ISSN 2692-3912

COSIDERACIONES DE UN POETA INSEGURO

 
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COSIDERACIONES DE UN POETA INSEGURO

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Estoy por enviar a mi editor de la UANL, algo que me pidió: conjuntar y ordenar mi trabajo para una edición de mi “poesía reunida”.

Respecto a mis dos primeros poemarios, editados por Diana en 1976-79: Mi poesía será así y Otras cosas y el otoño, había pensado eliminarlos, pues no los considero “serios”, y sí un fruto de la improvisación y la inconciencia literaria. Pero después de convencerme que debo incluirlos básicamente por un prurito de honestidad, así como también haber descubierto que en esos primeros textos hay algo incipiente y que después resultaría, con el paso del tiempo, como algo menos “silvestre y primitivo”, algo más próximo a lo realmente poético. Por lo tanto es que decidí darles una deshierbada, eliminar retórica y frases de calendario, pues ambos libros fueron arrancados de lecturas mal asimiladas, lecturas que motivaron mi lamentable impresión de que escribir poesía no era una tarea tan difícil, y más tratándose del “verso libre”, el cual para mí, ahora que releo estos dos primeros poemarios, veo que me quedé con la emoción de mi lectura, pero sin conocer ni entender los verdaderos secretos del poema: cómo acuñar metáforas, imágenes, sinestesias, encabalgamientos, aliteraciones, etc. Fue como lanzarme a jugar la posición de cátcher en un partido de béisbol sin guante, careta, espinilleras y pechera, o sin siquiera saber siquiera cuáles eran las reglas elementales de este deporte. Esta metáfora, si bien no es muy elegante, si es bastante ilustrativa.

Sin embargo, insisto en compartir estos cuatro textos, producto de mi incontinencia “poética” que me produjeron las lecturas a las que me refiero, como fueron, entre otras, El gran mantel de Neruda, los cánticos al trópico de Pellicer, La muerte del mayor Sabines u Oración por Marilyn Monroe de Cardenal…

Esto más que una colaboración a revista tan respetable y de una indiscutible calidad de contenidos, suena más a una disculpa o a un atrevimiento, o cualquier otra cosa que pudiera justificar su inclusión.

Pero nada, aquí van estos “poemas” que brotaron de no sé dónde y ni tampoco sé cómo y porqué, y lo peor es que fueron impresos como ya lo dije por editorial Diana en ediciones de más de tres mil ejemplares de cada volumen.

 

No sé, pero…

A Sandra Pérez (Muñeca)

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No creo que pueda romper

el código de buenas maneras

que me dio el obispo sordo

de mesas y candiles

con saludos, caravanas y respetos.

Quitarme los zapatos en medio

del banquete

escupir el vinagre

o gritar

pidiendo se comprenda

que la salsa pica demasiado

cuando el guante, el anillo y la corbata

leen el discurso

generoso y filantrópico

sería una locura comparable

a descolgar las campanas

y en su lugar poner maracas, cencerros y bongós…

Acepto este lugar

de sillones decentes

y calcetines lavados seriamente

de inscripción en las escuelas

y asientos numerados.

El ruido tumultuoso

del desorden sicológico

lo cambio por relojes y jabones.

Renuncio a pisar los jardines prohibidos

donde podría robar un racimo de violetas

y traerlo por la noche

a tu casa

donde tú estarás

seguramente ahora mismo

leyendo a Bakunin.

 

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Soledad

Para Antonio Guerrero O. (in memoriam)

A quien le debo parte de la risa

y el gusto por José Alfredo

y su “Media vuelta”.

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La soledad llega:

  ruido de mariposas

felino oculto.

Nos baña en medio de las noches

o en el canto de los parques.

Toca por la puerta

que hace tiempo no se usaba

y si nadie le responde

porque sí o porque el ruido

entonces

como amante de las sombras

solitaria se cuela

por las ventanas

que sin quererlo

  tal vez

olvidamos cerrar

cuando reíamos…

 

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Eres

Para Michelle Alman

Cambridge, Mass. Invierno 76

Por los largos paseos en

su Mazda Miata…

Peleo por ti en los corredores de la tarde

y me entrego al Río Charles

como lo hace el aire con tu pelo.

Pensando en ti camino por el viento

y te quiero por tus cejas

te quiero simplemente por lo simple

porque eres

por tu voz y tu palabra.

Te quiero por tu gesto,

ese milagro que por tristeza se disuelve

y que prende ansiedad

en la noche que te encuentro.

La semana

es una inmensa pizarra

donde te invento y te recreo.

Eres todo lo que palpita

envuelto en meses:

eres tren veloz

puente sobre hielo

ave que chisporrotea lejana

y espejo edificio.

Eres esa cúpula inventando nubes

la nieve y su deporte

eres Boston

y Nueva Inglaterra

eres Rusia y también Irlanda

eres el encuentro donde todo esto

   y mucho más

se tomó de la mano un día

en el que yo estaba

en mi pueblo

muy serio y ocupado

creyendo que cambiaba al mundo.

