ISSN 2692-3912

Baudelaire, de cita en cita

 
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Luis Vicente de Aguinaga

Universidad de Guadalajara

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Baudelaire, de cita en cita

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Descubrí hace un par de semanas dos poemas de Baudelaire traducidos por Gerardo Deniz. No los descubrí en archivos ni en sótanos de difícil acceso; tampoco en álbumes, cuadernos o epistolarios hundidos bajo capas de polvo. Simplemente abrí un libro y los vi, razonablemente situados donde les correspondía estar. Pero, hasta donde pude inquirir, esas traducciones habían pasado inadvertidas incluso para los lectores más fieles del autor de Adrede y Mundonuevos. La explicación, con toda probabilidad, es que, fieles a Deniz, esos mismos lectores no lo son tanto a Roman Jakobson. Y los poemas de Baudelaire que tradujo Deniz, bajo su nombre civil de Juan Almela, forman parte de su traducción de los Ensayos de poética (Fondo de Cultura Económica, 1977) del teórico literario ruso.

  De los once trabajos que forman dicho libro, dos, el séptimo y el octavo, se refieren a otros tantos poemas de Baudelaire. El primero es el número LXVI de Las flores del mal, titulado “Los gatos”, y el segundo es el número LXXVII, cuarto de los que llevan el título de “Spleen”. Como en otros ensayos del volumen, los poemas en cuestión aparecen citados en su lengua original íntegramente, seguidos de una traducción literal, ya que así conviene a la comprensión del análisis de Jakobson. Se diría que la transcripción del poema original satisface las necesidades formales del estudio mientras que la traducción literal satisface las de orden semántico. El mismo tratamiento reciben, en los Ensayos de poética, poemas de Dante, Joachim du Bellay, Shakespeare, William Blake, Apollinaire, Mihail Eminescu, Brecht, Pessoa y hasta Paul Klee, todos ellos autores de textos transcritos en sus respectivas lenguas y, a renglón seguido, en las traducciones de Almela. Poco dado a publicar traducciones poéticas de autor —como sí lo hicieron, por citar tres casos eminentes, Enrique González Martínez, Octavio Paz y José Emilio Pacheco, quienes llegaron a compilar los poemas que tradujeron en volúmenes equiparables a sus propios libros de poemas—, Deniz nunca reunió tantas versiones como en esta edición mexicana de Jakobson, y ello porque así lo exigía el volumen traducido.

  Me importa detenerme a oír cómo suena Baudelaire en la traducción de Almela. Si bien alejado de toda intención explicativa o parafrástica, Almela debe tomar pequeñas aunque importantes decisiones que confieren al texto en español una elegancia singular. Sin ir más lejos, por literal que parezca la versión, cuando Almela traduce songeants como “reflexivos” y étoilent como “tachonan” en los tercetos de “Los gatos”, inevitablemente se aparta del original sin otro fin que recrearlo en español con la mayor expresividad posible:

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Adoptan reflexivos las nobles actitudes

de las grandes esfinges tendidas en lo hondo de las soledades,

que parecen dormirse en un soñar sin fin;

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sus lomos fecundos están llenos de chispas mágicas

y partículas de oro, como una arena fina,

tachonan vagamente sus pupilas místicas.[1]

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Sucede algo parecido en la traducción del cuarto “Spleen”, donde Almela traduce lourd como “denso” y vaste como “inmensa”, elecciones quizá discutibles, pero sin duda comprensibles en términos literarios más que literales. La tercera estrofa del poema, por añadidura, contiene detalles métricos y acentuales que no corresponden tanto al original en francés como a su traducción al español. Si el primer verso parece de metro libre, lo cierto es que contiene una secuencia endecasílaba en la frase apuesta, y el segundo verso de la misma estrofa es un alejandrino castellano, y el tercero es un endecasílabo de gaita gallega, y el cuarto es (éste sí) un verso libre:

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cuando la lluvia, desplegando sus inmensos regueros,

de una inmensa prisión imita los barrotes,

y un pueblo mudo de infames arañas

acude a tender sus redes en el fondo de nuestros cerebros…[2]

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  Estas observaciones no son, desde luego, exhaustivas, pero me hacen preguntarme cómo suena Baudelaire en otros libros de crítica, historia o teoría literaria (pero de verdad cómo suena, revisándolo cita por cita en esos libros). Lo mismo puede preguntarse cualquier lector a propósito de cualquier poeta que deba leer en traducciones, pero a mí me interesa preguntármelo —por una curiosidad que nada me cuesta calificar de personal y, si se quiere, arbitraria— con respecto a Baudelaire y a propósito de aquellos libros que, por su naturaleza ensayística, histórica o interpretativa, contienen versos o poemas de Las flores del mal o, por qué no, fragmentos de pasajes en prosa del mismo autor. Alguna vez noté, por ejemplo, que ningún escritor es mencionado más veces que Novalis en El arco y la lira de Octavio Paz. Ese dato, que puede no significar gran cosa, varía significativamente cuando se revisa no sólo El arco y la lira, sino el volumen de las obras completas de Paz que agrupa, junto con El arco y la lira (1956), dos libros que sin duda le son afines: Los hijos del limo (1974) y La otra voz (1990). Pues bien: en ese tomo, primer volumen de las obras de Paz, el escritor que figura en más ocasiones en el índice onomástico es Baudelaire, seguido de Mallarmé y, ahora sí, de Novalis. Esto, que motivaría quizás una hipótesis a propósito de la evolución de los intereses poéticos de Paz, acaso daría lugar a constataciones más interesantes cuando se acompañara no sólo de la enumeración de las páginas en las que Paz habla de Baudelaire sino de los textos de Baudelaire que Paz reproduce, ya sea completos o fragmentarios, en francés o en español (y, de ser este último el caso, traducidos por quién, y además cómo).

  Así, en El arco y la lira, el índice onomástico registra veintiún menciones de Baudelaire, pero sólo una corresponde propiamente a la cita de un poema. En el capítulo titulado “La otra orilla”, de la segunda parte del volumen, Paz reproduce, íntegro y en francés, el soneto “Le gouffre”. En otro momento cita unos renglones de L’art romantique acerca del principio de analogía. En las otras diecinueve menciones, el nombre de Baudelaire cumple una función metonímica: mencionarlo es tanto como remitir, en una especie de sobrentendido, a su obra, su carácter, su lugar en la historia de la poesía moderna, etcétera. Por momentos, conviene decirlo, Paz entrecomilla ciertas frases, pero son tan breves o tan generales (entrecomilla, por ejemplo, expresiones como “no pasa nada” o “hiela la sangre”) que no es fácil determinar si son citas textuales, paráfrasis o resúmenes del pensamiento de Baudelaire. Menciono este abanico de maneras de referir a Baudelaire para sugerir hasta qué punto encontrar a un poeta citado en un ensayo literario significa no por fuerza leerlo pero sí conocerlo, formándose un concepto de su obra en la perspectiva singular del ensayista.

  Dos años antes de que se publicara El arco y la lira, el Fondo de Cultura Económica publicó El alma romántica y el sueño (1954) de Albert Béguin, sin duda uno de los libros que inspiraron a Paz en la composición de su libro. La portadilla es peculiar, porque anuncia que la traducción, obra de Mario Monteforte Toledo, fue “revisada por Antonio y Margit Alatorre” (hoy diríamos: Antonio Alatorre y Margit Frenk). Un apartado del capítulo XVIII, “Nacimiento de la poesía”, está dedicado a Baudelaire. No son más que seis páginas, pero su entendimiento de Baudelaire es tan persuasivo, su dominio de los textos es tan meticuloso, su amplitud crítica es tan estimulante y su coherencia es tan sólida que hay sitio en ellas para numerosos versos de Las flores del mal, frases de los Escritos íntimos y párrafos de las “Nuevas notas sobre Poe” y Los paraísos artificiales. Me detengo en los versos, todos ellos en castellano, escrupulosamente medidos, dos de las veces en metro alejandrino, una más en eneasílabos. Leer a Béguin en español, entonces, conlleva leer a Baudelaire con determinada inclinación, de manera que si Baudelaire dice: “Architecte de mes féeries”, en español se lee: “Constructor de mis fantasías”, ya que así se lo exigen la rima y el metro a los traductores.

