Alejandro Soifer
University of Toronto
aj.soifer@mail.utoronto.ca
Resumen
La llamada “narconarrativa” tiene ya una larga trayectoria en las literaturas de países como México y Colombia. En la literatura Argentina, en cambio, el género todavía no se ha asentado pese a algunos antecedentes de narrativas relacionadas con el narco y el narcotráfico. Publicadas en 2017, dos novelas muy disímiles (Rojo sangre de Rafael Bielsa y Cruz de Nicolás Ferraro) han ocupado el lugar de pioneras en el género en la Argentina compartiendo la construcción de lo que aquí llamaremos “necromercado” como una característica propia típica de este tipo de narconarrativa.
Palabras clave: Narconarrativa; Necromercado; Capitalismo gore; Novela policial; Literatura Argentina
Abstract
So-called “narconarratives” have been a standard presence in the national literature of countries like Mexico and Colombia. In Argentina, however, the genre has not yet been fully developed, although some previous narratives surrounded the narco and narcotrafficking. Published in the year 2017, two very different novels (Rojo sangre by Rafael Bielsa and Cruz by Nicolás Ferraro) have become pioneer narconarratives in Argentina, sharing the construction of what we will be calling here “necromarkets” as a typical characteristic of the narconarrative genre.
Keywords: Narconarrative; Necromarket; Gore Capitalism; Mystery Fiction; Argentinian Literature
Introducción
La publicación en el año 2017 de las novelas Rojo sangre de Rafael Bielsa y Cruz de Nicolás Ferraro inauguraron el género de la “narconovela” en la literatura argentina[1]. Si bien, el país siempre tuvo y todavía mantiene un rol secundario en el tráfico y producción de drogas ilegales y es considerado mayormente “un país de tránsito” antes que de producción[2], una serie de hechos violentos y de alta visibilidad mediática impusieron las condiciones necesarias para que la cuestión narco ingresara en la discusión pública en el país.
El descubrimiento de un laboratorio de metanfetaminas en la provincia de Buenos Aires en el año 2008, la ejecución por parte de sicarios y apenas días más tarde de dos ciudadanos colombianos relacionados con el tráfico ilegal de efedrina (precursor químico de las metanfetaminas), el triple asesinato, menos de un mes más tarde de estos acontecimientos, de tres empresarios también relacionados con el tráfico ilegal de esta sustancia y la violenta guerra territorial que desató la banda de narcomenudeo conocida como “Los Monos” en la ciudad portuaria de Rosario (Provincia de Santa Fe) durante los años 2012 y 2013 y que sembró sus calles de cadáveres, propiciaron que el tema del narcotráfico recobrara interés en el discurso público y político argentino. Coincidiendo con estos antecedentes, el ascenso a la presidencia del país del partido político conservador Cambiemos en 2015, que se apropió de algunas de las consignas de la “Guerra contra las drogas” desarrollada en México a partir de la presidencia de Felipe Calderón y continuada por Peña Nieto, terminó de generar las condiciones propicias para el desarrollo, por ahora limitado, de una narconovela argentina.
Aun así, tanto Rojo sangre de Bielsa como Cruz de Ferraro comparten pocos puntos en común y son productos literarios netamente diferenciados, lo que las separa de ciertas (aunque no todas) características genéricas rígidas (Santos, Vásquez Mejías y Urgelles) que el género ha tomado en otras literaturas nacionales como la mexicana y la colombiana. Mientras que la novela de Bielsa fue publicada por uno de los conglomerados editoriales más poderosos del mundo hispánico, toma inspiración según el propio autor en la muerte de tres jóvenes rosarinos que se encontraron en medio de un tiroteo entre bandas rivales y se desarrolla como un relato realista a partir de la experiencia del autor como titular de la agencia nacional argentina de lucha contra el narcotráfico y la drogadicción, la novela de Ferraro es un relato policial negro publicado en una pequeña editorial especializada en dicho género. Más allá de estas diferencias sustanciales, Rojo sangre se propone como una caracterización de la guerra de bandas en Rosario durante los 2010 mientras que Cruz retrata el comercio de cocaína en el delta de la provincia noresteña de Misiones, limítrofe con Brasil y Paraguay.
Pese a las diferencias de enfoque, de temática, de marcas de género literario y también de público al que están dirigidas, ambas novelas comparten un aspecto que se encuentra frecuentemente en otras narconarrativas, aunque no le es exclusivo y es el de la descripción de necromercados (Soifer) como se explicará en detalle más adelante.
