ISSN 2692-3912

Enrique Gómez Carrillo, periodismo y crónica en el modernismo

 

A Manuel González Martel

  

Enrique Gómez Carrillo comenzó precozmente su carrera en el periodismo en Guatemala, hacia finales de la década del siglo antepasado, escribiendo en El Imparcial, diario dirigido y fundado por  el periodista de origen francés August Mulet de Chambó. El joven escribiente de apenas 16 años llevado por su espíritu contestatario e inquieto se atrevió a criticar acremente la obra de José Milla y Vidaure [2], que era entonces el escritor nacional leído por las clases medias y altas y en los centro de enseñanza. Gómez Carrillo lo llamó provinciano y fastidioso. Y afirmaba que los libros del renombrado Milla no eran de gran calidad y además su poesía era «verdaderamente detestable». La reacción fue tremenda con mucha críticas publicadas en los periódicos ridiculizando al «jovencito metido a periodista».

            En una ocasión en el Teatro Nacional a donde Gómez Carrillo había asistido con su padre a una función fue abucheado e insultado por el público. El joven cayó en una depresión de la cual parecía no saldría. Rubén Darío llegó a Guatemala un par de años después a fundar el Diario de la tarde y le dio empleo de reportero al joven Gómez Carrillo. Darío interpuso también su recomendación para que el presidente de la República Lisandro Barrillas le concediera una beca a Gómez Carrillo para estudiar en Europa a donde Gómez Carrillo viajó para no volver a vivir en Guatemala, haciéndolo solo en un par de oportunidades durante tiempo breve. En París y Madrid se desarrolló como cronista y llegó a ser reconocido tanto en esas ciudades como en Buenos Aires y otras ciudades hispanoamericanos. Gómez Carrillo hizo el exitoso recorrido de salir de una depresión de juventud al éxito profesional en la adultez plena.

            La prosa modernista significó una especie de globalización literaria e informativa. Sobre todo a través de los grandes periódicos El Liberal, en Madrid, y La Nación en Buenos Aires. Estos diarios permitieron la circulación masiva de textos que de otra manera se hubieran reducido a pequeños grupos de lectores afines o en el peor de los casos en las gavetas del olvido.

            El periodismo en castellano debe mucho a los modernistas latinoamericanos, con los dos perfiles puntuales Darío y Gómez Carrillo, junto a nombres como Gutiérrez Nájera, Máximo Soto Hall, Amado Nervo, Ricardo Jaimes Freyre, Manuel Díaz Rodríguez, Juan José Tablada, León Pacheco, Roberto Brenes Mesén, Salomón de la Selva, Arturo Ambroggi, Rafael Cardona, Rafael Estrada, Toño Salazar y el singular puertorriqueño/español Luis Bonafoux Quintero.

            La figura central durante las primeras décadas del siglo veinte fue el cronista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, residente en Europa. El periodismo en lengua española se hizo más literario con Gómez Carrillo y la literatura se afincó en la experiencia vivida: escribir sobre lo que se veía y sobre lo que se vivía (escribir in situ) a diferencia de lo que únicamente la imaginación creativa pudiera aportar desde un escritorio. Escritor, cronista, ensayista, novelista, periodista y traductor, nacido en Ciudad de Guatemala en 1873 y fallecido en Paris en 1927. Fue un personaje singular e impar de la literatura y el periodismo en la vida cultural francesa, madrileña y por extensión hispanoamericana durante la llamada Bella Época o Belle Époque (1890-1920). Desde la aparición de su primer libro Esquises, publicado en Madrid, cuatro años después de la aparición del Azul de Rubén Darío en Valparaíso Chile, Enrique Gómez Carrillo introdujo una nueva manera de presentar a un escritor o a algún artista. Con este libro juvenil, tenía apenas 20 años, deslumbró el ambiente madrileño. Leopoldo Alas «Clarín» a la cabeza no ahorró elogios. Fue un texto que sorprendió en España por apartarse de la prosa tradicional dominante que se había anquilosado en un romanticismo tardío y localista. Rubén Darío y Enrique Gómez Carrillo fueron, por antonomasia figuras emblemáticas: el poeta y el prosista del modernismo. Casi como decir el Modernismo. Augusto Monterroso los llama grandes limpiadores de establos y puntualiza: «En su tiempo, la obra de Gómez Carrillo significó en todo el ámbito de nuestro idioma escrito en prosa lo que la revolución de Rubén Darío en el verso».

