ISSN 2692-3912

Mujer que sabe latín… tiene buen fin

 
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          Desde el momento en que aceptamos la noción del patriarcado y la ponemos en práctica, indudablemente una miríada de ideologías anti-feministas le siguen. Estas ideologías incluyen creencias como las de encapsular a la mujer entre las cuatro paredes de su hogar o la de solo verla como un receptáculo para la procreación; desafortunadamente estas creencias acaban perpetuando esa bendita idea sobre “el lugar” de la mujer. Mujer que sabe latín, obra escrita por Rosario Castellanos es un libro que no solo reconoce las diferentes ideologías existentes a cuestas de la mujer si no también es un libro que ingeniosamente reta estas ideologías usando argumentos lógicos y proveyendo ejemplos encarnados en un compendio de trabajos por distintas escritoras que recalcan la importancia de la mujer en la literatura. Entre las ideas patriarcales que reta Rosario Castellanos están las que tienen que ver con la belleza de la mujer, el “lugar” de la mujer y el valor de mujer; en torno a estas ideas es que este papel centrará su exposición, explicación y análisis, culminando con el uso de la epistemología feminista y la voz de Sor Juana como herramientas analíticas.

          ¿Que significa ser bella como mujer? y ¿De donde se deriva esta definición? Estas son preguntas que contemporáneamente demandan más indagación y seriedad; pero sobre todo, ahora la propia mujer es libre de responder estas preguntas e interpretar su propia belleza. Sin embargo en el siglo XX (1973), siglo en el que Castellanos público Mujer que sabe latín, estas preguntas todavía eran mayormente respondidas por el hombre. “Supongamos, por ejemplo, que se exalta a la mujer por su belleza. No olvidemos, entonces, que la belleza es un ideal que compone y que impone el hombre…”(Castellanos, 10). No es ninguna sorpresa que en los años setenta (y antes de estos) el protocolo fuera que el hombre determinara lo que una mujer bella fuese o no fuese, ya que este protocolo dictaba que el hombre definiera el mundo a su alrededor. Aun con este “protocolo” socialmente establecido, Castellanos no titubea en su crítica hacia las ideas proyectadas hacia la mujer. Rosario Castellanos se rehúsa a aceptar que la belleza de una mujer es contingente con la interpretación arbitraria y patriarcal del hombre. Primeramente, esta interpretación es arbitraria porque la belleza de la mujer es relativa a lo largo del mundo y depende de ciertos epistemes culturales, ya que por ejemplo en la China el pie pequeño es símbolo de belleza y en Holanda y ciertos países Latinoamericanos la mujer “llenita” es una mujer bella. Segundo, la belleza de la mujer es definida patriarcalmente ya que los pies pequeños son forzados a ser de esta manera con el mismo fin con el cual se le robustece a la mujer: para la admiración masculina y su deseo. Castellanos advierte que si aceptamos que la mujer es bella en torno a su relación con el hombre, consecuentemente aceptamos la reducción de la mujer como un adorno sin capacidades cognitivas o intelectuales que valgan la pena reconocer. Aún más triste es que cuando la mujer finalmente reúne todos los requisitos (que el hombre demanda de ella) para ser bella, esta se convierte en una inválida, ya que toda una vida ella solo ha aprendido a complacer la mirada del hombre ya sea asfixiándose con fajas reductoras, dejándose las uñas largas que le impiden “el uso de las manos en el trabajo”, maquillándose o haciéndose el pelo. Siempre se le enfatiza la importancia de su cuerpo pero nunca la de su mente y es así es como el hombre y la sociedad logran que la mujer sea bella e inútil simultáneamente y esta paradoja acaba encaminando a la mujer a su “debido lugar”.

          Es entendible y se reconoce que alrededor de los años setenta, México se vuelve un país con más oportunidades para las mujeres sobre todo en los círculos profesionales, educativos, intelectuales (e.g. Rosario Castellanos) y hasta políticos, sin embargo pensar que estas oportunidades se extendían a lo largo del país entero sería tomar una posición ingenua. ¿A qué se debe esto? Porque, el mayor progreso siempre ocurre en las metrópolis pero no en los pueblitos rurales que usualmente son pobres, marginados y olvidados. De esta manera volvemos a una realidad con muy pocos ámbitos en los cuales la mayoría de las mujeres (Mexicanas o no) del siglo XX se desenvolvieran; es así que una vez más la mujer vuelve a “su lugar”. ¿Pero de qué lugar hablamos? Hablamos del lugar que tiene que ver con el matrimonio y la preñez y todo lo que estos dos estados físico-psicológicos confieren.

