El tercer personaje:
la imposibilidad de la mujer de situarse en un lugar diferente
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Edith Ibarra
CITRU-INBAL
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Resumen
Revisar la dramaturgia femenina mexicana escrita durante el periodo posrevolucionario es un campo de oportunidad ya que es una dramaturgia escasamente visitada. Analizar El tercer personaje, texto dramático de Concepción Sada — para dar cuenta del intento de la autora por hacer aparecer otro tipo de representación de las mujeres — permite conocer no solo la problemática de la época con respecto a los mandatos sociales sino las posibles soluciones que encuentra, aunque estas impliquen situarse en el lugar del dominador. Para tal efecto, el ensayo se centra en el primer acto, en el que Adriana Pradel, personaje principal, decide comprar un marido para materializar su deseo de ser madre. Autores como Marcela Largarde, Eva Illouz posibilitaron el análisis del mandato social de las madreesposas y del discurso amoroso, lo mismo Roberto Esposito en lo que se refiere a la distinción entre personas y cosas. Si bien el texto en general favorece la idea del amor como el camino obligado para la formación de la familia nuclear, el primer acto disloca el orden reconocido pues la mujer representada en el texto es la que la compra al hombre elegido en un violento contrato mercantil. En conclusión, El tercer personaje es un texto interesante de conocer y de analizar no solamente por su fecha de aparición (1936) sino porque, aunque no nos ofrece un cambio de paradigma fuera de las violencias producidas en una relación dominador-dominado, para la época fue suficiente con poner a una mujer en el lugar de la dominación, disponiendo de medios para hacerlo, mostrando el proceso de cosificar a un hombre.
Palabras clave: Dramaturgia femenina. Posrevolución mexicana. Mandatos sociales. Representación Femenina.
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Abstract
Reviewing the Mexican female dramaturgy written during the post-revolutionary period is a field of opportunity since it is a rarely visited dramaturgy. Analyzing El tercer personaje, a dramatic text by Concepción Sada — to give account of the author’s attempt to present a different type of women’s representation- — allow us to know not only the problems of the time in regards to social mandates, but also the possible solutions that could be found, although these imply placing oneself in the place of the dominator.
With this purpose, the essay focuses on the first act, in which Adriana Pradel, the main character, decides to buy a husband to materialize her desire to be a mother. Authors such as Marcela Largarde, Eva Illouz made it possible to analyze the social mandate of mother-wives and love discourse, as well as Roberto Esposito in regards to the distinction between people and objects.
Although, in general, the text favors the idea of love as the obligatory path for the formation of the nuclear family, the first act dislocates the recognized order since the woman represented in the text is the one who buys the chosen man in a violent commercial contract.
In conclusion, El tercer personaje is an interesting text to learn about and analyze not only because of its appearance date, but also because it does not offer us a paradigm shift outside of the violence produced in a dominator-dominated relationship, because by 1936 it was enough to put a woman in the place of domination, disposing the resources to do it, showing the process of objectifying a man.
Keywords: Female dramaturgy. Mexican post-revolution. social mandates. Female Representation.
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Introducción
Elaborar un acercamiento analítico a la dramaturgia femenina mexicana que se produce en el periodo posrevolucionario permite conocer la emergencia de nuevos personajes femeninos que son reflejo de la movilidad social que provoca la Revolución mexicana, lo que propicia la aparición de nuevos conflictos que surgen cuando la representación de la mujer, en una sociedad aparentemente revolucionaria, pero cercada por el poder patriarcal, intenta un modo de existencia distinto al establecido.
Tal es el caso de El tercer personaje, texto dramático de Concepción Sada Hermosillo, notable impulsora del teatro mexicano, nacida en Saltillo, Coahuila en 1899. Sada fue participante activa de asociaciones teatrales como la Comedia Mexicana y Teatro de México, promotora de teatro infantil y fundadora de la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes.
El tercer personaje, obra de teatro estrenada por la Compañía de María Teresa Montoya en el Palacio de Bellas Artes el 8 de agosto de 1936, se divide en tres actos, pero en el presente ensayo se analizará únicamente el primero pues en este podemos notar una dislocación al orden establecido a partir de la serie de rebeldías por parte de Adriana Pradel, personaje principal, en un intento por materializar otro modo de existencia para ella.
En el texto se advierte una expresión de la diferencia en la serie de actos, productos de sus decisiones, por conseguir un marido y así tener al hijo anhelado. Para tal efecto, pone un anuncio, en varios periódicos, donde a cambio de matrimonio, ofrece dinero al futuro esposo. Es necesario subrayar que si bien la anécdota de este drama, una mujer que busca tener un hijo, no se encuentra fuera del mandato social que deben cumplir las mujeres, el modo en el que la autora lo articula altera una serie de ideas y prácticas relacionadas con las mujeres y con su búsqueda por encontrar un marido y tener un hijo.
De tal modo, para elaborar este ensayo se sigue la reflexión sobre el mandato social de las madreesposas que elabora Marcela Largarde, la del discurso amoroso de Eva Illouz, así como la distinción entre personas y cosas que refiere Roberto Esposito. Así mismo, se presenta un breve análisis de lo que implica la presencia, dentro del momento histórico de la nación, de los aspirantes a ocupar el lugar de esposo ya que los elegidos por Adriana son un antropólogo inglés, un panadero español y un ex hacendado del Porfiriato.
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El plan de Adriana: comprar un marido para acallar su angustia
Al iniciar este acto, nos encontramos en la sala de Adriana, quien le confiesa a Magda, una amiga de toda la vida, el plan que ha ideado para realizar su deseo.
MAGDA. —[…] Te será difícil conquistar un hombre
ADRIANA. — ¿Difícil? ¡Bah! No voy a intentarlo.
MAGDA. —¿Qué quieres decir…?
ADRIANA. —¡A mi edad!… ¿Podría hacer el papel de niña coqueta, suspirar y poner los ojos en blanco? ¿Ofrecerme al abrazo del primer bailador? Estoy por encima de esas niñerías. Detesto el ridículo. (13)
No deja de sorprender que un texto de esa época critique esta dimensión de la vida social tan normalizada ya que, por un lado, hace evidente la imposición social que obliga a las mujeres a ocuparse en la búsqueda del amor y, por otro, ironiza las formas en las que se debía “conquistar” a un hombre, es decir, la puesta en acto de la infantilización de las mujeres para hacer saber a los hombres que requieren de sus cuidados y de su protección. Ante tales modos, Adriana busca el propio, uno que no la presente como una niña y que no la ridiculice a sus treinta y cinco años.
MAGDA. — Y bien: has decidido enamorarte de una manera “muy especial”.
ADRIANA. — No. He decidido solamente buscar un hombre para mí.
