Literatura infantil escrita por mujeres: una mirada más allá del cuerpo
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Dalina Flores Hilerio
Universidad Autónoma de Nuevo León
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No es un secreto que la Literatura, como disciplina y práctica cultural, a lo largo de una añeja tradición, ha establecido acciones cuyos efectos preponderan, legitiman y promueven el consumo de obras escritas principalmente por varones. Sin embargo, desde finales del siglo pasado, es evidente que la literatura escrita por mujeres ha ido ganando terreno, sin llegar al nivel de penetración y permanencia que ha logrado la literatura dominante generada por autores, cuyas prácticas patriarcales siguen imponiendo miradas y tipos textuales que han de seguir considerándose canónicos en este ámbito. Es decir, los varones han establecido las rutas de la escritura literaria a partir de intereses asociados como su condición genérica, así como respecto a los discursos dominantes que han dejado fuera las necesidades y proyecciones de grupos minoritarios o débiles, no porque lo sean en esencia, sino por su relación, en este caso, con la noción tradicional de distribución del poder.
La sociedad patriarcal, cuyas prácticas opresoras se difunden indiscriminadamente y con mayor rapidez, ha creado un ambiente propicio para la proliferación de estudios de género, como respuesta y resistencia a esta sistemática opresión, que se han enfocado principalmente desde las posturas feministas cuyos objetivos a veces resultan confusos e incluso contradictorios, pues suelen reducirse a la necesidad de establecer, en la creación de textos, diferencias sexuales, asociadas a las características fisiológicas de sus autores; además de sesgar la crítica ‘confiable’ a la producida por las mismas mujeres. Sin embargo, es relevante señalar que las diferencias discursivas en torno al poder, desde el que se producen, circulan y son recibidos los textos escritos por mujeres, tienen implicaciones muy complejas culturalmente, pues éstos suelen presentar historias y lenguajes íntimos, entrañables y experimentales, enmarcados en otros obstáculos que deben enfrentar las autoras desde el primer momento de la creación (la escritura) hasta la recepción de su obra (comercialización, promoción y consumo). Aunque estas condiciones parezcan evidentes, es pertinente reflexionar sobre las circunstancias que han condenado a las mujeres y sus productos culturales a seguir formando parte de las voces minoritarias, y no sólo tratar de explicar las diferencias genéricas que se establecen entre los textos escritos por hombres y por mujeres de manera taxonómica.
Es urgente indagar y hacer explícitas las razones por las que las mujeres, dentro de esta sociedad heteronormativa y patriarcal, suelen ser percibidas como menos prolíficas en su escritura, debido a distintas condiciones, entre las que entran en juego cuestiones que van desde las formas del mercado editorial, hasta los roles sociales que, por ser mujeres, las escritoras deben balancear en su quehacer literario, como pueden ser los otros tipos de atenciones y cuidados que demandan su energía física, intelectual y emocional.
En este trabajo señalo algunos rasgos peculiares sobre el sentido social y emocional de una novela, enmarcada en el concepto de LI, escrita por la autora mexicana contemporánea Martha Riva Palacio Obón, cuya propuesta narrativa es fundamental para reconfigurar la tradición literaria; asimismo, enfatizo la relevancia de la promoción de su lectura, especialmente porque dentro del medio editorial, casi ninguna autora cuenta con las plataformas ideales para la circulación, distribución y recepción de su obra; finalmente, planteo algunos cuestionamientos sobre las causas del poco interés que ha suscitado, en la tradición académica, la literatura escrita por mujeres para el público infantil, aunque sí cuenten con lectores especializados que han abonado a la crítica formal sobre sus trabajos, justamente porque pertenecen a otra categoría de ‘género’ que también ha sido soslayada por el canon: la literatura infantil.
Es importante señalar, en primer lugar, la relevancia que tienen los productos artísticos creados por mujeres en la tradición cultural, desde una perspectiva amplia e integradora, pues muchas de las corrientes teóricas del feminismo, como lo señala Castro Ricalde, se han limitado a estudiar esta injerencia únicamente desde la mirada crítica de las mujeres (2012). Sin embargo, es importante considerar la dimensión esencial del discurso literario desde una perspectiva amplia que involucre e implique las miradas de los varones sobre los efectos de la literatura escrita por mujeres para un público infantil. Sobre todo, porque los temas que aborda la literatura escrita para públicos en formación son esenciales para visibilizar algunas condiciones percibidas unilateralmente y de manera globalizada en la mayoría de los textos literarios escritos por varones.
