Infante en el jardín:
al frente, lama tierna
moscas enfebrecidas
renacuajos moribundos
y hormigas dispersas en la arena;
juega
con hilos invisibles
el sino de los náufragos;
a sus espaldas
lindes de cal
alambres y maderos
parcelas;
ante sus ojos
la cresta de las olas
la espuma del oriente
y el canto de sirenas.
(Los mayores regresan en tropel
y cargan sus bártulos oscuros
para tenderse a conciliar el sueño.)
Desde el jardín infante
se alumbra la ribera:
naves y pasajeros llegan y se van
al mismo tiempo que tejen pesadillas.
*
Árbol sin música en el pedregal
y ocasionales chupamirtos en hojas
apenas sostenidas por la altura
de nubes sin aire:
pasión fría
en el resto del paraje
lumbre ondulante con vértebras de hielo:
Nagore:
olas de sueño en la hora vertical
donde uno es el resguardo de uno
y el perro fiel la única sombra.
A los lejos
rescoldo de agua
y charcos de moscas macilentas:
obsequio de improvisadas señales
o manantial de plata de los ángeles.
*
Alguna noche
la turbulencia momentánea de El Salado
desciende más oscura
hasta tornarse ahogo:
álamos y sauces llorones,
estiércol de la cañada y granos de anís,
gritos de chachalacas en derrumbe,
piedra caliza en la cresta del rugido
de tigre casero y moribundo.
En la ribera, desechos deslumbrantes
sobresalían entre hojalata
mientras los peces coleteaban en la arena.
Ni oro para imprevistos gambusinos
ni soldados de plomo a raudales.
Acaso magentas guijarros
y aldabas de lustre forastero.
El mar quedaba lejos de mi vista
pero mirando esas aguas inclementes
creía reconocer el olor de los esteros
y el furtivo descenso de piratas.
*
Ya la lluvia de mayo enciende botones de azucena.
En su trajín, deshace barcos de papel
botados con garfios desde un puente.
Odilón miraba los vuelcos de las naves
entre mis gritos subalternos.
Para averías de cabotaje, el astillero
descansaba a mis pies con precisos instrumentos de navegación:
alambres y tijeras, tabaco rubio y hojas de papel pautado
para escuchar también los compases del adiós.
––¡Capitán, la nave a estribor!
Los tumbos altos dañarán la cubierta
y el equipaje de la tripulación.
Corrían las aguas hacia el sur.
Bajo una llovizna vespertina,
salía de la casa en busca del arroyo
de rápidas corrientes y puercas cataratas.
Trozos de leños y piedras del Calvario
se amontonaban en mi malecón.
––A pique se irán los dados y las cartas,
decía el capitán en estetóreo aviso.
Así pasaban las aguas hacia el sur.
Vastas tripulaciones vi partir
sin jamás volver al astillero.
La música puntual de don Arcadio
llegaba con Abril en portugal,
pero Odilón nunca me dijo
––él, que no hablaba de marinos––
qué olas secretas escondía el sur.
Julio Eutiquio Sarabia estudió la carrera de Lingüística y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Ha escrito los libros Cerca de la Orilla publicado por la Universidad Autónoma de Puebla (1993), En el país de la lluvia, de Fondo de Cultura Económica (1999), Mudar de Vida, coeditado por la BUAP y Luna Arena. (2003) y Tesitura, de Monte Carmelo (2008). Recibió el premio José Fuentes Mares por Cerca de la orilla en 1994. Participó en Ala impar: 20 años de poesía en Puebla y Pulir Huesos, Galaxia Gutenberg. También ha publicado su trabajo en revistas como Biblioteca de México, Casa del Tiempo, Luvina y La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. Actualmente, es subdirector de la revista Crítica de Puebla.