Me aferro al agua
como si fuera la mano del amante
que fiel está a mi lado.
Tres libertades hay:
el canto, el pan, la mar.
Marina Tsvietáieva
Encrucijada
ELLA nació en una isla minúscula
y quería conocer todos los mares.
A la sombra de manglares superlativos,
en una barra flotante que disputaba con las aves,
creció como una ondina austral de piernas firmes
y una piel que destronaba
el recio matiz de los zapotales.
Ella cumplió mi sueño de amar a una mujer de agua,
en ella se hundieron mis sueños de arena,
mis ansias de aire
y en ella se apagaron mis temores de fuego.
Le gustaba bailar rodeando la hoguera,
ser lamida por las anfibias llamas
y flotar en el aire salado
cuando golpeábamos las palmas.
Nuestra bulería era una embarcación
que la llevaba mar dentro,
ella se erguía en medio de las aguas,
era ola y burbuja,
relámpago y arcoíris,
cardumen y vuelo de cetáceo.
Las manos se encendían con el aguardiente
que pasaba de boca en boca
y los remos golpeteaban con mayor firmeza y sincronicidad
para alimentar su danza y acelerar sus contorsiones.
Las palmas redobladas y encontradas
alteraban la paz de los nidales
y ella era el único vuelo armonioso en la isla.
La noche era un largo jaleo quejumbroso
y su rostro una enorme herida,
una llaga lunar que nos embargaba de nostalgia,
nos embriagaba de anhelos y nos embarcaba
en un mar de incertidumbres.
A ella le gustaba navegar en mí después de la bulla
y mi cuerpo inundando por las mareas de aguardiente
era el escenario donde evocaba al duende
que la volvía ola y burbuja, relámpago y arcoíris,
cardumen y vuelo de cetáceo.
ESTABA conmigo, pero soñaba con otros navegantes.
Ella padecía el mismo mal de Marina,
la arrastraban los mismos desasosiegos.
No conoció las guerras ni el exilio,
pero decía que el mar
es la batalla más grande que libramos
y que ser insular es la peor manera
de ser un desterrado,
porque nunca hay firmeza bajo los pies
y cada día la salida del sol nos muestra
que vivimos zozobrando.
Tenía razón, pero yo estaba enamorado
y la llamaba Marina para aceptar sus tempestades.
Por su cabello siempre húmedo,
por su llaga salobre, la llamaba Marina.
Yo no aceptaba que su piel conociera
otras escrituras y otras lenguas,
que su isla flotara en otros océanos.
Me dolía verla recorrer los muelles
propagando el mito de que era hija de gitanos,
náufragos que echaron raíces cautivados por los humedales
y que perdieron la pasión por la zozobra
cuando sintieron el dulzor de los pastizales marinos.
Su presencia era una marea roja
que acumulaba montañas de espinas.
Decía poder leer el destino en las manos,
en las heridas y en las grietas de escorbuto.
Yo sabía que el griterío entre las lanchas,
cuando ella caminaba en el embarcadero,
no era para alejar a las gaviotas
ni era el pregón para vender la pesca.
La veía adentrarse en tierra firme
con la agilidad del pez salta fangos.
Podía respirar en los lodazales.
Siempre regresaba desolada de su andancia.
Volvía cabizbaja por el túnel de manglares,
sus remos de madresal entonaban adagios
que se hundían en el lecho del estero.
Y yo sabía que debíamos rehacer la hoguera
en la arena húmeda,
incendiar la noche con las palmas
para que reiniciara su danza
y recuperara su oscura fortaleza
en medio del jaleo de la isla.
Las mareas nocturnas la anclaban a mi piel.
En la quietud de mis brazos era una marca de agua,
un resplandor, una intensa calma;
pero cuando el sol era una garza rubia en los nidales
la llaga marina se le abría nuevamente
y emprendía los exilios hacia otros cuerpos.
QUISE explicarle que era diferente,
que Marina era inconstante por el mal de la palabra,
que la poesía la hacía naufragar
y buscar en otro lo que ya tenía.
Que la persecución la obligaba
a buscar refugio en otros brazos,
que su deseo andrógino la volvía isla y continente.
Ella me acercaba al espejo del agua,
y me obligaba a contemplar mi propia llaga.
El piélago tranquilo se tornaba vapor agresivo
y me cristalizaba la mirada.
Me enseñó a vivir en la encrucijada
entre dejarla o dejarme: amargo era saberlo.
Ella me enseñó que el enamoramiento
es sólo un estadio de la materia.
Me decía que, incluso en el espejo,
no debíamos observar nuestro rostro,
sin sólo ver lo que nos espera allá,
siempre a lo lejos.
Estar juntos era vivir en alta mar
y había que vivir agitando siempre los brazos.
ME DESPERTABA a medianoche
para preguntarme por qué Marina,
por qué la manía de bautizar al silencio,
por qué navego otras aguas cuando sueño.
Yo fingía que éramos de naturaleza líquida
y que el mismo mar nos aísla a todos.
Ella decía que mi voz terminaría por inundarnos
Yo preguntaba de memoria:
“¿Las gotas reemplazan al océano?”
Pero ella me pedía que mejor siguiera soñando,
hasta que las olas me devolvieran a tierra firme.
MEDUSAS de mar nuestros corazones.
Renovamos el veneno hasta la eternidad
para que el amor y el odio nunca perezcan.
Marina y yo pasábamos tardes interminables
sentados en la arena tratando de comprender
la eternidad en cada ola,
en cada tumbo,
en cada arena.
Afinábamos la paciencia
para coger los granos de sal más tornasoles.
Yo aguzaba la vista tratando de ver lo perdurable.
Ella practicaba alomancia en mi escaldada piel
para encontrar el sentido de lo efímero.
