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TIRESIAS: ¡Ay, ay, terrible es el saber
cuando el que sabe no saca provecho!
Y yo sabía, pero lo había olvidado;
de lo contrario, no habría venido hasta acá.
Sófocles, Edipo Rey.
Primer acto
Una clínica siquiátrica a las afueras de Colofón. Al centro del patio circular, un ciruelo torcido y pelón señala hacia todas partes. Luz oblicua, invernal: sombras que se estiran. Edip, ciego y andrajoso, mece su miseria en un columpio que pende de una de las ramas del árbol; de su cuello cuelga un cuaderno, amarrado con un mecate que a ratos le pica la nuca. A unos metros, Hipólita teje. Por varios segundos, ambos permanecen en silencio.
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EDIP: ¡… Adulación!
Hipólita echa un vistazo a su revista de pasatiempos. Cuenta letras y espacios.
HIPÓLITA: Le sobra una.
EDIP: ¡No! Tú dijiste “nueve”. La primera y la quinta son “as”. “AdulAción”.
HIPÓLITA: Pero le sobra la “o”. La… octava también es “a”.
EDIP: Ésa no me la habías dicho.
HIPÓLITA: Sí se lo dije: “alimento de los reyes”, nueve letras, “a” en la primera, quinta y octa—
EDIP: “Alabanzas”.
HIPÓLITA: “A-l-a-b-a-n…” Sí es. (La anota). “Primera herida de todo Hombre”.
EDIP: (nstantáneamente) ¡“Ombligo”! Esa palabra me gusta: es simétrica y redonda, como la tripa a la que alude: “O—I—O”. Aunque para ser perfecta tendría que estar al revés: “I—O—I”, con la “O” perforándola por la mitad, como un ombligo dentro del ombligo: “ImblOguI”… Yo he visto muchos imbloguis y te aseguro que no hay dos iguales. Ni en gemelos. Porque aunque sean concebidos juntos y nazcan bajo el influjo de las mismas estrellas, la cicatriz que les deja el filo de la partera es única… ¿Cómo es el tuyo?
HIPÓLITA: Ni me acuerdo.
EDIP: Si aprendiéramos a leer los imbloguis, podríamos levantar horóscopos mucho más precisos. Ahí debe estar lo que somos y seremos: en el inicio del camino que nos conectó con el origen de todo. Ya no sería necesario acudir al Oráculo, pudiendo simplemente mirarnos el imblogui… (Se “mira” el ombligo, al tiempo que se lo escarba con el dedo. De pronto) ¡El Oráculo! ¿Cómo pude olvidarlo? Mandé a mi cuñado a Delfos para que consultara la causa de los males que se acumulan sobre Tebas. ¡Ya tiene días que se fue!
HIPÓLITA: Delfos queda muy lejos.
EDIP: ¡Mi manto y mi collar! ¡Edip va a hablarle a los tebanos!… ¡Polimnesto! ¡Ceréutocles!… ¿Dónde se metieron ahora?
HIPÓLITA: En la tumba, señor Edipo.
EDIP: ¿También ellos?… ¡Ay, peste maldita, que te esparces por Tebas como un siniestro polen que en vez de fecundar, nos roba la vida! ¡Pero no dejaré que en este palacio también cobres tu fúnebre cuota! ¿Dónde está la Reina?
HIPÓLITA: … Se quedó en Tebas.
EDIP: ¿No estamos en Tebas?
HIPÓLITA: No: en Colofón.
EDIP: ¿En el Oráculo?
HIPÓLITA: En la clínica. Lo trajeron a hacerle una revisión.
EDIP: (pausa) ¿Sabes cómo me hice del trono? Yo venía de muy lejos huyendo de un destino nefando, sin nada más que lo que traía puesto el día que fui a consultar a la pitonisa. Vagando llegué a Tebas, la de las siete puertas, que en ese tiempo —hará unos ocho años de lo que te estoy platicando— se encontraba bajo el yugo de una Esfinge, hija de Ekidna y Orto. Cada día, los tebanos tenían que ofrendarle un niño a la repugnante bestia para evitar que destruyera la ciudad. ¿Y cuál crees que era la única manera de vencerla?
HIPÓLITA: Resolverle un acertijo.
EDIP: (confundido) ¿Cómo lo supiste?
HIPÓLITA: Ya me lo había contado.
EDIP: ¿Sí?… El caso es que todos los que lo intentaban, terminaban en la panza del bicho. Yo, joven, sin patria ni familia, nada tenía que perder, así que acepté el reto. Ella preguntó: “¿cuál es el animal que de joven anda en cuatro patas, de adulto en dos y de viejo en tres, y que…” eh… ¿cómo era?
HIPÓLITA: Es que ya dijo las edades. Ésas no van en el acertijo.
EDIP: ¡Claro que van! Porque de chico, gatea: camina en cuatro patas; de adulto…
HIPÓLITA: Está diciendo la respuesta. En la adivinanza sólo se mencionan las patas.
EDIP: A ver, ella me preguntó: “¿cuál es el animal…?”
HIPÓLITA: “… que a veces camina en dos patas…”
EDIP: ¡Ajá! “… otras en tres, otras más en cuatro… y que entre más años tiene…”
HIPÓLITA: “Patas”.
EDIP: ¡“… y que entre más patas tiene, más débil es”, eso!… Todo un enigma, ¿eh?
HIPÓLITA: Mjá.
EDIP: Pues a mí sólo me tomó un momento dar con la respuesta… ¿Quieres saber cuál era?
HIPÓLITA: El hombre.
EDIP: (Pausa). ¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está Polinice?
HIPÓLITA: Se quedó en Tebas, con su mamá.
EDIP: ¿No estamos en Tebas? ¿Dónde, entonces?
HIPÓLITA: En Colofón. En la clínica. Vino a que le hicieran una revisión.
EDIP: ¿A mí?
HIPÓLITA: De rutina, puramente.
EDIP: ¿De la pura mente?
HIPÓLITA: “Dios de los fenicios, al que sacrifican niños”. Cinco letras.
Edip se queda “mirándola” con una sonrisa maliciosa. Se levanta y le arrebata la revista.
EDIP: ¡Al Hades con los pasatiempos! La reina se quedó en Tebas, y tú y yo estamos aquí… ¡Necesito poseerte, recorrer cada pedazo de tu piel, o de lo contrario voy a perder la razón!
HIPÓLITA: A ver: piénsele, ¿qué puede ser? “Dios de los fenicios…”
EDIP: No tengas miedo. No es a tu Rey a quien vas a amar: somos simplemente un hombre y una mujer acosados sin tregua por el tábano del deseo…
Intenta abrazarla; Hipólita lo esquiva con un drible experto. Entra Antígona, seguida por un Empleado Administrativo.
ANTÍGONA: ¿… Qué haces, papá?
EDIP: ¡Mami!… ¿No estabas en Tebas?
ANTÍGONA: ¿Todo bien, Hipólita?
HIPÓLITA: Sí. Su papá me estaba contando de su hazaña con la Esfinge.
ANTÍGONA: (preocupada) No habrá salido otra vez con lo de Polifemo…
HIPÓLITA: No, con eso no. (Lo toma del brazo) Ya le toca su baño, Edipo. ¿Vamos?
Edip sale conducido por Hipólita.
ANTÍGONA: ¿Qué necesita saber?
EMPLEADO: ¿Cuál es su parentesco con el paciente?
ANTÍGONA: ¡Esa información ya se las dí!
EMPLEADO: Pero ahora es para su solicitud a la Asistencia Pública.
ANTÍGONA: Soy su hija. Bueno, hermana.
EMPLEADO: ¿Hermana o hija?
ANTÍGONA: Las dos cosas. Me tuvo al casarse con mi mamá. Con nuestra mamá.
EMPLEADO: Es que aquí sólo hay espacio para una opción. ¿Cuál le pongo?
ANTÍGONA: La que quiera.
EMPLEADO: No, no es como yo quiera. Es como sea el parestesco. Si asentamos algún dato falso, pueden rechazarle la ayuda.
ANTÍGONA: Pues ponga “hija”.