En este sentido, la forma en que un autor o autora aborda una situación (tema) crea un espíritu cultural que, en algunas prácticas editoriales de circulación y promoción de lectura, abona a la generación de paradigmas culturales que marcarán pautas de comportamiento y percepción de la realidad que enuncian literariamente. Por eso es necesario profundizar en el análisis formal y temático de algunas propuestas de la literatura infantil y juvenil, escrita por mujeres, en torno a temas sociales relevantes en la actualidad, como los procesos migratorios a los que, en gran medida, se han aproximado de manera casi exclusiva los escritores, cuya mirada suele centrarse más en las condiciones sociales externas, que en los conflictos íntimos derivados de la movilidad impuesta a la que muchas personas tienen que hacer frente. En la novela que describo a continuación, analizo algunas estrategias de la narrativa discursiva desarrollada desde una visión intimista femenina, en torno a este tema, para identificar algunos enfoques críticos y creativos, desde su mirada, versus la tradición del canon literario patriarcal.
Este tema, como sabemos, tiene múltiples matices y enfoques; tanto en México como en Estados Unidos de América, la obra crítica sobre la producción literaria al respecto se ha erigido también a partir de la perspectiva de los varones, como muestra Héctor Reyes Zaga en su artículo “Cartografías literarias: anotaciones a propósito de la novela de migración mexicana”, donde podemos ver nombres que han estudiado el fenómeno desde una visión patriarcal, como los trabajos producidos por Sergio Gómez Montero (1993), Humberto F. Berumen (1992) y Miguel Rodríguez Lozano (1993), en los que exponen algunas características de este proceso de movilidad y la forma en que ha sido representado en textos literarios escritos, también, por varones. En sus acercamientos críticos enfatizan las peculiaridades que rodean al ser masculino sometido al desplazamiento, la desigualdad y la violencia. De igual forma, Reyes Zaga, luego de una revisión histórica y temática sistematizada, hace un recuento de la literatura que sobre este tema se ha producido en nuestro país, donde destaca la obra creada por autores, cuyos protagonistas son también varones, y se centran en los grandes conflictos nacionales donde los personajes se ven afectados por el proceso migratorio, casi siempre ilegal.
Siguiendo los paradigmas del canon literario tradicional en nuestro país, no sorprende que, desde las primeras novelas en las que la migración es un eje central, correspondientes al periodo político/social que impulsó el movimiento ‘bracero’, y que se ubican desde 1926 hasta los años sesenta del siglo pasado, han predominado los discursos literarios producidos por varones. No cambia la tendencia en el panorama histórico que Reyes Zaga presenta desde entonces, hasta 2016, justo con una novela experimental y polifónica escrita por la autora Aurora Xilonen: Campeón Gabacho. Sin embargo, a lo largo de la nutrida lista, sólo se mencionan tres obras más cuya autoría corresponde a mujeres: la novela Tenemos sed (1956), de Magdalena Mondragón y, casi cuarenta años después, Callejón Sucre y otros relatos (1994), de Rosario Sanmiguel, que se distinguen por su polifonía y énfasis en la mirada femenina sobre este tema, aunque enmarcándolo siempre alrededor de la relación de movilidad de mexicanos hacia Estados Unidos de América. Más adelante, en Por cielo, mar y tierra (2010), Ximena Sánchez Echenique se centra en exponer este proceso desde la experiencia femenina, donde también incide en la perspectiva familiar, por lo que abandona la visión individualista tradicional del migrante. Cabe resaltar que, a pesar de los esfuerzos realizados por algunas investigadores, como Liliana Pedroza en A golpe de linterna, para visibilizar la obra de las autoras nacionales, la mayoría de ellas han sido soslayadas por la tradición canonizada pues todavía no cuentan con los respaldos editoriales suficientes para promoverlas e integrarlas al canon, como sí ocurre con autores cuyos nombres forman parte del Olimpo literario nacional, entre los que se encuentran Luis Spota, Jesús Topete, Luis Humberto Crosthwaite, Carlos Fuentes, Heriberto Yépez y Yuri Herrera, cuyas novelas se centran en este tema.
