Feminismo y libertad de acción en los personajes femeninos de La miel derramada
Susana Idalia Jáquez Pérez
Universidad Autónoma de Chihuahua
Resumen
En este artículo se analizan los personajes femeninos de La miel derramada, de José Agustín, publicado por primera vez en 1992. El punto de partida de este trabajo es la relación entre feminismo, libertad y sexualidad. El análisis se basa en “la tipología de la acción libre” de Harry G. Frankfurt, manifiesta en La importancia de lo que nos preocupa (2006), y en “la ética de los actos y la ética de las formas de vida” de José Antonio Marina, plantaeda en El rompecabezas de la sexualidad (2002). Se pretende explicar que estos personajes femeninos ejercen la libertad de acción en su vida sexual, lo cual les ayuda a emanciparse.
Palabras clave: Feminismo, Libertad de acción, Etica, Sexualidad.
Abstract
This article analyzes the female characters in La miel derramada (José Agustín, 1992). The starting point of this work is the relationship between feminism, freedom and sexuality. The analysis is based on Harry G. Frankfurt’s “typology of free action”, expressed in La importancia de lo que nos preocupa (2006), and on José Antonio Marina’s “the ethics of acts and the ethics of forms of life”, expressed in El rompecabezas de la sexualidad (2002). The aim is to explain that these female characters exercise freedom of action in their sexual life, which helps them to emancipate themselves.
Key words: Feminism, Freedom of Action, Ethics, Sexuality.
Introducción
¿Cómo se configura la libertad femenina? ¿Es de verdad posible que una mujer ejerza su libertad dentro de un ambiente patriarcal? ¿Cómo puede emanciparse la mujer en términos del feminismo? ¿Qué papel juega la ética en este proceso emancipatorio? Éstas y muchas preguntas más surgen durante la lectura de la literatura erótica de José Agustín, quien construye personajes femeninos capaces de experimentar el placer sexual desinhibidamente.
El objetivo del presente trabajo es establecer el punto de encuentro entre feminismo, libertad y sexualidad, a partir del análisis de los personajes femeninos de La miel derramada, del escritor mexicano José Agustín. Este escritor logra dibujar mujeres emancipadas corporal y racionalmente, gracias a la puesta en práctica de su característico erotismo verbal.
Feminismo, libertad y sexualidad
Los términos “feminismo” y “libertad” son indisociables. Partamos de una definción concreta de feminismo: “Movimiento que busca la emancipación de la mujer, luchando por la igualdad de derechos entre los sexos y la abolición de todo tipo de discriminaciones en razón del sexo (…) El feminismo es lucha, es igualdad, pero también justicia, rebeldía, remoción, construcción” (Restrepo 1). Se puede decir que el feminismo busca la libertad de la mujer en todos los ámbitos. No obstante, cabe cuestionar dónde puede cimentarse la libertad femenina en medio del terreno patriarcal.
Ante esta cuestión, Elvira Burgos Díaz plantea la construcción de lo femenino a partir del cuerpo, pues “Habitamos el cuerpo, en el cuerpo” (204). En este sentido, el cuerpo es un vehículo de libertad porque nos pertenece. Sin embargo, reducir el cuerpo a su materialidad es anular la racionalidad femenina que se manifiesta en el lenguaje. La libertad femenina se constituye, entonces, por cuerpo y palabras, es decir, por cuerpo y razón (216).
El cuerpo y la razón, no obstante, son construcciones simbólicas. Según Le Breton (citado en Zapata Ramírez 81), “Somos cuerpo y nos hacemos cuerpo”, es decir, nacemos con un cuerpo físico, pero le otorgamos significados a partir de nuestras relaciones sociales; este encuentro con los otros nos ayuda a hacernos cuerpo. Una parte fundamental de la construcción de nuestro cuerpo es la sexualidad. Zapata Ramírez (81) afirma que el cuerpo no puede reducirse a lo físico/biológico, pues la identidad implica lo histórico, cultural, social y ético; el cuerpo es nuestra forma de estar en contacto con el mundo.
