War Hero
El encuentro ocurrió un domingo en que visitaba a mi padre. La verdad, no solía procurarlo. Mucho menos cuando supe que regresó a ese lugar. Para mí, aquel barrio fue superado al mudarnos. Sin embargo, él volvió a ese escondrijo carente de drenaje y pavimento; lo hizo después del divorcio causado por su fidelidad a los vicios. Por añoranza o degradación—lo desconocía—, él pasaba los años en el peor nido de decadencia y notas rojas de la ciudad; donde el pan de cada día eran asesinatos, narcomantas, balaceras, picaderos, placazos y perros sorbiendo aguas negras de los charcos. Por eso rechacé tanto sus invitaciones; hasta que la enfermedad me obligó a prestarle apoyo. Fue ahí que me reencontré con Medrano.
A él lo había visto por última vez al terminar la secundaria. Cuando lo conocí, acababa de llegar a la colonia y era un raquítico enano al que tiro por viaje aporreaban. Por simpatía o pesar, lo protegí de la salvajada en la escuela. Nos hicimos amigos. En mis memorias, Medrano era un niño inocente y acomodado; uno que sus padres trataban con crueldad y el barrio maltrató por ser hijo de migrados. Insisto, él era un pequeñín, totalmente ajeno al gigante fornido en camisa de resaque que, con voz gruesa, me saludó desde la calle justo cuando iba entrando al cuartito que rentaba mi padre.
—¡Hey, Migue!, ¿dont know me, bro? —su voz era ronca.
—¿Medrano?, ¡no manches!, ¿cómo estás? —me acerqué a él mientras mi papá, receloso, cerró la puerta. Atribuí esa reacción a su mal carácter y la interrupción del plan.
—So, ese bato de ahí, ¿es tu jefe? —me preguntó Medrano en tono tosco.
—Sí, creo que nunca los presenté cuando éramos morros, ¿verdad?
Francamente, me extrañó la pregunta; sobre todo la forma, sin embargo, habían pasado veinte años y no sabíamos nada el uno del otro. Ese día, mi padre tenía un pendiente con llamadas a farmacias por medicamento y decidí ponerme al día con el amigo.
Por mi parte, estaba en planes de casarme. A Medrano le antecedían dos divorcios y hartos enredos con chicanas. Actualmente, me dijo, andaba happily free.
—También estuve en el Army. Ahora soy War Hero —me aclaró.
Sorprendido, le compartí que estudié psicología.
—¡Oh right!, so ¿tú sabes de los borderline? —me preguntó interesado.
—Mmm… pues te diré… no es mi fuerte. Es que ese diagnóstico sí está jodido: emociones intensas, violencia, impulsos, estrés; esa raza está a un pasito de la locura.
—Simón… eso me diagnosticaron después de Afganistán.
—¡Chin!, entiendo…—intente reparar —en lo que pueda ayudarte…
—Dont worry, bato.
Siguió con la puesta al día: cambio de residencia a Chula Vista-ingreso a Highschool-inscripción al Army-reclutamiento-Guerra de Afganistán-misiones-Oriente-armas-muertos…
Justo en ese punto paró. Se hizo un extraño silencio y no explicó más.
En cuanto a mí, no cabía de la sorpresa. Todo rastro del chico miedoso, con voz chillona, golpeado por cholos y maltratado por sus padres, había desaparecido. Se lo comenté.
—Tuve que matar a ese cabrón, bro. Ese Medrano ya no existe, ahora está el Poison. Soy veterano, aunque me impusieron conditional liberty por chingarme a un cabrón, y ya sabes, tengo que visitar a un shrink por el treatment.
Quise ahondar en detalles y, justo cuando estaba por abrir los labios, me frenó de tajo.
—No preguntes. Tampoco me gusta contarlo. Además, tú fuiste nice conmigo. Es mejor que cada quien siga con sus business.
Asentí, pero experimenté una extraña imposición, preguntándome por la lejana inocencia de Medrano ahora sepultada bajo la frialdad del Poison.
—Okey… see you bro… nice —me dijo dándome el cortón.
—¡Me dio gusto verte, canijo! —lo quise abrazar, pero se plantó y solo estiró el puño. Fue incómodo. En ese momento entendí que era cierto, mi amigo Medrano había muerto.
—It´s okey —respondió seco.
Justo estaba por darse la vuelta, cuando clavó su mirada en el suelo y se acarició el mentón.
—You know… dile a tu bato que, nomás por ser de tu family, no hay pedo, está clean conmigo, que le caiga al rato.
—¿De qué hab…
—¡Tú dile así, bro!
Quedé chocado.
—Nice… —asintió relajando el tono. Después regresó a su casa y azotó la reja.
Cuando volví al cuartito, mi padre me recibió lívido. Pelando los ojos me preguntó:
—¡¿Qué pasó-qué pasó?!, ¡dime qué te dijo el Poison!
Ángel Luna. Tijuana, México. Psicoanalista y doctor en estudios de migración. Su propuesta narrativa ha sido publicada en las revistas electrónicas El Comité 1973 y Erizo media. Su relato Mil y una, aparece en la antología Letras Peregrinas bajo la editorial Desliz. Asimismo, En el otro lado, Yo sí soy de México y el poema Migrar, conforman la publicación Laberintos de la migración, editada por El Colegio de la Frontera Norte.