Comercios de dolor y muerte
En su ensayo Capitalismo Gore, Sayak Valencia propuso una serie de nociones críticas para analizar la violencia contemporánea del narco. De particular interés para este trabajo resulta la noción de necropoder que la autora define como “la apropiación y aplicación de las tecnologías gubernamentales de la biopolítica para subyugar los cuerpos y las poblaciones que integra como elemento fundamental la sobreespecialización de la violencia y tiene como fin comerciar con el proceso de dar muerte.” (147). La forma en la que este necropoder se ejerce es mediante las necroprácticas, de las que me interesa señalar que
han venido construyendo, en las últimas décadas, una nueva sensibilidad cultural del asesinato que lo hace más permisible, dado que se le espectaculariza a través de los medios de comunicación, posibilitando la ejecución de formas de crueldad más tajantes y más espeluznantes que pueden espectralizarse por medio de su consumo como ocio televisado. (Valencia 147)
Tanto en Rojo sangre como en Cruz no se observa una construcción de la violencia como objeto de fascinación morbosa (lo que Valencia llama tanatofilia) porque, si bien, sí es posible encontrar escenas de violencia extrema y ultraje aberrante a los cuerpos de las víctimas, esta violencia no está dispuesta como una marca identitaria de cierta banda o capo narco sino que se produce como una forma de comercio con el dolor de la víctima. No hay búsqueda de advertir al enemigo o de dejar una marca de autor en el cadáver sino provocar el mayor dolor posible a quien se mata o se tortura. El destino de cada víctima será según su valor. Valencia y Sepúlveda también han desarrollado la idea de “mercado gore”:
Con mercado gore nos referimos a un campo específico del capitalismo en el cual se comercializa, a manera de “mercancías” y “servicios”, productos vinculados con el necropoder y las necroprácticas, asociadas a técnicas de violencia extrema, como: venta de drogas ilegales, de órganos humanos, de violencia intimidatoria, de asesinatos por encargo, de esclavismo sexual o doméstico de personas, así como de imaginarios violentos en los cuales el derramamiento de sangre es el principal protagonista. (76-77)
Siguiendo esta aproximación crítica, aquí hablaremos no de “mercado gore” sino de necromercado porque me interesará resaltar el modo en el que en estas ficciones se articulará un mercado perfectamente libre donde las transacciones están asociadas con la tortura, el dar muerte, las formas de darla y el valor que después de la muerte posee lo abyecto. El énfasis en mi análisis entonces estará en la forma de funcionamiento de ese mercado de intercambio de bienes abyectos. Asimismo, mi análisis se focalizará en las construcciones narrativas, tomadas no por su valor mimético con la realidad, donde puede pensarse más claramente las permeabilidades del concepto proveniente de los horror films del “gore”[3], sino dentro de las propias estrategias narrativas de los textos. En definitiva, estos utilizarán recursos literarios originalmente establecidos en las Gothic fictions que florecieron con la segunda revolución industrial. La fascinación por los cadáveres y el comercio con lo abyecto formaron lo que críticos del gótico como Shapira llaman el “Gothic Corpse”[4] o los “Gothic Remains”[5].
En las dos novelas que se analizarán aquí es posible observar una conciencia de los personajes acerca del valor de cambio que poseen diferentes sujetos. Las transacciones que se ejercen con los cuerpos y las vidas están determinadas por un cálculo perfectamente racional. Los necromercados en estas narrativas incluso funcionan como núcleos narrativos: serán deudas (de sangre o de mercancía/dinero pero que se pagarán con sangre) las que pongan en funcionamiento los relatos. En el caso de Rojo sangre, la primera escena deja planteada de forma explícita que el comercio de deudas de sangre será lo que desate la acción con la descripción de cómo un sicario dispara desde una motocicleta al miembro de una banda rival mientras este se encuentra en un automóvil con su mujer. Ese primer crimen desatará una serie de respuestas y venganzas que se irán incrementando y alimentando de otras muertes y subsecuentes venganzas que en última instancia tendrán como objetivo compensar las deudas de sangre. Estas dirigirán la narrativa.
En el caso de Cruz, también en el centro de la narrativa se encuentra la idea de la deuda de sangre, aunque en otro sentido más amplio. Tomás Cruz deberá hacerse cargo de terminar un contrabando que su hermano, Sebastián Cruz, no ha podido, ya que ha sido arrestado por la policía. En caso de negarse a pagar la deuda de su hermano, los narcos amenazan con asesinar a su sobrina e hija de Sebastián. Es decir, allí también ingresa la lógica de un mercado donde los bienes de intercambio no se miden en dinero sino en cadáveres.
La cadena de deudas de los Cruz se extiende incluso más allá de la estructura fraternal ya que en una primera instancia Sebastián se había vinculado con el mundo criminal porque el padre de ambos, Samuel Cruz, también había dejado una deuda en el mundo criminal al ser encarcelado. Esta cadena de deudas que se cobran con Sebastián primero y Tomás después, viéndose obligados a trabajar en el mundo delictivo, será el núcleo narrativo alrededor del cual se organiza Cruz. Ya desde la primera línea se establece la importancia para el relato de la deuda de sangre: “El apellido es una enfermedad hereditaria.” (Ferraro 17) El lector entenderá luego que el apellido acarrea deudas que deben ser pagadas y que eso es lo que lo hace una “enfermedad”. Más precisamente una enfermedad que se transmite por sangre. Este aspecto que trae la novela hacia la larga tradición del naturalismo latinoamericano, es aquí, en cambio, el establecimiento temprano de la cuestión de la sangre como elemento de comercio que guiará la narrativa. Esa deuda en sangre que tienen los Cruz deberá ser pagada con cuerpos y otras sangres según se irá desarrollando la trama de la novela.