Aunada a la falta de presencia femenina en la tradición literaria, tanto en la historiografía canónica como en el abordaje del tema en cuestión, es posible ubicar una especie de marginación respecto al enfoque de la literatura infantil. Si coincidimos con Reyes en considerar el concepto de ‘género literario’ como una clasificación de las obras que tienen una serie de aspectos comunes en su forma textual, que las diferencia de otras pertenecientes a géneros distintos (2019), podríamos asumir que no sólo el asunto temático al que nos hemos referido, sino también su tratamiento estructural, estratégico o de mercado, como es la categoría infantil, podría valorarse como una especie de subgénero en la tradición literaria, donde es evidente que las autoras producen obras de alta calidad, al aportar no sólo tratamientos estéticos particulares, sino también enfoques sociales diferentes a los que comúnmente abordan los varones.
Para ilustrar la naturaleza de algunos recursos y estrategias de la inclinación que han asumido las escritoras respecto a la migración, dentro de la literatura infantil, expongo a continuación algunos aspectos sobresalientes en la novela Ella trae la lluvia (2016), de Martha Riva Palacio Obón. No obstante que existe una tendencia a abordar el enfoque de género a partir de la consideración de ciertos elementos ‘femeninos’ desde una condición fisiológica, mi interés no radica en encontrar o no rasgos asociados a lo femenino, sino en mostrar algunos elementos que podrían atribuirse a una distinción genérica, para proponer otras formas de lectura que dimensionan la participación de lo femenino en la creación de la obra artística, más allá de las categorías asociadas a lo corporal.
Es relevante señalar asimismo que algunas teorías feministas han proporcionado las bases para comprender la configuración de la identidad femenina en la construcción de nuevas formas de leer, desde las subjetividades y la otredad, que son esenciales para las múltiples funciones pedagógicas y estéticas, particularmente, de la literatura infantil, como en Diente de león o Temible monstruo, de María Baranda, Tal vez vuelvan los pájaros, de Mariana Osorio Gumá, o Puerto libre, de Ana Romero, que además han sido abordadas desde un acercamiento crítico antihegemónico por investigadores como Laura Guerrero Guadarrama y Adolfo Córdova. Es necesario apuntar que si bien la literatura escrita por mujeres no tendría que estudiarse como un producto propio de su femineidad, las condiciones de circulación de sus creaciones artísticas, como ya lo hemos observado, presentan una marginación que las ha invisibilizado históricamente. Es decir, aún en el siglo XXI, ser mujer implica la dificultad para ser reconocida como autora, para ser publicada y, sobre todo, para ser difundida entre los lectores, a partir de los criterios que seleccionan algunos editores. A lo largo de la historiografía literaria podemos identificar numerosas obras escritas por mujeres publicadas bajo pseudónimos o utilizando sólo las iniciales de sus nombres.
Martha Riva Palacio Obón es una escritora mexicana contemporánea quien cuenta con una producción literaria nutrida y compleja; sin embargo, su propuesta estética, ampliamente estimulante, todavía no es objeto de discusiones académicas ni ha sido abordada por la crítica especializada; incluso su nombre casi nunca se menciona cuando se hace referencia a las escritoras mexicanas contemporáneas, dentro de las que sí caben nombres como Cristina Rivera Garza, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel, quienes escriben para el “público adulto”.
No obstante el poco interés de lectores especializados, la obra de Riva Palacio Obón ha recibido múltiples reconocimientos y apreciación por parte de lectores que se inscriben principalmente en el ámbito infantil y juvenil. Sin embargo, la mayoría de sus textos literarios ofrece al lector una experiencia ineludiblemente literaria: la capacidad para hacerse preguntas profundas sobre los temas que ella desarrolla en su trabajo creativo, al tiempo que estimula la sensibilidad estética, a través de los sentidos y emociones. Una particularidad en sus historias es que, aunque partan de situaciones polémicas, el tratamiento lleno de sutileza y lenguaje lírico, crea narrativas llenas de matices, de una manera afable y controlada, sin caer en la condescendencia. La forma en que presenta los conflictos principales, en cualquiera de sus novelas o cuentos, se distingue por su lucidez y cercanía con el mundo emocional de los lectores jóvenes (y esto no significa que sea sólo para este público), pero sin ser explíctos, por lo que la participación del lector en la generación del sentido lo lleva a recurrir a sus propias experiencias y modelos axiológicos para aterrizar el sentido.