Llega Creonte, cansado y lleno de polvo tras un largo viaje; lleva un collar de grandes semillas, emblema del poder tebano. Un “Enfermero” de aire siniestro lo sigue, cargándole las maletas.
CREONTE: ¡Colofón! Creí que nunca llegábamos. ¡Un auténtico laberinto! Vías empedradas que no llevan a ninguna parte, brechas que enredan al más avezado… ¿Quién diseñó estos caminos? ¿Un ateniense?
ANTÍGONA: ¿… Tío?
CREONTE: ¡… Antígona!
ANTÍGONA: ¿Qué haces aquí?
CREONTE: Estaba preocupado por la salud de mi cuñado… sobrino… ¡de Edipo! Y cuando me enteré que estaban en Colofón…
ANTÍGONA: ¿“Te enteraste”?
CREONTE: La última vez que nos vimos eras una niña… ¡Mírate ahora!
ANTÍGONA: Sí: toda una anciana…
CREONTE: ¡Tonterías! Te ves mejor que nunca: en la plenitud de tu belleza y de tu carácter. Me recuerdas tanto a mi hermana…
ANTÍGONA: ¿Y mi tía Eurídice? ¿Se quedó en Tebas?
CREONTE: Sí, en Tebas… Enterrada.
ANTÍGONA: (al Empleado, tomándole el cuestionario) Luego se lo paso.
El Empleado asiente y se va.
ANTÍGONA: … Lo siento.
CREONTE: Después de la pérdida de nuestro hijo, se vino abajo y…
ANTÍGONA: ¿Hemón también? ¿Cómo murió?
CREONTE: Devorado por una esfinge. Llegó un día por el poniente y se instaló frente a las puertas de la ciudad, impidiendo que nadie entre ni salga a menos que saciemos su hambre con un rebaño diario. Y ahora que nuestros prados se han vaciado, pide que la cuota sea pagada en vidas humanas… Esa alimaña amenaza con echar por tierra la estabilidad y la bonanza que con tanto trabajo logré reconstruir. Y sólo la puede vencer…
ANTÍGONA: … el que resuelva su acertijo. (Ve fijamente a Creonte) ¿A qué viniste, tío?
CREONTE: Quería tomarme unos días para despejar la mente; meditar sobre la manera de descifrar el enigma… tal vez, consultar al Oráculo…
ANTÍGONA: … Y de paso, a mi papá.
CREONTE: ¿Crees que quiera ayudarnos?
ANTÍGONA: Él no está en condiciones de ayudar a nadie. Su memoria es el Ave Fénix: se consume y renace de sus cenizas cada 5 minutos. Las cosas de su infancia y su juventud, ésas las recuerda con una precisión increíble; pero, de lo que ha pasado desde que salimos de Tebas… Ni el destierro, ni la muerte de mis hermanos… ni siquiera la de mamá. La doctora Castañeda dice que no hay nada que hacer. Aunque yo quisiera escuchar una segunda opinión.
CREONTE: Típico de tu famila. Layo y Edipo también creyeron posible una segunda opinión, después de oír al Oráculo.
ANTÍGONA: ¡Allá viene! No hables de lo que pasó en Tebas. Si pregunta por mi hermano, lo mejor es decirle que está peleando contra los troyanos. Enseguida va a olvidar el tema… ¿Qué? ¿Qué pasa?
CREONTE: Nada… De pronto sentí como… si esto ya lo hubiera vivido.
Entra Edip, seguido por Hipólita y Eve.
EDIP: ¡Hijos, prole renovada del remoto Cadmo! ¿Por qué se postran en tierra, suplicantes, con ramos de olivo…?
Creonte: (a Antígona, impresionado) ¿Por qué luce tan envejecido? Cualquiera diría que es mi padre, ¡y le llevo trece años!
ANTÍGONA: Estar reviviendo una y otra vez lo que pasó, siempre como si fuera la primera, lo ha reducido a esto. Por eso es mejor seguirle la corriente, tratarlo como si todavía fuera rey… ¿lo harás?
EDIP: Si de mí depende el remedio, ténganlo por otorgado. Aquí estoy, yo, a quien todos llaman el célebre Edip… ¡Habla! ¿Qué te lo impide, Sacerdote de Zeus?
Antígona anima a Creonte a responder. Éste, no de muy buena gana, le sigue la corriente a su sobrino y cuñado.
CREONTE: A Zeus venero, pero no soy su sacerdote: soy Creonte, tu tí— tu cuñado, oh Rey.
EDIP: ¡Creonte… el que a los lechos se mete de polizonte! Por fin regresas de la mansión de Apolo. Príncipe, hijo de Meneceo, ¿qué nuevas traes para nosotros de parte del Dios?
CREONTE: Esto es, Edipo, lo que pregonan los Dioses: si quieres que tu reino resurja, debes resolver un acertijo.
Antígona lo mira con indignación. Edip “ve” fijamente a Creonte.
EDIP: ¡… Esfinge!
CREONTE: ¡Exacto! Una Esfinge es la culpable de la peste que azota a tu pueblo, y para derrotarla es necesario responder a su pregunta…
EDIP: Venga la adivinanza.
CREONTE: (saca un papelito y lee) “Tiene cuernos, pero no es minotauro; se pasa la vida dando vueltas por el laberinto en que está atrapado, y cuando llega a su centro, se encuentra a sí mismo”… ¿Tienes idea de a qué pueda referirse?
EDIP: ¡Despacio! La cosa es lenta… lenta y retorcida…
CREONTE: ¡Tómate el tiempo que necesites! ¿Cuál puede ser el animal que tiene cuernos, sin ser minotauro…?
EDIP: Puede ser… ¡Creonte, más cornudo que un rinoceronte!
CREONTE: Créeme: esto es muy importante.
EDIP: Te creo, Creón—te creo, Creón—te creo, Creón…
CREONTE: No lo hagas por mí: el futuro de Tebas depende de esa respuesta.
EDIP: ¡Colúmpiate conmigo! Te creo, Creón—te creo, Creón—te creo, Creón…
Creonte, irritado, detiene el balanceo de Edip en el columpio.
CREONTE: ¿Puedes resolver el acertijo, sí o no?
EDIP: ¿Qué acertijo?
CREONTE: ¡El de la Esfinge! “Tiene cuernos pero no es minotauro; se pasa la vida dando vueltas por el laberinto en que está atrapado, y cuando llega a su centro se encuentra a sí mismo…” ¿Qué es?
EDIP: ¡No tiene pies ni cabeza! Aunque si somos pacientes, terminará por asomarla… ¡Ya está la solución!
CREONTE: ¿La tienes? ¿Cuál es?
EDIP: ¿Dónde está Polinice? Es hora de que vaya asumiendo estos retos…
CREONTE: ¡Si sabes la respuesta, dímela!
EDIP: ¡Claro que la sé! Pero quiero que mi hijo la encuentre solo, ¿dónde está?
CREONTE: ¡Edipo, tu hijo está…!
ANTÍGONA: (interrumpe) ¡Lejos… en Ilión, peleando contra los troyanos!
EDIP: ¡Manden por él! Que su hermano Eteocles tome su lugar; ¡a esos troyanos les gana hasta un niño con su caballito de madera!
CREONTE: Se hará como tú ordenas. Y en cuanto a la respuesta, ¿cuál es? Prometo no decírsela.
EDIP: ¿Cuál respuesta?
CREONTE: ¡La del acertijo!
EDIP: ¿Qué acertijo? ¿Quién eres tú, para empezar?
ANTÍGONA: Es Creonte, papá. ¿Te acuerdas?
EDIP: Creonte… Creonte… ¡al que le encanta que me lo monte! ¿No te ordené que fueras por Tiresias, cuñado? ¡Ponte en movimiento, inútil, y tráeme al adivino! ¡Tu Rey necesita averiguar quién es el asesino de Layo!
CREONTE: ¿De veras quieres saberlo?
Antígona lo mira, suplicante. Llega la Dra. Castañeda, acompañada por Ptolomeo y el Empleado Administrativo.
DRA. CASTAÑEDA: (a Creonte) ¡Majestad! No lo esperábamos tan pronto.
EDIP: ¿Quién me habla?… ¡Acérquenla: no alcanzo a verla, allá en las sombras!
