ISSN 2692-3912

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—¿Ya oíste cómo está todo?, me dijo hoy en la mañana cuando hablamos por teléfono. Pensé que se refería al enfrentamiento que hubo ayer en San Cristóbal de Las Casas, en donde los balazos salieron a relucir, y la gente tuvo que correr en busca de un lugar dónde resguardarse. Sin más, agregó: —Ayer, cerca de acá, un muchacho que era albañil fue asesinado. Un hombre llegó a la obra en la que trabajaba, y preguntó por él. En cuanto se identificó, le disparó a quemarropa.

            La voz de ella, por medio de la línea telefónica, me llegaba con la cadencia que me hacía suponer que se encontraba bien, luego de que días atrás se le había instalado la angustia al imaginar las consecuencias de la caída que sufrió sin que hubiera tenido conciencia en qué momento estuvo en el suelo, boca arriba.  Ahora, me transmitía su desconcierto por el asesinato del joven trabajador de la construcción. Y como siempre, pasó a hablar de otra cosa. Así es, está en su natural: va de una conversación a otra para recaer en la que ha sido su eterna preocupación: ¿tienen qué comer?

            Pronto cumplirá ochenta y cuatro años. “Ya estoy robando aire”, le gusta decir a la menor provocación. “Nada más nos amenaza”, le responde una de sus nueras. Ella y su esposo son una pareja que se ha ganado un lugar en el pueblo. Ella no nació ahí, tampoco él. Ella era muy pequeña cuando su padre decidió ir a buscar fortuna a ese pueblo; confió en que su oficio de talabartero le proveería lo necesario para el sustento de su esposa y sus cuatro hijos: dos mujeres y dos hombres. Él llegó al pueblo como profesor de primaria; se instaló ahí, sin querer buscar otros horizontes que el ascenso laboral pudiera brindarle. Encontró el terreno seguro que quizá estaba buscando.

            Cuando llamo por teléfono, sé que ella me va a contestar. Él habrá ido al mercado por las verduras, la carne con las que ella hará la comida del día. Cuando se decretó la emergencia sanitaria, en marzo de 2020, con el fin de evitar la propagación del virus SARS-Cov-2, de inmediato pensé en ellos. ¿Cómo habrían de recibir las disposiciones gubernamentales: “abstenerse de realizar actividades fuera de casa, mantener la sana distancia y las medidas básicas de higiene”? ¿Qué tan definitorias las habrían de ver? Ante mi insistencia de que habrían de reducir las salidas en busca de alimentos, ella, sin más, lanzó la que ha sido su expresión para enfrentar la pandemia: “Cuando te toca, te toca”.

            El que me hubiera referido el asesinato del joven abonaba a su posición que ha defendido a partir de que dio inicio “esta pendejada”, como le gusta decir a él, a quien se le ha aminorado el coraje que le produjo el sentirse encerrado, sin tener la libertad de convocar a quienes quiere. Cualquier deceso no relacionado con la Covid-19 es un punto que ella se anota a su favor. También ha hecho suyas las historias de quienes con hierbas lograron ahuyentar los efectos letales del virus: “Cuando te toca, te toca”.

            El jueves 26 de marzo de 2020, cuando con la incertidumbre a cuestas debí viajar al pueblo, era perceptible que ahí la gente ignoraba las indicaciones sanitarias. Los negocios permanecían abiertos. Frontera Comalapa aún mantenía la movilidad que lo ha caracterizado: personas de poblaciones de la Sierra, de la zona de la presa de La Angostura y del distrito de riego San Gregorio Chamic acuden a las oficinas gubernamentales a realizar algún trámite, a cobrar las remesas que reciben de sus parientes que están en Estados Unidos y a comprar en las tiendas que abundan en el lugar; de Guatemala también ingresan personas para adquirir productos diversos. En ese país se había impuesto el toque de queda. La frontera en el lado de La Mesilla había sido cerrada por decisión del gobierno guatemalteco.

            Los trabajadores del transporte público no sabían si continuarían con sus labores; se había reducido el número de viajeros. El desconcierto se dejaba sentir en el lugar. Cuando volví a San Cristóbal de Las Casas ese mismo día jueves, el chofer de la Urvan que me llevó de Frontera Comalapa a Comitán me preguntó: “¿Y si todo es una mentira?” Y de inmediato dijo: “No sé si el patrón me va a recibir la cuenta”.

