El espectro en el espejo: Lealtad del fantasma, de Enrique Serna
Los siete cuentos de este último volumen (Alfaguara, 2022) de Enrique Serna se distinguen por los personajes, unos más estelares que otros, con psicologías complejas que caminan en el límite del quebrantamiento y algunos de ellos se sumergen sin reparos hasta lo más fondo de la piscina del crimen. Algunos personajes son redimidos en el trance tortuoso de la indecisión que mantiene en vilo al lector, imaginando a estos seres que como en todas las historias, deben tomar una decisión fundamental. Sus cuentos están afilados con la sonrisa incisiva del humor negro, poderoso pedernal para hacer cortes milimétricos como una forma sofisticada del “lingchi” o muerte por mil cortaduras de papel.
En el primer cuento, “El anillo maléfico”, un maestro de historia cae preso de las insinuaciones de una “Lolita” (Irene, 25 años más joven que él). El “profe” preparatoriano se debate entre traicionar a su mujer porque se siente preso en “la jaula de la monogamia” o estuprar a una chica donde “la voluptuosidad libraba cruentas batallas con la inocencia”. El personaje, con el apropiado nombre de “Fidel”, se ve inmiscuido en el chantaje de un alumno (David Gaxiola), que se ha dado cuenta del desliz del maestro con la alumna; posee un video para probar los escarceos. Como en una escena de la película American Beauty (1999), (esa fábula del aburrimiento en los suburbios), Fidel observa los contoneos pélvicos de la muchacha en una coreografía. Pero la historia tiene una inesperada vuelta de tuerca cuando aparece un novelista que interroga a su personaje como en aquella novela Niebla (1907), de Miguel de Unamuno; o como en Stanger than Fiction (2006), si se requiere de un ejemplo cinematográfico. El novelista le ofrece un catálogo de opciones para su personaje siempre y cuando no ponga en peligro la historia o parezca “una intriga de brocha gorda”. El narrador decide un peor infierno para el personaje y lo arroja al “décimo círculo del infierno, donde arden eternamente los arrepentidos de arrepentirse”. El narrador por medio del personaje novelista, como un titiritero mayor, le tiende un castigo mayúsculo por reprimir su deseo por Lolita. ¿Qué hubiera pasado si el personaje de Nabokov hubiera optado por el recato y la mojigatería? Este cuento se puede leer también como una poética de la cuentística serniana, dado que el autor deja entrever el cuidado psicológico que da a sus personajes para no sacrificar la verosimilitud de sus historias.
El cuento “La fe perdida” toma lugar en el “juego de la soga” racial en el contexto estadounidense. Elpidia está obsesionada con Melanie (de origen mexicano) y Sid Flannagan, dos personajes de la farándula que ella sigue enajenada por redes sociales en su celular. Elpidia reniega de su pasado mexicano, pero se indigna cuando ofenden su cultura. Elpidia, enceguecida por un insulto racial en contra de Melanie, toma una pistola para vengar a su ídolo y sigue al ofensor a un concierto donde lo ejecuta a balazos. Sin embargo, en un giro de tuerca, Melanie es acusada del crimen. Elpidia cae en cuenta que los verdaderos héroes que deberían seguir los reflectores son a su padre, que cruzó la frontera y trabajaba sin parar porque “había salido de pobre con unos huevotes de caballero águila”. Elpidia vence su enajenamiento cuando aniquila (literalmente) a su ídolo por quien existía vicariamente.
En “El paso de la muerte”, un amor platónico de la juventud tiene una segunda oportunidad. Elvira, la muchacha inalcanzable de la escuela ahora muestra interés en el despreciado muchacho, Samuel, hombre de fama que ella invita a una fiesta. Este cuento se concibe como la indecisión de un hombre pacato entre seguir en un matrimonio en ruinas o irse con su sueño nostálgico de la mujer ideal. Serna pone de manifiesto la tortura del personaje que se debate entre el “deber y el pecado”, agobiado por el sentimiento de culpa de abandonar a su hija Tania. Dice el personaje: “Cambié el amor seguro por el incierto, la tierra firme por el lomo de una yegua loca”. Serna es un experto en cruzar alambres del matrimonio común para cuestionar sus dogmas, el pedestal del “hombre de familia” y los barrotes invisibles de la “gran familia mexicana”. Se refiere así de su esposa Consuelo: “la carcelera que elegía sus corbatas, sus amistades, sus diversiones, al grado de impedirle cualquier decisión espontánea”. Samuel es un personaje atormentado por una moral despótica que no lo deja vivir con libertad y que arde en el fuego lento del remordimiento.
En “Paternidad responsable” destaca una pareja “prudente” de doctores en humanidades que navegan de muertito su relación y para darle resucitación artificial a su matrimonio adoptan a una mascota. Pero el perrito se convierte en la cuña de la discordia al confrontar distintas maneras de cuidar al animal, apodado Zeus. Pero la pareja decide quedarse unida por el bien de los sentimientos del perro que se estaba enfermando por las reyertas escandalosas de sus dueños. Ambos encuentran alternativas con otras personas a sus desfogues sexuales para cumplir con el adoptado perrhijo.
“El blanco advenimiento” escudriña del deterioro de Felipe, un gigoló obsesionado con su cuerpo esculpido de gimnasio que cuenta con un séquito de mujeres casadas con las que le pone el cuerno a su mujer. Pero el don Juan debe enfrentar los embates de su cuerpo en franco decaimiento y es sometido a una cistoscopía que sumó de último momento en una prostatoctomía, cuya secuela es eyaculación retrógrada y el subsecuente apaciguamiento de la líbido. Felipe se resigna al sexo conyugal con Rita, su mujer quince años menor que él y que sostiene también sus propias relaciones extramaritales. La vuelta de tuerca inesperada al final del cuento y la redención de la mujer que no resulta ser la chica resignada que pensaba Felipe recuerda a la novela de Serna El vendedor de silencio (2019), en tanto que las mujeres son de armas tomar (literalmente) y no corresponden con el estereotipo de la mujer abnegada que se muerde el rebozo ante el patriarca.