          Más allá de la función del matrimonio como instrumento moral y oficial para la procreación, el matrimonio sirve para “salvar” a la mujer de la soltería. Porque, quedarse solterona no tiene ninguna cabida en el lugar propio de una mujer. “Quedarse soltera significa que ningún hombre considero a la susodicha digna de llevar su nombre ni de remendar sus calcetines” (Castellanos, 27). Esta cita revela varios problemas adscritos a la soltería femenina. En primera, la soltería se vuelve sinónimo de la incapacidad femenina para atraer a un hombre y si hay incapacidad para atraer a un hombre quiere decir que la mujer nunca llegó a reunir los requisitos para ser bella y digna de ser contemplada. Segundo, si ella ni siquiera es considerada o escogida para ser esposa entonces ni siquiera es mujer, es solamente una “susodicha”. De cualquier ángulo que escojamos para observar, la mujer nunca escoge estar soltera, ni tiene la suerte de serlo. De ninguna manera. Por lo contrario, si nunca llega a casarse, su deber es arrimarse ya sea con sus padres, hermanos, tíos, primos o cualquier núcleo familiar. Porque solo un núcleo familiar podrá sustituir  la falta de un esposo, “el respaldo que le falta y el respeto que no merece por sí misma”(Castellanos, 27). Si una mujer no es capaz de ser esposa no puede ser capaz de cumplir con su propósito biológico, hogareño ni social, y si no cumple con estos preceptos socio-culturales pues entonces esta , estará traicionando su “honorable” lugar.

          La estrecha interpretación de lo que significa ser mujer y en donde es que ella pertenece, forzosamente nos lleva a creer que el valor de la mujer está en lo que ella puede hacer por la futura especie y por el hombre, sin apreciarla a ella como una entidad independiente. Por eso es que naturalmente para cumplir con el cometido de la procreación, la mujer no necesita “elocuencia, ni bien hablar, grandes primores de ingenio ni administración de ciudades, memoria o liberalidad. Basta un buen funcionamiento de las hormonas, una resistencia física y una buena salud” (Castellanos, 23). Y si acaso la mujer no posee la mejor salud y si por alguna razón trágica se encuentran en juego la vida de la madre y el primogénito, “la ley manda salvar la vida del niño y sacrificar la otra” (Castellanos, 20). Después de todo, ¿por qué le daríamos preferencia al medio que transporta la perpetuación de la especie? Al fin y al cabo la vida que importa más es la el ser humano naciente. ¿Pero que no también la mujer es una persona, un ser humano? Lo es. Entonces, ¿por qué no se le valora como tal? Porque tanto hombres como mujeres han aceptado que la mujer debe sacrificarse por la humanidad y anhelar las deformaciones de su cuerpo a causa de tal sacrificio, con orgullo. La madre debe “marchitarse sin melancolía ni reniego,” al contrario debería sentirse feliz de haber servido este propósito, porque recordemos que este es su lugar determinado. Y así es como el cuerpo de la mujer es usado generación tras generación y en este cuerpo ajeno y lejano a ella misma es que se posiciona su valor como mujer.

          En un cuerpo que la mujer jamás llega a explorar por sí misma, sino sólo a través de su preñez y a través de su mediador masculino es que de alguna manera ella tiene que aceptar su valor y virtud que están en su pureza y castidad corporal. Sobre todo pronostico, la mujer debe proteger a toda costa su virtud y honor, aunque no tenga idea qué es lo que está protegiendo tan celosamente. Esta ignorancia sobre su propio cuerpo es una de las más grandes críticas de Rosario Castellanos. En especial porque para preservar la virtud, a las mujeres “no se les enseña a discernir entre el bien y el mal, ni se le instruye acerca de la mecánica de las pasiones para que adquieran la posibilidad de manejarlas y dominarlas” (Castellanos, 21). Al contrario, a la mujer se le mantiene en la cueva de la ignorancia y para controlar las pasiones que la devoran se le inculca una práctica obsesiva de rezos compuestos por frases irónicamente endemoniadas y sin sentido. Así, bajo estos incomprensibles y anticuados regímenes patriarcales y religiosos es que la pureza de la mujer “es considerada como su más alto mérito y sus rubores como su mayor gracia” (Castellanos, 13). De esta manera la palabra pureza se vuelve sinónimo de la ignorancia y alrededor de esta ignorancia se desarrolla aún otra idea mas ignorante: la moral patriarcal.  Esta moral se compone alrededor del completo desconocimiento por la mujer sobre su feminidad, su cuerpo, su sexualidad y sensualidad. Más allá, esta moral redefine el sustantivo mujer, ya que este incita perversión y en su lugar se usan términos muchos más “decentes” como: dama, señora, señorita y hasta ama de casa. Esta renomenclatura del término mujer deja en claro que una dama o señora no debe conocer su cuerpo a través de su propias manos o de su propia vista. La señorita solo conoce su cuerpo a tientas y lo poco que conoce de él la llevan a establecer nociones equívocas y misteriosas. En fin, la exploración sensual y natural del cuerpo de la mujer debe ser llevada a cabo por un hombre, pero no cualquier hombre si no por su esposo, y ni por un instante se le debe ocurrir a ella misma causarse placer o entender su cuerpo, al menos que no le importe perder su pureza y virtud.

