COSIDERACIONES DE UN POETA INSEGURO
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Estoy por enviar a mi editor de la UANL, algo que me pidió: conjuntar y ordenar mi trabajo para una edición de mi “poesía reunida”.
Respecto a mis dos primeros poemarios, editados por Diana en 1976-79: Mi poesía será así y Otras cosas y el otoño, había pensado eliminarlos, pues no los considero “serios”, y sí un fruto de la improvisación y la inconciencia literaria. Pero después de convencerme que debo incluirlos básicamente por un prurito de honestidad, así como también haber descubierto que en esos primeros textos hay algo incipiente y que después resultaría, con el paso del tiempo, como algo menos “silvestre y primitivo”, algo más próximo a lo realmente poético. Por lo tanto es que decidí darles una deshierbada, eliminar retórica y frases de calendario, pues ambos libros fueron arrancados de lecturas mal asimiladas, lecturas que motivaron mi lamentable impresión de que escribir poesía no era una tarea tan difícil, y más tratándose del “verso libre”, el cual para mí, ahora que releo estos dos primeros poemarios, veo que me quedé con la emoción de mi lectura, pero sin conocer ni entender los verdaderos secretos del poema: cómo acuñar metáforas, imágenes, sinestesias, encabalgamientos, aliteraciones, etc. Fue como lanzarme a jugar la posición de cátcher en un partido de béisbol sin guante, careta, espinilleras y pechera, o sin siquiera saber siquiera cuáles eran las reglas elementales de este deporte. Esta metáfora, si bien no es muy elegante, si es bastante ilustrativa.
Sin embargo, insisto en compartir estos cuatro textos, producto de mi incontinencia “poética” que me produjeron las lecturas a las que me refiero, como fueron, entre otras, El gran mantel de Neruda, los cánticos al trópico de Pellicer, La muerte del mayor Sabines u Oración por Marilyn Monroe de Cardenal…
Esto más que una colaboración a revista tan respetable y de una indiscutible calidad de contenidos, suena más a una disculpa o a un atrevimiento, o cualquier otra cosa que pudiera justificar su inclusión.
Pero nada, aquí van estos “poemas” que brotaron de no sé dónde y ni tampoco sé cómo y porqué, y lo peor es que fueron impresos como ya lo dije por editorial Diana en ediciones de más de tres mil ejemplares de cada volumen.
No sé, pero…
A Sandra Pérez (Muñeca)
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No creo que pueda romper
el código de buenas maneras
que me dio el obispo sordo
de mesas y candiles
con saludos, caravanas y respetos.
Quitarme los zapatos en medio
del banquete
escupir el vinagre
o gritar
pidiendo se comprenda
que la salsa pica demasiado
cuando el guante, el anillo y la corbata
leen el discurso
generoso y filantrópico
sería una locura comparable
a descolgar las campanas
y en su lugar poner maracas, cencerros y bongós…
Acepto este lugar
de sillones decentes
y calcetines lavados seriamente
de inscripción en las escuelas
y asientos numerados.
El ruido tumultuoso
del desorden sicológico
lo cambio por relojes y jabones.
Renuncio a pisar los jardines prohibidos
donde podría robar un racimo de violetas
y traerlo por la noche
a tu casa
donde tú estarás
seguramente ahora mismo
leyendo a Bakunin.
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Soledad
Para Antonio Guerrero O. (in memoriam)
A quien le debo parte de la risa
y el gusto por José Alfredo
y su “Media vuelta”.
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La soledad llega:
ruido de mariposas
felino oculto.
Nos baña en medio de las noches
o en el canto de los parques.
Toca por la puerta
que hace tiempo no se usaba
y si nadie le responde
porque sí o porque el ruido
entonces
como amante de las sombras
solitaria se cuela
por las ventanas
que sin quererlo
tal vez
olvidamos cerrar
cuando reíamos…
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Eres
Para Michelle Alman
Cambridge, Mass. Invierno 76
Por los largos paseos en
su Mazda Miata…
Peleo por ti en los corredores de la tarde
y me entrego al Río Charles
como lo hace el aire con tu pelo.
Pensando en ti camino por el viento
y te quiero por tus cejas
te quiero simplemente por lo simple
porque eres
por tu voz y tu palabra.
Te quiero por tu gesto,
ese milagro que por tristeza se disuelve
y que prende ansiedad
en la noche que te encuentro.
La semana
es una inmensa pizarra
donde te invento y te recreo.
Eres todo lo que palpita
envuelto en meses:
eres tren veloz
puente sobre hielo
ave que chisporrotea lejana
y espejo edificio.
Eres esa cúpula inventando nubes
la nieve y su deporte
eres Boston
y Nueva Inglaterra
eres Rusia y también Irlanda
eres el encuentro donde todo esto
y mucho más
se tomó de la mano un día
en el que yo estaba
en mi pueblo
muy serio y ocupado
creyendo que cambiaba al mundo.
