“El cine contemporáneo como representación de una realidad violenta en las zonas serranas del Norte de México. Una aproximación a la película Noche de fuego de Tatiana Huezo”
Lizeth Rodríguez Zambrano
Universidad Autónoma de Chihuahua
Resumen:
El presente trabajo propone una aproximación crítica hacia las formas en que se representa la violencia en el cine mexicano contemporáneo. Se realiza un análisis a la película Noche de fuego de Tatiana Huezo, a partir de los conceptos ofrecidos por los estudios sobre la violencia, tales como: violencia estructural, histórica, disciplinante y difusa, así mismo, definiciones como necropolítica y narcomáquina. De esta manera, se observa cómo este contexto violento orilla a los habitantes del país al desplazamiento forzado y se reflexiona a partir de ello con el fin de comprender la importancia del cine en la comprensión de este tipo de problemáticas políticas y sociales.
Palabras clave: Violencia, Necropolítica, Narcomáquina, Desplazamiento Forzado, Cine.
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Abstract:
This paper proposes a critical approach to the ways in which violence is represented in contemporary Mexican cinema. An analysis of the film Night of Fire by Tatiana Huezo is carried out based on the concepts of studies on violence, such as: structural, historical, disciplining, diffuse violence, as well as definition as necropolitics and narco-machine. In this way, it is observed how this violent context forces the inhabitants of the country to forced displacement, in order to understand the importance of cinema in the reflection on this type of political and social problems.
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El cine se ha convertido en un producto cultural de gran alcance en la actualidad y, por tanto, los festivales de cine y las premiaciones internacionales han tomado un papel importantísimo en el proceso de reconocer las perspectivas artísticas que se están ofreciendo al mundo. Para nadie es sorpresa que son pocos los filmes mexicanos que logran adentrarse en el panorama cinematográfico internacional y, por ello, la llegada de la película Noche de fuego de la directora Tatiana Huezo al Festival de Cannes representó un gran logro, tanto para la directora, como para aquellos que reconocen el esfuerzo y las dificultades a las que se enfrenta un creador al obtener una participación en un festival fílmico de esta categoría. Y vale la pena mencionar que, esta película no solo logró la oportunidad de participar, sino que, también, recibió una ovación de diez minutos durante la edición décimo séptima del evento mencionado.
Y este reconocimiento no solo dio luz a la cineasta salvadoreña-mexicana, sino que también enfocó los reflectores en la situación de violencia que se vive en las zonas serranas del Norte de México, puesto que esta película ofrece una mirada íntima a la cruda realidad de las infancias cuando se ven atravesadas por un contexto de constantes abusos, donde la pobreza, el narcotráfico y la violencia de género, obliga a las personas a una situación de desplazamiento.
Y ante esto, vale la pena plantear la pregunta: ¿qué se está diciendo de México al mundo con este tipo de filmes que denuncian y reflexionan sobre la situación de violencia en el país? Por ello, en este trabajo se efectúa una aproximación crítica a las formas en que se representa la violencia en el cine contemporáneo desde sus distintas categorías con el fin de comprender la importancia del cine en este tipo de circunstancias contextuales.
Para comenzar, es indispensable partir de la pregunta: ¿por qué realizar un análisis de la violencia desde una aproximación cinematográfica? Fundamentalmente por dos razones; en primera instancia porque hay que considerar que las películas son más allá que un mero producto de entretenimiento: son un dispositivo cultural.
Para esto, me permitiré referir a la definición que ofrece Giorgio Agamben en su texto ¿qué es un dispositivo?, el filósofo italiano, ampliando la definición otorgada anteriormente por Foucault, utiliza el concepto de dispositivo para referirse a: “todo aquello que tiene, de una manera u otra, la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos” (Agamben 257). Y en este sentido, debemos considerar el importante papel que tienen los dispositivos mediáticos, como las películas, en el modelado de las subjetividades contemporáneas, sobre todo por la forma en que los servicios de streaming se han adentrado en la cotidianidad de los hogares.