CREONTE: ¿“Verla”?… ¿Qué no quedó completamente ciego?
DRA. CASTAÑEDA: Sufre anosognosia: no está consciente de su propia ceguera. Su cerebro genera esos fantasmas.
CREONTE: ¿Él se imagina que somos espectros?
PTOLOMEO: (niega) “Fantasma” es un miembro o un órgano que, después de amputado, sigue siendo percibido por el paciente.
DRA. CASTAÑEDA: En este caso, no sólo el ojo, sino la sensación de ver… ¿Tuvo buen viaje? Permítame conducirlo a sus aposentos…
Creonte pega el acertijo en el cuaderno que Edip trae colgado del cuello.
CREONTE: (a Edip) Si se te ocurre la respuesta, dísela a quien esté contigo para que la apunte… (Al resto) Yo sabré recompensar a quien me traiga la solución.
Salen Creonte, la Dra. Castañeda, el “Enfermero”, Eve y el Empleado.
Transición: la tarde cae. Antígona se sienta bajo el árbol y comienza a pelar una manzana; a unos metros, Edip “contempla” la revista de crucigramas con sus cuencas huecas. Entra el Coro, acompañándose con un tambor y un primitivo instrumento de cuerda.
CORO: En este patio ya habíamos estado. Con estas mismas ropas y cantando un idéntico coro: este mismísimo coro ya lo habíamos cantado, pero no nos acordamos.
HEMISFERIO IZQUIERDO: Somos recuerdo y nada más que eso. ¿Quién eres tú, Edipo?
CORO: Tal vez fui otro, pero lo he olvidado. Si no lo recuerdo, ¿habré existido?
HEMISFERIO DERECHO: Somos olvido y nada más que eso. ¿Quién eres tú, Edipo?
CORO: Como Sísifo, empujas cuesta arriba la piedra de tu memoria sólo para verla rodar de nuevo hasta el pie de la ladera.
Ptolomeo abre la ventana y enciende las luces del consultorio. La Dra. Castañeda está con Epíndaro, a quien Eve y Ptolomeo flanquean. Afuera, en la antesala sumida en penumbra, el Sicario (ataviado como agente de ventas de una compañía farmacéutica) espera turno con su maletín de muestras médicas sobre las rodillas; para matar el tiempo come ciruelas que saca de una bolsa de papel.
DRA. CASTAÑEDA: Me dice mi hijo que se ha sentido mejor, Epíndaro. Que casi casi podría regresar al mundo exterior.
EPÍNDARO: Sí: desde que dejé de escribir, he estado mucho más tranquilo.
DRA. CASTAÑEDA: ¿Ya no ha bajado la inspiración?
EPÍNDARO: Las ideas siguen granizándome. Basta que tome una pluma y me incline sobre el papel para que la Musa me escupa diálogos al oído, uno tras otro. Ni cuando como mi sopa deja de tentarme con sus vocecitas. Pero los cantos de esa sirena ya no me engañan.
DRA. CASTAÑEDA: ¿Qué tipo de obras escribía usted?
EPÍNDARO: La crítica las calificaba como “tragedias”, aunque no era más que un intento de domesticarlas.
DRA. CASTAÑEDA: A ver, dígame los títulos. Tal vez haya visto alguna.
EPÍNDARO: Son cientos: Medea, Agamenón, Coéforas, Troyanas… una a la que le tengo particular cariño: Prometeo encadenado…
EVE: Yo ví, pero la de Esquilo.
Epíndaro la mira con furia.
EPÍNDARO: ¿De Esquilo, dices? ¡De Esquilo!… ¡Ese comicastro nunca habría sido capaz de escribir semejantes versos! Me plagió, como Eurípides, ¡como Sófocles, que se adjudicó mi Áyax y mi Electra…! Ese trío de ladrones me trajeron a base de engaños, diciéndome que esto era una “Casa del Escritor” donde el Reino me mantendría para que pudiera entregarme a la escritura. Y sí: me mantienen, ¡me mantienen encerrado para que no ande por ahí contándole al público quién es el verdadero autor de esas obras!
DR. CASTAÑEDA: Aristóteles, en su Poética, se las adjudica a ellos; y seguramente que alguien tan enterado como él…
EPÍNDARO: ¡¿“Su” Poética?!… ¡Ese impostor no escribió una sola línea de mi tratado! Puede que ese estagirita tenga algunos conocimientos de botánica, incluso de retórica; pero… ¿de teatro? ¡De teatro no sabe nada! Nunca va a los concursos, las obras las conoce de oídas; sólo que, como está empeñado en abarcarlo todo, no iba a desperdiciar la oportunidad de enjaretarnos un tratado sobre el tema, así que cuando yo ingenuamente le llevé mi Poética en busca de sus comentarios, me la plagió enterita. Ni siquiera se tomó el tiempo de hacer una buena transcripción. Mi manuscrito decía que el arte es limitación de la realidad. ¡Claro! Todo se vuelve más expresivo al ser acotado… Pero él copió “imitación”, y de un plumazo convirtió al teatro en un mero ejercicio reproductivo —y ni siquiera el más placentero… ¡Ah, pero la segunda parte… ésa no se la dí! ¡Esos pliegos los tengo yo, así que para hablar de comedia tendrá que robar en otro lado!
DRA. CASTAÑEDA: ¿Hay manera de comprobar lo que dice? Esos pliegos, ¿los tiene con usted?
EPÍNDARO: ¿… Por qué preguntas?… ¿Él te mandó a averiguar dónde los guardo? ¿Eh?
PTOLOMEO: Tranquilo, sólo queremos ayudarlo a que…
EPÍNDARO: (lo inmoviliza pasándole el brazo alrededor del cuello) ¡Díle a ese robacréditos que nunca va a tener La comedia! ¡Que prefiero destruirla antes que ver cómo se la apropia!
Está demoliendo a patadas el escritorio. La Dra. Castañeda y Ptolomeo luchan por contenerlo.
DRA. CASTAÑEDA: ¡Dos ampolletas de haldol y una de sinogán, rápido!
EPÍNDARO: ¡A ver si así aprendes a andar despojando a tus epígonos, farsante, cabrón, hijo de puta!
Eve le propina una inyección que lo aturde casi de inmediato. Se lo lleva. La Dra. Castañeda y Ptolomeo recuperan el aliento. En el patio, Antígona se percata de que su padre ya no está a su lado: durante la escena anterior, se ha alejado con Aura, una autista que tiene un embarazo incipiente. Antígona lo busca con la mirada, preocupada.
PTOLOMEO: En la mañana parecía perfectamente normal…
DRA. CASTAÑEDA: En eso consiste, Ptolomeo, la esquizofrenia. Y ahora queda de manifiesto su origen probable: esas voces que él atribuye a las musas, ¿de dónde provienen?
PTOLOMEO: ¿… de un cuadro agudo de paranoia?
La Dra. Castañeda toma un modelo 1:1 del cerebro y se lo muestra, desarmando algunas de sus partes.
DRA. CASTAÑEDA: Acuérdate: dijo que las oía cada vez que se sentaba a escribir, y también al comer su sopa… ¿No podría tratarse de un tumor que presiona el lóbulo temporal…?
PTOLOMEO: ¡… y estimula las zonas encargadas de la percepción auditiva…!
DRA. CASTAÑEDA: … cada vez que inclina la cabeza.
PTOLOMEO: Entonces, ¡él verdaderamente escucha una voz que le dicta!
La Dra. Castañeda asiente y deja el modelo cerebral desarmado sobre el marco de la ventana. En el patio, Edip regresa jugueteando con Aura.
EDIP: ¿A dónde vas, Mami? ¡Formemos juntos un tornado que derribe los techos y los lechos! ¡Ven, Aura… ven, ahora!
Se quita distraídamente el mecate con el cuaderno y va tras Aura.
AURA: ¿Qué haces, papá?
EDIP: ¡Mami!… No te había visto. Mira: ella es Aura.
Sonrisas cómplices de Edip con Aura.
EDIP: He pensado que puede hacerse cargo de los niños; el Aya que contrataste los consiente demasiado.
Aura se va, pensando en quién sabe qué; Edip intenta seguirla, pero Antígona lo retiene. Le vuelve a colgar el cuaderno al cuello. Edip se aparta, sobresaltado.
