Muchacha tebana
Reclino mi cabeza junto a la adormidera
y pienso en ella.
Pienso en ella
y calla el temblor de la imagen.
Todo, incluso el silencio,
reanima la conciencia
que hace ver los caballos del infierno
muchísimo más blancos,
más tristes
y pequeños.
Ahí donde la encrucijada se abre,
el polvo acaricia sus cabezas,
humano corazón.
Madre
Padre
Hermano
eran su único deseo.
Los mira a los ojos con dulzura,
pero ve más de lo que debe,
hace y dice el doble.
No nací para odiar,
sino para amar.[1]
A causa de su fuerza,
“el lado flaco de una mujer”,
fue censurada y maltratada,
molida en el lecho de la menta,
y el álamo blanco.
Intra muros a veces la siento,
ímpetu gemelo más allá de los márgenes,
sacerdotisa, niña furiosa,
la misma opresión en el pecho.
Hay algo en ella que también me habita
empuñando días como este,
cuando llueve y las moscas son turba,
cuando nada puede consolarme
y tampoco lo quiero.
- Sófocles, Antígona. ↑
Entre Coliseum y West 39th
Soporté el precio de sonrisas
como esta -su herida se abre
desde las comisuras de la boca
hasta la oreja-
con el cabello húmedo, ignominia,
negrura goteando en mi alma,
en mis ojos,
dentro de un cadáver
tan seco como el mármol,
y tan blanco…
padecí el horror de su aliento.
La bestia me dio caza,
quiso partirme en tajos
y lo hizo.
Hoy es incluso más perverso
en sus padres, en sus hijos,
al acecho de tejedoras y hechiceras.
¿Cuánta sangre habrá borrado
llevando la podredumbre a cuestas?
Vean más allá de las partes de mi cuerpo,
moretones y arañazos,
inteligencia “pecadora” e insurrecta.
Soy más que el oscuro de mi ropa,
el labial rojo o el contorno de mis piernas.
Ya no los defiendan.
Ya no los escondan.
Escuchen mi respiración vital,
fresco y amargo de quien se resiste.
Licantropía
Enseñar los dientes, clavar los colmillos y luego ofrecer el lomo, no por sumisión, sino por una derrota humana: civilización y prejuicio desgarrando el mundo. Más tarde recibir caricias, sentirse dueña de algo —quizás de un nudo alrededor del cuello—, encontrar bajo el escudo una criatura veneno que te aprieta contra su pecho y te dice que eres buena, mientras le arrancas la mano y sueñas con la manada extinta, las montañas y los ríos inalcanzables hasta que te tumbes en el pasto tras haber pulverizado el hierro, donde podrás crecer libremente en el murmullo de las flores, ese que has de regar con sangre al sacar la bala de tu sien.
Ando para habitar la falta
teñir mis pies con lavanda y artemisa,
por un golpe de amor en el omóplato
y la ternura enroscada en una vieja falda.
Allí, donde la herida se abre
debieron crecer violetas, alas
para sortear corrientes de aire caribe
y trenzar astros erizando el mar.
Dicen que su soplo feraz desgarra la muerte
y echa por tierra la herencia bruta,
el callado asido a la memoria,
esbozos titilando en los bolsillos
donde antes hubo mariposas.
Ando para dejar caer mi voz en el aljibe
y encontrarla entre marismas
frente al silencio de Dios
que hiende mi pecho y planta esta manía errante.
Llevo dentro el hogar del fuego, la noche,
mi elogio a la sombra.
Ασφóδελοι
The storm bursts
or fades! it is not
the end of the world.
William Carlos Williams
Heme aquí.
También busqué el amor
y la memoria
en la comida de los muertos,
pero ahora
el espacio de unión
solo es blanco
sobre el blanco
de una página extraña,
tránsito de lugares
más amplios
y sombríos.
De las flores
el nombre solo recuerdo,
voluntad de fuga,
los tallos erguidos
cuya ofrenda
acontece en el vacío
donde nadie las mira
ni anhelan ser
o sustancia.
Sin embargo,
hay una sombra remota.
Me sumerjo.
Soy aparición-fragancia
de pureza inefectiva
fuera del canto.
A veces soy otra
que se quiebra
y se abre al zumbido
de la piedra,
ecos ascendentes
en medio de parajes oscuros.
Todos conducen a mi vientre
y constelan el deseo.
A veces soy otra
mucho más alta,
de cabellos que se funden
con el viento
incrustado en la niebla
y me agito como caña
con su grano de sol
en el vientre
indisoluble
en paz
inalcanzable
sin nada que decirte.
Victoria Marín (San José, 1991) es filóloga clásica y estudiante de Filosofía y de la Maestría en Literatura Clásica. Dirige la plataforma literaria Revista Virtual Quimera. Es compiladora del libro de relatos Anábasis, antología de narrativa fantástica y ficción histórica (Nacimiento, CR, 2020). Figura como autora en Donde contamos hormigas y segundos (Poiesis Editores, 2020), Antología Nueva Poesía Costarricense (MCJ, 2020), Voices (Centro Cultural de México, 2021), Rollos de Vuelo (EUNED, 2021), 56 Altares: Filos y Espejos (Testigo Ediciones, 2022), Fin de siglo (EUNA) y Hay algo, urgente que te tengo que decir (Medusa Editores). Ganó el XIV Concurso de Escritura Creativa en Lenguas Extranjeras (Universidad de Costa Rica) en la categoría de poesía en lengua portuguesa. En 2022 publicó su primer poemario La Edad de Hierro (Medusa Editores), el cual fue presentado ese mismo año en la Feria Internacional del Libro de Chihuahua.
Ha participado en diversos eventos nacionales e internacionales como el VIII Congreso Internacional de la Cátedra UNESCO para la lectura y la escritura, el I Congreso Nacional de Estudiantes de Artes y Letras (UCR), el Festival Internacional Primavera Bonita (Fundación del Centro Cultural del México Contemporáneo et al.), el XXVI Simposio Nacional de Estudios Clásicos, el II Congreso Internacional sobre el Mundo Clásico (Universidad del Nordeste, Argentina), el I y II Encuentro Internacional de Poesía en Xochimilco y el I Coloquio Nacional de Narrativas Especulativas, de lo Insólito y del Horror (BUAP, México), entre otros.