            Cuando el literato y bohemio español Alejandro Sawa escribió en 1910 que Enrique Gómez Carrillo era «El Mago de las letras españolas» Sawa estaba expresando un retrato de la época: la del prodigioso Gómez Carrillo que había conocido en París y visto brillar en conversaciones de los cafés parisienses y a quien se lo asociaba a nombres como Oscar Wilde y Paul Verlaine. La pregunta sería: ¿fue Gómez Carrillo un hombre solo de su época? Fue realmente el bohemio a caballo entre dos siglos? (la frase es del crítico español Castillo-Puche).

            Habría que comenzar por precisar ese cabalgar entre centurias. Porque el modernismo fue un acontecer literario que tuvo su obligada peregrinación a la meca literaria y artística de aquel entonces: París. Y por tanto en el contacto profundo con la literatura y cultura francesa para florecer y cristalizar en diferentes ciudades y momentos históricos. Comenzó con los cubanos José Martí y Julián del Casal, siguió en México con Juan José Tablada, Díaz Mirón, Amado Nervo y antes con Gutiérrez Nájera, pasó por Guatemala con Rafael Arévalo Martínez y Carlos Wyld Ospina y las estancias en ese país centroamericano, más o menos prolongadas, de Martí, Darío, el peruano Santos Chocano y el colombiano Porfirio Barba Jacob, entre otros. Alcanzó la Colombia de José Asunción Silva, continuó por el Uruguay de Julio Herrera y Reissig, concretándose apoteósico en Buenos Aires con Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas y en Montevideo con la poesía de Julio Herrera y Reissig y la ensayística de José Enrique Rodó, su Ariel es un ensayo fundamental de la época. En Madrid el modernismo prosperó con Salvador Rueda a la cabeza, al que se sumaron Valle Inclán y las obras iníciales de poetas como Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Por algo decía Darío refiriéndose al valor intrínseco de la lengua: “«Mi esposa es española, mi amante de París». Enrique Gómez Carrillo, resalta la académica francesa Claude Viot Murcia, en su tesis doctoral sobre el guatemalteco, fue el puente esencial e intermediario entre la cultura y literatura francesa y España e Hispanoamérica.[3]

            Después de su debut literario en España con Esquises, Gómez Carrillo logró ubicarse en primera línea en la prensa española y pocos años después era a sus 23 años el miembro más joven de la Academia Española de la Lengua. Las semblanzas o retratos hablados los seguiría haciendo durante toda su vida de escritor y desde luego los introdujo en el periodismo. Se produce con él una nueva manera de presentar a algún escritor o a una personalidad del arte o la música en donde no pocas veces con humor se resalta el aspecto físico, el vestuario, los gestos pero sobre todo una contextualización de la obra, del retratado y su significado. Como muestra mínima el retrato de Rubén Darío:

Lo que menos parece, á primera vista, es poeta. Su cuerpo débil y flexible; su rostro fresco de campesina; su cabellera peinada a la burguesa; su nariz pequeña y recogida su boca sensual de labios rojos; su bigote blondo y rizado; su manera elegante de vestir; todo contribuye á darle cierto aire indefinible de agente de negocios ó de sportman rico. Es necesario mirarle con atención, en una de esas noches que el almanaque de su neurosis señala como días de trabajo —con la cabellera en desorden; con las rosas de las mejillas convertidas en pálidas flores de cera blanca; con sus manos inquietas; con la frente contraída por el esfuerzo y con los ojos dilatados, para sorprender, en sus pupilas, un rayo ardiente del genio raro y complicado que supo crear el libro Azul,—collar magnífico en donde los tibios reflejos de la perla contrastan vivamente con el rayonar luminoso del diamante. (Malakof, junio de 1891)