          Después de haber expuesto estas tres ideologías sobre la mujer, discutidas por Castellanos, se puede empezar a analizar más a fondo y validar sus argumentos haciendo uso de la epistemología feminista. La epistemología feminista concierne con las formas en las cuales los roles de género influencian o afectan nuestras concepciones del conocimiento y la verdad sobre cierta materia o tema, al igual que se preocupa por entender las prácticas de investigación y justificación usadas para llegar a las verdades sobre estas. Las epistemologas feministas como Maria Baghramian, afirman que las virtudes de la objetividad y racionalidad “son a menudo medios para fomentar los intereses patriarcales a costa de las mujeres y otros grupos en desventaja” (Baghramian, 238). En específico la doctrina filosófica que Baghramian usa para desacreditar al patriarcado es la del relativismo. El relativismo es una rama filosófica que postula que el “conocimiento científico y la verdad son el producto de condiciones específicas sociales, económicas y culturales” y que la verdad nunca es universal, completa o absoluta. Por eso en Relativismo sobre la Ciencia, Maria Baghramian se vale del relativismo epistémico para defender la interpretación de que la verdad que la ciencia o ciertos grupos parecen defender es meramente relativa en torno “a sus particulares marcos culturales e históricos” (Baghramian, 236). Con esta misma rama epistémica, yo también pretendo apoyar el trabajo de Rosario Castellanos presentado en Mujer que sabe latín.

          Al aplicar la epistemología feminista a las diferentes ideas que Rosario Castellanos desafía, no es difícil darnos cuenta que efectivamente el género masculino logra afectar las concepciones sociales sobre la verdadera definición de lo que significa ser mujer y en donde es que esta pertenece. Si tomamos en cuenta las ideas que el patriarcado forzó ante la sociedad sobre la mujer, podemos darnos cuenta de que estas fueron postuladas sin ninguna práctica investigativa que justifique su validez. El poder que el patriarcado ejerce es la justificación “suficiente” que el hombre necesita para validar sus definiciones y entendimientos sobre la mujer. Tristemente el patriarcado también le otorga al hombre el poder suficiente para promulgar estas ideologías por la sociedad entera como verdades. Sin embargo y pese a esto lo que debemos hacer es comprender que estas “verdades” que el patriarcado convenientemente adscribe hacia la mujer no son ni universales ni completas, más bien son relativas; relativas en cuanto a sus marcos culturales e históricos. Castellanos nos da un ejemplo de estos marcos culturales e históricos cuando menciona las prácticas culturales de la China y de Holanda. Ella también incluye otro ejemplo que personifica el relativismo: el ideal femenino de Occidente– del cual en gran parte somos herederos. El ideal femenino de la cultura Occidental está compuesto por la mujer que es fuerte, virtuosa y que demuestra su virtud siendo “leal, paciente, casta, sumisa, humilde, recatada, y abnegada” (Castellanos, 19). Ahora más que nunca nos podemos dar cuenta de la relatividad de estas virtudes porque contemporáneamente, al menos en las ciudades del mundo más cosmopolitas, por ejemplo, se espera que la mujer tenga confianza en sí misma y hasta presuma de ciertos talentos si quiere ser notada; antes la humildad era lo que llamaba la atención. Otro ejemplo contemporáneo es la lealtad o falta de ella, sin duda alguna esta era una de las grandes virtudes de la mujer, ahora se empieza a aceptar que la mujer participe en relaciones poliamorosas en las cuales ella es libre de “perder” su pureza cuantas veces quiera y con quien quiera. A la mujer poliamorosa se le considera moderna y abierta de mente. La mujer sumisa solía ser la epítome de una buena mujer y una buena esposa pero ahora una mujer sumisa es vista como débil. Por último una mujer recatada era aquella que por ejemplo se vestía decentemente, dejando todo a la imaginación y nada a la intemperie, ahora, si una mujer viste tan seriamente se le considera aburrida, tradicional, anticuada y hasta prejuiciosa en contra de otras mujeres. Todas estas virtudes eran requisitos vitales para la moralidad pero poco a poco y relativamente estos requisitos se han ido desprendiendo y se ha empezado a comprender que la moralidad es un concepto que no debe ser definido por modas cosmopolitas o comportamientos sexuales. No obstante y pese a que las definiciones sobre la mujer cambien relativamente, basta con que un hombre condene alguna de estas ideas para que se vuelva a cuestionar la belleza, el lugar y el valor de la mujer.

