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“Nadie era libre ante los ojos de Dios”. Voces hegemónicas en dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico

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“Nadie era libre ante los ojos de Dios”. Voces hegemónicas en dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico[1]

“Nobody Was Free Before God’s Eyes”. Hegemonic Voices in Two Chilean Novels About Delinquency and Drug Trafficking

 

 

Silvana D’Ottone Campana
Pontificia Universidad Católica de Chile
sadotton@uc.cl

 

Resumen

Gran parte de las producciones culturales en torno a la delincuencia y el narcotráfico se han caracterizado por la construcción de un mundo disputado entre héroes y villanos en que no hay espacio para profundizar en las causas de estos fenómenos, reduciendo su complejidad a una versión maniquea de la realidad. El presente análisis busca indagar en la construcción de las voces y visiones de mundo de dos novelas chilenas cuyas temáticas se asocian al narcotráfico y a la delincuencia. Para ello, presentamos el análisis de I) el tipo de narrador que construye los relatos y algunas caracterizaciones relevantes sobre el mismo y II) recursos lingüísticos asociados a la valoración de los personajes y eventos de la novela. El análisis de sus narradores, que comentan y realizan juicios de valor respecto al actuar y devenir de los personajes, y el análisis de los recursos lingüísticos que constituyen dichas evaluaciones, arrojan algunas luces respecto a cómo el discurso oficial en torno a la violencia y el narcotráfico, que representa el mundo desde una lógica binaria, está presente en la narrativa chilena contemporánea.

Palabras clave: Narcotráfico; Narrador autoritario; Discurso hegemónico; Valoración; Delincuencia

 

Abstract:

Most of the cultural productions regarding drug trafficking and crime are characterized by the construction of a world disputed among heroes and rogues, in which there is no place to go into the causes of these phenomena in any depth, reducing its complexity to a manichean version of reality. The current analysis seeks to assess the construction of the voices and world views in two Chilean novels related to drug trafficking and crime. In order to perform this study we analyze I) the type of narrator building the stories and some of its relevant characteristics and II) the linguistic resources linked to the appraisal of the characters and events of the novel. The analysis of the narrators, who comment and make judgments about the acting and becoming of the characters, and the analysis of linguistic resources that constitute those evaluations, shed some light regarding how the official discourse on drug trafficking and crime, that represents the world from a binary world view, is present in the contemporary Chilean literature.

Keywords: Drug Trafficking; Authoritarian Narrator; Hegemonic Discourse; Appraisal; Crime

 

 

Introducción. El reduccionismo de los fenómenos sociales en los discursos oficiales y los discursos culturales

En noviembre de 2020 agentes de las fuerzas de orden de Chile balearon a dos menores de edad en un hogar del servicio nacional de menores (SENAME). El hecho desató controversia en el mundo político y social, con algunos actores condenando la acción de los uniformados, mientras otros la defendían. Estos últimos aludían principalmente a una supuesta agresividad de los jóvenes heridos y a su condición de delincuentes. Incluso un ex ministro de Estado declaró: “es fundamental que hagamos una separación entre los niños y niñas que están en situación de protección y los niños y niñas infractores de ley”[1].

El caso anterior refleja una práctica discursiva habitual en el discurso político, en el discurso mediático y otras formas de discurso masivo: reducir el carácter multiforme y complejo del entramado social a dos realidades opuestas y en permanente tensión. Una de ellas habitada por aquellos sujetos que se ajustan a los mandatos establecidos en el contrato social, mientras que la otra contiene a quienes han sido expulsados por violar dicho contrato. De este modo, los discursos oficiales han instalado una representación binaria de la sociedad en que podemos identificar fácilmente quiénes están con nosotros y quiénes contra nosotros; o bien, entre buenos y malos ciudadanos (Wodak).

Adicionalmente, la división de la sociedad en dos polos contrarios cumple un rol estratégico, dado que permite instalar representaciones sobre aquellos sujetos que merecen ser castigados y excluidos. Esta práctica discursiva tiene como finalidad justificar las medidas de represión y control tomadas por las autoridades en contra de aquellos que se desvían de las normas impuestas en una sociedad (Barbour & Jones; De Castella, McGarty y Musgrove).

Estas formas de discurso son ampliamente utilizadas en el discurso político debido a que constituyen un mecanismo simple y eficiente para instalar una representación del mundo que es fácil de asimilar y reproducir. Ahora bien, el discurso político no es el único portador de estas representaciones; también los medios y la cultura de masas juegan un rol fundamental en la reproducción de aquellos discursos. Muchos productos de consumo masivo como las series, las películas y otro tipo de productos culturales, han ayudado a promover una visión maniquea del mundo, en que héroes y villanos son fácilmente diferenciables, recurriendo muchas veces al cliché para su caracterización.