            Las noticias sobre los contagios en Chiapas empezaron a darse a conocer a finales de marzo de 2020. La Secretaría de Salud del estado confirmó la existencia de dos casos de coronavirus en San Cristóbal de Las Casas. En la entidad existían, para el 30 de marzo, once casos en total. En la tarde del 3 de abril se informó que una persona del municipio de La Independencia había enfermado a causa del virus SARS-Cov-2; esa persona trabajaba en Tijuana. Para el 6 de abril, se supo que el joven falleció. En un comunicado, el ayuntamiento de La Independencia fue el encargado de exponer que “los familiares se negaron a que fuera entubado a pesar de las peticiones de los médicos del hospital, según su religión no lo permitía”.

            Mientras llegaban a mí las noticias por medio de la radio local, de las consultas que hacía a través de Internet, ella, la mujer quien pronto cumplirá ochenta y cuatro años, me decía por teléfono que en Frontera Comalapa no se estaban respetando las medidas sanitarias. Y cada vez que hablamos, dos años después de la emergencia de salud provocada por el virus, me pregunta de manera insistente: “¿Tenés miedo?” No espera mi respuesta. Pronto, me dice: “Aunque me meta debajo de la cama, si me va a tocar, me va a tocar”.

            El 4 de abril de 2020, en la noche, me llamó por teléfono para comentarme que le dijeron que al mercado dejarán de llegar quienes ahí venden. “¿Y qué vamos a hacer?”, preguntó. Ella misma lanzó la respuesta: “Vamos a esperar”. Cuando tres días después viajaron a una localidad cercana en la que habría una fiesta familiar, me dijo, como una manera de mostrarme su ausencia de miedo: “Vamos al matadero”.

            El día 7 de abril de 2020, el esposo de ella me habló de un joven de Agua Zarca, barrio del pueblo, que murió en Estados Unidos por la COVID-19. La gente del barrio se oponía a que el cuerpo fuera repatriado. No se le dejaría entrar. Ese mismo día, en la radio local, en San Cristóbal de Las Casas, se transmitió la nota de que, en Tapachula, en la esquina de la terminal de autobuses ADO, una persona se había desmayado. Quienes presenciaron lo sucedido no se acercaron a ver qué le ocurría. Dos policías de seguridad privada fueron los únicos que se animaron a aproximarse a la persona desmayada, sin siquiera auxiliarla.

            Hubo localidades, ubicadas a la orilla de la carretera que va de Frontera Comalapa a Motozintla, en las que se cerraron las entradas y se colocaron vigilantes. En el muro del Facebook de “Comalapa Chiapas”, el 11 de abril de 2020, encontré lo siguiente: “Ya hay varias colonias y ejidos de Comalapa cerrados completamente por el COVID-19… Si sabes de alguno menciónalo aquí”. Días después, en ese mismo muro, se escribió esto: “Instalan filtros sanitarios en las entradas a Frontera Comalapa, revisan transporte público y atienden a personas que traigan síntomas del COVID-19”. Lo que dijo al final de una reunión de trabajo uno de mis compañeros puede ser la clara expresión de lo que se dejaba venir: “Esto se va a poner cabrón”. La reunión había sido por medio de la plataforma de Zoom: cada uno en su casa.

            El 16 de abril, en la conferencia del secretario de salud de Chiapas, se habló del primer caso de contagio en el municipio de Frontera Comalapa. Él, esposo de ella, trató de averiguar dónde se encontraba esa persona. No hubo noticias en el pueblo de ese hecho. Era probable que la persona hubiera enfermado en ese lugar, y que luego se le trasladara a la capital del estado, en donde el gobierno había instalado áreas especiales para la atención de quienes estuvieran contagiados con el virus.

            “El gobierno no debió haber hecho esto”, dijo una vecina cuya familia da rentados locales en el centro de San Cristóbal de Las Casas. “El efecto sobre la economía va a ser más fuerte que el mismo virus. Ya dijo la OMS que todos nos vamos a infectar. El tenernos encerrados es una prueba de que se nos puede controlar. A nosotros, este mes, ya no nos pagaron la renta de los locales. Ese es nuestro principal ingreso. A mis suegros tampoco les pagaron. ¿De qué vamos a vivir? No se debió detener la economía”, sentenció dos días antes de que el subsecretario de salud del gobierno federal, el 21 de abril de 2020, declarara que se estaba en la etapa tres de la emergencia sanitaria, con lo que las restricciones debían ser severas. En Frontera Comalapa, me dijeron las dos personas mayores, se actuaba como si el virus no existiera.