“Abuela en brama” es un cuento de largo aliento escrito desde la perspectiva de una mujer mayor que reactiva su sexualidad después de la muerte de su marido. Delfina Tamez, una mujer blanca, de clase alta, comerciante de 57 años, tiene un amor a destiempo con Efraín Pimentel, de 28, moreno y poeta. La novela es un estudio de la “lucha de clases” en su versión contemporánea de la guerra cultural mexicana de “fifís” contra “chairos” en el marco de la elección del presidente en turno. Serna lleva esa escisión político-cultural al cuadrilátero de una cama y pone a los amigos de ambos amantes a dialogar hasta los gritos sobre temas espinosos como la construcción del aeropuerto. Serna escribe: “Solo hay una aristrocracia verdadera: la de los buenos amantes”. El cuento es una válvula de escape para desazolvar las reyertas de ambos lados del espectro político e inspeccionar los modelos estereotípicos de estación. Efraín es visto como “un pandillero torvo de Ecatepec” y Delfina es vista como “abuela en brama, ruca padroteada, compradora de amor”. Sin embargo, el cuento deja a los dos personajes bien parados. Así como Delfina, al final del cuento, acude al psicólogo para drenar y entender sus sentimientos de rechazo de su clan que no le perdonan el desliz con un “chairo” el cuento sirve de catarsis para expresar en la ficción estigmas zahirientes que flotan en el pulso político actual.
“Lealtad del fantasma”, título homónimo del libro, juega con el tema borgiano del doble para explorar cómo los extremos se tocan. Jean-Marie es un drogadicto entregado a todos los placeres y tropelías que su dinero le permiten, pero su mundo se ve interferido por la aparición de un monje que atestigua su moral sentina y es el otro lado de la moneda: un monje consumido por imágenes de pecados astrosos. Jean-Marie es la pesadilla o el fantasma del monje trapense que intenta vencer los malos pensamientos. La estrategia de este cuento se puede remontar también al cuento “La noche boca arriba”, de Julio Cortázar, el cruce de tiempos, la confusión de espacios. Este cuento contiene la clave que engarza los cuentos de este volumen y resumen las fuerzas que pugnan en casi todos los personajes: la lucha de un monje de clausura y un libertino a ultranza.
Serna encuentra la anécdota de sus cuentos detrás de las ventanas calmas y las puertas cerradas de la clase media y alta. Cuando empuja el picaporte de la alcoba, el lector advierte la jungla de las relaciones de pareja, los laberintos de emociones, arreglos silenciosos y extraños que sostienen el entramado psicológico que compone el enredijo de “la relación”. Serna urde cada uno de los hilos de esa maraña para presentarle al lector el universo descuadrado de las traiciones, indecisiones, arrepentimientos, enojos, sentimientos de culpa, micro-agresiones, “pactos de infelicidad”, canitas al aire, fajes pretéritos o imaginados y jadeos pasionales que enrarecen o componen las relaciones humanas. Como en el último cuento, el lector participa de esas tramas bien construidas, de personajes con psicologías congruentes con sus extrañas acciones. Esos personajes se presentan como la imagen de un espejo y cuestionan si acaso no somos nosotros el fantasma de ellos y les debemos guardar lealtad para que ambos sobrevivamos “como el hilacho de un viejo sueño cuando tu cuerpo se pudra bajo la tierra”.
Los cuentos de Serna se construyen en la impertérrita batalla del bien y el mal, una lucha moral que sucede en la arena mental de los personajes. “El anillo maléfico” (maestro seducido por la tentación), “La fé perdida” (fanática chicana desilusionada), “El paso de la muerte” (huir con el amor platónico de juventud), “Paternidad responsable” (pareja que se separa por bien del perrihijo), “El blanco advenimiento” (el deterioro de un Casanova), “Abuela en brama” (fifís vs chairos en la cama), “Lealtad del fantasma” (monje vs díscolo en el multiverso). Si el lector tuviese que visualizar los personajes de estos cuentos, sería recomendable recurrir a un cuadro del Bosco de un San Antonio agobiado por las tentaciones del mundo o como en Goethe, un Fausto visitado por Mefistófeles. Los dramas construidos por Serna están compuestos con diálogos creíbles que pueden remitir a su experiencia construyendo parlamentos para telenovelas. Cuando sus personajes salen a escena en sus cuentos (por así decirlo), se anticipa que el autor cuestionará sus mundos apacibles y los despojará de sus certezas hasta empujarlos al límite. Por ejemplo, su cuento más largo en este volumen, “Abuela en brama”, allí aparecen dos personajes opuestos que se convencen de haberse “emparejado en la cama”, pero en el laboratorio serniano se irán contrapunteando del odio al amor; al abrir el gran angular se advertirá el humor atractivo de poner a dos personajes supuestamente dispares en el espectro político y de clase, dispuestos a intercambiar fluidos y escupitajos, para dar cuenta al lector de la construcción de una división absurda y grotesca.
Martín Camps es profesor de la University of the Pacific en Stockton, California, donde es también Director de Estudios Latinoamericanos. Sus dos últimas ediciones de ensayos son La sonrisa afilada: Enrique Serna ante la crítica (UNAM, 2017) y Transpacific Literary and Cultural Connections: Latin American Influence over Asia (Palgrave, 2020). También ha publicado cinco libros de poesía, entre los que se encuentran Extinción de los atardeceres y Los días baldíos. También es autor de la novela Horas de oficina.