La mayoría de las novelas y cuentos de esta autora son entrañables; una de las más significativas, por la dimensión lingüística y lúdica de su factura, es Ella trae la lluvia, editada por El Naranjo en 2016, donde explora dos condiciones íntamente relacionadas con la migración: la orfandad y la discriminación. El tratamiento que Riva Palacio Obón le da a estos temas proyecta su esencia femenina ya que, de acuerdo con Luce Irigaray (2001), el habla de la mujer es una forma distinta de aludir y reconstruir al mundo; de generar nuevas formas y espacios de convivencia. De ahí que sobresalgan dos aspectos derivados del anterior: a través de lo femenino se genera un “horizonte de transformación y metamorfosis de los valores” que redunda en la forma en que se lee y se asume el texto literario, otorgando al lector un papel trascendental en la generación del sentido (Moreno 1994); y el enfoque de género nos permite establecer, como lectores, “un diálogo con fenómenos culturales más amplios” (Castro Ricalde 2012). Es decir: lo femenino está aunado a la mirada atenta de los detalles que dimensionan no sólo la experiencia literaria, sino también la vital, y determinan la forma en que la generación de sentidos y significados se realiza.
La trama de Ella trae la lluvia se desarrolla en una isla cuyos pobladores se dedican esencialmente a la pesca, en medio de un ambiente tropical, pero opresivo y sofocante, pues la autora expone la forma en que los diferentes conflictos armados de los países colindantes han expulsado a los habitantes que, sin control, y de maneras poco afortunadas, van instalándose en la isla. Poco a poco sus asentamientos son más extensos aunque siempre en zonas marginales. Casi todos los isleños se sienten despojados de sus espacios y, regidos por un pensamiento mítico-mágico, consideran que los “invasores” son los causantes de todos sus conflictos, en especial, la crisis de los peces (que se agrava en la medida en que muestran su escasa solidaridad hacia los migrantes).
Cuando el tío del protagonista, un isleño respetado y con autoridad moral sobre el pueblo, le prohíbe a Teo (un chico de 12 años) tener amistad con una pequeña inmigrante, éste decide oponerse a los dictámenes sociales por lo que provoca situaciones extremas que parecieran poner en riesgo el statu quo. En ese proceso, es evidente que los conflictos sociales entre los habitantes se derivan de la incomprensión sobre el mundo propio y el de los otros. Éstos se agudizan porque los pobladores parecen estar cerrados a comprender las circunstancias de quienes llegan a la isla y, además, los consideran como enemigos, lo que la autora presenta a través de la ironía, como se observa a continuación:
“–Cuando tienes diez peces y diez personas, todos comen. [Explica su tío a Teo]
Lo miré sin comprender.
–¿Y?
–Pero cuando tienes diez peces y veinte personas, ¿qué pasa?
“Empiezas a decir que la otra mitad está ahuyentando a los peces”. Pero como no podía decir eso, me mordí la lengua y no dije nada. […]” (27)
Mientras el tío apela a ‘las matemáticas’ para explicar que tener inmigrantes afecta a los pobladores ‘originales’, Teo ‘replica’ (sólo lo piensa, no se atreve a confrontar directamente al tío con su sarcasmo) la versión que ha estado circulando entre los isleños: los repudian no porque sean ‘intolerantes’, sino porque los extranjeros traen mala suerte y por eso no pueden alimentarse (hay escasez de peces en la isla). El conflicto, “entendido” desde el pensamiento mágico, implica que no haya peces para nadie, ni siquiera para ser partidos por la mitad (Flores 2016).