MAGDA. —¡Adriana!… ¿Estás loca?… ¿Cómo, si no te enamoras? (13)
El sobresalto de Magda responde a que Adriana se sale del marco de inteligibilidad de la unión entre hombres y mujeres, es decir, del amor, el afecto reconocible que justifica esta unión. En este marco, como señala Illouz:
la experiencia emocional se organiza, se define, se clasifica y se interpreta. Los marcos culturales nombran y definen las emociones, señalan los límites de su intensidad, especifican las normas y los valores asignados a ellas, y ofrecen símbolos y escenarios culturales para que adquieran un carácter de comunicatividad social. (21)
En otras palabras, Adriana se sale de ese marco que ordena el modo en que una mujer obtiene a un hombre: solo y a través del amor, de un afecto que ha sido normado y que, como se estará señalando, está lleno de códigos que deberán cumplirse para ser semánticamente interpretables como “amor” por la comunidad a la que se pertenece.
ADRIANA. —Es que… no quiero amor del que supones. No quiero al hombre por sí mismo. ¡Oh!… ¡es tan difícil explicarlo…! ¡quiero… quiero un hijo…! (Sada 13)
Como se señaló anteriormente, Adriana no está poniendo en duda su función como madre sino los medios que una mujer debe utilizar para conseguir este fin. Dicha función está plenamente relacionada con las labores de cuidado, destinadas históricamente a las mujeres, y que para Adriana han terminado.
ADRIANA. — […] Se fue tío Alfonso, se acabó la familia… estoy sola… sola enteramente… sola siempre… (11)
De este modo, se podría sugerir que Adriana tiene deseos, pero no tiene a quién dirigirlos; en otras palabras, se había volcado en la demanda de la madre enferma, del tío convaleciente, y lo que asocia con la soledad tiene que ver más con la imposibilidad de seguir sirviendo a alguien.
ADRIANA. — […] No puedo más. Trabajé sin descanso para mi madre; entonces mis esfuerzos tendían a un fin. No me importaba desvelarme estudiando, agotar mis fuerzas… era por ella… para ella. Eso se acabó. (11)
La muerte de la madre produjo una fuerte crisis en Adriana ya que el marco normativo que rige su día a día dispone que la mujer organice sus actividades alrededor del cuidado a otros cuerpos, de tal modo que su familia le daba forma a su vida, además de un lugar en el que podía representarse, fuera como hija o como sobrina.
ADRIANA. — […] ¿Para qué trabajo ahora? Nada necesito, hasta la herencia de tío Alfonso ha venido a completar la seguridad de mi provenir. (11)
Es importante señalar que la posibilidad de contar con recursos económicos, productos de sus herencias, determina la forma en la que ejerce su profesión, es decir, en la consulta privada, así como la solución que encontrará para resolver el problema de la maternidad.
ADRIANA. — […] Necesito servir para algo. Encontrar una finalidad que justifique mi vida.
MAGDA. — Pues tu carrera te facilita la intención. Puedes hacer… has hecho ya mucho bien. ¡Cuántos chiquillos te deben la vida…!
ADRIANA. — Sí, y lo olvidan fácilmente. […] Siempre vienen hoscos, azorados, temerosos. […] y se van tan indiferentes; deseando sólo perdernos de vista cuanto antes. ¿Puede ser esto suficiente a llenar el vacío de una vida? (11-12).
Si bien, como señala Magda, Adriana podría volcar su necesidad, de cuidar y vivir para los otros, en los niños enfermos que llegan a su consultorio, estos no le responden como hijos amorosos y agradecidos porque una vez curados no la necesitan más. Sus pacientes, en tanto recursos simbólicos, ya no son suficientes. Resulta sintomático, entonces, que ejercer su profesión se relacione más con cumplir con la función asignada de cuidadora.
MAGDA. — No puedes llamar vacía una vida llena de ocupaciones, tan nobles, tan…
Adriana. — ¿Y crees que eso me basta? … ¡No!… ¡No!… Quiero tener alguien para quien trabajar, a quien dedicar mi vida, mi entusiasmo. (11-12)
Como señala Guillaumin, la mujer es apropiada siempre ya que opera una doble manera de adueñarse de ellas: “la apropiación privada por un individuo (marido o padre) y la apropiación colectiva de todo un grupo —incluyendo las personas solteras— por la clase de los hombres” (Guillaumin en Wittig 17). Esto implica que parte de su padecer se debe al borramiento de la figura del Amo, es decir, de la persona que se apropia de su vida y regula sus actos pues, en la trama infantil que Adriana ha creado, siempre es poseída por otro a quien entrega su vida a través del amor. Por lo que, desde una perspectiva aparentemente amorosa, la fantasía de tener un hijo hace patente su disposición para ser de y para otro.
MAGDA. —¡Un hijo!
ADRIANA. — […] Un hijo mío… enteramente mío; de mi carne de mi sangre…para depositar mi alma en su vida; para desenvolver su espíritu con mis propias manos. ¡Lo deseo…lo necesito! (Sada 13-14)
A pesar del lugar de sumisión en el que ella se coloca, sus palabras permiten notar que con el ansiado hijo se invertirá la relación, es decir, Adriana podrá situarse también en el lugar del dominador pues como sostiene Lagarde: “El poder sobre los otros emanado de ser-para y de-los-otros, es poder maternal (317). Así pues, ella en tanto cuerpo capturado buscara capturar a su vez el cuerpo de su hijo, la vida de su hijo pues desde ya lo ve como algo que no tiene alma y que requiere de sus manos para revelar quién es. Es significativo que, así como ella requiere de un Amo, conciba que su hijo también lo necesite.
Siguiendo con la trama, y con la moral de la época, para Adriana es imposible tener un hijo fuera de la institución familiar pues de hacerlo estaría a merced del descrédito y el rechazo social, por lo que entonces decide:
ADRIANA. — […] como no admito traer a mi hijo por el camino “ese” que insinuabas porque no quiero marcar deliberadamente un ser con un sello tan vil, necesito un marido… y por lo tanto, voy a comprarlo. (Sada 14)
Para que esta premisa, ser madre como un paso natural de la mujer, aparezca como algo instintivo y anhelado se ejerce violencia. Si bien los marcos normativos de una sociedad no están establecidos como leyes, las violencias que producen las normas son constantes y se realizan para salvaguardar un sistema-mundo. De esta forma, toda hija aprende que llegará el momento en que pasará a ser madre como un acontecimiento natural porque no es evidente la coacción cotidiana que las mujeres padecen para que no dejen de estar al servicio de un otro dado que “la mujer obra como medio de un fin […], viéndose privada de ser ella un fin en sí misma” (Sánchez 162). Tal y como Adriana lo plantea: vivir para ella misma no es suficiente. Por eso, y dada su solidez financiera, se permite organizar la compra de un marido para cumplir con la condición histórica de las mujeres: ser una madresposa, esto es, a “vivir de acuerdo con las normas que expresan su ser— para y de— otros, realizar actividades de reproducción y tener relaciones de servidumbre voluntaria, tanto con el deber encarnado en los otros, como en el poder en sus más variadas manifestaciones” (Lagarde 280). La necesidad de cumplir con este mandato social encontraría su explicación, de acuerdo con la anécdota, en la reciente muerte de su tío, el ultimo integrante de la familia a quien ella cuidaba. Como se ha remarcado, dicho evento la hizo sentir fuera de un lugar reconocible y busca entonces regresar al lugar asignado a través de un hijo.
MAGDA. — Adriana, no sabes lo que dices.
ADRIANA. — Mejor de lo que supones.
MAGDA. — No, no puede ser. Un hombre así, un hombre que se vende, que se casa por interés, no puede quererte; gastará tu dinero, te abandonará.
ADRIANA. — ¡Y qué importa, si antes…antes…!
MAGDA. —Calla… calla.
ADRIANA. — …Me ha hecho el obsequio que deseaba. (Sada 14)
En la comunidad a la que pertenece Adriana toda mujer debe aspirar al amor, es decir, este afecto que forma parte de una meta colectiva y es pieza constitutiva de la identidad de las mujeres, no solo porque se les asigna una sensibilidad exacerbada sino porque deben estar ocupadas en producir la ficción amorosa. No basta con elegir al objeto amoroso si no se está dispuesto a realizar toda la serie de rituales sociales que le permitan presentarse ante su comunidad con una futura pareja con la que llegarán a casarse y fundar una familia nuclear. Sin embargo, la propuesta de Adriana carece de esta narrativa lineal del amor pues ella plantea llegar al matrimonio sin pasar por las etapas establecidas.
MAGDA. — Me desconciertas, Adriana. ¿Has pensado cómo puedes lograr…?
ADRIANA. —Lo he pensado, y algo más. Tengo en acción un plan magnifico. (Sada 14)
Si bien el deseo de ser madre está regulado por una moral normada, como se ha señalado, la manera de llevarlo a cabo podría leerse como un intento de Adriana por ejercer su autonomía; aunque pretender ver a las personas como cosas, como mercancías que se pueden comprar es una forma de violencia que Adriana no dudará en justificar pues la ve como un medio para un fin justo; es decir, cosificar a un hombre es razonable si eso le da la posibilidad de procrear un hijo.
ADRIANA. — […] Para llevar a efecto mi plan, para poder comprar un marido, hice insertar algunos anuncios en varios periódicos. Ofrecía dinero, pedía matrimonio. Recibí más de cincuenta respuestas. Mira… mira (Mostrando en un cajón de su escritorio sobres de diversos tamaños y colores) Todos, todos estos desean casarse conmigo, ¡Me he vuelto de pronto apetecible! (17-18)
Si el mundo representado guarda vínculos con el mundo real, ¿qué pasaba en México en los años treinta que posibilitó la producción de este tipo de textos? Estamos ante una problemática insólita que fue representada en el teatro del Palacio de Bellas, inaugurando la Temporada de Autores Mexicanos. Quizá la respuesta se pueda encontrar en lo que refiere Peña:
Los años veinte y treinta fueron clave para el cambio de la mujer. Habían terminado largos años de dictadura, sumados al periodo de la Revolución mexicana, por lo que se necesitaba cambiar el ánimo de la mujer para concienciarla de su importancia en la sociedad, no solo en las labores del hogar sino también para tomar decisiones en su propia vida. De ahí que el teatro de estas dramaturgas [1900-1940] encontrara receptoras deseosas de escuchar a una mujer que rompía con los cánones de la sociedad. (La dramaturgia femenina 23)
Por consiguiente, se puede deducir que había un grupo de espectadoras que podía reconocer que la mujer podría ser representada de otra manera, como es el caso de Adriana, una mujer que, de varias maneras, ha roto con ciertos cánones del grupo al que pertenece: ejerce una profesión científica, la de médico, es autosuficiente económicamente y vive sola. Otra forma de romper con las normas de su comunidad es poner anuncios en el periódico ofreciendo dinero a cambio de matrimonio pues no solo rompe con su propia contención, sino que rebasa ciertos límites, atenta con ciertas creencias heredadas y se arriesga en el arrebato.
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El primer candidato: un antropólogo inglés
ADRIANA. — […] Escucha, escucha (precipitada y nerviosa). Entre ese montón de solicitantes elegí tres, los que me parecieron “mejores postores” y van a venir ahora mismo.
MAGDA. — (Alarmada) ¿Aquí…?
ADRIANA. — […] Uno de ellos ya está en la antesala. Lo haré pasar luego. Sé buena, ayúdame a escoger. Para eso te llamé.
MAGDA. — No; no quiero mezclarme en un asunto que repruebo con todas mis fuerzas.
ADRIANA. — No te mezcles tú, recuerda, te obligo yo. Entra en ese cuarto y oye cuanto pase, luego… luego, dame tu consejo. Anda… aprisa… aprisa. (Sada 18)
Como nos daremos cuenta más adelante, Adriana elige a un arqueólogo inglés, Mr. Sheprers, un panadero español, Juanico Quesadas, y Alfredo Noriega, hijo de un rico hacendado venido a menos a causa de la revolución en México. No es de asombrar que cada uno ellos pudiesen representar un fragmento de la historia de México, distintos tiempos que conviven en el presente, y que el encuentro con todos ellos revele no solo un tipo de masculinidad distinto sino diferentes demandas simbólicas. Siguiendo con la anécdota, el primero en llegar es Mr. Sheprers:
Mr. SHEPRERS. — ¿La señorita Pradel? ¿Es usted la que pone el anuncio?
ADRIANA. —Sí señor. (sic)
Mr. SHEPRERS. —¡Oh! Mi tener un gran gusto en conocerla, señorita Adriana.
Mr. SHEPRERS. — […] ¡Bueno! Voy a tratar el negocio. Yo contesté su anuncio porque pretender casarme con usted. (Adriana quiere hablar. No se resuelve) Yo no estar interesado en dinero. Yo tener bastante por mí mismo. Yo haber dedicado mi vida al estudio… yo no comprender nunca a la mujer. (19)
Parte de la lógica patriarcal es alimentar la idea de que las mujeres son incomprensibles, y esta condición termina relacionándose con la pretendida irracionalidad genérica de estas. De este modo, en un primer momento, las mujeres son objetos de interés porque parecen encerrar un misterio, un enigma que solo los más avezados podrían descifrar, pero después, cuando los hombres son incapaces de “resolver” esa incógnita, la imposibilidad de ellos no es reconocida como tal porque se atribuye a la locura de las mujeres, a sus pensamientos anómalos y a sus actos irracionales imposibles de descifrar.
Como se podrá notar más adelante, Mr. Sheprers habla de una constante en las mujeres, de ese ser ahistórico de todos los tiempos y todos los lugares, lo que permite considerar que quizá esta condición más que corresponderle a las mujeres concierne al mundo en el que ellas viven, pues como señala Basaglia:
Si la locura pudiera ser definida como carencia e imposibilidad de alternativas dentro de una situación que no ofrece salidas, en donde todo lo que hay está fijo y petrificado, la medida de cómo ha llegado a construirse histórica y socialmente esta locura podrían darla tantas mujeres sin historia, obligadas a vivir como ha vivido. (Basaglia en Lagarde 515)
De ahí que el mismo acto de Adriana sea un acto en contra de esa locura instituida, en contra de un mundo que no le ofrece alternativas a una mujer de treinta y cinco años que necesita un hijo para poder continuar con su vida.
Mr. SHEPRERS. — […] Yo hablar e interrogar momias de mujeres mil años muertas y ellas no aclarar nada. Yo haber pasado años con pergaminos viejos, muy antiguos, que no decir nada. Yo estudiar mujeres que conozco todas nacionalidades, la francesa, la rusa, la americana. Mi observar… observar… (Sada 19)
Dar una posible respuesta a por qué dentro de los candidatos elegidos, Concepción Sada, la autora del texto, incluye a un antropólogo inglés podría deberse a que la antropología inglesa tuvo un gran impacto en la antropología nacional a partir de la década de los años veinte. Como lo señala De la Peña: “Los antropólogos mexicanos del siglo XX manifestaron poderosas influencias académicas originadas […] en Alemania, Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia […]” (2). Ejemplo de ello es el interés que despertaron, en México, los estudios etnográficos de Malinowski, antropólogo de origen polaco, radicado en Londres.
Esta breve explicación permite comentar el diálogo de Mr. Sheprers pues en este se percibe la mezcla entre la tradición antropológica británica y uno de los grandes aportes que Malinowski realizó en la práctica etnográfica; a saber, dentro de la mencionada tradición, el trabajo antropológico descansaba sobre todo en el análisis histórico de los sucesos para poder explicar el desarrollo de la vida social, que es lo que Mr. Sheprers refiere cuando afirma haber consultado documentos históricos como lo son los pergaminos. Al parecer, en el estudio de las culturas vivas poco podían agregar a la investigación, de ahí que el cambio epistémico que propone Malinowski se centre en la observación ya que:
los eventos rutinarios, las acciones repetitivas de la gente […] tienen tanta relevancia histórica como los sucesos espectaculares cuya crónica es más frecuente […] Así, el trabajo de campo se destina a compendiar una “norma” tomada del conjunto de comportamientos de la idiosincrasia individual que constituye el sujeto de la observación. (Drucker-Brown 7)
De tal modo, el diálogo nos permite señalar que Mr. Sheprers ha mezclado ambos sistemas en su investigación, pero sin lograr grandes resultados, a su parecer.
ADRIANA. — ¿Y… el resultado de sus observaciones?
Mr. SHEPRERS. — Lamentablemente ninguno. Nadie las entiende. Esto ser cosa imposible. Cuando yo creer saberlo ya y tener mis deducciones hechas, ellas venir con algo nuevo que desconcierta y decepciona y sólo hacer ver que ellas no saben mismas lo que hacen y quieren. (Sada 19)
En este momento es conveniente preguntar si es el método lo que falla o es el objetivo de este antropólogo o de esta antropología que intentan fijar al otro para poderlo explicar. No es sorprendente que la mujer se le presente a Mr. Sheprers como un territorio que explorar, casi como una nueva colonia que “desconcierta y decepciona” porque no tiene un comportamiento predecible, uniforme, estable, tal y como los hombres creen que aparecen en el mundo. Desde esta percepción velada, Mr. Sheprers muestra la relación que existe entre la impresión que tiene de las mujeres y lo real que dice observar. Desde su realidad fantasmática intenta entender lo inescrutable, pues “ante lo imposible de descifrar […], el fantasma es un axioma que dice: es esto” (Carbajal 12). Siendo así, Mr. Sheprers intenta validar su mirada hacia las mujeres y se sirve de documentos, reliquias, archivos para legitimar lo que considera una verdad. No ha logrado descifrar a “la mujer” porque no existe posibilidad de entender un lugar evocado; de ahí que en todos estos años que las ha estudiado “hay siempre y necesariamente algo que no cesa de no escribirse en lo que el sujeto relata sobre su experiencia fantasmática, un real que soporta el fantasma pero un real también ante el que el propio fantasma se constituye como defensa” (Bassols). En otras palabras, su mencionada investigación no tendrá fin ni llegará a ninguna conclusión posible porque solo cumple con la función de mitigar la angustia de Mr. Sheprers ante un significado que supone encriptado
Mr. SHEPRERS. — […] (Con tono meloso) Necesito poder estudiar a una mujer de su tipo. Usted nunca casada…
ADRIANA. — No. (Secamente)
Mr. SHEPRERS. —Es lo que yo buscar, una mujer como usted. Perfectamente diferenciada como dice Mr. Marañón… ¿Usted sabe
ADRIANA. — Sí, sé a lo que usted se refiere.
Mr. SHEPRERS. —Yo tener catalogadas 164 y querer una mujer como usted, por eso estoy dispuesto a casarme. Yo solamente quiero poder estudiar a usted, y si usted gusta puede estudiar a mí. Yo tener un magnífico proyecto y un buen sistema. (Sada 20)
Este buen sistema podría aludir a la necesaria conyugalidad que le permitiría a Mr. Sheprers convivir diariamente con Adriana para poder estudiarla; con su sistema de observación participativa anotaría toda la serie de intercambios que podría tener con ella al enfrentar el día a día en distintos niveles y dar cuenta así de los marcos normativos de clase, raza, nación, religión y adscripción política de Adriana, por mencionar algunos, e intentar obtener parámetros que le permitan comprender a la mujer.
A pesar de la sólida propuesta de Mr. Sheprers, Adriana lo rechaza.
ADRIANA. — No es lo que busco. Siento no poder ser la número 165 de su catálogo… pero deseo otra cosa. Yo no podría prestarme como materia para un experimento, puesto que trato de hacer otro a mi vez.
Mr. SHEPRERS. — (Con tristeza) […] Si usted buscar un mentecato, usted arrepentirse.
ADRIANA. — Posiblemente, pero quiero seguir mi propio plan.