La tarde era una gota salobre en la punta de la lengua.
Después de no encontrar armonía
entre lo efímero y lo imperecedero,
nos recostábamos sobre la espuma de las olas
y dejábamos que las medusas se inyectaran todo su veneno.
YO me fui a habitar una isla por seguirla.
Ella se fue buscando el continente.
“Estoy harta de convulsiones”, dijo un día
y se fue en una lancha de motor bajo la lluvia.
“Adiós alboradas. Adiós, suelo mío”
No había tratos de por medio,
no había raíces que se hundieran en el suelo,
sólo rizomas que se trenzaban en el aire.
Yo me habitué al silencio de las lagunas costeras.
No podía devolverme a buscar lo que no tenía.
Me quedé viviendo donde rompe el tumbo.
Hoy recojo aguamalas y lágrimas de mar
para escribir en la arena en diversos alfabetos
la única palabra que me espabila
y me hace más profunda la llaga:
Marina
Desasosiego marino
Y la misma dicha inesperada, que se olvida en cuanto se sale de él
(del mar, del amor), que no es renovable, que no cuenta…
M. T.
VENIMOS a sentarnos en la arena
para que el tumbo cauterice las llagas.
De ti aprendimos, Marina
que no podemos salir del mar ni del amor.
Nos zurdimos en sus profundidades,
cargando la roca de la ansiedad,
y luchamos con todas nuestras fuerzas
contra esa furiosa mansedumbre
para que no nos reviente los pulmones.
Sus tensas aguas nos imponen miedo
pero en cuanto su rigor nos cubre
somos Uno con su furia.
Porque el mar
es el corazón del mundo
y su ritmo
el de nuestras incontinencias.
Porque el mar es la forma del amor,
nos desdoblamos en sus brazos mortíferos.
Nuestro deseo se enfrenta siempre
a una jauría de olas:
olas de garza olas de gavilán
olas de cenizas olas de vidrio molido
olas de lata olas de úlceras
olas de alquitrán olas asfixiantes
olas de cuchillos olas que se afilan entre sí.
Las olas son la forma del amor,
por eso nos sumergimos para renovarnos,
para purgarnos en su furia
o para que nos desuelle sin piedad
y exponga nuestra piel a los naufragios.
Venimos a sentarnos en la arena,
para que el tumbo cauterice las heridas
y poder regresar a ese coliseo líquido
a que sus garras nos sigan devastando.
Si el mar es lo mismo que el amor,
seguiremos tratando de atravesar sus olas,
aunque en cada rechazo
nos drague más profunda
la llaga.
EL ESPEJO que dejaste bajo mi custodia, Marina,
se me resbaló del pecho
y se disgregó en granos de sal.
Lo sostenía siempre con la mano izquierda
pegado al corazón del lado del azogue
pero un ruido atroz en mi ventana,
me obligó a levantar los brazos.
Ya no podré contemplar tu rostro enamorado,
en ese espejo que me entregaste, Marina.
Cuando juntaba los fragmentos para guardarlos
en el baúl donde tengo tus plumas de ánades,
tu mirada me reprimía en cada gota fracturada,
en cada grano de sal, en cada lágrima.
Quien rompe un espejo,
debiste advertírmelo, Marina,
sólo puede contemplar sus desasosiegos.
LA VIDA es un espejo que se nos rompe
antes de revelarnos nuestra imagen.
Las lagunas costeras están llenas de espejos rotos
donde cada día buscamos el rostro de quien nos fractura.
Las gotas de sal que nos astilla y nos desangra
son el reflejo de un dolor que no termina de romperse.
La superficie del agua no nos devuelve un rostro,
sino la oscuridad de nuestras profundidades.
En la pantalla líquida busco mi autorretrato
y sólo encuentro dunas de sal.
Rompo la quietud del agua con mi llanto,
los espejos son cardúmenes nostálgicos.
Marina, tu vida es un espejo donde me busco cada día
para romperme en mil pedazos.
BUSCO TUS OJOS en las fotografías
y no encuentro la confesión de tus pecados.
Busco en tus versos mis culpas,
mis azares
y todo se convierte en espejo.
Hurgo en tus palabras, en tus silencios
y palpo las raíces del desasosiego.
Cada verso tuyo, una vena
que se me rompe
y un mar que se desborda.
¿Dónde están las carabelas
que nos alejan del arrepentimiento?
¿Cómo colarse en el océano
sin inquietar las aguas?
Busco en tus imágenes, Marina,
y sólo encuentro
hondos espejos íntimos.
MI VOZ brota de tu voz
que nace de otra voz
que surge de Otra:
Vos.
Tú eres una isla a la deriva,
yo el estero.
En mi sueño, Marina,
alguien lee uno de tus libros,
y yo despierto en medio del mar,
sin nada.
Víctor García Vázquez (Escuintla, Chiapas, México, 1975) ha publicado Mujer de niebla (Premio Nacional de Ensayo, 2001); cuatro libros de poesía: Raíces de tempestad (2001), Tejidos (2003), Tajos (2011) y Vuelta del húngaro (2020).
Ha sido antologado en Espiral de los latidos: poesía joven de la zona centro del país (2002), Sirenas y otros animales fabulosos: antología poética (2006), Miscelánea erótica (2007) La luz que va dando nombre: veinte años de la poesía última en México, (2007) Cofre de cedro (2011). Universo poético de Chiapas (2017), La piedra del fuego, antología de poetas chiapanecos (2019).
Aparece en los libros de ensayos Caminata nocturna. Híkuri ante la crítica (2016), Antología del ensayo moderno en Chiapas (2018). Una tradición frente a su espejo. Estudios críticos por los 50 años del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, (2019), entre otros.
Es profesor de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla