Home Reseña - Review / La amistad La amistad como motor cultural: Enrique Cortazar y su trabajo de promoción...

La amistad como motor cultural: Enrique Cortazar y su trabajo de promoción de las letras en el norte

0

.

La amistad como motor cultural: Enrique Cortazar y su trabajo de promoción de las letras en el norte

.

Inventario de lugares propicios para la amistad (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022) de Enrique Cortazar (Chihuahua, 1944) es un libro que reúne las memorias de sus encuentros con personajes notables de la cultura mexicana. El libro se compone de estupendas anécdotas del trabajo de un promotor cultural, poeta y profesor en el norte de México, que como dice Elena Poniatowska en el prólogo: “Enrique Cortazar tiene la sabiduría del corazón, todo ha sabido hacerlo con una naturalidad principesca” (15). Tiene razón la autora de La noche de Tlatelolco, en tanto que Cortazar se conduce con tacto diplomático y una afabilidad que inspira confianza. Me permito relatar la siguiente anécdota.

Tuve el privilegio de conocer a Enrique Cortazar en 1999 cuando recibí una mención honorífica en poesía en el premio Pellicer-Frost con unos poemas que después formarían parte de mi primer libro Desierto sol (2003) que sería después publicado en el estado de Chihuahua. En ese tiempo estudiaba el programa de Creación literaria en la Universidad de Texas en El Paso. La distinción del accésit me indujo a pensar de que había en mí un poeta en formación en las calles de un Ciudad Juárez a finales de los 90, una ciudad cuyos contrastes me animaban a escribir y encontraba la pólvora creativa en sus belicosos atardeceres, en la ruteras que eran mi modo de transporte y mi bicicleta con la que hacía el trasiego fronterizo y llegaba a la cima de mi pequeña ciudad tibetana de UTEP donde me refugiaba en la biblioteca que acomodaba en sus ventanas el Río Grande/Bravo y el barrio de Anapra.

Recuerdo que Enrique Cortazar era una persona que agendaba a Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis para lecturas de su obra que nutrieron la vida cultural de Ciudad Juárez. Así que me sentía honrado de su atención durante la recepción del premio en un evento bien organizado en el museo del INBA donde hubo un recital de arpa y claro, lectura de poesía, ambigú de rigor, y la distribución de los cheques del premio que me cayó de perlas como estudiante graduado. Recuerdo también que Cortazar me invitó al programa de televisión “Esta noche” con Natalia Baeza donde la conductora me entrevistó con las mismas preguntas que yo me planteé y se las escribí a la asistente antes de salir a cámara. Esa misma noche estaba un séquito de chicas de un concurso de belleza con las que nos arremolinamos detrás de las cámaras. Enrique Cortazar fue muy amable y me llevó de regreso a mi casa que estaba por Futurama, desde la lejanía (de ese entonces) del canal 44. Hasta allí mi anécdota. Ahora hablemos del libro.

El primero de los autores corresponde a Carlos Fuentes (1928-2012). Debo decir que la primera vez que conocí a Fuentes fue gracias al evento organizado por Cortazar en el café-librería Clips en Ciudad Juárez en 1999. Recuerdo a Fuentes subir las escaleras al segundo piso como un campeón de atletismo, con su mano derecha en el hombro y un dedo como gancho de su saco. En su anecdotario, Cortazar completa la figura del intelectual público al rescatar sus momentos humanos, compartir la mesa con vinos Vega Sicilia, resolver los problemas típicos de un anfitrión. Por ejemplo, relata un aventón al hotel durante una nevada en Chihuahua en un bocho que requería un empujoncito que le dieron Fuentes, Enrique Servín y Cortazar y llegaron a la zona de trabajadoras del placer donde “dos fortachones travestis a ritmo de taconazo” (21) les dieron el empujón que los aventó a su destino. Poniatowska escribe en su prólogo que Fuentes estaba feliz de ir a ver a Cortazar al norte “porque lo devolvía a la realidad al tratarlo como a un hermano y no como una diva” (15). Allí reside parte de la capacidad de convocatoria de Cortazar, los autores no iban “a un evento público” sino a visitar a su amigo. Sabían que encontrarían pláticas inteligentes, talento y la hospitalidad de alguien muy cercano.

.

Inventario de lugares propicios para la amistad – Libros de Universidades

El siguiente personaje, es nada menos que Octavio Paz (1914-1998) a quien conoce como docente durante sus estudios posgraduados en Harvard. Cortazar refiere el rigor y la “mecha corta” de las clases de Paz que expresa sin reservas sus afectos y desafectos literarios. Dice Cortazar que cuenta “con veinte horas de cassettes con su voz y diálogos” (69) un hallazgo interesante para los estudiosos sobre Paz y relata que escribía poemas de Blas de Otero, José Hierro y otros poetas de la España convulsionada en el pizarrón antes de las clases y ante el descontento de Paz. Una anécdota que muestra el carácter humano del Premio Nobel de 1990, es cuando Cortazar se encontraba enfermo y faltó a algunas de las clases y Octavio fue directamente a su apartamento para preguntar por su salud y a traerle fruta, panecillos y café, un acto de solidaridad que marcó su amistad.

De José Emilio Pacheco (1939-2014) refiere que antes de una cena formal en Albuquerque, Nuevo México, el autor de Las batallas en el desierto le pidió que lo llevara primero a un Burger King antes de las cortesías de la cena que le impedirían cenar con calma. También relata una ocasión cuando Cortazar fue a buscarle unos sobrecitos de Sal de Uvas para la indigestión y lo encontró charlando en la banqueta con un “viene, viene”. Rememora de algunos problemas técnicos con la ropa, por ejemplo, cuando Pacheco quiso comprobar que si te muerdes la lengua no te pican las hormigas (como dice el cuento de Rulfo) y al agacharse en un hormiguero se le rompieron los pantalones y hubo que ir a buscarle un cambio de ropa; o en Chihuahua cuando después de unos deliciosos helados de Santa Isabel se le ensució la camisa y tuvieron que conseguirle otra de emergencia y ese día departió sobre la poesía modernista vestido de vaquero.

Con respecto a José Luis Cuevas (1934-2017) recuenta varias anécdotas divertidas, por ejemplo, el pintor refiere de sus amoríos: “la mayor parte han sido amantes platónicas, pues a todas me las he echado al plato” (121) o la emergencia suscitada cuando una asistente del museo pensó que el calor de Juárez había dañado algunas obras en el museo y resultaron ser manchas que el mismo pinto había puesto exprofeso como recurso expresionista.

Cortazar, como estudiante en la Universidad de Nuevo México, conoció a Ángel González (1925-2008) autor del poema “Inventario de lugares propicios al amor” (ergo el título del libro) donde dictaba cátedra con pasión y conocimiento profundo de la tradición de poetas clásicos desde San Juan de la Cruz a Gil de Biedma. El poeta y profesor González ofreció a Cortazar, en un acto de amistad solidaria, un préstamo monetario para solventar una crisis económica. González se decía partidario “de una vida corta placentera y no de una larga vida sosa, al tiempo que bebo un whisky, enciendo un cigarro y como quesos, butifarras y demás delicias insanas” (157) y decía, tal vez con sobrada razón, que las reuniones sociales en la universidad se podían sobrevivir con tres frases de cajón: “I can’t believe it!, That’s incredible! y Oh my god!” (160).

De Carlos Monsiváis (1938-2010) a quien apodaban “Porsiváis” debido a que no era seguro que llegara a las múltiples invitaciones que le extendían para presentarse. Monsiváis respondía humorosamente a preguntas ocurrentes de periodistas y público, por ejemplo, ante un ¿dónde publicas? él autor de Los rituales del caos respondía: “En Reader’s Digest y en Lágrimas y Risas, serie que acabo de inaugurar en México” (175). Monsiváis se entretenía con las crónicas de sociales que catalogaba en su archivo de lo insólito. Relata Cortazar que Monsiváis, siempre sardónico, comentó que tenía una pesadilla recurrente donde le pedían “un prólogo y texto de contraportada para el directorio telefónico de la Ciudad de México” (183).

Estas son algunas muestras del maravilloso anecdotario que nos regala Enrique Cortazar. Y, como si esto no fuera suficiente, el libro posee unas magníficas fotografías a color de su álbum personal. Allí podemos ver la nutrida asistencia a los eventos, la cercanía amistosa de los autores mencionados apiñados en un sillón de sala, con los autores mencionados, y otros, como con Paco Ignacio Taibo I, Eduardo del Río (Rius), Carlos Montemayor, Alejandro Aura, que no comentamos aquí para invitar a los lectores a sentarse en esa mesa de conversación y charla a la que nos invita Enrique Cortazar, donde casi podemos saborear el vino Vega Sicilia y el olor de su tabaco London Dock que salía de su emblemática pipa.

Las fotografías son un complemento excelente al libro mestizo que Antonio Moreno, en su epílogo describe como “alentados por la afección, el respeto y elaborados de una mezcla que se ajusta bien para el caso, entre el perfil biográfico, el retrato y la necrológica” (272). También es un documento gráfico donde accedemos a los espacios privados de los autores, sus bibliotecas personales, los mementos (un tambo tarahumara con un dibujo de Cuevas y coloreado por Paulina, la hija de Cortazar). Ángel González tocando la guitarra y cocinando en su casa con un sombrero de chef, bardas de promoción a un homenaje a Tin-tan, y una carta nunca publicada dirigida al entonces gobernador electo Francisco Barrio Terrazas en apoyo al trabajo de Cortazar para que continuara como promotor cultural y firmada por los intelectuales más importantes de la época. Cortazar decidió no publicar la carta a sugerencia de Carlos Montemayor para evitar presionar al nuevo gobernador y “dejar que las aguas tomen solas su nivel” (246).

Tennessee Williams decía que: “Life is partly what we make it, and partly what it is made by the friends we choose”. Para Cortazar “la amistad es un sendero de ecos que perduran en la eternidad” (257) y este libro es un directorio afectuoso de una generación de artistas e intelectuales que marcaron una época en México y recoge el testimonio de un promotor cultural en el norte que con bonhomía y talento logró poner el margen al centro y de una manera sutil ayudó a varios autores a poner a Ciudad Juárez en el mapa y desarticular aquella frase de Vasconcelos de su libro La Tormenta: “Donde termina el guiso y empieza a comerse la carne asada, comienza la barbarie”. Este libro es un verdadero festín de anécdotas “bárbaras” (en el sentido de magníficas) que no decepcionará a los lectores.

.

.


Martín Camps es profesor de la University of the Pacific en Stockton, California, donde es también Director de Estudios Latinoamericanos. Sus dos últimas ediciones de ensayos son La sonrisa afilada: Enrique Serna ante la crítica (UNAM, 2017) y Transpacific Literary and Cultural Connections: Latin American Influence over Asia (Palgrave, 2020). También ha publicado cinco libros de poesía, entre los que se encuentran Extinción de los atardeceres y Los días baldíos. También es autor de la novela Horas de oficina.

Salir de la versión móvil