Fenómenos como el consumo y tráfico de drogas o la delincuencia han estado ampliamente presentes en los productos culturales de este siglo. La plataforma Netflix ostenta un catálogo importante de series y películas vinculadas al narcotráfico. No obstante, una revisión rápida de estas narrativas basta para levantar sospechas sobre el carácter reduccionista de estos relatos y la representación facilista de un fenómeno complejo que merece mayor detención:

El narcotráfico es un problema tremendamente complejo, que en ningún sentido puede ser reducido a una lógica de opuestos. Tal como argumenta Luis Astorga, no existen fenómenos buenos o malos en sí mismos, sino fenómenos que requieren una interpretación moral contextualizada: “No hay pues plantas ni agentes sociales intrínsecamente malos o perversos. Lo malo, lo perverso, lo criminal, etc., son juicios éticos creados socialmente, más o menos incorporados e institucionalizados. Son juicios relacionales e históricos” (25). (Vásquez Mejías 228)

Ya sea por una resistencia a enfrentar la complejidad que se esconde detrás de ellos, o bien, por un afán reduccionista que permita una comunicación más rápida y eficiente de los fenómenos sociales, los productos culturales han contribuido a la escenificación del mundo del narcotráfico como un terreno disputado entre dos grandes bandos de buenos y malos, justicieros y ajusticiados. Esto se traduce en la difusión de un discurso dominante y autoritario que transforma la complejidad de la trama social en un artificio maniqueo, en el que una versión simplificada de la realidad niega la posibilidad de comprender los fenómenos sociales.

El presente estudio ofrece un análisis narratológico y discursivo de dos novelas chilenas sobre narcotráfico y delincuencia. Nuestro interés principal consiste en revelar la visión o visiones de mundo que permean estos relatos con el fin de identificar en qué medida reproducen un discurso binario sobre el bien y el mal o, por el contrario, problematizan el fenómeno haciéndose cargo de las complejidades que supone.

Las novelas analizadas: Matadero Franklin de Simón Soto (2018) e Hijo de Traficante de Carlos Leiva (2015), constituyen relatos contemporáneos que abordan de manera más o menos directa el narcotráfico y la violencia. Ambas novelas presentan un tipo de narrador omnisciente. Las características de estos narradores serán analizadas a partir de la caracterización del nivel psicológico de Uspensky. Adicionalmente, presentamos el análisis de fragmentos seleccionados de las obras que nos permiten estudiar el posicionamiento de los narradores o los personajes respecto a los temas de violencia y narcotráfico, junto con otros tópicos afines. Este último análisis será realizado a partir del estudio de recursos lingüísticos, tomando como referencia la teoría de la valoración de Martin y White.

La conjunción de técnicas analíticas extraídas de la narratología y la lingüística puede resultar útil para estudiar con mayor profundidad las voces de la novela. En el caso de los narradores externos al relato, podemos estudiar recursos de aproximación o distanciamiento respecto a la voz de los personajes. En el caso del narrador personaje y particularmente del protagonista, podemos analizar de qué modo la visión de mundo dominante en torno a las drogas y la delincuencia se filtra (o no) en la novela a través de la voz de estos narradores y mediante valoraciones o juicios más o menos evidentes. De este modo, podemos determinar si el discurso en que se sustenta la novela es uno que se ajusta a un discurso oficial, externo al relato, o bien, uno que dialoga y desafía el discurso dominante.

 

El análisis discursivo en textos de ficción

Son variadas las formas en que podemos acceder a la visión de mundo que sostiene la novela. Entendemos aquí la visión de mundo que se expresa en la novela como la manifestación literaria de una ideología; esto es, un sistema de creencias y prácticas sociales que se negocian en la novela. En este sentido, “the discourse of a narrative only has meaning in the context of the other discourses, and the prevailing ideologies of its society” (Fowler 220). El discurso de las novelas está inserto en un plano ideológico mayor con el que inevitablemente dialoga, independientemente del tipo de narración (e.g., realista o fantástica). Nuestro trabajo es, por tanto, encontrar formas de revelar este diálogo que se da dentro de la novela mediante el análisis de sus narradores y de determinados recursos lingüísticos que nos den acceso a las visiones de mundo que ellos transportan.

Para el análisis de narradores tomamos las categorías del plano psicológico de Uspensky. A partir de este marco consideramos que la manera en que el narrador nos otorga acceso a sus personajes, ya sea desde un punto de vista interno o externo, condiciona el modo en que conocemos su realidad. Además del tipo de narrador, consideramos que las realizaciones (instanciaciones) lingüísticas utilizadas nos permiten ver a través del lenguaje de la novela (Fowler). Algunos de los recursos que nos permiten acercarnos a la ideología del texto desde un análisis discursivo son: la deixis, la modalidad, la transitividad y el registro léxico. La elección de recursos lingüísticos dentro del sistema del que dispone el autor refleja, en última instancia, un marco ideológico en el que se desarrolla la obra.

 

Los narradores en las novelas

El estudio de las voces en la novela nos conduce al estudio de sus narradores. Si bien existe una amplia gama de clasificaciones y desarrollos en el estudio de las formas de narración, para el análisis propuesto nos remitimos a las categorías o casos descritos por Uspensky sobre el nivel psicológico de los narradores. Uspensky distingue entre dos grandes formas de descripción: una forma más consecuente o verosímil, puesto que se asemeja a cómo se haría la narración de la propia historia o de la de otro en una situación cotidiana. En estos casos (I y II), el autor está en el mismo nivel que sus personajes y no se destaca. Por el contrario, las formas menos consecuentes de descripción o menos verosímiles son aquellas en que el narrador se distingue de un observador cotidiano en cuanto a sus posibilidades de conocer. En estos casos (III y IV), existe una multiplicidad de puntos de vista en la narración que además se pueden ir intercalando. De este modo, adaptamos algunas ideas de la clasificación de Uspensky:

Caso I: la narración se realiza completamente desde un punto de vista externo, sin referencia a la interioridad de los personajes. El mundo interior de los personajes permanece oculto para los lectores.