El necromercado funciona en estas narrativas de dos modos: estableciendo precisamente un mercado donde se producen intercambios libres entre “mercancías”, es decir, muertos, formas de dar muerte y torturas y mediante la puesta en valor de esas mercancías. Así se verá que para que este mercado de intercambios abyectos pueda funcionar, cada uno de estos debe adquirir un valor. Las vidas de los personajes no tienen un valor homogéneo sino que se asignan según el rango social en las jerarquías del mundo delincuencial que ocupan. La muerte de un familiar de uno de los capos narcos, por ejemplo, adquiere un valor mayor que la muerte de un sicario. La forma en que se produce el cobro tendrá relación con este valor asignado: la muerte del familiar del capo se cobra asesinando y torturando a varios miembros de la banda rival mientras que la del sicario puede resolverse quizás con una venganza más limitada y menos violenta. El nivel de tortura que se ejerce contra el cuerpo de aquel con quien se va a cobrar el intercambio también funciona como el valor agregado de la manufactura. Si el cadáver es la materia prima, será el trabajo invertido sobre el cuerpo, es decir la tortura y los modos de dar muerte, los que proveerán el valor agregado que permita que se produzca la transacción en el necromercado y que este continúe funcionando.
La venganza será terrible: comercio de y con cadáveres en Rojo sangre
Como he señalado, Rojo sangre se propone como un retrato semi realista acerca de la violencia desatada por una serie de venganzas internas que desencadenó la banda Los Monos en la ciudad de Rosario durante los 2010. La narrativa se estructura a partir de varias escenas, no siempre relacionadas entre sí, que en conjunto construyen un fresco de la violencia narco en la ciudad. Si bien la característica común a todas las escenas es la violencia explícita, la novela también despliega escenas donde se pueden observar la corrupción de la policía, arreglada con las bandas que se disputan el territorio y a las que deja hacer sin intervenir, así como el trabajo de un periodista de altos estándares morales que intenta retratar los hechos en un periódico donde no tienen interés por la verdad. Sin embargo, será el cobro de venganzas lo que unirá a todas las situaciones y permitirá el desarrollo de la trama.
Como consecuencia del crimen narrado en la primera escena, una guerra se desata entre dos bandas narco que se disputan el terreno en la ciudad: la banda de los Búnkeres y la banda de Pueblo Seco. La lógica transaccional queda establecida inmediatamente: por cada muerte de un bando debe haber un cobro equivalente. Mientras los muertos son los soldados de escalafones más bajos de las bandas, cierto equilibrio de mercado parece mantenerse. Más aún, los ciudadanos que no pertenecen a las bandas y sólo quieren vivir en paz, encuentran en la lógica transaccional de muertos entre bandas rivales cierto alivio.
La lógica de mercado en los asesinatos que se presentan asume la forma de una matemática simple tomada por la voz de los civiles ajenos a las guerras de bandas. Para ellos, que entre narcos se maten entra también en una cuestión que pertenece al mercado y por eso se sienten excluidos: si uno no es parte de ese mercado, no debería por qué tener que participar en el mismo. Las muertes de los soldados de las bandas narco, entonces, son contadas por estas voces anónimas y ajenas a las transacciones que se realizan en las cadenas de venganzas y asesinatos como la eliminación de un problema. Esto, por supuesto, también los hace partícipes de la misma lógica del necromercado. Leemos por ejemplo esta escena donde el periodista moral se ve como observador ajeno a las transacciones:
El domingo, Riesi llegó a la redacción cerca de las ocho. Se sentó, encendió la computadora y se puso a leer los comentarios de los lectores de la versión digital sobre la muerte de Iguano. Excedían en número lo habitual y la mayoría podía sintetizarse en la frase: “Uno menos”. (Bielsa 310)
La expresión “uno menos” significa que hay un narco/sicario muerto. Por lo tanto, es uno menos en ese juego de mercado. Para una sociedad que contempla desde afuera del necromercado cómo se producen las transacciones en su interior poniendo de paso en riesgo su propia integridad, cada actor de este juego de intercambio que desaparece porque muere es uno menos para participar. La consecuencia final subsecuente sería la llegada eventual y mítica, un momento ideal, en el que ese necromercado terminaría por disolverse, ya sea porque uno de los actores alcance una posición monopólica luego de exterminar a los otros o porque desaparezcan todos los actores participantes luego de matarse entre sí.