Respecto al modelo axiológico del que se deriva la historia, podemos reconocer, en primer lugar, que la autora le da más peso a la vida emocional y afectiva del protagonista a partir de la confrontación de la transparencia, incluso ingenuidad, con las que percibe y cuestiona al mundo adulto. En este sentido, la realidad migratoria de Calipso y su abuelo no lo detiene para comunicarse con ellos, e intenta incluirlos en su vida de manera plena, a pesar de la propia reticencia de la niña y ante la mirada recriminatoria de los demás. Es tal la intención solidaria de Teo que, a pesar de que su amiga no puede hablar, probablemente como resultado de los traumas que ha vivido, él insiste en platicar con ella en español, pero también intentando aprender creole, con lecciones que le pide al abuelo de la chica:
“Desde el rescate del molusco, comencé a pasar mucho tiempo con ella. No es que lo hubiera planeado, simplemene cada vez que bajaba a nadar a la ensenada, ella estaba ahí. Desde nuestro último encuentro, había decidido llevar una libreta y un lápiz para poder comunicarme con ella. Pero resultó que Calipso no tenía ganas de escribir palabras y nada más dibujaba peces. Por lo que no me enteré de su nombre sino ahsta que lo dijo su abuelo. Al principio pensé que mi nueva amiga garabateaba al azar sin prestar mucha atención a lo que yo le decía. Pero después de dos días de decir tontería y media, me cayó el veinte de que el tipo de pez que ella dibujaba iba de la mano con lo que escuchaba. Asi que yo también me puse a dibujar peces en vez de bombardearla con preguntas acerca de dónde venía y si suabuelo era su única familia. […] A veces Calipso y yo estábamos de acuerdo en todo y nos salía un cardumen gigantesco de galúas. En otras ocasiones nos peleábamos y en el papel un tiburón se tragaba a otro. Ganaba el que lograba dibujar el pez más grande.
Claro que había días en los que el papel o los ánimos estaban demasiado húmedos como para dibujar y entonces yo me limitaba a hablar mientras ella escuchaba. Sabía que entendía español, peor yo intentaba tabién decir cosas en su lengua. Seguí rondando por los muelles y los pocos establecimientos de la isla en los que aceptaban servirle a los criollos para poder escucharlos. Entre más palabras aprendía de su idoma, más ganas me daban de pronunciarlas en voz alta.
Piska, pez.
Laman, mar.
Salu, sal.
Santo, arena.
Bientu, viento
Antes de que Padú comenzara a darme clases, no podía decir mucho más que eso. Una semana después de que la chica y yo nos hicimos amigos, el viejo fue a buscarla a la ensenada y nos encontró chapoteando entre las rocas blancas.” (39-40)
En una especie de contrapunto, la autora presenta la actitud abierta e integradora de Teo frente a la intolerante y cerrada de la mayoría de los pobladores adultos que se sienten amenazados por ‘la otredad’; es decir, le temen a los forasteros por la amenaza que representan, pero sin saber con certeza en qué consiste. Por el contrario, Teo no abandona su espíritu abierto y solidario que lo lleva a tratar de que los demás, principalmente, su tío, entiendan que las personas del mar, prefiere llamarles de esta manera, no son las causantes de las desgracias productivas de la isla. La actitud incluyente de Teo lo convierte en una especie de ‘traidor’ para el resto del pueblo, sobre todo entre los adolescentes de su edad, quienes buscan siempre la confrontación y la violencia. El ejercicio del poder, a nivel microsocial, se evidencia a través de las estrategias con que intentan someterlo y, al mismo tiempo, repudiar a los extranjeros:
“El aullido frenético de una multitud que gritaba e insultaba me atrajo hacia la avenida principal. Padú, acompañado por varios hombres y mujeres, corría apresurado hacia la clínica. En sus brazos, desmayada y con el rostro cubierto de sangre, estaba Calipso.
–¿Qué le pasó? –pregunté asustado.
Padú pasó junto a mí sin verme.
–¡Padú! –supliqué.
–Le tiraron una piedra en la cara –me dijo un hombre joven llevándome aparte. Era uno de los que salía a pescar con el padre de la Torda–. Fue tu kompai –agregó.
Kompai, amigo.
Gritando lleno de rabia corrí hacia la playa principal. Lorenzo y su pandilla bailaban y reían en un extremo lejos de los adultos. Habían encendido una fogata. La Torda no estaba ahí. Sin poder dejar de ver el rostro de Calipso, me abalancé contra Lorenzo y lo golpeé en la cara. […]” (73)
En medio de ese conflicto racial y cultural, el protagonista se enfrenta a su propia búsqueda de identidad personal, pues a través de su relación con Calipso y otros personajes simbólicos, va interiorizando sus reflexiones para tratar de comprender a su tío, a los demás, pero sobre todo, para entender quién es él y cómo lo afectan sus circunstancias. Evidentemente, este conflicto interno revela la búsqueda intimista del personaje, a la luz de sus reflexiones sobre su vida interior. En este proceso, Teo se plantea preguntas que lo llevan a asumir que, a pesar de que están muertos, sus padres también eran migrantes que se marcharon de la isla para buscar algo más que la pesca. Sin embargo, el funesto desenlace de esa búsqueda obliga a que Teo regrese a vivir con su tío a la isla. Cuando llega Calipso, la niña muda y extranjera, los sueños de Teo empiezan a revelarle una realidad que lo confronta con las ‘verdades’ de los isleños. Podríamos pensar que sólo se trata del encuentro del ‘primer amor’ como un peldaño para alcanzar la madurez afectiva; sin embargo, los conflictos que presenta Riva Palacio Obón son tan profundos que el protagonista tiene que luchar contra unos pilares tan obsoletos, arcaicos y absurdos que son imposibles de derribar: el anquilosamiento de una estructura social jerárquica y opresora.