  En otro momento, Béguin cita los últimos versos de “Le voyage”, último poema de Las flores del mal, subrayando el remate:

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Arrojarse hasta el fondo del abismo ignorado:

¿qué importa Infierno o Cielo, si he de hallar algo nuevo?[3]

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Esta versión en alejandrinos es más rítmica y fluida, pero menos exacta, por lo menos en lo que atañe al significado, que la traducción de los mismos versos que casi cuatro décadas más tarde aparecerá en la edición mexicana de La verdad de la poesía (FCE, 1991) de Michael Hamburger. Al empezar el tercer capítulo, el autor cita el final de “Le voyage” y los traductores del volumen, Miguel Ángel Flores y Mercedes Córdoba Magro, ofrecen una versión al español después de reproducirlos en francés. La sintaxis, por momentos, parece más francesa que castellana, de modo que Baudelaire, si lo cita Béguin, suena más ordenado que Baudelaire si lo cita Hamburger:

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Deseamos, tanto consume el fuego nuestro cerebro,

Sumergirnos hasta el fondo del abismo (Cielo o Infierno, ¿qué importa?)

¡Hasta el fondo de lo Desconocido para encontrar lo nuevo![4]

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En otro libro que también pertenece al catálogo del Fondo de Cultura Económica, De Baudelaire al surrealismo, Marcel Raymond cita uno de los poemas más frecuentemente mencionados de Las flores del mal: “Correspondencias”. El traductor de Raymond al español fue Juan José Domenchina, poeta español exiliado en México, quien, en lugar de intentar su propia versión del soneto, eligió citar la traducción del poema que otro español, Eduardo Marquina, hizo a comienzos del siglo XX: “Naturaleza es templo de vivientes pilares, / de donde el aire arranca misteriosos nombres / y es un bosque de símbolos que, cuando andan los hombres, / dejan caer sobre ellos miradas familiares…”[5] Al recurrir a una versión al castellano ya suficientemente difundida de Baudelaire, Domenchina buscó, sin duda, que los lectores de Raymond reconocieran y no sólo conocieran el soneto al encontrarlo citado en el texto crítico.

Raymond, como es bien sabido, establece una distinción entre poetas artistas y poetas videntes, aunque aclara que ambas familias de poetas nacen, en sus variantes modernas, de Baudelaire. Walter Muschg, en una tesitura parecida, propone que los magos, los videntes y los cantores convivieron (y, en cierto modo, conviven todavía) en el tiempo mítico de los orígenes de la poesía. En su Historia trágica de la literatura (FCE, 1965), Muschg naturalmente se refiere a Baudelaire con alguna frecuencia, pero no cita sus poemas más que una o dos veces: en un caso, reproduce dos expresiones muy fragmentarias en francés, goût du néant y angoisse d’exile, retomando el título de algún poema y conjuntando palabras que remiten a Las flores del mal; en el otro, echa mano de un verso que le sonará conocido a quien venga leyendo estos apuntes, aunque prosificado y adaptado a una declaración general sobre la poesía: “sumergirse hasta el fondo del infinito para encontrar cosas nuevas”.[6]

El traductor de Muschg al español, Joaquín Gutiérrez Heras, comete un error cuando hace decir a Baudelaire que piensa “sumergirse hasta el fondo del infinito”, ya que Baudelaire dice “au fond de l’Inconnu”, esto es: al fondo de lo desconocido, no de lo infinito. No descarto que la falta venga de Muschg, quien tal vez incorporó erróneamente las palabras de Baudelaire a su propio discurso. También es posible, aunque la posibilidad me parece mínima, que Muschg haya elegido conscientemente la palabra “infinito” para expresar con un solo trazo el común denominador de las palabras que se combinan en la estrofa de Baudelaire: el abismo, el Cielo, el Infierno, lo desconocido, lo nuevo y, en dos ocasiones, el fondo, todo ello extenso hasta lo infinito.