Siguiendo también la racionalidad económica de este necromercado, cuando se asesina por fuera de este sistema de intercambios la forma en que se produce el cobro tiene que ser categórica para compensar el error. Es lo que sucede cuando alguien mata a un personaje secundario, ajeno a las bandas en guerra. Cuando muere asesinado El Frontón, un personaje que precisamente no pertenece a ninguna de las bandas que intercambian en el mercado de muertes, el asesino se sospecha es un soldado de la banda de Ronco, jefe de la Banda de los Búnkeres que lo mató en un estado de inconsciencia producto del consumo de drogas. El valor de Frontón entre sus compañeros y amigos era muy grande y por ende la muerte de su asesino debía poder cobrar ese valor. Leemos:
— ¿Quién mató al Frontón? — Riesi fijó la vista en Chamuyo…
— Todavía no se sabe su nombre — dijo Chamuyo —, pero el cuerpo del autor apareció esta madrugada en un camino rural de Alcácer detrás de un country, uno que tiene caballerizas y escuela de salto…
Con un alambre, le atravesaron la tráquea de lado a lado del cuello y juntaron los extremos formando una corona. Con un gancho carnicero en “ese” de acero inoxidable lo dejaron colgando, con los pies apoyados sobre el pasto. No sé si murió antes o después. Me parece que antes, porque de lo contrario el aparato respiratorio no hubiera resistido ni una contorsión de ese peso. Hay que ver si se involucran o no las masas musculares, el esternocleidomasteo, por ejemplo, o los escalenos -tenía una memoria espléndida, acompañada de una inteligencia insípida…
— Estaba cosido a puñaladas y desangrado. Le habían vaciado un ojo. Ya tenía el aviso, por Facebook, desde una cuenta que se llama “Los guachines sin alma” …
El primer mensaje decía: “Traidor, yo no voy a ir a tu casa, pedazo de salchicha, la gorra te revienta el rancho, yo no, no somos policías, pero cuando te crucemos vamos a ver si te da la sangre, ortiva.” Hoy, temprano, antes de venirme para acá, otro, junto con una foto tomada desde lejos del cadáver: “Fiambre de visitante, gil robado, te recabieron los cartuchos, gato bocón. No traicionamos; estabas avisado”. No te extrañe que haya sido el Ronco, eso es lo que dicen los muchachos. Lo ponen al Frontón, y el asesino es un soldadito de él; a un jefe, esas cosas no se le pueden pasar. Si no lo liquida, le iban a tirar el muerto a la Banda de los Búnkeres. (Bielsa 194-195)
Entonces, no sólo el valor de Frontón como un personaje querido en el barrio y ajeno a las matanzas entre bandas ameritó la tortura y muerte de su asesino, sino que las advertencias y amenazas funcionaron como un incremento en ese valor agregado del modo en el que fue asesinado y, además, el crimen se justifica porque tener entre sus líneas al asesino le resultaría al Ronco una pésima inversión, un mal negocio para el branding de su banda.
La muerte no solo se plantea como un valor de intercambio sino que cada muerto tiene un valor específico asignado. Cuando muere asesinado Cuca, otro personaje que sólo aparece referido y que sirve al narrador para construir el clima de continuas muertes que se suceden en el relato, el entierro se convierte también en una situación de mercado donde la muerte desencadena una serie de transacciones que son a la vez comerciales y destinadas a darle honra al fallecido. Leemos:
El ataúd era de cartón reciclado, que unía al precio la ventaja de “ser biodegradable” -según explicó el dueño de la cochería-, además “por supuesto”, de cumplir con los requisitos del reglamento de la policía sanitaria mortuoria. Las monedas recolectadas se dividieron entre el cajón y una dosis equilibrada de merca y alcohol; las gaseosas las proveyó sin costo la compañía donde trabajaba Cuca. (322)
Cuca tampoco pertenecía a una de las bandas en disputa y su muerte tiene que ver con otra cadena de venganzas. Borracho y drogado, se había peleado con un boliviano que en venganza lo apuñaló. Los amigos de Cuca a su vez, en venganza, saquearon la casa del asesino y le pegaron a su mujer. De nuevo, al no tratarse de personajes que integren la disputa de las bandas el valor de intercambio es menor y se puede resolver sin llegar a la tortura y la muerte.
Distinto será el caso de la muerte narrada apenas unas escenas antes de Iguano, hermano de Ronco y, por ende, uno de los jefes de la Banda de los Búnkeres. Por empezar, su muerte es inmediatamente asociada con un valor en dinero: “El baldaquín estaba a su derecha y el ataúd con el cuerpo de su hermano, sobre la mesa en la que cuenta el dinero.” (319). A continuación, un personaje de la misma banda reflexiona acerca del valor en el necromercado que tiene el asesinato de Iguano y cómo debe hacerse el cobro: “[…] hoy al mediodía lo pusieron al Tuerto, el dueño de la Eslóter[6]; de los putos estos no va a quedar ni uno, hasta el perro le vamos a matar a esos hijos de puta.” (320) Efectivamente, todos los involucrados directos, y aún los indirectos, en el asesinato de Iguano son a su vez asesinados por la banda de Ronco. Cuando la banda de Ronco logra dar con Pikachu, uno de los últimos involucrados en la muerte de Iguano que le quedaba encontrar, el relato de su muerte es elidido pero la lógica transaccional de esta queda claramente resaltada en el sintagma con el que la policía explica el caso: “Al día siguiente, el muchacho apareció muerto de nueve balazos a un costado de Desaguadero, en el sur de la ciudad. Fuentes cercanas a la investigación afirmaron que se trataba de un previsible ‘ajuste de cuentas’.” (383).