La concepción de la libertad femenina (cuerpo y razón en conjunto) depende, en gran medida, de factores sociales. Tanto la identidad como la emancipación de la mujer toman forma en un contexto social determinado, de ahí que la sexualidad sea un punto focal en la comprensión del “ser” femenino —su esencia—, más allá del “estar” —presencia—. Al respcto, Mari Luz Esteban (36) señala que la sexualidad se conforma por actos, percepciones, sensaciones y destrezas, organizados en nuestro cuerpo a partir de mapas socioculturales dinámicos. De este modo, el entorno sociocultural participa directamente en la definición de la sexualidad femenina y, por lo tanto, en la noción de libertad sexual.
La ideología de la libertad sexual nace en la década de los sesenta, en el marco del patriarcado. “Mientras que para los varones esta revolución significaba la posibilidad de usar su sexualidad fuera del matrimonio con total libertad, para las mujeres la revolución sexual tuvo otro significado: su disponibilidad sexual para sus compañeros” (Cobo Bedia 8). A pesar de que la revolución sexual originalmente privilegiaba lo masculino, vale la pena mencionar que “(…) inaugura una cultura de la abundancia sexual hasta el extremo de que la sexualidad y la reivindicación del placer se colocan en el centro del imaginario simbólico” (10).
Así pues, la emancipación de la mujer se concreta, primeramente, en su propio cuerpo, pues en éste puede materializar su voluntad y sus deseos a pesar de hallarse —social, que no ideológicamente— dentro del patriarcado. Si la emancipación se da en y a partir del cuerpo, la libertad de la mujer habrá de manifestarse, en gran medida, en la experimentación del placer sexual que el ser femenino sea capaz de permitirse.
Para entender de qué manera un deseo condiciona una decisión, analicemos la propuesta teórica de Harry G. Frankfurt respecto de la libertad de acción. En su libro La importancia de lo que nos preocupa (2006), Frankfurt presenta la tipología de la acción libre, según la cual existen tres tipos de situaciones relacionadas con la libertad de acción… En las situaciones del tipo A se satisface un deseo atendiendo a las circunstancias, no a la fuerza misma del deseo. En las situaciones del tipo B existe una oposición entre deseo y voluntad, aunque se acaba por atender al primero. En las situaciones del tipo C se actúa sin oponérsele al deseo, dejándose llevar por él.
Si bien la tipología de la acción libre no se refiere únicamente al plano de la libertad sexual, sí es en este terreno donde puede establecerse de qué manera la voluntad (razón) y el deseo sexual (cuerpo) femeninos interactúan con los preceptos socioculturales del entorno. De acuerdo con Frankfurt, la satisfacción del deseo sexual de una mujer, inherente a su corporalidad, se verá condicionada por las circunstancias y la fuerza de su voluntad.
En relación con la libertad de acción en el plano de la sexualidad femenina, cabe también preguntarnos cómo interviene la ética en la toma de decisiones. A este respecto, José Antonio Marina, en El rompecabezas de la sexualidad (2002), distingue entre la ética de los actos (buenos o malos) y la ética de las formas de vida (morales o inmorales). De acuerdo con el planteamiento de Marina, la forma de ejercer la sexualidad puede ser transitoria (actos) o permanente (formas de vida). “La sexualidad —que tradicionalmente pertenecía al ámbito de la moral social— se ha privatizado, pertenece a la vida íntima, donde cada persona adulta instaura su propia norma” (Marina 24).
En función de los postulados de José Antonio Marina, podemos decir que la individualidad y la intimidad son piezas fundamentales en la construcción de la sexualidad femenina y, por lo tanto, de la libertad. Cada mujer habrá de decidir sobre su cuerpo y la medida en que el deseo determinará o no sus actos y formas de vida.
Concluimos este apartado afirmando que feminismo, libertad y sexualidad van de la mano. La emancipación de la mujer depende de su libertad de acción, y en ella la sexualidad adquiere un papel de suma relevancia. Si bien la libertad femenina (cuerpo y razón) se define, en gran medida, gracias al entorno sociocultural, son las decisiones y la ética de una mujer —tanto de sus actos, como de sus formas de vida— lo que habrá de configurar su identidad y, por lo tanto, la forma de ejercer su sexualidad.
José Agustín y el erotismo
Uno de los elementos destacables de la narrativa de José Agustín es el erotismo. “Quien haya leído alguna de las novelas de José Agustín habrá notado el énfasis de su escritura frente a la sexualidad como tema. Su novelística, en general, no tiene un solo texto en el que no aparezca el tema erótico sexual” (Pelayo, Treinta años, 70). La pluma de este escritor ha dado a luz personajes que experimentan el placer sexual desinhibidamente a pesar de desenvolverse en el México de la segunda mitad del siglo XX. En este contexto, debemos entender “(…) la expresión del erotismo del cuerpo femenino como un cuerpo [conjunto] de anhelos, deseos, sentimientos, pesamientos, identidad y expresión sexual” (Zapata Ramírez 86).
Socialmente hablando, los personajes de José Agustín se salen del molde, aunque irónicamente representan a grandes sectores poblacionales de nuestro país. La paradoja de estos personajes es que sus vivencias extraordinarias son bastante comunes en la sociedadad mexicana. El extrañamiento que experimenta el lector respecto de los personajes de José Agustín radica en el lenguaje. Nos referimos aquí tanto a la voz narrativa como al discurso de los personajes: “La lengua escrita de la novelística de José Agustín, en la superficie, invita a la lectura frívola por lo inmensamente lúdico, por las trivialidades de la cotidianeidad que incorpora en el devenir de la vida de los personajes, por el erotismo verbal” (Pelayo, Los usos del lenguaje, párr. 4).
El erotismo verbal de la narrativa de José Agustín —del que habla Pelayo— permite la existencia de personajes femeninos que viven su sexualidad plenamente. Estas mujeres de ficción retratan, de diversas maneras, el ideal de la mujer emancipada corporal y racionalmente. Varios de estos personajes aparecen en La miel derramada (1992), antología de pasajes de literatura erótica de José Agustín, realizada por él mismo. Esta antología está compuesta por once relatos, tomados de diferentes novelas del autor. Cabe aclarar que, pese a ser fragmentos de sus novelas, los once relatos funcionan, en La miel derramada, como unidades narrativas autónomas (cuentos).
Siete de los relatos que integran la antología tienen como motivo central una mujer, tanto en la estructura narrativa como en lo referente al erotismo y al acto sexual. En los otros cuatro cuentos, aunque aparecen mujeres, éstas no son relevantes ni narrativa ni simbólicamente. Llama la atención que las mujeres que fungen como motivo central de estas siete historias de La miel derramada, son dueñas de sí mismas y de su sexualidad, lo cual escapa al tradicional retrato de la mujer mexicana del siglo pasado.
Analicemos ahora a los personajes femeninos centrales de La miel derramada, a saber: Lucrecia Borges, Berta Guía de Ruthermore, Cornelia, Raquel, Susana y Consuelo. ¿Cómo toman decisiones estas mujeres respecto del ejercicio de su sexualidad? ¿Cuáles son sus parámetros éticos en cuanto a sus experiencias sexuales?
Libertad de acción y ética en los personajes femeninos de La miel derramada
“Lucrecia Borges”
El primer texto de La miel derramada se titula “Lucrecia Borges”. Lucrecia es “(…) una criada de ochocientos setenta y cuatro años (…) Bigotona, bocona, arrugada, orejuda y apestosa” (Ramírez 7). En su condición de empleada doméstica, Lucrecia tiene contacto frecuente con el hijo de la “patrona”, quien funge como narrador protagonista. Y es él mismo quien se convierte en el objeto del deseo de Lucrecia.
La sexualidad que ejerce Lucrecia Borges es plena y desinhibida. A ella no le apena mostrar su deseo sexual ante la gente, mucho menos ante el protagonista; es dueña de su cuerpo y a través de éste expresa su erotismo. El primer acercamiento que tiene con el muchacho, se da mientras él duerme: “Debo haber abierto los ojos al máximo, porque ella sonrió (¡seductora!) y entrecerró los ojillos” (8). En adelante, Lucrecia acosa al joven contantemente y, al final, se le ofrece de manera directa, aunque no logra su cometido.
Lucrecia Borges encarna la acción libre del tipo C, pues actúa debido al carácter irresistible de un deseo sin que intente impedir que ese deseo determine su acción (Frankfurt 78). Para esta mujer lo más importante es el ejercicio de su sexualidad, sin importar su edad, condición física, ni estatus socioeconómico. Ella actúa en función de su deseo carnal y busca satisfacerlo de manera constante, aunque sea rechazada en el proceso.
A partir de la narración se infiere que Lucrecia obra sin inhibiciones en el ámbito sexual de manera frecuente, pues persigue insistentemente al protagonista en busca de satisfacer su deseo. El ofrecimiento directo de su cuerpo nos lleva a establecer que para Lucrecia el sexo es natural. Para ella, el sexo es bueno siempre y no tiene relevancia moral (Marina 193).
Así pues, la sexualidad desinhibida de Lucrecia Borges y la evasión inconsciente de toda implicación moral en la satisfacción de su deseo carnal, evidencian que la libertad sexual del personaje es su modo de vida.
Berta Guía de Ruthermore, de “Ahí viene Dalila”
El segundo texto de La miel derramada, titulado “Ahí viene Dalila”, cuenta la relación fugaz entre Gabriel Guía, un muchacho capitalino de dieciséis años, y su tía Berta, quien vive en Chicago. Debido a la distancia, entre ellos no existe ningún tipo de relación.
Berta tiene treinta y tres años, “(…) un poema hecho mujer (…) Alta, ojos destellando simpatía y malicia. Y un cuerpazo” (Ramírez 13). La vida de la tía Berta en Chicago es un misterio que no se desvela en toda la historia. Lo que sí se vuelve evidente es el deseo sexual que Berta siente por Gabriel: “Me caes muy bien, sobrino, me caes muy bien, me gustas, tengo ganas de besarte no con un beso maternal ni de tía, no, no, no” (18). En este sentido, el erotismo del cuerpo expresado por Berta recae en sus deseos, pues ella misma es quien propicia el encuentro carnal con Gabriel en la fiesta que éste le ha organizado. Sin embargo, al final parece que Berta se arrepiente de haber tenido relaciones sexuales con el muchacho, pues le deja una nota de despedida donde le pide olvidar aquel momento y disculparla por su conducta inapropiada.
El comportamiento inicial de Berta coincide con la libertad de acción del tipo C (actuar sin oponerse al deseo), pero el arrepentimiento posterior mostrado en la nota se apega más a las acciones del tipo A: sensación de una persona de que actuó involuntariamente debido a las circunstancias externas no acordes con sus deseos (Frankfurt 75). Esto quiere decir que la conducta sexual de Berta para con Gabriel se vio determinada por las circunstancias: una fiesta, alcohol, contacto físico, etc.
Dado que para Berta las circunstancias propiciaron el encuentro sexual con Gabriel, en este hecho sí hay relevancia moral. Si bien la relación ocurrió de mutuo acuerdo, ella considera que el acto no es bueno ni natural, lo cual se apega a la moral de los actos que “supone que todo acto es intrínsecamente bueno o malo” (Marina 191). En el caso de Berta, el miedo a la inmoralidad representa una limitante para el libre ejercicio de su sexualidad.
Cornelia, de “Me calenté horrores”
En el texto “Me calenté horrores” se narra el encuentro sexual entre Virgilio y Cornelia. En esta historia destaca la figura de Cornelia, cuya personalidad se dibuja a partir de sus conductas sexuales, lo cual es una expresión abierta del erotismo en relación con su identidad. Se trata de una mujer de “(…) veinticinco años y cara muy bonita, como de modelo”, casada y con fama de “putísima (…) porque su marido nomás no le bastaba” (Ramírez 53). Es ella quien propicia el encuentro sexual con Virgilio; lo invita a su casa mientras están en una fiesta, aunque su marido la acompaña. Esta mujer no tiene inhibiciones en el plano sexual; toma la iniciativa y mantiene el control [absoluto] de la relación en todo momento.
Hasta este punto, puede decirse que Cornelia practica la libertad de acción del tipo C, pues “(…) actúa debido al carácter irresistible de un deseo sin que intente impedir que ese deseo determine su acción” (Frankfurt 78). Esto quiere decir que Cornelia se deja llevar por su apetito sexual desbordado e incluso va más allá: mientras Virgilio está eyaculando, ella toma un látigo y le golpea el pene hasta sangrar. Aunque no se aclara el motivo de la violencia física ejercida por Cornelia, ésta puede interpretarse como parte de su proceso para obtener placer sexual.
La moral sexual de Cornelia constituye su forma de vida. Su sexualidad se configura a través de actos sin relevancia moral dado que el sexo, según su propia concepción, es bueno siempre y cuando satisfaga sus necesidades fisiológicas. Para esta mujer el sexo “Es una cosa agradable, intrascendente, sana y estimulante” (Marina 193). Cornelia no muestra miedo a los preceptos morales, ni siquiera a los que pudiera imponerle el matrimonio. Y como no tiene miedo a la inmoralidad, no se somete a ningún tipo de ley que frene sus deseos naturales. Por el contrario, somete a Virgilio a sus propias leyes, anulando su libertad de acción.
En conclusión, Cornelia encarna la acción libre del tipo C en su máxima expresión, aun cuando anula la libertad del otro.
Raquel, de “El lugar no es apropiado”
“El lugar no es apropiado” cuenta la historia de la visita de Raquel a Ernesto, quien se encuentra en la cárcel. Desde el inicio, la intención de Raquel al visitar a su amigo parece un gesto de auténtica amabilidad, aunque se expone irremediablemente a las miradas lascivas de los presos. A pesar del riesgo que supone estar en un sitio poco o nada seguro para ella, Raquel accede a entrar en la celda de Ernesto.
En este relato, la celda juega un papel fundamental en la sucesión de los hechos. El ambiente sórdido propicia el empoderamiento progresivo de Ernesto frente a Raquel, mismo que alcanza su punto máximo cuando éste la encara preguntándole la razón por la cual ha ido a visitarlo. Entonces ocurre el encuentro sexual, del cual ella parece no tener control: “(…) ella, más que luchar, se debatía en movimientos incoherentes, (…) advertía ráfagas de luces brillantes que se desparramaban como sus pensamientos, en destellos inconexos (…)” (Ramírez 72).
Aunque Raquel cede ante el placer sexual, su conciencia no se anula por completo. Es decir, su disposición voluntaria al encuentro sexual no constituye una condición suficiente para la acción libre (Frankfurt 80). Cabe mencionar que, al final del relato, Raquel se muestra arrepentida de su coito: “(…) Dios mío, tú sabes que no vine a hacer el amor con un preso” (Ramírez 76). No obstante, este encuentro sexual constituye una clara expresión del erotismo del personaje en relación con sus deseos carnales.
La libertad de acción que ejerce Raquel es del tipo B: “Existe un conflicto en su interior, entre un deseo de primer orden de hacer lo que en realidad hace y una volición de segundo orden de que este deseo (…) no sea efectivo para determinar su acción” (Frankfurt 76). Dicho de otra manera, Raquel enfrenta su deseo sexual contra su propia voluntad de negarse al encuentro con Ernesto.
Aunque la moral de los actos establece que el sexo es bueno si ocurre entre adultos y de mutuo consentimiento (Marina 193), Raquel no puede considerarse moralmente responsable de lo que hace, pues la fuerza del deseo supera su propia voluntad.