A pesar de la resistencia que Teo opone a la presión social, la vorágine aplastante de la masa, llevada por su odio irracional hacia la otredad, lo lleva a convertirse en víctima de ese rechazo y a poner en peligro tanto su integridad como la de los criollos a quienes intenta incluir en la vida social de la isla. La aplastante fuerza de los prejuicios confina al protagonista a abandonar su lucha opacada por la frustración, al darse cuenta de que su simple actitud, como menor de edad, no genera ningún cambio, excepto para afectar a quienes intenta defender.
En primera instancia, para comunicarse afectiva y existencialmente con el lector, los elementos lúdicos empleados por la autora son preponderantes para estimular su participación activa, pues recrea situaciones que, a primera vista, podrían parecer fantásticos, pero que tienen la intención de apelar a la capacidad de imaginación infantil. En su estrategia narrativa conviven seres mitológicos y oníricos con seres humanos muy diversos; es decir, personas cuya identidad social difiere por sus respectivas condiciones de raza, económicas, sociales, etcétera. A lo largo de la trama, la autora va revelando las condiciones de las reglas de convivencia, tanto de los personajes realistas como de los simbólicos, a través de las vivencias de Teo, de manera que muestra al lector, sin dogamatismos ni intenciones moralizantes, lo absurdo de los prejuicios sociales enmarcados por conflictos raciales, lingüísticos y emocionales.
En medio de sus sueños, Teo es visitado por Imanje, la patrona del mar (cuyo nombre ha sido prestado a Calipso, pues cuando Padú la rescata de su abandono, ella ya no puede hablar, y decide nombrarla de esa manera) quien le va planteando preguntas y retos que lo llevan a identificar las diferentes formas en que el poder, construido simbólicamente a partir de elementos marinos, matiza las formas en que se ejerce la violencia.
Riva Palacio Obón integra a su propuesta estética la reflexión sobre la lengua, y sus distintos niveles de reconocimiento y prestigio, al poner en contrapunto las condiciones lingüísticas de dos comunidades cuyas lenguas determinan el ‘valor’ de sus respectivos hablantes. La autora hace énfasis en la relación de la lengua y el prestigio social, pues no sólo se trata de un conflicto racial entre los diferentes grupos, sino que la lengua creole, “compuesta por hilachos de portugués, francés, español y papiamento” (2016) se considera casi un estigma cuya carga pesa tanto a sus hablantes que los posiciona en la parte más baja de la pirámide social de la isla.
La batalla de Teo se desarrolla en medio de elementos oníricos donde la fantasía es atravesada por una línea de realidad que lo conecta con las pulsiones reales surgidas de su inseguridad y sus miedos. Tal vez por su formación como psicóloga, la autora conecta el mundo de los sueños con la realidad como una plataforma para configurar un personaje muy sólido, que busca, al mismo tiempo, encontrar el sentido de su vida, así como la lógica que rige el engranaje social. Mediante esta búsqueda, Teo muestra que “las verdades” sociales, que condicionan las prácticas culturales, siempre pueden ser enfrentadas desde la empatía y el respeto, aunque estos intentos resulten fallidos (Flores 2016).
La metaforización es un recurso literario presente en toda la novela, de manera que la sensibilidad lírica de la autora encuentra formas privilegiadas, regidas por la exaltación emocional, para presentar situaciones que ilustran lo más bajo de la condición humana. En la figura de los perros de Escila (Kachós rush, perros rojos), por ejemplo, percibimos la identidad monstruosa, nutrida del miedo, que se apodera poco a poco de los lugareños y los conduce a violentar irracionalmente a los otros. Estos perros se alimentan de la ‘verdad’ mítica disfrazada de ‘conocimiento incuestionable’: ‘Los criollos espantan a los peces, se los roban y por eso la otredad es una amenaza’. El enemigo es aquel a quien no se comprende Y por ello es preciso aniquilarlo. La esperanza de Teo se diluye ante la fuerza de una tradición que violenta la inocencia de los pequeños. Teo y Calipso, ajenos a los conflictos sociales, no saben de razas, de grupos marginales, de dominación y manipulación. Los chicos sólo quieren vivir (Flores 2016).
A lo largo de la novela, el lector va descubriendo un espacio donde reina el prejuicio y la descalificación a priori, por lo que las relaciones sociales se ven afectadas hasta llegar a la violencia extrema incluso contra los niños. A través de la trama, la autora conduce al lector a cuestionar los paradigmas que rigen las normativas sociales, para reconocer los convencionalismos y ponerlos a prueba. Definitivamente, Ella trae la lluvia no es una lectura afable ni pedagógica, pues cada lector va construyendo y edificando los sentidos y efectos a los que lo conduce su propio proceso reflexivo para encontrar las conductas e ideas que pueda asumir y comprender.
El tratamiento que da al proceso migratorio, a diferencia de otras narrativas donde se priorizan los problemas de un migrante adulto, sea varón o mujer, se centra en la figura de Calipso, una pequeña niña que no tiene la capacidad de articular palabras, no porque sea muda, sino porque ha logrado escapar de una serie de eventos traumáticos, y llega a la isla, de la mano de un anciano, huyendo de las persecusiones de su país. Todo lo que la pequeña personaje enfrenta, la confina a seguir siendo una víctima cuyo futuro, probablemente, esté cancelado. La autora, nuevamente, se sirve de las metáforas para retratar estas terribles situaciones de forma sublime. Teo y Calipso, a través de muchos recursos que experimentan para comunicarse, logran establecer una relación de complicidad y amistad cuya fortaleza no será suficiente para lidiar con los prejuicios del mundo de los adultos. Poco a poco, su historia se va poblando de rechazos y desencuentros hasta llegar a un desenlace que vuelve a poner en riesgo la integridad y el futuro de la niña. En este periplo, el lector experimenta el dolor y los duelos que viven los personajes, a través de la huella que deja en la conciencia la permanente reflexión sobre los conflictos migratorios, sin que la trama se desdibuje.
En relación con los dos aspectos que destacan en las narrativas de algunas autoras, la novela, entonces, presenta dos dimensiones que se articulan para disparar la participación activa del lector, en ambos niveles: la realidad social, desde la que es posible construir el nivel de denuncia, al profundizar en la crítica hacia las condiciones de los grupos excluidos y minoritarios, y la realidad íntima de los personajes, donde su angustia y búsqueda de trascendencia condiciona y exige un nivel emotivo de lectura; es decir, interpela a la emocionalidad del lector para reconfigurar sus niveles de interpretación a partir de lo afectivo. Riva Palacio Obón, desde la complejidad de sus estructuras y sus múltiples referencias, que desvían al lector de la lectura lineal, contribuye a exigir una participación que, sin duda, le da cabida dentro del mundo y la experiencia literaria. El lector, independientemente de su edad, debe recurrir a su experiencia personal, sus valores y su ideología para llenar los silencios o los sentidos metafóricos de la trama. Su propuesta estructural y ficcional reconoce la inteligencia del lector, quien es capaz de decodificar información sugerida, por guiños que a veces son sutiles, y cuya exégesis hace del lector un protagonista de la misma trama.
Es una pena que, dentro del canon literario nacional, pareciera que a las narradoras o mujeres poetas les “corresponda” la primera infancia: las rimas y las nanas, pero no la narrativa de ‘altos vuelos’. Sin embargo, Martha Riva Palacio Obón es una escritora que reta al lector de una forma integral: sacude sus emociones, su ética, sus prejuicios, su capacidad para codificar e interpretar su mundo. Por lo que desde las nuevas narrativas intimistas, es una escritora cuya calidad literaria está a prueba de cualquier reto o prejuicio.
