora memoria sobre el espinoso viaje que ejercen los migrantes para llegar a Estados Unidos. Javier emprende su “viaje” a los nueve años desde San Luis La Herradura, un pueblo costero en el departamento de la Paz en El Salvador y es llevado por su abuelo hasta Guatemala donde un coyote lo llevará hasta cruzar la frontera y reunirse con sus padres. La memoria se enfoca desde la perspectiva de un niño que es un buen estudiante y está en los primeros lugares en su escuela porque quiere ser más listo que los niños gringos. El niño ha escuchado que en el otro lado los niños comen MacDonald’s y sirven pizza en las escuelas, algo que nunca ha probado. Zamora hace un minucioso recuento de las inseguridades y miedos que experimentó en la infancia, por ejemplo, el miedo a caerse en el excusado. El abuelo le da una serie de instrucciones para sobrevivir el trayecto que en momentos parece imposible de completarse. Javier depende de una familia postiza que se compone de Patricia (quien tiene el mismo nombre que su madre) Carla y El chino.

Los “migrantes” (el niño examina el sonido de esa palabra con que lo nombran) salen del puerto de Ocós en Guatemala para evadir los controles fronterizos, montados en lanchas pequeñas donde no pueden parar por largas horas batiéndose con el mar. Los tratantes en esa zona les llaman “pollos exquisitos” porque pueden pagar mayores sumas de dinero. Uno de los tripulantes tiene una crisis y casi se ahoga. Tienen que detenerse la caravana de lanchas para ir al baño en el mar encrespado. El niño narrador describe su miedo de morir ahogado, el sabor de la gasolina en la boca que tienen que cargar el motor en movimiento. El niño se concentra en la sorpresa de esos nuevos lugares que visita y las sorpresas del viaje, como ver unos peces voladores. Llegan a México y deben resistir las órdenes de los coyotes que les dan poco tiempo para bañarse. “Apúrense, agáchense, ocúltense, no digan nada, no hablen” son los mandatos que reciben en todo momento. Para cruzar por México deben fingir ser mexicanos, decirle popote a la pajilla, no decir cerote, bicho, vergón, ponerse su mejor ropa y fingir ser otros. En el trayecto en el autobús son detenidos por militares mexicanos y son despojados de su dinero a punta de metralleta. Deben caminar, esperar. Cuando llegan a una casa de seguridad, viven hacinados sin poder salir a la calle, compartiendo espacios con otros migrantes desesperados, comen pan bimbo, los mayores discuten con los coyotes. Luego toman otro autobús para llegar a otras casas donde viven parapetados, esperando órdenes para salir.

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Solito by Javier Zamora | Goodreads

Cuando finalmente llegan a la frontera, tienen que caminar por el infame desierto. En una fila india, él niño le llama un “ciempiés humano”, caminando largas horas en la noche para no morir de sed bajo el sol de Sonora. Y después de todo ese sacrificio y largas caminatas son detenidos por “la migra” que los procesa, los meten en jaulas y los deportan (extraña palabra también) a México (porque si dicen que son salvadoreños los regresan más lejos). Deben intentar de nuevo y cruzan por el desierto con un pollero que tiene un tobillo lastimado que ralentiza el viaje y otra vez son capturados. Esta vez por un agente fronterizo que se compadece de los niños y les ofrece chocolate caliente y pan dulce. Les dice que “están de suerte” y los suelta para que regresen a México por su cuenta. En el tercer intento, otra vez refugiándose entre matorrales, agobiados por los helicópteros de migración y con el temor de encontrar otra patrulla con una línea verde, llegan a una carretera y se suben a unas camionetas que los dejan en Tucson. Han llegado a su destino, Javier, Patricia, Carla y El chino. Lo han logrado. Los polleros los esconden en una casa hasta que llaman a sus papás que van desde San Rafael, California a Arizona a recogerlo, el niño que ha estado durante siete semanas en el limbo del cruce y tras tres intentos por cruzar un mortal trayecto finalmente ve la sombra de sus padres cruzar por la puerta. Ha llegado con su familia.

La memoria de Javier Zamora lleva a los lectores por el viaje que emprenden miles de migrantes cada año. Vemos las abejas migrantes que cruzan por el desierto, sentimos el sol del desierto y la desesperación de la sed y el miedo a ser descubierto por militares o por la migración. Sentimos los olores de sudor, animales muertos, los pies cansados, la cercanía que se ejerce entre los migrantes que solo se tienen a ellos en un trayecto donde todos son hostiles hacia ellos. Es un terror que resulta más profundo porque lo experimenta un niño que debería estar bajo el resguardo de sus padres. Ellos han tomado un riesgo altísimo por llevarlo allá, pero saben que es la única opción para traer a su hijo. En los comentarios del autor al final del libro habla del proceso de sanación psicológica que tuvo que realizar para poder contar esta historia dolorosa en una temprana edad, sin duda un trauma profundo, también dice que “ha perdonado a sus padres” que sin duda tomaron una tremenda decisión. A Zamora le tomó tiempo darse cuenta de la herida que le había dechado el cruce, dice el New York Times: “En un encuentro fortuito en un bar local, una pareja de terapeutas le preguntó por qué bebía solo una tarde entre semana. Fue la pregunta adecuada en el momento adecuado y se convirtió en un punto de inflexión para Zamora.” (Russell, Benjamin P. “Javier Zamora cuenta su travesía como niño migrante en Solito” New York Times. 11 de septiembre, 2022).

Es improbable que personas que ven la migración como un peligro para los Estados Unidos lean este libro que pone carne y hueso a la desesperación de las personas en condición de tránsito, su vulnerabilidad a la vesania de las autoridades y que están en el desamparo de la no-ciudadanía del camino. El sueño americano tiene su origen en el anhelo de quienes salen de su país para encontrar a su familia, una mejor oportunidad a las que ofrecen los países de origen. La fortaleza que encuentra el niño Javier para soportar los miedos, el hambre, la sed, el acoso de las autoridades, es para ver el rostro de sus padres en Estados Unidos y también un futuro que le cambiará su vida. Su impulso y deseo de superación ante las circunstancias más adversas es sin duda lo que insufla vida y empuje al país del norte. Solito es un libro testimonial que se une a relatos fundamentales como Yo soy Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia o Cimarrón de Julián Barnés. Una lectura obligada para entender de primera mano las penurias y violación a los derechos humanos de los migrantes del sur global que arriesgan la vida para encontrar a sus familias y un futuro mejor.

 


Martín Camps es profesor de la University of the Pacific en Stockton, California, donde es también Director de Estudios Latinoamericanos. Sus dos últimas ediciones de ensayos son La sonrisa afilada: Enrique Serna ante la crítica (UNAM, 2017) y Transpacific Literary and Cultural Connections: Latin American Influence over Asia (Palgrave, 2020). También ha publicado cinco libros de poesía, entre los que se encuentran Extinción de los atardeceres y Los días baldíos. También es autor de la novela Horas de oficina..

HOMENAJE AL POETA ENRIQUE CORTAZAR

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Enrique Cortazar es más conocido como promotor cultural que poeta, sin que la afirmación implique necesariamente un juicio de valor, aunque su prestigio se ha fraguado en esa actividad, en contraste con el calado y la exigencia que supone el trabajo minucioso del artesano de la palabra. A lo largo de ocho libros publicados, su poesía ha recibido poca atención de la crítica, escasamente antologada y apenas vertida a otros idiomas, a pesar de que su obra se destaca por una sensibilidad poco común para sublimar el lugar, como la del cartógrafo que elabora mapas de un lugar inexistente, pero cargados de significados por la memoria y la nostalgia. En el marco de este número de la revista Agradecidas Señas, dedicado al tema de la amistad, se rinde un pequeño homenaje a su trayectoria poética, iniciada hace 48 años con la publicación de su primer poemario, titulado Mi poesía será así en 1976.

Agradecidas Señas

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El 1 de septiembre de 2023 se llevó a cabo un reconocimiento al poeta y promotor cultural, Enrique Cortazar, por su 50 aniversario como creador literario y promotor de actividades culturales en la frontera norte de México, hermanadas con la frontera sur de los Estados Unidos.

La iniciativa de este reconocimiento fue de un grupo de escritores juarenses, encabezados por el poeta Miguel Ángel Chávez Díaz de León. Esta propuesta fue ampliamente apoyada por la dirección del Centro Cívico S-Mart, empresa comprometida con una labor cultural socialmente productiva, donde labora el Maestro Cortazar organizando importantes actividades del amplio espectro de nuestra vasta cultura mexicana.

Las imágenes mostradas en los videos son fragmentos que pertenecen al citado reconocimiento del 1 de septiembre del 2023.

Lic. Laura Muñoz Delgado

Dir. Gral. del Grupo S-Mart y del Centro Cívico S-Mart

 


“El último de los mohicanos”

Homenaje a Enrique Cortazar en la voz de Antonio Moreno.

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TRADUCCIONES DE POEMAS / TRANSLATION OF CORTAZAR’S POEMS

 

La poesía de Enrique Cortazar comprende esa íntima relación con el mundo convertida en la traza vertical y horizontal del poema. Desde esta bifocal espacialidad, el poeta convoca la continua perplejidad de lo que excede el cuño de lo cabal y la inconclusa paridad del acontecer en la constancia única e irrepetible de la progresión circular en que ocurre la poesía. —Gustavo Ruiz Pascacio

Enrique Cortazar escribe sus poemas como los escribiría un faro ante la tormenta: con firmeza y austeridad, pero también con desengaño. —Luis Vicente de Aguinaga

Poeta de paisajes interiores que se reflejan en el cielo de un desierto mexicano. —Luis Ayhllón

FIRST SET / PRIMER SELECCIÓN DE POEMAS

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Viernes, el viento

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Hoy el viento de viernes

me ha visto distinto

hoy las distancias son otras.

Hoy

      el hoy

se deshoja

              brokenness

de aquel viejo huracán que aún persiste.

Hoy no sé qué será

jueves en lunes

o domingo borracho.

Tal vez

hoy volveré la cara

                           y la tarde

                           repetirá tus ojos.

.

.

Te contaré

.

Ahora te voy a contar:

no llovía

era la música

el whiskey

la alfombra

             y Boston,

reclinados en alquel rincón

escogimos

-buscadores de viento y nube-

nuestros mejores labios,

tapiamos tormentas y mentiras

y así

         sin remedio,

                          ni ventanas

unidos en aquel ritmo

tu gacela de piel

y mis ganas de insurgente

nos pusimos a morirnos.

Inconscientes

               golpeados

                      abatidos

nos quedamos

en medio de la alfombra

y el canto de aquel gallo

-afuera en el patio-

que tú ya no escuchaste.

.

Friday, the Wind

.

Today the Friday wind

has seen me distinctly

today the distances are insignificant.

Today

      today

is shed

              brokenness

of that old hurricane that still persists.

Today I do not know what will be

Thursday on Friday

or drunk Sunday.

Perhaps

today I will turn away

                           and the afternoon

                           will repeat your eyes.

.

.

I Will Tell You

.

Now I am going to tell you:

it did not rain

it was the music

the whiskey

the rug

             and Boston,

reclined in that corner

we chose

-searchers of wind and cloud-

our best lips,

we walled in storms and lies

and like that

         without remedy,

                          nor windows

united in that rhythm

the elegance of your skin

And my desire to rebel

we started to die.