Eventualmente, la cadena de venganzas y muertes llega a un final cuando todos los líderes de las bandas están muertos y nuevas generaciones asumen el liderazgo. Pero esto resulta claramente ilusorio. Una vez que todos los participantes terminen exterminándose, una nueva producción comenzará en la forma de nuevos líderes. Así, el comercio de bienes mortuorios nunca concluirá.
Trabajos en sangre: lógicas de intercambio de necromercado en Cruz de Nicolás Ferraro
Si hasta ahora vimos cómo se establece un necromercado de intercambios de bienes abyectos en Rojo sangre de Rafael Bielsa, en Cruz de Nicolás Ferraro vamos a encontrar el mismo mecanismo de funcionamiento narrativo, pero incluso profundizado. Nuevamente señalo que mientras que la novela de Bielsa se propone como un relato realista, la novela de Ferraro interviene en el campo de la novela negra por lo cual sostiene y expande las marcas genéricas de este tipo de narrativa. En Cruz veremos que el valor de los personajes se construye no ya en relación a las estructuras de poder de organizaciones narco sino sobre la base de la propia fama personal. Los hermanos Cruz y el padre de la familia están configurados desde la perspectiva de los “tipos duros” que se enfrentan y sobreponen por fuerza, astucia y violencia, asociados al modelo del héroe del Western que está en los orígenes del policial estadounidense (Giardinelli).
Como señalé anteriormente, ya en el comienzo de la novela se establece el valor de la sangre en el sentido que el apellido Cruz, la pertenencia a esta familia, acarrea una serie de deudas por el sólo hecho de tener esa sangre. En el comercio que se establecerá dentro de la narrativa dicha deuda deberá ser saldada derramando otras sangres. A su vez, el lugar que estos personajes ocuparán en la trama está relacionado con el renombre adquirido: “Samuel no tenía documentos, pero fama sí. Decían que lo habían fichado en varias provincias.” (Ferraro 18). Nuevamente, Tomás Cruz es reconocido por tener la sangre de su padre, lo que lo hace acreedor de su fama, que a su vez su padre consiguió derramando la sangre de otros. Cuando dos policías van a buscar a Tomás, uno de ellos no conoce nada acerca de los Cruz y el otro le explica de dónde proviene la notoriedad que consiguió Samuel:
Esa noche lo trajimos porque había fajado a un tal Leiva, un testigo en un juicio en contra de unos chamigos de Samuel. A Leiva lo encontramos tirado en el piso del garaje. Las muñecas atadas con alambre, el ojo izquierdo reventado y toda la carne arrancada alrededor. Cuando abrió la boca para pedir ayuda… No me olvido más, nene… Los tres dientes que le quedaban le colgaban de las encías. (Ferraro 17)
El renombre que consiguió Samuel por el modo en el que ejerce la violencia y la tortura le permiten ser conocido y respetado en varias provincias y ese es su valor de mercado. Un asociado criminal de Samuel Cruz, Alvarenga, también construyó su valor de mercado sobre la base de la violencia que ejerció: “Él y su bendita riñonera. […] Algunos decían que ahí guardaba los dientes que había bajado. La mayoría decía que eso era mentira, que hubiera necesitado una mochila para guardarlos a todos.” (Ferraro 23) Como se ve aquí, no sólo se trata del valor de mercado criminal que tiene Alvarenga sino que este puede incluso ser medido a partir de la cantidad de dientes que le extrajo a sus víctimas y que, al menos en la mitología popular, lleva siempre consigo. Como si se tratase de un valor monetario o en mercancía, los dientes de sus víctimas son mensurables y otorgan un valor. Tanto es así que algunos sostienen que es imposible que los lleve en una riñonera porque es tal la cantidad que requeriría una mochila entera, mostrando la posibilidad de que en realidad su valor de mercado se encuentre sobrevalorado.
La creatividad en la tortura y la cantidad de víctimas son los principales aspectos que otorgan el valor que estos personajes poseen en el interior de la narrativa. Por el contrario, los personajes que fallen en las misiones delictivas encomendadas también deberán pagar el costo de la operación. Esto queda perfectamente explícito cuando uno de los pequeños narcotraficantes recibe a dos de sus hombres que han perdido parte de un cargamento:
Sherman arrastra una mesa con rueditas. Arriba, una sábana tapa algo de forma cuadrada. Centurión se para y la saca. Una balanza de dos platillos asoma. La que está más abajo tiene un par de pesitas. A los costados, balas y platillos.
— Sesenta gramos por todo el laburo -dice Centurión-. Soto me dijo que nada más le llevaron la mitad, así que… -Saca dos pesas-. Treinta gramos de plata.
Empieza a poner billetes en el otro platillo. Pesos y guaraníes se apilan unos con otros. El Ponja resopla y el pecho le mide la mitad cuando larga el aire. Centurión agrega un toco más y los dos platillos quedan a la par. Los saca y los pone a un costado.