Amén…
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En la tarde cuando cae
el silencio sobre la mesa vacía,
veo sólo imágenes vagas:
Recuerdos de algo tan triste
como aquel viejo plato de peltre
con cajeta de membrillo…
La abuela afanando sobre
sus últimas horas,
embarazada de frío, con los ojos
y el optimismo enmohecidos,
tarareando aquel vals
con entonados quejidos.
Aquella anciana
en la ventana,
hilvanando recuerdos inconexos
de sucesos arrugados, zurciendo
lentamente el epílogo de su historia
antes de que los postigos
se endurezcan para siempre.
O el tañir, a las seis de la tarde,
de las campanas con olor a provincia:
templo de la Trinidad
(hora en que todo camina
lentamente sobre la tarde a
esperar la llegada de la noche).
Cosas así, tan serias y vitales
que el estómago duele
como cangrejo herido
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o como viento huracanado que sube
desde los intestinos hasta la
garganta formando nudos.
Días en que la fantasía
era inquilina de mi mente,
y entonces soñaba que podría
ser héroe y caminar descalzo
sin corbata
entre flores y zacate
en medio de las anchas avenidas
viviendo cada paso
sorbiendo como helado mis días
atragantado de
música y sol.
(Aquí termino,
soy abogado por estos días,
a las10:30 es la audiencia,
aquí el tiempo es demasiado impaciente,
aniquila los sueños…)
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A mi hermana
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Carolina estaba seria
como un triste álamo en otoño,
sus vestidos de milenaria seda
y colores de refinadas costumbres
de los años pasados ya no existían,
su manos largas y blancas
tocaban con timidez y ternura,
ella quería madera,
algodón, piedras talladas,
elementos primarios.
Cuando llegó a mi casa
su exterior ya no estaba lejano,
esto me llenó de mañana y arcoíris…
Carolina estaba de nuevo
con olor no a Nina Ricci
sino a tiempo y a musgo,
no a Madame Rochas
sino a Patchouli y Jazmín…
Sus piernas largas son ahora de mezclilla,
su espalda y cintura
y hay algo que siempre la ha coronado
por lo cual yo la sabía
dueña de lo simple y lo eterno:
su pelo como risa de campesina
o como cascada serrana.
Sólo puedo afirmar que sonrío
y estoy alegre,
pues aunque ella está lejos,
quizá en París.
en Londres o en Barcelona,
la tengo ahora aquí a mi lado,
como cuando jugábamos descalzos
en el parque de mi barrio…
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Santa Eulalia a las 7…
A CARLOS PELLICER
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Esa risa enfrascada en el
callejón zigzagueante donde
polvo, sudor y huesos cansados
descienden por las tardes,
se desliza y golpea las
mentes y puertas endurecidas
por la soledad pestilente
de las horas vacías…
Aquí la vida se sucede
como una raya negra
estampada con un pincel lento
sobre desquiciante muro blanco
(es una raya que quema)…
No hay nada, al menos por estos días,
que abra posibilidades a otros
tiempos menos agrios, menos muertos.
Nadie sabe si así es el mundo
o si así fue impuesto…
Sólo se sabe que la tierra pare,
y no hay más sonidos
que la pala y el pico, herramientas
tristes que golpean, que hieren estas tierras;
carretas llorando metales,
purísimos destellos con sabor a
sales y condimentos de la tierra…
Arriba el cielo,
(a donde se suele mirar con frecuencia)
abajo la desesperante dureza
de una entraña donde el
ojo es imponente y el silencio ahoga,
aturde…
Si escuchas en estos montes
algún canto, no será de allí,
será algún iluso que cantando
llega por la vereda con la conciencia
que le entregó el occidente tecnificado,
y que aún sueña…
Pues en estos lares por decreto
de la crueldad que parte todo
se prohibió cantar y creer
en la posibilidad de un
racimo fresco de flores o de uvas…
Vómito y anonimato,
vientres hinchados hasta el fondo
donde el alma se asoma triste y pálida,
rostros como cactus
marcados por la furia implacable
de la tierra herida,
así es la mina,
todo se utiliza,
nadie sabe con certeza, nada
acerca de casi nada…
Por aquí, estoy seguro,
algún día pasará Dios…
Es lo único que queda como esperanza
para seguir cavando en estas
profundidades silenciosas
donde el calor fue hurtado
y el amor se olvidó…
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Enrique Cortazar estudió una maestría en educación y literatura en la Universidad de Harvard. Hizo estudios en el programa doctoral en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque. Fue promotor cultural y director de museos en Chihuahua y Ciudad Juárez. Ha publicado varios poemarios, entre ellos: Otras cosas y el otoño (Diana, 1978), La vida escribe con mala ortografía (Ediciones de Cultura Popular, 1987), Ventana abierta (UNAM, 1993), Suicidio aplazado (Claves Latinoamericanas, 1994), Variaciones sobre una nostalgia (UNAM, 1998), Crépuscule sur les pavés/Crepúsculo en las calles (Edición bilingüe, Écrites des Forges y Mantis Editores, Quebec, Canadá 2008), Don de la tarde (Mantis Editores, 2014). Algunos de sus poemas han sido publicados en libros de texto de secundaria en Estados Unidos, así como en antologías en Japón, Estados Unidos y España.