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Sobre Nada duele para siempre
de Bertha Alicia Quintero Camporredondo
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Conducida por su pasión de escribir, la autora de Nada duele para siempre. Los Camporredondo. Historia y genealogía se impuso explorar la procedencia de su apellido materno, Camporredondo. Durante más de cuatro años investigó en archivos, visitó iglesias, cementerios, hizo entrevistas y consultó en Internet con el propósito de tener a la mano documentos con los cuales pudiera dar cuenta de esa parte de su historia familiar, la cual se remonta, primero, a la región de Flandes y, después, a Santander, España. Lejos de ella estuvo abonar a algo que se reconociera como presunción; sólo quiso saber de sus ancestros.
Eligió una línea, la del apellido Camporredondo, que empezó a transitar con el auxilio de su familia: madre, abuela, tíos, tíos abuelos. Y de ahí, hacia los documentos, en donde no siempre corrió con suerte; los registros en ocasiones estaban incompletos o los datos eran insuficientes, sobre todo, en los archivos que consultó en Santander. Ante un texto antiguo, debía demorarse en la comprensión de su contenido, en virtud de la caligrafía, que le resultaba inaccesible, una dificultad que no la alejaba de su objetivo: “hablar de las generaciones más cercanas” (página 8), las que procedían del primer Camporredondo que llegó a México.
La autora dividió el libro en ramas genealógicas (seis), a las que antes de describirlas incluyó —además de la dedicatoria, los agradecimientos y la introducción— dos apartados: “La historia empieza en España” y “La emigración española de Santander”. En la rama genealógica número uno están los nombres de los probables abuelos (octavo, séptimo, sexto), quienes pertenecieron a una época en que a las personas se les podía asignar un apellido u otro, el del padre o el de la madre, y en que había la necesidad de adecuar los apellidos para identificarse como españoles.
Fue en la rama genealógica dos donde ubicó al quinto abuelo, quien habría de trasladarse a México, en una de esas series de migraciones de españoles a nuestro país, las que fueron provocadas, en el siglo XVIII, por la crisis en la producción agrícola, por la manera en que se entregaban las herencias, que dejaban desprotegidos a quienes no eran los primogénitos, entre otros factores. En cada rama genealógica, la autora colocó a la persona de apellido Camporredondo y con quién se casó esa persona para luego anotar los nombres de los hijos que tuvo ese matrimonio y con quiénes esos hijos se casaron. En la línea que sigue la autora, es identificable que el apellido Camporredondo es el apellido paterno. En la rama genealógica seis ella está como nieta, hija de la cuarta hija de sus abuelos maternos, quienes procrearon dos mujeres y dos hombres. En las dos hijas de ella no está más el apellido que dio lugar al libro que acá se reseña.
En la práctica antropológica, la genealogía es un método con el que se puede lograr la identificación social de las personas: casamientos, tamaño de las familias, si el primogénito fue hombre o mujer, la herencia, los nombres que se mantienen, ocupaciones, entre otros aspectos. La autora no centró su interés en ese ámbito. Al enfocar su afán en conocer sobre sus progenitores, su ascendencia en relación con su apellido materno, consignó datos que son del interés de quienes practican ese método antropológico; los expuso también para que los interesados en las historias de familias constaten cómo hizo la vida quien llegó a México, a Coahuila, en el siglo XVIII, y qué pasó con los hijos de esa persona; y luego, qué ocurrió con los hijos de esos hijos, así, hasta llegar a los abuelos, al padre, a la madre de la autora.
Identifico por lo menos seis aspectos (¿en concordancia con las seis genealogías propuestas por la autora?) que serían relevantes fuera del propósito por el que la autora escribió el libro —“gracias a los ancestros, estamos aquí”—. El primero que es posible extraer está en relación con hacer la vida lejos del lugar de origen. La autora identificó como su primer ancestro a una persona nacida en Flandes, a principios del siglo XVII, quien debió trasladarse hacia España, en donde tuvo que adecuar su nombre y apellidos para no ser excluido en su nuevo lugar de residencia. Alguien ya con el apellido Camporredondo, nacido en Santander, España, se tornó, en el siglo XVIII, en habitante de una hacienda del estado de Coahuila, en México. Y en el siglo XIX, un Camporredondo nacido en una congregación de Coahuila empezó a viajar hacia Estados Unidos en busca de trabajo.
Habría que informarse sobre cuántos Camporredondo nacidos en México han ido a vivir a Estados Unidos. Se va de un lado a otro para subsistir.
El segundo elemento que encuentro es el que tiene que ver con la manutención: ¿de qué se vivía? ¿De qué se vive? Hubo un tiempo en que se debía aprender un oficio, como ser especialista en la fundición de metales, como lo eran los flamencos. Había que ir hacia los lugares en donde se requería poner en práctica ese conocimiento. El cultivo del campo era otra posibilidad, como lo era el comercio. O tener la oportunidad, como le ocurrió al cuarto abuelo, en el siglo XIX, de hacerse funcionario de la administración hacendaria, en Saltillo Coahuila. Esas eran las labores de los hombres, mientras que las mujeres debían encargarse de las tareas de la casa. Será en el siglo XX cuando ellas incursionarán en el campo laboral, como profesoras, por ejemplo. Acá puede ubicarse la importancia que tuvieron las herencias en las familias: ¿hasta dónde alcanzaron a ser suficientes para sostener a las familias?
La de los matrimonios es la tercera cuestión que quiero marcar. ¿Al casarse, cuántos años tenía la mujer, cuántos el hombre? En los siglos anteriores, era frecuente que el hombre fuera mucho mayor que la mujer, quien, en algunos casos, era menor de edad. O podían tener la misma edad y no ser tan jóvenes. ¿Dónde había nacido el hombre?, ¿dónde la mujer? ¿Dónde se casaron? El casamiento corría a cargo del juez. En el acta se anotaba la edad de los contrayentes, se especificaba a qué se dedicaba el hombre, así como la edad tanto de la mujer como del hombre, además de los nombres de los padres. Era frecuente que hubiera errores al consignar las edades o los apellidos. La temática de los matrimonios puede tener otros componentes, como el número de hijos, como el de la tía que se quedó a cuidar a la madre, el de los hijos fuera del matrimonio, el de los viudos y las viudas, el de las crianzas.
El cuarto punto es el de las enfermedades, que eran identificables más bien por los síntomas: fiebre, dolor, tos. ¿Cuál era la edad de quienes las padecían? ¿Hasta qué punto eran tolerables? Y este cuarto punto puede conectarse con el quinto aspecto que señalo: el de las defunciones: ¿cómo ocurrían? ¿Dónde ocurrían? ¿Qué pasaba con la familia al morir el padre, al morir la madre? El sexto aspecto puede ser el de la ropa, identificable en las fotos que la autora incluyó. ¿Cómo vestían los hombres? ¿Cómo vestían las mujeres? Otro más que puede agregarse es de la residencia: ¿dónde vivían las familias? ¿En haciendas, congregaciones, pueblos, ciudades? ¿En qué momento se decidió pasar de un lugar a otro?
Con Nada duele para siempre. Los Camporredondo. Historia y genealogía, Bertha Alicia Quintero Campo buscó comprender la actuación de sus ancestros por la línea materna, conocimiento para valorar esas vidas con las que puede decir que “nada duele para siempre”. Se trata de un libro esquemático, una descuidada edición de autor, al que le hizo falta soltura con la que sin tropiezos pudiera rebasar el propósito inmediato de su autora.
Carlos Gutiérrez Alfonzo (Frontera Comalapa, Chiapas, 29 de febrero de 1964), poeta y ensayista, fue becario del Centro Chiapaneco de Escritores y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas. Poemas suyos fueron publicados en las revistas Poesía y Poética, Tierra Adentro, alforja, El poeta y su trabajo, Periódico de poesía, Netwriters, red mundial de escritores, Prometeo digital y Mula Blanca. Fue incluido en el Anuario de poesía mexicana 2006, coordinado por Pura López Colomé y editado por el Fondo de Cultura Económica. De su autoría son los siguientes volúmenes de poemas: Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018). Ha publicado los libros de ensayos Ascenso y precisión. Tres poemas de autores chiapanecos (2016) y Tiempo y espacio. Experiencia estética (2020). Doctor en Humanidades y Artes. Es investigador del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).