I. La violencia que amedrenta a un individuo o destroza a una comunidad ha perdido impacto en la realidad a causa del filtro del mundo digital. En cuanto las redes sociales, o los sitios de video reproducen la catástrofe, ésta pierde su relevancia y se convierte en material que instantáneamente puede ser desechado del imaginario colectivo. Recordamos las imágenes atroces de las guerras del siglo XX en gran medida por la limitante para conocer la profundidad de la desgracia. Vietnam es una guerra mítica porque su historia se ha narrado a cuenta gotas entre cientos de documentales, cada generación descubre linderos por recorrer para reorganizar la historia y construir una sola verdad que perdure, a través de los hechos, en el tiempo.
II. Para que la violencia como suceso histórico sacuda a una sociedad, se necesita del silencio, de momentos de incertidumbre que convoquen a la reflexión del hecho atroz y se generen respuestas contundentes. Hoy, la masacre de una comunidad que es documentada por los medios, los peritos que atienden el caso, los policías que rodean la zona, el transeúnte con ínfulas de reportero, y los allegados de las víctimas, todo en el mismo espacio y tiempo, entorpecen la explicación del momento y este se torna espectáculo, se vuelve comedia.
III. En términos militares, cuando se habla de Teatro se nombra a un territorio sobre el que se dan las batallas de algún conflicto armado. En este instante, el Teatro digital que habitamos es por mucho el más salvaje, no por la concentración de la tragedia humana en él, sino porque el exceso informativo anula la comunicación utópica, la comprensión de los conceptos y las palabras a tal grado que somos animales sin sentido de existencia. Vivimos un solipsismo impuesto por la modernidad de la cual escaparemos únicamente cuando atenten contra nuestros derechos o nuestra vida.
IV. Necesitamos de la violencia y su silencio. Poner un solo rostro al muerto, un nombre que defina a la tragedia. Una violencia que podamos estudiar sin la tecnología digital. Kent Anderson, escritor estadounidense veterano de Vietnam, hace una formulación excepcional para acabar con toda guerra: pónganle nombre y apellidos a los soldados, a esos reclutas que perderán la vida por la patria. Con eso, dice, se crearía conciencia de quién muere por nosotros. El Teatro digital al que le hemos brindado todo el poder nos ha convertido en yonquis que necesitan del viaje para jamás abrir los ojos a las tragedias verdaderas… en este sentido la apuesta de Anderson se invalida… en su mayoría en esa oscuridad la gente tiene nombre.
V. Violencia aplicada. Hay momentos en el día en que pienso estrategias para encumbrar a gobernantes. Me divierte la idea. Alguna vez pensé que, si mi candidato estuviera al borde de perder las elecciones, le pediría que se dejara navajear por un agente controlado por nuestro grupo. Cuando apuñalaron levemente a Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, me desilusionó el hecho de que alguien más pensara lo mismo que yo, pero me entusiasmó el resultado: victoria neta a partir del fanatismo controlado y consumada por las redes sociales. Ahora nadie recuerda el suceso porque, una vez en el gobierno, el personaje es irrelevante y la navaja apenas entró sin causar una verdadera revolución… debió convalecer más días para acentuar el dolor en el pueblo, para ser un mártir hecho y derecho a manos de la violencia política del enemigo.
VI. En ocasiones debemos ver de frente el horizonte ambarino al amanecer, entender que estamos vivos, que somos parte de la existencia salvaje y voraz fuera de los servidores, respirar y decir: está bueno, seré parte de este mundo.
VII. En este momento histórico, trágico y veloz, cualquier pelea política, social, barrial, hogareña es inocua a simple vista en el mundo real, pero tiene en el estadio digital su campo predilecto para hacer de la nimiedad un problema de Estado. Las dos arenas de la realidad, que simétricamente se conjugan, son pasiones que se nutren y equilibran regalándonos “ídolos” al por mayor, en esta sustitución de lo humano en el ciberespacio paradisiaco que vivimos con entereza y que nos brinda paz emocional.
VIII. El mundo digital es un museo de muertos sin seguidores. En ese vacío oscuro de lenguajes programáticos están grabados los nombres de los ciudadanos que no fueron Titanes; discursos y videos a los cuales regresamos remotamente para redimir con la burla su arcaísmo. Los canales digitales son vías de crisis que proyectan hechos, causas y efectos a tal velocidad, que sustituyen nuestra capacidad para hacer lo más básico: cuestionar. Ese mundo de fibras ópticas es un artefacto político intangible, un arma maquiavélica de segregación social, justo lo que en principio se quiso eliminar, o nos dijeron que se eliminaría, pero es, ante todo, un medio que se nutre del sentimiento puro y vivo. Es el innegable motor de nuestra existencia [en el encierro].