Las revistas Nuevo Mercurio y sobre todo Cosmópolis, fundada por el venezolano Pedro Emilio Coll, se convirtieron en verdaderas plataformas de debate, información y difusión del modernismo. Rubén Darío afirmaba:

Hoy, y siempre, un periodista y un escritor se han de confundir. La mayor parte de los fragmentarios son periodistas. ¡Y tantos otros! Séneca es un periodista. Montaigne y de Maistre son periodistas, en un amplio sentido de la palabra. Todos los observadores y comentadores de la vida han sido periodistas. Ahora, si os referís simplemente a la parte mecánica del oficio moderno, quedaríamos en que tan sólo merecerían el nombre de periodistas los reporters comerciales, los de los sucesos diarios y hasta éstos pueden ser muy bien escritores que hagan sobre un asunto árido una página interesante, con su gracia de estilo y su buen porqué de filosofía. Hay editoriales políticos escritos por hombres de reflexión y de vuelo, que son verdaderos capítulos de libros fundamentales, y eso pasa. Hay crónicas, descripciones de fiesta o ceremoniales escritas por reporteros que son artistas, las cuales, aisladamente, tendrían cabida en obras antológicas, y eso pasa. El periodista que escribe con amor lo que escribe, no es sino un escritor como otro cualquiera.

Pero, ¿qué entendemos como crónica? Un género o subgénero característico del movimiento modernista de naturaleza híbrida y de sentido amplio y  sincrético, confluencia del ensayo, la semblanza y la descripción. La crónica se presta para la experimentación y la indagación subjetiva sobre cualquier temática. Por su brevedad, al formar parte de publicaciones periódicas, no llega a convertirse en ensayo. Es preciso distinguir la crónica modernista de la acepción de la misma como parte de la historiografía, es decir la crónica antigua y medieval, después la crónica de Indias que consignaba los hechos de los conquistadores y de la Colonia. La crónica clásica se ocupaba de compilación de sucesos históricos, generalmente del tipo épico o heroico, identificados en el espacio y el tiempo, presentados en orden estrictamente cronológico. Deriva del término griego kronika biblios del cual se transformó al latín cronica, que  significa tratado o narración en el orden del tiempo.

            La crónica modernista se leía profusamente por un público letrado de clase media en  las grandes capitales hispanohablantes: de Madrid a Buenos Aires pasando por México, La Habana, Santiago de Chile, Bogotá, Lima y Montevideo. De alguna manera la crónica tiene estructuras afines al reportaje. De ahí que la consolidación de Gómez Carrillo y otros modernistas como escritores profesionales se concretó en buena medida con las regalías pagadas por los grandes diarios españoles El Liberal y ABC y en Latinoamérica La Nación y La Razón en Buenos Aires. Los modernistas Vargas Vila, Gómez Carrillo y el mismo Darío se convirtieron en los primeros escritores profesionales del continente aunque, y en especial Darío, se gastaban con gran velocidad lo que ganaban.