Por consiguiente, resulta útil considerar el argumento de Inés Martins y Santiago Estaún presente en su artículo “violencia y cine: percepción por los jóvenes”, para reflexionar sobre el papel de la industria del cine en la cultura y en la construcción de la identidad a partir de dispositivos cinematográficos:
Las películas hacen algo más que entretener; ofrecen posiciones al sujeto, movilizan deseos, nos influyen inconscientemente y nos ayudan a construir la cultura. El cine no solo produce imágenes, sino ideas, ideologías que conforman tanto las identidades individuales como las nacionales; actúa en el campo simbólico, en la creación y recreación de representaciones, de imágenes significantes, construyendo una realidad virtual, estableciendo una relación con lo real y elaborando un imaginario específico” (7).
Con este argumento se puede comprender la dimensión del cine, puesto que, en los últimos años, donde esta industria toma un papel preponderante en la sociedad, es importante no percibir al cine como un dispositivo cultural inofensivo e inútil, sino como un material importantísimo en la construcción del imaginario colectivo. El cine es, también, una representación del discurso social, hay reciprocidad entre el pensamiento de la colectividad y lo que el cine expresa, y, por supuesto, éste no solo representa la realidad, sino que también la define.
Además, en segunda instancia, los filmes ofrecen una oportunidad de motivar a la reflexión, abren un espacio de introspección en el individuo a través de la identificación con los sujetos de la trama, por tanto, puede provocar meditaciones en los individuos que visualizan el producto, para cuestionar temáticas específicas en donde las circunstancias del contexto resultan de suma complejidad y que producciones de esta índole, acercan a la posibilidad de una comprensión del fenómeno social. Martins y Estaún dirán sobre esto que:
“El cine favorece la asimilación, análisis e introspección, utilizando fundamentalmente el lenguaje visual (imágenes vivas, movimientos), y puede llevar a la reflexión sobre su realidad en este contexto histórico marcado por el predominio de lo visual y por la rapidez de los procesos de información” (17).
La argumentación presente en la cita anterior considera que vivimos inmersos dentro de una etapa histórica donde los medios audiovisuales se pueden convertir en una herramienta imprescindible para las humanidades, debido a que el alcance de la industria cinematográfica es masivo y la capacidad con la que cuenta, de provocar una proximidad a experiencias determinadas, puede contribuir a que se empatice con las circunstancias a las que se enfrentan ciertos sectores de la sociedad.
Por todas estas razones, las películas como Noche de fuego, siendo un dispositivo cultural, ofrecen una perspectiva sobre la situación de violencia a la que se enfrentan sectores vulnerables de la sociedad, como las mujeres y miembros de comunidades rurales, permiten motivar a la reflexión en los individuos que se encuentran ajenos a este tipo de contextos, permitiendo que el cine sea una herramienta que los acerque a este tipo de zonas alejadas y que, por tanto, no exista más silencio en torno a este tipo de condiciones sociales que merecen ser visibilizadas.
En este sentido, ¿en qué contexto específico se coloca la película Noche de fuego de Tatiana Huezo? El filme se desarrolla en un espacio adentrado en las zonas serranas de México, donde los hombres se encuentran mayormente ausentes debido a que fueron obligados a emigrar en búsqueda de oportunidades de vida para su familia y en donde el cultivo de amapola se observa como una práctica común, por lo que se sugiere que la película se localiza dentro de uno de los estados que, según los datos que ofrecen la SEDENA, concentran la mayor producción ilegal de goma de opio, como son “Guerrero, Sinaloa, Durango, Chihuahua, Nayarit y Oaxaca” (Mejía párr.1).
La siguiente escena aparece en la primera media hora de la película, aquí se puede observar a los habitantes de la zona trabajando en el cultivo de Amapola, la imagen se acompaña de un helicóptero sobrevolando la zona.
Por esta razón, podemos identificar que el espacio en donde se desarrolla toda la trama de la historia, es una zona controlada por los cárteles de la droga, los cuales controlan, además, el derecho por la vida de todos los habitantes del lugar. Es decir, en esta película, nos adentramos a espacios en donde la necropolítica se observa presente. Achille Mbembe escribirá en su texto “Necropolítica” lo siguiente:
(…) en nuestro mundo contemporáneo, las armas se despliegan con el objetivo de una destrucción máxima de las personas y de la creación de mundos de muerte, formas únicas y nuevas de existencia social en las que numerosas poblaciones se ven sometidas a condiciones de existencia que les confieren el estatus de muertos-vivientes (75).
En este sentido, la obra de Huezo refleja los esfuerzos por sobrevivir ante este contexto y cómo sus personajes se van sumergiendo cada vez más en espacios donde es difícil tener control sobre la vida misma. Y siendo una película donde existe una mayor presencia de personajes femeninos, se observa principalmente la vulnerabilidad a la que está sujeto el cuerpo femenino, debido a que las madres viven con el constante peligro de que sus hijas sean secuestradas por los personajes que acechan a todos los lugareños.
En relación con eso, el largometraje muestra una zona rural que, gracias a las condiciones medioambientales, se convierte en el lugar perfecto para el cultivo de amapola, pero también se convierte en el lugar ideal para que la violencia y la ilegalidad permeen.
La película se encarga de mostrar la experiencia de las personas que son obligadas a una situación de desplazamiento. Recordemos que actualmente existen muchas personas desplazadas por la violencia y las posturas que niegan su situación solamente limitan las posibilidades de ayudar a los que padecieron personalmente sus estragos. Así lo dejan ver los discursos que se ofrecen desde las instituciones públicas, donde minimizan la situación de muchos ciudadanos, como se puede observar en la siguiente cita:
La violencia en México dejó, entre 2011 y 2016, al menos 287 mil personas desplazadas internas, suficientes, por ejemplo, para ocupar 3.5 veces un estadio de futbol, de acuerdo con el monitoreo de la investigadora Laura Rubio en el ITAM y la CMDPDH. El gobierno federal considera que “si bien existe movilidad por causa de la violencia, ésta no es de carácter generalizado” (…). Pero la ausencia de reconocimiento oficial del fenómeno ha provocado la desprotección y atención apropiada para los afectados (Guerrero 45).
Y ante esta respuesta, vale la pena discutir en esta etapa del México contemporáneo ¿por qué la insistencia de minimizar un problema de esta magnitud? Se intenta vender una imagen del país donde la paz se encuentra presente. Y, sin embargo, existen zonas rurales que continúan azotadas por el narcotráfico. Es importante mantener el diálogo de la situación de desplazamiento que ha generado la violencia, pues ésta solamente les ha negado a muchísimos mexicanos, la posibilidad de crecer y desarrollarse sanamente en los pueblos y zonas rurales donde crecieron.
En este sentido, la película de Tatiana Huezo toma gran relevancia porque visibiliza una situación que las autoridades políticas intentan negar, pero que los ciudadanos viven cotidianamente sin protección alguna. En el caso de Ana, protagonista de la historia, es una niña con un padre ausente debido a que tuvo que desplazarse a causa de la violencia que permeaba el lugar, dejando así a su esposa e hija solas en un contexto de profunda vulnerabilidad.
Así mismo, es importante mencionar que la obra contiene una fuerte conciencia sobre los peligros a los que se ven sometidos los médicos y profesores rurales que arriesgan su vida por cumplir sus servicios sociales en zonas inmersas en la Sierra. En la solitud de estas zonas de alta inseguridad, se encuentran totalmente desprotegidos.
Por otro lado, la película se concentra en la experiencia de las infancias y de las madres angustiadas que intentan proteger a sus hijas de una situación de peligro permanente. El filme se puede considerar como parte del subgénero conocido como “Coming of age” y definido como aquel que “enmarca las películas relacionadas con la infancia en todas sus etapas y el proceso de maduración dentro de ellas” (Sempere 18). Y en este caso, se aborda la historia de crecimiento de un grupo de niñas que se enfrentan a un proceso de maduración en medio de un entorno donde hay una amenaza latente: el narcotráfico.