Unconscious

               beaten

                      despondent

we remained

in the middle of the rug

and the crow of that rooster

-outside on the patio-

that you did not hear any longer.


Versión de Ericka Remien

Cortazar, Enrique.  La vida escribe con mala ortografía. Cultura Popular, 1987.

 

La poesía de Enrique Cortazar redefine los tópicos clásicos para proponer una poética de la nostalgia. Poética alejada de todo sensibilismo ya que se sustenta en la tensión existencial entre el recuento de la vida (el pasado, la niñez, el hogar…) y el fin de los días (la muerte, el vacío, la noche…). Entre esos ejes se plantea la transformación de la voz poética que se desdobla en el tiempo para alejarse de sí misma y, a veces, verse desde fuera. Desde allí, la vida escribe al poeta en versos francos y claros que descubren, sin pesimismo ni resentimiento, experiencias vitales que se cuentan como un paisaje con sus luces y a veces con sus silencios opacos. —Carlos F. Cabanillas Cárdenas

La poesía de Enrique es un péndulo que oscila entre la evocación nostálgica de los ayeres y la invocación anhelante de las frescas mañanas por venir. —Ernesto Barraza 

SECOND SET / SEGUNDA SELECCIÓN DE POEMAS

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II

En la madrugada del desierto

la pobreza

se acentúa,

el tiempo

se suicida en la quietud

de abismos horizontales.

El viento,

tumulto

de transparencia dolorosa,

es aullido y torbellino

esparciédose en el frío

Los coyotes

muerden de perfil a las estrellas

.

IV

En el desierto viven

un murmullo de rezo pobre

y una austeridad

de huracán y templo.

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En el desierto

se derrama la noche

entre soledad y gatuño,

se acumula distancia,

navega la tarde.

.

En el desierto

hay un silencio

opaco, distante,

donde el crepúsculo, naufraga.

.

V

El desierto:

     sed

     en el viento de las noches

duerme desnudo

paralelo al viento.

.

El cactus

     -niño pobre-

padece lejanía.

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Arriba:

     poblada inmensidad azul

de lavanderas

que sacuden sábanas

contra el eco y la distancia.

..

VI

Fui un experto

en vientos, ,pedradas y bondades.

Llenaba mis bolsillos de estandartes

y salía con ellos en alto

saludando agosto y llanuras.

Lloraba, sin embargo

como queriendo tragarme toda la tristeza.

Incendiado de paisajes y mañanas

recorría las calles de mi barrio

ataviado con una risa parecida al alba.

Mi patrimonio siempre iba conmigo:

un trompo, un morral de canicas

y toda la esperanza.

De niño la soleadd se me fue metiendo

junto con la aritmética, la gramática y el tiempo.

Gracias a que pude llorar de niño

no padezco de gangrena en el alma.

.

XI

En la casa de niño por las tardes

había sólo silencio.

Mi padre llegaba y ponía el cansancio en el ropero.

No recuerdo a qué hora

llegaba la esperanza a jugar

con nosotros en el patio.

Yo me paraba frente al viento

y con la seguridad que da ser el campeón de algo

me lanzaba con gran destreza

contra todo y contra nada,

alguna vez me golpeé duro

al querer atrapar la libertad.

.

XVI.

De chico había olores

que no sabía cómo atrapar.

.

Iba a los hoteles donde los viejos

sentados en el lobby fumaban puros

para extasiarme con su aroma,

o bien entraba a ciertas tiendas

donde un tenue olor de estantes

repletos de lociones

hacían que mi alma se expandiera.

.

Con el tiempo aprendí que los olores

tienen una sabiduría invisible

que a veces puede uno controlar;

mi ropero es la cárcel donde los hago míos.

.

Sin embargo, no puedo poseer ciertos aromas:

el profundo olor a nostalgia que tienen los otoños

y el íntimo, silencioso, cálido olor

de algunos cuerpos que ya no están.

.

II

In the early morning of the desert

poverty

is accentuated,

time

kills itself in the stillness

of horizontal rifts.

The wind,

in turmoil

from painful transparency

is howling and whirling

scattering in the cold.

The coyotes

Bite the stars in silhouette

.

IV

They live in the desert

a murmur of scarce prayer

and an austerity

of hurricane and temple.

.

In the desert

the night spills out

lonesome and feline,

building up distance,

the afternoon sails.

.

In the desert

there is a silence

opaque, distant

where twilight is shipwrecked.

.

V

The desert:

Thirst

In the night wind

Sleeps naked

Parallel to the wind

.

The cactus

-poor child-

Suffers in the distance

.

Above:

Blue populated vastness

Of washerwomen

Who shakes sheets

Against the eco and distance

..

VI

I was an expert

in winds, stones, and kindness.

I filled my pockets with banners

and left with them on high

greeting Augusts and plains.

I cried, though

as if all the sadness wanted to swallow me.

Burning from landscapes and mornings

I traversed the streets of my neighborhood

adorned with laughter like daybreak.

My assets always went with me:

a top, a sack of marbles,

and all hope.

As a child loneliness settled into me

along with arithmetic, grammar, and time.

Thanks to being able to cry as a child

I don’t suffer gangrene of the soul.

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XI

At home as a child in the afternoons

there was only silence.

My father arrived and put his exhaustion in the closet.

I don’t remember at what time

hope arrived to play

with us in the backyard.

I stood facing the wind

and with the conviction that comes from being the champion of something

I threw myself with great skill

against everything and against nothing,

one time I hit myself hard

Wanting to capture freedom.

.

XVI.

As a boy there were scents

that I didn’t know how to capture

.

I went to hotels where the old men

seated in the lobby smoked cigars

captivating me with their aroma,

or I entered certain stores

where a faint scent of shelves

filled with lotions

made my soul expand.

.

With time I learned that scents

have an invisible knowledge

That one sometimes can control;

my closet is the prison where I make them mine.

.

However, I cannot possess certain aromas:

The deep, nostalgic scent of autumns

and the intimate, silent, warm scent

of some bodies that are no longer here.

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Versión de Breanna Thallin

Cortazar, Enrique.  Ventana abierta. UNAM, 1993.

 

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THIRD SET / TERCERA SELECCION DE POEMAS

 .

Nunca he estado tan cerca de mí 

como esta noche.

Carlos Pellicer. 

 .

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Sigo solo

 

No pido permisos.

La vida escribe

con mala ortografía

−luces que se opacan

en la humedad de los sueños.

Esa medida estancada en sus linderos

habla con ausencias,

todo fue así:

ganas vacías

retraso sin cita

incendios en ruinas

y tú,

sabia de oscuridad

repartiéndote

como péndulo descompuesto,

caíste en la aniquilación

de las semillas y el alba,

por eso aquí dejo

este poema

que otros azares inconclusos

sabrán finalizar,

mientras sigo buscando

en los cajones

algo de olvido.

 

Recuerdos

 .

De tus costumbres

guardo algunas;

el silencio opaco

de tus tardes

un gesto fugitivo

quizás una sonrisa religiosa

tus ganas abiertas

−vino de los vientos

con su arrogancia vieja−

y aquel adiós

que dejaste tirado

en nuestra casa

el día que no volviste.

.

 

I’m Still Alone

 

I do not ask for permission

Life writes

With poor spelling

–lights that distort

In the fog of dreams.

That action stuck in its boundaries

Speaks with absences

Everything was like that

Empty desires

Unending delay

Fires in ruin

And you,

Sage of darkness

Splitting yourself

Like a broken pendulum

You fell into annihilation

From seeds and dawn

So I leave here

This poem

That other unfinished chances

They’ll know how to end

While I continue searching

In boxes

Something forgotten

.

 

Souvenirs

 .

From your traditions

I keep some

The cryptic silence

Of your afternoons

An elusive look

Maybe a religious smile

Your desires opened

–Came from the wind

With your old arrogance—

And that goodbye

That you tossed aside

In our house

The day you didn’t return

.
Versión de Ross Valentyn

Cortazar, Enrique.  La vida escribe con mala ortografía. Cultura Popular, 1987.

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FOURTH SET / CUARTA SELECCIÓN DE POEMAS

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Beneath the Rain

It’s not possible today:

my past invades the rooms

and a piece of my days

is at the edge of the abyss

I have only one door

with a rotted lock

and the afternoon that tastes

of abandonment in the rain.

I stop on the sidewalk

and see myself from my room,

asking myself:

who could that be, there, beneath the rain?

.

.

My Home

My home is here

where the months

– artisans of our wrinkles –

frame the autumn

that insists on not dying completely

lying at the base of the poplar.

Here I live between

desperation

and my bags.

.

My desk

my papers

and some corner

– quiet respite of dust and afternoon –

deliver me

the only memory

that prevails

The one in which night after night

I draw the borrowed city

that I have yet to know.

.

Winter arrives with its hollow essence

to the evening in my room.

I escape to the streets,

buy some newspaper

and wrapped in distant fantasies

I return

as always

to the graveyard of truths

that is my home.

..

Bajo la lluvia

Hoy no es posible:

el ayer invade los cuartos

y un trozo de mis días

está al borde del vacío

sólo tengo una puerta

con la cerradura descompuesta

y la tarde que sabe

a huérfano en la lluvia.

Me paro en la banqueta

y me veo desde mi cuarto,

preguntándome a mí mismo:

¿quién será ése, allí, bajo la lluvia?

..

Mi casa

Aquí es mi casa

donde los meses

−artificies de nuestras arrugas−

enmarcan el otoño

que insiste en no morir del todo

recostado al pie del álamo.

Aquí vivo entre

la desesperación

y mis maletas.

.

Mi escritorio

mis papeles

y algún rincón

−callado asueto de polvo y tarde−

me entregan

el único recuerdo

que prevalece

aquel con el que noche a noche

dibujo la ciudad prestada

que aún no conozco.

.

El invierno llega con su esencia vacía

a la noche de mi cuarto.

Salgo por las calles,

compro algún periódico

y envuelto en distantes fantasías

regreso

como siempre

al cementerio de verdades

que es mi casa.

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Versión de Meghan Guy

Cortazar, Enrique. La vida escribe con mala ortografía. Cultura Popular, 1987.

 


Erika Remien was born in Texas but raised in the Pacific Northwest, specifically in the state of Washington. Currently, she is a master’s student in Spanish at the University of Texas–Permian Basin and a mom of two little boys, who are budding Spanish speakers. She has a long-standing love for Spanish culture, literature, and cuisine, which has inspired her studies, cooking, travel, and parenting.  

Meghan Guy is a high school Spanish teacher in Columbus, Ohio. She earned her bachelor’s degree in Spanish and Education from Ohio Wesleyan University and is currently pursuing her master’s degree in Spanish at the University of Texas Permian Basin. Her passion for connecting through language has inspired various experiences, such as engaging with communities in Guatemala with the Pulsera Project, leading school trips to Spain and Costa Rica, as well as studying abroad in Salamanca, Spain and San Juan, Puerto Rico.

Ross Valentyn is a high school Spanish teacher in Little Chute, Wisconsin. He earned his bachelor’s degree in Spanish from the University of Wisconsin Madison and his secondary Spanish teaching license from Concordia University in Wisconsin. Ross is currently pursuing his master’s degree in Spanish at the University of Texas Permian Basin. His love for language and cultural learning has pushed him to study abroad in Sevilla, Spain while also leading him to build a study abroad program to Costa Rica in 2 different school districts in Wisconsin and has helped him in expanding the worldview of many of his students over the last decade through 5 different trips.