           No contempla la crónica modernista hechos épicos sino se refiere a historias más inmediatas, de observación y sobretodo vivencia directa, de ahí que las crónicas modernistas tengan una temática variadísima en registro de situaciones, hechos y personajes. Puede ir de la moda en París a una experiencia  en un país en el lejano Oriente. El papel de conector  entre culturas y literaturas, como en caso de la francesa y la española e hispanoamericano ya señalado en los estudios de la académica francesa Claude Viot-Murcia, ha sido también resaltado con otros ámbitos culturales, como los puentes tendidos por Gómez Carrillo con el mundo árabe estudiados por el académico e hispanista Abdelmouneim Bounou, profesor de la Universidad Sidi Mohamed Ben Abdellah de Fez en Marruecos. La académica Nellie Bauzá Echevarría  de la Universidad de Puerto Rico sostiene que siendo marroquí Abdelmouneim Bounou se atreve a asegurar que Gómez Carrillo “ha redactado la mejor obra que haya escrito un intelectual hispánico sobre Fez”. Una tesis doctoral de Karima Hajjaj Ben Ahmed de la Universidad Complutense de Madrid, Oriente en la crónica de viajes: el modernismo de Enrique Gómez Carrillo (2002),  confirma y profundiza en este aspecto de conector intercultural del cronista guatemalteco.

            El incansable Enrique Gómez Carrillo inspirándose en la trayectoria de Pierre Loti realizó giras por Egipto, Palestina, Algería, Marruecos, Japón, Rusia y Alemania que culminaron en crónicas que hicieron época y formaron reunidas por criterio temático respectivos libros publicados como De Marsella a Tokio (con prólogo de Rubén Darío), Sensaciones de Egipto, la India, la China y el Japón, El Japón heroico y galante, Grecia (prólogo de Jean Moréas), La sonrisa de la esfinge, Fez, la andaluza, Jerusalén y la Tierra Santa, La Rusia Actual, Paisajes de Alemania, El encanto de Buenos Aires  y otros.

            Gómez Carrillo alcanzó el rango de director general de El Liberal entre 1916-1917, probablemente el diario español más importante de la época, por su tirada, la cobertura nacional  e internacional y la calidad de sus textos. El escritor, traductor y crítico español Rafael Cancinos Assens (1882-1964) recuerda una visita a El Liberal donde es recibido por un dinámico Gómez Carrillo trabajando en mangas de camisa junto a su equipo de redacción, en especial sus redactores estrellas, el célebre Leopoldo Bejarano y Larios de Medrano. Cancinos Assens  resalta la presentación de ideas renovadoras que le expone Gómez Carrillo quien le anuncia sus planes de fundar una gran revista.

            ¿Cuáles son los  aportes centrales de Gómez Carrillo durante la dirección de El Liberal? En primer lugar un ordenamiento diferente del periódico con la acentuada intención de abarcar de una manera amena tres dimensiones: 1) información y noticias; 2) debate político y cultural y crítica  literaria y artística y 3) entretenimiento con textos novedosos y de creación literaria.

            Enrique Gómez Carrillo fue un acucioso y agudo crítico literario que escribió centenares de reseñas de libros y obras, dándole gran importancia a lo que llamaba «literatura extranjera», es decir aquella no escrita en castellano. Al mismo tiempo fue un consumado traductor del francés al español. Como crítico desarrolló su teoría de «las sensaciones», que consiste en priorizar la observación y vivencia subjetiva de las cosas y los hechos, y en este caso de los textos que se leen. El lector, en otras palabras, es parte de la obra y eso debe lograrlo con su arte el escritor que es quien conquista al lector y no lo contrario. Esta teoría que cristaliza en un libro luminoso: Sensaciones de París y Madrid (1910). Su biógrafo Alfonso Enrique Barrientos sostiene que «la influencia del escritor guatemalteco en el desarrollo del periodismo español e hispanoamericano ha sido reconocida en la Península y no será omitida, la influencia, en la historia del periodismo español porque fue un innovador». El célebre reportero español Leopoldo Bejarano por su parte afirma:

Porque sin hipérbole de ninguna clase, el paso de Gómez Carrillo por El Liberal marca una línea divisoria entre la vieja y la nueva prensa. Él es quien da primeramente importancia en el periódico madrileño a cosas que no la tenían. Tal es la crítica de libros, de arte, de conferencias, política y literatura extranjera, interviús rápidas con las figuras destacas del momento, encuestas, reportajes extraordinarios. Nada inventaba, ciertamente. Todo eso era pan de cada día en la prensa inglesa y francesa. Pero a él le corresponde, incuestionablemente la gloria de haberlo injertado en nuestros periódicos…Enrique es el aire libre de Europa que entra como un torbellino de renovación en el ambiente módico y hormado de nuestras viejas redacciones.

