Un PERO en la cara
“Tienes un PERO en la cara.” Mi madre me mira con asombro mezclado con cierto dejo de incertidumbre. Hasta eso que la entiendo, a lo mejor se lo solté muy brusco, para ese momento ya estaba cansado, no tenía tiempo para delicadezas. Llevaba horas buscando.
“Ok, tienes un PERO en la cara, justo en tu mejilla derecha no muy lejos de tu ojo. Necesito que me lo devuelvas.” Le repetí, tratando esta vez de ser un poco más especificó a la vez que condescendiente con ella, me desespera que no me entienda la mayoría de las veces. No hubo respuesta. Bueno, sí hubo: me planto una cachetada justo después de que le pellizqué la mejilla para tratar de quitárselo. Lo peor del caso es que el condenado PERO se me escapó.
Regresé a mi cuarto. No fue porque mi madre me lo hubiera pedido de forma tan vehemente, amenazándome no solo con dejarme sin cenar sino también decirle a mi padre cuando volviera. Si como no, si ella supiera… Bueno, el hecho es que yo necesitaba volver a mi escritorio lo antes posible para checar que todavía siguieran allí el resto de las palabras. O con un poco de suerte que hubieran ya regresado las ausentes. No fue así. Aquel papel seguía casi tan blanco como cuando salí de la habitación. Apenas unas breves e inconclusas líneas a lo largo, llenas de agujeros, cargadas de palabras desaparecidas. Me culpo por ello.
Cuando desperté descubriendo aquella hoja en mi mesita de noche me embargo la curiosidad, aquella caligrafía tan familiar me emocionó. Solo la alcancé a leer una vez, sacudirla tan fuerte fue una reacción involuntaria. Nunca habría imaginado que aquellas palabras saldrían volando y una vez liberadas correrían a esconderse. Bueno, supongo que, si lo pudiera imaginar, mi madre siempre me ha culpado de estar loco. “Eso lo sacaste del lado de tu padre”, me repite en cada oportunidad.
Busco por todos lados, en un cajón descubro lo más importante. La mentira esta sobre el vidrio de la ventana, yo creo trataba de escapar. Debajo de la alfombra: vida, seguir, feliz, así. Poco a poco las voy encontrando, las dejo sobre el papel, van tomando su lugar. Falta una. Luego la busco, estoy cansado. Me recuesto en la cama, me quedo dormido. No por mucho tiempo.
El sonido de la puerta me despierta. Mi madre entra a mi cuarto, deja una charola con la cena sobre el escritorio. Descubre la hoja. La sujeta. Comienza a leerla. Allí está el PERO de nuevo, esta vez lo descubro en su mirada: se ha encapsulado en una lágrima que se escurre por su mejilla, puedo verlo aferrándose a su rostro. La gravedad al fin lo vence, cae estrellándose sobre el papel que mi madre sostiene entre sus manos. La última palabra ha vuelto a su lugar, la carta al fin esta completa… mi familia está hecha pedazos. Mi madre termina de leerla, la estruja, la arroja, sale corriendo de la habitación. Congelado desde mi cama lo único que puedo pensar es: “Malditas palabras, no debí de haberlas buscado”. Me levanto, la recojo. Leo de nuevo:
Querido hijo, quiero que sepas que eres lo más importante para mí y esto no tiene nada que ver contigo o tu condición. Cuando encuentres estas líneas ya me abre ido. Ojalá algún día cuando lo entiendas sepas perdonarme.
Por favor oculta esta carta de tu madre, ya hablaré yo con ella. Mi vida ha sido una mentira, no puedo seguir así. No quiero terminar odiándola. Ella es una buena mujer, he sido feliz a su lado… PERO NO LA AMO.
Cuídate mucho, sigue tomando tus medicamentos. Ya regresaré por ti.
Con amor, papá.
Eugenio Abraham Puente. Tampiqueño por nacimiento, jarocho por ascendencia y juarense por decisión. Asiduo de los comics, la fantasía y comer tacos. Le fascina crear y compartir ideas en la escritura. Estudió para hacerlo en lenguajes de programación que es de lo que trabaja como ingeniero. También lo hace con luz como fotógrafo, actividad que apoya movimientos y causas sociales con énfasis en la diversidad LGBTTQI+.