— Los otros treinta van a tener que ser en plomo -dice y apoya tres balas. (99)
La escena devela de forma explícita el modo en el que el necromercado funciona poniendo en un plano de igualdad, mediante una balanza para más precisión, el dinero y la violencia. Los secuaces de Centurión perdieron la mitad del cargamento y por lo tanto su pago será en el equivalente de dinero y disparos. A continuación, Ponja recibe dos de los tres disparos que estaban destinados a él y a Mateo, su socio y con quien perdieron la mitad del cargamento. Entonces Centurión se acerca hasta este y le ofrece un nuevo negocio, demostrando nuevamente cómo funciona el mercado de intercambio de necrobienes: “Voy a ser generoso con vos. Te voy a hacer una oferta que podés rechazar pero no te lo recomiendo. Si querés que yo me guarde esta bala, vos, en vez de brazos, vas a tener remos. Y vas a elegir a una de tus nenas para que labure conmigo.” (100) La oferta es entonces que Mateo haga otro contrabando y que entregue a una de sus hijas para que Centurión la prostituya a cambio de no recibir un disparo en la cabeza. Continúa su oferta Centurión, explicando por qué es un negocio conveniente para Mateo:
—Para un padre es jodido elegir entre sus hijos, pero también es jodido llevar un negocio adelante cuando tus empleados son una manga de inútiles. […] La ecuación es simple. Dos Docabo van a laburar para mí. Gamarra te va a acompañar hasta tu mesa y vos le vas a pasar la que elijas. Si te negás, te comés un corchazo y ahí las dos van a terminar laburando para mí. (100)
La escena resume así el modo en el que el comercio al interior de la narrativa se cumple a través de cuerpos, violencia y sangre. Ricardo Piglia en “Sobre el género policial”, su clásico análisis sobre la forma del género policial negro, sostuvo que el motivo pecuniario es el núcleo en este tipo de narrativas. Como vemos aquí, y si bien hay una relación con el dinero en el sentido que Centurión se está cobrando una deuda impaga, el comercio se plantea en términos de cuerpos: quién vive y quién muere en el caso de Centurión que mata a Ponja y le ofrece un trato a Mateo y el cuerpo de cuál de sus dos hijas le entregará al capo para que prostituya a cambio de perdonarle la vida. La esencia de necromercado por la que guía sus acciones Centurión aparece explícita, una vez más, apenas unos instantes después de esta escena, cuando le explica a Tomás qué deuda que dejó su hermano debe saldar:
El tipo con el que estuve charlando antes de que llegaras, aparte de largar dos litros de sangre, batió dónde tienen sus campamentos la gente esta. Y les vamos a enseñar que los Centurión-Cuera no trabajan en pesos o dólares. Trabajan en sangre. Y es la hora de cobrar. Ese es tu laburo, Cruz.[7] (102)
Centurión entiende perfectamente bien el necromercado y ejerce su negocio en él. Sus intercambios son en cuerpos y comercia dando muerte, permitiendo vivir, prostituyendo mujeres o haciéndolas cargar droga en el interior de su cuerpo. No es solo una intuición sino un plan de negocios perfectamente pensado y meditado como veremos en la siguiente escena, cuando lo lleva a Tomás a una cabaña donde mantiene cautivas a unas mujeres:
— En los negocios de hoy, nene –dice-, tenés que estar siempre un paso adelante. Hay que pensar en las energías renovables. Eólicas, solar y todas esas boludeces son espejitos de colores. El faso lo vendés, se consume y listo. Un agujero tiene vida ilimitada, Cruz. Tres ni te cuento. -Abre la puerta-. Te presento a tu carga.
Contra un rincón, dos minas amordazadas y atadas con sogas una a la otra. […]
—¿Qué es esto, la concha de tu madre?
—Energía renovable. (126)
Cuando Tomás le reclama que el trato que le está proponiendo es terrible, Centurión justifica la situación como conveniente para esas mujeres porque “trabajo no les va a faltar.” (126) Luego articula su plan de negocios: la cuestión de conseguir documentos falsificados para las menores de edad que serán prostituidas por él en Paraguay se lo deja a otros: “Tercerizar, esa es la otra clave de la economía.” (126) explica el proxeneta y narco. Por último, termina de explicar la lógica comercial de su negocio con cuerpos:
Y esperá que no te mostré la mejor parte. Tercer concepto de la economía. Aprovechamiento. Pasá por acá. […]
— Si me acusan de trata de negras, me la banco, pero estos insisten. […] Así que, como ves, tuvimos que aprovechar esos agujeros y darles algo para que sean blancas.
Abre y se mete. Agarra una cosa de arriba de la mesa […]
—Abrí la trompa, nena -dice Centurión-. Cuerpo de Cristo.
Y le mete un forro lleno de falopa a Anyelén que, de rodillas y con los ojos cerrados, hace fuerza y se lo traga. (127)
Cuando Tomás le pregunta a Anyelén cómo fue que terminó aceptando hacer de mula de drogas, esta le contesta: “El barbudo se me apareció esta mañana y me dijo que había dos maneras de saldar la deuda y que eso dependía de qué me tragara: si un kilo de merca o mil de leche.” (132) Nuevamente queda explícito cómo en esta narrativa el valor de intercambio está asociado al cuerpo y al uso del cuerpo. La deuda que tiene Anyelén con Centurión no se salda con dinero sino con el uso de su cuerpo, ya sea que acepte ser mula de droga o que acepte prostituirse para él.