IX. Greta Thunberg es un caso insigne de la sustitución de realidades, es una quimera generacional incendiaria, una mujer nacida ya en la era digital. Dicho sea de paso, hay que tratarla con cuidado, polariza opiniones por su edad y no puede ser criticada abiertamente. Sí, en efecto, estuvo afuera del parlamento sueco manifestándose en contra del cambio climático, y esa imagen fue la revolución. Gracias a eso, participó en foros internacionales sobre el medio ambiente hasta llegar a la ONU, presentación de la cual sólo se recuerda su frase “How dare you?”, que supuestamente cimbró a los líderes mundiales. La joven sueca enloqueció a una generación sentimentalista de jóvenes y adultos activistas natos de las redes sociales que la tomaron como una voz por la cual apostar, una virgen, que condensaba el idealismo de seres pasivos que olvidaron cómo organizar las marchas después de la euforia. Hasta el momento he visto sólo una fotografía de la activista con una planta en la mano, hay más fotos de ella viajando en trenes y cruzando el Atlántico en un velero de lujo (¿cuidando así al medio ambiente?). En términos clásicos: demagogia pura. No interesa lo que diga la activista acerca del cambio climático, son obviedades, que conciernen sus publicistas e ideólogos, genios de la mercadotecnia que rindieron a millones de jóvenes y adultos ante Greta, ante la presencia del ídolo digital equiparable con una incuestionable divinidad cuya furia e indefensión sería un pecado no respetar. CNN la incluyó como analista para hablar acerca de la pandemia, lo cual es incomprensible. En cuanto al Coronavirus, ¿cuál podría ser su aportación al debate? La ciencia no se rinde a los sentimientos. “How dare you?”.
X. Nuestros sentimientos son los que encumbran a estos personajes idolatrados desde la realidad hasta el paraíso digital y su reducto. Parafraseando a John Stuart Mill, no importa cuan equivocados estén estos ídolos (digitales) o qué actos cometan, su defensa cae en el ámbito del sentimiento, y contra eso no existen argumentos lógicos válidos para desenmascararlos. Es interesante la figura del ídolo digital porque es un dios que escucha, desde su paraíso, un dios que está presente y que contesta a las plegarias con mensajes automáticos que generan hermandad. Tenemos tantas ganas de un poco de amor.
XI. Durante siglos el lenguaje y su letanía se ha estudiado con la seriedad propia del problema, para comprender que cada siglo renueva las teorías filosóficas y literarias en torno a las palabras, lo que nombran y sus límites. Desde la disciplina matemática que habla del lenguaje como una ecuación más de la lógica, hasta la postura metafísica que insinúa que todo lo que nombra una palabra existe, nos ayudan a comprender que por medio de las palabras estamos atrapados en una prisión que nos ciñe al contexto de la realidad. Por eso hay quienes guardan silencio, para eliminar el probable destino al que lo lleven sus vociferaciones. Aunque la pasión por pronunciar los vocablos es tal que termina por condenar al héroe… en términos clásicos es su error trágico.
XII. ¿Cómo podemos escapar a la trampa del lenguaje, a la mentira discrecional de la época y los actores que la proclaman para generar realidades extraordinarias pero falsas? La pregunta es pertinente porque la respuesta sugiere un continuo progreso idealista, como si de un juego de naipes se tratara, que baraja conceptos como: bienestar, justicia e igualdad, entre otros, que no logran consumar el deseo general de la sociedad que busca el bien común, pero que siempre están en un juego sinfín. Si los ideales se consumaran, la mentira social no tendría razón para existir. El juego político radica perversamente en instaurar la ilusión del progreso duradero, aunque inmóvil, creando espejismos y empatías ciudadanas. El lenguaje inclusivo y su progresismo es una trampa.