Susana, de “Deja que sangre”
“Deja que sangre” es el título del texto en el que aparece Susana, una mujer que, en pleno uso de la razón, se escapa del yugo marital para involucrarse en una relación meramente sexual con su compañero escritor. En la historia que se cuenta en La miel derramada, Susana está con su amante en Chicago, en un albergue de la Asociación de Jóvenes Cristianos (ironía, seguramente), cuando su marido, Eligio, los encuentra y los espía mientras sostienen una relación sexual. Susana continúa el coito incluso cuando se da cuenta de que su esposo la observa, lo cual constituye una clara manifestación del erotismo del cuerpo femenino en relación con el deseo carnal y una abierta expresión sexual: “(…) La mirada que le dedicó Susana había sido la más terrible, un destello de luz neutra, sin coloración, que penetró hasta lo más profundo de él (…)” (Ramírez 91). Cuando Eligio la confronta, ella sólo atina a pedir clemencia para su amante, para luego sentarse al borde de la cama sin mostrar emoción alguna.
Si bien Susana ya ha manifestado que su libertad de acción se apega a las situaciones del tipo C, pues actúa para satisfacer su deseo sin oponerse a él (Frankfurt 78), la plena confirmación de su libertad se da cuando Eligio la enfrenta; ella permanece inamovible en su decisión de no abandonar aquel sitio. Susana está consciente de que su actuación obedece al carácter irresistible de su deseo, sexual o de libertad, y no intenta impedir que ese deseo determine su acción.
La moral de Susana rebasa los límites de la sexualidad, pues el pleno y libre ejercicio de la misma la ayudan a construir su libertad en todos los sentidos, incluso respecto de su marido. Su necesidad de libertad la lleva a ejercer una sexualidad sin ataduras, sin relevancia moral. Ella está consciente de que la libertad se logra a partir de la satisfacción de sus deseos naturales y del ejercicio de la razón.
Susana aspira a convertirse en una mujer completamente libre, pues “La inteligencia es lo único que tenemos para dirigir nuestro comportamiento” (Marina 199). Y es a partir de la inteligencia que esta mujer decide atender sus deseos sexuales, los cuales habrán de reafirmarla como un ser independiente.
Consuelo, de “La reina del metro” y “Disolvencia”
En los últimos dos textos de la antología (“La reina del metro” y “Disolvencia”), José Agustín presenta a uno de los personajes femeninos más complejos de La miel derramada: Consuelo. “Era una chava de rostro horripilante (…) que no intentaba cubrir su fealdad”, mientras que su cuerpo era “sublime, irreprochable, monumental, alucinante (…)” (Ramírez 136). Consuelo viaja en el metro cuando conoce a Lucio, el protagonista, con quien habrá de tener un encuentro sexual, y a quien habrá de contarle los pormenores de su vida.
La primera experiencia sexual de Consuelo ocurre a sus catorce años, con su hermano. En un viaje nocturno en carretera, el hermano la acaricia mientras ella finge dormir, lo cual la lleva a experimentar su primer orgasmo, aun cuando no tienen relaciones sexuales. La libertad de acción de Consuelo en su primera experiencia sexual puede clasificarse como una situación del tipo A: actuó de manera involuntaria debido a las circunstancias externas no acordes con sus deseos (Frankfurt 75). Sin embargo, Consuelo no opone resistencia alguna a la voluntad de su hermano.
Mientras platica con Lucio, Consuelo refiere un episodio de su pasado reciente en el cual su libertad de acción se vio anulada: sufrió una violación multitudinaria que la dejó al borde de la muerte. Es precisamente la experiencia de la violación lo que lleva a esta mujer a ejercer la acción libre del tipo C. En adelante, ella decidirá qué hacer con su cuerpo y en qué circunstancias: actúa debido al carácter irresistible de su deseo sexual y no intenta sofocarlo (78).
Consuelo construye su modo de vida en torno del ejercicio de su libertad sexual. Para ella la sexualidad no tiene relevancia moral, pues se trata de una necesidad natural que no está dispuesta a reprimir. Consuelo no teme a la inmoralidad, por lo cual no se somete a las leyes morales colectivas. Asimismo, este personaje expresa su erotismo a través de sus deseos y lo convierte en parte de su identidad.
