ISSN 2692-3912

La tristeza de los cítricos

 
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ADVERTENCIA: ESTA OBRA CONTIENE RISAS GRABADAS.

 

Volver a la tristeza de los cítricos

 

Me leo en retrospectiva y refuto a Pirandello en esa mitología del personaje como un ente que se presenta de frente y demanda ser escrito; me hace gracia Ibsen con su viaje en tren en donde se encuentra con la criatura ficticia y la espía en un par de encuentros para lograr plasmarlo y me hallo más cerca de la tripa de Strindberg quien reconoce la arquitectura fantasmal de ese otro como jirones de telas y partes de cosas, una especie de basural que uno organiza y presenta de forma idealmente armónica, acaso ‘legible’.

Antes de adquirir un nombre propio, Rito Alberca fue para mí la imagen de unas piernas que se alejan de un cuerpo que padece de una inmovilidad melancólica. Nunca pensé que a esa imagen le correspondiera la cara de un payaso o un cómico en decadencia, pero de alguna manera el desorden en mi cabeza logró vincular el humor con aquello que se entiende por cómico y con el exceso de bilis negra. Me leo y no me explico de dónde sacó mi cabeza el colocar el conflicto de la melancolía como esa parálisis sin explicación que se vive como una auténtica incapacidad frente a la cara oculta de la risa y el humor, pero me gusta la pregunta que ofrece. Unos ríen mientras que otros lloran para establecer un equilibrio casi natural. Para expresar esta complejidad, la ceguera de la intuición me llevó a rozar el objetivo, sin aportar una conclusión pacífica. Fragmentado como su cuerpo, Rito transita por un impasse en el que cambia de un escenario a otro bajo el intempestivo absurdo de un sueño y termina asido en la nada, flotando sobre la certeza de un título robado a una condición reconocida por los botánicos en donde los árboles de cítricos
padecen una plaga que es capaz de secarlos, como la misma tristeza puede hacer con nosotros.

Hecha de jirones de memorias y accidentes es este basural en el que ubico al pobre Rito. No sé si me gustaría que un día abriera la puerta y me demandara otra historia o si me sería grato espiarlo en un viaje de tren. Sin duda me llamaría la atención la dureza de sus rasgos, la cicatriz de ese gesto de fingimiento sobre la comisura de los labios, la nariz de payaso incrustada o las señales inconfundibles del abatimiento en su físico. O quizás no atinaría a reconocerlo porque lo que nos une no tiene nada que ver con un cuerpo o un rostro, sino con esa bilis negra en la que ambos logramos canalizar nuestra rabia.

Volver sobre mi propia obra me recuerda que las obras de teatro se construyen para ser habitadas, pero por desgracia todos vamos de paso sobre ellas. Dejan una huella sobre nosotros, las recordamos en parte, pero hasta que volvemos a habitarlas sentimos la vida que pasa por ellas. Si el personaje pudiera materializarse y cruzarse en la calle conmigo, no tendría mucho que decirle. Quizás un “Gracias, Rito Alberca”, sería lo más adecuado.

 

Verónica Bujeiro

 

I

 

Un hombre de espaldas a “Autorretrato de Van Gogh con oreja vendada” (1889) se rasca el auricular derecho.

¿La extrañaría?
No lo suficiente para oír el resto de la historia.

El hombre da vuelta hacia el frente. Lleva puesta una nariz de payaso.

Esta mañana, manejando por el periférico, vi a un perro caminando en sentido contrario al flujo de los autos y pensé:  ¡Es Dios!

¿De qué te ríes?
¿Cómo sabes que no era él? ¿Acaso lo has visto?

Y no entiendo,
y sigo sin entender:
¿De qué se ríe la gente?

¡Tú!

¿De qué te ríes?

Este hombre caminó todo un día para ver que la mujer que amaba se iba con su nuevo esposo y empezó a pintar.

Desafió a la época, a los maestros, a las convenciones y no fue entendido.

Vivía de las dádivas de su hermano y nunca logró colocar un cuadro.

Pero siguió pintando.

Siempre creyó que al final habría algo.

 

Se volvió loco y no vendió una pintura.

Se cortó una oreja y no vendió una pintura.

Se suicidó y ni así vendió una pintura.

¿Qué ocurrió cien años después?

Un jarrón de girasoles se vendió en 36 millones de dólares.

Con ese dinero pudo haberse comprado una oreja.

O un cuerpo entero, si así se le hubiera dado la gana.

Pero, ¿qué significa esa historia?

¿Por qué la encuentro siempre en los anales de la motivación?

¿Debería de dar gracias por no ser pintor?

¿Por no tener talento?

¿Por tener las dos orejas?

Como mi maestra de tercer grado, siempre predicando, siempre motivándonos, diciendo: “Demos gracias de estar completos, de contar con dos manos y dos piernas de no necesitar de ningún recurso para trasladarnos”.

