Sobre la locura y la razón
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En las sociedades medievales europeas muchos creían que los locos eran personas pecadoras que encarnaban con su conducta los llamados siete pecados capitales que la Iglesia católica había establecido como la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza. Pecados o faltas contra la voluntad de Dios que los alejaba de su presencia. Y que eran al mismo tiempo graves vicios cuya práctica les provocaba esa alteración radical de sus mentes, los volvía locos. Ser una persona lujuriosa, envidiosa, avara, glotona etc. era no solo era un vicio sino un estado de locura; era la forma en esta se manifestaba; mejor, vivir en algunos de estos vicios era abrirle las puertas a la locura. Vicios de locura, que paradójica e irónicamente, tenían y practicaban muchos miembros de la Iglesia católica como monjes y clérigos, y que Jerónimo Bosh –El Bosco- representó en este gran cuadro La nave de los locos (1503-04) para ponerlos de relieve críticamente como sus ejemplos más característicos.
Ahora bien, estos vicios-pecados que para muchos hombres medievales llevaban a la locura eran en realidad palabras que nombraban, y nombran, inclinaciones, impulsos o deseos naturales de los hombres que al dominar sus mentes y sus conductas los conducen a transgredir sin pausa y sin límite la medida y proporción racional que debe tener todo acto para no enfermarlos o dañarles sus cuerpos y sus mentes.
Por eso Michel Foucault en su libro inicial Historia de la locura en la época clásica (1961), que preparó y escribió durante tres años aquí en Suecia en la Universidad de Uppsala entre 1956 y 1959, sostuvo que los locos ponen en evidencia con sus discursos delirantes y con sus conductas desordenadas verdades ocultas del ser de los hombres, de su naturaleza más íntima y propia cuando estas se viven o se practican sin límite ni orden racional. El lenguaje y conducta desordenada, desmedida e incoherente –a-lógica- que tienen los locos revela lo que los seres humanos que no lo son normalmente ocultan o reprimen, a saber, la presencia libre y dominante de sus deseos e impulsos naturales más profundos, de su verdadera naturaleza interior. Es la naturaleza no sujeta a las órdenes de la razón la que habla y se expresa en la vida y los discursos de los locos.
Ahora bien, estos vicios no son impulsos naturales comunes a todos los seres humanos como supone Foucault; solo se apoderan de una parte de ellos. Y al ocurrir esto se abre efectivamente la posibilidad, solo la posibilidad, de que se vuelvan locos, de que pierdan la noción de la realidad, y la capacidad de juzgar y de obrar de modo racional. Sin embargo, al lado de ellos ha habido a lo largo de la historia, y hay, muchos otros seres humanos que, al contrario, tienen la virtud de la generosidad, de la sencillez, de la laboriosidad, de la serenidad, de comer con medida, de alegrarse con el bien ajeno, etc. Virtudes o cualidades que tal vez no les brotan en muchos casos de su naturaleza interior sino han aprendido de sus padres, maestros o de las experiencias que viven en el curso de sus vidas, es decir, son virtudes o cualidades en gran parte aprendidas culturalmente.
Por eso la imagen de los hombres atrapados en estos vicios que conviven de cerca o estrechamente con la locura muestra con claridad a los demás, a la inmensa mayoría que normalmente ordenan sus vidas cotidianas de un modo racional, lo que pueden llegar a ser, y de hecho siempre llegan a ser, en algún o algunos momentos; les recuerda la existencia del otro lado de sí mismos que, si bien han dejado de lado u ocultado, siempre está ahí al acecho para irrumpir con fuerza cuando la ocasión se preste o lo permita, y apoderarse, así sea por unos instantes, de sus vidas.
Pero existe, sin embargo, otro “vicio” totalmente diferente que también abre la posibilidad de la locura. Se trata del “vicio” de alguien que se entrega de manera compulsiva, sin pausa y sin límite, a realizar una misma labor diaria. Cuando una persona rebasa el límite racional del tiempo en realizar una misma labor o tarea se abre la posibilidad de que esa persona se canse demasiado, y se enferme. Resultado natural debido al gasto desmesurado de energías físicas y mentales que tiene que realizar. Sin embargo, algunos grandes y clásicos escritores como Miguel de Cervantes Saavedra y Gabriel García Márquez imaginaron, con razón, que la enfermedad a la que conduce un ejercicio diario, obsesivo y desmesurado de una misma labor o actividad no es una enfermedad física sino mental, la de la locura. Así, como se sabe bien, el hidalgo Alonso Quijano perdió la razón por el hecho de leer sin cesar y casi sin pausa todos los libros de caballería existentes, que eran muchos, y decidió convertirse en uno de esos caballeros valerosos que salían a recorrer el mundo para luchar por el bien, la justicia y la libertad. Y, por su parte, José Arcadio Buendía, padre fundador de la gran dinastía familiar, también enloqueció después de tratar de probar en el laboratorio que construyó en su casa, los viejos conocimientos, o mejor, que una vez le dejó el sabio Melquiades. Pero, como esos viejos conocimientos no eran en realidad tales, sino puros pseudo-conocimientos, no podía probarlos con los experimentos que llevaba a cabo. Fracaso que lo empujaba a intentarlo de nuevo una y otra vez, incesante y repetitivamente, hasta que llegó el día en que enfermó de la cabeza, en que perdió el juicio y la razón. De ahí que Úrsula, su mujer, se vio obligada a atarlo al árbol que había en huerto de la casa para evitar que continuara realizando esta labor absurda y sin sentido; árbol a cuya sombra y protección vivió en silencio hasta su muerte.
Así, entonces, podemos decir que el mayor o más grave “vicio” que puede conducir a los hombres a enfermar de sus cuerpos, e incluso de sus mentes, a perder la razón, es el de realizar una determinada actividad sin orden y medida racional, de manera totalmente desmesurada. Los “vicios” no son, entonces “pecados” o faltas contra la voluntad de Dios que los hombres cometían, como lo sostenían los jerarcas de la Iglesia católica en el Medioevo; ni tampoco puras expresiones simples y naturales de sus impulsos e inclinaciones naturales sino sus expresiones obsesivas y más desmesuradas, carentes de orden y medida racional, carentes de razón. Es ahí, entonces, donde se encuentra la razón de ser de su existencia que no deja de aparecer sin cesar en la existencia de los seres humanos.
Camilo García Giraldo es filósofo de la Universidad Nacional de Colombia. Fue profesor de filosofía y ética de diversas universidades bogotanas. Llegó a Suecia hace 34 años como refugiado político en donde ha escrito 8 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos, culturales, sobre ética, religión y sobre la violencia. Es miembro de la Asociación de escritores suecos.
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