Fascíname
Isabel, vive en Sintra Portugal, en una casa de mosaicos azules, la fachada es semejante a la de un castillo. En este lugar, moran mujeres ancianas que se quedaron solas. Ella se niega a no ver realizado su deseo. Sus padres se conocieron en Porto en un hospital de la ceguera; ellos eran ciegos, por este motivo nunca se pudo casar y tener hijos, aunque fue algo que siempre soñó.
Y se la pasa ahí, sacudiéndose el polvo de los años. Hoy la escuché hablar sola; me asomé por su ventana. ¡Esta vestida de novia, se puso mi bata blanca y se hizo el velo con el mantel de encaje! ¡Hasta sé maquilló con mis pinturas!
Isabel, es una mujer que siempre habla del deseo que tuvo de formar una familia, pero por cuidar de sus padres no pudo lograrlo. Las veces que el amor toco a su puerta fueron varias. Ahora esta tratando de realizar ese anhelo. Y ya arreglada habla para sí:
Hoy me caso con Juan de Castilla rey de España; y a partir de ahora seré la reina de Castilla, dejare de ser Isabel de Portugal. Alfonso mi hermano me llevará a la iglesia; llamaré a mi hermana para que me ayude a terminar de vestir: —¡Juana María! —Ya estoy aquí hermana, ¿que se te ofrece? —Mira, ayúdame a ponerme las zapatillas; después vas a ver si ya está listo el carruaje por favor. —¡Espérate! Dime, ¿Ya está vuestra hermana Catalina? Ya ves que ella va a cantar en mi ceremonia, —Si, está en la catedral esperándote. Hace dos horas la trajeron de Cascáis.
Salió de la habitación, ahora camina rumbo al jardín; las burlas de sus compañeras podrían arrancarle su deleite. Pero ella está absorta disfrutando su momento, no sé ha dado cuenta que desde lejos yo la estoy viendo. ¡Que bella se ve! Aún con sus noventa años; resalta su tez blanca y sus facciones finas que a pesar de los años todavía conserva, los rizos de cabello plateado hasta los hombros, combinan con su arreglo de novia.
Todos han enmudecido, viéndola recorrer el jardín hablando sola: pero ahí viene, simulando caminar del brazo del rey.
Ahora, entró a su cuarto y cerró la puerta, imaginando que con ella está su marido el rey Juan de Castilla. Y aunque nunca conoció varón, hizo lo que algunas veces leyó que se hace en las noches de amor:
—Mi señor: ¡qué gran dicha la mía, por fin seré su mujer!
—¡Sí, mi amada! Ven pequeña, embriaguémonos de amores; déjame sentir la fragilidad de tu ser junto al mío, hagamos de los dos una sola carne.
—¡Fascíname, cariño, toma mi cuerpo y desahoguemos nuestra pasión!
Ayer tuvo su noche de amor, y hoy dice que está embarazada de Juan II de Castilla, por lo tanto, se prepara para recibir al príncipe Fernando.
Hoy, amaneció más cansada que de costumbre, pero no deja de sonreír, se frota el vientre; ya lo tiene algo abultado, le pregunté si se siente bien y sólo dijo que muy pronto dará a luz. Quiere ir a caminar. Tiene una sonrisa muy ingenua me hace pensar que en verdad disfruta de su fantasía.
—Querido, ya te quiero conocer; presiento que serás muy parecido a tu padre, espero que él regrese pronto y este aquí para cuando tu nazcas, te prometo bautizarte en Lisboa, sí, ahí donde Juan me propuso matrimonio.
¡Que bárbara! ¡No puedo creer lo que estoy escuchando! Pero sí, cada día yo la veo muy mal; sé queja de dolor en la cadera y respira con dificultad.
—¡Tengo mucho calor, me estoy ahogando! ¡Por favor!… ¡Corran por la partera que ya voy a dar a luz! ¡Anaaa, apúrate que me muero, ya no aguanto más, va a nacer mi hijo el príncipe!
Sí, ha fallecido. No sé dio cuenta, pero estaba con ella, quitándole dos almohadas del vientre; pero bueno, en medio de su locura, logro irse de esta vida cómo siempre lo soñó. Ser madre.
Ana María Hernández Herrera. Enfermera de profesión desde 1979. Sus escritos han sido publicados en la revista Selecciones, Aposento Alto y el Diario de Juárez.