XIII. El adoctrinamiento cristiano que reza: “todos iguales ante la mirada de Dios”, es una fórmula ideal para el engaño social. ¿Realmente nos interesa ser iguales? En un sentido estrictamente existencialista no me interesa estar en comunión con los demás, ser igual a los otros. Si como ser humano renuncio a mi necesidad espiritual que conlleva una fuerte dosis de egoísmo, cedo pues mis ideales a otro que podrá saquearme a diestra y siniestra. Mi obligación dentro de la sociedad me exige a no claudicar mis intereses por los de otro, a no ser políticamente correcto. Hemos cedido demasiado poder al gobernante, al ministro, al presidente y con esto renunciamos a vivir en sociedad porque sus objetivos no impulsan el progreso social en sí mismo.
XIV. Me impacta el miedo que vivimos, que se acentúa con la pandemia. Miedo a la caída de la economía. Miedo a la pérdida de la libertad, a la muerte por el virus y cómo no tenerlo. Miedo a no poder soñar más. Parte de este miedo radica en la nula renovación de las figuras políticas de los últimos cincuenta años, los mismos rostros continúan gobernando y pasaran la estafeta a sus vástagos. Mientras no se dé ese cambio continuaremos en la mediocridad ideológica decimonónica. No cederé mi voto a futuro a nadie, por ejemplo, que provenga de cualquier casta rancia. La pregunta que debo hacerme es si existirán ídolos nuevos, otras ideas que me inciten a dejar de ser un niño perdido en una isla sin destino. La furia que identifico en mí es la misma que sienten varios miles de individuos que se hartaron del estupor del cadáver sobre el escenario presidencial.
XV. Previo a este exhausto momento histórico de encierros, desde hace años, se fue acentuando una profunda censura auto impuesta gracias a las miles de voces que rondan los pasillos digitales de las redes sociales, a las que la gran mayoría tenemos contacto sea por cuestiones laborales o divertimento, situación que se agravó con el confinamiento. En ese universo etéreo al que cedemos con gusto nuestra alma, toda palabra es campo minado. ¿Acaso vale la pena la auto censura por algunos buenos comentarios de personas que nunca conocerás? La ilusión de ser queridos y aceptados es bastante deprimente. Aún más deprimente es no ejercer el derecho a disentir por miedo a las hordas de salvajes que en un fuerte ejercicio de auto complacencia se erigirán como seres morales superiores que exigirán con su dedo flamígero tu condenación eterna.
XVI. Abandonemos toda proposición filosófica acerca del mundo digital. Partamos en principio de lo físico. Crecimos leyendo revistas, no hablamos de literatura en este momento, vimos miles de horas de programas televisivos, consumimos millones de imágenes previo a la aparición del mundo digital que nos vendían una ilusión, ustedes decidan la pasión que anhelaban, nos deslumbraron miles de escenas cinematográficas que forman parte de nuestra experiencia. Durante décadas consumimos rostros perfectos, cuerpos idóneos, y aprendimos las palabras correctas para entablar una conversación. Nuestra existencia ha participado de ilusiones que nos mantienen con vida, felices o infelices, pero en equilibrio. El cuerpo de la mujer sobre la página nunca estuvo desnudo, sino que el corrector que retocaba la imagen se encargaba de eliminar la ropa que cubría a la modelo; no en todos los casos, no hay motivo para sufrir, pero el fundamento erótico y sexual de millones de adolescentes estaba basado en la habilidad del retocador de la imagen. Oh, desventura.
XVII. ¿Acaso vale la pena la auto censura por algunos buenos comentarios de personas que nunca conocerás? Repito la pregunta por la pertinencia. Una de las grandes ilusiones que nos ha vendido la modernidad del siglo XXI es que somos buenas personas y por tanto tenemos la capacidad, por esa gracia divina, de crear mundos salvajemente felices siempre que sea en el espacio digital, el campo de acción de las buenas conciencias que fortalecen la idea de la corrección política que todo lo destruye. En ese mundo digital e incluyente ocurre lo mismo que en cualquier marcha a ras de calle con templete. Se corre la voz: habrá una marcha por los derechos de las personas a disentir por cualquier tema social, me interesa. Perfecto. Soy el participante número 50 mil en la caravana, pero jamás llego al templete, ni conozco al que está sobre las tablas lanzando sus consignas. No sé si mis necesidades son expresadas con coherencia por ese individuo. Me pregunto por qué está él en el templete. ¿Quién lo puso ahí? ¿Quién es? ¿Por qué estoy en medio de la masa si mi voz no se escucha? Si no conozco al que lleva la voz sobre las tablas, ¿por qué me sumo al movimiento? El primer error es pensar que formamos parte de una comunidad.