Luego de una emboscada donde muere Anyelén, Tomás recupera la carga de droga abriéndole el estómago con un cuchillo para realizar la entrega y saldar la deuda de su hermano. Pero habiendo desarrollado cariño por Anyelén y enterándose luego que fue Centurión el que delató a su hermano, decide que tiene que a su vez cobrarse esas deudas con la vida del capo narco. Alista a su padre y luego de varias situaciones logran cercar al capo, aunque Samuel queda herido. Ante la disyuntiva de si terminar la venganza matando a Centurión o ayudar a su padre para que no muera, el propio Samuel le pide que le lleve la cabeza del capo, convirtiéndola en una mercancía. Tomás no le lleva la cabeza como su padre le pide, pero cuando logra cercar a Centurión igualmente se cobra con su cuerpo:
Cuando levanta el arma para dispararme le hundo el cuchillo arriba de la garcha y empiezo a tajearlo. El filo sube. La pistola se la cae de las manos, las tripas empiezan a vomitarme encima a medida que lo abro, hasta que la hoja rebota contra el esternón. Saco el cuchillo y lo vuelvo a hundir.
Una vez y otra.
Y otra.
Solo cuando pienso que Anyelén hubiera dicho que ya fue suficiente dejo de hacerlo. Hay más Centurión encima de mí que adentro suyo. (214)
Aún después de haberse asegurado que Centurión ya estaba muerto, Tomás continuó acuchillándolo y desparramando su cadáver hasta el momento en que sintió que el saldo de la muerte de Anyelén ya estaba pagado. De este modo vemos cómo el motivo que guía las acciones de Tomás son pura y exclusivamente la de destruir el cuerpo de su enemigo. No sigue una finalidad económica, después de todo no va a ganar nada matando y destripando el cadáver de Centurión, sino la necesidad de cobrarse la deuda de sangre con más sangre, tal como aprendió del mismo Centurión que ellos no trabajan en un mercado de dinero sino de sangre.
El peso de la sangre
Tanto Rojo sangre de Rafael Bielsa como Cruz de Nicolás Ferraro pueden ser considerados como los primeros emergentes netos y claros del género de la narconovela en la Argentina, más allá de algunas narrativas previas que también abarcaban el tema, pero sin las características propias que el género ha adquirido en literaturas como la colombiana o la mexicana. A pesar de que el mercado editorial argentino cuenta con una sostenida tradición de literatura policial y de misterio y que la narconovela puede considerarse en la mayoría de los casos como un subgénero de estos (Zavala) es recién con la publicación de estas narrativas que puede empezar a pensarse en una vertiente netamente argentina de este género.
Por otra parte, ambas novelas parten de diferentes planteos genéricos, siendo Rojo sangre un intento de fresco realista y de denuncia acerca de la situación del narco en la ciudad de Rosario durante la primera década del siglo, mientras que Cruz tiene como horizonte estético el policial negro de escuela estadounidense. A pesar de sus puntos de partida diferentes, sus planteos y búsquedas narrativas también divergentes, ambas novelas comparten un realismo descarnado, la violencia explícita y el protagonismo de narcos. Aun así, el tema específico del narco está ajustado a la realidad Argentina donde no es posible hablar de organizaciones delictivas con acceso a armamento bélico, poder territorial extendido ni poderío económico a nivel de otras organizaciones delictivas en el resto del mundo y América Latina. Sin embargo, lo que define a estas novelas es la preeminencia de los necromercados como instancias donde se comercia con cuerpos, cadáveres y formas de infligir dolor físico. Por necromercado me refiero a un tropo literario de comercio con lo abyecto. Al hacer de este el núcleo narrativo, las dos novelas analizadas rechazan los motivos pecuniarios que, como señala Piglia, guiaron y todavía guían las narrativas de tipo policial. Estas novelas entonces se establecen sobre los bordes de la horror fiction, el motivo gótico del comercio con los restos mortales, el realismo y el género hardboiled[8].
No es entonces el dinero lo que guía estas narrativas sino, como lo dice explícitamente Centurión en la novela de Ferraro, la sangre. Esta funciona en Cruz como deuda, como herencia y como método de pago mientras que en Rojo sangre se plantea del mismo modo como enlace familiar que otorga diferente valor al cuerpo y la vida de los personajes. No será en esta novela lo mismo el valor que tiene el hermano de uno de los capos de las bandas en guerra que el valor de un vecino del barrio. Sus muertes serán retribuidas acorde a esos valores y mientras que la vida del hermano del narco se cobrará la vida del ejecutor, su familia y hasta su perro, la del vecino del barrio apenas se cobrará la de quien lo ejecutó. También en esta novela el modo en el que se ejecutará a las víctimas estará relacionado con el valor de “mercado” dentro de este mercado de bienes mortuorios. La tortura antes de la ejecución se reservará para determinados casos de cobro y no estará presente en otros casos.
De este modo, las novelas analizadas plantean la base para el desarrollo de la narconovela argentina en el contexto de un país que de momento se mantiene mayoritariamente por fuera del sistema de producción y tan solo como país de paso y consumo de drogas ilegales.
