Mujeres: subjetividades liminales
Dra. Norma Luz González, Dra. Mónica Torres Torija, Dra. Joyzukey Armendáriz.
Universidad Autónoma de Chihuahua.
Para abordar el resultado del riquísimo encuentro entre diversas autoras en esta edición, proponemos situarnos primero en el entendimiento del concepto de mujeres, propuesto por Marcela Lagarde, que las define a partir de su condición, o situación, y subjetividad; siendo la condición de la mujer (“mujer” en singular y como concepto abstracto) un fenómeno histórico, es decir: un conjunto de características que definen el lugar que las mujeres ocupan en las relaciones económicas y sociales (2011)
La condición de las mujeres ha sido trazada por una historia de apropiación de sus cuerpos (Federici, 201) por lo que deseamos cuestionar esas formas de opresión y la reproducción de éstas que, a veces, llevamos a cabo las mismas mujeres, como expone en la presente edición Edith Ibarra Araujo que analiza el texto dramático de Concepción Sada en El tercer personaje: la imposibilidad de la mujer de situarse en un lugar diferente.
También debemos entender a las mujeres de acuerdo a sus condiciones reales de vida: la sociedad en que nace, vive y muere cada una; las relaciones de producción- reproducción y con ello la clase; los niveles de vida y el acceso a los bienes materiales y simbólicos; la lengua, la religión, los conocimientos, el grupo de edad, y la relaciones con otras mujeres, con los hombres y con el poder. Todas estas circunstancias históricas particulares son conceptualizadas como La situación de las mujeres (Lagarde, 2011)
Sabemos que las relaciones de las mujeres con los hombres se encuentran permeadas con frecuencia por una violencia estructural tal como lo aborda Lizeth Rodríguez Zambrano en su trabajo “El cine contemporáneo como representación de una realidad violenta en las zonas serranas del Norte de México. Una aproximación a la película Noche de fuego de Tatiana Huezo” en el que propone una aproximación crítica hacia las formas en que se representa la violencia en el cine mexicano contemporáneo.
Inicialmente Lizeth menciona poco a las mujeres y a las niñas, pero después las presenta claramente como seres vulnerables, en constante peligro, como madres angustiadas debido al narcotráfico y es así como nos lleva de la mano de Tatina Huezo a revisar desde una perspectiva femenina lo caótico y cruel que es el mundo patriarcal donde los mismo varones son vulnerados en este sistema jerárquico donde la variable de la clase social hace que algunos de ellos emigren y las mujeres queden aún más desprotegidas.
Las mujeres, de una forma distinta que los hombres, experimentan la migración como un proceso de desterritorialización donde sus cuerpos se convierten en el reflejo de este proceso. Dicha reflexión nos lleva al trabajo de Michelle Monter Arauz “Transgresiones y transformaciones: identidad, cuerpo y memoria en la narrativa de Adriana García Roel, Irma Sabina Sepúlveda y Sofía Segovia” en donde analiza la narrativa de tres autoras del noreste de México, a través de las categorías de identidad, cuerpo y memoria. Las personajas principales de las obras elegidas experimentan la violencia y la migración como dinámicas que las movilizan a transgredir y transformar el territorio que habitan.
No todas las mujeres experimentan los mismos procesos, pues de acuerdo a Haraway el género se representa en una persona en tanto que ésta es perteneciente a una clase; sin olvidar por otro lado, que el género es la contestación de la naturalización de la diferencia sexual en múltiples terrenos de lucha, por ello la teoría más adecuada del género “requiere de historiar las categorías del sexo, carne, cuerpo, biología, raza y naturaleza” (Haraway, 1991: 221 y 38).