Y hoy, hoy justamente hoy, después de ver a Dios en sentido contrario en el periférico escuché la noticia: “Una mujer parapléjica evita ser violada”. La desmotivada usó su pierna prostética como arma y batió a su atacante con la pierna hasta dejarlo inconsciente.

No decía muerto.

Sólo inconsciente.

Lo tengo muy presente.

¿De qué te ríes?

¿En dónde estará ahora mi maestra del tercer grado?

¿Se habrá enterado de esta historia?

¿Se habrá cortado una oreja después de escucharla?

No lo creo.

Hasta ahora no entiendo por qué la perra tenía algo en contra de los lisiados.

No podía verlos en la calle mendigando.

Caminando así con sus pasos irregulares.

Quizás le indignaba que dos más dos no diera cuatro.

La muy perra y sus palabras parapléjicas.

Rito Alberca ríe a carcajadas

¡Ríete!

¿Por qué no ríes?

¿Quieres oír un chiste?

Me llamo Rito Alberca.

 

II

 

Rito Alberca camina hacia un parquímetro. Lo llena de monedas. Se sienta a un lado.

 

¿En dónde comenzó todo?

Con el Génesis, supongo.

Para mí fue en una mesa.

La mesa a la que le faltaba una pata.

Descuadrada como un mal Picasso.

Nuestra mesa de cocina.

También era el ring de las peleas entre mis padres.

Un argumento nos daba un lado.

Otro nos daba otro.

No bebas agua en mi mesa, no pongas la leche hirviendo.

El argumento de Mamá puede mojarte.

El de Papá puede quemarte.

Era difícil comer en nuestra mesa, pero lo hacíamos.

Allí fue donde dije mi primer chiste:

“Mamá es estúpida”

Papá rió moviendo la mesa hacia su lado.

“Papá es estúpido”

Y los dos rieron, descuadrando la mesa hacia uno y otro lado.

Pronto mis hermanos vinieron para ver qué era lo que pasaba y yo movía la mesa

hacia uno lado y otro lado:

“Mamá estúpida”

“Papá estúpido”

Y todos reímos como si fuéramos felices.

Apenas con cuatro años y ya había contado mi primer chiste.

Luego la escuela, tan pobre y llena de mesas descuadradas y gente estúpida.

Sobre todo los maestros.

Como aquella guadaña del primero de primaria, la que lloró de impotencia ante mis pies y

aseguró que sólo llegaría a ser basurero.

A la fecha no entiendo el por qué de sus lágrimas, con toda la mierda que cargaba encima.

Incompetente ante mi causa, la Guadaña me llevó a manos del Director, pero no contaba con que mi gracia cautivaría a aquel hombre a tal grado que me impondría  la tarea de contar seis chistes todos los lunes al final de los honores a la bandera, una ceremonia que confesó detestar por su solemnidad y malas rimas.

Esa fue la primera de sus confesiones.

Ése también fue el nombre de mi primera rutina:

“Solemnidad y malas rimas”.

Así empezó mi carrera en público, contando seis chistes los lunes después de los honores a la bandera.

“Solemnidad y malas rimas”.

Me volví tan popular en la escuela que el Director decidió que él mismo me enseñaría.

Poco aprendió el niño Alberca de las sumas y restas, en cambio el Director le confesó su vida entera: de su madre sonámbula que veía fantasmas en los postes de alta tensión, el vientre estéril de su infiel esposa y su amor prohibido por la tela fabricada en terlenka de los delantales de la maestra del cuarto grado. Y cada lunes después de los honores, seis chistes:

Dos de esposas infieles.

Dos de ancianas electrocutadas

y dos de telas fabricadas en terlenka

Me corrió, por supuesto.

Y tan sólo tenía ocho años.

Se incorpora y deposita más monedas en el parquímetro. Se vuelve a sentar.

Luego siguió la nueva escuela.

Con sus mesas, sillas, maestros y alumnos completos.

Todos completos.

Lo único incompleto allí era yo.

¿Quieres oír un chiste?

Me llamo Rito Alberca.

¿De qué tamaño?

No sé.

Podría ser olímpica o un chapoteadero.

Podría ser sólo un baño de asiento con aspiraciones de grandeza.

No sé.

Algunas veces me reía con ellos, aunque secretamente lloraba.

Pero seguí.

En otros lugares sabía que aguardaba lo incompleto.

¡Mesas!

¡Sillas!

¡Personas!

¡Perros!

Ellos lloraban, mientras que yo secretamente reía.

Seguí.

Siempre creí que al final habría algo.

Verifica que el parquímetro siga lleno.

Luego vino el mundo real.

Trabajar en el Tres Tristes Tigres contando chistes en vez de mendigar.

Y así como en el Génesis, yo necesitaba tener un compañero:

Una Eva.