Mr. SHEPRERS. — […] yo argumentar sólo una vez; mi puede argumentar cincuenta mil veces, y usted no ceder. Cuando una mujer como usted dice una vez que no; el mundo puede caer entonces sobre ella. […] Adiós.
ADRIANA. — Siento defraudarlo, créame usted.
Mr. SHEPRERS. — ¡Oh! yo no perder a usted de vista… ser un poco extraña mujer… rara…rara… Usted sabe lo que quiere. (Hace una reverencia, besa la mano de Adriana y dice) Adiós entonces… (Mutis). (Sada 20)
Los intentos de Mr. Sheprers por encontrarse con las mujeres siempre terminan en desencuentros, y con Adriana no ha sido la excepción. Ella rechaza el proyecto porque la propuesta del antropólogo inglés no va con su propia ficción, con la narrativa en la que ella encontrará nuevamente un sentido para vivir al tener un hijo que cuidar. Como bien le expone a Mr. Sheprers, ella tiene su propio proyecto y en este busca experimentar no solo la realización de su deseo sino además retornar a un supuesto equilibrio que aparecería en cuanto forme una familia dentro del marco moral de su comunidad.
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El segundo contendiente: Juanico Quesadas, un panadero español
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Algo parecido con Mr. Sheprers pasa con el siguiente aspirante, el panadero Juanico Quesadas quien también tiene una narración muy elaborada de lo que sería su matrimonio con Adriana. Es importante notar como el matrimonio para ella y los aspirantes representa la posibilidad de reducir la distancia que los aparta de la satisfacción posible.
JUAN. — Es… ¿es usté la señora del anuncio? […]
ADRIANA. — Sí señor, yo soy […]
JUAN. — Es que… es que … uno no sabe que decí… Uno se ha imagináo otra mujé y luego… luego pué… que se ve uno en un aprieto.
ADRIANA. — No tiene usted por qué mortifcarse.
JUAN. — Pue vaya… que ve uno cosas “incredibles”, yo estaba dispuesto a lo del matrimonio ¿sabe usté? porque tengo una panadería chica, pero con el mejó pan del rumbo. (Luego como si alguien lo contradijera) Para pasteles los de Juanico Quesadas… Sí señor… Sí…
ADRIANA. — Sí señor.
JUAN. — Y yo me dije en cuanto leí su anuncio: Juanico Quesadas, vas y te entrevistas con la interfecta vieja solterona… perdone usté, pero así creí yo que usté sería… y con dos o tres perritos. Y tú le dices, yo puedo ser ese que usté busca; yo tengo mucha paciencia pa eso de tratar con animales y los cuidaré mucho, así como a usté, por eso no habrá dificultá. Y ella verá tu figura y apreciará tu talento… porque talento lo tengo… ¡Sí señor… Sí! (Levantando la voz).
ADRIANA. — Siga… siga, no lo pongo en duda.
JUAN. — Y he ganado mis cuartos con lo de la panadería. Pero quiero ensancharla y me dije: … 5,000 pesos no te vendrían mal. Agregas por aquí, (haciendo ademanes descriptivos) pones un espejo grande por allá, y corres el mostrador hasta la puerta. Luego dos buenos aparadores para los roscones, los pasteles, los condes y tóo lo qu’es bollo fino […] Después un viaje al terruño pa que mi madre, una viejecita blanca, mu blanca, conozca a mi muje… ¡Oh!… perdone la señorita, ya iba muy lejos […] usté no es lo que yo creía… (Con tono lastimero).
ADRIANA. — (Con voz dulce, comprensiva) Pues señor… Siento no poder ser su ideal. (21-22)
En estos diálogos se puede notar el estado de exaltación en el que se encuentra Juanico pues parece que la satisfacción de su deseo está por aparecer. Lo mismo que Mr. Sheprers, el panadero ha entretejido su deseo con la función del fantasma. Es decir, siguiendo a Nasio, el fantasma:
es una pequeña novela en edición de bolsillo que uno lleva siempre encima y que puede abrir en cualquier lugar […] y con frecuencia en una relación amorosa. A veces puede ocurrir que esta fábula interior se vuelve omnipresente y que, sin que nos demos cuenta, interfiera en las relaciones que mantenemos con quienes nos rodean. Así es como muchas personas viven, aman, sufren y mueren sin saber que siempre hubo un velo que deformó la realidad de sus vínculos afectivos. (7)
¿Y cuál podría ser el velo que altera el deseo de Juanico? Como él lo señala, ya había imaginado a otra mujer. Su sorpresa al ver a Adriana se debe a que ella no es la vieja solterona con dos o tres perritos que imaginó en su novela personal. Su fantasía bien puede relacionarse con la imagen de su madre, a la que más tarde alude, pues se percibe como un cuidador, sea de perritos o de ancianas. Juan no viene por una esposa sino por una madre a quien atender, por eso la lozanía de Adriana lo perturba, lo descoloca. Si como señala Carbajal, “La función del Otro determina la posición del sujeto” (Carbajal 40), entonces el lugar de Juan estaría en riesgo si intentara tener una relación con ella pues él puede con la vulnerabilidad, con los objetos que requieren su atención, pero no con una mujer que aparece ante él sin muestras de fragilidad. En la escena que fabuló, podría contar con los cinco mil pesos prometidos para seguir derramando amor en los roscones, pasteles y bollos de su panadería a cambio de cuidar a una vieja solterona. Adriana, conmovida por el deseo de Juan, le ofrece invertir en su negocio como socia. Juanico sale tropezando de felicidad y le promete enviarle unas empanadas de bacalao que son su especialidad.
A pesar de que dos de sus tres candidatos no han podido materializar su deseo, Adriana no desiste porque su única posibilidad de sobrevivencia es poder encontrar a un hombre que pueda satisfacer esa necesidad, del orden simbólico, que se ha impuesto.
MAGDA. — (Volviendo a escena) Eres difícil de contentar. Tu ideal te sale al paso y lo desprecias.
ADRIANA. — ¿Debería aceptarlo? ¿Aprobarías…?
MAGDA. — ¡Qué voy a aprobar! Por el contrario, gozaba en mi escondite con la escena; pensaba, éste será el remedio: una ducha helada que mate su entusiasmo. […]
ADRIANA. — Pues no lo mató; aún no desisto.
MAGDA. —Admiro tu tenacidad. Oye… dime (sic) ¿Vas… vas a regalar así tu dinero? ¿No se opone tu corazón conservado en alcohol?
ADRIANA. — Nada tiene que ver con esto el corazón. […]. (Sada 23)
La forma en que Adriana organiza el movimiento para ser madre tiene el signo de ser algo imposible de encontrar. La oferta de matrimonio a cambio de su dinero parece ser insuficiente; no basta con el dinero, no basta con ellos, no basta con ella. Hay algo que no acaba por articularse.
El tercer entrevistado: Alfredo Noriega convertido en cosa
Finalmente llega Alfredo Noriega, el último de los entrevistados. Desde el inicio hay una tensión entre los dos, quizá porque de algún modo vislumbran que ante ese otro existe la posibilidad de presentar su demanda. Por un lado, él tiene verdadera necesidad del dinero de Adriana y, por otro, para ella es el último candidato que podría satisfacer su deseo.
ALFREDO. — ¿Es usted la señorita que deseaba relacionarse con un caballero?
ADRIANA. — Sí… ¿Es usted el caballero?
ALFREDO. — El mismo, si puede llamarse caballero al hombre que contesta cierta clase de anuncios.
ADRIANA. — (Con desdén) Podía haberse evitado la molestia de venir si mi oferta le parece tan… tan denigrante.
ALFREDO. — En lo absoluto. Es una oferta a la cual sólo puede contestar un canalla o un desesperado.
ADRIANA. — ¿Está usted en alguno de eso casos?
ALFREDO. — Si; he llegado al último extremo; al grado de verme obligado a contestar una proposición que envileciéndome, representa para mí la única salvación. (24)
Como nota Esposito:
Si hay un postulado que parece haber organizado la experiencia humana desde sus mismos orígenes, ese es el de la división entre las personas y las coas. Ningún otro principio está tan profundamente arraigado en nuestra percepción y en nuestra conciencia moral como la convicción de que no somos cosas, porque las cosas son lo opuesto a las personas. (Personas 25)
En los diálogos entre Adriana y Alfredo notaremos una repulsión constante en él ante el proceso de convertirse en cosa para ella; es decir, lo que advertimos es como en la conciencia moral de Alfredo subyace la convicción de que no es una cosa que pueda ser comprada con dinero y, sin embargo, él mismo se ofrece como mercancía ante la crisis económica por la que atraviesa. Él mismo cruza la línea divisoria entre el mundo de las personas y el mundo de las cosas; a saber, el nuevo contrato que está por aceptar le hace creer que perderá la función social que puede detentar como hombre, en tanto proveedor, protector, jefe de familia, esposo, padre, pues como señala Esposito, “En la doctrina jurídica romana, más que al ser humano como tal, persona se refiere al rol social del individuo […]” (Personas 25). Sin embargo, algo de lo que no puede darse cuenta Alfredo es que ambos están desesperados y ambos están rompiendo los márgenes de sus funciones sociales para poder sobrevivir, ante lo que se presenta como el futuro de sus vidas. No es extraño, entonces, que para Alfredo el matrimonio con Adriana represente su salvación no sólo económica sino social, por más paradójico que sea el remedio, por más que esta reunión le parezca el encuentro de dos seres degradados.
ADRIANA. — (Sonriendo con sarcasmo) Hablemos sin rodeos.
ALFREDO. — (Desconcertado, calla un instante) Es verdad, debemos tratar este negocio francamente. (Con resolución, levantando la cabeza con altivez) Quiero saber, ante todo, si en este asunto no hay un conflicto de honor…
ADRIANA. — ¿Y si lo hubiera… qué?
ALFREDO. — Que no soy el indicado para salvarlo.
ADRIANA. — Descuide usted. En este asunto nada tiene que ver “el honor”. Le explicaré: me dediqué al estudio; a trabajar con ahinco (sic), me olvidé del amor y de los hombres. Mi familia ha desaparecido, mis amigas se han casado. Estoy sola y… (Titubea) y… quiero un hogar. No estoy en edad de intentar un idilio. Necesito un marido… y lo compro. (Sada 24)
No es una práctica reciente la de cosificar los cuerpos pues, de acuerdo con Esposito, “El derecho romano clásico fue el primero en crear esta ruptura en la especie humana, seccionando a la humanidad con umbrales de personalidad decreciente que iban del estatus de pater al estatus cosificado del esclavo (Personas, 27). Lo que impresiona, sin embargo, en estos diálogos no solo es la cosificación a la que se expone Alfredo sino el lugar de pater que Adriana empieza a ocupar. Para poder encarnar este lugar, tuvo que dejar de presentar su deseo pues este, más que mostrar el poder que podría tener sobre Alfredo, expone la necesidad que tiene de él.
ADRIANA. — […] Yo pido… un hombre… un marido… un hogar; ya lo he dicho antes; a prueba por supuesto; si pasado algún tiempo este negocio no conviniere a alguno de los “socios” podremos separarnos. Ofrezco en cambio mi ayuda para cualquier necesidad.
ALFREDO. — Sólo el tratar este asunto me rebela. Resulta humillante…
ADRIANA. — Estoy en el mismo caso… y me doblego. Dígame cómo puedo ayudarlo. (Sada 25)
En las dinámicas sociales del mundo, es habitual que las mujeres sean los cuerpos por cosificar y, en general, son los hombres quienes vuelven a las mujeres cosas. En el caso de Adriana, y gracias a su riqueza, ella puede invertir estos lugares, no sin dejar de sentirse avergonzada pues cosificar implica doblegar la voluntad de un cuerpo, en este caso, el cuerpo de Alfredo que está en vías de someterse a la petición de Adriana por dinero. Las palabras que ellos encuentran para esta posible relación son “oferta”, “negocio”, “socios” ya que desde el inicio se establecen claramente los lugares que cada uno de ellos debe ocupar. La supuesta ayuda que ofrece Adriana no es tal porque su dinero es el medio para que él pierda el estatus de persona pues carece de este para poder conservarlo; por eso es importante considerar que cada época y cada sociedad establece las condiciones en las que se producen las categorías de persona y cosa. No obstante, es sorprendente ver cómo el orden de la Roma antigua sigue presente en estas consideraciones. De acuerdo con Esposito, en esa época:
[…] una persona era alguien que, entre otras cosas, poseía humanos que eran arrojados al reino de las cosas. Este era el caso no solo de los esclavos, sino también, en grado diverso, de todos los individuos que fueran alieni iuris, es decir, que no fueran sus propios dueños. (Personas, 28)
En este caso, se puede afirmar que Alfredo dejará de ser su propio dueño porque Adriana lo va a comprar; debido a eso es que le resulta insoportable seguir tratando su compra. En el caso de Adriana, parece que la humillación a la que se refiere tiene que ver con el hecho de que una mujer pague para tener una familia, cuando la norma establece que eso lo consiguen las mujeres por la vía del amor.
ALFREDO. — […] ¿no desea usted saber, conocer mi vida pasada?
ADRIANA. — Es inútil. Nada quiero saber. Su pasado no existe para mí. Su vida empieza desde este momento.
ALFREDO. — […] Entonces sólo diré lo indispensable para que sepa usted por qué circunstancia me veo obligado a aceptar su ayuda, para que no me juzgue un… ¡Oh! La palabra es demasiado dura. Quiero que sepa quién soy. ADRIANA. — ¿Eso qué importa? […]. (Sada 25)
En esta transacción comercial no solo Alfredo queda a merced de la lectura que haga Adriana de él, sino que una vez cosificado le niega su propia historia, su vida en tanto persona; por eso insiste en presentarse, en tener la posibilidad de que su relato sea escuchado y no encarnar únicamente la historia de un hombre que viene por dinero.
ALFREDO. — […] Entonces sólo diré lo indispensable para que sepa usted por qué circunstancia me veo obligado a aceptar su ayuda […] Quiero que sepa […] quien soy. (25)
La persona que se está convirtiendo en cosa se resiste a no tener historia, aunque las condiciones, obligaciones y características de esta transacción comercial las establezca ella, quien tiene la posibilidad de despojarlo de sus partes más sustantivas y singulares; de ahí que se resista a este despojo.
ALFREDO. — […] usted que “compra” debe saber la clase de mercancía que recibe a cambio de su dinero (25).
Alfredo, que ya se reconoce como objeto, no deja de intentar un espacio de escucha, de reconocimiento en su devenir mercancía.
ADRIANA. — Habíamos convenido en suprimir los sarcasmos…
ALFREDO. — Lo diré de otro modo. Estoy en el escaparate por el que pasaron y pasaran otros varios. Quiero que vea lo meritorio o defectuoso de mí… permítame que haga mi propia propaganda, que alabe el producto. (25)
Su insistencia por narrar su vida es una tentativa por no perder su singularidad en el mundo infinito de las cosas pues “Una vez se halla alineada en un inventario de objetos intercambiables, la cosa está lista para ser reemplazada por un artículo idéntico, de forma que pueda más adelante ser destruida al volverse innecesaria” (Esposito, Personas 29). Es así, como veremos en los diálogos siguientes, que “el producto” hace alarde de un origen glorioso como un rasgo singular que lo haría ver, al menos, como una cosa con calidad que en algún momento no sería tan fácil desechar o reemplazar. Entiende que es una cosa más entre las cosas que Adriana podría adquirir, por eso necesita ensalzarse en tanto objeto de venta, para que Adriana no dude en comprarlo.
ALFREDO. — Fue mi padre un rico hacendado, la revolución nos obligó a expatriarnos, a dejar nuestras tierras, nuestro hogar, nuestra fortuna. Inmensos sembrados de trigo y caña fueron destruidos, los ranchos asolados, las casas confiscadas. Nos refugiamos en España, allí murió mi padre; poco tiempo después, en Estados Unidos, mi madre enfermó; estábamos sin recursos… y ella se fué (sic) también. Quedé al frente de la familia; no en la ruina, pero muy cerca de ella, tanto que luego nos atrapó. Fuí (sic) entonces mesero, lavaplatos, cargador. Pasé junto al hambre, a todos los vicios, a las peores miserias. Regresamos al país de caridad. Desde entonces mi vida fue un vagar de oficina en oficina; puedo jurar que mis pantalones quedaron gastados de estar sentado, horas interminables, en las antesalas de los ministerios. Conseguí que me volviesen algunas propiedades. Intenté vender una sin lograrlo. Perdí dinero, nadie quiso prestar sobre haciendas en ruinas y gravadas con enormes contribuciones sin pagar. Todo se cerraba a mi derredor, me estrellaba en una inmensa muralla infranqueable; la miseria me estrujaba más cada día… leí su anuncio, decidí por medio del matrimonio salvar la situación. (Sada 26)
Mendieta afirma que a causa de Revolución y de la aparición de la Reforma Agraria “Muchos aristócratas se vieron arruinados, […] emigraron a Europa y a los Estados Unidos donde siguieron viviendo de las rentas de sus propiedades […]” (525). Tal parece ser el caso de la familia Noriega que se refugia en estos países y gasta lo que tiene hasta llegar a la ruina. Lo importante a destacar no es si Alfredo dice la verdad, sino su deseo por resaltar su origen con el fin de establecer un aparente encuentro entre pares, entre él y Adriana, ya que proviene de la desplazada clase alta de la sociedad porfiriana; sin embargo, tal paridad no puede sostenerse ya que adolece de uno de los atributos fundamentales de la clase alta: un patrimonio significativo.
Y a pesar de eso, Alfredo nombra las riquezas que poseía porque se sigue incluyendo en la clase alta, pues si bien:
toda clase social se levanta sobre una base económica [la práctica social de esa clase] la determina [..] la cultura, entendiendo por cultura, el conjunto de costumbres, ideas, creencias, prejuicios, usos, maneras, formas de conducta, estilo de vida, conocimientos generales y sentimientos estéticos y religiosos” (Mendieta 519).
Visto de esta manera, Alfredo sigue compartiendo el sistema de creencias de la clase a la que pertenecía; no por perder su fortuna, a causa de la Revolución, ha dejado de concebirse como un hacendado, un ex hacendado que se presenta ante Adriana como un héroe; siguiendo a Campbell, un héroe “es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas, personales y locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales (19). En este caso, la gran hazaña de Alfredo es pasar hambre y trabajar, es decir, experimentar lo que a diario viven las clases sociales con empleos precarios. Y como sobrevivir dentro de una economía inestable no es lo suyo, prefirió pasar largas meses, desgastando sus pantalones, en oficinas del gobierno para poder recuperar sus tierras en un país cuyo proyecto de justicia social se funda, entre otras cosas, en la repartición de las tierras expropiadas a gente como Alfredo.
Después de relatarle sus hazañas, Alfredo le refiere la cantidad necesaria para poder restituir su lugar dentro de la clase dominante de la época.
ALFREDO. — […] Necesito $25,000; 5,000 para contribuciones, $10,000 para regalos “voluntarios” que forzosamente debo hacer, y el resto para volver a empezar […] (Sada 26)
Un posible anagrama del nombre de Adriana sería Ariadna, el personaje mítico que ayuda a Teseo a salir del laberinto a cambio de hacerla su esposa y escapar de Creta. Parece, entonces, pertinente comparar a estos dos personajes ya que ambas representan la ayuda indispensable para que los hombres puedan escapar del problema en el que se encuentran a cambio del matrimonio y puedan escapar del lugar indeseable en el que están situados. A diferencia de Ariadna, Adriana no cuenta con un ovillo de hilo de lino sino con una cantidad considerable para que su héroe pueda avanzar.