No obstante, pese a que generalmente este proceso de crecimiento se percibe en el cine desde un enfoque positivo, donde los personajes comienzan un proceso de maduración y libertad, en este caso, el crecimiento representará para los personajes lo contrario: una condición de vulnerabilidad y una pérdida de libertad, porque la condición de violencia mermará su posibilidad de desenvolverse socialmente.
La película comienza mostrando escenas donde las niñas aprenden a esconderse en hoyos en la tierra, construidas por las madres, para esconderlas rápidamente de los hombres que se acercan en busca de las mujeres más jóvenes. Por tanto, las escenas de las niñas escondiéndose en estas concavidades representarán, un símbolo de la pérdida de libertad a la que se enfrentan las mujeres una vez que comienza su adolescencia y se convierten, por tanto, en potenciales víctimas.
En la escena que aparece en la imagen anterior, se da comienzo a la película e ilustra cómo la niña es entrenada por su madre para aprender a esconderse en una excavación en caso de que un grupo de hombres se acerquen al hogar y pueda ubicarlas en medio de un suceso violento.
Y ante esto, es importante preguntarse: ¿qué violencias se ven representadas en el largometraje? Para dar respuesta a esto, se utilizará la teoría desarrollada en el artículo “La narcomáquina y el trabajo de la violencia: Apuntes para su decodificación” de Rossana Reguillo, donde la autora elabora una tipología para acercarse a una comprensión multidimensional de las violencias en el contexto mexicano, y éstas categorías que desarrolla en su artículo, se pueden analizar dentro de la película de Tatiana Huezo.
Este artículo es importante porque desde un inicio la autora se percata de la importancia de hablar del concepto de violencia desde la pluralidad y no desde la singularidad, debido a la complejidad que envuelve el concepto. En este sentido, la autora conceptualiza distintas categorías que se observan claramente en el desarrollo de la trama del largometraje. Comenzando por el concepto violencia estructural para referirse a aquel término que: “nombra las violencias vinculadas a las consecuencias de los efectos de los sistemas (económicos, políticos, culturales), que operan sobre aquellos cuerpos considerados “excedentes”, pobres y grupos excluidos principalmente” (párr. 19).
En este sentido, la película de la cineasta ofrece un panorama general de los estragos de un sistema que tiene como prioridad el beneficio económico por encima del bienestar de la ciudadanía y así mismo, un sistema político que no ofrece protección a los sectores más vulnerables del país. En el filme se observa a los habitantes del pueblo en condiciones de suma pobreza y detrás de su trabajo y de la inseguridad que viven cotidianamente, existe un grupo de personas enriqueciéndose a costa de la situación de vulnerabilidad a la que se ven sometidos. Desde el comienzo de la película, se observa la explosión de una mina en la zona montañosa donde se desarrolla toda la historia, por lo que la directora pareciera mostrar, desde los primeros minutos de su filme, una intencionalidad de reflejar cómo el capitalismo se ha adentrado profundamente en la comunidad serrana, carcomiendo todo lo que se encuentra a su paso con la explotación y destrucción total de la zona.
Consecuentemente, Reguillo define la violencia histórica como “la violencia que golpea a los grupos considerados “anómalos”, salvajes, inferiores, (…) y que hunde sus raíces en una especie de justificación de larga data” (párr. 20). Esta categoría de la violencia se vuelve evidente conforme da comienzo el filme y el espectador se percata de la presencia de figuras femeninas que constantemente están sorteando con la situación de vulnerabilidad que les provoca su propio cuerpo.
Las madres comienzan a preocuparse profundamente por sus hijas cuando comienzan a observar su crecimiento y las perciben, cada vez más cerca, de su condición de mujeres. En el largometraje, una de las escenas que más desconcierto producen es cuando Ana, la niña y posterior adolescente, tiene su primer periodo y su madre se angustia terriblemente por esta razón, por lo que un ciclo natural aquí pareciera convertirse inmediatamente en un símbolo histórico de peligro. En la siguiente escena se percibe en la madre una expresión de disgusto en su rostro al entregarle el primer paquete de toallas sanitarias. Sus gestos, más que una señal de enojo, representa el miedo de ver a su hija cada vez más acercada a una condición de peligro.
Y sobre esta condición de vulnerabilidad a la que se ven sometidas las mujeres, es importante mencionar la categoría que la autora define en su tipología, como violencia disciplinante, con la cual “pretende nombrar las formas de violencia que se ejercen para someter mediante el castigo ejemplar, a las y los otros” (párr. 21). Y la autora explica que con esto se refiere a un proceso de desidentificación que las personas en contextos violentos utilizan para protegerse del peligro. Por ejemplo, este tipo de comportamiento se observó en Ciudad Juárez durante la etapa más crítica de feminicidios, donde padres, novios y amigos les pedían a sus mujeres cercanas que tiñeran y cortaran su cabello, porque cumplir con la descripción de una mujer delgada, de cabello largo y oscuro era sinónimo de víctima potencial. Por tanto, la violencia disciplinante cumpliría con el objetivo de lograr que las personas se desidentifiquen.
Esta circunstancia se observa palpable durante el filme porque las madres de familia obligan a sus hijas a no cumplir con lo que Judith Butler definió como performatividad, para referirse a la: “repetición ritualizada (iteración) de actos de habla y de todo un repertorio de gestos corporales que obedecen a un estilo relacionado con uno de los dos géneros culturales” (Duque 88). Cuando dos de las niñas de la película entran a su adolescencia y comienzan a parecerse al retrato hablado de las víctimas de feminicidio que están apareciendo asesinadas en las orillas de la zona, son obligadas a cortarse el cabello de manera tal que pierdan su aspecto femenino y que su apariencia andrógina les permita una posibilidad de protección. Durante los minutos en que se desarrolla la escena del corte de cabello, la cineasta se encarga de detallar las lágrimas de las niñas al observar cómo va desapareciendo su larga cabellera, siendo evidente el doloroso proceso de desidentificación al que se someterán a partir de ese momento, tanto su vestimenta, como sus actitudes tendrán que desprenderse poco a poco de la figura que pudiera representarles un peligro.
En la imagen anterior podemos observar la escena en que cortan el cabello de Ana mientras vemos sus lágrimas caer a través del espejo. Será su apariencia alejada de lo femenino lo que le producirá un espacio de protección temporal.
Por otro lado, la categoría de la violencia que tendrá mayor presencia a lo largo de todo el largometraje será la que Rossana Reguillo nombra violencia difusa y la define como: aquella violencia “gaseosa” cuyo origen no es posible atribuir más que a entes fantasmagóricos (el narco, el terrorismo), y que resulta casi imposible de prever porque no sigue un patrón inteligible” (párr. 22). Este tipo de categoría se vuelve evidente a lo largo de toda la película porque el espacio cinematográfico que construye está inmerso en un ambiente de terror fantasmagórico, el espectador percibe una sensación constante de que algo puede pasar en cualquier momento.
Para lograr esta percepción hace un uso particular de la banda sonora y de los efectos de sonido, los cuales colaboran a provocar una tensión constante, sin embargo, aunque se mantiene la sensación de miedo durante cada minuto de la película, no aparece en pantalla el causante (o los causantes) de los hechos violentos que se suscitan en el lugar, el narco siempre se percibe como un ente no visible.
Este tipo de experiencia terrorífica que se transmite al espectador también se relaciona con el concepto Narcogótico mexicano de Vladimir Guerrero, el cual permite comprender cómo se plasma la violencia del narcotráfico en este tipo de productos culturales, el autor define esta categoría estética de la siguiente forma:
(…) imágenes y materiales de la desmesurada violencia que el necropoder del crimen organizado infringe en la sociedad del México actual. Estas materialidades se ocupan también a los angustiantes escenarios de la muerte y de las escenas de lo fantasmal que este narcopoder desarrolla en todo el territorio nacional y en donde se puede visibilizar cómo toda calma civil es despojada por acciones estremecedoras (Guerrero 32).