          Al analizar el patriarcado y la ignorancia en la cual este sistema deja a la mujer en torno a su sexualidad, consideremos el poema multicitado de Sor Juana: Hombres Necios. El poema de Sor Juana Inés de la Cruz es un poema satírico-filosófico que critica la manera en que el hombre incita a la mujer a la sexualidad y la expresión de esta, para luego condenarla y juzgarla por esta misma expresión. Sus primeras dos estrofas dejan esto muy en claro: “Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis:/ si con ansia sin igual/ solicitáis su desdén/¿por qué queréis que obren bien/ si las incitáis al mal?” (De la Cruz, 109). Aun cuando el hombre orquesta este encuentro, la mujer es la culpable y la indecente porque la mujer o bien es pura o bien es puta pero de ninguna manera puede ser decente y apasionada o lujuriosa a la misma vez; a esto se le conoce como el síndrome de la madonna y la puta. La madonna y la puta es un síndrome que se desarrolla en el psique de los hombres al no saber reconciliar lo que viven o ven en casa y lo que la sociedad patriarcal les enseña. El patriarcado irónicamente le enseña al hombre que todas las mujeres son perversas y putas, menos su madre o su mujer. Sor Juana captura exquisitamente esta complejidad en su quinto verso: “Queréis, con presunción necia,/ hallar a la que buscáis,/ para pretendida, Thais/ y en la posesión, Lucrecia” (De la Cruz, 109). De cualquier manera la mujer no acierta una, porque “Opinión, ninguna gana;/ pues la que más se recata,/ si no os admite, es ingrata,/ y si os admite, es liviana” (109). Sin embargo, hay un dilema aún más grande con este complejo y este es que, la mujer no sabe si ser sumisa y mojigata arriesgando ser aburrida o ser candente y apasionada aunque este comportamiento probablemente la lleve a ganarse el título de puta. Sea el título de puta o sea el título de pura, el punto es que el hombre es el único proporcionador del título y de la identidad de la mujer y en ningún momento es la mujer la que se identifica como tal o define su propia sexualidad.

          A lo largo de este ensayo se ha expuesto, explicado y pugnado tres diferentes ideologías patriarcales sobre la mujer, con la escritura propia de Rosario Castellanos. Además, se hizo uso de la epistemología feminista y el poema filosófico de Sor Juana Inés de la Cruz para analizar y criticar aún más las ideas presentadas a lo largo de este pieza. Al exponer, explicar y analizar la primera parte (narrativa) del trabajo de Rosario Castellanos de cierta manera cumplo con la segunda parte del libro: el celebrar la mente de la mujer y no solo su cuerpo. Mujer que sabe latín no es solo una crítica del patriarcado sino también es un compendio de trabajos reunidos y presentados por Castellanos que prueban la importancia de la mujer en diferentes ámbitos como la educación, su propio conocimiento, la religión, la sociedad, la filosofía y la literatura. La propia narrativa de Castellanos y los diferentes ensayos escritos por todas las mujeres incluidas en este libro son la manifestación física que representan la refutación del patriarcado. Sobre todo, este compendio literario reunido por Rosario Castellanos prueba que aunque el patriarcado o cualquier otro sistema o institución le pongan trabas a la mujer y la intenten dejar en la obscuridad, le recuerden de su “lugar” o reduzcan su valor, aquella que sabe latín tiene buen fin y aunque no supiese latín con su resiliencia de mujer basta.

 

Bibliografía:

Castellanos, Rosario. Mujer Que Sabe latín .. México: Fondo de Cultura Económica, 2015.

Maria Baghramian. Relativism About Science. Philosophy of Science, UOP, 2017.

Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas. México: Porrúa, 1997

 

Moraima Arias es oriunda de Jalisco, México pero creció en Manteca, California. Moraima obtuvo su licenciatura en filosofía en University of the Pacific, Stockton, CA. Anteriormente, fue reconocida como la Estudiante del Año por el Departamento de Filosofía en la misma institución y también fue nombrada como miembro de la sociedad intelectual Phi Betta Kappa. Actualmente es una estudiante de posgrado en San Jose State University donde comenzó su programa de Maestría en Filosofía. Moraima estuvo en la Marina de los Estados Unidos desde el 2011 hasta el 2015 y recientemente fue nombrada ganadora de la beca Fulbright-García Robles para estudiar en México.