Espejo de extravío
Botellas rotas en lugar
de ojos, la ciudad nos mira
a cada paso, flores
de fisuras nos ofrece
y todos huyen por las grietas.
En la calle sólo vagan
los que no hallan su casa y al mirarme
algo preguntan a la niebla.
*
Como caerse de sí mismo,
vine: la ciudad
en fuga de su cuerpo, ajena
al ombligo de la luna
y nudo de fronteras
cada calle, sin embargo
aún espejo de extravío, hogar
del que huye de sí mismo, incluso
espacio errante al sino de mis pasos.
*
Café de azar en cada puerta
y pan de ajenjo, la ciudad
iba a tientas por la calle, daba
un extraño a cada espejo, aún
despierta en ruinas cada día
y las ciudades fantasma cada noche
me habitaban, no sé cómo
llegar a México es salir
del ser que somos: en mis pasos
oigo siempre el eco de otros pasos.
Errante raíz
De ajenjo un caracol
en vez de pregunta
daba el padre, en sesgo
por mi sangre
en otras venas vino
a resonar, en la angostura
suben los caballos por el río, no son
viga al naufragio de mi voz.
*
En este vaso tu respuesta
se curva contra sí, la casa
en espejo sobre el agua
daba cobras a la tarde, octubre
recala siempre en otro siglo
y en tu trenza de fronteras
un vaso de sed me respondía.
*
Nublados por el yerro y la sequía
no vieron la dorada
transparencia; errante
raíz, a la caverna
ataron el sueño del que ahora
taja el mecate de sus muertos; da,
contra sí, a las vértebras del verso
un silencio de sombras y extravío.
*
Ni canto de isla ni cantar, la casa
halla muros en la pira, los caballos
no eran sino puente, fuga
de navajas en mi sangre, te sabía
errante en la fijeza de mis días,
azogue en los vasos de mi carne, azar
donde el hacha duda de su canto y luego
la ciudad donde mis pasos eran de otro.
El canto de la sed
Abre en sí la puerta
y sale de su nombre,
el sol no brega ni
el caballo cruza el día,
la lluvia en mi desierto
no da vid, nos erosiona
el canto de la sed, en ti
estoy fuera de mis venas.
*
No hay regreso, a la raíz
llegan mis cenizas
pese al río, no cruzan
a caballo los vitrales, ni
albas de turquesa a bayas
dan caída, en el mezquite
son la savia que taja de raíz.
*
Ara y no halla tierra
donde tierra sea
ni siquiera es tumba
de sí mismo; en fuga
al filo del sería, pernocta
a orillas del ser, no dice:
arde en su voz y se deslíe.
Felipe Vázquez ha publicado tres libros de poesía: Tokonoma (1997), Signo a-signo (2001) y El naufragio vertical (2017); cuatro de crítica literaria: Archipiélago de signos. Ensayos de literatura mexicana (1999), Juan José Arreola: la tragedia de lo imposible (2003), Rulfo y Arreola: desde los márgenes del texto (2010) y Cazadores de invisible (2013); y dos de varia invención: De apocrypha ratio (1997) y Vitrina del anticuario (1998). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía CREA en 1987, el Premio Universitario de Poesía (unam) en 1988, el Premio Nacional de Poesía Miguel N. Lira en 1991, el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen en 1999 y el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas en 2002.