Breanna Thalin is a high school Spanish teacher in a rural school district in Minnesota. She completed her Bachelor’s degree in Spanish and Education at The College of Saint Scholastica and recently graduated with an MA in Spanish from the University of Texas of the Permian Basin.


SOBRE LA POESÍA DE ENRIQUE CORTAZAR / ON ENRIQUE CORTAZAR’S POETRY

 

Enrique Cortazar se desdobla viajando en lo inmóvil (“aquí vivo entre la desesperación y mis maletas”), y encuentra su totalidad en universos domésticos que revelan su verdadero territorio al enunciar el vacío centrifugado de una saudade que habita en lo inconmovible y en la fuga de lo cercano. Rebosada, como la esencia del desierto, esta poesía alza su poderosa cartografía en la que un morral de canicas, la fauna de lo inmenso, y el huracán solitario de la memoria conjugan las claves de un alma expandida que vive bajo el techo de su lumínica palabra. —Claudia Berrueto

 

La poesía de Enrique Cortázar se caracteriza por su capacidad de convertir la memoria en iluminación. La mirada hacia atrás del poeta sirve para asignar significados, para esculpir formas reconocibles en la materia caótica del recuerdo. De esta forma, recordar se convierte en un modo de conocer de otra manera. Ahora bien, en poesía, la representación es también vivencia: las palabras de quien se descubre en la imagen del pasado son, por sí mismas, productoras de experiencia. Por ello, el delicado tono de extravío que atraviesa muchos de estos poemas se asocia también a una especial forma de salvarse. Nos referimos a la que está siempre presente en la lectura de la buena poesía. —Carlos Frühbeck

Los poemas de Enrique Cortazar son rayos de luz que se cuelan entre las ventanas de lo cotidiano. Poemas diáfanos que revelan las verdades del mundo, los destellos de la belleza de unos ojos, el whiskey. Poesía nostálgica con imágenes pulidas en el esmeril de la lectura y la reflexión. Cortazar es un poeta imprescindible del norte de México y sus poemas se trazan con el dedo sobre las dunas del desierto. —Martín Camps

Nube de Quique
Generoso amigo
Lluvia de arte. —Carlos Salas Porras

Más allá del individuo, la memoria es conservada por la escritura, pues no es hasta que quedan plasmadas que las palabras se separan del tiempo. Hay una nostalgia inherente a la expresión escrita que tiene que ver con la objetivación de una experiencia, de una relación, de un paisaje, etc. Quizá esta naturaleza de lo escrito es trasladada a la poesía de forma, por así decir, inconsciente, dado que uno de los temas eternos de la tradición lírica es el paso del tiempo y la memoria de lo que fue. Ese silencio en la casa de su infancia que el yo lírico de Enrique Cortazar rememora en uno de sus textos tiene a la vez la solidez de una estatua de mármol y la transitoriedad de un movimiento de danza. La conciencia de la temporalidad y la voluntad de apresar lo fugitivo dan a su poesía un inconfundible clasicismo dentro de su igualmente inconfundible modernidad. —Julio Jensen

La poesía de Enrique Cortazar revela que el poeta se encuentra frente a su propio reflejo, un proceso crucial sedimentado por las emociones e invocaciones de un pasado terco y vacilante. Como ejercicio de lectura, el lector aprende a mirar y sentir de otro modo porque sugiere reconsiderar que el ayer permanece en los rincones de la casa como si fuese un cofre con verdades que ya no se discuten y que la tarde misteriosamente trae consigo una melancolía huérfana de sentimientos. Cada poema de Cortazar es una invitación permanente para que el lector lo concluya añadiendo los propios ecos y retazos de su vida. —Antonio Moreno

 

El yo de Kike Cortazar. Ese yo que se para en la banqueta dentro del cuarto para verse afuera, en la lluvia, preguntándose quién será ese que es él, no será fragmentado, no será escindido ni múltiple sino cualquiera de nosotros que se mira sin saber bien quién será porque la respuesta es una verdad enterrada en el cementerio de verdades que es su casa o, tal vez no, porque bien puede hallarse en el desierto, de madrugada o de viento, disputándose con los coyotes un pedacito de las estrellas, esas que soplan con el viento de la noche en el desierto del niño que supo llorar. — Jan Gustafsson

 

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Ángel del chorro dorado

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Ángel del chorro dorado

..

En danés, el título de este cuento es “Pisseenglen”, que traducido directamente del danés se convierte en” El ángel urinario”, pero me pareció que ”Ángel del chorro dorado” sonaba mejor y por eso después de una conversación con chatGPT este fue el resultado. Normalmente preferiría el diálogo con un ser humano. Sin embargo, este verano había agotado todas mis cuotas para el contacto humano por mi genio explosivo y mi mente infantil, que se incendiaron cuando me escondí en un arbusto de rododendro rosado en un parque vigilando el apartamento de mi amante con una botella de vino en la mano cuando un cuerpo femenino alto y pálido apareció en la ventana oscura. Después de lo que paso tenía que consultar al robot. Tomé el ultimo sorbo del vino y lo vertí en el arbusto con una fuerza maravillosa. Luego di los pasos más seguros y estúpidos de toda mi vida hacia el apartamento del padre de Nuevo México divorciado.

Ella no era bonita. Mi primer sentimiento fue de alivio, si no encontraba belleza en su rostro, evitaría los celos. Después de echarla del apartamento, sentí una ira infinita hacia el hombre pequeño, de hombros anchos y piernas extremadamente fuertes, que, según el mismo, sólo intentaba hacer su trabajo y vivir una vida libre de estrés, es decir, sin mí. Cogí la planta de maracuyá más grande que estaba en el marco de la ventana, se sentía ligera como una pluma, era un regalo mío para él. Abrí la puerta del balcón y arrojé la vasija de barro contra la pared de hierro del balcón, que respondió con un trueno ondulante.

—I loved this plant —dijo el hombre de Nuevo México con su voz suave, que inmediatamente me hizo tirarme de rodillas para salvar la planta y mi amor, mientras el residente de abajo comenzó a gritar y regañar por la tierra caída en todo su balcón.

Después de esto, ya no era bienvenida en la vida del neomexicano. En vano busqué literatura que describiera la perspectiva del destructor, pero sólo encontré la de la víctima. La gente simplemente se sentía incómoda conmigo, era una situación nueva, pero también dio una explicación aceptable para el rechazo del hombre: Él me amaba, pero como me tenía miedo, no podía estar conmigo, simplemente tenía miedo de que lo matara. Precisamente por eso había elegido la nueva mujer, no porque la amara, sino porque no le tenía miedo. Ahora todas las piezas encajaban, pero lo mejor era que mi reacción histérica me había dado una introducción a este texto, así que mi acción no había sido en vano, había un principio oculto detrás que dirigía todo en la dirección correcta..

El robot no era estúpido en absoluto. De hecho, fue un excelente compañero de conversación que respondió rápidamente y de buena gana a mis muchas preguntas sobre las autoras mexicanas, que ya no podía hacerle al profesor de las manos grandes después de un intercambio de cartas que resultó en un monólogo desesperado de mi parte. Mi verdadero interés eran sus manos gigantes. Todavía es un misterio para mí cómo se puede manejar un teclado de escritura con dedos tan grandes e incluso producir hasta varias obras. Tal vez haya teclados particularmente grandes.

El profesor era claramente un sanador sin ningún tipo de conciencia de esto. Sin sospechar nada vagaba por el mundo con su computadora para servir los famosos textos castellanos a la flor y nata de la juventud danesa, la esperanza del futuro, de la misma manera que paseaba a sus gigantescos y dinosaurios perros, que a menudo le acompañaban en su trabajo además de uno o varios nietos. Como un monstruo intelectual, cruzó la plaza blanca rodeado de perros ladrando y niños jugando, empleado para preservar la democracia, pero con un cierto grado de distancia de las existencias caóticas, como mecanismo de defensa.

La melancolía y el rechazo de mi exmarido tampoco me ayudaron, así que después de todo esto, como dije, me volví contra el robot, que podía darme un contrapunto para que pudiera formar un significado propio o simplemente un título. Había agotado a los hombres que me rodeaban y ahora había llegado a este callejón sin salida, sin corazón y sin un sólo pene como punto fijo o detrás del cual pudiera esconderme.

Quedarse quieto, frente a una pared, con el propio aliento de arrepentimiento en la cara es doloroso. Con esta táctica, las prisiones se construyen inteligentemente, pero solo estoy custodiada por mi propia soledad, y esta vez, en lugar de mi cuerpo, serviré un cuento con la esperanza de que me aleje de este nauseabundo callejón de la desolación. Mi historia es la única que tengo en este momento, así que trato de hacerla mi amiga respetable.

Y el idioma en el que escribo, no tengo un verdadero sentido de él. Cuando leo un texto en castellano no lo entiendo todo y me pierdo mucho, pero no me molesta, ya que evito las descripciones detalladas y relleno el resto con mi imaginación. Sin embargo, es precisamente esta extrañeza la que me permite escribir sobre el pasado y, al mismo tiempo, crear una agradable distancia con el presente. No hay necesidad de guardar una historia para después de la muerte de un familiar, simplemente elige un idioma extranjero, chino o castellano, lo que prefieras. En este caso mi incompetencia lingüística me hace competente para contar, lo siento, tú como lector debes tener paciencia conmigo.

En relación con la parte oral del castellano, mi pronunciación de la letra t es dura como el granito y ruedo demasiado y en todas las erres que encuentro porque no recuerdo las reglas de cuándo está prohibido rodar o no, así que, si me das una erre, es a propio riesgo, ruedo sobre ella de inmediato, la pongo debajo de mi patineta y conduzco donde quiero. Lo mismo ocurre con la comida, una ensalada con erre se comerá de inmediato. Lleno mi cuerpo con la letra erre, para que pueda sentirme como erre, me convierto en una erre..

No sé si Ángel del chorro dorado sigue existiendo o si sigo bajo su protección, pero debe ser posible comprobarlo. Tampoco sé si Lisbeth sigue existiendo, si se ha convertido en prostituta o si finalmente consiguió que su padre le hiciera la mesa de luz para que pudiera convertirse en artista de dibujos animados, que probablemente era su único sueño en la vida.

Que Lisbeth debería haber estado bajo la protección de Ángel del chorro dorado parece bastante improbable; tal vez ella no lo necesitaba en absoluto con su contacto con la realidad y su lógica helada. A los trece años, se subió al asiento delantero de diez coches de hombres y le hizo una paja al conductor supervisada por un amigo retrasado al otro lado de la calle para ganar dinero para una entrada a un festival de música. En el festival, se quedó dormida durante un concierto en un altavoz aturdida por el alcohol y el chocolate, lo que posteriormente le provocó tinnitus permanente; Pero no le molestaba tanto, porque esto se podía solucionar subiendo el tono del aullido de la tele, que existía en ese momento en los televisores antiguos, que luego se fusionaría con el tono del tinnitus en el cerebro y entonces ambos tonos se convertirían en nada. Esto me explicó pedagógicamente después de que me ocurriera el mismo fenómeno.