En suma, si el Baudelaire de Almela está en verso libre, con cierta propensión al endecasílabo y al alejandrino sin rima, el de Alatorre y Frenk está en versos medidos con ocasionales asonancias. También está medido y rimado, por supuesto, el Baudelaire de Marquina, que aprovecha Domenchina en su traducción de Raymond. El de Flores y Córdoba Magro es literal, incluso a riesgo de galicismo sintáctico, y el de Gutiérrez Heras, por su parte, desfigura (tal vez por accidente, tal vez con algún propósito) el texto del que procede.

La historia de la recepción de Baudelaire en México, por si alguien lo dudaba, no se reduce al catálogo de sus libros traducidos por mexicanos o publicados por editoriales mexicanas. Baudelaire es objeto de comentarios y referencias en muchos y muy importantes libros de historia, crítica y teoría literaria que se publicaron a lo largo del siglo XX. Es natural deducir que, a medida que fueron apareciendo esos libros, el nombre de Baudelaire fue vinculándose, ante los ojos de quienes los leyeron, con citas a veces extensas, a veces breves, a veces textuales, a veces parafrásticas, a veces en francés, a veces en versión del traductor de todo el volumen, a veces en versión de un traductor diferente, de manera que la lectura indirecta del poeta francés bien pudo haber tenido un impacto cultural equiparable al de su lectura directa.

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  1. Charles Baudelaire, “Los gatos”, cit. en Roman Jakobson, Ensayos de poética, tr. de Juan Almela, México: Fondo de Cultura Económica, col. Lengua y Estudios Literarios, 1977, p. 156.

  2. Charles Baudelaire, “Spleen”, cit. en Roman Jakobson, Ensayos de poética, op. cit., p. 180.

  3. Charles Baudelaire, “El viaje”, cit. en Albert Béguin, El alma romántica y el sueño. Ensayo sobre el romanticismo alemán y la poesía francesa, tr. de Mario Monteforte Toledo revisada por Antonio y Margit Alatorre, México: Fondo de Cultura Económica, col. Lengua y Estudios Literarios, 1954, p. 458.

  4. Charles Baudelaire, “El viaje”, cit. en Michael Hamburger, La verdad de la poesía. Tensiones en la poesía moderna de Baudelaire a los años sesenta, tr. de Miguel Ángel Flores y Mercedes Córdoba Magro, México: Fondo de Cultura Económica, col. Lengua y Estudios Literarios, 1991, p. 49.

  5. Charles Baudelaire, “Correspondencias”, cit. en Marcel Raymond, De Baudelaire al surrealismo, tr. de Juan José Domenchina, México: Fondo de Cultura Económica, col. Lengua y Estudios Literarios, 1960, p. 18.

  6. Charles Baudelaire, “El viaje”, cit. en Walter Muschg, Historia trágica de la literatura, tr. de Joaquín Gutiérrez Heras, México: Fondo de Cultura Económica, col. Lengua y Estudios Literarios, 1965, p. 106.

 


Luis Vicente de Aguinaga es poeta, ensayista y traductor mexicano nacido en 1971. Es doctor en letras románicas por la Universidad Paul Valéry de Montpellier y profesor titular del Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado once libros de investigación literaria, crítica y ensayo, entre los cuales figuran De la intimidad (2016) y La luz dentro del ojo (2018). Es, además, autor de trece poemarios, el más reciente de los cuales, Qué fue de mí, apareció en 2017.