ALFREDO. — […] Resulto un artículo bastante caro. (Dice con amargura) Debo ahora hacer una aclaración. Los acepto a título de préstamo, en el término de un año, contando desde la fecha de nuestro matrimonio, los pagaré a usted…de una manera o de otra…
ADRIANA. —¿Qué quiere usted decir?…
ALFREDO. —¿Debo repetir en voz alta lo que usted ha adivinado? (Adriana se dirige al escritorio para ocultar su turbación. Toma un talonario y extiende un cheque. Él no se atreve a mirarla.)
ADRIANA. — Aquí tiene usted.
ALFREDO. — (Ve el cheque detenidamente, luego con lentitud lo dobla y lo guarda. Escribe un pagaré que entrega a Adriana) Aquí está el certificado de mi deuda, mi dirección, mi firma. ¿Necesita alguna otra garantía?
ADRIANA. — No… no hace falta. (lee el pagaré) ¡Pero aquí ha puesto usted otra cantidad!…
ALFREDO. — Los gastos de la boda corren por mi cuenta. ¿No se estila así? (Pausa) ¿Cuándo desea usted que vuelva para fijar la fecha en que debe realizarse este… este negocio? (26-27)
En un intento por aminorar la degradación que padece ante Adriana, es decir, de demostrar que no está siendo comprado, a pesar de que él mismo afirma que es un objeto costoso, propone que los veinticinco mil pesos le sean otorgados en calidad de préstamo; esta pequeña cláusula le permite recuperar no solo su rango como persona sino el modelo que tiene de hombre pues a partir de que entrega el pagaré a Adriana, Alfredo puede sortear la violencia económica y patrimonial de la que podría ser sujeto y dispone el modo de esta nueva relación comercial, como “hacerse cargo” de la boda con el dinero de Adriana. Después, propone casarse en quince días, pero Adriana le pide que no sea tan pronto para guardar las apariencias. Finalmente se despiden con el acuerdo de verse para que él la corteje públicamente y se puedan casar sin ser tema de las habladurías de los demás.
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La imposibilidad de dominar a un hombre
A pesar de las sospechas que Alfredo despierta en Magda, la amiga de Adriana que ha sido testigo de las entrevistas, ella trata de asegurarle que es su mejor opción porque en él ve lo que quiere, o lo que imagina que quiere.
MAGDA. —Me temo que este joven te resulte un cheque falso, un sobregiro fraudulento, con cargo a la vida. Para lo que tú quieres, yo hubieron elegido a cualquiera de los otros dos. Este me parece peligroso.
ADRIANA. — ¿Peligroso… por qué? Es tal como yo lo quiero.
MAGDA. — Veo que estás tomando la comedia demasiado en serio, tú, tan juiciosa siempre…
[…]
ADRIANA. — […] Estoy decidida, Magdalena, estoy decidida. Ese hombre, Alfredo Noriega, es el que necesito. Fuerte, sano, equilibrado, altivo, orgulloso, decido a la vez. Yo soy un poco inteligente, me has hecho el honor de declararlo así; de los dos surgirá un ser ideal: fuerza, cerebro; inteligencia y energía. El (sic) y yo frente a frente. Los dos para construir el porvenir… los dos personajes de una farsa única. (28)
Al parecer, en tanto plan, era sumamente fácil para Adriana cosificar a un hombre imaginario como un simple donador de esperma, pero, como se pudo observar, no solamente no le pudo decir que lo que espera de esta supuesta relación comercial es tener un hijo para no sentirse sola, sino que no pudo verlo como cosa, es decir, como su pertenencia, como un cuerpo al cual dominar, un cuerpo a su servicio. Por el contrario, lo admira en tanto persona y su fantasía le hace crear una imagen del futuro en la que rescata los aparentes rasgos heroicos que él presenta. No en vano el momento de la historia pide una reconciliación entre los representantes del pasado porfiriano, productos del colonialismo español, que fueron desplazados por el movimiento revolucionario y los que personifican al presente, como Adriana, mujer de la clase alta instruida; ambas clases hegemónicas engendrarían un nuevo ser social, una entelequia que se podría llegar a leer como la imagen representativa del hombre nuevo que aparece en toda revolución.
La fantasía de tener un hijo con un hombre que se aparece gracias al anuncio en el periódico parece disminuir el dolor de Adriana ante su soledad; imagina que el matrimonio con Alfredo disimulará el vacío ante la pérdida de su familia; su angustia por una vida sin sentido está superada con la posibilidad de materializar al añorado hijo. Sin embargo, todo quedó dentro de la función del fantasma, ya que este “[…] tiene la función de sustituir una satisfacción real imposible por una satisfacción fantaseada posible. Así que el deseo se cumple parcialmente con una fantasía que, en el corazón del inconsciente, reproduce la realidad” (Nasio 12). En otras palabras, solo ella fantaseó con que ese hijo representaría al descendiente de dos generaciones en conflicto; únicamente ella imaginó que la unión de ellos podría mejorar al procrear al deseado hijo. Todo lo que puso en movimiento fue un intento desesperado porque su deseo quedará satisfecho, pero cómo podrá materializarse si fue incapaz de enunciar lo que esperaba de este matrimonio convenido.
Si bien durante este primer acto, Adriana se presentó ante estos tres hombres como una mujer que sabe lo que quiere y que no duda en lograrlo, enfrente de su amiga muestra su total perturbación por la presencia de Alfredo, por el hombre que no se dejó dominar; quizá por su deseo de relacionarse con una persona, o por no forzar la prohibición histórica de las mujeres de dominar a los hombres.
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Obras citadas
Bassols, Miquel. Fantasma y real en la clínica lacaniana. http://miquelbassols.blogspot.com/2014/02/fantasma-y-real-en-la-clinica-lacaniana.html
Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. México, FCE, 1972.
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De la Peña, Guillermo. “La antropología social y cultural en México”. https://webs.ucm.es/info/antrosim/docs/DelapenaMexico.pdf
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Guillaumin, Colette. “Práctica de poder e idea de naturaleza” en El patriarcado al desnudo. Tres feministas materialistas. Buenos Aires, Brecha Lésbica, 2005.
Illouz, Eva. El consumo de la utopía romántica. El amor y las contradicciones culturales del capitalismo. España: Katz Editores, 2009.
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Nasio, Juan David. El placer de leer a Lacan. 1. El fantasma. Buenos Aires, Gedisa, 2007.
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Sada, Consuelo. El tercer personaje. México: Sociedad General de Autores de México, s/a.
Sánchez Bringas, Ángeles. “Cultura patriarcal o cultura de mujeres: una reflexión sobre las interpretaciones actuales”. Política y Cultura. 006 (1966): 161-168.
Wittig, Monique. El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Madrid, Editorial EGALES, 2006.
Edith Ibarra es investigadora en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli y docente en el Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado ensayos académicos, así como los textos dramáticos Otra Electra, Pequeña estancia en el mar, De cómo cruzó el bosque la reina vestida de blanco y regresó, y Japonchina..