Sin que el trasero de porcelana blanca de Lisbeth estuviera expuesto a todo el mundo, ella podría encontrar fácil y discretamente un lugar para mear en algún lugar sin baños públicos, a diferencia de mí, que necesitaba la asistencia del Ángel del chorro dorado todas las noches. Sin embargo, tal situación nunca sería relevante para Lisbeth, ya que habría hecho sus compras de varios tipos de chocolate en Pusher Street a las cuatro de la tarde después de su trabajo de limpieza en una escuela. Después de eso, como una adulta, haría sus compras en el supermercado. Después de cenar en su casa, se sentaba en el sofá frente a una mesa gigante y desordenada con una pipa de agua de cristal de un metro de altura frente a ella. Un sonido rítmico y sorbido se propagaba en el cuarto a una velocidad variable dependiendo de la fuerza de succión. ¡Ay de quien accidentalmente sople dentro del tubo en lugar de chuparlo! Esto provocaría la caída de plantas y cenizas en toda la habitación, pero sobre todo provocaría una ira enorme por el pequeño cuerpo de Lisbeth y el desprecio de cualquier invitado que tuviera una experiencia respetable con el humo de esta planta. No como yo, una payasa errante, una turista y visitante ocasional que año tras año me contentaba con comprar porros ya preparados porque todas las tardes a las cuatro, cuando llegaba la ansiedad y la inquietud, me imaginaba que ese era el último porro de mi vida, entonces ¿por qué comprar una gran cantidad de material vegetal para varios días? Esta fue la razón por la que durante diez años seguidos lentamente cauterizaba mi cerebro con rellenos químicos que se sentían como un cosquilleo débil cuando a veces podía escuchar los cables de mi cerebro astillarse y quemarse hasta quedar reducidos a nada.

Lisbeth, sus novios cambiantes y probablemente también los gatos locos debajo del sofá me miraban como a una niña molesta y entretenida, pero la verdad era que estaba en una huida constante. Conocía todas las cantinas de Copenhague, comía su comida y lavaba los platos. Como trabajadora ocasional, podía trabajar en cinco cocinas diferentes en una semana. Me pagaban en efectivo, quinientas coronas danesas todas las tardes, y si pensaba que el jefe era un idiota, nunca le había prometido a nadie que volvería. Técnicamente yo era libre, sólo acompañada por la eterna culpa de no aceptar las temblorosas manos de vampiro que mi familia, un hombre o una amiga me ofrecían..

El agua que salpicaba alrededor de los pies descalzos de la chica de pies planos cambió de amarillo pálido a amarillo neón. Luego el agua volvió a ser completamente clara hasta que cayó la última lluvia de oro. Paralizada, me quedé mirando el charco alrededor de los pies de la chica mientras compartí con entusiasmo la experiencia de mi engaño óptico con las otras dos chicas desnudas en la ducha que escucharon en silencio sin responder. Después de la ducha, Lisbeth me llevó a un lado y dijo.

—¡Cree en tus ojos!, ella meó en la ducha…¡qué cerda! —después de esto, Lisbeth y yo nos hicimos mejores amigas en el internado, y fue completamente sin la ayuda del Àngel del chorro dorado. Él vino más tarde, cuando habíamos alcanzado la mayoría de edad y nunca formó parte del autostop ni en otros viajes, sino sólo apareció cuando nuestra amistad había sido reemplazada por la cara fea, amarilla e hinchada de la adicción.

—¡No podemos hacer eso, así como así! —Lisbeth se opuso, sentada en el suelo fumando un cigarrillo en el gran cuarto de ducha, ahora seco, mientras yo caminaba inquieta frente a ella, llena de un fuego fanático.

—Por supuesto que podemos hacerlo, deja de pensar, ¿Qué nos detiene? Sólo unas pocas palabras. Así es la vida…¡tú decides por ti misma en la realidad!

—¡Me vuelves loca, puedes hacerme hacer cualquier cosa! —gritó con euforia en su voz.

—No puedes simplemente hacer eso, no eres mayor de edad, decidimos por ti hasta los dieciocho años, eso es lo que dice la ley —mis padres me miraron como si fuera un incómodo meteorito del espacio exterior.

—¡Ja! ¡La ley! Esto sólo es un pedazo de papel decorado con letras, ¿Cómo podría un pedazo de papel decidir sobre mí? —no pudieron responder y con la imagen de las manos impotentes y caídas de mi madre y la mirada brillante y admiradora de mi padre, Lisbeth y yo hicimos autostop a España donde nos enamoramos de José y Magariño de Badajoz. En el camino por Francia la policía nos detuvo durante cuatro días porque pensaban que éramos niñas que se habían escapado de casa y una de nosotras llegó a casa con muletas, pero eso solo nos ayudó a conseguir más transporte en el camino. Llenas de vida e invencibles, volvimos a casa, las vacaciones de verano habían terminado..

En otra excursión acabamos en Amsterdam. Aquí trabajábamos en la cafetería Machu Picchu y vivíamos en el apartamento del dueño en el sótano, donde también abría sus bolsas que contenían chocolate, en las que literalmente vadeábamos. Todo el tiempo teníamos un pedazo puntiagudo de la hierba procesada bajo nuestros pies, como el pequeño gatito agresivo en casa, que en cualquier momento saltaba sobre nuestro cuerpo y se aferraba con sus pequeñas garras afiladas.

Yo no tenía talento de llevar las cuentas de la cafetería. Rodeada por las montañas de Macchu Picchu en forma de la decoración pintada de las paredes, las alfombras tejidas y la música del CD de flauta de Pan en repetición, fue una experiencia vertiginosa para mí. Ni una sola vez fui capaz de poner la cantidad justa en la bolsa de papel blanco con una fresa y dársela al hombre que venía todos los días a las doce a recogerla.

Fui la primera en volver a Copenhague, Lisbeth llegó seis meses después. Ella ya no era la novia del dueño de la cafetería y su cara estaba amarilla y llena de odio..

Me han dado la llave. La llave de La Torre Óptica. Lo encontré primero, lo vi primero. Me encanta la torre.

          Puedo estar aquí tres horas, luego tengo que irme. Escribiré toda la historia hoy, en este espacio que conozco tan bien. No he estado aquí en veinte años, pero rápidamente me siento como en casa en lo alto del astillero Burmeister and Wain, que tiene 175 años y está fuera de servicio, con vistas a todos los lados más allá de Copenhague. Estoy sola aquí arriba. Está tranquilo, sólo con un leve zumbido de los barcos grandes y pequeños del puerto. Debajo de mí, en el gigantesco hangar naval, hay una actividad de hormigueo de los muchos escaladores que con manos y pies entrenados se aferran a los bultos de colores en las paredes artificiales de la montaña. Esta es buena gente, la del club de escalada. Como dije, me acaban de dar la llave, así sin más. Por supuesto, después ellos van a leer el artículo sobre La Torre Óptica.

Hace veinticinco años en mi bolso siempre llevaba el pasaporte, en caso de viajes impulsivos al extranjero, además de crema solar, agua, cartera, llaves, mi primer teléfono móvil y probablemente también algo de comida. Tal vez acababa de salir de mi trabajo en la cocina o tal vez no había habido trabajo para mí ese día en la agencia de trabajadores ocasionales. En todo caso, mi manejo de la ansiedad siempre fue el movimiento, que en este día me llevó por primera vez al viejo astillero en la península de la capital, Refshaleøen, con una vista de Suecia por un lado y del castillo de la reina danesa por el otro.

Con el objetivo de encontrar una combinación común de vivienda y taller de pintura, ahora me movía por el astillero desierto y abandonado como un gatito, donde los últimos 1350 empleados habían sido despedidos hace aproximadamente un año, cuando el astillero finalmente quebró después de veinte años de conflictos caóticos. Loncheras, gorras azules y ropa de trabajo estaban por todas partes mezcladas con herramientas dejadas en el suelo. Las colillas de cigarrillos aún brillaban; tal vez un rastro de los pocos artesanos despedidos que seguían desempolvando como fantasmas solitarios que utilizaban las máquinas aún funcionales del astillero para proyectos privados. De vez en cuando se escuchaba brevemente un sonido fuerte y metálico o saltaban chispas a la vuelta de una esquina, pero por lo demás todo estaba tranquilo, grande y luminoso, como después de un accidente. El aire se sentía radiactivo.

Ninguna puerta estaba cerrada con llave, pero todas podían abrirse con una patada o un golpe con el hombro seguido de un fuerte sonido lastimero. Detrás de las puertas había pasillos sinuosos y habitaciones con montajes misteriosos salpicados de herramientas desconocidas y chismes metálicos. Como mujeres vacías dando a luz, los cinco hangares navales yacían abandonados y expuestos a la intrusión. El hangar naval más grande era casi aterrador por su cantidad de nada, con un poco de incomprensibilidad del universo en su interior; sin embargo, el espacio del hangar se caracterizaba por una soledad gris que resonaba profundamente en el alma.

Con esta sensación en mi cuerpo, vagué por el astillero en desuso durante muchos días. Entre medias, me fumaba un porro, miraba el ritmo del agua del puerto o me echaba una siesta al sol si encontraba un lugar particularmente bueno donde me sentía segura..

Un día estaba dentro de un almacén en que todo estaba construido con tablones fuertes e impregnado con mordiente oscuro. Estaba cálido y seco y el lugar me parecía adecuado para taller y alojamiento. De repente, un hombre apareció al pie de la escalera mientras yo bajaba. Con su cabello medio largo y decolorado por el sol y los collares de perlas amarillas, verdes y naranjas cerca del cuello, parecía un tipo de surfista con un poco de sobrepeso.

—Hey, what´s up? —dijo como si fuéramos viejos amigos. Tal vez esta era mi oportunidad y le conté sobre mi misión como buscador de taller.

—Sí, es un lugar genial, ¿verdad?, Soy el responsable de todos los contratos de arrendamiento aquí como persona de contacto de la administración del municipio; Llámame si encuentras algo que te guste, ¿de acuerdo? —me dio una tarjeta con sus datos y nos seguimos a través de una plaza, mientras habló con gran pasión de la presión de jóvenes que habían abierto los ojos al potencial de la zona.

—Todo el mundo quiere un pedazo del pastel, ¡Esto iba a ser grande, muy grande!

Como un vagón de tren de setenta metros de altura, La Torre Óptica se construyó sobre un hangar naval como una mano que agarra. En el pulgar o a un lado estaba la escalera que conducía a la única habitación de la torre, que estaba en la parte superior del hangar con el vacío debajo. Había evitado durante mucho tiempo este edificio porque su interior tenebroso y su silbido me habían sacado de sí varias veces. Pero hoy sería y caminé con pasos insistentes y temblorosos por la estrecha escalera tapizada con un material gris y áspero. Junto con el viento un poco de luz entraba por las ventanas viejas y polvorientas. Mi miedo a las alturas no me ayudó y forcé la mirada hacia arriba mientras me agarraba con fuerza a la delgada barandilla de hierro. El ascenso se sintió como una eternidad, y supuse que esta era la cantidad exacta de tiempo que me llevaría a escribir una novela – es decir, escribirla dentro de mi cabeza.

Dentro de mí ahora existe una gran biblioteca sólo con libros producidos en esta escalera y hoy se agregaron dos nuevos a la colección. Ahora estoy en casa, es de noche, mi hija está durmiendo. No terminé el cuento y sigo escribiéndolo con el poder que saqué de la torre.         .