            A principios de mayo, el ayuntamiento de San Cristóbal de Las Casas estableció la ley seca, un buen momento para que los acaparadores aumentaran el precio de la cerveza. En los primeros días de la crisis de salud, había conseguido con los vecinos en ciento veinte pesos las seis latas de cerveza Modelo; en mayo, las vendían en ciento sesenta. Los amigos de una tienda de productos artesanales me dijeron de un señor que había empezado a vender cervezas Corona; me pasaron el número de su celular. Me dijo que las seis latas de Corona tenían un precio de ciento cincuenta pesos. Con doce que comprara, gastaría trescientos pesos. Me contuve. Mis incursiones en las librerías en línea me mostraron que los libros habían bajado de precio. Hacía tiempo que quería comprar dos de Vivian Gornick. Una de esas primeras mañanas de mayo, luego de haber decidido que invertiría mi dinero en algo mejor, entré en la página de la librería Gandhi. Me dio gusto ver que Apegos feroces, que había costado trescientos pesos, se ofrecía en ciento noventa y cinco; y La mujer singular y la ciudad, en ciento cuarenta y seis; su precio anterior era de doscientos veinticinco pesos. El sábado 9 de mayo recibí el paquete con los libros. Al abrir la puerta, el trabajador de Estafeta me dijo: “Don Carlitos, acá está su paquete”; lo llevé hacia la parte de atrás de la casa, como si en verdad estuviera infectado, como si adentro se albergara el virus. Se había apoderado de nosotros, en la casa, esa manía de desinfectar todo lo que, por alguna u otra razón, se nos entregaba. Al dejarlo en un lugar lejano, con el temor de que el virus pudiera escapar del paquete, pensé en la actuación de la mujer que cumplirá pronto ochenta y cuatro años, en su esposo. Vi los libros al día siguiente.

            Movimiento perpetuo fue un libro que me gustó desde la primera vez que lo tuve conmigo. Conseguí un ejemplar que me costó, si recuerdo bien, diez pesos en una feria de libro, no sé dónde. Lo tenía a la mano. Hubo el terremoto en 2017. Dos de mis libreros se vinieron para abajo. Poco a poco, depuré mis libros. Según yo, el de Monterroso había quedado a la vista. No lo encontré. Esa edición era de una colección de pasta dura, color azul. A finales de abril de 2020, vi anunciada en Gandhi la edición de ERA, con la portada de Vicente Rojo. La compré en ciento cincuenta y nueve pesos. Quise pagar por medio de la banca móvil. No lo logré. Busqué un cajero. Salí, me vi obligado a salir con tal de comprar el libro. Lo recibí siete días después, antes de que llegaran los de Vivian Gornick. Desinfecté el paquete. Lo tuve lejos de mí. No me animaba a abrirlo. Lo hice al día siguiente. Dos separadores en forma de lobo vinieron de regalo. ¿Los habrán hecho por el lobo de Coita?, preguntó mi hijo.

            A principios de abril de 2020, se difundió que en Coita, localidad llamada también Ocozocoautla, cercana a Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas, se había visto a un hombre lobo. La noticia se colocó en las redes, en los noticieros de medios nacionales. Con el propósito de capturarlo, hubo gente que salió en su búsqueda durante dos noches seguidas. El 11 de abril, a la una de la mañana con nueve minutos, según se consigna en la página de Unotv.com, Saúl Zenteno-Bueno colocó un tuit en el que definió el hecho de la siguiente manera: “El #COVID 19 nos traerá mal pero el hombre lobo en Coita es otro nivel”. En la nota de Unotv.com se aclaró lo sucedido: “Ante la expectación creada por estos rumores del avistamiento del hombre lobo en el municipio de Ocozocoautla, en Chiapas, el cantante y actor conocido como Luis Comander contó que el rumor empezó cuando él se encontraba en Ocuilapa, donde una vecina le refirió sentir miedo ante el avistamiento de lo que pensaba era un hombre lobo. El actor indicó que fue él quien se lo comentó a una persona que trabaja en Seguridad Pública, y esta persona, a su vez, se encargó de contárselo a otro, por lo que el rumor del hombre lobo creció, como un teléfono descompuesto. ‘No hay hombre lobo… Téngale miedo a los vivos, porque los muertos y los hombres lobo no hacen nada’, finalizó Luis Comander en un video que subió a sus redes sociales para aclarar este rumor” (https://www.unotv.com/noticias/estados/chiapas/detalle/chiapas-aclaran-rumores-de-hombre-lobo-en-coita-chiapas-071279/).