Un patiño.

Un Átalo Mata.

Por cada veinte seres miserables hay un Átalo Mata.

Un hombre feliz, con quién emprendí la solemnidad y las malas rimas.

Yo era la solemnidad, él aportaba todas las malas rimas y algún chiste recién robado.

Mata siempre decía que al ser hijo de padre ratero y madre que lavaba ajeno, se le había pegado el vicio. Todos sus chistes eran robados. Pero, ese no era su peor pecado. Lo peor de Mata era que no hacía reír ni a su madre. Aunque él decía que sí.

¿Qué habrá sido de él?

¿Estará muerto?

¿Habrá comenzado a pintar?

Casas, al menos.

Se levanta una vez más a ponerle monedas al parquímetro. Un hombre entra apresurado llevando un cuadro en la mano, parece que viene huyendo. Se detiene ante Rito Alberca.

ÁTALO MATA: ¡Rito Alberca!

RITO ALBERCA:  (con disgusto): ¿Mata…?

ÁTALO MATA: ¿Qué haces aquí? ¿Esperas? Como el pollito  que se quedó afuera de la rosticería esperando a que su mamá bajara del carrusel o como aquel camaroncito que se quedó despierto esperando a que sus papis volvieran de un cóctel.

RITO ALBERCA: Eres tú.  No hay duda.

ÁTALO MATA: A lo mejor no sabes si irte a pie o esperar a un perro como aquellas dos pulguitas afuera del cine. ¿Cuál es tu coche?

RITO ALBERCA: No te detengo. Llevas prisa, a leguas se nota.

ÁTALO MATA: No. Figúrate que acabo de salir de la cárcel.

RITO ALBERCA: Ah, el vicio

ÁTALO MATA: No, fui a dar una función. Y bueno estuve un tiempo encerradito, pero ya salí.

RITO ALBERCA: Anda, vete. De seguro te esperan en casa.

ÁTALO MATA: No. Nadie me espera ¿Cuál es tu coche?

RITO ALBERCA: No tengo. ¿Y eso que traes allí?

ÁTALO MATA: Esto es… Un cuadro que me prestaron.

Rito toma el cuadro. Es una litografía de “Los Girasoles” de 39 millones de Van Gogh.

RITO ALBERCA:¿Sabía usted Mata que este cuadro puede comprar una oreja?

ÁTALO MATA: ¿Una oreja? Pero yo ya tengo las dos, señor Alberca.

RITO ALBERCA: O un nuevo cuerpo si así lo desea.

ÁTALO MATA: ¿En serio? ¿Tan caro es?

RITO ALBERCA:  Es un lástima que la gran actriz  Sarah Bernhardt nunca tuvo un cuadro como éste.

ÁTALO MATA: ¡Qué bueno!

RITO ALBERCA: Quizá debería de haber pintado.

ÁTALO MATA: ¿Para qué? Si actuando ya era buena y pintando fuera mala, a lo mejor la ponían a cantar. No señor Alberca, ¿para qué pintar?

RITO ALBERCA: ¿Usted sabe que en la cumbre de su carrera una pierna le fue cortada? ÁTALO MATA: ¡Ay!

RITO ALBERCA: Y los dueños de un circo se la compraron en 100 mil dólares. ÁTALO MATA: ¿Eso valen?

RITO ALBERCA: La maldita pierna no los valía junto al resto del cuerpo, pero lejos de él hizo más dinero que la gran actriz.

ÁTALO MATA: ¡Qué injusto! No puedo acordarme de ningún chiste con piernas alejadas de sus dueños.

RITO ALBERCA: Yo  sí, pero no es éste.

ÁTALO MATA: ¡Cuéntelo pues!

RITO ALBERCA: No, es muy temprano. ¿Sabe, Mata? He estado pensando en cortarme la pierna derecha.

ÁTALO MATA: ¡No, señor Alberca! ¿Y cómo iría al mercado?

RITO ALBERCA: O el brazo izquierdo

ÁTALO MATA: ¡No, señor Alberca! ¿Y cómo saltaría la cuerda? ¿Por qué mejor no se corta una
oreja?

RITO ALBERCA: ¡No! De ninguna manera señor Mata, ya está muy usado. ÁTALO MATA: Cobraríamos por escuchar secretos.

RITO ALBERCA: De ninguna manera señor Mata, muy, muy, muy trillado. ÁTALO MATA: Los haríamos decretos.

RITO ALBERCA: No, Mata. Haga las cuentas. Lo más probable es que mi pierna, mi brazo o mi oreja empobrecerían lejos de mí.

 

Mata y Alberca se miran en gran complicidad, comienzan a reír.

 

RITO ALBERCA:  Yo traigo la solemnidad.

ÁTALO MATA: Y yo las malas rimas.

 

Vuelven a reír.

 

ÁTALO MATA: ¡Volvamos!