Vemos que desde estas particularidades las mujeres luchan, y tratan de mejorar sus condiciones de vida, reflexionan y buscan otras formas de supervivencia que las lleve a una vida más digna, tratando de deconstruir este mundo violento. Es así como Julia Isabel Eissa Osorio nos presenta su trabajo Valeria Luiselli en Los niños perdidos o una reflexión sobre la “responsabilidad compartida” en materia migratoria, y plantea como en las últimas décadas, los procesos migratorios se han agravado debido a diversas problemáticas a nivel mundial como la violencia, la falta de empleo y las diferencias socio-culturales.
Con el tema de la violencia como común denominador, Galicia García Plancarte escribe “Miradas femeninas y masculinas: representación y significación de la violencia a través de Aquello que nos resta” acerca de una obra de Liliana Pedroza, cuyas temáticas principales son la soledad, el desamparo y la violencia. Y ante estas estas circunstancias nos preguntamos ¿por qué parece el mundo un lugar tan sinsentido para las mujeres? Tal vez porque ha sido trazado por un sistema patriarcal que es definido como aquel en el que se establecen relaciones de desigualdad entre varones y mujeres, que legitima y reproduce un supremacismo de género masculino que, a la vez es, racista y clasista (Crenshaw, 1995, cit. en López Guerreo, 2012: 10).
¿Qué podemos hacer las mujeres ante un sistema opresivo que es sexista y racista? Nuestra propia revolución a través del movimiento feminista, que es además un conjunto de teorías y metodologías que pretende construir un mundo igualitario en que las mujeres sean, seamos, reconocidas como humanas, y que nuestros cuerpos dejen de ser apropiado y construidos por un “conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas” acuñado como Sistema Sexo/Género por Gayle Rubin (1986).
Conociendo estos antecedentes, Susana Idalia Jáquez Pérez, en su trabajo “Feminismo y libertad de acción en los personajes femeninos de La miel derramada” analiza a los personajes femeninos de José Agustín, y parte de la relación entre el feminismo, libertad y sexualidad.
No hay uno solo feminismo, sino muchos, en función de nuestra experiencia entre la opresión, explicada por el concepto de interseccionalidad. La interseccionalidad es el cruce de variables sexuales, raciales, económicas y culturales que muchas veces se enfrentan: volviendo más complejas las diferencias y desigualdades (Kimberlé Crenshaw, 1989. cit. en Romero, 2010: 17). Sin perder de vista esta interseccionalidad Jahel López Guerrero, y sus colaboradoras, en su trabajo “Contribuciones de la Categoría de Derecho Sentido al Estudio de la Relación entre Mujeres Indígenas Jóvenes y Espacio Público Urbano”, reflexionan sobre la categoría de derecho sentido, propuesta por Teresa del Valle para abordar la ciudadanía de las mujeres indígenas y su relación con el espacio público urbano.
También bajo el concepto de interseccionalidad, Rosa María Burrola Encinas, en su trabajo “El género femenino como síntoma epistolar en Gertrudis Gómez de Avellaneda”, se centra en el carácter ambiguo, inestable e insumiso que presenta el discurso femenino en su correspondencia. Nos enfrentamos entonces a una forma única de experimentar la realidad derivada de un conjunto de variables que al interseccional producen también la posibilidad de reaccionar de una forma única a situaciones y condiciones de opresión, esto desde la subjetividad.
La subjetividad de las mujeres es entendida como la especificidad de cada mujer que se desprende tanto de las formas de ser y de estar en el mundo y aprenderlo: consciente e inconscientemente. “Se organiza en torno a la forma de percibir, sentir, racionalizar y accionar sobre la realidad” (Lagarde, 2011: 13); sin olvidar, como argumenta Michelle Rosaldo, que “el lugar de la mujer en la vida social humana no es de forma directa producto de las cosas que hace sino del significado que adquieren sus actividades a través de interacciones sociales concretas” (1980: 400).
La subjetividad es abordada también por Dalina Flores Hilerio que en su trabajo “Literatura infantil escrita por mujeres: una mirada más allá del cuerpo” reflexiona acerca de la importancia del trabajo de algunas escritoras mexicanas al reconocer los proceso emocionales que deben ser tomados en cuenta para abordar fenómenos sociales y cuestionar nuestra realidad.
