Un tiempo roto en Sobre el río de Federico Leguizamón
Me decís que soy
el malo de esa película
el ídolo que nos va a salvar
pero no te entiendo
tengo que pensar (“El descontrol”, Bestia bebé)
Voy a proponer entrar por lo que entiendo es cierta fluidez de la cartografía urbana que emerge en la novela, como dispositivo de carácter onírico y mutante, en sintonía con la metáfora del río, lo que viene a descomponer o corroer el tiempo del relato y, en simultáneo, el de la historia.
Los ríos suelen ser traicioneros, dicen. Simulan la calma y la quietud, guardan en el fondo la desmesura y la oscilación; en la fuerza imperceptible de la correntada, guardan el empuje y el descontrol que arrastra a los cuerpos sin destino aparente.
¿Cuál es la música que suena cuando nos vemos arrastrados por la fuerza del agua?
La Sara, la Male y la Piqui son tres pibas asfixiadas en los albores de un nuevo siglo, medio rotas ellas y medio fisurado el tiempo que habitan, que sacan la cabeza de sus espacios íntimos; y cuando digo espacios íntimos pienso en sus piezas con las paredes descascaradas y en sus baños compartidos y en los posters pegados y en la precariedad y en la mugre y en las obligaciones cotidianas y los vínculos quebrados de sus familias, pero también pienso en la línea de flotación onírica, habilitada por la cerveza y el porro, habilitada también por la delirante superposición de elementos aspiracionales de la época, que las depositaría en la promesa de salvación: Britney, la Cosmopolitan, el MTV, los premios Gardel, la cumbia, los cuerpos hegemónicos, a la vez danzantes y deseantes, los vicios.
Quizá son tres lanchitas a la deriva, que salen de sus casas asfixiantes buscando aire, y un viaje en colectivo que se interrumpe intempestivamente, para caer en el centro, pasando por el San Martín, el Santa Rita, el Moreno, el Malvinas, el San Pedrito, el Azopardo, Alto Comedero, las Ochocientas Veinte Viviendas, el Palpalá.
La dramaticidad del relato va de un viaje en colectivo a otro. Pero hay otros viajes en el medio.
La oscilación aparentemente inconducente las arrastra con brutalidad, goce y violencia a la fiesta popular que se despliega en un arrebato del oleaje del pasado que, descubrimos está en el fondo de la escena y que se dispara a partir del coro popular del himno nacional en la calle: el éxodo jujeño signado por la desconfianza al líder, lleno de moscas alrededor, signado por la fuga y la heroicidad, signado por el fuego.
Ahí sospecho la oscilación que va de una asfixia íntima que se desarrolla en las casas de sus barrios, a la purificación del fuego en la incineración de las chozas de la celebración popular del 23 de agosto.
Mientras se prenden fuego las chozas, mientras el humo (y sospechemos a Belgrano y los pobladores dando la espalda a su tierra, camino a Tucumán), las pibas eligen la fuga del agua arrojando los dólares al río y salen corriendo: la vía de escape.
La quema de lo viejo como purificación y renacer, vinculada a la esperanza de transformación colectiva. Eso en los papeles, pero qué hay en ese rito para estas pibas.
Antes de esto, hay una escena en la que se esconden en la iglesia tras una persecusión y, sospecho, que se oculta ahí, entonces, otra oscilación y otra purificación: la de la carencia de certezas en donde respaldar la incertidumbre del presente.
Los hogares asfixian, el espacio público asfixia, los boliches asfixian, el sexo asfixia, la iglesia habilita la purificación, el vómito.
Da la sensación como si una cámara siguiera de cerca la fluidez de las pibas por el centro y al mismo tiempo las derivas: la cámara se va con los personajes que emergen de la muchedumbre, a veces porque primero relojean a las pibas que deambulan, es decir, porque se ponen en juego los sentidos de la vista, el tacto o el olfato; a veces porque la cámara-narrativa se distrae y los persigue un rato y vuelve con ellas, a la correntada indivisible que diseña un montaje barroco de melodías superpuestas de cumbia peruana y borrachines y deseos sexuales y Los Teras y los milicos y el Gauchito Gil y las baratijas en oferta de colores fosforescentes y olor a frito y a meo y los cyber y las carnes y los talleres y los coyas y los cuerpos cirujeados con bótox y los megáfonos que anuncia la noche de boliches y las caras tristes de los sujetos disfrazados de superhéroes yanquis y gringos como solución tercermundista en las esquinas.
Cuelgan las luces amarillas. Ahí está la Biblioteca Popular con su estructura de cubos sobre apoyados. Ahí duerme el tiempo pasado y presente de Eliot, el anarquista Rosso, el Blues del atardecer de Fidalgo, las armas dormidas de Cárdenas, El Límite del Hastío de Mariño, las formas químicas extendiéndose por la camisa y abriendo paso a soluciones brillantes sobre la ventana. Ahí las drogas de palabras. El lugar de los pobres que quieren escapar de su casa; que no quieren mostrar sus casas; que prefieren hacer grupo ahí; ahí con los amigos del colegio que no tienen que descubrir el patio de tierra, la bosta del perro, la parálisis del padre, la menopausia de la madre, los altos de botellas fuera de circulación.
Y siempre los bocinazos y los gritos y los remises.
Las pibas responden a contracorriente de un clima de época en el que son la fuerza, el empuje simbólico de clase y de identidad fisurados, arrastradas por un tiempo roto, el del umbral ese que va de un siglo que no ha finalizado y otro que no empieza, que se descarga con fiereza sobre tres pibas que sueñan con luces y glamour, prometidos por la globalización resplandeciente.
Sospecho una movilidad circular y frustrada, la de una generación señalizada en tres pibas que deambulan por la ciudad, con deseos y sueños ascendentes y con ganas de pudrirla, de vandalizar, con derivas y fugas materiales y simbólicas, hacia atrás y hacia adelante, pero también hacia los costados, porque la gran motivación está en
la oscilación de un sueño que se calma en la pregunta de puro presente ¿nos tomamos una cerveza?
AGUSTÍN HERNANDORENA es Licenciado en Letras por la Universidad Nacional del Sur. Dirige las carreras de Licenciatura en Comunicación y Tecnicatura en Comunicación digital en la Universidad Salesiana. Se desempeña como docente en la cátedra Literatura Argentina II de la Universidad Nacional del Sur; en la cátedra de Literatura Latinoamericana en la Universidad Salesiana; y en el Área de Educación a Distancia de la Universidad Provincial del Sudoeste. Participa de un grupo de investigación en U.N.S., de varios congresos y en publicaciones académicas. Es uno de los coordinadores del Festival de Narrativa de Bahía Blanca (novena edición en 2025). Participa en publicaciones periódicas, en antologías poéticas y publicó el libro de poesía Cómo empezar de nuevo (VOX-LUX ediciones, Bahía Blanca, 2014). Participó en tres ocasiones del Festival latinoamericano de poesía de Bahía Blanca (2012, 2016, 2022). Adaptó el texto “Capitalismo con tracción a sangre” para el teatro (actualmente en escena en salas de Bahía Blanca). Cofundó y editó el suplemento cultural Nexo artes y culturas (formato papel y digital, entre 2008 y 2018). Gestiona espacios de encuentros culturales, charlas e intervenciones públicas. Cofundó y fue editor general de la editorial autogestionada Ediciones de la calle. Fue becado por el Consejo de la Cultura de Chile para una residencia formativa en 2009. Condujo programas de radio en FM de la Calle (2003-2009); en FM Vorterix Bahía (2015) y en Radio Urbana (2015-2019).