RITO ALBERCA: Imposible.

ÁTALO MATA: Somos tan buenos como antes.

RITO ALBERCA: Ya nada es como antes.
ÁTALO MATA: Tenemos una misión, Alberca.

RITO ALBERCA: ¿Misión?

ÁTALO MATA: La risa, Rito. La risa.

RITO ALBERCA:¿De qué se ríe la gente, Mata? ÁTALO MATA: De los chistes. Creo…

RITO ALBERCA: Uno de negros, uno de enanos, uno de ancianos…

ÁTALO MATA: De los buenos chistes, por supuesto.

RITO ALBERCA: Uno de ahogados, uno de quemados o mejor aún, ¡uno de crucificados!

ÁTALO MATA: ¡Tenemos que hacerlo! Hay una escasez tremenda. ¿No has escuchado?

RITO ALBERCA: ¿La gente ha dejado de reír?

ÁTALO MATA: ¡No! Ya nadie saca nada nuevo. ¡Ahora yo soy el robado!

RITO ALBERCA: Un cómico malo es asaltado en la calle y lo único que pueden quitarle son sus chistes. Tiene potencial.

ÁTALO MATA: ¿Lo ves?  Yo creo que es el destino Rito. Por algo me robé el cuadro.

RITO ALBERCA: Lo siento Mata, pero no puedo.

ÁTALO MATA: ¡Vamos, Rito! Me cortaría la pierna derecha sólo para rentar el Tres Tristes Tigres y regresar contigo.

RITO ALBERCA:  Puedes córtate las dos, si quieres. Lo van a demoler en tres semanas.

ÁTALO MATA: Tiempo justo para una corta temporada.

RITO ALBERCA: No puedo, Mata. Estoy cansado.

ÁTALO MATA: ¡Aprovechemos el tiempo que le queda al  Tres Tristes!

RITO ALBERCA: Cansado y sin el ánimo de los que se ponen el traje de domingo para ser atropellados.

ÁTALO MATA: Yo también, pero le sigo.

RITO ALBERCA: ¿Crees que al final habrá algo?

 

Silencio. Ambos se debaten entre reír o llorar.

 

ÁTALO MATA: Por cierto, ¿Cuál era ese chiste de una pierna alejada de su dueño?

RITO ALBERCA: ¿No te lo sabes?

ÁTALO MATA: No.

RITO ALBERCA: De seguro nunca lo has escuchado.

ÁTALO MATA: ¡Cuéntalo pues!

RITO ALBERCA: Aquí no.

ÁTALO MATA: ¡Vamos Rito!

RITO ALBERCA: No sé si quiera contarlo.

ÁTALO MATA: ¡Rito!

RITO ALBERCA: Es muy temprano.

ÁTALO MATA: Te regalo mi cuadro.

RITO ALBERCA: No parece ser el lugar indicado.

ÁTALO MATA: ¿Dónde, entonces?

RITO ALBERCA: No sé, quizás el Tres Tristes Tigres, sea el lugar.

 

III

 

En el Tres Tristes Tigres, tres parroquianos parten cebollas.  Hacen ruido con sus cuchillos creando un ritmo, una sinfonía extraña que sólo se detiene para secar sus lágrimas con pañuelos facilitados por una edecán.

CRISTO SUÁREZ: Un día entró, recorrió toda la casa, le escupió a mis muebles, pateó al perro, se acostó con mi vieja y le pegó a mis hijos. Desde entonces vive con nosotros. No sé cómo sacarlo, cómo  decirle: ¡Fuera!

SABINO DÍAZ: ¡Avance,  avance,  avance! No me importa que traigas prisa. Todavía no le toca al verde. Avance avance  avance. Me das risa,  el que va a ir a chingar a su madre eres tú. A ver, ¿quién es el que va  a llegar tarde si el semáforo no cambia? ¡Avance,  avance,  avance! No se atrase. ¡Avance,  avance,  avance! ¿No oíste? ¡Muévete!

JOSEFINA MILETO: No me quieres, eso es claro. Pero al menos ten el valor de venir y decírmelo. ¿Por qué la envías a ella? Hay algo que no puedo contarle. algo entre nosotros. un secreto, algo invisible. Hace tres meses me pegaron una enfermedad de transmisión sexual, creo que es mortal. Hace tres meses, todavía estabas conmigo. Sí, cariño: ¡Púdrete!

Mata y Alberca están sentados de espaldas en el escenario.  Los dos llevan gorros de fiesta.

RITO ALBERCA: Vamos, Mata.  Esto es lo que querías.

ÁTALO MATA: Tengo náuseas.

RITO ALBERCA: Como en los viejos tiempos.

ÁTALO MATA: No son los nervios, es ese horrible olor a cebolla. ¿De dónde viene?

RITO ALBERCA: Ya te acostumbrarás. Vamos, salta. Tú vas primero.

 

Mata se lanza al ruedo. Tiene lágrimas en los ojos. Rito queda de espaldas.

 

ÁTALO MATA: Este lugar me recuerda un chiste.

 

Ninguno de los tres tristes parroquianos detiene sus cuchillos. Rito saca un aparato que tiene risas grabadas para animar a Mata.

 

ÁTALO MATA: Un papá piojo y su hijito caminan por la cabeza de una calvo, el papá  se detiene y dice: “Cuando yo tenía tu edad esto era un bosque”.

Siguen los cuchillos. Rito vuelve a accionar el aparato. Mata está al borde del llanto.

ÁTALO MATA: Cuando yo tenía su edad, bueno, cuando yo era joven este lugar era… ¡Era algo!

Mata rompe en llanto. Rito abandona su asiento. Lleva lentes oscuros y se dirige al público buscando como un ciego en la noche.

RITO ALBERCA: Suárez, ¿estás allí?

Suárez suelta el cuchillo.

RITO ALBERCA: Deja esa cebolla. El cáncer, el sida y otras enfermedades todavía no tienen
cura.

Suárez ríe a carcajadas. Mata se sorprende.

RITO ALBERCA: ¿Díaz?

Díaz suelta el cuchillo.

RITO ALBERCA: ¿Ya supiste de la crisis? Veinte años más y salimos, dicen los expertos y algunos políticos. Yo sé, a mi tampoco me alcanza para el metro, pero aún quedan mecates en mi casa para colgarnos. ¿Quieres uno?

Díaz ríe a carcajadas.  Suárez se le une, pero aún queda el cuchillo de Mileto.

RITO ALBERCA: ¡Mileto, deja eso!

Mileto clava el cuchillo sobre la tabla. La música de los cuchillos ha cesado, ahora sólo quedan las risas sin rumbo de Suárez y Díaz.

RITO ALBERCA: Hace poco me escribió una chica que no tiene piernas. Decía que mis chistes de amputados le hacían extrañar menos el sexo. Me pidió una cita, pero me negué.

Mileto ríe frenéticamente, a un lado de Suárez y Díaz. Mata se desploma.

ÁTALO MATA:  ¿Qué es esto? ¿Qué es esto?  ¿La misión ha terminado?

RITO ALBERCA: Contrólate, Mata. Piensa qué sería de nosotros si Van Gogh hubiese vendido un cuadro.

Todos ríen, menos Mata. Rito se quita los lentes.

RITO ALBERCA: Ya, Mata. ¿Quieres oír un chiste?

Mata asiente.

RITO ALBERCA: Un día me levanté y mis piernas se habían ido.

Todos, incluso Mata, ríen.

RITO ALBERCA: Ya no estaban. Se habían ido para siempre. Pero me dejaron una nota que
decía: “Gracias por todo, pero es hora que tomemos distintos caminos. Post Data: Nos hemos
aburrido.”

Nadie ríe. Ningún sonido.

RITO ALBERCA: Y allí estaba yo, en la cama y sin piernas. El teléfono sonando y yo sin piernas. Con ganas de orinar y sin piernas. Con ganas de gritar y sin piernas.  Allí estaba yo…
ÁTALO MATA: ¿Y luego, Rito?

RITO ALBERCA: ¿Luego?

Rito acciona el aparato de las risas grabadas.

 

IV

 

En la cama duerme Rito Alberca a su alrededor se encuentran unas sillas de mimbre y una mesa de noche con un cajón. El lugar es sospechosamente parecido a “Cuarto de Vincent en Arles” (1889), pero no es el mismo.  Un reloj que yace en la mesa de noche decide despertar a Rito con su alarma.  Alberca despierta sobresaltado y golpea el reloj fuera de la mesa. La alarma no cesa. Rito quiere alcanzar el reloj en el piso, pero a cada intento se le escapa.  Se quita las cobijas de encima, quiere levantarse, pero sus malditas piernas se han ido. Para tenerlo presente se le aparece un recordatorio en la pared: “Post Data: Nos hemos aburrido”. La alarma no deja de sonar, pero se siente sola, por eso viene el teléfono a hacerle compañía.  El aparato está lejos, lo suficiente como para no poder levantarse a contestarlo. Alberca se revuelve en la cama sin saber qué hacer, finalmente intenta encontrarle la melodía a la feliz compañía de la alarma de reloj y del teléfono, después de todo, ¿qué más se puede hacer si las piernas de uno se han ido? El momento de calma
se interrumpe por un olor a quemado. Rito revisa debajo de la cama, por encima de los muebles y no hay nada.

RITO ALBERCA: ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!

A la feliz melodía del reloj y el teléfono se une el de la alarma de incendios, a pesar que sigue sin haber rastro de fuego.

RITO ALBERCA: ¡Auxilio! ¡Ayuda! Para este minusválido en peligro. ¿Alguien?

 

El timbre de la casa empieza a sonar con desesperación, como el último toque a la sinfonía entre el reloj, el teléfono y la alarma de incendios. Rito quiere luchar por su vida, por apagar la alarma, contestar el teléfono y abrir la puerta, pero no puede abandonar la cama. Busca desesperado en su cajón y sólo encuentra el aparato de la risa. Lo acciona dándole el toque final a la sinfonía. De súbito, aparece el silencio, pero surge la sospecha de quién será el próximo en regresar el caos de vuelta. Hasta las sillas en su rigidez parecen maliciosas. Rito mira a las sillas. Las sillas lo miran a él.  Nadie se mueve. Rito se calma, toma una taza de té de la mesa de noche. Brinda con las sillas.

 

RITO ALBERCA: Ustedes me entienden.

¿Qué diría si me viera mi maestra del tercer grado?

¿A quién le tengo que agradecer ahora?

¡Contéstame, Zorra!

Me siento tan incompleto sin ellas.

Supongo que nunca les caí bien.

Esos dolores en las rodillas.

Esos callos en las plantas.

Las uñas enquistadas.

Siempre me hicieron la vida miserable.

¿A dónde se fueron?

Ya me cansé de esperar.

He esperado lo suficiente toda mi vida y ahora esto…

Ellas pueden imaginarme aquí postrado, pero yo a ellas no.

¿Qué estarán haciendo?

Seguro se están afeitando, siempre quisieron hacerlo.

Dos piernas recién afeitadas caminan por la calle con la esperanza de ser levantadas y quizá lo logran.

Rito ríe a carcajadas y esto le provoca unas repentinas ganas de orinar. El baño está muy lejos., así que la vejiga decide descargarse allí mismo. Alberca suspira aliviado. Vuelve a sonar el timbre. Repica con insistencia. Rito descansa en la cama y no le queda más que accionar el aparato de la risa. Mata entra al cuarto por la ventana.

ÁTALO MATA: ¿Por qué no abrías? ¡Tengo tocando una hora!

Rito descubre su cuerpo y ostenta la ausencia antes mencionada de sus miembros inferiores.

ÁTALO MATA: ¡Ay, Rito! Tus piernas…

RITO ALBERCA: ¡Se fueron!

ÁTALO MATA:  ¡Y al Tres Tristes Tigres!

RITO ALBERCA: ¡Talentosas estúpidas! ¿Qué no había otro lugar? (Se agita dentro de la cama.) ¡Vamos, tenemos que recuperarlas!

ÁTALO MATA: No, Rito, está difícil. Alguien tiene tus piernas. RITO ALBERCA: ¿Quién? ¿Un maldito tullido?

Mata niega.

RITO ALBERCA: ¿Un fetichista?

Mata niega.

RITO ALBERCA: ¿La pervertida  de Josefina Mileto?

Mata niega.

ÁTALO MATA: No. Es un tipo.
RITO ALBERCA: ¿Un tipo?
ÁTALO MATA: Un tipo
RITO ALBERCA: ¿Qué tipo?

ÁTALO MATA: Uno que tiene tus piernas.

RITO ALBERCA: ¿Y cómo sabes que son mías? ¿Estaban rasuradas?

ÁTALO MATA: Son tuyas. El tipo las anuncia como las piernas de Rito Alberca y…

RITO ALBERCA: ¿Y?

ÁTALO MATA: ¡Son el alma de la fiesta!

RITO ALBERCA: ¿Con las reumas, los callos y las uñas enquistadas?

ÁTALO MATA: Cuentan chistes de rengos, de caminos largos, de zapatos apretados. RITO ALBERCA: ¡Esas miserables!

ÁTALO MATA: Todos ríen. Suárez, Mileto y Díaz ya dejaron las cebollas.

RITO ALBERCA: ¡Miserables callosas! Tantas penas que me han dado y ahora son “el alma de la
fiesta”.

ÁTALO MATA: ¿Qué vamos a hacer? Con la tremenda escasez que hay y ahora con tus
piernas…

RITO ALBERCA: Tan simpáticas que se han de ver con sus uñas enquistadas. ¡Malditas reumáticas!

ÁTALO MATA: ¡Ay, Rito!  ¿Qué vamos a hacer?

RITO ALBERCA: ¡Seremos la competencia!

ÁTALO MATA: ¿De unas piernas? ¿De tus piernas?

RITO ALBERCA: Después de todo siempre hemos sido un cómico y medio.

 

V

 

En el Tres Tristes Tigres, las vitales piernas de Rito Alberca acaparan la atención de los tres tristes parroquianos, quienes ahora han cambiado el cuchillo y la cebolla por sus propias risas cansadas e incoherentes.  La edecán ha cambiado su giro (y su sexo)  para convertirse en el Tipo que cobra las cuotas del espectáculo.  Detrás de la masa, Mata (sentado) y Rito (debajo) de una mesa contemplan el espectáculo.

