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Tragedia de enredos
(Primer Acto)
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Sobre Edip en Colofón
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La física del siglo XX introdujo en nuestra visión del mundo los términos fundamentales de relatividad e incertidumbre, mismos que, en un sentido más amplio, podrían resumir el espíritu de nuestro tiempo. Pero ya hace más de dos mil años, la leyenda de Edipo planteaba la relatividad de toda sentencia formulada por los Dioses, cuyo contradictorio significado nos condena, ingenuos mortales, a vivir en una permanente incertidumbre.
El Edipo de Sófocles, posiblemente el más perfecto drama griego que haya llegado hasta nosotros, es utilizado por Aristóteles, en su Poética, como paradigma del género trágico. Pero Edipo Rey también prefigura el Teatro del Absurdo, con sus personajes atrapados en paradojas irresolubles, donde cualquier decisión termina por conducirlos al punto de partida. La complicada secuencia de casualidades y malentendidos que lleva a Edipo a Corinto, primero, más tarde a Delfos y por último a cumplir su destino en Tebas, puede suscitar la envidia de cualquier dramaturgo especializado en comedias de enredos.
Los extremos se tocan, cerrando de nuevo el círculo: a fin de cuentas, tal vez Aristófanes y Sófocles no sean más que la misma cara de la moneda, así como Tebas y Corinto representaron, para Edipo, dos posibilidades de un mismo destino.
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Flavio González Mello
México, 2007
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Caminar en círculos hasta la muerte*
Alegría Martínez
Para su autor, Flavio González Mello, Edip en Colofón es una obra complicada, de alto riesgo, con numerosos temas y líneas de discurso. Entre otros, la pérdida de la memoria, la imposibilidad de evitar el destino, y un tabú vigente en los albores del siglo XXI: el incesto.
Gobernada por el círculo, la espiral y el cero, formas por las que se dejó seducir el dramaturgo, la obra habla de la memoria desde el punto de vista político, histórico, social, sobre todo individual. La pregunta que subyace es: ¿en qué medida nuestra identidad se basa en nuestra memoria, compuesta por lo que recordamos aunque tal vez eso no haya ocurrido? ¿Quiénes, entonces, imaginamos ser? Hasta dónde estamos condenados a cumplir con algo que está preestablecido, o a repetir errores ya cometidos es algo que el autor se cuestiona en este texto, que trata del destino. Cierto también que “la física del siglo xx introdujo en nuestra visión del mundo los términos fundamentales de relatividad e incertidumbre; términos que, en un sentido más amplio, podrían resumir el espíritu de nuestro tiempo”.
“El incesto -dice González Mello- es uno de esos tabúes que siguen vigentes en cualquier nivel social o cultural. En la actualidad, ¿seguimos condenando a Edipo por haberse acostado con su madre sin conocer su identidad, para su descargo? ¿Se debe reprimir, o vivir culpígenamente una pasión incestuosa? No tengo una respuesta, pero la obra explora varias posibilidades.”
Casi tres años tardó Flavio González Mello en escribir, como lo reconoce, su obra más difícil a la fecha, surgida de una idea sencilla que dio paso a un texto complejo, a partir de lo que sucedería al leer las historias clínicas de enfermos del lóbulo frontal, condenados a perder la memoria cada cinco minutos o media hora, lo que el autor relacionó con el concepto de anagnórisis que lo llevó a imaginar a un Edipo cuya toma de conciencia podría ocurrir quince veces en un mismo día.
Al bosquejar la trama de esta obra, cuya primera versión duraría ocho horas de representación, el dramaturgo mexicano se planteó todas las explicaciones y alternativas posibles sobre lo que habría sucedido en Tebas, a lo largo del camino y entre el Oráculo y Edipo. Cuántas maneras habría de explicar lo que pasó con los mismos hechos del mito, según Sófocles, pero expuestos de otra forma.
Así es como Edip en Colofón se deriva de lecturas sobre la multiplicidad de teorías para explicar un mismo acontecimiento. Ahí es donde la obra se volvió una enorme novela, e hizo falta practicar algunos cortes que dejaron fuera a personajes como Layo y otros. Aunque González Mello lo lamenta, acepta que no era posible conservarlo todo, por lo que se concentró en el núcleo. Sin embargo, tratándose de personajes como Antígona, Creonte y Edipo, dejó al menos sugeridas historias aledañas y explicaciones alternativas de lo sucedido en Tebas.
La obra transcurre en Colofón, ciudad jónica poco conocida, cuya fundación se atribuye a Mopso, adivino y nieto de Tiresias. Allí compitieron Mopso y Calcante, también adivino, quien al verse derrotado se suicidó. Tierra rica en colofonia, resina utilizada para dar adherencia al arco de algunos instrumentos de cuerdas.
“Ahí, en Colofón había un oráculo. En español la palabra puede significar el final de algo, y la obra juega con el final que es el principio y viceversa, por lo que me pareció que Colofón es uno de esos regalitos que de pronto tiene la investigación.”
Desde tiempo atrás, Flavio González Mello ha pensado que la historia de Edipo puede verse como una tragedia, una farsa o un thriller y se interesó por explorar esa zona en que es posible la tragedia, pero que, al cambiar la perspectiva, se convierte en una farsa terriblemente absurda. Quiso transitar en la frontera entre dos géneros y así escribió esta obra, que es una tragedia de enredos.
“Me choca la idea de que hay un teatro serio y uno deba sentarse a verlo desde esa postura. Coincido con Jorge Ibargüengoitia y con Juan Tovar respecto a que lo que existe es la tragicomedia y quise ver lo que pasa si le aplicas reglas o convenciones de la comedia de enredos a una historia trágica, porque de alguna manera el mito de Edipo es un enorme enredo, una tragedia llena de malenten- didos. Eso de que el protagonista diga: yo pienso que eres mi mamá y huyo de ti, pero no lo eres, por ejemplo, es casi una comedia de boulevard.”
Para su autor, que la acción de Edip en Colofón transcurra en un hospital psiquiátrico, es algo tomado de la realidad del siglo XXI. “Este tipo de enfermedades comunes hoy en día como el alzheimer y otras que guardan similitudes, tiene que ver con la pérdida de la memoria de corto plazo y con las actitudes que desarrollan las familias para afrontar a una persona con cierto grado de amnesia, respecto a qué se le dice y qué no, lo que se sacrifica o se deja de hacer por cuidarlo, y cómo preservarlo del sutrimiento sin aprovecharse de esa situación.”
El personaje de Edip, creado por González Mello, tiene una condición contradictoria, fragmentada, por lo que a veces se comporta como un niño tierno, en ocasiones se vuelve un adulto cruel y en otros momentos es víctima de la enfermedad de la broma, es decir, no tiene inhibiciones, es procaz y hace alusiones al sexo y a temas que para los demás están prohibidos. Esto lo hace vulnerable, a él y a los otros, y, en opinión de su autor, se vuelve interesante porque tiene un lado muy sano que libera la necesidad de provocar y decir lo que nadie se atreve.
“Está documentado que quienes sufren lesiones en el lóbulo frontal pierden su identidad, porque carecen de estructura interna, pero cuando presencian un elemento externo como la música, la poesía, o como sucede en la obra, que Edipo participa en el montaje de una puesta en escena, el diálogo teatral le devuelve momentáneamente esa estructura interna y puede recuperar la capacidad de la coordinación y una normalidad aparente mientras dura la obra.”
Cuando Creonte, gobernante y cuñado de Edipo, requiere que éste salga cinco minutos de su laberinto mental para que le pueda dar la respuesta de un acertijo que según él Edipo sabía y olvidó, se vale de la representación teatral en el psiquiátrico. El teatro dentro del teatro tiene un uso terapéutico en el tercer acto de esta obra, para ver si Edip, después de 30 años, puede volver a ser quien fue durante la hora que dura la representación del Edipo de Sófocles en el hospital, asevera González Mello, quien aplicó estructuras de tragedia de enredos a personajes de trayectoria trágica y buscó todos los resquicios posibles para ir hacia lo que no es convencionalmente trágico. Como Ionesco, él opina que lo absurdo es lo más trágico y por eso nos reímos.
“Dejar al personaje de Epíndaro, que es un autor dramático, dentro de la obra, se debe a la fuerte tentación de ubicar a un personaje cercano que padeciera el teatro y todo lo que implica. Esta obra habla del destino inescapable; el de este dramaturgo es volver a hacer teatro, porque él ya está retirado cuando lo llaman. Epíndaro ya no quiere saber nada de ese mundo y termina teniendo los mismos problemas de siempre; ése es el veneno del teatro.”
En cuanto al imán irresistible que es el teatro griego tanto para autores como para directores, Flavio González Mello, estudioso de la teoría dramática y maestro, continuamente retorna a la Poética de Aristóteles y en buena medida, asevera, ésta siempre remite a Edipo y a la Odisea.
“Creo que Edipo es la fábula teatral y la paradoja más perfecta que se haya imaginado, porque en la medida en que escapas a tu destino te acercas a él y si te quedas parado, éste llega a ti, idea que siempre me ha fascinado y que ronda el absurdo.”
El autor trató de jugar con el código griego, pero en nuestro idiomna y en un tono paródico. Recuerda que Emilio Carballido, su maestro, intentó hacer algo parecido en Medusa, donde quiso romper con el elevado lenguaje de este tipo de personajes, textura que le gusta más que tratar de sonar a griego, lo que le parece de una tremenda artificialidad.
“En México, si escribes una obra histórica, te identifican como dramaturgo de ese género, y si escribes dos, no existe modo de quitarse esa etiqueta.” El autor de 1822, el año que fuimos imperio, Lascurain o la brevedad del poder y Olimpia 68, que tienen ese perfil, dice, sin embargo, que no tiene obsesión por hablar de la realidad mexicana ni de su historia.
“Me planteé un código para representar la antigua Grecia y a la vez un hospital psiquiátrico y decidí que todo iba a ocurrir en el cerebro, en la mente de un hombre, como si soñara o estuviera imaginando, terreno en el que los tiempos coexisten y nadie ve contradicción alguna en eso, como sucede en los sueños; así que esta obra es el mito de Edipo imaginado por un cerebro mexicano con enfermeras y cuidadoras de nuestro país.”
La relación de trabjo entre el director Mario Espinosa y el dramaturgo descansa sobre un buen diálogo, porque a partir de su experiencia en el cine como director y guionista, Flavio González Mello piensa que el autor debe hablar muchísimo con el director y luego dejarlo hacer.
“Tenía muchas ganas de trabajar con Mario Espinosa desde hace tiempo. Particularmente me entusiasmó su puesta en escena de Copenhague, de Michael Frayn, que es el tipo de teatro que habría que hacer: divertido, inteligente, económico y fuerte en escena; y ahora se dio esta oportunidad de trabajar juntos. Platicamos durante muchas sesiones sobre qué dejar y qué no del texto original, pero Edip en Colofón es una obra complicada y a mí me interesaba mucho este diálogo porque posee cosas que parecen detalles insignificantes, pero en algún nivel del discurso tienen que ver.”
EDIP: Todos andamos perdidos en el laberinto de la vida por culpa de las parteras, que nos cortan el cordón que debía orientar nuestro regreso a casa y lo entierran muy profundo para que nunca lo encontremos, condenándonos a caminar en círculos basta la muerte.
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*Este texto fue publicado originalmente en González Mello, Flavio. Edip en Colofón. Tragedia de Enredos. México: Jus / Compañía Nacional de Teatro, 2009.
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A Dobrina.
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