Conclusión
En La miel derramada, José Agustín presenta personajes femeninos libres en cuanto a su sexualidad. Las decisiones de estas mujeres en relación con su erotismo y su actividad sexual, se materializan en un contexto de libertad de acción que no se somete a la voluntad masculina. Se trata, pues, de un auténtico ejercicio de autonomía femenina, construido en contextos socioculturales diversos que ayudan a las mujeres a comprender y construir su “ser y estar” femeninos.
Lucrecia, Berta, Cornelia, Raquel, Susana y Consuelo gozan de libertad para decidir sobre su cuerpo y disfrutar de su sexualidad. Sus deseos determinan sus acciones de diferentes maneras: en las situaciones del tipo A actúan movidas por las circunstancias; en las situaciones del tipo B privilegian la fuerza del deseo por encima de la fuerza de voluntad; y en las situaciones del tipo C actúan dejándose llevar por su deseo, sin oponerse a él.
El ejercicio de la libertad femenina en el plano sexual conlleva la praxis de principios éticos. Las acciones realizadas por los personajes femeninos de La miel derramada configuran su propia moral sexual. Berta y Raquel practican la moral de los actos, según la cual el sexo puede ser bueno o malo, dependiendo de la situación, siempre y cuando se trate de actos aislados o únicos. Lucrecia, Cornelia, Susana y Consuelo obran según la moral de las formas de vida, en la cual la agrupación y clasificación de sus actos [buenos o malos] genera normas que rigen su conducta, aunque dichas normas resulten inmorales para la colectividad.
Las mujeres de La miel derramada, de José Agustín, son dueñas de sí mismas y de su sexualidad. Son libres para actuar, para establecer y practicar una ética particular según sus prerrogativas sexuales, y para construirse a sí mismas como seres autónomos, capaces de decidir sobre su propia vida.
Bajo el planteamiento inicial de este trabajo, según el cual la libertad de acción es un elemento fundamental del feminismo, principalmente en lo que toca a la sexualidad, podemos decir que los personajes analizados son —de algún modo— feministas. Los personajes femeninos de La miel derramada experimentan el placer sexual de manera libre, tanto corporal como racionalmente, lo cual se plasma en la narración gracias al erotismo verbal utilizado por José Agustín. A pesar de su entorno sociocultural, estas mujeres deciden libremente sobre su cuerpo, atendiendo a la ética de sus actos y modos de vida, lo cual las ayuda a emanciparse y a construir su identidad.
Considerando que el cuerpo es una construcción simbólica donde confluyen lo físico/biológico y lo social, es importante entender cómo este constructo se materializa de diferentes maneras en la mujer, en lo femenino. La libertad de acción de la mujer incluye la capacidad de experimentar el erotismo y el placer sexual, aun bajo preceptos éticos. La tipología de la acción libre y la ética de los actos y las formas de vida nos permiten entender cómo las mujeres logran su emancipación, y cómo una pluma masculina, la de José Agustín, a través del erotismo verbal, logra dar vida a personajes feministas, capaces de ejercer la autonomía a partir de su cuerpo.
Obras citadas
Burgos Díaz, Elvira. “Luchas por la libertad: cuerpos en acción”. THÉMATA. Revista de Filosofía, no. 48, 2013. doi: 10.12795/themata.2013.i48.18. Consultado el 02 de septiembre de 2022.
Cobo Bedia, Rosa. “El cuerpo de las mujeres y la sobrecarga de sexualidad”. Investigaciones Feministas, vol. 6, 2015. http://dx.doi.org/10.5209/rev_INFE.2015.v6.51376. Consultado el 02 de septiembre de 2022.
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Susana Idalia Jáquez Pérez Licenciada en Letras Españolas y Maestra en Humanidades (UACH); Maestra en Educación, Campo Práctica Docente (UPNECH). Docente del área de Español y Literatura desde 2008, con experiencia en educación básica, media superior y superior. Investigadora de los procesos de comprensión lectora. Actualmente es estudiante del Doctorado en Educación, Artes y Humanidades (UACH) y funge como Coordinadora de Preparatoria de la Red de Escuelas SER.