Pérdida vital
Svetlana abre la puerta. Cuando sus ojos se reponen de recibir el sol de frente, distingue a un soldado. Lleva el uniforme rasgado, mugroso. A través de la suciedad de su piel se pueden ver heridas recientes y cicatrices. Tiene los labios hinchados, con costras, gotas de sangre salen de la nariz, una oreja partida en dos por una herida de bala. Su cabeza está apenas cubierta de mechones de cabello corto. Un olor nauseabundo marea a la mujer, una viuda sola. Conteniendo el llanto, lo empuja de los hombros hacia atrás.
—No me queda nada para darte, sigue tu camino— dice la mujer, con toda la energía que es capaz de recobrar.
—Esta es mi casa, volví —contesta con voz tenue la persona recién llegada, sin moverse.
“Uno más que perdió la razón, más valía que hubiera muerto” reflexiona ella, suspirando. Resiste el vómito ante el olor fétido que distingue con la cercanía del cuerpo andrajoso. Al agachar la cabeza y tratar de ocultar las náuseas, observa las botas sucias, las piernas heridas a través de los jirones del pantalón, y de pronto, en la rodilla derecha, descubre la cicatriz de aquella hija que vio salir cuatro años antes.
—Hija, hija mía, ¡volviste, volviste! — dice tomándola en los brazos. Al verla a la cara reconoce los ojos color miel de la chiquilla que se aferró a luchar por la patria. Entran, la joven se desmaya de cansancio, de hambre, de sed. Regresa a punto de cumplir veinte años.
La joven duerme por días. Los lapsos en que despierta, solo pide agua, pero Svetlana le da también sorbos de caldo de papas; de la única planta que logró salvar del huerto. Cuando sale de la casa y camina alrededor, siempre lo hace tocando las paredes con un dedo, un pie, la cabeza. Con las manos se aprieta el abdomen, tapa su boca, sus ojos, sus oídos. Repite una palabra constantemente: “sangre.” No es una queja, no hay mueca de asco, es apenas audible, pero no hay duda, todos entienden que eso es lo que dice. Busca al acostarse, cuando ve entre las grietas de las paredes, al mover las ramas, siempre en el mismo tono quedito, se escucha, lo dice: “sangre.” Hurga dentro de la casa, “sangre” sigue diciendo, al mover objetos, al quitarse la ropa del padre para alternarla con la ropa del hermano. La madre ha suplicado que vuelva a usar vestidos, los que pudo conservar en buen estado, con flores, de colores vivos. Eka se niega rotundamente. “No puedo, no son para mí, son para la que era, la que estuvo” dice llorando al pasar los vestidos sobre su cabeza, casi con violencia contra la madre que intenta vestirla como cuando fue pequeña. Su paso genera miedo, asco, pero pocas veces da pena.
Las autoridades se han enterado del caso de la joven. Vienen a cumplir consignas, no se sabe si buenas o malas. El capitán entra a la casa de la joven y su madre. Varios vecinos han dado la queja de que está mal de la cabeza, es huraña, asusta. Los guardias evitan que se acerquen.
—En descanso, soldado. —indica el médico con firmeza— Dígame el motivo por el que no quiere llevar vestido. La guerra terminó, ganamos, sobrevivió. Su madre está viva y su casa no está completamente en ruinas.
Ekaterina respira profundo, rígida, sin moverse un centímetro, comienza a hablar.
—En el escuadrón fuimos doscientas, salíamos siempre al frente. Al principio, los soldados pensaron que era agua sucia, lodo, incluso aceite. En ocasiones, cuando dormíamos, hacíamos a un lado nuestra ropa, no podíamos lavarla. Algunas de mis compañeras murieron en un lago al que entramos a pesar de los bombardeos, ¡queríamos estar limpias, de su olor, de las costras, de la vergüenza con los otros! El capitán nos puso bajo arresto cuando descubrió lo que hicimos. Yo era la encargada, tuve que explicarle. Me gritó en el oído: ¡es lo que las hace mujeres, son unas tontas! ¿Con qué dignidad podrán regresar a ser madres y esposas? Yo, la perdí, capitán, y otras, pero ellas murieron. Reviso dentro y fuera, todos los días, capitán. La voy a encontrar. Permiso para romper filas, capitán.
No espera respuesta, sale a mover piedras y escombros con los pies, mete los brazos en los huecos de las bardas, en agujeros de la tierra. Y bajito, dice “sangre, mi sangre, la sangre.”
INFORME 3042/5000 – CASO 3042
General Jefe de Brigada Heroica, Unidad de Reconocimientos.
P r e s e n t e.
Inútil entregar medalla de VALOR E INTELIGENCIA. La soldado ha tenido una pérdida vital, que la afectó mentalmente. Nos movemos al siguiente poblado.
Y. Zavarro Docente de profesión y por vocación. Lectora voraz con más de 40 años de experiencia en el disfrute de historias de casi todo tipo. Alumna novata en talleres de narrativa, con el propósito de experimentar con el lenguaje para comunicar ideas a manera de catarsis.