 

Amén…

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En la tarde cuando cae

el silencio sobre la mesa vacía,

veo sólo imágenes vagas:

Recuerdos de algo tan triste

como aquel viejo plato de peltre

con cajeta de membrillo…

La abuela afanando sobre

sus últimas horas,

embarazada de frío, con los ojos

y el optimismo enmohecidos,

tarareando aquel vals

con entonados quejidos.

Aquella anciana

en la ventana,

hilvanando recuerdos inconexos

de sucesos arrugados, zurciendo

lentamente el epílogo de su historia

antes de que los postigos

se endurezcan para siempre.

O el tañir, a las seis de la tarde,

de las campanas con olor a provincia:

templo de la Trinidad

(hora en que todo camina

lentamente sobre la tarde a

esperar la llegada de la noche).

Cosas así, tan serias y vitales

que el estómago duele

como cangrejo herido

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o como viento huracanado que sube

desde los intestinos hasta la

garganta formando nudos.

Días en que la fantasía

era inquilina de mi mente,

y entonces soñaba que podría

ser héroe y caminar descalzo

sin corbata

entre flores y zacate

en medio de las anchas avenidas

viviendo cada paso

sorbiendo como helado mis días

atragantado de

música y sol.

(Aquí termino,

soy abogado por estos días,

a las10:30 es la audiencia,

aquí el tiempo es demasiado impaciente,

aniquila los sueños…)

 

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A mi hermana

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Carolina estaba seria

como un triste álamo en otoño,

sus vestidos de milenaria seda

y colores de refinadas costumbres

de los años pasados ya no existían,

su manos largas y blancas

tocaban con timidez y ternura,

ella quería madera,

algodón, piedras talladas,

elementos primarios.

Cuando llegó a mi casa

su exterior ya no estaba lejano,

esto me llenó de mañana y arcoíris…

Carolina estaba de nuevo

con olor no a Nina Ricci

sino a tiempo y a musgo,

no a Madame Rochas

sino a Patchouli y Jazmín…

Sus piernas largas son ahora de mezclilla,

su espalda y cintura

son de algodón y manta,

y hay algo que siempre la ha coronado

por lo cual yo la sabía

dueña de lo simple y lo eterno:

su pelo como risa de campesina

o como cascada serrana.

Sólo puedo afirmar que sonrío

y estoy alegre,

pues aunque ella está lejos,

quizá en París.

en Londres o en Barcelona,

la tengo ahora aquí a mi lado,

como cuando jugábamos descalzos

en el parque de mi barrio…

 

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Santa Eulalia a las 7…

A CARLOS PELLICER

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Esa risa enfrascada en el

callejón zigzagueante donde

polvo, sudor y huesos cansados

descienden por las tardes,

se desliza y golpea las

mentes y puertas endurecidas

por la soledad pestilente

de las horas vacías…

Aquí la vida se sucede

como una raya negra

estampada con un pincel lento

sobre desquiciante muro blanco

(es una raya que quema)…

No hay nada, al menos por estos días,

que abra posibilidades a otros

tiempos menos agrios, menos muertos.

Nadie sabe si así es el mundo

o si así fue impuesto…

Sólo se sabe que la tierra pare,

y no hay más sonidos

que la pala y el pico, herramientas

tristes que golpean, que hieren estas tierras;

carretas llorando metales,

purísimos destellos con sabor a

sales y condimentos de la tierra…

Arriba el cielo,

(a donde se suele mirar con frecuencia)

abajo la desesperante dureza

de una entraña donde el

ojo es imponente y el silencio ahoga,

aturde…

Si escuchas en estos montes

algún canto, no será de allí,

será algún iluso que cantando

llega por la vereda con la conciencia

que le entregó el occidente tecnificado,

y que aún sueña…

Pues en estos lares por decreto

de la crueldad que parte todo

se prohibió cantar y creer

en la posibilidad de un

racimo fresco de flores o de uvas…

Vómito y anonimato,

vientres hinchados hasta el fondo

donde el alma se asoma triste y pálida,

rostros como cactus

marcados por la furia implacable

de la tierra herida,

así es la mina,

todo se utiliza,

nadie sabe con certeza, nada

acerca de casi nada…

Por aquí, estoy seguro,

algún día pasará Dios…

Es lo único que queda como esperanza

para seguir cavando en estas

profundidades silenciosas

donde el calor fue hurtado

y el amor se olvidó…

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Enrique Cortazar estudió una maestría en educación y literatura en la Universidad de Harvard. Hizo estudios en el programa doctoral en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque. Fue promotor cultural y director de museos en Chihuahua y Ciudad Juárez. Ha publicado varios poemarios, entre ellos: Otras cosas y el otoño (Diana, 1978), La vida escribe con mala ortografía (Ediciones de Cultura Popular, 1987), Ventana abierta (UNAM, 1993), Suicidio aplazado (Claves Latinoamericanas, 1994), Variaciones sobre una nostalgia (UNAM, 1998), Crépuscule sur les pavés/Crepúsculo en las calles (Edición bilingüe, Écrites des Forges y Mantis Editores, Quebec, Canadá 2008), Don de la tarde (Mantis Editores, 2014). Algunos de sus poemas han sido publicados en libros de texto de secundaria en Estados Unidos, así como en antologías en Japón, Estados Unidos y España.