Respecto de la interviú o entrevista, Gómez Carrillo fue un pionero de la misma y la consolidó en el periodismo como subgénero específico. Ya desde sus tempranos años en París había adquirido la habilidad de entrevistador de personalidades como  Unamuno, Catulo Mendés, Verlaine, Strindberg, Oscar Wild, Zolá, Augusto de Armas, Max Nordau, Alphonse Daudt, Jean Lorrain y Francisque Sarcey, para mencionar algunos nombres destacados, entre sus decenas de entrevistas. Desarrolló un concepto propio que expresó en el breve ensayo «El culto de la interview», donde resalta la importancia de no intervenir en la voz del entrevistado para alcanzar la comunicación ideal por medio de la empatía. El poeta y crítico Luis Eduardo Rivera afirma que la entrevista fue una astucia que le sirvió, por una parte, para subsistir, y por la otra, para instalarse dentro del mundo cultural. «Su estrategia fue la de entrevistar a personajes importantes del ambiente literario parisino… como Oscar Wilde o Srindberg. Sus entrevistas eran retratos sutiles, llenos de observaciones inteligentes sobre estos autores, legendarios en su momento, y que luego publicaba en los grandes rotativos del mundo hispánico; más tarde los reunía en volúmenes que eran editados por firmas españolas».

            Lo mismo podría decirse del reportaje, donde recalcaba siempre la importancia de la objetividad desde la perspectiva personal o subjetiva. En palabras contemporáneas: «Yo estuve ahí, yo lo vi».

            No hay que pasar por alto el original uso de las encuestas en El Liberal y en revistas, siendo de gran impacto en su momento la encuesta de cinco preguntas sobe el modernismo. Asimismo su trabajo como corresponsal de guerra durante la Primera Guerra Mundial que produjo cientos de crónicas y reportajes desde el mismo campo de batalla y que compiló en los libros Crónicas de guerra (1915), Reflejos de la tragedia (1915), Campos de batalla y campos de ruinas (1915),  En las trincheras (1916)  y  En el corazón de la tragedia (1916). Estos libros le valieron la más alta distinción de Francia (La legión de honor) y un éxito total de ventas. Dos de estos títulos han ido recientemente reeditados por Ediciones del viento fundada por Javier Reverte, Fernando Savater y Soledad Puértolas.

            Es conocido Gómez Carrillo por su extravagancias y su vida bohemia y el llamado boulevardismo en las tertulias en establecimientos como el restaurante Drouant y los cafés Soleil d’Or, el Napolitano y Le Café de la Paix. Gómez Carrillo llegó a poner de moda una forma de sombrero particularmente hecho para él: el chapeau Carrillo. Fue un hombre que no podía pasar desapercibido, fuera por sus textos o por su vida de giros exacerbados, con duelos, amores múltiples y viajes para entonces impresionantes. Su obra ha sido traducida al francés, alemán, checo, inglés, sueco, italiano, japonés, portugués, rumano y griego.

            Sobresale también por su temprana posición de feminista en la época patriarcal que le tocó vivir.  La mujer es tema central en su obra, intenta siempre otorgarle la posición de sujeto actuante, con énfasis en la parte creativa e intentando algo novedoso: la perspectiva femenina. Oscar Enrique Barrientos señala:

introdujo la mujer en la literatura…la mujer se transforma en fuente de inspiración y en una constante de su obra. Reunidos en libros esos temas formaron cuatro volúmenes que aparecieron sucesivamente con otros títulos: El Libro de las mujeres, Segundo Libro de las mujeres, La mujer y la Moda y Las Mujeres de Zolá.  Entre las que llama sus ídolas está la escritora y artista feminista Georgette Leblanc y también un capítulo dedicado a ella, la Aspasia moderna, símbolo de la retórica femenina.