En conclusión, podemos asegurar, siguiendo a Moreno y Castro, que si establecemos un acercamiento crítico a través de las condiciones de género en la narrativa de algunas escritoras mexicanas, podemos identificar formas más amplias, donde se reconoce el valor de la subjetividad y los procesos emocionales, al abordar fenómenos sociales y redimensionar las estrategias para promover la participación activa de sus lectores, apelando tanto a su capacidad para hacer inferencias lógicas, como a las afectivas que los conducirán, tarde o temprano, a cuestionar la realidad que los circunda.
Es necesario, entonces, establecer estrategias, desde al ámbito académico, para hacer visible y relevante la obra de escritoras, como Riva Palacio Obón, que muchas veces se ha condenado a tener una baja distribución, o bien, a ser sólo leída y difundida en contextos escolares básicos, con intenciones pedagógicas, en el mejor de los casos, pero sin explorar su capacidad para detonar estrategias que lleven al lector a desarrollar el pensamiento crítico y la sensibilidad estética. Asmismo, la función de la crítica especializada sobre LIJ, en este caso, sobre Ella trae la lluvia, sin duda redundará en crear puentes más sólidos para que este tipo de obras pueda llegar a una cantidad más nutrida de lectores. Desafortunadamente, en el ámbito académico, todavía se percibe un halo discriminatorio frente a la literatura infantil, en gran medida porque, en efecto, muchos libros para niños, desde el mundo editorial, se siguen pensando como herramientas pedagógicas y moralizantes que subestiman las capacidades de los niños lectores. El simplismo y condescendencia que permea este tipo de obras aleja de ellas la mirada crítica de los académicos y, por generalización, reduce también a las obras literarias a ser medidas con la misma condescendencia.
La formación de lectores críticos empieza desde la infancia, por ello, incluir literatura infantil en los planes escolares es imprescindible; sin embargo, no sólo debe limitarse su presencia al ámbito escolar, también es necesario que la literatura, como experiencia íntima y gozosa, forme parte de las actividades lúdicas y recreativas de todo lector, independientemente de su edad. En este sentido, la literatura infantil funciona como un andamiaje fundamental que detona posibilidades dialógicas intergeneracionales; es decir, abre puertas para el diálogo entre niños, jóvenes y adultos que podrían llevarnos a pensar mundos más inclusivos y solidarios.
Finalmente, es importante reconocer la impecable labor de selección, cuidado, diseño, distribución y promoción de obras clave para la literatura infantil y juvenil contemporánea, llevada a cabo por editoriales como El Naranjo, la casa editora de esta novela. No obstante que es una editorial pequeña, la intensa labor que han tenido en los últimos años, sin duda, ha contribuido a posicionar la LI también entre el gusto de muchos lectores que se acercan a la literatura sin imposiciones; por ello, los recursos y estrategias para lograr una circulación nutrida de este tipo de libros podría beneficiarse si también, desde el ámbito académico y la crítica literaria formal, se impulsa su lectura crítica, su análisis y su divulgación.
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Referencias:
Castro Ricalde, Maricruz. “El género, la literatura y los estudios culturales”. Estudios sobre las culturas contemporáneas. Universidad de Colima. Vol. XVII, núm. 35, 2012. (pp. 9-29).
Flores Hilerio, Dalina. “Una novela social para lectores sin prejuicios”. C2. Ciencia y Cultura. https://www.revistac2.com/ella-trae-la-lluvia-una-novela-social-para-lectores-sin-prejuicios/
Irigaray, Luce. To Be Two. Translated by Monique M. Rhodes and Marco F. Cocito-Monoc. Routledge, N.Y. 2001.
Moreno, Hortensia. “Crítica literaria feminista”. Debate feminista, año 5, vol.9, marzo 1994.
Reyes Zaga, Héctor A. “Cartografías Literarias: anotaciones a propósito de la novela de migración mexicana”. Literatura Mexicana. Vol 30. No.1, México, 2019.
Riva Palacio Obón, Martha. Ella trae la lluvia, México: El Naranjo, 2016.
Dalina Flores Hilerio es promotora cultural, investigadora y profesora universitaria; obtuvo su PhD en Estudios de la cultura y la maestría en Lengua y Literatura por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León en 2001. Es editora de la revista de literatura infantil y juvenil Navegantes. Actualmente imparte clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, así como en el departamento de Estudios humanísticos del Tecnológico de Monterrey.
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