            Un rumor de otra índole provocó que, a principios de mayo, según consignó Isaín Mandujano en su muro de Facebook, en Motozintla, ciudad que se encuentra a cuarenta y cinco kilómetros de Frontera Comalapa, hacia el sur, “al enterarse del tercer caso de coronavirus —uno de ellos fallecido—, los pobladores se rebelaron en contra [sic] la pandemia al señalar que el COVID 19 no existe. Por lo que usuarios de redes sociales y otros vía WhatsApp llamaron a toda la población a salir de sus casas y ocupar los espacios públicos, pues han vivido ‘engañados’”.

             “Esto es un asunto político”, me dijo de manera insistente ella, la mujer que pronto cumplirá ochenta y cuatro años, una idea que transmití a un grupo de estudiantes, con quienes tuve una sesión por medio de la plataforma de Zoom, sistema de comunicación con el que empezaron a tenerse sesiones de trabajo, a impartirse las clases. Al principio de la pandemia, como se hacía uso, quizá, del servicio gratuito, los proveedores de este mecanismo no tenían controles que evitaran la incursión de personas que se dedicaban a lanzar insultos o ráfagas de videos en los que se mostraban escenas pornográficas, así ocurrió en la segunda sesión del seminario “El teatro y la peste”, conducido por Enrique Flores, investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Durante tres, cuatro segundos, se insertó una imagen con contenido sexual. Los profesores de la Universidad debieron reconocer que la Coordinación de la Universidad Abierta era la mejor garantía de que las sesiones no serían interrumpidas por medio de esas imágenes. El confinamiento dio la posibilidad de que la oferta académica de la Universidad estuviera disponible para los interesados en temas diversos, en los que la pandemia era un punto de análisis, de acuerdo con la formación de quienes los proponían. Dejó de ser inconcebible que en un curso impartido en línea hubiera entre cien y ciento veinte asistentes. De las nuevas acciones que provocó la pandemia estuvo que, por ejemplo, Mangos de Hacha, editorial fundada por José Luis Bobadilla, que en paz descanse, y Ricardo Cázares, dejara en la plataforma de Issuu libros de su catálogo.

            Cuando ella, la mujer octogenaria, volvió a decirme que la pandemia era un invento, yo había terminado de leer Los sueños de un cisne en el pantano, escrito por Leo Zavaleta, mujer que estuvo presa en el penal en el que mi madrina ofrece ayuda antropológica y en el que impulsa, junto con otras personas, un taller de escritura. Para Leo Zavaleta, leer y escribir con la ayuda de las promotoras del taller le dio la gran oportunidad de verse como mujer, como alguien que podía sobreponerse a las adversidades, que tuvo muchas. Estuvo cuatro años en prisión, en el estado de Morelos. Mi madrina me envió el libro por medio del WhatsApp, con un recado: “Leo murió la semana pasada, víctima de la COVID-19”.

            La posición de ella, la mujer de los casi ochenta y cuatro años, quizá se veía impulsada por los recados que circulaban en grupos de WhatsApp, en los que estaba incluido uno de sus hijos, como el que se propagó el domingo 10 de mayo de 2020, sobre un ejido de Frontera Comalapa: “En Paso Hondo no hay ningún caso de COVID-19 no anden alarmado [sic] a la gente. Utoridades [sic] y centro de salud informe [sic] cosas reales no falsedades. Pura falsedad, Del supuesto [sic] Joven que tenía síntomas de COVID-19 en Sus [sic] demostraron que tiene dengue y piedras en el páncreas, y que ya está mejor… Según investigaciones médicas a fuerza querían meterlo con COVID-19, incluso les ofrecieron dinero $ a familiares, para tener derecho a trasladarlo a la Ciudad [sic] a [sic] Comitán Chiapas, pero sólo al Joven [sic] sin que ningún familiar lo acompañara. El padre evitó que no [sic] se lo llevarán [sic]. Palabras que narra el Señor Padre del Joven [sic]. Amigos, amigas compartan esta información ya que eso están [sic] pasando en muchos lugares”.