Su primera esposa, Aurora Cáceres [4] es explícita, no sólo por su relación matrimonial sino por los  vínculos literarios que tuvo con Carrillo a lo largo de toda la vida. Cáceres lo consigna en su libro biográfico sobre Gómez Carrillo narrando no solamente los diversos proyectos literarios conjuntos sino también el soporte irrestricto  y apropiadamente calificado que él le brindara leyendo, comentando, haciendo reseñas de los textos de ella, facilitado contactos con editores y periódicos y escribiéndole el prólogo del libro La ciudad del sol. En una carta dirigida a ella Enrique Gómez Carrillo le escribe: «Es a la escritora a la que me dirijo. A mi hermana intelectual…Veo la realización de una de esas uniones en donde hermanan la inteligencia y el amor, en donde los seres llegan a formar verdaderamente uno solo. En donde no sólo se siente, sino que se piensa de igual modo, en donde la labor es común».

            Valga señalar también el apoyo brindado a la segunda esposa, Raquel Meller, a la cual abrió no sólo los más reputados espacios de París (Olympia) y Buenos Aires (Teatro Empire) sino que llegó a escribirle un texto biográfico, Confidencias, que la Meller firmó como propio según el escritor español Javier Barreiro.

            Finalmente, como bien lo ha señalado el investigador español nacido en Tenerife, Juan Manuel González Martel, fue Gómez Carrillo un fundador de revistas y director de publicaciones periódicas. González Martel dedicó no solo su tesis de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid al cronista, sino que durante años de arduas investigaciones ha clasificado e interpretado la extensísima obra de Enrique Gómez Carrillo. Afirma el académico canario:

En unas décadas  de los siglos XIX y XX en que la creación literaria se volcó en las páginas de las publicaciones periódicas, el conocidísimo cronista guatemalteco fue de los escritores más presentes en la prensa de la lengua española, a lo que se sumó el que sus otras facetas de literato estuviesen vinculadas igualmente a periódicos y revistas.

Gómez Carrillo siguió muy de cerca a la emblemática revista francesa El Mercurio de Francia para fundar su Nuevo Mercurio en 1907 con propósitos de afianzar la renovación modernista hispanoamericana, incluyendo textos de los principales escritores franceses traducidos por él al castellano y de los principales y los nuevos de España y de América con textos actuales de lo más granado del modernismo hispanoamericano: Darío, Manuel Ugarte, Vargas Vila o Amado Nervo, incluyendo franceses como Catulle Mendes y Jean Moréas y españoles como Unamuno y Machado. Pese a su calidad literaria no alcanzó una difusión que permitiera su existencia; el gran público le dio la espalda. La revista solo duró un año por razones económicas. El cronista guatemalteco continuó con el sueño de editar una gran revista que uniera las dos orillas. Una publicación que recogiera y levantara debates y crítica así como la nueva creación literaria y artística. Refunda así en 1919 la revista Cosmópolis. Con el apoyo financiero del millonario y empresario uruguayo Manuel Allende. Salieron 37 números mensuales y se publicó hasta 1922, el último año dirigida por el escritor y periodista cubano Alfonso Hernández Catá.

            Las revistas hasta la tercera parte del siglo pasado jugaron un papel articulador y de difusión en América Latina, incluyendo el intercambio con España. Fueron los modernistas los que desarrollaron el concepto de revista como espacio de diálogo y debate. Cosmópolis, cuyo solo nombre denota el espíritu modernista fue refundada en 1919 en España por Enrique Gómez Carrillo siendo director de la misma hasta 1922.

            Publicar en Cosmópolis significaba un triunfo para los noveles escritores. Gómez Carrillo impulsó, como clásico modernista, el acercamiento con las líneas francesas de expresión y pensamiento. En Cosmópolis se publicaron textos traducidos al castellano de Anatole France, Max Jacob, Apollinaire, Mallarmé, Maetelerlinck, Baudelaire y André Gide, entre otros. Pero también se difundió literatura inglesa (Oscar Wilde), portuguesa con autores como Camilo Pessanha, Guerra Junquero  y Eça de Queiroz y desde luego la española con nombres como Miguel de Unamuno, Manuel Machado, Edmundo González Blanco, Ramón Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Enrique Díez-Canedo. Los escritores y poetas latinoamericanos, muchos jóvenes, tuvieron espacios regulares y considerables, publicándose textos de los mexicanos Alfonso Reyes y Xavier Villaurrutia, los argentinos Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, Guillermo de Torre y Alfonsina Storni, la chilena Gabriela Mistral, la poeta uruguaya Juana de Ibarborou y los centroamericanos Arturo Ambrogio, León Pacheco, Antonio Batres Jáurequi y Francisco Lainfiesta.

            Sin duda fue Cosmópolis una verdadera revancha para Gómez Carrillo, que una década antes había fundado la revista El Nuevo Mercurio. Cosmópolis fue la primera gran revista intercontinental, con un tiraje extraordinario para la época: 100 000 ejemplares y alcanzaron a salir 45 números. Se vendía en España y América. Fue una publicación no solo estrictamente literaria, sino de variada gama de secciones culturales y perspectivas urbanas diversas como «Figuras del día», «Fisonomía de ciudades», «Revista de periódicos», «Crónica americana», «Crónica de París» por Julián Martel, «Crónica de Italia» por Leonardo Marini, «La vida femenina» por la Marquesa de Cespón y «Notas cosmopolitas», sobre teatro, libros y arte. Asimismo se da espacio al naciente cine. El éxito de Cosmópolis radicaba en esa amalgama de textos creativos acompañados de reseñas y crítica con noticas culturales de las principales capitales modernistas: Buenos Aires, Madrid, Montevideo, La Habana, México, Barcelona y desde luego París.

            Otra publicación modernista notable fue La Habana Elegante fundada ya en 1883 por Casimiro del Monte. En esta revista publicó lo más significativo de su obra el poeta cubano Julio Del Casal, de los iniciadores del movimiento modernista. Otros modernistas que colaboraron y publicaron sus textos, además de Gómez Carrillo, fueron Rubén Darío, Luis G. Urbina, Manuel Gutiérrez Nájera, José Santos Chocano, José Juan Tablada, Juan de Dios Peza y José María Vargas Vila. También se publicó traducido al español al poeta francés Reconté de Lisle, quien fuera paradigma dariano y de buena parte del movimiento modernista fundacional.

            Revistas modernistas cubanas fueron El Fígaro que siguió publicándose hasta los años treinta y La Habana literaria que fue una fundición de La Habana Elegante y la revista América. En Buenos Aires influyó mucho la relativa larga estancia de Rubén Darío a quien el presidente colombiano Rafael Nuñez nombró cónsul de Colombia. El mismo Darío consigna en sus memorias que las labores consulares eran mínimas, ya que había muy pocos colombianos en Argentina e inexistentes lazos comerciales. Fue una verdadera y generosa beca de Nuñez que Darío tuvo hasta 1895.  Rubén Darío y el boliviano Ricardo Jaimes Freyre fundan una primera revista modernista, América, de efímera vida. Otras publicaciones modernistas fueron La Quincena, La montaña y Atlántida. En 1898 surge la revista Caras y caretas bajo la dirección de José Sixto Álvarez, llamado popularmente Fray Mocho, publicación modernista que logra gran difusión. Paul Groussac, escritor de origen francés pero argentinizado, funda la revista La Biblioteca que se convierte en plataforma de difusión modernista y diálogo crítico literario. Un hito dentro de las publicaciones modernistas es El Mercurio de América fundado por Eugenio Díaz Romero que cuenta con las colaboraciones de Darío y de los escritores más emblemáticos del modernismo argentino: Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz, el filósofo José Ingenieros y Enrique Gómez Carrillo.

            En definitiva, los escritores modernistas encontraron en las revistas mencionadas, y otras, y en los periódicos La Nación  y La Prensa espacios fundamentales para la difusión de su obra en un ambiente propicio por la cantidad de lectores. Manuel Ugarte, Enrique Larreta, el ya mencionado Lugones y Ángel de Estrada fueron nombres sobresalientes.

            Pero ya entrando la segunda década del siglo se habían agotado las búsquedas de los modernistas, se esfumaron las princesas y los cisnes e incluso las crónicas de lugares exóticos, con la llegada e imperio del telégrafo, los teléfonos, el desarrollo de los medios de comunicación y el surgimiento de la aviación. Gómez Carrillo muere de una embolia en 1927 cuando estaba en términos modernistas en «la cima de su gloria». Es enterrado con honores del ayuntamiento parisino que cede un panteón en el cementerio Pere Lachaise. Reza el epitafio de su tumba: En éveil parmi tant de choses endormies. («Siempre alerta en medio de tantas cosas adormecidas»).

            Ya había muerto Darío y las principales figuras del modernismo. Eran ahora los «Años Locos», una época nueva y en términos hispanoamericanos: posmodernista, es decir la efusión de las vanguardias.

 

 

[2] José Milla y Vidaure ((Nueva Guatemala de la Asunción, Primer Imperio Mexicano, 4 de agosto de 1822 – Nueva Guatemala de la Asunción, República de Guatemala, 30 de septiembre de 1882) fue un prolífico escritor y periodista, reconocido por sus novelas históricas, con temas coloniales. El académico norteamericano Seymour Menton lo considera «el padre de la novela guatemalteca» y  en sus palabras: «fue uno de los primeros autores de toda Hispanoamérica que cultivó sistemáticamente la novela histórica».

[3] Claude Viot-Murcia, Enrique Gómez Carrillo, intermédiaire culturel entre la France, l’Espagne et l’Amérique espagnole 1873-1927 /, París, 1988 [thèse].

[4] «La escritora Zoila Aurora Cáceres (1877-1958) fue una de las primeras y más destacadas feministas del Perú en la primera mitad de siglo XX. Hija de un ex presidente peruano Andrés Avelino Cáceres Dorregaray (1836-1923). Su empeño en la defensa de los derechos de las mujeres tuvo mayor impacto en la sociedad peruana que su obra literaria…la importancia de Zoila Aurora en la historia peruana está estrechamente vinculada con su iniciativa intelectual y pragmática, tanto en el inicio del movimiento de mujeres peruano como en la organización sindical de las trabajadoras.» (texto extraído de: dehttp://www.mcnbiografias.com)

 

 

Jaime Barrios Carrillo nació en Ciudad de Guatemala en 1954. Reside en Suecia desde 1981. Escritor, periodista y académico. Columnista de el Periódico y Siglo 21. Ha publicado en diversas revistas  especializadas en literatura como Espéculo (Complutense de Madrid), El  Acordeón (Guatemala), Magazine 21, La Jornada (México), Ábaco (Madrid), entre otras. Fue director ejecutivo de la revista digital  Gazeta. Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Costa Rica, incorporado a la facultad de Humanidades de la Universidad nacional de San Carlos de Guatemala. Ex catedrático de la Universidad de San Carlos. Antropólogo Social por la Universidad de Estocolmo. BA  en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Estocolmo . Coordinador de proyectos de información de Forum Syd. Su poemario Ciudades Errantes fue finalista del Premio casa de Las Américas 1996. Ha publicado los libros Anti ensayos (Palo de Hormigo), Hombre ciencia y filosofía (Universidad de San Carlos), Huberto Alvarado su tiempo y el nuestro (Flacso). Su trabajo como poeta ha sido incluido en antologías de poesía guatemalteca.