Esta conceptualización resulta de utilidad para observar la presencia del narcotráfico en el desarrollo de la película, poco a poco se va percibiendo cómo los habitantes de esta zona serrana van siendo sumergidos en la permanente sensación de inseguridad y desesperanza que les provocan los hechos violentos que se suscitan. Y aunque no se observen gráficamente, se sabe, mediante rumores, que están desapareciendo mujeres que posteriormente aparecen asesinadas en las orillas del pueblo, se escucha, aunque no se vea, el asesinato del profesor del pueblo, y finalmente, el clímax del largometraje se logra cuando una de las adolescentes que seguimos durante todo su crecimiento es secuestrada inmediatamente después de que se convirtiera en el prototipo de las víctimas. Todas estas acciones violentas y estremecedoras se perciben de manera difusa, sin despojarlas de su crudeza.
Estas combinaciones de las formas de violencia sirven a lo que Rossana Reguillo definirá como la narcomáquina para analizar cómo el narcotráfico se sirve de estas violencias que actúan como herramientas para controlar y someter a la sociedad, mediante violencias expresivas que terminan convirtiendo a personas en: “cuerpos transformados –por el trabajo de la violencia-, en entidades abstractas” (5). Y, por tanto, también, en una exhibición de su poder total. Para esto, la autora dirá que “la disolución de la persona será, el primer éxito de la máquina” (5). Esta argumentación se puede identificar en los elementos estilísticos de la película aquí analizada; la directora coloca una escena con el propósito de exponer cómo los cuerpos se convierten en un instrumento de la violencia, pues son utilizados para dejar mensajes que demuestren su poder total.
Acercándose hacia el clímax de la película, la protagonista de la historia encuentra el cuerpo de una mujer en un llano, el cual incluía un mensaje en sus manos, con esto, observamos el tipo de prácticas en las organizaciones criminales donde no se busca únicamente la muerte del individuo, sino que éste sirva para demostrar su control absoluto sobre la vida de las personas del lugar que ellos dominan a través de prácticas violentas.
En una escena de apenas un par de segundos se observa el cuerpo de una mujer, es importante mencionar que la cineasta evita en todo momento mostrar una imagen explicita del acontecimiento violento. Pero sí utiliza la imagen para representar las prácticas realizadas por los grupos delictivos que dominan la zona.
Pero ante este contexto terrible que se expone en la película de Tatiana Huezo es valioso reflexionar, ¿qué nos queda? La autora concluirá su trabajo con el concepto de contra máquina para referirse al: “(…) conjunto de dispositivos frágiles, intermitentes, expresivos y fragmentados, que la sociedad despliega para resistir, visibilizar o sustraer poder a la narcomáquina” (párr. 45). En este sentido, entiéndase la película Noche de fuego como un dispositivo cultural de contra máquina, por su valiosa labor de visibilizar mundialmente una realidad cruda de un sinfín de habitantes en comunidades rurales de las zonas serranas del norte de México que han tenido que ser desplazadas, como sucede en el final de la película, donde se observa una multitud de personas que deciden abandonar sus viviendas para evitar ser engullidos por la narcomáquina.
Para concluir, es importante mencionar una vez más que, el desplazamiento por condiciones de violencia es una realidad tangible en nuestro país, por ello, es necesario mantener un diálogo político y académico en torno a esta situación a la que se enfrentan una enorme cantidad de adolescentes, que no conocen otra forma de maduración más que un crecimiento en medio de un contexto violento.
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Guerrero Heredia, Marco Vladimir. El narcogótico mexicano: escrituras del horror y la violencia en el México del Siglo XXI. Universidad Católica de Chile, 2018.
Lizeth Rodríguez Zambrano es Licenciada en Letras Españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua y egresada de la Maestría en Investigación Humanística por la misma universidad, realizó una estancia en el Centro de Investigación Iberoamericana de la Universidad de Leipzig, Alemania. .