ISSN 2692-3912

Enrique Contreras escribe sobre el más reciente poemario de Ignacio Ruiz-Pérez

 

 

 

Afuera seguía oyéndose cómo avanzaba la noche. El chapoteo del río contra los troncos de los camichines. El griterío ya muy lejano de los niños. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas.

Juan Rulfo

 

            En mayo de 2021 Valparaíso Ediciones publica, en su colección de poesía, Rumor de primavera interna en sueño negro. El poemario, compuesto por 40 poemas, conforma, según el propio autor nos advierte, un solo poema o “relato de origen”.

            Rumor de primavera interna en sueño negro, un título fascinante, tiene su génesis en el poema “Espacio”, de Juan Ramón Jiménez. De ese poema, al que Octavio Paz había señalado como “monumento de la conciencia poética contemporánea” (Paz, 1986), toma el poeta su nombre. Arrancaba Espacio afirmando: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”, es decir, aletea en la conciencia del poeta una esencia que podríamos definir como la búsqueda de la totalidad perdida y que se manifiesta en ese anhelo metafísico, imperecedero, que, desde el pasado, nos abre la puerta del presente y que, mirando hacia el devenir, enlaza lo cotidiano, con el mito y lo mitológico. Esa y no otra es la “embriaguez rapsódica”, la “fuga interminable” que invocada por el poeta de Moguer (J.R. Jiménez, Prólogo, 1954), parece impulsar a Ruiz-Pérez cuando, buscando más atrás, se nutre en las barrancas hondas de aquel otro drama mitológico e iniciático que es el Popol Vuh, reliquia aborigen del nuevo mundo.

            La literatura lejos de ser un discurso acrítico, formalista, es un material de naturaleza abierta, generador y beligerante. En su Introducción a la historia de la poesía mexicana, Octavio Paz sostiene que “a diferencia de todas las literaturas modernas [la poesía mexicana], no ha ido de lo regional a lo nacional y de éste a lo universal, sino a la inversa”, y que es la imaginación poética la principal generadora de mitos (Paz, 1983). Por su parte, Ruiz-Pérez, en su ensayo sobre José Emilio Pacheco (2018), al reflexionar y analizar lo que él, y otros críticos, consideran como un cambio de paradigma estético -propiciado por un grupo de poetas mexicanos, nacidos todos, como él mismo, entre los años 70 y 80- contrapone lo que define como paradigma crítico, estatizante, de Paz, “sistema estable de signos legibles en sí mismos”, a una nueva sentimentalidad lírica que estaría imbuida por el compromiso político y que, abriéndose a otra legibilidad o código de lectura y escritura, reinterpretaría el discurso poético recreando y modificando el pasado desde el presente.

            Sin duda, la poesía, que es difícil de interpretar, invita a ser descifrada y seduce al transductor: aquel sobre quien recae la responsabilidad de establecer, a través de un comparatismo racional, los nudos dialógicos y autológicos que la sustentan. Sabemos que el poeta -que se abre paso y sale a flote a través de la historia y a partir de una geografía que es molde no solo de su voz sino de su sensibilidad misma- nos ofrece unos materiales literarios abiertos a la exégesis. Ruiz-Pérez forma parte de esa legión de escritores mexicanos que, cruzando la frontera sur, echaron raíces en los Estados Unidos, y que han contribuido a la construcción de un espacio cultural (transcultural, diríamos), simbólico, en constante intercambio, y en el que el tropo de la frontera ha encarnado alegóricamente a una identidad grupal movible y vulnerable que pugna, a través de la mediación, por establecer vínculos de pertenencia reconocibles.

            Para el bosquejo de análisis de esta obra de Ruiz-Pérez y como criterio interpretativo matriz, haremos uso de la racionalidad. Sabemos que como cualquier material literario, el poema posee unos contenidos lógicos (materialidad física, contenido estético, ideas impulsadas por una voluntad constructivista, sicológica y personal) que pugnan por hacerse inteligibles y que deben ser interpretados… Siguiendo la definición de poesía del profesor Maestro: “… sistema racional de ideas, que exigen una explicación inteligible por parte del lector (…) filosofía en verso” (Maestro, Jesús G., 2017), y lejos de una interpretación idealista, aquella que “explica” a la literatura por los efectos sensibles que provoca en nosotros y que sustituye a la ontología por la sicología, utilizaremos las claves que el propio Ruiz-Pérez nos ha proporcionado e intentaremos señalar algunas de las ideas que nutren su poemario, así como la modalidad estética y formal que en él se abre paso.

            Lo primero que se nos hace evidente es que, partir de una labor de autoinspección, Rumor de primavera interna en sueño negro “recrea la memoria de los paisajes urbanos y naturales de la infancia” insertando en su recorrido “imágenes, palabras y voces” (Ruiz-Pérez, 53) que resplandecen como puntos de referencia y que delimitan la constelación lirica en la que habita el poeta.

            Del mismo modo que Popol Vuh nos ofrecía una visión cosmológica y cosmogónica del pueblo maya, quiché, sobre la creación del mundo: “esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado…” (Adrián Recinos, 23), Ruiz-Pérez, que en alguna parte dejó dicho que no le gusta hablar de poéticas sino de obsesiones, nos hace partícipes de su propio relato de origen, recreando un principio de los tiempos que se hallaría a mitad de camino entre la tradición indígena y la cristiana. Así, en los poemas iniciales, I a VI, con una lírica retórica y exultante, se invoca la existencia de un mundo primigenio que habría sido gobernado por un dios sordo, mudo y torvo … en el principio estaba el dios sordo / el torpe dios de la cabeza rota (…) siempre en silencio… pero que, incompleto, está a la espera de la llegada del ángel: Aquel que, en la Biblia -en el Antiguo Testamento- habría encarnado el rostro de un Yahvé mensajero… y llegó de pronto un ángel (…) y entonces su palabra / fue el universo (…) y el ángel escribió la noche con la lengua (…) y luego escribió el mar (…) y el ángel habló entonces y susurró las nubes / y los cielos… Este ángel epistemológico, que porta la palabra, habría llegado para dejar al poeta varado frente a sí mismo: y tu cuerpo es una isla a la deriva / un surco vacío espanto laberinto / muro de agua que refleja / el cielo atónito y perplejo… Y para que este, en última instancia, se libere y destrabe de su condición divina… ¿pero acaso hablaba el ángel? / ¿o era su torrente voz antigua / bocanada que venía del abismo / y resonaba en la memoria de los muertos?

            A partir de este punto, el poema desciende por las aguas espasmódicas de la memoria y nos ofrece un autodiálogo mediante el cual el yo retórico del poeta se desborda y desdobla… y las hojas de los árboles, tus ojos y tus labios / musitan en silencio la música del fondo / en que yo caigo. Este uso de un yo rapsódico, huidizo, que se autoindaga, fue un recurso común en la lírica del siglo XX y lo encontramos, con cierta frecuencia, en la poesía de Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Pessoa, Borges o Pacheco. Como en este último, sin duda una de las referencias esenciales de Ruiz-Pérez, el “yo” del poeta se contempla a sí mismo y al mundo interior y exterior, como una sombra “que va viene va”. Poesía que al escribirse se interroga sobre sí misma y que va más allá de las líneas del horizonte propio, para ejercer un diálogo y lectura metapoético: Escribo unas palabras / y al mismo / ya dicen otra cosa / significan / una intención distinta (J. M. Pacheco, 1968).