XVIII. En el mundo digital rara vez llegamos a entender bien a bien dónde se inicia el movimiento que puede o no jugar en nuestra contra. ¿A quién le hablan las buenas conciencias o nosotros mismos? En el último lustro es normal que cada año se publiquen por lo menos uno o dos videos con celebridades, cineastas, escritores, libreros, líderes sociales, entre otras figuras donde aparecen en escala de grises con voz afectada y silenciosa, arrojándonos a la cara algún crimen cometido, una injusticia, alguna postura política o iniciativa social. Por supuesto que es válido y se deben atender las problemáticas que nos afectan o no a todos; pero la pregunta es ¿a quién le hablan? En alguna ocasión lancé esta pregunta en redes sociales y una activista me contestó que “cada quién lucha desde su trinchera”, pero el mundo digital, por vasto que parezca, atiende a una diminuta fracción de los seres humanos, por tanto la trinchera es ínfima. Si haces activismo a favor de las comunidades pobres en la sierra Tarahumara, por ejemplo, tal vez estos últimos deberían estar informados para no sentirse utilizados, porque, de otro modo, el majestuoso video en blanco y negro se torna en un objeto exótico e ilusorio que explotan las buenas conciencias que no viven el agravio por el que pretenden luchar en esas reuniones donde obtienen la validación social.
XIX. Participamos de un momento en el que la ficción mueve al mundo. Emocionante. La corrección política es la consumación de la hipocresía exacerbada y validada por la masa; y es la hipocresía en sí, la falsedad, el pilar sobre el que se construye la ilusión de nuestra pertenencia en la sociedad, espartacos sin convicciones que reaccionan a cualquier provocación. ¿Acaso no entendemos que, mientras más permitimos que la presencia del mundo digital permeé en nuestra cotidianidad, en el mundo real, propiciamos que las problemáticas que nos atañen se diluyan por querer defendernos en el mundo tangible con las mismas reglas que en el paraíso digital? No olvidemos que las bestias no engullen unos y ceros.
XX. Cada día que pasa nos alejamos más de nuestra naturaleza, lo cual es un peligro. Si negamos nuestras pasiones, terminaremos convertidos en seres pusilánimes que harán de una cueva su hogar. No somos ni seremos una comunidad porque en la médula de nuestra existencia somos animales salvajes que luchan por sobrevivir e intentamos, a nuestro pesar, domesticarnos como idiotas al vivir de lleno, hablar de lleno, pensar de lleno con las reglas del mundo digital, donde la imbecilidad es aplaudida y el valor se diluye en diatribas contra el día soleado que no debe asomar por la ventana porque no deja ver la pantalla.
XXI. Considero que estamos en un momento enrarecido en el cual la frase imperativa es que: debemos estar del lado correcto de la historia. Confieso que al nombrarlo como “lado”, me pierdo en la terminología y no sé cuál es; y tampoco sé si realmente quiero formar parte de eso, por lo menos de manera consciente. Es interesante descubrir cómo el orden natural de las cosas, de los discursos, se va modificando gracias a una suerte de revisionismo que todo lo reordena y somete al escrutinio público, pasado por el tamiz del estadio digital que pronto toma protagonismo en el mundo real convertido en normas políticamente aceptadas que someten a la libertad, no conceptual sino práctica. Con este revisionismo se anulan las posibilidades de polemizar acerca de un tema debido a que toda palabra fuera de la norma infiere error.
XXII. Escuché un debate acerca del racismo y su relación con la comedia, o su mala aplicación en ésta. El argumento que utilizó uno de los participantes, que también es actor, fue el siguiente: “Debemos hacer comedia desde otro lado” y continuó explicando el profundo racismo y clasismo que existe en el país. Todas eran verdades absolutas. Aunque el argumento de “solucionar las cosas desde otro lado” es vacío y no significa nada; entre celebridades y gente del espectáculo que opina, es la herramienta ideal de escape que les brinda la libertad de expresión. Está al nivel del “yo no sé, pero algo debe hacerse”. Si no sabes nombrar lo que propones, no tienes idea de lo que defiendes, y hay que tener cuidado porque entonces el esfuerzo por denunciar es vano.