Bibliografía
Bielsa, Rafael. Rojo sangre. Buenos Aires: Planeta, 2017.
Federico, Mauro. País narco. Buenos Aires: Sudamericana, 2011.
Ferraro, Nicolás. Cruz. Buenos Aires: Revólver Editorial, 2017.
Giardinelli, Mempo. El género negro: orígenes y evolución de la literatura policial y su
influencia en Latinoamérica. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2013.
Piglia, Ricardo. «Sobre el género policial.» Piglia, Ricardo. Crítica y ficción. Barcelona:
Anagrama, 2001.
Santos, Danilo, Ainhoa Vásquez Mejías e Ingrid Urgelles. “Introducción Lo narco como modelo cultural. Una apropiación transcontinental.” Mitologías hoy, no. 14, 2016, pp. 9-23.
Shapira, Yael. Inventing the Gothic Corpse: The Thrill of Human Remains in the Eighteenth-Century Novel. Cham: Palgrave Macmillan, 2018.
Soifer, Alejandro. “Una economía de la crueldad: Estado, organizaciones sociales marginales y necromercado en Trabajos del reino y La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera.” Latin American Literary Review, vol. 46, no. 92, 2019, pp. 34-43.
Talairach, Laurence. Gothic Remains: Corpses, Terror and Anatomical Culture, 1764-1897. Cardiff: University of Wales Press, 2019.
Valencia, Sayak. Capitalismo Gore. Tenerife: Melusina, 2010.
Valencia, Sayak y Sepúlveda, Katia. “Del fascinante fascismo a la fascinante violencia: psico/bio/necro/política y mercado gore.” Mitologías hoy, no. 14, 2016, pp. 75-91.
Zavala, Oswaldo. Los cárteles no existen. Barcelona: Malpaso Editores, 2018.
[1] Si bien es cierto que ya existían en la literatura argentina ejemplos previos de narrativas acerca del narcotráfico (El otro Gómez de Diego Paszkowski publicada en el año 2001, Delivery de Alejandro Parisi publicada en el año 2002 y el libro de cuentos de Ariel Urquiza No hay risas en el cielo publicada en 2017 pero ganadora en 2016 del Premio Casa de las Américas serían acaso precedentes valiosos) y trabajo periodístico y crónicas acerca de pequeños vendedores (transas) de droga, no sería hasta la aparición de las novelas de Bielsa y Ferraro que las formas y temas de la narconovela, tomando como antecedente las narco narrativas mexicanas y colombianas, con su carga de violencia extrema, sicarios, ritmo y formas de la novela policial, se adaptarían a las particularidades y experiencias argentinas.
[2] Dado que se producen localmente escasas cantidades de drogas ilícitas y no se cultivan grandes extensiones de hojas de coca, amapola o marihuana. Sin embargo, sí ha sucedido durante las últimas décadas que el país se ha convertido en sitio donde se terminan de sintetizar drogas ilícitas a partir de materia prima proveniente de Perú, Bolivia, Paraguay y Brasil y que luego se exportan a España y al resto de Europa (Federico).
[3] Por cine “gore” o “splatter” entendemos un subgénero de los “horror films” o cine de terror cuya búsqueda estética y narrativa está basada en la explotación del cuerpo humano, la exhibición de excesos de violencia, sangre, desmembramientos, órganos vitales expuestos y tortura.
[4] “an image of the dead body rendered with deliberate graphic bluntness in order to excite and entertain.” (Shapira 1) [una imagen del cadáver deliberada y explícitamente reproducida para excitar y entretener.] (Traducción propia)
[5]“Indeed, throughout the eighteenth and nineteenth centuries, the human body, dismembered, sold or exchanged and put on display in the growing medical collections, reflected the objectification of nature […]” (Talairach 134) [Efectivamente, a través de los siglos dieciocho y diecinueve, el cuerpo humano, desmembrado, vendido o cambiado, exhibido en las crecientes colecciones médicas reflejó la objetivación de la naturaleza] (Traducción propia)
[6] El bar donde mataron a Iguano.
[7] El énfasis me pertenece.
[8] El hardboiled o “novela negra americana” se plantea en contraposición con la narrativa policial clásica de un misterio y un detective que lo resuelve utilizando el pensamiento lógico. En el hardboiled por el contrario se presenta o no un misterio a resolver y un detective o protagonista en función narrativa similar. A diferencia del detective del policial clásico, en el hardboiled el protagonista resolverá las situaciones empleando la violencia física y a los disparos. La lógica no será relevante y en cambio se reemplaza por la acción trepidante, las persecuciones, las situaciones límites que eventualmente incluso pueden llevar a la muerte del protagonista.
Alejandro Soifer (Buenos Aires, 1983) es Licenciado en Letras y Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es maestro en Estudios Hispánicos por la Universidad de Toronto, donde actualmente también es candidato al doctorado en Literatura Latinoamericana. Su trabajo académico se centra en las representaciones literarias de la violencia y el cambio social en México durante los últimos cincuenta años. Ha publicado, además, tres novelas de género policíaco y dos libros de ensayos periodísticos en prestigiosos sellos editoriales.