RITO ALBERCA: ¡Son ellas Mata! ¡Míralas! Hasta las uñas enterradas tienen su gracia.

ÁTALO MATA: Son hermosas, Rito

TIPO: ¿Ya pagaron?

Mata le paga al Tipo.

RITO ALBERCA (hacia el Tipo): ¡Esas son mis piernas!

TIPO: Yo no sé. A mi me contrataron. Vaya a reclamarles a ellas. Además, ¿de qué se queja? Usted sólo paga la mitad.

El Tipo devuelve parte del dinero a Mata y sale.

RITO ALBERCA: ¡Vamos haz algo! Algo desesperado. ÁTALO MATA: ¿Desesperado?

RITO ALBERCA: Como si fueran tuyas y las quisieras de vuelta

ÁTALO MATA: ¿Quieres que me las robe?

RITO ALBERCA: Es inútil. Volverían a huir. Mejor cuenta un chiste.

 

Mata se acerca al escenario y bloquea el espectáculo de las piernas de Rito Alberca.  Se dirige al
público.

 

ÁTALO MATA:  ¿Qué hacen? ¿Esperan como aquellas dos pulguitas afuera del cine? SUÁREZ: ¡Fuera!

RITO ALBERCA: ¡Ése no!

ÁTALO MATA: ¿Y no saben si irse a pie o esperar a un perro? DÍAZ: ¡Muévete!

ÁTALO MATA: ¿Están molestos porque en el concurso de feos los corrieron por profesionales? MILETO: ¡Pú-dre-te!

RITO ALBERCA:  ¡Ése tampoco!

 

El Tipo regresa con un látigo en la mano y amenaza a Mata, pero este insiste en quedarse en el escenario.

 

TIPO: Hágase a un lado. Este no es su espectáculo. SUÁREZ: ¡Fuera!

MATA: Aún no he terminado. ¿Ya se saben el de…? DÍAZ: ¡Muévete!

MATA: ¡Pero si no he dicho nada!

TIPO: ¡Hágase a un lado! No tiene derecho de piso. MILETO: ¡Púdrete!

MATA: Seguro este no se lo saben…

RITO ALBERCA: ¡Retírate, rodillas de bolillo!

MATA: ¿Rodillas de bolillo? Esa sí que no me la esperaba.

 

Mata mira sus rodillas con mucha pena y se retira. El Tipo bate el látigo sobre las piernas y
reanudan su baile. Los tres tristes parroquianos vuelven a sus risas. Rito se coloca la nariz de payaso.

 

ÁTALO MATA: Es inútil, Rito. Creo que ahora yo también dejaré ir a mis piernas. ¿Escuchaste lo que dijeron de ellas?

RITO ALBERCA: Vamos, cárgame. ¡Cárgame!

 

Mata carga a Rito y lo coloca en su pierna a modo de muñeco de ventrílocuo. Las piernas dejan de bailar.  El Tipo les da con el látigo  y  no responden.

 

TIPO (hacia Rito): ¡Basta! ¡Déjelas bailar!

 

El Tipo sigue pegando y no hay respuesta. Los tres tristes parroquianos voltean para ver a quién se dirige el Tipo y descubren a la otra mitad de Rito Alberca.

 

SUÁREZ: ¡Es Rito Alberca!

RITO ALBERCA:: No es una suma, es un resta. TIPO: ¡Déjelas trabajar!

DÍAZ: Es la otra mitad de Rito Alberca.

RITO ALBERCA: La que habla y la que piensa. ÁTALO MATA: Es el torso de Rito Alberca. MILETO: ¡Que hable! ¡Que cuente un chiste! SUÁREZ: ¡Uno de negros!

DÍAZ: ¡Uno de enanos!

MILETO: ¡Uno de maestras que no quieren a los lisiados!

ÁTALO MATA: Mejor que cuente como se le fueron las piernas. SUÁREZ: ¡Sí!

DÍAZ: ¡Ese es bueno! TIPO: ¡Basta!

RITO ALBERCA: Un día me levanté y se habían ido… Pero me dejaron una nota de despedida y desde entonces siempre la cargo conmigo:  “Post Data: nos hemos aburrido.”

 

Todos ríen y el Tipo sigue sin obtener respuesta de las piernas a pesar del látigo.

 

MILETO: ¿Qué diría ahora tu maestra del tercer grado?

RITO ALBERCA: ¡Se hubiera arrepentido de no haberme pateado!

 

El Tipo logra respuesta de las piernas de Rito Alberca y se reanuda el baile. Toda la atención del
público del Tres Tristes Tigres se debate entre mirarlas a ellas o seguir la rutina de Rito, hasta que

 

el encanto de las piernas sin dueño parece captar toda la atención. Aún Mata relega a Rito debajo de la mesa.