XXIII. “Gentleman”, la última película del director inglés Guy Ritchie, tiene un momento que define perfectamente esa comedia “desde el otro lado”, o que al menos yo interpreto así. Un gitano le dice a un negro: “Oye, negro estúpido, ponte a entrenar”. El negro contesta, “me estás diciendo ‘negro estúpido’, no puedes hacer eso porque es racista”. Un tercer personaje con autoridad reafirma: “No, esos son los hechos, eres negro y eres estúpido, además, no se refiere a la raza negra, sino a ti y, si no me equivoco, te lo dice desde la relación amistosa que ambos tienen. Así que podrías llamarlo ‘gitano idiota’”. Definir y explicar el contexto desde dónde surge el chiste ayuda a eliminar toda polémica desde la inteligencia. Cosa que no ocurre con la gran mayoría de temas que la horda intenta desaparecer del imaginario por el nulo reconocimiento de contextos discursivos. Reparo en este ejemplo porque es ideal desde la cultura pop para abordar cómo funciona tanto la libertad de expresión como la verdad que pudo haberse manipulado desde el inicio.
XXIV. Mientras entendamos la Corrupción como el mero acto de delinquir seguiremos remando en el fango. Aceptar que nuestras virtudes son fallidas es impensable, lo cual es un error trágico. Ante la pregunta: “¿Es usted corrupto?”, valdría la pena contestar: “Bajo qué contexto”. No tengamos pena… no podría lanzar la primera piedra.
XXV. El pueblo, nuestro pueblo, los pueblos, consideran que las clases medias y altas son corruptas por su posición y por las prácticas ejercidas para lograr la riqueza virtual; aunado a esto, las acciones empresariales y políticas no ayudan a desmitificar esta noción que puede ser un tanto pedestre. Por su parte, las clases privilegiadas argumentan que la falta de educación de los individuos en pobreza o pobreza extrema es uno de los motivos que potencian la corrupción en esos estratos. En ambos casos las clases sociales acuñan y llevan a la práctica, sin miramientos, actos de corrupción según sus postulados morales y éticos; en este sentido, lo mejor es no apostar por los baños de pureza. Defender desde nuestra más profunda condición social que la Corrupción como idea no forma parte de nuestra cultura y de la cultura mundial es pecar de idealistas.
XXVI. El concepto de “Corrupción”, según el diccionario de la Real Academia Española, se define como: la acción o efecto de corromper o corromperse; vicio o abuso en las cosas no materiales; práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellos en provecho, económico o de otra índole. Asimismo, “Corromper” significa: alterar o trastocar la forma de algo; sobornar a alguien con dádivas; pervertir a alguien; echar a perder, depravar, dañar o pudrir algo. ¿Entonces de qué hablamos cuando hablamos de corrupción? ¿Qué acepción preferimos?
XXVII. Desde Aristóteles, sólo para ceñirnos al canon, la corrupción ha formado parte de la discusión política que se conceptualizaba desde la descomposición del hombre del pueblo que tiene deseos impostergables. Dicho de otra forma, el hombre se corrompe en su moral, la ética es un solo quebranto más o la eliminación de una barrera para lograr los deseos individuales más profundos. Maquiavelo en su libro “Discursos sobre la primera década de Tito Livio” comenta que no existe una sola definición de Corrupción. Asimismo, considera que para definir la Corrupción se debe estudiar la moral relacionada con las pasiones e intereses del individuo por poseer cosas, poder, riqueza. La Corrupción entendida no como herencia sino como una pasión encorsetada. Para Auguste Comte el Estado en sí mismo es un canal que invita a la corrupción arropada por su sistema organizacional, por las pasiones de los individuos que lo conforman. Si la corrupción corrompe y pervierte, perdemos pues toda virtud de la cual echamos mano para lograr la honorabilidad social que nos mantiene unidos a un círculo, grupo o generación, aunque esto es falso.
Pienso, y acepto las consecuencias, que la masa de la cual formamos parte sin importar las clases sociales es corrupta. Por supuesto, cualquier conciencia que presuma su buena moralidad puede increpar estas palabras; sin embargo, ejerzamos nuestro derecho a realizar un ejercicio de honestidad.
XXVIII. Cerremos aún más el contexto y hablemos del Nepotismo: esa desmedida preferencia que cualquiera de nosotros (con un ápice de poder) tiene para con un familiar cercano y se abre el contexto al amigo, aliado político, estudiante de la academia, entre otros tantos ejemplos que dan cuerda al movimiento social que jugamos. Lamento informar que esto también es una variante de la corrupción, un ancla de la cual es difícil escapar, nuestro pan de cada día.