            Ahí mismo, en Paso Hondo, municipio de Frontera Comalapa, el viernes 15 de mayo, según recado que se distribuyó por WhatsApp, hacia las diez de la noche, hubo “un feroz enfrentamiento”, el cual se explicó en ese mismo recado de la siguiente manera: “El caso es que un grupo de habitantes del lugar cerraron los accesos que conducen a Comalapa y otro grupo del mismo lugar, comerciantes pretendía [sic] abrir las vías de acceso. En ese ínter ambos grupos se enfrascaron [sic] con palos, machetes y armas de fuego con la [sic] que han hecho detonaciones y muchos disparos. Hasta las 8:40 de la noche no se sabe de heridos pero la gente corre despavorida por las calles. Los vecinos cerraron el lugar por protegerse de la pandemia del COVID-19, pero están bloqueando el paso que conduce a todos los Municipios de la sierra y la costa, incluso, la misma cabecera municipal. Ya intervino el ejército, en estos momentos, las fuerzas militares empiezan a timar el cintro [sic] de las turbas desbordadas. Hay pánico en el lugar de ver tanta gente armada y golpeandose [sic] unos con otros”.

            Dos meses después de que el gobierno federal dispuso, en 2020, el aislamiento como una medida sanitaria, con la figura de la heroína Susana distancia, ella, la mujer mayor fue al mercado, un sábado antes de que terminara mayo. Frontera Comalapa seguía con su movimiento de siempre. Se le había dicho a ella que la señora con quien compra la verdura había enfermado porque se contagió con el virus. Al verla, le preguntó por qué no había llegado a vender. Le contó que había ido a ver a una de sus hijas, quien vive en Lázaro Cárdenas, por Chicomuselo, a quien se le reventaron las várices. Después, le dijo que sí, que sí se había sentido mal: malestar en la garganta, temperatura, dolor de cabeza. Quien vende el pollo le platicó que la necesidad la había hecho ir a abrir su local. Un señor que estaba sentado en la banqueta le dijo que no podía respirar. Supo también que fallecieron dos mujeres de la familia Roblero; una de ellas era persona de edad avanzada; la otra murió de un paro cardiaco al ver que su mamá había muerto. El mercado se había convertido en un foco de infección.

            El 1 de junio de 2020, el gobierno federal dio por concluida la jornada nacional de sana distancia. A partir de ese momento, cada estado de la república sería el responsable de la puesta en marcha de la nueva normalidad. El presidente de la república, el sábado 30 de mayo, había viajado por tierra hacia su rancho, que está en Palenque, Chiapas. Y el lunes se trasladó en vehículo a Cancún, en donde puso en marcha la construcción del tren maya. Los contagios y los decesos provocados por el SARS-Cov-2 iban en aumento.

            En el reporte de la Secretaría de Salud dado a conocer el 21 de marzo de 2022, en el que se consignó la existencia de 48 casos de COVID 19, uno de los cuales correspondía a un bebé menor de un año, se notificó que en Frontera Comalapa sólo había un caso.

            El 16 de marzo de 2022, cuando hablamos por teléfono y ella me contó cómo mataron al joven albañil, estaban por cumplirse dos años de que el virus SARS-Cov-2 había provocado el cierre de actividades en México Esa jovialidad que había reconocido en su voz, a pesar de la noticia que me había transmitido, la atribuyo a que nos veremos el próximo fin de semana. Me encontraré con ella, con su esposo, en un lugar cercano a Chiapa de Corzo, en donde se celebrará el cumpleaños de él, gracias a la generosidad de una de sus primas hermanas, quien también cumple años por estos días, en que los enfrentamientos entre grupos de delincuentes son cada vez más habituales en la región de Frontera Comalapa. Ella tendrá la oportunidad de preguntarme: “¿Todavía tenés miedo?”.

 

San Cristóbal de Las Casas, Chiapas
23 de marzo de 2022

 

Carlos Gutiérrez Alfonzo (Frontera Comalapa, Chiapas, 29 de febrero de 1964), poeta y ensayista, fue becario del Centro Chiapaneco de Escritores y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas. Poemas suyos fueron publicados en las revistas Poesía y Poética, Tierra Adentro, alforja, El poeta y su trabajo, Periódico de poesía, Netwriters, red mundial de escritores, Prometeo digital y Mula Blanca. Fue incluido en el Anuario de poesía mexicana 2006, coordinado por Pura López Colomé y editado por el Fondo de Cultura Económica. De su autoría son los siguientes volúmenes de poemas: Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018). Ha publicado los libros de ensayos Ascenso y precisión. Tres poemas de autores chiapanecos (2016) y Tiempo y espacio. Experiencia estética (2020). Doctor en Humanidades y Artes. Es investigador del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

@Foto por Alma Flor