Caso II: la narración se realiza desde un único punto de vista de un personaje. Solo conocemos la interioridad de este personaje. El Icherzählung es el ejemplo más prototípico de esta forma de narración, i. e., en primera persona, aunque también podría ocurrir que se relate el punto de vista de un tercero. Esta persona, cuyo punto de vista, se mantiene a lo largo del relato, constituye el héroe de la trama. Incluso si es mostrado desde afuera, el relato puede ser construido de manera tal que podamos imaginarnos la interioridad de este personaje.

Caso III: A cada escena le corresponde un punto de vista de alguno de los personajes. Así, el relato es construido a partir de distintas escenas narradas desde distintos puntos de vistas de diversos héroes en la novela. Existe en este caso una polifonía más evidente, en tanto que accedemos al relato desde distintos lugares o desde “descripciones aisladas” (82). Incluso estas voces pueden ocurrir junto a un “yo” autoral. El autor, a su vez, se compenetra con los héroes o personajes de la novela, a quienes podemos conocer desde el interior.

Caso IV: En este último caso, podemos encontrar simultáneamente los puntos de vista de diversos personajes en una misma escena, i. e., lo que hacen, piensan o sienten. La conjunción de estas distintas perspectivas ocurre como una síntesis de las mismas. El autor aquí se sitúa por encima de la acción y no participa activamente en ella. Se trata de la forma más irreal de narración, puesto que el autor tiene acceso a diversos puntos de vista. Estamos, entonces, ante un narrador omnividente y omnisciente. Además, a diferencia del caso III, la narración aquí es más dinámica, difuminando las barreras entre los distintos puntos de vista con que se narra una escena o microescena.

A partir de esta categorización revisaremos las dos novelas seleccionadas. No obstante, advertimos que estas clasificaciones pueden no ser ni muy exactas ni muy estables al trasladarlas a las novelas contemporáneas. A pesar de ello nos parece que constituyen un punto de partida adecuado para estudiar la singularidad o multiplicidad de puntos de vista en la narración. Por otro lado, creemos importante considerar que la existencia de múltiples puntos de vista en una novela no necesariamente indica que estemos en presencia de un relato que efectivamente abra el espacio dialógico para dar lugar a esas distintas voces, ya que podríamos estar ante un juego puramente estético; o bien, podríamos encontrar que por sobre esta multiplicidad de voces se puede reconocer la voz autoral como un marco ideológico que engloba la obra y que tiende a anular las voces de sus personajes.

 

Análisis de valoración

Para el análisis de recursos lingüísticos, nos basamos en los métodos de análisis propuestos en la teoría de la valoración (Martin & White). La teoría de la valoración estudia los recursos utilizados por los hablantes para expresar, negociar y naturalizar sus posiciones intersubjetivas e ideológicas. En el análisis propuesto revisamos algunos recursos asociados a la actitud, mediante los cuales los autores construyen juicios valóricos (éticos o estéticos) de los sujetos u objetos del relato. Al realizar este tipo de valoraciones, el autor puede asumir un lector que está alineado con él, o bien, buscar alinear al lector con su forma de presentar el mundo, sus valores o creencias. Por otro lado, revisamos también algunas marcas de compromiso, lo que permitirá dilucidar, a grandes rasgos, la manera en que los autores negocian significados con sus interlocutores potenciales y reales. A través de este análisis, buscamos identificar las formas en que los autores naturalizan ciertas creencias, supuestos o posturas que se desprenden de las obras. Entre algunos de los recursos lingüísticos asociados a este sistema se encuentran los modalizadores de probabilidad y la atribución.

Si bien la teoría de la valoración no fue desarrollada para el análisis de textos ficcionales, creemos que guarda un enorme potencial para analizar la manera en que las obras literarias funcionan como lugares de disputa ideológica. A través del narrador y de sus personajes, el autor puede posicionarse frente al mundo narrado y buscar que su audiencia adopte la visión de mundo construida en el texto; o bien, puede buscar solidarizar con su potencial audiencia, anteponiéndose a sus creencias y opiniones. Así, la novela puede ser entendida como un espacio en que se negocian visiones de mundo y en el que se configuran comunidades de pensamiento, ideas y valores (Alsina, Espunya & Wirf Naro).

Una parte importante de esta teoría, asociada al sistema de compromiso antes descrito, tiene que ver con los conceptos de monoglosia y heteroglosia inspirados en el trabajo de Bakhtin (The Dialogic Imagination y Problems of Dostoyevsky’s Poetics). Si bien la novela contemporánea suele considerarse polifónica, creemos que es posible observar bastante variedad en la manera en que los autores se hacen cargo de la representación de voces coincidentes o disidentes dentro de la novela. Así, es posible encontrar novelas con narradores más autoritarios en que aquello que ven y hacen los personajes, así como el diálogo de voces en el texto, están teñidos por la ideología y los juicios del narrador (Reyes). En este tipo de novela encontramos también que la voz del discurso oficial o hegemónico, la voz autoritaria del lugar común, aparece como verdad hecha e inmodificable. Este discurso de tendencia monológica niega una verdadera representación del sentir de los personajes y de sus experiencias. El relato está sujeto al escrutinio de una voz hegemónica que evalúa y juzga a los personajes o los eventos del mundo representado.

De ahí, entonces, la relevancia de estudiar estos productos culturales. Las novelas tienen un rol fundamental en la construcción de comunidades de pensamientos, ideas y valores compartidos. El posicionamiento del autor frente a los discursos dominantes en una sociedad es fundamental para la reproducción o contestación de dichos discursos. A continuación, presentamos el análisis de las dos novelas chilenas seleccionadas.

 

Análisis de dos novelas chilenas sobre delincuencia y narcotráfico

Matadero Franklin (Simón Soto, 2018)

La novela Matadero Franklin de Simón Soto presenta un tipo de narrador “omnividente y omnisciente” que parece estar “por encima de la acción” (caso IV). Conoce el pasado de los personajes, relata su presente e incluso advierte sobre la forma en que se irá desarrollando el relato (función premonitora). El relato se produce desde el interior y el exterior de múltiples personajes, aunque las narraciones internas se concentran especialmente en los personajes principales: El Lobo Mardones, El Cabro, María Luisa y, en menor medida, Torcuato. Aun así, encontramos un estilo de narración en que las escenas de la novela van cambiando el foco desde donde se relata la historia, por lo que en algunos casos el narrador se posiciona desde la subjetividad de personajes secundarios, como el Oscaro y el Toto.

Para Uspensky, la narración en primera persona favorece la construcción de un héroe que el lector puede llegar a conocer en profundidad y, consecuentemente, empatizar con él o ella. No obstante, también reconoce que esto puede lograrse en una narración en tercera persona que nos muestra la interioridad del personaje. Con ello, el lector puede solidarizar con el personaje cuya interioridad es desarrollada a lo largo de la obra. En Matadero Franklin, a pesar de que nos encontramos con una multiplicidad de personajes narrados desde “adentro”, es posible constatar que las referencias a los pensamientos y sentimientos de los personajes villanos, como Torcuato Cisternas, van disminuyendo a lo largo de la novela. Por el contrario, las referencias a la interioridad de los personajes más heroicos, como el lobo Mardones, irán tomando fuerza. Si en la primera parte de la novela se nos describe un Torcuato apesadumbrado y desafortunado, a medida que se desarrolla el argumento encontramos menos descripciones de la interioridad de este personaje y más referencias a los diálogos en que participa y caracterizaciones de sus acciones, gestos, miradas, etc[2] .

Torcuato Cisternas confía en su buena estrella, pese a que la buena estrella no ha iluminado su camino en el último tiempo. Algo tendrá que pasar, piensa, no puede seguir así está cuestión, se dice, ningún hombre puede soportar tanta lluvia sin techo […] Un hombre no puede perder los estribos, se dice a sí mismo, un hombre tiene que mantener la calma sin hacer escándalos, piensa, por dura que sea la pelea que le están ofreciendo (22).

Empleando procesos verbales (decir) y mentales (pensar) el narrador nos da acceso directo a la conciencia del personaje en esta primera parte de la novela. Gracias a ello podemos conocer las tribulaciones de Torcuato, producto de su afición a las apuestas en carreras de caballos. Luego de su partida a Buenos Aires, en donde se enriquecerá ilegalmente, volverá a Santiago a ostentar y diversificar su fortuna. El patético personaje que conocimos se va transformando en un personaje cada vez más desconocido y lejano para el lector, a quien iremos descifrando desde afuera:

No puede dejar de mirar de reojo hacia la mesa de Torcuato. El Cabro se siente atraído por la abundancia y por el aspecto de aquellos hombres. Ve la cicatriz, gruesa y larga, en la mejilla de Torcuato. Se dice que una marca así solo la pueden tener los guapos, los choros de verdad, alguien que cruzó la línea y volvió pero tuvo que pagar por eso (91-92).

Aquí, mediante una descripción de las percepciones del Cabro (se siente, ve) es que logramos tener un atisbo respecto a la verdadera naturaleza de quien será el villano de la novela. Al mismo tiempo, vamos conociendo las motivaciones del Cabro para entrar en el mundo delictual.

Por el contrario, el Lobo Mardones, a quien conocimos solo desde el exterior en la primera parte de la novela, lo iremos conociendo cada vez más en el resto del relato. El amor por su familia y el trabajo, su defensa del honor y la rectitud, los conoceremos principalmente a partir de las descripciones que el narrador nos entrega desde el interior del personaje, principalmente mediante la técnica de monólogo narrado, entendido como el discurso del personaje disperso en la narración (Uspensky):

Es un trabajo al cual no están acostumbrados, un trabajo, de hecho, que jamás han realizado. El clima, la cantidad de animales, las condiciones contra el tiempo, todo aquello ronda por la cabeza del Lobo Mardones. Pero es un hombre de trabajo, un hombre de esfuerzo, y no ha rechazado jamás un encargo (187).

El narrador se compenetra a tal punto con el personaje que podemos suponer que las caracterizaciones “hombre de trabajo”, “hombre de esfuerzo”, demuestran la cercanía y simpatía del narrador/autor con el Lobo Mardones. Bien podría el narrador haber hecho referencia a los peligros a los que el Lobo iba a exponer a sus hombres; no obstante, el corolario positivo da cuenta de una constante a lo largo de la novela: el Lobo Mardones es construido como la antítesis de Torcuato; un hombre que se gana la vida honesta y esforzadamente y que respeta los códigos o normas establecidas, incluso en el mundo a ratos hostil y violento en que se desenvuelve. Esta contraposición de figuras se hace aún más evidente cuando se hace referencia al modo en que el Lobo y Torcuato se comportan con sus víctimas, ya sea animales u hombres:

Por un instante, el Lobo piensa en cavar un hoyo en la tierra para enterrarlo, pero comprende que no tienen tiempo. El crepúsculo se acerca y deben reanudar la marcha. Deciden dejar los tres cuerpos juntos, tal vez como un sencillo acto fúnebre. Antes de regresar al camino, el Lobo pasa la mano sobre el rostro de Cortés, y le cierra los ojos (232).

 

El Lobo Mardones le cierra los ojos a Torcuato Cisternas y luego se persigna (308).

 

Torcuato lo apunta con el rifle y dispara. La cabeza del Pájaro Acuña estalla y el cuerpo se sacude en estertores que a Torcuato le parecen ridículos.

Y escupe, por fin, después de tantos años, sobre el cadáver deforme del Pájaro Acuña (251).

De esta forma, Torcuato irá ostentando cada vez más las formas de un villano tradicional, como si lo viésemos en escena, descrito en sus diálogos, movimientos y gestos. Esto va construyendo un aura de incertidumbre alrededor del personaje que lo vuelve impredecible y, por ello, más temible. En un momento en que se hace evidente la tensión entre Torcuato y el Cabro, luego de que el primero descubriese una aventura romántica entre su pareja y el Cabro, Torcuato obliga al Cabro a traicionar a su padrino. La escena termina con la siguiente descripción del narrador:

Torcuato se queda mirando al Cabro con una enorme sonrisa en los labios. El Cabro asiente, sonriendo a la fuerza. Torcuato le da un par de palmadas en el hombro.

-Vaya a divertirse nomás, Mario.

-Permiso, patrón.

El Cabro se retira. Torcuato y el Loco Placencia se miran en silencio. El Gesto de Torcuato cambia de forma abrupta. Ya no sonríe; su semblante ahora es serio, gris, amargo (266).

Este tipo de descripciones de gestualidades y acciones son comunes a lo largo de la novela y permiten al narrador caracterizar a los personajes sin tener que narrarlos desde el interior. Ello permite que descubramos sus intenciones y sentimientos, pero manteniendo una distancia como lectores que evitan cualquier tipo de solidaridad o empatía hacia el personaje. Es la construcción clásica del villano y que en cierta medida recuerda la creación de personajes antagonistas en las teleseries. Dicha forma de relato junto con el uso de recursos actitudinales (enorme sonrisa; a la fuerza; serio, gris amargo) revelan una visión maniquea de la realidad, en que buenos y malos son claramente identificables.

Tanto Torcuato como el Cabro aparecen en la novela marcados por un destino trágico que se hace presente en varios momentos del relato a través de otros personajes, en especial a partir de la visión del Lobo Mardones:

Pero el mundo del Matadero no fue capaz de ejercer esa poderosa atracción que tenía sobre el resto de los niños y muchachos que vivían en el barrio; el Cabro estaba hecho de otra materia y pronto la calle lo llamó y ya no regresó jamás a esas faenas (142).

 

Conoce al que alguna vez, hace muchos años, fue su amigo. Sabe que anida el resentimiento y la venganza en el corazón oscuro de Torcuato Cisternas. Teme que Torcuato involucre al Cabro en algo que pueda crecer con descontrol y que esa marea violenta arrastre a su ahijado […] En lo que respecta al Lobo Mardones, está tranquilo, piensa, porque intentó ayudar al Cabro de todas las formas posibles. Con dinero, con oportunidades, con trabajo en el Matadero, con techo y comida. Sin embargo, una pulsión irresistible y poderosa, una esencia que ha anidado siempre en el ser del Cabro, ha sido más fuerte y lo ha llevado a actuar en el borde del peligro, como si una ansiedad gigantesca y un impulso irrefrenable lo empujara al lado sombrío del camino (188).

El Lobo Mardones aparece como portador de una visión determinista del mundo, que el Cabro es presa de una fuerza externa a él que lo empuja a actuar mal. Los recursos evaluativos de este pasaje (marea violenta; pulsión irresistible y poderosa; ansiedad gigantesca; impulso irrefrenable) que culminan con la alusión al “lado sombrío del camino” revelan nuevamente la construcción binaria de las dos realidades que habitan los personajes.

Sin embargo, el Cabro no aparece completamente corrompido desde el comienzo del relato, sino que se va corrompiendo a medida que este avanza. En la parte final de la novela conocemos su destino: luego de que su padrino matara a Torcuato en un duelo, el Cabro se hace cargo del negocio de cartillas y decide quedarse en el matadero. En las páginas finales lo vemos inmerso “en el mundo delictual capitalino” (316) y asesinando a su primera víctima. El relato culmina con la compra de la casa que pertenecía a su madre:

Ahora, que compró la casa que arrendó su madre durante años, con el duro esfuerzo del trabajo en la fábrica de cristales, siente un vacío, una ausencia inexplicable. ¿Esto era? ¿A esto tenía que llegar? ¿Y ahora qué?, piensa el Cabro (142).

A diferencia de Torcuato, el Cabro no es construido como un villano, sino como la víctima de un destino fatalista. A pesar de que la novela se nos presenta como la historia del Cabro, gran parte del protagonismo se lo lleva la historia de Torcuato y el Lobo Mardones. El Cabro aparece en parte como una víctima de las circunstancias, pero también como marcado por un sino trágico del que no puede huir.

 

Hijo de Traficante (Carlos Leiva, 2015)

En la novela Hijo de traficante de Carlos Leiva encontramos también un narrador que se sitúa por sobre la acción, solo que en este caso se trata de una voz más monológica y uniforme a lo largo de la novela que desde las primeras páginas deja en evidencia una forma de narración no problematizadora, que se ajusta a las descripciones del mundo de la droga que podríamos obtener de un melodrama:

Kevin tenía 15 ó 16 años. No estaba claro: nunca le habían celebrado un cumpleaños. Porque a sus padres no les interesaban estas celebraciones, sus vicios siempre eran más importantes que estos festejos. Para él era normal consumir drogas y alcohol en la esquina del pasaje. Además sus padres lo hacían todos los días en la casa […] El poco dinero que ganaban se lo disputaban entre los deseos de su madre por seguir consumiendo y los de su padre, por comprar otra caja de vino. (11)

Pronto también tenemos acceso a una descripción de Kevin desde el interior a través del uso del monólogo narrado. Cuando un asistente social del colegio de Kevin ordena trasladarlo a un hogar de menores, sabemos que en el trayecto “Kevin pensó en arrancarse donde unos familiares” (12) y que luego de llegar al hogar “No tenía la certeza que sus padres volvieran por él” (13). De este modo, parte de la narración será relatada desde el punto de vista de Kevin, aunque con una evidente influencia del autor sobre el discurso del personaje (Uspenky). En general, podríamos considerar que estamos ante el caso II en la nomenclatura de Uspensky, dado que gran parte de la acción se narra desde el punto de vista de un personaje; no obstante, a ratos el narrador parece tener acceso, aunque limitado, a las percepciones o intenciones de otros personajes, por lo que esta narración tiene también rasgos del caso IV.

La voz autoritaria y hegemonizante del autor se hace mucho más evidente en esta novela. La vida de Kevin, el “samaritano chico”, conducido al mundo de la droga y la delincuencia por sus padres, se presenta también como marcada por un destino trágico. La evolución del personaje es representada como un espiral de degradación que lo va alejando del hogar de menores que lo acoge en la primera parte de la novela y donde Kevin “encontraba todo lo que necesitaba: cariño, entretención y bienestar” (15) para llevarlo al barrio en donde se erigirá la mansión de su familia desde donde

veía como algunos vecinos y amigos acuclillados relampagueaban encendedores como luciérnagas atrapadas, quemando sus vidas cadavéricas, sus noches cadavéricas, sus cuerpos cadavéricos y sus mentes de mierda cadavéricas (18).

Si bien en esta novela la voz del narrador aparece compenetrada a ratos con la conciencia de Kevin, se observa un claro distanciamiento de la voz autoral que evalúa negativamente el estilo de vida de sus personajes:

Esta era la vida que llevaban gracias a quienes les vendían las sustancias que los habían convertido en ratas y cucarachas. Quizás, era este el motivo por el cual no deseaban participar de los boy scout ni ser voluntarios en el servicio militar: porque según ellos eso era para los perkins (33).

La atribución directa que hace el narrador evidencia un desalineamiento con la ideología de los personajes. Asimismo, los recursos utilizados para caracterizar a los jóvenes drogadictos muestran una fuerte valoración negativa. El uso de metáforas o comparaciones con animales para representar a los personajes es común a lo largo de la obra y van usualmente cargadas de juicios negativos. Nayareth, una ex pareja de Kevin y actual pareja de su amigo Michel, es caracterizada como “una quiltra callejera” (33), debido a su desmejorada fisonomía en el momento presente del relato, o como “una perra aguerrida” (37) por su insistencia en ir a robar al centro a pesar de encontrarse en un delicado estado de salud. Josefina, la madre de Kevin, es caracterizada como un animal en diversas ocasiones:

Dominaba a su marido, tanto así que le había exigido le comprara un sofá de cuero rojo en una gran tienda del mall, en el que dormitaba como una ballena varada. (38)

 

Su hijo la miraba sorprendido, porque la droga la tenía más rayada que una cebra (38)

 

Ella se enfurecía como leona circense obligada por el látigo de su amo a saltar el arco de fuego. (39)

Respecto a una amiga de Josefina con la que Kevin tiene relaciones sexuales se dice que “a ratos Kevin sentía miedo porque, al mirarla en el acto, parecía una perra hambrienta” (47). Los juicios del narrador hacia las mujeres de la novela parecen reproducir un discurso patriarcal y descalificador que no es fácilmente atribuible a alguno de los personajes, sino que parece reflejar una voz acusatoria externa, del narrador o autor. Ante la desaparición de la madre de Josefina, Kevin y Ramón sospechan que esta hubiese huido con un amante. En dicha escena el narrador relata:

Se apresuraron en registrar su habitación por si faltaba ropa o había dejado alguna carta de despedida, porque era típico de algunas mujeres que cuando se les calentaba la pajarilla con otro hombre, se iban sin valorar nada, aunque después el amante las desechara. (50)

Más adelante se revela que Josefina había sido secuestrada por una banda rival. En esta ocasión el narrador indica que “la situación estaba abochornada y todo por la incorregible de Josefina” (50).