ANTÍGONA: (tranquilizándolo) Soy yo, papá. Te voy a colgar la libreta.
Lo hace palpar la libreta.
EDIP: ¿Es un juego picante, Mami?
ANTÍGONA: La libreta, papá. Donde te anoto las cosas importantes…
EDIP: ¡Ah! Las fantasías inconfesables…
ANTÍGONA: …así, cuando no te acuerdes de algo, si yo no estoy, le pides a la persona que tengas al lado que te lea lo que dice aquí, ¿está bien?
EDIP: ¡Papi no necesita libretas para acordarse de lo que a Mami le gusta!
Le mete mano a Antígona. Ella se resiste; en el forcejeo, una piedra de río, de varios colores, cae de su vestido. Antígona le pone en las manos a su padre la manzana y recoge la piedra.
ANTÍGONA: ¡Este incesto no está previsto, papá!
EDIP: ¿Incesto…? Está obscureciendo muy rápido, no te veo bien. ¿Quién eres?
ANTÍGONA: Soy Antígona, papá.
EDIP: ¡Antígona!… Ven, mi nenita: ven con papá.
Deja sobre el sardinel de la ventana la manzana que comía e intenta sentar a Antígona en sus piernas. Se desconcierta al sentir las redondeces de su hija. Palpa sus pechos. Ptolomeo sale del consultorio de su mamá y se detiene al ver esta escena.
EDIP: Sería bueno que te revisara un médico. Estos crecimientos no son normales en una niña de tu edad. ¿Cuántos años dices que tienes?
ANTÍGONA: Casi cuarenta, papá.
EDIP: ¡Cuarenta! ¿Cómo es que no me dí cuenta en qué momento mi princesita se convirtió en mujer?… ¿Tienes hijos, Antígona?
ANTÍGONA: No. Aún no.
EDIP: ¡Tanto mejor! No sabes los dolores de cabeza que te ahorras. ¡Hijos….! Todos son cuervos que sólo piensan en su provecho. Habría que matarlos en el seno de sus madres, ¡extirparlos sin darles tiempo de que te extirpen los ojos!
Antígona, herida, se refugia en Ptolomeo, al que acaba de descubrir. Ptolomeo se la lleva. Edip busca a tientas la manzana que dejó en la ventana y se topa con el modelo cerebral desarmado. Palpa las piezas y se pone a buscar cómo ensamblarlas. El Sicario sale de la antesala y se acerca a Edip, como si hubiera estado esperando el momento de estar a solas con él.
SICARIO: Está refrescando. (Extendiéndole una ciruela) ¿Usted gusta?
EDIP: (la palpa) ¡Ciruelas…! (Come compulsivamente la fruta y se saca el hueso de la boca) Lo que me gusta es esto: la calavera de la fruta… ¿Tiene más?
SICARIO: Las que quiera.
EDIP: Ya nos conocíamos, ¿verdad?
SICARIO: Es la primera vez que lo veo.
EDIP: ¿Sí?… Yo nunca olvido un rostro; y el suyo… ¿De dónde es usted?
SICARIO: Cretense. Pero toda mi vida he andado de aquí para allá.
EDIP: ¿A qué se dedica?
SICARIO: Distribuyo bálsamos para los que tienen sus días contados. Los curo de sus miserias. Los ayudo a bien morir.
EDIP: ¿También maneja venenos?
SICARIO: … Sólo como último recurso. Prefiero otros medios… (Saca un estilete) Hace años que no aplico ninguno. Desde que un Rey me contrató para encontrar al asesino de su antecesor. Qué quiere que le diga: no me gusta agarrar más de un encargo a la vez… ¿Puedo hacerle una pregunta?
Edip asiente.
SICARIO: Camino acá me perdí, y no quisiera que de regreso me pasara lo mismo. Hay un valle muy estrecho, apenas una cañada, donde se cruzan tres caminos… ¿sabe de qué estoy hablando?
EDIP: Claro. La encrucijada del encinar, donde los que vienen de Delfos se topan nariz frente a nariz con los de Tebas, ¡y a ver quién cede el paso!… Una vez, por un percance así, tuve que matar a un comerciante… ¿Qué quiere saber? ¿Cuál de los tres tomar para Creta?
SICARIO: … En realidad, eso era todo lo que necesitaba saber.
Se pone de pie y se acerca a Edip. Eve sale del consultorio de la Dra. Castañeda y se asoma al patio.
EVE: ¡Pst! Dice la doctora que ya lo puede recibir.
SICARIO: (escondiendo la daga) Sí… claro. Gracias.
Se dispone a entrar. Edip lo retiene.
EDIP: (en voz baja) ¿Podríamos vernos más tarde… a solas? Quisiera comprarle… uno de sus bálsamos…
El Sicario se va hacia la antesala, en cuya entrada lo recibe la Dra. Castañeda.
DRA. CASTAÑEDA: Enseguida estoy con usted.
Se acerca con curiosidad a Edip, que ha terminado de armar el modelo cerebral y está recorriendo sus circunvoluciones con la punta del dedo.
DR. CASTAÑEDA: ¿Qué hace?
EDIP: Busco la salida.
DRA. CASTAÑEDA: ¿Del hospital?
EDIP: Del laberinto. Es la maqueta, ¿no? ¿Dónde está el verdadero? ¿En Cnosos? ¿En Éfeso?
DRA. CASTAÑEDA: En su cabeza, Edipo.
Toma el modelo cerebral con delicadeza y se mete a su consultorio. Edip sigue despulpando ciruelas; guarda en la bolsa de papel los huesos, que de vez en cuando agita para escuchar cómo se golpean unos con otros.
HEMISFERIO DERECHO: Todo ya ocurrió, y todo está por suceder.
HEMISFERIO IZQUIERDO: El porvenir quedó atrás y el pasado nos espera allá adelante, siempre más adelante.
HEMISFERIO IZQUIERDO: El que huya, que no mire a sus espaldas: su perseguidor con toda certeza está frente a él.
HEMISFERIO DERECHO: El que persiga, que no se desviva tras su presa: basta que se detenga y espere a que ella le pise los talones.
CORO: Por eso siempre pierde la liebre. Por eso nunca alcanza Aquiles a la tortuga.
HIPOCAMPO: Porque, a veces, la distancia más corta entre dos puntos es el círculo.
Entran Mérope y Pólibo, éste último cargado de baúles y maletas.
PÓLIBO: (jovial) Pues… henos aquí.
MÉROPE: (con desagrado) Henos… aquí.
PÓLIBO: (respira profundamente) ¡Ah! Este olor… ¡no lo respiraba desde niño, cuando vine al Oráculo acompañando a mi padre! Entonces no existía nada de esto…
MÉROPE: ¡Pólibo!
PÓLIBO: Sí, amor.
MÉROPE: ¿Vamos a quedarnos todo el día oyendo tus recuerdos de infancia?
PÓLIBO: ¿Qué pasa, amor?
MÉROPE: ¿Cuántas horas perdimos dando vueltas por esas brechas llenas de polvo?
PÓLIBO: Sí, Colofón es famoso por lo enredado de sus caminos…
MÉROPE: ¿Por qué te empeñaste en que viajáramos sin séquito?
PÓLIBO: ¡Desde cuándo tenía ganas de que pasáramos unos días sin ese enjambre de criados y guardias pululando a nuestro alrededor! ¿Te acuerdas, cuando éramos jóvenes, cómo nos escapábamos para amarnos en algún pradillo perdido?
MÉROPE: ¿En algún momento piensas averiguar dónde van a hospedarnos?
Pólibo se acerca a Edip, quien canturrea una melodía cíclica, meciéndose en el columpio.
PÓLIBO: Disculpe… ¿Disculpe…?
MÉROPE: ¡Esa canción…! ¡Es la que yo le cantaba a mi niño para arrullarlo!
PÓLIBO: Ya no pienses en eso, Amor.
MÉROPE: ¿Edip…?
Edip deja de columpiarse y voltea.
EDIP: ¿… Mamá?
MÉROPE: ¡Borreguito! ¡Yo sabía que estabas vivo!
Lo abraza.