XXIX. Durante las marchas, mítines masivos en las explanadas a nivel nacional que se daban como protesta contra el despertar intempestivo de la violencia en México por la estrategia Felipe Calderón Hinojosa, llamaba mi atención que la misma avanzada artística, intelectual y civil que pedía (y pide hasta la fecha) el cambio de estrategia para luchar contra el crimen forma parte, en su mayoría, de las bases económicas que dan vida al crimen organizado. Entro al ámbito moral/ético en este sentido: ¿Acaso las drogas, la cocaína, la mariguana, el cristal, los psicotrópicos et. al. utilizados/consumidos en la tertulia bohemia donde se compone y redirecciona el mundo desde el idealismo (democrático, humano, artístico, zapatista, feminista, anárquico), crecen libremente en los árboles de las ciudades que husmean los perros? Más allá del alcohol, toda droga está prohibida en el país. Así pues, ¿a qué juega el pueblo cuando pide la eliminación del crimen organizado, pero sigue manteniendo sus actividades lúdicas, que rayan en la criminalidad y soportan el entramado contra el que protestan? No veo la lógica ni un ápice de verdad… es un terreno pantanoso. En varias ocasiones, al plantear esta idea, la respuesta es: ¿cómo puede afectar a la sociedad que compre un gramo de coca?
XXX. Las marchas, las declaraciones de los intelectuales mexicanos o políticos, los videos en blanco y negro por causas “justas”, los lamentos públicos de los líderes de opinión o protagonistas de la sociedad mexicana sin importar su estadio de proyección, que forman parte de la polis renegada e idealista que financia al crimen con su consumo, forman parte del placebo cultural que necesita del lamento para sentirse útiles, necesarios, empáticos y exculpar así sus procederes con la sociedad.
XXXI. En su exégesis, placebo se define como andar, caminar… errores más, errores menos, pues las versiones de la traducción latina son varias, pero todas surgen del versículo noveno del salmo 114 que dice: Placebo Domino in regione vivorum, que puede traducirse como Caminaré en presencia de Dios/Yahvé por la tierra de los vivos. Este era el versículo leído por las plañideras contratadas para llorar a los muertos ajenos. Así pues, el ejercicio artificial del llanto por el llanto fue llamado placebo… aquello que se cree verdadero en su juego artificial.
XXXII. Para manifestarse y ser escuchado en el ejercicio pleno de la democracia, valdría la pena hacer una revisión como cultura, primero, de las problemáticas sobre las cuales nos manifestaremos con pleno uso de razón y causa. Ser plañideras, nosotros mismos placebos sociales autoadormecidos ante el sistema que pretendemos, no derrocar, sino hacer recapacitar en beneficio del pueblo, conlleva una fuerte dosis de catarsis y reconocimiento de nuestra verdad como seres humanos dentro del aparato político y social al que pertenecemos.
XXXIII. Al no reconocer la hipocresía de nuestros procederes sociales y morales, caemos en la trampa de la artificialidad cual plañideras, lloramos las causas de otros sin sentido alguno con el mero objetivo de jugar el rol de “buena gente”, pero formando parte del problema que pretendemos erradicar. Demasiadas buenas conciencias comprometidas con no comprometerse. Retomando a John Locke respecto a su interpretación de las virtudes, este dice que “amar la verdad por la verdad es la parte principal de la perfección humana en este mundo, y el semillero de todas las demás virtudes”. No somos virtuosos como sociedad, nuestras verdades pueden significarse más en la mentira… El crimen y la corrupción forman parte de esta sociedad tan democrática y madura a la que pertenecemos. Antes de llorar valdría la pena pensar si verdaderamente duele eso por lo cual sufrimos, o si tan sólo jugamos a ser parte de la avanzada progresista que busca la notoriedad siempre vestidos de manta.
XXXIV. ¿Qué hay del privilegio? En principio, podemos hacer una apología del privilegio ganado, ese que se obtiene empezando desde abajo, propio de mujeres y hombres que pican piedra, sin romanticismo, y se colocan por encima de las circunstancias adversas en determinado momento, se tragan las humillaciones, forjan carácter y triunfan. También están los otros privilegiados, quizá herederos de los ya mencionados, que llegan al mundo con preceptos ingenuos donde el merecer es innato. Estos, en la gran mayoría de los casos, son un tanto miserables pues, al creer que todo les pertenece por su condición dinástica y autoengaño de mérito forjado en solitario, pisotean a otros que luchan como lo hicieron sus padres por lograr la subsistencia; peor aún, no reconocen sus acciones, la disculpa es una palabra desconocida. Se victimizarán para justificar sus procederes continuos y lastimeros ante los de su clase, quienes los exculparán, apelando al discurso del “sentir”, del “vibrar” por encima del “deber”, de la “civilidad” de confrontar su errores. Oh, mediocridad. Oh, cultura. Oh, todos ustedes… me lavo las manos.
XXXV. ¿Es corrupción el privilegio? Digamos que es un excelente motor para generar caos en las entrañas del pueblo. Sus significados están entramados de manera sutil y debatible. Unas de las acepciones de la corrupción, según la Real Academia Española, se limita a definirla como “la práctica consistente en la utilización de los medios (en provecho y a favor) económicos o de otra índole por parte de los gestores”, mientras que el privilegio es por definición “la ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o no, o por determinada circunstancia propia”. La frontera es tan delgada que las interpretaciones son interminables, por eso mejor acudir a la neutralidad del diccionario. De los privilegiados, Martin Luther King Jr., comenta que jamás renunciarán voluntariamente a su condición y a ejercer su derecho a sobrevivir a pesar de todos; incurrirán tarde o temprano en actos consecuentes de corrupción. Retomo entonces a Orwell: ¿Acaso estamos preparados para confrontar nuestros procederes desde nuestro privilegio? No lo estamos porque no creemos ser privilegiados de facto. Es un concepto tan complejo que vivimos de manera grata en una mentira que disculpa el escarnio de nuestro bienestar a costa de los demás.
XXXVI. ¿Son nuestros objetivos y deseos más importantes que los sueños del otro, que los privilegios del otro? Es una pregunta válida que debemos hacernos cuando el duende de la corrección política, el activismo, la ejecución artística y empresarial, toque a nuestra puerta y nos pida ser honestos eliminando las bohemias y el lenguaje inclusivo. El privilegio equipara su accionar con una antropofagia social curiosa pues la frase “el hombre es un lobo para el hombre” define de lo que se trata ser humano a pesar de los demás. Pero no debe existir la culpa… ése es el acertijo.
XXXVII. Me interesa ahondar en el juego de las palabras que construyen ídolos, generan privilegios sobre personajes áridos, dan poder a los bufones vueltos mesías. Quienes hayan padecido por las dinámicas de confrontarse con seres mejor posicionados en el mundo, aquellos que hacen del privilegio su carta de presentación y razón de ser, entenderán que el engaño es una de las herramientas fundamentales para eliminar todo rastro aparente del juego de jerarquías desde el privilegio.
XXXVIII. Cuando hablo del agotamiento o fatiga intelectual me refiero también al vértigo propagandístico del que formamos parte (a veces de manera inconsciente y en otras consciente) disfrutando del momento en su embriaguez. Me he sorprendido en más de una ocasión actuando de manera instintiva, sin razonar de inicio las problemáticas que deseo explicarme al escribirlas. Es una tarea fundamental. Ser fiel a uno mismo y apartarse de la manada debe ser un ejercicio cotidiano, de lo contrario, nos volvemos irracionales por la seducción de formar parte de la maquinaria, ese imperfecto engranaje donde respiramos y vivimos. Ser aceptados es nuestro demonio contemporáneo como suma a “el carácter es el demonio del hombre”.
XXXIX. Al ver el panorama actual, y no me refiero sólo al político, tengo un sentimiento profundo de formar parte de un espectáculo sin precedentes orquestado a la perfección y sobre el cual no existe un control establecido. Escuchar las diatribas generalizadas de los medios de comunicación más las voces iracundas del pueblo y el discurso autómata político es demasiado ruido; un casino intermitente que aleja de nuestra naturaleza las ideas que nos dan identidad. Esta nueva “Teogonía” mecánica, además de digital y merolica, está bastante alejada de los principios de Hesíodo en su concepción lógica de los dioses mitológicos. Hoy todos somos dioses, lo cual es un problema porque compartir la fe entre tantas divinidades automáticas tarde o temprano nos convertirá en herejes radicales.
Hugo Alfredo Hinojosa is a playwright, fiction writer and essayist, he won the National Fine Arts Award for Literature, in Mexico; his dramatic work has been performed in the United States, India, Mexico, New Zealand and Chile. He was a member of the Royal Court Theatre in London, and was a scholarship holder of the Foundation for Mexican Writers as a playwright. He is currently preparing his first book of short stories.