ISSN 2692-3912

Creciente fe, la poesía del poeta Gustavo Ruiz Pascacio

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Creciente fe, la poesía del poeta Gustavo Ruiz Pascacio

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Gustavo Ruiz Pascacio publicó su primer libro en 1994 y lo tituló Cualquier día del siglo.[1] Para Jesús Morales Bermúdez, en sus Aproximaciones a la poesía y la narrativa de Chiapas, se trataba de “un poemario de no fácil comprensión aunque desbordante en voluntad, en voz” (1997: 85). Vio en él una “expresión firme […] la voz de quien se sabe poeta, de quien se quiere poeta, ordenador y hacedor de palabras, de universos, de destinos” (1987: 85); alguien cuya apuesta está en otras realidades y no en las inmediatas. Para construir esas otras realidades, Ruiz Pascacio se vale, por igual, como lo ha anotado Ignacio Ruiz-Pérez, de los espacios cotidianos.

Han transcurrido treinta años desde la publicación del primer libro de Gustavo, quien habría de entregar, en el año 2000, El equilibrista y otros actos de fe; en 2001, El amplio broquel de la melancolía, con el que obtuvo el premio estatal de poesía Rodulfo Figueroa; Escenarios y destinos, en 2008.[2] En 2014, No viene la primavera en las líneas de mi mano. Y en 2020, Cuaderno de Innsbruck. Con esta producción poética se constata lo que entrevió Jesús Morales Bermúdez, en 1997: una expresión firme en manos de un hacedor de universos, de destinos, quien se da el gusto de oscilar entre lo que posee y lo que le ha sido vedado pero que está dispuesto a conquistar. Se presenta como alguien que descubre que “no viene la primavera en las líneas de [su] mano” y que no tiene pedigrí pero que su ámbito es la extranjería, protegido por el crepúsculo; cuando busca, lo que encuentra es un perfil marcado por la contienda.

Es un yo poético que sabe cómo se ha ido formando y que es consciente del paso del tiempo: “Le di a este rostro todos los lugares del mundo […] La única calidad de peregrino / que puedo reconocer a mis años / está en algún lugar del tiempo / que nadie conoce” (2014: 13). Le ha sido dado buscar a otros con el fin de reconocerse y entregarse: “Lo que ya viví está contigo” (2014: 20). Y si la asume, la responsabilidad tiene sus límites: “Yo sólo me responsabilizo / de aquellos seis / que brindaron conmigo / en el Carnaval de Oriente / justo después de contarles aquel sueño / donde mi padre pedía / que lo ayudara a salir de su letargo” (2014: 22). Es un yo poético que logra ver lo que ocurre en el exterior: “Estamos construyendo todos / Un manotazo que hierva a la menor provocación” (2014: 24).

¿Esa primera persona del plural a quiénes incluye? ¿Sólo a los seis del brindis en el Carnaval de Oriente? La pregunta es oportuna si se advierte que el yo poético camina sin que alguien se sienta atraído por su voz: “No me escucha el hombre / con aroma a lavanda / que ataja la parada de los móviles / con su fidelidad de usuario / No me escuchan los combatientes de otros tiempos, / porque no reconocen que voy y vengo en esta tierra” (2014: 30).

Ir y venir por esta tierra es lo que hace el yo poético, sabiendo hacia dónde debe dirigir sus energías: “sobre la cuerda en que me mira el equilibrista / Por ti y por siempre libraría otra batalla”. En este “circo tan inmóvil”, hay lugar para que el yo poético sepa que esa cuerda tiene red de protección creada por quienes sí se acercan a él: “Los hombres y las mujeres / que han pronunciado mi nombre / han pronunciado un rito debajo de sus pechos”. “Los hombres y las mujeres / que han pronunciado mi nombre / los cubre la esencia del mundo / Están en el altar y en la mesa / de esta hospitalidad extrema / y en este puño cerrado/ abierto al infinito” (2014: 25, 41, 42).

El título del libro No viene la primavera en las líneas de mi mano incluye una negación que podría hacerlo ir hacia abajo, en picada, sin que el equilibrista se mantenga sobre la cuerda, como sería su propósito. Al leerlo una, dos veces, los treinta y cuatro poemas con los que está formado pueden mostrar que el yo poético ha visto la oscuridad, ha estado en la oscuridad, de ahí su reconocimiento de que hay victorias que sólo ocurren en la noche. Pero también sabe que existe la “hospitalidad extrema” y que lo que se cierra lo puede hacer porque de ahí puede abrirse al infinito.

El yo poético es consciente de lo que le rodea, lo cual no siempre tiene que estar a la vista; es suficiente con que lo sienta. “De lo que yace a mi lado, no lo que atisbo…” (2014: 17) —una construcción rítmica muy cercana a las que prefería Joaquín Vásquez Aguilar—. Con base en este sentir, situado dentro de una oscilación constante, hay que reparar en la luz perceptible en No viene la primavera en las líneas de mi mano, la cual es posible ejemplificar con la parte final del segundo poema, de donde surgió el título del libro: “No viene la primavera / en alguna línea de mi mano / No tengo Monte de Júpiter / para avalar cierta mancia / Estrellas mas han plantado / en estas manos el cielo”.

Están las ausencias, aquellas que no han llegado a formar parte del yo poético: la primavera y el Monte de Júpiter. Y le asiste la ventura. No está solo. Tiene algo más que no está sujeto a la adivinación. Están con él las estrellas; y en sus manos, el cielo. ¿Qué más puede pedir? Triunfa la luz, y el yo poético tiene la posibilidad de identificar de qué está hecho: “despierto sobre el fuego / y sobre el agua de mi ración de Dios” (2014: 31). Un poema sintetiza el momento que está viviendo el poeta, un momento de transición: su propio tránsito, con color y con forma; un poema en el que hay una novedad de colibrí que lo atestigua: “¿Y si no ocurre nada al final del día?” (2014: 37). ¿Con quién está dialogando, con quiénes? ¿A quién le dice lo siguiente?: “He sido lo mordaz del nombre de tu estirpe / Y en esta enorme vertiente de gráficos sin saldo / seré la próxima puerta que abran los dedos de tus sueños” (2014: 44).

Gustavo Ruiz Pascacio es el equilibrista, su fuente, su rito, su cielo abierto; se desplaza con largo aliento en busca de un bosque, para sentarse en otra banca, en un lado distante, y saber de sí y saberse decir que está ahí para disfrutar lo que se le entrega, con lo que hará los poemas, una tonada de jazz, un vibrato, un caudal en el que encontrará sus espíritus. Lo sabe bien: “capítulo de ascensos y caídas, de caídas y ascensos, de ascensos en caída, de caída en ascenso” (2020: 68).

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Selección de poemas

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XIX

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Todos los días he visto el sitio de cada cosa. El cetro con el que anuncian aquello que ha crecido. La insólita superficie sin migajas de por medio. Todos los días me llegan reportes del clima. Termómetro suficiente para saber de mi alma. Mercurio de lo volátil que también es mi causa. Yo, oriundo de lo que falta, de lo que hierve y de lo que cubre esta hipotética lengua peninsular, confieso la vastedad que me acontece, el público escribano que sube a lo más alto de la montaña y baja por el guijarro más humilde del río. Los días pueden constatar lo contrario. Que nada de su vitral he declarado. Que he puesto en boca de nadie el clarinete y el acordeón. Que llevo un mazo de rombos por canciones. Pero prefiero decir que he visto el sitio de cada cosa, porque he viajado sin paranieves, sin pararrayos boreales ni escuderías, hasta el minuto final en que el amor me ha convertido otra vez en fidedigno preceptor de lo ordinario.

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De Cuaderno de Innsbruck

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4

La última verdad es la que duele

No el ámbito exento de coraje

sino la clara sospecha

del rango de la agonía

Lo puedo percibir en esta tarde

en que el Altísimo

ha tendido su red una vez más

Sutil cabriola de principio a fin

es mi respuesta

Quisiera entonces

salir y acometer

de una vez por todas

el avecindado carácter

de esta furia insomne

Pero el calendario

me señala una espera

Es viernes,

y sobre la amplia tarea

que me gobierna,

un mundo se avecina

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33

¿Quiénes son los otros?

A veces me he percatado

que acusan un zumbido inacabable detrás del muro

Supongo que es lo más parecido a la alegría

o un poco de salud en su sitio

No logro percibir algo más nítido

Tal vez esto sea una ecuanimidad intrusa

y no hay otros aguardando la vela del ungido

Pero por si me viese de pronto frente a otros

quiero saber su santo y seña

Si viene con ellos

un destino más siniestro

un hondo más pleno

el robledal de algún crepúsculo

Quiero saber si son los otros

un pulcro corazón que en mí despierta

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De No viene la primavera en las líneas de mi mano

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Cuando en su suelo la ciudad miro

atenazado por tantos siglos de menguante villanía,

no me quisiese empapar de otro recuerdo

que el de tu carne floreciendo en ciertos verbos.

Que por mentira tienen algunos

la extrema convergencia de anidar entre nubes y entre hormigas,

y la costumbre de ser el escondite

del que se le han quebrado las alas.

Por eso siento una máscara de agua

y una magna sequía si no cubro

el material de los siglos con tu cuerpo.

Cuando en su suelo la ciudad miro,

miro también las voces que la abren.

Sólo ha cambiado de dirección el viento, lo saben.

Y por supuesto saben que voy en demasía.

Voy por el surco que ha dejado tu nombre.

Y libre tiene por ascendencia la mirada.

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De Escenarios y destinos

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X

A la mar abierta van las aves del sol;

la pupila niña va; van los remeros trenzando compases.

De la mar abierta vienen los sueños cabalgando;

la horizontal mirada viene, la inacabable cúpula.

En la abierta mar están las manos de los urgidos;

el cortejado tejido está; la rueca siempre y tantas veces más.

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De El equilibrista y otros actos de fe

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Referencias bibliográficas

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Morales Bermúdez, Jesús. Aproximaciones a la poesía y la narrativa de Chiapas. Tuxtla

Gutiérrez: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, 1997.

Ruiz Pascacio, Gustavo. Escenarios y destinos. Tuxtla Gutiérrez: Consejo Estatal para las

Culturas y las Artes de Chiapas, 2008.

—. No viene la primavera en las líneas de mi mano. México: Gobierno del Estado de

Tabasco, 2014.

—. Cuaderno de Innsbruck. Tuxtla Gutiérrez: Consejo Estatal para las

Culturas y las Artes, 2020.

  1. Una versión de este texto está incluida en el ensayo “Morada y nombre: leer poemas”, que forma parte del libro Tomar la palabra. Algunas expresiones literarias y de cultura popular en el sureste mexicano (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas/Juan Pablos Editor, 2016).

  2. El título de este ensayo forma parte de un poema de Escenarios y destinos (2008:94).


Carlos Gutiérrez Alfonzo es poeta y ensayista. De su autoría son los siguientes volúmenes de poemas: Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018). Ha publicado los libros Ascenso y precisión. Tres poemas de autores chiapanecos (2016) y Minucias. Maneras de decir cómo se vive la frontera (2021). Se desempeña como Investigador del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur, de la Universidad Nacional Autónoma de México (CIMSUR-UNAM).


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