PÓLIBO: (a Edip) Discúlpela, por favor. Desde que perdimos a nuestro hijo…
EDIP: ¡Papá! ¿Tú también…? ¿Desde cuándo están aquí? ¿Por qué nadie me avisó?
MÉROPE: Venimos llegando.
EDIP: ¿Desde Corinto? Es un camino largo.
MÉROPE: Y con tu padre, más.
EDIP: ¿Qué hacen aquí?
MÉROPE: Lo traigo a que le hagan una revisión. Últimamente no se ha sentido bien.
PÓLIBO: ¡Tonterías! Me siento como si tuviera 15 años… ¿De verdad eres tú, Edipo?
MÉROPE: ¡No reconoces a tu propio hijo!… Déjame verte… Ahora eres un hombre. Pero tu mirada… Sí: sigues siendo el mismo pequeñito distraído que olvidó despedirse de mamá cuando salió de cacería… ¿Por qué te fuiste de Corinto así, sin decirnos nada?
EDIP: Es que… había recibido un presagio…
MÉROPE: ¿Presagio?
EDIP: Esa mañana no salí a cazar, como les dije. Fui a Delfos.
MÉROPE: Pero, ¿qué presagio pudo ser tan terrible como para hacerte renunciar a tu patria, a tu corona… a tu madre?
EDIP: El Oráculo dijo… que yo engendraría una prole abominable para todos los hombres…
MÉROPE: ¿… ajá…?
EDIP: Que… mataría a mi padre…
PÓLIBO: ¿Y por eso te…?
MÉROPE: ¡Cht! ¿Qué más, Borreguito?
EDIP: … y que me acostaría con… con mi madre.
PÓLIBO: (ríe) ¡Con tu madre!
MÉROPE: (para sí, impresionada) ¡Conmigo!
PÓLIBO: ¿Y por esa tontería dejaste a tus padres sin descendencia y al trono de Corinto sin heredero?… ¿Por qué no me platicaste nada?
EDIP: ¡Acercarme a ustedes me habría expuesto a cumplir el abominable presagio! ¡No, sacra majestad de los Dioses: nunca vea yo ese día! ¡Muera mil veces antes de permitir que esa mácula horrenda caiga sobre mí!… Pueden pasar aquí la noche; pero mañana a primera hora deben regresar a Corinto. ¡Ustedes y yo no podemos estar cerca nunca!… ¡Conduzcan a mis huéspedes a sus aposentos! ¡Que los surtan de manjares y bebidas, y sean atendidos en todo como se merecen los soberanos de nuestro amado Corinto!
Se va. Pólibo carga de nuevo los baúles y maletas y sale con Mérope.
CORO: Tiempo: es lo único que somos. Un mero transcurrir.
HEMISFERIO IZQUIERDO: Tiempo que se consume.
HEMISFERIO DERECHO: Un grano de arena que rueda hacia el abismo de la ampolleta.
HEMISFERIO IZQUIERDO: Hacia el sepulcro que nos espera al final de la caída.
HEMISFERIO DERECHO: Hasta que una mano ponga de cabeza el reloj, y todo comience de nuevo.
El consultorio de la directora de la clínica. La Dra. Castañeda termina de ofrecerle a Creonte un banquete. Cada tanto, el Empleado Administrativo les sirve vino de una vasija de barro. Afuera, el “Enfermero” cuida la puerta.
DRA. CASTAÑEDA: Cada día resulta más difícil sostener todo esto. Antes nos ayudábamos hospedando a los peregrinos que acudían al Oráculo; pero el futuro ya no parece importarle a nadie.
CREONTE: Es demasiado complicado llegar aquí. Habría que construir un nuevo camino que trajera directamente desde la encrucijada del encino, y clausurar definitivamente ese embrollo de veredas donde cada diez pasos hay una disyuntiva.
DRA. CASTAÑEDA: Dicen que es lo que queda del laberinto que un antiguo Rey construyó a las puertas del Oráculo, para impedir que sus súbditos acudieran a preguntarle si podrían derrocarlo… Tiene sus ventajas: habrá visto que no necesitamos muros, ni rejas. Ningún interno ha logrado escapar: sin un guía, las veredas siempre los regresan aquí… ¿Se siente bien?
CREONTE: Es que… de pronto sentí que esto ya lo había vivido… Me ocurre seguido, últimamente. ¿Cree que pueda estar relacionado con lo de mi sobrino?
DRA. CASTAÑEDA: Despreocúpese: lo de él no tiene que ver con factores hereditarios. (Toma el modelo del cerebro y lo va desarmando mientras le explica a Creonte). Es un caso de Síndrome de Lóbulo Frontal. ¿Cómo se extirpó los globos oculares? ¿Utilizó algún objeto punzocortante?
CREONTE: Los broches del peplo de mi hermana.
DRA. CASTAÑEDA: Al hacerlo debe haberse lesionado el lóbulo frontal. Es probable que también resultaran dañadas estructuras del lado interno o medio de los lóbulos temporales, en particular del hipocampo y su corteza adyacente, áreas cruciales para la facultad de formar nuevos recuerdos, así como para articular o estructurar. Su memoria se quedó anclada hace treinta años, y para él, todo lo que siguió aún está por suceder. Eso nos vuelve oráculos ante sus ojos: si usted le dice lo que ha pasado desde entonces, para él tendrá el carácter de una premonición.
CREONTE: ¿Y en cuánto tiempo se va a recuperar?
DRA. CASTAÑEDA: Nunca. Las lesiones temporales son permanentes. Su memoria se irá acortando progresivamente, hasta que sea incapaz de pronunciar una frase completa, porque antes de terminarla habrá olvidado de qué estaba hablando. Irá sumiéndose en un estado de pasmo y su identidad se borrará por completo. Es su destino inevitable.
CREONTE: Qué tragedia. Aunque él parece tomársela con mucha ligereza…
DRA. CASTAÑEDA: Es otra de las características de los síndromes orbitofrontales: los pacientes pierden la inhibición, se vuelven incontinentes en sus burlas –generalmente procaces– y se da una tendencia desenfrenada a las rimas y los juegos de palabras.
CREONTE: ¿Segura, doctora? ¿No estará fingiendo?
DRA. CASTAÑEDA: Imagínese la mente de su sobrino como un laberinto —utilizo la imagen que él mismo ha referido—, un laberinto formado por cien trillones de interconexiones en serie y en paralelo: en ese laberinto de la memoria y la identidad es donde él está extraviado.
CREONTE: En algún recodo de ese laberinto está escondida la respuesta que necesito para vencer al monstruo que atormenta a mi ciudad. ¿Cómo puedo sacarla de ahí?
DRA. CASTAÑEDA: Con los medicamentos que tenemos hoy, me temo que se trata de un laberinto sin salida.
CREONTE: Ya veo… Lo mejor para todos es que Edipo se quede aquí, bajo vigilancia constante. Por el dinero no se preocupe: ya sabe que siempre hemos retribuido sus servicios…
DRA. CASTAÑEDA: Lo tendremos día y noche bajo observación… hasta que usted tenga a bien ordenar otra cosa.
El patio del hospital. El Coro está desperdigado. Epíndaro, empastillado. Edip se mece en el columpio, canturreando la melodía recurrente. A unos metros, Ptolomeo le lleva comida a Antígona.
ANTÍGONA: No podemos vivir indefinidamente de tu generosidad…
PTOLOMEO: Te ofrezco una familia, te ofrezco un lugar propicio y seguro para tu papá… ¿qué más necesitas para casarte conmigo?
ANTÍGONA: ¿Cuántos años te llevo, Ptolomeo?
PTOLOMEO: Yo te amo, Antígona.
ANTÍGONA: Después de un tiempo te vas a cansar de mí, y a conseguirte a una de tu edad: no se necesita un oráculo para predecirlo.
PTOLOMEO: Yo te amo, Antígona. Y no me llevas tanto. Ya cumplí 32.
ANTÍGONA: ¿32?… ¿¡32 años y sigues viviendo con tu mamá!?
PTOLOMEO: ¡La carrera de medicina es muy demandante…!
Entra Eve.
EVE: Señora, que si puede pasar a responder un formulario…
ANTÍGONA: ¿Otra vez?
EVE: Parece que faltaron unos datos. (Sale)
PTOLOMEO: (a Antígona) ¿Lo vas a pensar…?
Antígona asiente. Se besan. Ptolomeo se va. Antígona le echa un vistazo a Edip, que sigue tarareando en el columpio, y sale. Después de un momento, entra Creonte con una caja de madera.
CREONTE: ¡Sobrino! Mira lo que te trajo tu tío…
Agita la caja, haciendo sonar las piezas que hay en su interior. Edip voltea, interesado.
EDIP: ¡A ver, a ver!
Creonte le coloca la caja en las manos. Edip la abre con avidez y palpa las piezas del rompecabezas que hay en su interior.
CREONTE: Guíate con el tacto… así…
Le enseña. Edip, muy contento, riega las piezas en el suelo y se pone a ensamblarlas al tacto.
CREONTE: La imagen que forman es de una Esfinge. Muy realista, con sus garras, sus colmillos… Por cierto, no quiero presionarte pero me preguntaba si ya habrás recordado la solución del acertijo…
EDIP: (concentrado en el rompecabezas) Ajá.
CREONTE: ¿Y cuál es?
EDIP:¿Cuál es qué?
CREONTE: La solución del acertijo.
EDIP: ¿Qué acertijo?
CREONTE: (suspira) Pon atención. Voy a decírtelo de nuevo…
EDIP: Ajá.
CREONTE: ¡Pon atención!… “Tiene cuernos pero no es minotauro; se pasa la vida dando vueltas por el laberinto en el que está atrapado, y cuando llega a su centro, se encuentra a sí mismo”.
EDIP: ¡Es… una babosada!
CREONTE: Tal vez para tí lo sea, pero nadie ha podido resolverlo. Por la memoria —por el amor que le tienes a mi hermana, te lo suplico: si conoces la respuesta, dímela.
EDIP: Ya te la dije.
CREONTE: No me la dijiste.
EDIP: Haz memoria… ¡gusano conchudo!
CREONTE: … Yo trato de sobrellevar las cosas sin recriminaciones, Edipo…
EDIP: ¡”Edip”! Mi nombre es Edip.
CREONTE: … Pero tu actitud no ayuda. Te lo digo, no como Rey ni como cuñado, sino como tío: no trates así a la gente que quiere ayudarte, o terminarás por quedarte solo.
EDIP: Ajá.
Sigue armando su rompecabezas sin hacerle caso a Creonte; éste dispersa las piezas de una patada.
CREONTE: ¡Deja de comportarte como un niño!
EDIP: ¿Me llamas niño, tú, que te has pasado la vida tras las faldas de tu hermana? ¡Por una vez sirve de algo, haragán: ve por Tiresias y tráelo sin demora a mi presencia, que necesito consultarlo acerca de las calamidades que aquejan al reino!
Creonte contiene un gesto iracundo. Recapacita. Hace falso mutis. Edip recolecta las piezas de su rompecabezas. Creonte regresa a su lado, apoyándose en una rama que hace las veces de bastón.
CREONTE: (fingiendo una voz solemne y cascada) ¡Salve, oh, Edipo, de la tribu de Cadmo sabio y admirado gobernante! Tiresias acude a tu llamado. Dime: ¿qué mal te acongoja, que con tanta premura me incita a venir tu buen cuñado?
EDIP: Debe ser otra de las maquinaciones de ese insidioso. Yo no le pedí que te llamara.
CREONTE: ¿… No le pediste que me hiciera comparecer ante tí para consultarme “acerca de las calamidades que aquejan al reino”?
EDIP: No: no lo recuerdo… Y de haberte querido llamar, se lo habría encargado a alguien más confiable. Aquí entre nos, Creonte nunca ha estado bien de aquí (se toca la cabeza)… Ya que viniste, Tiresias, quisiera comentarte una ocurrencia —por demás absurda— que últimamente me ha estado rondando, sobre la posibilidad —ya sé que es una tontería— de que ese comerciante al que maté donde se juntan tres caminos y hay un encinar pudiera… pudiera ser Layo, el anterior Rey. Dime, ciego, ¿es posible?
CREONTE: ¡Oh, suerte terrible! Todo esto coincide con el obscuro mandato que recibí de Apolo esta mañana, cuando me anticipó que un encumbrado iba a hacerme una pregunta difícil de responder y que yo debería someterlo a una prueba…
Por el otro lado regresa, sin ser notada, Antígona, acompañada de Eve.
EDIP: ¿Qué prueba?
CREONTE: Un acertijo.
EDIP: ¡… Esfinge!
CREONTE: No: esta vez es Apolo, el de la melodiosa lira, quien tal ordena.
EDIP: Esfinge… ¡esfinge! Repítelo y entenderás, Tiresias…
CREONTE: No demores en satisfacer el requerimiento del dios, Edipo. ¡Yo, Tiresias, predigo que si no respondes caerán sobre tí las peores maldiciones, vivirás sin techo y sin…!
EDIP: (inmovilizándolo por el cuello) ¡Ciego miserable! ¿Toda esta farsa quién la planeó: Creonte o tú?… Creonte anda tramando, anhela sentarse en mi solio, ¡el insulso, el cobarde, rey de la lisonja y la abyección!
CREONTE: (abandona el fingimiento) ¿Crees que puedes insultarnos como si nada? Sábete una cosa, Edipo: ¡si no me ayudas con el acertijo, te juro por los Dioses que yo…!
ANTÍGONA: ¿Que tú qué, tío?
EDIP: ¡Mami!… ¡Mira, mira lo que me regalaron! Forma una esfinge, ¿la ves?
Le muestra el rompecabezas.
ANTÍGONA: (viendo fijamente a Creonte) Sí, ya veo… (A Eve) ¿No quiere bañarlo de una vez?
Eve toma a Edip de brazo, quien se deja conducir dócilmente. Salen.
ANTÍGONA: ¿Ahora eres Tiresias?
CREONTE: ¿No me pediste que le modificara la verdad?
ANTÍGONA: Te haces el generoso; pero cuando te has acordado de nosotros, sólo ha sido para perjudicarnos.
CREONTE: ¿Cómo puedes decir eso? ¡A la hija de mi hermanita adorada!
ANTÍGONA: ¡Nos abandonaste, nos desterraste…!
CREONTE: Tú no estás desterrada, Antígona. Ese decreto sólo pesa sobre tu padre. Las puertas de Tebas, las siete, están abiertas para tí.
ANTÍGONA: ¡Dejaste que mendigáramos por el mundo…!
CREONTE: ¿Alguna vez te has preguntado por qué los reyes de las tierras por las que erraban no los hacían esclavos, por qué sus soldados no abusaban de tí?… Tuve que echar mano de mis mejores recursos para evitar que los lincharan por la maldición que traían a cuestas. Pero al final del camino todos me deben algún favor…
ANTÍGONA: ¿Y llegó el momento de cobrarnos a nosotros también?
CREONTE: ¡Antígona…! Eres mi afecto más cercano. Tú lo sabes.
Intenta abrazarla. Ella lo evita.
ANTÍGONA: (tensa) Sí, conozco tu afecto. Siempre me lo demostrabas.
CREONTE: A tí te gustaba.
ANTÍGONA: Era una niña.
CREONTE: Siempre fuiste madura para tu edad.
ANTÍGONA: ¡Era una niña, “la hija de tu hermana adorada”! ¡Y a pesar de eso, no dudaste en llevarme a esa gruta!
CREONTE: Ni tú dudaste en pedirme que te llevara. ¿O es que a tí también se te están olvidando las cosas?
ANTÍGONA: ¡Ojalá! Llevo años intentándolo… ¿Por qué no te denuncié? ¿Te acuerdas con qué angustia me suplicabas que no le contara nada a papá? Él te habría mandado a matar.
CREONTE: Ya no tenemos que escondernos, Antígona. Ahora soy el rey, y tú puedes ser mi esposa.
ANTÍGONA: … Busca la respuesta de tu acertijo en otro lado, tío. Nosotros mañana mismo nos vamos de Colofón.
CREONTE: Antígona… ¿a dónde? De todos lados los van a expulsar.
ANTÍGONA: ¡Prefiero seguir mendigando de reino en reino que vivir en esta cárcel! ¿Crees que no me doy cuenta que te mantienen informado de todo lo que hacemos aquí?
CREONTE: Edipo tiene que estar bajo vigilancia. Su enfermedad se está volviendo peligrosa. Y no sólo para él. Ya embarazó a una de las internas; un día de estos va a matar a alguien…
ANTÍGONA:¿De qué embarazo hablas?
CREONTE: La doctora dice que llevaba tiempo insinuándosele, haciéndole alusiones procaces, llamándola “Mami”… y un día, la tomó por la fuerza. Ahora espera un hijo suyo.
ANTÍGONA: ¡Mi papá es incapaz…!
CREONTE: Tu papá es perfectamente capaz. Mientras sea una de las loquitas de la clínica, puedo evitar que la cosa pase a mayores; pero allá afuera, ya lo hubieran lapidado.
Se va. Antígona sale por el lado opuesto.
Transición: el Coro entona su canto.
CORO: ¿Dónde se originan las historias? ¿De quién es la paternidad de los hechos?
HEMISFERIO DERECHO: No existen las casualidades. Todo es efecto de otra cosa.
HEMISFERIO IZQUIERDO: ¿Qué fue primero: la causa o el efecto?
CORO: El primer principio y la consecuencia última son una sola cosa. Big Bang, Big Crunch: un mismo, un único Big.
HEMISFERIO IZQUIERDO: Crang.
HEMISFERIO DERECHO: Bunch.
CORO: El Universo se fuga a toda velocidad y en todas direcciones, sólo para llegar, al final de la jornada, al punto de inicio.
HIPOCAMPO: ¿Y lo de en medio?
HEMISFERIO IZQUIERDO: Vacío. Como un cero.
HEMISFERIO DERECHO: O como una “O”.
Bajo el ciruelo, Edip, con el pelo mojado, platica animadamente con un grupo de enfermeras y empleadas que se han reunido a su alrededor y lo escuchan con risitas.
EDIP: Entonces tomé el manto del Rey y comencé a menearlo, como había visto hacer en Creta con los novillos bobillos… ¡Ája… liriliriliriliri! El Minotauro se olvidó de Teseo y acudió a la cita. Yo le enterré mi espada hasta el fondo… ¡Te ríes! A tí también te la han enterrado hasta el fondo, ¿eh?… Al fin pudimos desandar nuestros pasos, atrás, siempre atrás, hasta la entrada del laberinto, guiándonos con el hilo que nos había dado la hija del Rey Minos, que sabía esos trucos porque era una perdida, igual que tú… ¡y que tú… y que tú, y que yo también! Todos andamos perdidos en el laberinto de la vida por culpa de las parteras, que nos cortan el cordón que debía orientar nuestro regreso a casa y lo entierran muy profundo para que nunca lo encontremos, condenándonos a caminar en círculos hasta la muerte… De ahí me fui a conocer las Siete Maravillas. Ví los jardines colgantes de Babilonia, cuyas plantas no sólo son carnívoras, sino que hablan, y en todas las lenguas…
EVE: ¿El Coloso de Rodas? ¿También lo visitó?
EDIP: ¡Claro! Los marineros le dicen “la Gran Puta”, porque está situado a la entrada del puerto, con un pie en cada punta de la bahía, así que todos los barcos pasan entre sus piernas. Y si volteas hacia arriba te enteras de lo que oculta el taparrabos… ¡bah! Una cosita de nada. ¡Grande, Polifemo!
Antígona, que acaba de llegar, se apresura a interrumpir:
ANTÍGONA: ¿A quién quieres impresionar con esas historias, papá? ¿No ves que aburres a las señoritas?
TRABAJADORA SOCIAL: ¡Ay, no: para nada!
EVE: ¡Es que con su papá el tiempo se va…! ¿Por qué ya no harán hombres como él?
ANTÍGONA: ¿… Viejos, ciegos y amnésicos?
EVE: ¡Ay… sí! La edad lo vuelve más interesante; que no vea, bien mirado, es un ventaja, porque le permite explorar los demás sentidos; y lo de que se le olviden las cosas es muuy excitante: cada vez se vuelve, auténticamente, la primera…
TRABAJADORA SOCIAL: ¡Y es tan simpático, cuando habla, su papá!
ANTÍGONA: A mí a veces me parece que el que habla no es mi papá. Como si alguien se hubiera posesionado de su cuerpo y dijera todas esas fanfarronadas…
EVE: (a Edip) Al rato me sigue contando, ¿eh?
EDIP: ¿Tus pecas y tus lunares, Mami?
Le “guiña” un ojo a Eve. Las enfermeras se van. Antígona ubica entre el Coro a Aura, quien ahora luce una panza de 6 meses. Se acerca a hablarle.
ANTÍGONA: ¿Sabes quién es el padre de tu niño?
AURA: ¿Sabes quién es el niño de tu padre?
ANTÍGONA: ¿Mi papá tuvo que ver? Edipo… “Edip”…
AURA: ¡Edip pide, pide Edip!
ANTÍGONA: ¿Te pidió cosas? ¿Te propuso… jugar con Polifemo?
AURA: (canta) Ulises dejó ciego
al pobre Polifemo;
y ahora el gigante,
usa como parche
la piel de ocho toros.
Se va. Antígona se acerca a su padre.
ANTÍGONA: Papá… necesito preguntarte algo. Es importante que me respondas con la verdad…
EDIP: ¡Uy, uy! ¡Cuánta seriedad! ¿Pasa algo, Mami?
ANTÍGONA: Es lo que yo quiero saber: ¿ha pasado algo entre tú y esa interna…? Aura…
EDIP: No la conozco.
ANTÍGONA: ¡Si hasta le dices “Mami”…!
EDIP: Ya sabes que la única “Mami” eres tú. ¡Ni siquiera a mi mamá la llamaba así!
ANTÍGONA: Se lo dices a la que tengas junto, papá. Ahora mismo, a la enfermera…
EDIP: ¿Estás celosa, Mami?… Mami piensa que Papá se está buscando una de su edad…
ANTÍGONA: ¡Deja de llamarme “Mami”: no soy tu mamá, ni tu esposa! ¡Soy tu hija, Yocast—Antígona!
EDIP: ¡Ah… Mami quiere jugar! Mami quiere ser la niña consentida de papá… Muy bien: seré tu padre; ¡pero luego te toca a tí ser mi mamá!… ¡Atención, abran las puertas y abran las piernas, que aquí viene el famoso Meneceo a escupir su semilla en el gineceo!
ANTÍGONA: ¡No empieces!
EDIP: ¿Cómo te portaste en mi ausencia, hija mía? No habrás vuelto a hacer travesuras con el jardinero… ¡Cuéntame, cuéntaselo todo a papá!… ¿Sabes qué te traje de mi viaje, hijita? ¿Has oído hablar de Polifemo?
ANTÍGONA: ¡Ya, papá!
EDIP: ¡Te presento a Polifemo, el gigante de un sólo ojo! (Se levanta el atuendo, mostrándole su miembro). ¡Saluda a mi hija, tuerto!
Antígona desvía la vista, fastidiada.
EDIP: No te guíes por las apariencias, hijita: cuando se entusiasma todavía es un cíclope. (Empieza a masturbarse). Pero lo tienes que apapachar, porque el cautiverio lo ha reducido a esto. Ven: sóbale la cabeza, límpiale la lagrimita que sale de su ojo…
Obliga a su hija a agarrarle el miembro. Ptolomeo entra y se frena al verlos. El Coro se hace el desentendido.
EDIP: ¿Ves cómo crece? ¡Es hora de encerrarlo en su gruta!
Intenta penetrarla. Antígona se percata de la presencia de Ptolomeo; éste se va. Ella se separa de su papá con un fuerte empujón y persigue a Ptolomeo. Edip busca a tientas la mano de su hija y se topa con la de Hipólita, que viene entrando.
EDIP: ¡Que no te asuste el tamaño: Polifemo sabrá acomodarse allá adentro!
HIPÓLITA: Ajá; pero Polifemo ya tiene sueño, ya se le está cerrando su ojito… Venga, vamos a que haga de la pipí antes de ponerlo a dormir la siesta…
Se lleva a Edip.