            Rumor de primavera interna en sueño negro está organizado en secuencias y ciclos que se superponen y que dan cabida a las vivencias esenciales, recurrentes, que marcan la conciencia poética del autor: amor, soledad, infancia, desarraigo, desencanto. Sobre esta conciencia, atormentada y punzante: respuestas: no hay respuestas / solo este vacío que concluye / cielo de otro reino / noche de otras noches / niebla de otro espejo… fluyen y aletean voces y referencias que elevan el territorio retórico del poeta por encima del espacio fronterizo en el que habita y más allá de códigos estéticos, culturales y literarios estáticos. Creo que con este poemario el autor ha reivindicado la escritura como redención de un mundo, el mundo de la infancia (primavera): y volver / a ese lugar donde el sol / calcina árboles y pájaros / donde esta cicatriz supura esteros / ceibas que brotan / del suelo sin tocarlo… por más que este -mundo-, indefectiblemente, acabe siendo devorado por la memoria (sueño negro): y escribir / escribir con la lengua / esta ceiba que invento ahora / para que duerman / los cuervos que soñé más tarde.

            Sin duda que esta contemplación autológica que sobre la niñez nos ofrece Ruiz-Pérez (primavera entrevista en la nebulosa de un sueño negro) consigue trascender lo individual, o lo regional, incrustándose retóricamente en un yo referencial que usurpa la identidad del sujeto existencial o personalizado, y que abre la puerta a la función representativa, universal, del poema:

volver -repito- / aunque el fuego me devore / y solo queden mis cenizas…

… mi madre / relámpago tonante / agua espesa / tierra oscura     refugio…

… en qué país estamos / padre / qué país es este / donde sólo se ve un abismo…

Existe, sin duda, un eje vertebrador, un impulso lírico que atraviesa el poemario de Ruiz-Pérez, y que está afectado por el desgarro mismo de la propia vida. “Eres”, se dice, nos dice el poeta, “una pregunta abierta”. Esta interpelación, que se escapa de sí mismo y que, como sombra y desolación atraviesa su poemario de principio a fin, cuestiona y salpica la experiencia emocional del poeta regresando a él, circularmente, en forma de desaliento: … tu país es la tristeza / nada tienes / un pudridero es ya tu lengua / y los ríos y montañas son sombras / y son sombras también / las alas pálidas del alba…  Desencanto, sueño negro del poeta que solo encontrará remanso y redención en la memoria… en la mirada de ese niño que, al final del poema, habla de nuevo a solas.

            Diremos, para finalizar, que dada la naturaleza formalista y esteticista y la elaboración crítica que el autor realiza sobre la complejidad y la realidad de la vida humana podemos insertar su poemario dentro de la estirpe genealógica de la Literatura sofisticada o reconstructivista. Los materiales literarios en él contenidos, construidos a base de episodios y vivencias, sirven de exploración o autognosis y son sometidos a un proceso de reconstrucción mediante el cual el texto se ve inmerso en un intertexto que yuxtapone, en forma de laberinto, recuerdos, vivencias, fragmentos y citas de otros textos, de otros autores, dotando al poema de una naturaleza escurridiza y poliédrica, preñada de innumerables claves y pistas que invitan circularmente a su relectura y, con ella, con ellas, a sumergirse en recorridos disímiles, paralelos o divergentes.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Maestro, Jesús G. (2017a), Crítica de la Razón Literaria. El Materialismo Filosófico como

            Teoría, Crítica y Dialéctica de la Literatura (3 vols.), Vigo, Editorial Academia del Hispanismo.

Recinos, Adrián [1952], Popol Vuh, Las antiguas historias del Quiché, Fondo de Cultura

            Económica, México.

Pacheco, José Emilio [1964-1968]: No me preguntes cómo pasa el tiempo, Editorial Joaquín

            Mortiz, México.

Paz, Octavio [1983]: Las peras del olmo, Seix Barral, España.

Paz, Octavio [1986]: El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica, México.

Ruiz-Pérez [2018]:  José Emilio Pacheco en el imaginario de la poesía mexicana reciente: ética

            de escritura y política de lectura, The University of Texas at Arlington, Estados Unidos.

Rulfo, Juan [1952]: El llano en llamas y otros cuentos. Fondo de Cultura Económica, México.