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Retrato del hijo como un alma en pena

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Difícil negar que, desde su aparición en 1847 en las páginas de la literatura de Occidente, uno de los personajes más enigmáticos se llama Heathcliff. Violento y desalmado, egoísta y feroz, este hombre arrasa con los destinos de dos familias en los fríos páramos de Yorkshire, al norte de Inglaterra, durante los primeros años del siglo XIX. Su historia la encontramos en Cumbres borrascosas (Wuthering Heights), de Emily Brontë (1818-1848). La pregunta ha sido siempre: ¿quién es Heathcliff?, ¿de dónde vienen su perversión y su inquietante deriva hacia las prioridades del mal?

          En un primer acercamiento, la causa de su ambición y crueldad sería el desmedido amor por la joven Catherine Earnshaw. El lugar de Heathcliff en la novela es claro: recogido en una calle de Liverpool cuando niño, es adoptado por el viejo señor Earnshaw, patriarca de Wuthering Heights, quien lo protege al grado de marginar a su hijo primogénito, Hindley. Desde esos años primerizos Heathcliff crea con Catherine, la hija de su protector, un vínculo de cariño y camaradería que rozaría las premisas de la hermandad y, con la llegada de la adolescencia, de una equívoca pasión que sin embargo jamás toca los linderos de la carne.

          Luego de la muerte del viejo Earnshaw, el nuevo heredero de la propiedad, Hindley, cobra venganza de los menosprecios paternos y hostiga al foráneo, en ese momento ya adentrado en la pubertad. A raíz de una desventurada confusión, el muchacho toma la decisión de huir y nadie sabe más de él hasta varios años más tarde, cuando regresa mutado en un hombre adulto y fuerte, con dinero y aleccionado en la tosca verdad de los tratos sociales.

          Aun así, persiste una zona de sombra, un signo de interrogación. Pues, si no conocemos los orígenes de Heathcliff, tampoco sabremos cómo logró una transformación tan absoluta e inesperada: ¿qué hizo él durante esos años?, ¿de dónde sacó todo ese dinero? Ante la consistencia del enigma, deseo sumar mi conjetura de lector diletante que ha regresado en varias ocasiones a las páginas de esta novela mayor.

          Debido a sus rasgos agitanados y la mención de Liverpool como el puerto en que lo habría hallado su viejo protector, podría especularse que el muchacho sería el hijo de una prostituta y un marinero de rumbos distantes que tocó tierra en algún momento y luego retomó sus travesías. También, podría señalarse con un tono de cuestionamiento la identidad que la novela plantea entre una piel oscura y una conducta inhumana, en tanto una muestra de los prejuicios raciales de la sociedad británica. Algún estudioso acaso ya hizo una reflexión, siguiendo las de Edward Said en Cultura e imperialismo, sobre los vínculos entre las naciones imperialistas y las colonias dotadas de enormes riquezas y habitadas por personas de piel morena. Todo eso tendría peso, a no dudarlo.

          Hay otras pistas sin embargo que me interesa rastrear.

          El discurso de Cumbres borrascosas surge gracias a la interacción de dos personajes. El señor Lockwood, un hombre culto y pedante procedente de la gran ciudad, renta una de las propiedades de Heathcliff y durante un periodo de convalecencia, para distraerse, pide a la sencilla y humilde señora Ellen Dean que le cuente la historia en torno de su violento casero. En el extenso discurso de esta narradora se van incluyendo los recuentos de una variedad de personajes. Es decir: Nelly Dean es la novelista dentro de la novela: tiene un punto de vista privilegiado pues, por su condición proteica de niñera, cocinera, ama de llaves y confidente, conoce a medio mundo en los alrededores y ha hablado a lo largo de los años con casi todos los integrantes de las familias involucradas en la aparición, ascenso y rapacidad de Heathcliff. Ha escuchado y guarda en la memoria los testimonios, debido al vínculo afectivo que tuvo con las dos familias. Mientras el estreñido Lockwood trae la mirada escéptica del hombre de la ciudad, para quien la historia de Cumbres borrascosas es mero chisme y entretenimiento, Nelly Dean es la representante del apego emocional, la compasión y el cuidado.

           Emily Brontë creó así un personaje para quien recordar y narrar bien una historia es un asunto entreverado a la solidez y pervivencia de los afectos. Muy cercana ha estado Nelly de los hechos que le han causado felicidad, tristeza o preocupación; no hay manera, pues, de que los traicione malévolamente o los sospeche como falsos. La memoria puede perderlo todo, menos aquello que se aloja en las emociones. No es raro, entonces, que Nelly incluso reporte sucesos en los que cometió errores de juicio o que se precipitaron adversamente debido a su impericia. Lo que quiero decir es que Nelly Dean es una persona de fe y digna de fe. Cree en la verdad de lo que han vivido esos seres a quienes ha amado. ¿Cómo podría ella entonces dudar de la naturaleza extraordinaria del amor que une más allá de la muerte a Heathcliff y Catherine? ¿Cómo podría no creer en que el alma en pena de Catherine Earnshaw aún vaga por los páramos de Yorkshire? El origen foráneo y el ánimo escéptico de su escucha, el señor Lockood, la contienen o intimidan, y debido a esa reticencia hace uso de la alusión o la elipsis a la hora de acercarse a los episodios sobrenaturales de la historia.

          Se entenderá ahora por qué me inclino a pensar que esta novela de corte gótico termina asumiendo una explicación maravillosa: el amor de los dos protagonistas sí sobrevive a la muerte de los cuerpos. Esto resolvería la ambigüedad e incertidumbre que se alojan en el desarrollo de todo texto de narrativa fantástica (como lo planteaba Tzvetan Todorov), tensado entre una explicación racional y otra de tipo irreal o mágico.

          A partir de esta premisa, rescato de un breve pasaje de la novela a un personaje de quien nunca se habla. Luego de la primera noche del pequeño Heathcliff en Wuthering Heights recién llegado de Liverpool, la narradora Nelly cuenta: “Descubrí que lo habían bautizado ‘Heathcliff’: era el nombre de un hijo que murió en la infancia, y lo ha usado desde entonces, como nombre y apellido”. Nelly menciona esa única vez a un hijo muerto de la familia Earsnshaw. Es decir: Hindley y Catherine habrían tenido un hermano fallecido en sus primeros años. No sabemos si era el primogénito; no sabemos cuándo murió. Pero el hecho de que el padre otorgue ese mismo nombre al niño rescatado sería la pista central de esta lectura que planteo.

          Pues en distintas instancias los demás personajes señalan a Heathcliff como un demonio debido a su conducta inhumana, mi hipótesis va en el sentido de que el niño rescatado en las calles de Liverpool sería una reencarnación del hijo fallecido. Esta explicación maravillosa sustentaría no sólo su profundo apego casi incestuoso con Catherine, sino también la rivalidad con Hindley (dos hijos varones pelean por la primogenitura) y la devoción que siempre le tuvo el anciano patriarca, el único que habría de intuir la escondida identidad de su hijo muerto con el nuevo habitante de la casa. También esta filiación ultraterrena explicaría por qué Heathcliff no duda en verse como alguien dotado del derecho para apropiarse de todo aquello que pertenecía al señor Earnshaw, quien así sería, pues, su padre verdadero. Y una última señal: a pesar de todas sus crueldades, Heathcliff siempre es atendido y escuchado con una preocupada inclinación afectiva por la misma Nelly Dean, quien parecería delatar una consciencia sobre los auténticos derechos del alevoso protagonista.

          De ser esto posible, la tragedia de Cumbres borrascosas tendría su origen en la conducta de un padre que eligió proteger a un hijo que vuelve de entre los muertos por encima del cariño que merecía también un hijo vivo. Al escoger a Heathcliff, su hijo no confesado, el señor Earnshaw puso en marcha el odio de su otro descendiente, Hindley —quien se supo rechazado y al borde del expolio—, avivó el amor obsesivo de Catherine y todas las secuelas de una historia apasionante de rencores y violencia. Un ejercicio injusto y desequilibrado de la paternidad habría tenido como consecuencia el enfrentamiento a muerte entre dos hermanos.

          De este modo, Heathcliff es, en efecto, no un ser vivo, aunque tampoco un demonio: sería un alma en pena que cobra carne y vuelve de entre los muertos para reclamar su sitio en el corazón de su secreta hermana y sus derechos ante la familia y la tierra originaria

 

Geney Beltrán Félix (Durango, 1976) es autor de las novelas Adiós, Tomasa (Alfaguara, 2019), Cualquier cadáver (Cal y Arena, 2014) y Cartas ajenas (Ediciones B, 2011), el volumen de relatos Habla de lo que sabes (Jus, 2009), los libros de ensayos Asombro y desaliento (FCE, 2017), El sueño no es un refugio sino un arma (UNAM, 2009) y El biógrafo de su lector (Tierra Adentro, 2003) y el tomo de aforismos El espíritu débil (Cuadrivio, 2017). Ha obtenido el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos (2002) y el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada (2015). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Es director ejecutivo de la Casa Estudio Cien años de soledad, en la Ciudad de México.

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