CORO: ¿De quién es la paternidad de los hechos? ¿Del Hombre, del Hado inescapable o de la mala fortuna?
HEMISFERIO DERECHO: ¿O serán, ellos también, producto de un incesto? ¿Los efectos, revolcándose con sus propias causas, habrán engendrado nuevos acontecimientos, que sean a la vez motivo y resultado?
HEMISFERIO IZQUIERDO: No existen las causalidades. Todo es consecuencia de sí mismo.
El Gabinete del Oftalmólogo. El lugar está lleno de ojos de todos los tamaños en modelos tridimensionales y diagramas pegados en la pared. En la pared del fondo, un cartel para exámenes de la vista muestra una pirámide de letras de tamaño creciente, culminada por una gran “O”. Antígona y Ptolomeo se miran en silencio. Afuera, Hipólita conduce a Edip hasta una enorme piedra oblonga que hace las veces de banca, bajo el ciruelo, y lo pone a dormir la siesta; pero él prefiere seguir armando su rompecabezas.
PTOLOMEO: Dime la verdad: ¿entre tu papá y tú nunca ha habido nada?
ANTÍGONA: ¡Ya te dije que fue un malentendido! Es su enfermedad, tú lo sabes.
PTOLOMEO: Tú también pones de tu parte. Te la pasas ocultándole la verdad, modificándole la información a tu antojo… Lo estás condenando a una segunda ceguera. ¡Y te sorprendes de que surjan “malentendidos”!
ANTÍGONA: ¿De qué sirve saber? Cada vez que uno de mis parientes lo ha intentado, sólo ha conseguido hundirse más en la ignorancia.
PTOLOMEO: Antígona, quiero que sepas que tomé una decisión: ya no voy a vivir con mi mamá… Me voy de Colofón. Y me gustaría que me acompañaras. Nos iríamos lejos, a los pueblos que nunca han sido visitados por un médico. Viviríamos de lo que la gente pudiera darnos…
ANTÍGONA: Sí. Bueno. Mendigar de pueblo en pueblo no es tan emocionante como te imaginas…
PTOLOMEO: ¡Ustedes iban desterrados, cargando con el peso de lo que había sucedido! Lo que yo te propongo es liberarte de ese pasado e iniciar una nueva vida. Una vida juntos…
ANTÍGONA: ¿Y mi papá?
PTOLOMEO: Aquí no le va a faltar nada.
ANTÍGONA: ¿Abandonarlo?… Yo no puedo hacer eso. No lo soportaría…
PTOLOMEO: ¿Él, o tú? Él no tendría por qué darse cuenta de nada. Hay sustancias que pueden atenuar sus emociones; prácticamente, eliminarlas…
ANTÍGONA: ¿Que no vuelva a sentir ninguna alegría… ningún entusiasmo…?
PTOLOMEO: Pero tampoco dolor. ¿Qué caso tiene que siga reviviendo a cada rato la muerte de tu hermano y todo lo demás?… Podemos colocarlo en un único tiempo: un presente sin sobresaltos, sin aflicciones…
ANTÍGONA: ¿Qué clase de vida es ésa?
PTOLOMEO: No pienses en la vida que te hubiera gustado darle, sino en qué vida quieres para tí… para tus hijos…
ANTÍGONA: ¡Hijos…! No creo que yo sea capaz de tenerlos…
PTOLOMEO: Yo estoy decidido a dejar todo esto atrás. Si quieres venir conmigo, tú también tienes que olvidarte de tu papá. Es sólo un olvido más, Antígona…
Se va. Antígona cierra los ojos, abrumada, y recarga su cabeza en el respaldo del sillón de revisión. De pronto los abre, sintiéndose observada: Creonte ha llegado hasta la entrada y la mira desde ahí. Entra y se sienta en un taburete.
CREONTE: La primera vez, ¿te acuerdas?, fue una tarde de invierno como ésta. Tú insististe en que te llevara a la gruta en la que, decían, había vivido el viejo Sileno. Traías un vestidito amarillo y un moño naranja en el pelo. Y, me acuerdo perfectamente, una piedra de colores que habías recogido en el río y que no soltaste en ningún momento. Dijiste que la ibas a guardar toda la vida, como recuerdo… ¿Todavía la tienes?
Antígona no deja de mirar hacia otro lado. Después de un momento, extrae lentamente de su vestido la piedra de colores deslavados. Creonte hace un movimiento para tomarla; Antígona la retrae, como si lo fuera a descalabrar con ella. Se miran, inmóviles. Finalmente, Antígona suelta la piedra. Se dan un beso largamente postergado, buscándose, palpándose, constatando que siguen siendo los amantes de antaño. Cierran la puerta del gabinete y empiezan a hacer el amor, bajo la mirada de los modelos oculares que forran las paredes y llenan las estanterías. En el patio, Edip arma su rompecabezas, ajeno a lo que ocurre en el gabinete. La voz de Mérope lo sobresalta.
MÉROPE: ¡Ya no lo soporto, Edip, no lo soporto!
EDIP: ¿… Mamá…? ¿Tú aquí?
MÉROPE: ¡Tenemos que hacer algo, Borreguito!
EDIP: ¡Aléjate! ¡Tú y yo no debemos estar juntos, porque nos exponemos a cumplir el abominable destino que…!
MÉROPE: ¡De eso se trata! Llegó el momento de cumplir el presagio que recibiste en Delfos. Debes matar a tu padre, Edip.
EDIP: (desconcertado) ¿Quién te contó lo del presagio? ¿Cómo sabes que fui a Delfos?
MÉROPE: Hagamos lo que hagamos, no hay forma de escapar al destino que nos trazaron los Dioses; así que entreguémonos al nuestro, que ya nos ha esperado demasiado. ¿Te acuerdas cómo me espiabas, de niño, mientras me bañaba?… ¿Pensabas que no me daba cuenta? Siempre supe que estabas ahí, atrás de la cortina; y yo me demoraba en desnudarme, en enjabonarme, en enjuagar todos mis rincones… Desde que eras bebé, tus manos agarraban mi pecho y tu boquita lo chupaba como si fueran las manos y la boca de un hombre… Es hora de librarnos de los remordimientos que nos han impedido estar juntos: tú, gobernando el reino que te corresponde por derecho de sangre; y yo, tu reina al fin, esperándote todas las noches para que me recorras, me hurgues y me hagas tuya hasta que el sol acaricie nuestras pieles… ¿Por qué me miras así? ¿Te repugna este cuerpo envejecido? ¡La culpa es tuya, por haber desaparecido tantos años en vez de consumar nuestro destino cuando yo todavía estaba en la primavera de mi lozanía! Pero te aseguro que cuando se trata de amar todavía soy una ninfa; más de un esclavo lo puede atestiguar. Tal vez ya no sea esa flor que te amamantaba, pero sí una fruta madura a punto de estallar, que te pide a gritos que la abras en dos y la muerdas gajo a gajo hasta extraerle la última gota de néctar… (Lo besa largamente). A partir de hoy, todas las noches serán como cuando papá salía de la ciudad y tú venías a mi cama para que te arrullara con esa canción que siempre me pedías, ¿te acuerdas?…
Canta; la melodía es la misma que Edip ha estado canturreando a cada rato.
MÉROPE: El bebé tiene una gran familia.
Sus tres hermanos lo quieren mucho.
Y aún más lo quieren papá y mamá.
.
Su hermano grande murió en la guerra,
atravesado por una lanza
en primavera.
.
El otro hermano murió de peste.
De rojo el cuerpo le floreció
en el verano.
.
A su hermanita la arrastró el río.
A medio otoño se fue flotando
como una hoja.
.
Papá ese invierno se fue de caza.
Se lo encontraron hasta el deshielo
partido en dos
por un colmillo, un gran colmillo
de jabalí.
Bebé, no tienes ya más familia;
pero aún te queda quien más te quiere.
Y mami tiene a quien más la quiere.
Y si se quieren, y aún se tienen
mamá y bebé, bebé y mamá,
¿para qué quieren que otros los quieran?
.
Edip se ha quedado dormido sobre el regazo de Mérope, quien le acaricia suavemente el cabello.
.
Fin del primer acto.
.