Ocasionalmente se nos presentan algunos atisbos de la interioridad de otros personajes como Josefina, la madre de Kevin. Tras la muerte de su amante se nos describe de la siguiente manera:

Josefina siempre había sido depresiva. No se podía zafar de esa nube, se le había pagado como la sarna que arrastraban los perros callejeros. Había días en que solo deseaba cortarse la cabeza, los brazos o la yugular para no sentirse tan tensa. (39)

Sin embargo, más adelante encontramos una modalización del narrador que nos deja entrever que su acceso a la conciencia de estos otros personajes de la novela no es total, lo que evidencia nuevamente un distanciamiento del narrador:

Andaba mal de su cabeza, si hasta parecía que deseaba irse a dormir al cementerio para estar más cerca del cafiche que la hacía tan feliz en la cama. (39)

El narrador de Hijo de Traficante podría considerarse entonces como un narrador omnividente que nos conduce por distintas acciones del presente y pasado del relato, que tiene acceso limitado a la interioridad de sus personajes, excepto por Kevin con quien parece compenetrarse más. Sin embargo, la caracterización que obtenemos de la interioridad de Kevin es de una conciencia que a ratos se vuelve excesivamente castigadora hacia el mismo protagonista, lo que levanta suspicacias respecto a que la voz narrada corresponda efectivamente a la de Kevin. Pareciera más bien que el narrador se apropia de la conciencia de Kevin para introducir sus juicios y valoraciones:

Reflexionaba que a su edad era demasiado para él, y todo porque era unos puros giles, ya que cuando hablaban abanicaban sus manos como los sordomudos, o porque fumigaban sus ropas con desodorantes spray […] Eran solo unos títeres de la sociedad.

Por eso los llamaban inadaptados, pungas de poca clase y de malas costumbres. Quizás, eso había llevado a una radioemisora tiempo atrás a promocionar el eslogan “pitéate un flaite”. Y era culpa de ellos no querer ver más allá de sus narices. (112)

Si bien el pasaje se construye como una reflexión de Kevin, a ratos se diluye la presencia del protagonista y parecemos estar más ante una crítica del narrador hacia los jóvenes que están inmersos en el mundo de la droga y la delincuencia y hacia sus costumbres. Esta ambivalencia en la narración, con el distanciamiento que parece haber entre el narrador y Kevin, impide que al protagonista se le pueda construir de forma heroica o que podamos empatizar con él como audiencia.

Como mencionamos antes, la vida de Kevin está marcada por un destino trágico. Luego de pasar un tiempo largo en prisión, Kevin se une a un grupo de evangélicos dentro de la cárcel de Arica y comienza su rehabilitación. Hacia el final de la novela, el narrador nos retrata un personaje que “ya no pensaba ni siquiera en salir para vengarse de nadie. Comprendía mucho mejor la vida y no sentía rencores” (126). Encomendado a dios, el nuevo Kevin “tendría un futuro más optimista porque estaba siendo el mejor ejemplo de superación” (127). Incluso logra cambiar su comportamiento y forma de hablar “no abanicando las manos como los inadaptados” (127). Sin embargo, un crimen cometido años antes llegaría a truncar su intento de obtener una rebaja carcelaria y a echar por tierra todo su progreso:

A los meses después, llegaron a la cárcel de Arica para aumentar la condena de Kevin: las pruebas lo condenaban […].

Kevin reconoció ese crimen cometido años atrás. Ahora, aparecía esta otra represión, aumentando así sus años detrás de las rejas. Nadie era libre ante los ojos de Dios. (129).

La visión moralizante que atraviesa el relato obliga a que los criminales sean ajusticiados. El destino de Kevin no puede ser de otra forma, dado que “sus vicios no le habían permitido construir nada en su vida, sólo su sombra que merodeaba entre pasillos en las distintas cárceles donde había estado” (129). Al final de la novela, Kevin recibe la visita de su hijo Bastián y consigue permiso para salir con él a la calle.

Estaban sólo a unos metros de ingresar al complejo carcelario cuando, desde una moto todo terreno, una balacera los envolvió absolutamente. Ninguno de los dos supo el porqué del atentado. Ninguno de los dos tuvo tiempo para proteger al otro.

Los dos cuerpos quedaron demolidos en el suelo, sin vida. (131)

Así concluye la novela.

Las novelas de Simón Soto y Carlos Leiva nos presentan el mundo del narcotráfico y la delincuencia desde una perspectiva moralizante y fatalista en que los villanos deben ser ajusticiados. En ambas novelas vemos dos personajes que no parecen tener libre albedrío sobre sus destinos: Kevin y el Cabro son víctimas de las circunstancias, del abandono y de estar expuestos a la influencia de hombres viles. A pesar de su calidad de víctimas, ninguno de ellos puede zafarse de la soledad y el desamparo en que culminan sus vidas. Al mismo tiempo, los personajes villanos como Torcuato, la madre de Kevin o los otros personajes que consumen o trafican drogas, son severamente representados desde el exterior, sin espacio para la problematización. Lo anterior contribuye a la construcción de un mundo de héroes y villanos, nosotros y ellos, que reproduce una lógica reduccionista de los fenómenos abordados.