Como caracoles después de una noche lluviosa, el suelo de madera del cuarto de la torre estaba cubierto de placas de vidrio que se rompían bajo mis suelas. Estudié una de las placas cuadradas, que eran del tamaño de media postal, y vi el contorno de un barco desde arriba en forma de líneas transparentes sobre el vidrio negro. Una segunda y tercera placa mostraba otras variantes de los esqueletos de barcos. En el centro del cuarto había tres cajas en forma de ataúd con una distancia de unos pocos metros montadas en el suelo. Encima de cada caja había un instrumento de hierro negro que parecía un microscopio gigante. Me acerqué a una caja y sentí una succión en mi diafragma mientras mi mirada caía a través de un portillo abierto y directamente hasta el fondo del hangar naval vacío abajo. La conciencia de la cantidad de nada que había entre el suelo bajo mis pies y el plano del hangar me mareaba y necesitaba orinar constantemente, pero después de unos días llegó una sensación más constante de estar en un avión o en un barco con el mundo del mar debajo de mí.

Una noche llevé una gran linterna a la torre. Había logrado montar una placa de vidrio en el instrumento, por encima de la abertura que daba al hangar naval. Se había cortado la energía de la torre, por lo que quise reemplazar la fuente de luz del instrumento por la linterna y así revivir el antiguo astillero. Cuando oscureciera por completo se podría ver la nave iluminarse desde el fondo del hangar como un barco fantasma. Sin embargo, mi fuente de luz no era lo suficientemente fuerte ni precisa, sino que arrojó sólo un brillo difuso y lanudo en el hangar sin capturar los detalles del dibujo del barco.

Al día siguiente estaba buscando una lámpara más fuerte, pero nunca la encontré hasta que me ofrecieron un taller en el centro de la ciudad con un alquiler muy bajo, que acepté de inmediato. Los primeros días trabajé sola en el taller rodeada de pinturas de caracoles de una persona desconocida. Un sacerdote de la iglesia local compró una pintura mía, un paisaje largo y cambiante. Después de eso, conocí a los novios Tomêk de Polonia y Ole, que también frecuentaban el taller. Ole hizo algunos dibujos enérgicos y tribales con un lápiz. Sólo una vez vi a Tomêk en acción creativa, concretamente el día que entré por la puerta del taller y él estaba parado, frente a mi pintura de Cristo, con el brazo levantado con un pincel con pintura negra en la mano. Lo detuve inmediatamente. Su explicación fue que siempre había querido trabajar con un artista loco y que había querido poner una corona de espinas en la cabeza de Cristo. Yo no compartía el deseo de cooperación de Tomêk, pero a pesar de su comportamiento ilimitado y su diagnóstico de VIH, me quedé hechizada y profundamente enamorada de él. Con sus dos ojos verdes, su pelo corto y rizado y decolorado, parecía David Bowie o cualquier otra persona parecida a un elfo con su cuerpo largo y estrecho. Lisbeth pensó que ser gay era sólo una obsesión artificial por parte de Tomêk, porque ella podía sentir que él quería agarrar su cabello largo, liso y rubio y atraerla hacia él. Sin embargo, Tomêk sugirió que él y yo comenzáramos una relación mientras fingíamos que Lisbeth y Ole eran nuestros hijos discapacitados. Debido al creciente número de porros en el taller y junto con la constante música de Tuxedomoon, mi enfoque en la pintura bajó.          .

Un día, Ole entró en taller y nos dijo que había encontrado un nuevo y mejor taller.

—¡Un taller fantástico! —Él ya había firmado el contrato, y su novia, por supuesto, también me invitó a trabajar en el nuevo lugar.

Estábamos en lo alto, había una gran caída hacia abajo. Como de costumbre, sentí el terror en mi abdomen, en mi coño para ser exacta. Habíamos salido por una de las pequeñas y estrechas ventanas de la parte superior de La Torre Òptica y ahora estábamos sentados en el techo negro y curvo que cubría el enorme hangar naval debajo de nosotros. Tomêk me ofreció el porro de bienvenida y posó la vista en la central nuclear de la costa sueca, a nueve kilómetros de la capital danesa y luego dijo.

—No puedo creer que esta torre sea ahora nuestra, y luego ese nombre ¡Me encanta! ….¡Mira! Ahí va Danni elfo, el puntito, ahí —a lo lejos, vi a una persona vestida toda de morado y con rastas en la espalda desaparecer en un almacén.

—Do you enjoy the view?! —la voz sonó pequeña y lejana y el punto rojo ondeó desde la plaza. Fue el surfista, la persona de contacto de la administración municipal.

—Yeah, it´s so cool! Thanks a lot! —gritó Ole, devolviéndole el saludo alegremente.

Nunca pinté ningún cuadro en la torre, sino que la utilicé como un punto de fijación física en mi vida. Tomêk siempre estuvo ahí. Sin duda, allí podría encontrarlo, en la cima de la torre con un porro, después de haberme arrastrado por la ciudad y mi propio caos interior. Una vez escribió un cuento sobre mí, en la que yo era una reina. Con su látigo restallando sobre los lomos de los ciervos corrió a través del paisaje helado del amanecer en su trineo, el cielo era rosa y dorado. Las ramas se rompieron, las plantas y los arbustos fueron arrancados de raíz mientras los pájaros aliviados, asustados y chillando, los zorros y los animales pequeños huyeron despavoridos por todos lados mientras la reina perseguía el paisaje con una fuerza temible e impaciente en su camino hacia La Torre Óptica.

De camino a casa por la noche, Àngel del chorro dorado siempre me cuidaba. A veces estaba tan torcida y cansada que literalmente me quedaba dormida en la bicicleta y me desviaba del rumbo. Los conductores y los otros ciclistas me maldecían y me gritaban, pero siempre lograba encontrar el camino de nuevo antes de que alguien me golpeara.

Otras veces andaba a pie toda la noche después de la torre o Pusher Street. Conocía todos los quioscos de Copenhague; a menudo entraba para comprar un cigarrillo, es decir, solo un cigarrillo en vez de todo el paquete. Porque cada vez, como con el porro, estaba convencida de que ese sería el último cigarrillo de mi vida; mañana limpiaría mi cuerpo para siempre. No como Lisbeth, que, con los dos pies bien plantados en la tierra, quería comprar tres paquetes de Cecil Rojo de una vez porque era práctico. Los dueños siempre me miraban con una mirada inexpresiva e hipnotizada, nunca sexualmente, mientras me entregaban mi pedido. A veces no entendían lo que quería comprar, y tenía que explicarme en lenguaje de señas o inglés. Eran hombres árabes o indios. Siempre había varios de ellos juntos en el quiosco, dos, tres o cuatro de ellos, era obvio que estaban pasando un buen rato. Sin embargo, siempre se quedaban perplejos por mi llegada y su charla era silenciada. ¿Qué pasó con esa chica?

A mí me gustaban especialmente los indios, pero eran raros. Eran como gatos cerrados y amistosos, medio dormidos o retraídos en sus propios mundos interiores. Érase una vez uno de los indios que trató de enseñarme a tocar el tabla en su habitación trasera ya que ya yo estaba estudiando el sistema de música indio konnakol. Pero sólo fui allí una o dos veces. No sé por qué lo dejé, era un buen tipo.

El nombre del Àngel del chorro dorado estaba relacionado con su función, que sólo yo utilizaba después del anochecer. De hecho, no sabía si él trabajaba a la luz del día. Pero se trataba simplemente de si yo tenía que mear y no importaba dónde estuviera, siempre podría ponerme de cuclillas como lo hacemos las mujeres y nadie me vería ni me sorprendería en esta situación intima, ni siquiera un perro. Simplemente, nunca sucedió que estuviera expuesta durante los diez años que deambulé por las calles como un habitante de Marte, lo cual es estadísticamente ilógico. Cada vez que se posaba la campana de cristal sobre mí y todos los sonidos y luces se atenuaban durante cuarenta segundos, me quedaba impresionada. Después de eso la noche volvía a su forma acostumbrada.          .

No fuimos sólo nosotros los engañados, todos fueron engañados: Danni Elfo, los artistas del cristal, la banda de samba, los peluqueros, los trompetistas, los ceramistas, los DJs, en fin, todos los que habían firmado un contrato de arrendamiento con el surfista, para conseguir un pedazo del viejo astillero. Se había ido a Brasil con los depósitos y los ingresos del alquiler y nadie lo ha visto desde entonces.           .

—¿Qué haces? —Lisbeth me mira con sus penetrantes ojos azul claro y su largo cabello rubio de hada. He intentado olvidarla durante veinte años, pero ahora está aquí de nuevo. El tiempo no la ha cambiado, las mismas mejillas redondas, la misma cutis clara y aterciopelada. —Lisbeth, ¿qué haces aquí? —ella no responde, sino que se queda quieta y me mira desde la puerta de la sala de estar. Luego viene la conocida línea de escepticismo entre las cejas y se acerca a mí. Instintivamente pongo mis manos frente a mi cara, tal vez ella quiera pegarme. Yo había dejado de contestar a sus llamadas, de escuchar sus mensajes, como una cobarde.

—Mamá, ¿Por qué me llamas Lisbeth?, ¿Estás despierta? —me sacude con ambas manos, la computadora está a punto de caer al suelo. Ahora me doy cuenta de mi absurda equivocación.           —¡Mi hija!, lo siento, cariño. Estoy escribiendo un cuento sobre una chica que se llama Lisbeth y se parece mucho a ti, por eso…. pero es de noche, ven, te acostaré otra vez.             —¿Quién es Lisbeth? —mi hija parece muy despierta.

—una amiga que tuve una vez, pero ya no la conozco.

—¿Puedo ver? ¡Léemelo! –—se estrecha contra mí en el sofá y se cubre con una manta, lista para escuchar.

—Está escrito en español, no suele ser tu favorito… —normalmente, el idioma español es el enemigo de mi hija porque le roba a su madre, pero esta noche no es así.

—Entonces cuéntalo en danés, venga, por favor —dudo un poco, buscando las palabras.

—Lisbeth tenía una vida difícil, pero sobre todo aburrida. Realmente aburrida, de hecho, tenía una vida extremadamente aburrida.

— Pero ¿Por qué escribes sobre eso si fue TAN aburrido? — pregunta.

— Para no olvidarlo, si lo escribo, no tengo que recordarlo, inteligente ¿verdad?

— No lo entiendo, no tiene sentido—mi hija tiene razón, se me empañan los ojos.

—¿Por qué lloras, mamá? —toma mi mano entre las suyas.

— Sólo estoy cansada, pero también porque nunca ayudé a Lisbeth; ella era una persona realmente perdida.

—Pero tú no eras así, mamá. Me alegro de que no seas como ella.

—Yo también, mi amor. Muy feliz.

 


Trine Kestner nació y creció en Dinamarca. Ahora es estudiante de lengua y cultura españolas y latinoamericanas en la Universidad de Copenhague. Escribe cuentos para la revista Hendes Verden y trabaja como terapeuta de jóvenes y adultos con diversos tipos de adicciones. Anteriormente, producía y vivía de su cerámica.

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Entre letras y reflexiones: Un análisis del cuento Hacia la alegre civilización, de Samanta Schweblin

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Entre letras y reflexiones: Un análisis del cuento Hacia la alegre civilización, de Samanta Scweblin

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La narrativa de Samanta Schweblin encapsula magistralmente la alienación y la desorientación del protagonista, Gruner, en su intento de abordar el tren destinado al título del cuento, la alegre civilización. Gruner ha perdido su pasaje y tras las rejas blancas de la boletería se le ha negado la compra de otro por falta de cambio. Pronto la escena se convierte en un enfrentamiento satírico donde Gruner ensaya diversas estrategias para persuadir al hombre de la boletería, Pe, y lograr que detenga el tren. Sin embargo, todas sus aproximaciones son rechazadas debido a una ‘ética ferroviaria’ (p. 50).

Oscura y a veces surrealista, la lucha de Gruner nos trae a la memoria su doppelgänger literario, el agrimensor K, de la novela El Castillo de F. Kafka (1971 [1926]). Ambos personajes están entrelazados por la intrincada trama de sus respectivas narrativas, donde la lucha contra fuerzas inescrutables y la búsqueda incansable de comprensión y pertenencia revelan un vínculo simbiótico que trasciende las páginas de sus historias individuales. Se trata sobre la alienación, la burocracia insensible, la frustración de intentar realizar transacciones con sistemas de control no transparentes y aparentemente arbitrarios, y la búsqueda fútil de una meta inalcanzable. Schweblin presenta una situación absurda, ilógica o simplemente extraña de manera tan sobria y humorística que adquiere su propia abrumadora fuerza persuasiva.

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La vida en la estación no solo simboliza el poder estatal sobre los oficinistas atrapados o abandonados en el campo argentino, sino también la dificultad de establecer conexiones significativas de un entorno marcado por la opacidad y la arbitrariedad. Schweblin, al igual que J. Cortázar, invita al lector a ser co-autor de la narrativa al brindarle la libertad de interpretar el cuento de diversas maneras, convirtiéndolo en un participante activo en la construcción del significado[1].

En una entrevista Schweblin cita a Rebecca Solnit: ‘Un libro es un corazón que palpita en el pecho del otro’ (La Semana, 02.11.2016). La cita enfatiza la colaboración entre autor y lector tratada en Rayuela de Cortázar (1963), implicando que el libro, como un órgano vital, encuentra su vida y su pulso en la interpretación personal del lector. El lector no solo absorbe la historia, sino también le otorga significado mediante su propia lectura, convirtiéndose en una parte esencial de la experiencia literaria. La frase citada subraya la relación recíproca y la dependencia mutua entre el autor y el lector, destacando que la letra adquiere una vida auténtica cuando es leída con empatía y dedicación[2].

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Este aspecto se revela en los personajes que desempeñan papeles diferentes. Todo es ambiguo, y según la perspectiva analítica del lector adquieren una subjetividad e intencionalidad propia. Pe p.ej. puede representar el estado, el padre y luego también el campesino de buen corazón. La vida en la estación se convierte en una intersección definida por la constante lucha y negociación entre lo civilizado y lo bárbaro, fuerzas inherentes en cada personaje – y lector – en sus enfrentamientos con la realidad. Los personajes, como viajeros en esta estación de dualidad, experimentan las tensiones y los desafíos de habitar este microcosmos inconcluso, donde los rieles del progreso y la modernidad se entrecruzan con las sendas más primitivas. La imaginaria civilización alegre persiste en los oficinistas como la quimera de Domingo Sarmiento al que nunca llegamos, figura fuera de vista, esperando ser descubierta más allá de los confines de nuestro conocimiento, tan evasiva como las puertas del misterioso Castillo que se erige en la penumbra de lo inalcanzable.

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En línea con J. L. Borges, Schweblin cuestiona nuestra compresión racional, lógica de la realidad. Basada en un ambiente cotidiano reconocible, la narración tiene lugar entre un universo fantástico y uno verosímil y realista, llevando al lector a la perturbadora percepción de que algo inusual, lo cual no significa irreal, está sucediendo. El cuento destaca la complejidad que implica traducir la ficción a la realidad, o tal vez destaca cómo la realidad misma puede parecer tan compleja como la trama de un cuento surrealista. La complejidad surge no solo de los eventos disparatados que rodean la estación, sino también de la respuesta de los personajes a estos eventos, que refleja la ambigüedad de su propia existencia y la naturaleza escurridiza de la realidad que intenta comprender.

Hacia la alegre civilización refleja el sinsentido de ciertos afanes en nuestra propia vida, y a través de la trama, nos hace ver que hay cosas que sobrepasan nuestra razón, o sea, nuestra razón no nos proporciona la clave para comprender el mundo. Creemos entender y explicar todo, pero es una ilusión. El desgaste emocional y la sensación de desorientación resuenan con temas más amplias del existencialismo, proporcionando a los lectores una ventana a la complejidad de la experiencia humana frente a sistemas sociales aparentemente incomprensibles y distantes.

La burocracia, maestra en la manipulación, convierte la identidad en una herramienta maleable en su coreografía administrativa. En su teoría sobre el panóptico y la biopolítica, M. Foucault describe cómo las instituciones políticas y sociales regulan y controlan no solo los cuerpos, también participan activamente en la creación y configuración de los propios sujetos (1991). En esta danza de control, la reflexión de Gruner cobra vida, surgiendo que:

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‘[…]los perros del mundo son el resultado de hombres cuyos objetivos de desplazamiento han fracasado. Hombres alimentados y retenidos a puro caldo humeante, a los que los pelos les crecen y las orejas se les caen y la cola se les estira, un sentimiento de terror y frío que incita a todos al silencio, a permanecer acurrucados bajo algún banco de estación, contemplando a los nuevos fracasados que, como él, aún con esperanza, aguardan impávidos la oportunidad de su viaje’ (p. 47).

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Hay una identificación curiosa, cuasi simbiótica entre el hombre y el perro, que se desarrolla en un tipo de hermandad implícito. Schweblin establece una postura paródica frente al animal, pero al encontrarse con los otros oficinistas, Cho, Gill y Gong, reconocemos la semejanza independiente de Gruner. No solo llevan nombres “telegráficos” aptos para mascotas, también realizan simbólicamente el gesto de menear la cola como el perro huérfano mencionado anteriormente. Siempre listos para cumplir con los órdenes en un abrir y cerrar de ojos, los oficinistas perrunos se asemejan a sus dueños, Pe y Fi, en una bizarra farsa familiar.

No es exactamente una recreación de La Metamorfosis de F. Kafka (2011 [1915]) o de Axototl de J. Cortázar (1956), sin embargo, nos vemos seducidos a especular sobre la posibilidad de una transición y los distintos “estados evolutivos” de los oficinistas que llegan a la estación. La letra solo insinúa la conexión entre perro y hombre en un flujo de consciencia, pero pronto aceptamos la transformación en carne vivo como si fuéramos testigos directos de otro Gregor Samsa. Y eso sin otro soporte que la idea espontánea de Gruner y el comportamiento de sumiso de los otros oficinistas. Para entender lo fantástico en Schweblin, Tzvetan Todorov define lo fantástico como el género que ‘ocupa el tiempo de le incertidumbre […]. Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural’ (1981: 19). Scweblin, a su vez, admite que la vacilación entre lo real e irreal permanece irresuelta, sumergiendo al lector en un terreno ambiguo donde la frontera entre lo natural y lo sobrenatural se difumina, dejando espacio para la interpretación y el misterio.

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La extraña comedia encarnada por Pe y Fi, quienes respectivamente asumen los papeles de padre y madre, conduce a los oficinistas a una etapa infantil donde se involucran en representaciones afectuosas por parte de sus cariñosos “progenitores” y de repente se ven sometidos a la autoridad paternal. Detrás de la puerilidad, sin embargo, se experimenta cómo la resistencia siempre acecha detrás de la máscara, aguardando su momento para desafiar la imposición autoritaria.

La escena donde Gong y Gill escupen en las sábanas de la cama matrimonial de Pe y Fi es el punto de inflexión: ‘Es el momento en que están rebelándose y Gruner lo sabe, tanto amor no podía ser real’ (p. 50). La cama simboliza el huerto de los sueños; un espacio donde cultivamos y nutrimos los frutos de nuestra imaginación y esperanza durante el viaje nocturno. Así, los oficinistas desprecian a los sueños de sus anfitriones que no les dejan subir al tren, pero también es el momento en que se unen para armar un plan de fuga.

Hasta entonces, Gruner se pensaba solo en la batalla por su libertad; incluso su propia mano había conspirado en su contra al aceptar la carnada ofrecida por Pe y Fi. No entraré en detalles sobre la escena, pero el estilo narrativo en las páginas 47-50 es cuasi cinemática, evocando la intensidad de la primera escena de Once upon a time in the west de Sergio Leone (1968). Aquí, las manos son vehículos de la comunicación, transcendiendo las limitaciones del discurso verbal, y al mismo tiempo son las manos que actúan. En el vasto lenguaje de las palabras, las emociones se deslizan entre las grietas, buscando un hogar más allá de las letras. Como en una película muda, leemos en imágenes como ‘la mano ofendida cierra la ventana’ (p. 47). En este silencio visual, las acciones hablan más allá de lo que las palabras podrían articular.

Si regresamos al plan de fuga, la tarea es detener el tren, una premisa singular y, a la vez cómica, que persiste en el cuento. A elaborar el plan, Gruner señala: ‘hay que ser realista, la objetividad es la base de todo buen plan (p. 52). La solución que proponen los oficinistas no solo me parece curiosa sino también sumamente divertida: ‘[…] contar con la no señal. Permanecer junto a las vías sin hacer nada, solo rezar, como dijo Gill, porque quizá esa sea la señal de Dios para que el tren se detenga’ (p. 53). La paradoja de rezar por la no señal desafía nuestras expectativas, y otra vez, son las manos, o más bien la falta de manos, que ponen las cosas en movimiento. Este pasaje sugiere una mezcla de resignación y esperanza, destacando la peculiaridad de la situación, pero también podría ser interpretado como una crítica sutil de la autoridad que se atribuyen a la iglesia católica en Argentina durante la dictatura militar.

Al final, el tren se detiene, y para nuestra sorpresa sale una multitud de: ‘Gente que se abraza y exclama: pensé que nunca podríamos bajar […]. Hace años que viajo en este tren, pero hoy al fin he logrado llegar’ (p. 53). Todos viven en tránsito, todos se inclinan hacia una meta inalcanzable, y todo se repite como un cicle natural o como una pesadilla en circuito cerrado. En el eterno tránsito de la vida, nos encontramos en una encrucijada entre la urgencia del presente y la incertidumbre del futuro. Nuestros oficinistas se salvan – Gruner, Cho, Gill, Gong y el perro gris -, pero a bordo del tren se percibe una intuición compartida: no habrá nada al llegar a destino. En este viaje, la reflexión sobre la ficción de Piglia cobra vida: “la escritura de ficción siempre se ubica en el futuro, trabaja con lo que aún no es. Construye lo nuevo a partir de los restos del presente” (2006: 14). Así, mientras los personajes enfrentan la incertidumbre, la escritura misma se erige como un acto de anticipación, tejiendo lo novedoso con los vestigios del ahora.

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En conclusión, el cuento la alegre civilización sigue una estructura narrativa que cobra sentido mediante la participación del lector, ya que es este quien actualiza y da vida a las angustias y aspiraciones de los personajes. De manera deliberada, Samanta Schweblin, mantiene ocultas ciertas premisas sobre el mundo que ha creado, revelándolas estratégicamente hacia el final. Esta estrategia narrativa confirma que la ficción permite explorar nuevas posibilidades ominosas de sentimiento que no se encuentran en la experiencia directa en la denominada realidad.

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Bibliografía:

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Cortázar, J. (1956). Axototl, en Final del Juego, México: Los Presentes.

Cortázar, J. (1963). Rayuela, Buenos Aires: Sudamérica.

Foucault, M. (1991). Discipline and Punish: the birth of a prison. London: Penguin.

Kafka, F. (2011 [1915]). La Metamórfosis, Trad. A. H. García, Madrid: Alianza Editorial.

Kafka, F. (1971 [1926]). El castillo, Trad. D. J. Vogelmann, Madrid: Alianza Editorial.

Leone, S. (1968). Once upon a time in the West, Paramount Pictures.

  https://www.youtube.com/watch?v=LRAK0CTiOX0

Malagón Llano, S. (02.11.2016). Un libro es un corazón que palpita en el pecho del otro, La Semana.

https://www.semana.com/agenda/articulo/samanta-schweblin-entrevista-premio-cuento-garcia-marquez-siete-casas-vacias/60469/

Piglia, R. (2006). Crítica y ficción, Barcelona: Anagrama.

Schweblin, S. (2009). Hacia la alegre civilización, en Pájaros en la boca, Editor digital: Titivillus.

Todorov, T. (1981). Introducción a la literatura fantástica, Trad. Silvia Delpy, Editions du Seuil.

 


  1. Sobre el lector cómplice, Cortázar dice: “Mejor, le da como una fachada, con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento). Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se repetirá (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice” (1963: 454).

  2. Para otra perspectiva teórica, el espectador emancipado de J. Rancière (2008), abre nuevas perspectivas al lector cómplice al derribar las estructuras convencionales que separan al público de la obra de arte. Rancière proclama la capacidad intrínseca de cada individuo para participar activamente en el acto estético, erigiéndose como un faro de democratización cultural que desafía jerarquías preestablecidas. En sintonía con el lector cómplice, el espectador emancipado no solo contempla, también crea, interpreta y contribuye al diálogo entre arte, política y percepción. .


Ørne Trygve Voetmann nació en Dinamarca en 1991. Con dos títulos universitarios de pregrado – uno en Relaciones Internacionales y en Geografía Humana, de la Universidad de Roskilde (2019); y otro en Lengua y Cultura del Mundo Hispanohablante, de la Universidad de Copenhague (2024) – Voetmann actualmente realiza un intercambio de posgrado en Bogotá, Colombia. En la Universidad de los Andes, se sumerge en el estudio de la Construcción de Paz, buscando encontrar la poesía en lo incomprensible y explorar las intersecciones entre la resolución de conflictos y la expresión humana.

“¿Dónde está mi ser?”

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Texto reproducido de la revista

Horizonte Independiente

Columna literaria

9.12.2023

Editora: Rosana de la Viuda

Autor: desconocido

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Habiendo llegado a mi poder, de la manera más insólita, un manuscrito encontrado por un miembro del servicio de habitaciones de un hotel, me siento con la obligación moral de compartirlo en público ya que ese era el destino pensado por su autor, al que se dio por desaparecido y del cual no se sabe su identidad. Su nombre y su documentación se concluyeron falsos. En su habitación había papel de aluminio por todas partes y el detector de humos estaba cubierto. Se piensa que el manuscrito quizás se tratase del borrador del delirio de un cuadro sicótico provocado, un relato breve, o una confesión desesperada. Sea lo que sea, tanto yo como mi círculo de amistades, lo encontramos con alto valor creativo y reflexivo y por esta razón decido publicarlo en esta revista. A continuación, transcribo una versión exacta de la original:

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“¿Dónde está mi ser?”

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– En la habitación del hotel –

Colgué el letrero que dice “no molestar”. Por fin una mínima sensación de alivio. El plateado de la bolsa me hizo suspirar, y dejé que fuera el plateado el que me guiase hasta la noche. No recuerdo mucho. Al día siguiente cuando amanecí, tumbado, intentando respirar, mi mente se quedó atrapada en el blanco del techó. Cuando conseguí llegar al baño, volví a sentir que el suelo perdía su solidez. Me miré en el espejo y el contorno de mi imagen empezó a esfumarse. Apoyé el peso de mi cuerpo en el lavabo, cerré los ojos y mi cerebro dio un vuelco- como lo hace el estómago con el paso de un desnivel en el coche. Y lo terrible era que me sentía deslizar por el blanco del lavabo y como si mi ser chorrease entre el blanco de los azulejos. Lo detestaba. No iba a volver a pasar. Cogí el pañuelo negro y cubrí el espejo. ¿Dónde estaba mi ser? ¿Estaba existiendo? ¿Podía alguien ver mi ser cuando no estaba haciendo nada por terminar aquella injusticia de la que todos éramos cómplices- con aquellas masacres? ¿Cómo podía beber ese agua sin más? Pues como los demás, me dije- sin pensar. Sin pensar en que ese agua contenía la sangre de las masacres, de nuestras civilizadas, democráticas, libres masacres llenas de valores. Y era inevitable porque cuando hay tanta sangre en la tierra, y se evapora, se condensa y finalmente es llovida. Y nos llueve encima, y se convierte en nuestro agua. Esa era la verdad. Todo el mundo conoce el fenómeno de la lluvia y cómo puede venir de un desierto lejano conteniendo arena, y por eso a veces es anaranjada. Y además de sangre ese agua estaba llena de mentira. Más que agua era una mentira en agua, con sangre. ¿Y dónde estaba mi ser? Estaba detrás de la mentira, había sido uno de ellos, ‘lobos’, los que hacían las masacres. Mis manos también estaban manchadas de sangre. Tenía que revelar la verdad. Y con la verdad- la sangre. Iría al matadero y encargaría litros de sangre. Y sí, tenía que ser de matadero, no ficticia, sangre viva, en contacto con el tiempo, con la vida, ese tiempo y esa vida que estábamos, robando a esos cuerpos y esas almas que nunca llegarían a ser lo que algo divido ideó para ellas. Tenía que ser sangre que viviera, que se transforme, que transmutase, hasta llenar todo con nauseas.

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Después de una semana –

Cuando esperaba el ascensor pasó la asistente del servicio de habitaciones. Le di la espalda. Me estaba mirando, lo sentía. Eso era lo que me mataba. Y me mataba porque la mirada del ‘otro’ no me permitía ser, me definía, me limitaba como el individuo con aquella extraña enfermedad. Me rechazaba, como si los demás no fueran diferentes, o como si no fuéramos todos iguales, como si no estuviéramos interconectados, como si no fuéramos todos parte de todos y formásemos una unidad. Su falta de consciencia les hacía sentir como si su ser hubiera sido fijado por una fuerza divina. La chica miraba el reloj y contaba las toallas y sábanas del carrito como si alguien la persiguiera. Giró la cabeza. Volví la mirada otra vez. Percibí un silencio como una pelota lanzada contra la nuca. En la simultaneidad de sus pensamientos algo le dijo que aquello era extraño: ‘¿qué hacía un niño solo en el pasillo tanto tiempo?’ Le di unos segundos. Noté como se fue y una compañera la relevaba. La compañera se puso a la tarea, cogió sus toallas y sábanas y se dirigió a mi habitación. Un trabajo que se había repetido durante quizás años; expectativas en un guion fijo, movimientos automatizados, tiempo sincronizado, secuencia de habitaciones, empuje de carrito, temperatura de la llave, el peso de la puerta, el baño en frente, ella en el espejo, segundos de paz, descanso en su imagen. Pero no hoy. Hoy se iba a encontrar empujada al vacío, no iba a ver su imagen, iba a desaparecer en la negra nada. La nada con golpe en la frente y susto, y vuelco, tirón de pies, ¡abajo! colada en el agujero colgado. ¡Negro! -¡no hay espejo! ¡agujero! Se creería desaparecer en el infinito, en el negro del pañuelo del espejo. Y ahí es donde estaba mi ser con mi cuerpo y con la sangre de los ‘otros’, de los que todos bebemos hoy.

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– La cena con ella en el restaurante del hotel-

Le puse el vestido azul de seda, en el restaurante hacía calor, hoy tomaríamos rollitos de primavera con té verde. Nos quedamos sentados en la cama unos minutos. Íbamos a salir por primera vez juntos. La cogí de la mano y bajamos. La senté con cuidado para que no se escurriera. Sentía las miradas otra vez, pero esta noche no me afectaban ¿No estaba haciendo lo mismo que el resto? Yo también quería la cercanía de otro cuerpo, relacionarme con él, tocarlo, ver mi ser reflejado en sus ojos, aunque estos ojos no se moverían nunca.

-El filtraje-

Estaba harto de que mi vida fuera una queja improductiva, una vida enclaustrada en la soledad de la incomprensión e incomunicación. Aquella noche escribiría el resto de mi confesión que culminaría en la revelación de la verdad; la explicación de cómo funcionaba todo. La revelación sería proyectada en un suelo cubierto de sangre putrefacta. El mensaje incluía información confidencial del Departamento de Defensa de las Repúblicas Libertarias, y estaría firmado con ‘Whistleblower’. Mi confesión quedaría completa, me dejaría ver y me sentiría vivo, sentiría mi ser. No temería la muerte ya.

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-El hombre de la extraña enfermedad-

Así es como recompuse la versión final de su confesión. Así imaginé qué sintió y pensó aquel hombre de la extraña enfermedad durante aquellas raras semanas en el hotel. Si él supiera que fui yo la que dio el aviso del papel de aluminio y por eso le pusieron en la lista de ‘Huéspedes non gratos’…Pero no tengo remordimientos, no podíamos correr un riesgo así. En tan poco tiempo ese hombre sufrió muchos cambios; pude notar un antes y un después del pañuelo en el espejo, de la cena con su muñeca en el restaurante, de la nota introductoria al filtraje. Ese hombre vino roto y de algún modo la revelación del filtraje le hizo sentir sólido. Pero ese filtraje me parecía de alguna manera como un acto de adolescente rebelde. No sé si era mi manera de justificar mi decisión de no entregarlo, pero ¿quién sabe lo que hubiera podido provocar? No iba a entregarlo, aunque ese era el propósito de su escrito y la conclusión de todo lo que pasó por su cabeza, y aunque yo vi todos los bocetos de lobos y corderos, los borradores, la ropa de su muñeca… Sentía la conexión y una cierta obligación, pero lo mejor era proyectar otro tipo de mensaje, que consiguiera el efecto que él quería, pero un mensaje de unión, la unión era la clave. Necesitábamos entender que formábamos parte de una unidad mucho más poderosa que los creadores de las masacres y que nuestra unión las pararía.

 

 


Rosana de la Viuda nació en Madrid y ha vivido en Dublín, Ámsterdam y Paris antes de mudarse a Copenhague donde estudia Filología hispánica en la Universidad de Copenhague. Ha escrito diferentes relatos breves, entre ellos, Copenhague para niños (2017) y De camino a casa (2018) y ha realizado ilustraciones para cuentos y material didáctico como Little Red Bear and Big Blond Bear (2014), Microrrelatos (2015), y The Catcher in the Rye (2015). En este momento imparte clases de español para adultos.