 

RITO ALBERCA: Un día tuve un sueño…

 

Sus piernas cautivan a todos con su baile. Nadie le presta atención a la otra mitad de Rito.

 

RITO ALBERCA: Los tigres no estaban tristes. La mesa de casa tenía cuatro patas. Van Gogh había vendido  todos sus cuadros.

 

Las piernas se empiezan a cansar. El Tipo las golpea con el látigo para que reanuden su vitalidad.

 

RITO ALBERCA: No existía la solemnidad…

 

Las piernas bailan cansadas.

 

RITO ALBERCA: Ni las malas rimas… Y yo…

 

El Tipo las golpea con el látigo una y otra vez, pero eventualmente dejan de bailar.

 

RITO ALBERCA: Yo seguía sin tener piernas.

 

Todos voltean hacia Rito y ríen a carcajadas.

 

RITO ALBERCA: ¿De qué se ríen? SUÁREZ: ¡Es Rito Alberca!

RITO ALBERCA: ¡¿De qué se ríen?!

DÍAZ: ¡No! Es la a mitad de Rito Alberca.

MILETO: No es una suma es una resta.

ÁTALO MATA: ¡Es el torso de Rito Alberca! SUÁREZ: ¿De qué tamaño?

RITO ALBERCA: Podría haber sido olímpica, pero ahora es sólo es una charca llena de lodo y suciedad.

DÍAZ: ¡Rito Alberca!

MILETO: ¿Quieres oír un chiste? ¡Me llamo Rito Alberca!

ÁTALO MATA: Anda, Rito. ¡Vamos! Cuenta un chiste.

 

Hay gran expectación de los presentes. Rito guarda silencio, se quita la nariz de payaso. Sus piernas caen abatidas.

 

VI

 

Rito sentado en  la cama que se parece a la de Van Gogh. Frente a la cama, un caballete con una naturaleza muerta.

RITO ALBERCA: Un día tuve un sueño, pero desperté. Desperté y oí la noticia: “La Señorita Silla de Ruedas se levanta a recoger su premio.”  Ante el escándalo y para certificar la validez de su invalidez, el segundo y tercer lugar fueron forzadas a bailar, pero no pudieron.

Fueron forzadas, pero no pudieron.

Eso decía la noticia,

lo tengo muy presente.

Se levanta de la cama. Pone una pierna y luego la otra sobre el piso. Se dirige hacia el caballete. Toma la paleta y empieza a pintar.

Yo prefiero concentrarme ahora en mis cuadros. Después de todo hay que justificarse ante los otros. Darle un motivo a nuestra existencia, como dicen algunos. Las Naturalezas muertas son fáciles de vender.

Naranjas

Limones

Toronjas

Limas

Cítricos.

Sólo cítricos.

 

Nunca pinto flores.

Aunque se vendan bien.

No me gustan, aunque se vendan bien.

 

Te comprarían un cuerpo entero si fuera necesario.

Pueden comprarte una oreja, una mano, un par de piernas.

Sin importar que ya estés muerto.

Por eso me he inclinado hacia los cítricos.

 

Naranjas

Limones

Toronjas

Limas

 

¿Qué más puedo hacer?

El cáncer  el sida y otras enfermedades todavía no tienen cura.

De la crisis saldremos en veinte años, dicen los especialistas.

Y la “Señorita Silla de Ruedas” se ha levantado a recoger su premio.

 

Yo prefiero concentrarme en mis naranjas, mis limones, toronjas y limas.

Cítricos.

Sólo cítricos.

 

¿Y la vida?

La vida sigue muriéndose de sed.

 

Rito saca su aparato de las risas y lo acciona. Sigue pintando.

 

CIUDAD DE MÉXICO,  JULIO 2005 (CON REVISIÓN Y NOTA DE ABRIL 2021)
INFORMACIÓN SOBRE DERECHOS DE MONTAJE:  vbujeiro@gmail.com

 

 

Verónica Bujeiro es dramaturga con estudios de Lingüística (ENAH) y guion cinematográfico (CCC), ha contado con diversos estímulos y becas que han impulsado su quehacer artístico. De entre sus obras llevadas a la escena destacan: La tristeza de los cítricosLa inocencia de las bestiasNada es para siempre y Producto farmacéutico para imbéciles. Colabora frecuentemente en publicaciones como Letras Libres y la revista Casa del Tiempo-UAM. Asimismo se desempeña como docente de talleres de dramaturgia y creación literaria y actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-FONCA en donde desarrolla el proyecto “El ensayo de la dramaturgia”. Desde el 2020 es miembro del consejo curatorial y responsable del seguimiento crítico del Encuentro Iberoamericano de Experimentación Dramatúrgica, TRANSDrama.