 

 

Conclusión

Las declaraciones del ex ministro de Sebastián Piñera respecto a los jóvenes del SENAME, haciendo una separación entre los niños que necesitan protección y los infractores de ley, es un reflejo de un discurso que busca dividir a las sociedades entre aquellos que se apegan a las normas y aquellos que se desvían de ellas, promoviendo la existencia de un nosotros y un ellos y, a la vez, construyendo una separación que puede ser irreparable. Los discursos políticos y la cultura de masas cooperan en la difusión de una visión de mundo maniquea, donde no hay espacio para la complejidad de los fenómenos sociales y donde se encasilla a las personas en bandos opuestos, es una especie de escenificación melodramática de la realidad con héroes y villanos (Vásquez Mejías).

El análisis de estas dos novelas chilenas sobre narcotráfico y delincuencia nos muestra que el discurso hegemónico en torno a estos fenómenos parece filtrarse en los relatos a través de la voz de sus narradores. En ambos casos, pero especialmente en Hijo de traficante, encontramos una voz narrativa autoritaria que ejerce gran influencia sobre sus personajes. Los narradores, de manera más o menos evidente, juzgan la vida de Kevin o el Cabro, y más aún la del resto de los personajes que se van conformando como villanos en las novelas. A través de estas narraciones escuchamos la voz más o menos nítida de la autoridad que nos recuerda que el destino de estos jóvenes, atrapados por la droga y la delincuencia, está trazado por fuerzas misteriosas que los condenan a un sino trágico.

Si bien es evidente que una sociedad debe prevenir y combatir fenómenos como la delincuencia y el narcotráfico, también es cierto que el reduccionismo extremo de los discursos oficiales es peligroso para los ciudadanos, puesto que invita a reproducir una narrativa y una visión de mundo poco realista que no empatiza ni considera las diversas realidades que se esconden tras estos fenómenos. Parece inevitable que parte de las producciones culturales masivas apelen a una narrativa de héroes y villanos por la familiaridad que esta tiene para el espectador; no obstante, es fundamental desarrollar una mirada crítica frente a estos relatos que, por un lado, pueden caer en la lógica de glorificar a quienes han sido protagonistas del crimen organizado y han ostentado conductas violentas y machistas, poniendo en peligro a la sociedad, o por el contrario, pueden y muchas veces, como hemos visto, terminan por mostrar a los jóvenes y niños que entran en el mundo de la delincuencia y el narcotráfico como inherentemente malignos, como marcados por la violencia y un destino ineludible.

Así, la lógica de los niños que requieren protección y los niños infractores se reproduce en estos relatos y nosotros, como audiencia, corremos el peligro de seguir reproduciéndola. De ahí que nos parece fundamental cuestionar y contestar estas producciones culturales, con el fin de evitar la propagación de la narrativa de héroes y villanos. Asimismo, es fundamental no desviar la mirada de las complejidades del entramado social que están en la base de estos fenómenos, como también de los potenciales verdaderos villanos que quedan enmascarados por estos relatos.

[1] https://www.cnnchile.com/pais/teodoro-ribera-polemica-derechos-ninos-protegidos_20201120/

[2] En los fragmentos analizados de las novelas, subrayamos aquellas partes del texto en que se verifica el análisis de los narradores o de los recursos lingüísticos identificados.

 

Bibliografía

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Fowler, Roger. “How to see through language: Perspective in fiction”. Poetics, vol. 2, no. 3, 1982, pp. 213-235.

Leiva, Carlos. Hijo de traficante. Santiago de Chile: Caronte, 2015.

Martin, J.R. & White, P.R.R. The Language of Evaluation. Appraisal in English. London & New York: Palgrave Macmillan, 2005.

Soto, Simón. Matadero Franklin. Santiago de Chile: Planeta, 2018.

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Uspensky, Boris. A poetics of composition. Berkeley: University of California Press, 1973.

Vásquez Mejías, Ainhoa. “Esas difusas fronteras éticas. El Zurdo Mendieta en la narco-literatura de Élmer Mendoza”. Visitas al Patio, no. 12, 2018, pp. 227-240.

Wodak, Ruth. “Discrimination via Discourse: Theories, methodologies and examples”.  Zeitgeschichte, no. 6, 2012, pp. 403-421.

[1] Este artículo forma parte del proyecto FONDECYT N° 1190745 Narcorrelatos chilenos a punta de balas y exceso: un código de lectura periférico para visibilizar la marginalidad socioliteraria en la nación triunfalista del siglo XXI, a cargo del Dr. Danilo Santos López y en el cual trabajo como colaboradora.

[2] https://www.cnnchile.com/pais/teodoro-ribera-polemica-derechos-ninos-protegidos_20201120/

[3] En los fragmentos analizados de las novelas, subrayamos aquellas partes del texto en que se verifica el análisis de los narradores o de los recursos lingüísticos identificados.

 

 

 

Silvana Andrea D’Ottone Campana. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánicas y Magíster en Lingüsítica de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En la actualidad es candidata a Doctora en Psicología en la misma casa de estudios. Ha participado en diversas investigaciones como asesora de investigación, específicamente en el ámbito de análisis del discurso. Su más reciente contribución en esta materia se enmarca en el proyecto FONDECYT 1190745 “Narcorrelatos chilenos: A punta de balas y excesos”. En el contexto de esta investigación ha participado en la construcción del corpus literario y en el análisis crítico de la literatura chilena asociada al narcotráfico y la delincuencia, así como en la organización de congresos y la difusión de nuestros hallazgos.

 

 

 

 

 

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