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Cuatro poetas chiapanecos: Tendencias y evocaciones

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Es la que a continuación se presenta una breve muestra de la obra de cuatro poetas: Roberto Rico (1960), Gustavo Ruiz Pascacio (1963), Luis Arturo Guichard (1973) e Ignacio Ruiz-Pérez (1976). La idea es que los poemas seleccionados inciten a quienes los lean a conocer a estos autores de cuya producción podría darse el siguiente sucinto acercamiento.

Con una fascinación por dejarse el “domingo al hombro”, con palabras que lo sitúan del lado de la ironía, Roberto Rico es partidario de la carga verbal que lo hace un poeta que no desiste ni de palabras ni de lugares. Para él, toda palabra tiene cabida en el poema, todo espacio es susceptible de conducir el poema, de acercar el poema. Es alguien que cuestiona, que se cuestiona, y lo que sabe lo transmite sin ansiedades, sin ademanes.      Es el equilibrista de quien se vale Gustavo Ruiz Pascacio para desplazarse con largo aliento en busca de un bosque, para sentarse en otra banca, en un lado distante, y saber de sí y saberse decir que está ahí para disfrutar lo que se le entrega, con lo que hará los poemas, una tonada de jazz, un vibrato, un caudal en el que encontrará sus espíritus. Luis Arturo Guichard ha sabido traer hacia sí los trazos, los retazos que ha encontrado en su andar por el mundo, el que sólo adquiere existencia en el momento en que pasa por la tinta con la que el poeta traza las palabras en sus cuadernos. Una pluma, un cuaderno y alguien que aún reconoce su camino: mapas, aspas con las que su movimiento se acrecienta, aunque siempre se le escape la imagen de sí mismo: alguien en un aeropuerto con una maleta.

Reescritura, imágenes que se prolongan de un poema a otro, de un libro a otro, reconocibles universos en los poemas de Ignacio Ruiz-Pérez, conducidos con un ritmo sostenido, con el que el poeta ensaya conceptos que arma al estar frente al mar, frente a un poema, frente a una película, espirales de una búsqueda constante, la del poema que se entrega.

La que se ofrece es una propuesta de lector: adelante.

Cuaderno de innsbruck – Gustavo Ruiz Pascacio
Con meridiana oscuridad – Roberto Rico
Ensayo de la sombra – Ignacio Ruiz-Pérez
Luis Arturo Guichard
Lo demás te lo enseñara el relámpago – Luis Arturo Guichard

 

Calos Gutiérrez Alfonzo es poeta y ensayista. De su autoría son los siguientes volúmenes de poemas: Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018). Ha publicado los libros Ascenso y precisión. Tres poemas de autores chiapanecos (2016) y Minucias. Maneras de decir cómo se vive la frontera (2021). Se desempeña como Investigador del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre     Chiapas y la Frontera Sur, de la Universidad Nacional Autónoma de México (CIMSUR-UNAM).

Ensayo de la sombra

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Ensayo de la sombra

  (selección)

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Instantánea (hora inmóvil)

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Mi cabeza rota es también una cámara oscura.

En su fondo se dibujan puertos, barcos y avenidas

donde revolotea un puñado de ángeles.

A veces los ángeles suben montes, desandan veredas

o aletean felices, zumbando aquí y allá,

produciendo una bulla que hincha el aire de su suyo tan vacío;

otras, llevan mandolinas y cantan la inminente llegada del fin del mundo.

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Mi cabeza rota es una cámara oscura.

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A medianoche

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Tengo nostalgia de lo que jamás tuve ni tendré:

Acento, ceniza, huella de perdiz,

caracol dando vueltas en mi oído

o regresando oscuramente a su casa

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y tengo también olvido,

sendero sin principio ni fin,

limbo en la mirada,

zapping, imágenes verticales,

cuervos en el brazo

—¿o son acaso las líneas del mar

que palpita a lo lejos?

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puedo nombrar el puente,

su hormigón tendiéndose entre mis recuerdos,

pero también la ciudad con sus alas

subiendo hacia abajo, rompiendo sus plumas,

esas ligeras formas del deseo

uniendo las orillas separadas por el río

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los buques resoplan,

yo camino oscurecidamente bajo las farolas del muelle,

el bulevar se alarga, la noche es cada vez más noche,

y en mi brazo yo sólo puedo escribir

lo que jamás tuve ni tendré.

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Cámara lúcida

(fragmento)

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Concéntrate

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Busca en las fotografías el instante que perdiste

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Salta de página en página, de calle en calle, de puente en puente

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Busca en el archivo de tu cuerpo, en el fondo de la pecera

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Húndete en el fulgor de la pantalla

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Concéntrate

Ensayo de la sombra – Ignacio Ruiz-Pérez

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De Ensayo de la sombra, Ignacio Ruiz-Pérez, México: lengua de barro, 2024.

<p style=”text-align: justify; margin: 0cm 0cm 8.0pt 0cm;”><b><span style=”font-size: 11.0pt; font-family: ‘Calibri’,sans-serif; color: black;”>Ignacio Ruiz-Pérez</span></b><span style=”font-size: 11.0pt; font-family: ‘Calibri’,sans-serif; color: black;”> (Tuxtla Gutiérrez, 1976) es autor de los libros de ensayos Lecturas y diversiones (2008) y Nostalgia de la unidad natural: la poesía de José Carlos Becerra (2009 y 2011). En 2010 coeditó el volumen Independencias, revoluciones y revelaciones: doscientos años de literatura mexicana, y en 2018 dio a conocer la Antología del ensayo moderno en Chiapas. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el IX Premio Mesoamericano de Poesía «Luis Cardoza y Aragón» por Notas manuscritas llenas de incógnitas (2014), el XIV Premio Internacional de Poesía «León Felipe» por Libro de la ceniza (2016), el III Premio Nacional de Poesía “Juan Eulogio Guerra Aguiluz” de la Universidad Autónoma de Sinaloa por El deseo es una lámpara que no alumbra (2023) y el III Premio de Poesía “Óscar Oliva” por Ensayo de la sombra (2024). Desde 2005 es profesor de literatura mexicana en la Universidad de Texas-Arlington.</span></p>


Ignacio Ruiz-Pérez (Tuxtla Gutiérrez, 1976) es autor de los libros de ensayos Lecturas y diversiones (2008) y Nostalgia de la unidad natural: la poesía de José Carlos Becerra (2009 y 2011). En 2010 coeditó el volumen Independencias, revoluciones y revelaciones: doscientos años de literatura mexicana, y en 2018 dio a conocer la Antología del ensayo moderno en Chiapas. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el IX Premio Mesoamericano de Poesía «Luis Cardoza y Aragón» por Notas manuscritas llenas de incógnitas (2014), el XIV Premio Internacional de Poesía «León Felipe» por Libro de la ceniza (2016), el III Premio Nacional de Poesía “Juan Eulogio Guerra Aguiluz” de la Universidad Autónoma de Sinaloa por El deseo es una lámpara que no alumbra (2023) y el III Premio de Poesía “Óscar Oliva” por Ensayo de la sombra (2024). Desde 2005 es profesor de literatura mexicana en la Universidad de Texas-Arlington.

Lo demás te lo enseñará el relámpago (selección)

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Lo demás te lo enseñará el relámpago

    (selección)

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No todos los caminos me han llevado a Roma

(tal vez esa oferta expiró con las estatuas

de los emperadores en el suelo),

pero tampoco me han apartado de ella:

por las noches leo a mis poetas

y recuerdo bien dónde iban las largas

y las breves, dónde estaban los trucos de la métrica.

No he olvidado esos caminos aunque los míos

sean corrientes de isla griega, meandros

egipcios, bosques turcos. Leo y camino

con la alegría del cazador que reconoce

los cortes de la brecha.

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y No pertenecen a la infancia del amor.

Cuando crecen, se complican.

Al principio es o No, simple y total.

Con un te tiras al abismo de la mano,

con un No, te tiras igual, pero tú solo.

Luego viene Sino, que significa alternancia,

indecisión, la vida que llevamos

a las espaldas comienza a cobrar su cuota.

Y también aparece Si no: <si no hay futuro>,

<si no funciona> y todos los mediocres

Hermanastros. Por eso es tan bella

la infancia, cuando me miras con ojos

de gacela y me dices y no

hay ninguna duda en la fábrica del mundo.

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Defenderemos el paso de Bósforo

Pies alados para alisar las arrugas del mundo

          Eduardo Chirinos

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Esta noche, desde un cibercafé de Estambul,

vamos a combatir por una letra griega.

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Ésta será nuestra última lucha juntos,

amigo que sigues buscando los siete días

para la eternidad.

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A la orilla del cuerno de la abundancia,

donde se rozan las manos una novilla cansada

y una soberbia hija de Alejandro,

aquí resistiremos como viejos compañeros.

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Mi amigo ha escrito un bello libro

que se abre con una frase de Seféris:

¡he proclamado ya las palabras

que imantan el infinito!

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Pero las computadoras de Estambul

han olvidado ya el griego y confunden

las sigmas con los signos de dólar.

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Desde mi península yo voy a luchar por tu sigma

como una última prueba de amistad

y de conversación:

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y como una despedida digna para un amigo

que ha proclamado ya las palabras que imantan el infinito.

 

Lo demás te lo enseñara el relámpago – Luis Arturo Guichard

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De Lo demás te lo enseñará el relámpago, Luis Arturo Guichard, Madrid: Vaso Roto Ediciones, 2024.


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Luis Arturo Guichard (Tuxtla Gutiérrez, 1973) reside en España desde 1997. Filólogo, traductor y ensayista, es Profesor Titular de Filología Griega en la Universidad de Salamanca, donde coordina el Máster de Creación Literaria. Como ensayista ha publicado, entre otros, el libro de crítica Hacia el equilibrio. Lecturas de poesía española reciente (México, Juan Pablos-UNICACH, 2006), la edición de la Poesía reunida de Joaquín Vásquez Aguilar (México, Juan Pablos-UNICACH 2010) y el libro de fragmentos y aforismos El silencio escribe con tijeras (Sevilla, La Isla de Siltolá, 2016). Ha traducido epigramas griegos y preparado una edición bilingüe de las Anacreónticas (Madrid, Cátedra, 2012). Es autor de los siguientes libros de poesía: Los sonidos verdaderos (México, Juan Pablos-UNICACH, 2000), Nadie puede tocar la realidad (Béjar, Littera Libros, 2008), Versión aérea (Barcelona, Luces de Gálibo, 2010), Campanas subterráneas (México, Aldus-UNICACH, 2012) y Margen de espejo (Tenerife, Baile del Sol, 2016). Su poesía reunida hasta 2012 ha sido publicada con los títulos Una fe provisional (Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2012) y Realidad y márgenes (México, CONECULTA Chiapas, 2013). Es también autor del libro de poesía para niños Caballo verde para la poesía de peluche (Tuxtla Gutiérrez, CONECULTA Chiapas, 2016), ilustrado por Delva Guichard Andrés. Su libro más reciente es Lo demás te lo enseñará el relámpago (Madrid, Vaso Roto, 2024).
Con El jardín de la señora D. (Madrid, Hiperión, 2017) obtuvo el 41è Premi Vila de Martorell de Poesia en España y el Premio Iberoamericano de Poesía para Obra Publicada Carlos Pellicer INBA 2018 en México.