Por otro lado, Daniela Ornelas en su texto “Mujeres sosteniendo el paso migrante en México en tres materiales audiovisuales mexicanos: Sin señas particulares de Fernanda Valadéz, Te nombré en el silencio de José María Espinoza, y María en tierra de nadie de Marcela Zamora”, va más allá de la subjetividad al identifica también liminalidad como estrategias de resistencia ante el necropoder, lo que a nosotres nos recuerda los postulados de Susan Deeds (2002) respecto a que las mujeres de varias etnias y clases sociales pueden desafiar el orden patriarcal invirtiendo las jerarquías de sexo, al ocupar espacios liminales (Deeds, 2002: 30)
Entendemos pues la liminalidad como una ruptura irremediable de fronteras que, aunque se encuentra plagada de ambigüedad resulta para muchas mujeres una estrategia de sobrevivencia. Esto nos lleva al trabajo de Natalie Navallez Yáñez “Las fronteras difusas entre los espacios simbólicos en La cresta de Ilión (2002), de Cristina Rivera Garza” que invita a repensar las fronteras existentes entre el mundo real y el mundo ficcional. En este sentido, es posible hablar de la coexistencia de un espacio real y uno posible, así como del momento de su yuxtaposición: la ficcionalización del encuentro de dos escritoras dentro de un espacio simbólico. Es así como este texto se centra en el espacio simbólico, la ficción y realidad, de la frontera de género.
Existe entonces una infinidad de estrategias que son llevadas a cabo por las mujeres para resistir a las relaciones opresivas fortaleciendo sus agencias a través del liderazgo o la infusión de esperanza, o de la subversión de los roles establecidos según sus géneros. Estas dinámicas son visibles en el trabajo “El sustento femenino en la Épica Fantástica de Tolkien” de Joyzukey Armendáriz Hernández y Norma Luz González Rodríguez.
En el mismo sentido de la subversión oculta en la docilidad, el trabajo “La beneficencia social en la construcción de la feminidad colombiana 1919-1934” de Giovana Suárez Ortiz nos muestra el modo en que en se les asignó a las mujeres el espacio privado como único lugar de acción posible, el cual fue aprovechado para darle un sentido propio y resistir desde él.
Dejamos, a consideración de quien lee, reconocer las experiencias propias en este entramado de subjetividades femeninas que proponen otro mundo posible, donde los cuerpos y los territorios sean reconocidos y respetados, aunque para ello haya que transgredir las fronteras que han sido trazadas desde la violencia.
Bibliografía
Deeds, Susan. 2002. “Brujería, género e inquisición en Nueva Vizcaya” Desacatos núm. 10 otoño-invierno. Pp. 30-47.
Federici, Silvia2010. Calibán y la bruja.Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Verónica Hendel y Leopoldo Sebastián Touza (Trad.). Historia 9 Traficantes de Sueños.
Haraway, Donna. 1991. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra.
Lagarde, Marcela.2011 (5ta. Edición). Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monja, putas, presas y locas. México: Universidad Autónoma de México.
López Guerrero, Jahel. 2012. Mujeres indígenas en la zona metropolitana del Valle de México: experiencia juvenil en un contexto de migración. Tesis de doctorado no publicada. Universidad Nacional Autónoma de México.
Rosaldo, Michelle Zimbalist1980, “The use and Abuse of Anthropology: Refections on Feminism and Crossing Cultural understanding”. Signs, vol. 5, núm. 3. Pp. 389-417. Chicago: University of Chicago Press.
Rubin, Gayle. 1986. “El tráfico de mujeres: Notas sobre la ‘economía política’ del sexo”. Revista Nueva Antropología, noviembre, año/vol. VIII, núm. 030. Pp. 95-145.